Capítulo 7: Un reinado irremediable.
Yrmax suspiró con pesadez, viendo la cara de Lizcia que lo decía todo. Deseaba decirlo todo, pero no podía.
—Lizcia, regresa a tu habitación. Te diré todo lo que quieras, pero no puedo hacerlo ahora. No con mi padre cerca —susurró esto último.
Lizcia aceptó y se levantó con cuidado de la silla para irse hacia la habitación, aunque antes, miró hacia Yrmax. Estaba hablando con su padre.
—¿Y bien? ¿Qué harás? —preguntó el rey—. No acepto que gente indigna duerma más en este castillo.
—Mañana se marcha, padre —respondió Yrmax en un tono serio.
—¿Y con Eymar? ¿Le dejaste en claro que nos dejara en paz de una buena vez?
Lizcia no pudo escuchar más ya que se estaba alejando para no dar sospechas. Le daba pena. Yrmax deseaba hacer un montón de tareas, pero su padre le limitaba porque era el rey. Se preguntaba cómo era posible que todas las demás razas le odiaran. Tenía que haber algo más aparte de la actitud poco amigable que parecía tener.
Siguió su camino a un ritmo calmado. Poco a poco dejó de escucharlos, encontrándose en medio de un largo pasillo en el que ya se había perdido al no saber cuál era su habitación. Para su suerte, se encontró con Lina en su camino.
Su mirada era de desconfianza, la miraba por encima del hombro como si se sintiera mucho más importante. Lizcia la ignoró y sonrió con educación.
—¿Dónde se encontraba mi habitación? —preguntó Lizcia.
La sirvienta arqueó la ceja.
—Está a dos habitaciones más enfrente, es la que tiene la puerta abierta para que el aire entre un poco porque olía fatal —contestó esto último con asco.
Lizcia afirmó con calma.
—Gracias, perdón las molestias.
«¿De qué va? —preguntó Ànima mientras Lizcia iba a su habitación—. Ese tono no me gustó nada. No tendrías que haberte disculpado, Lizcia».
«Ànima, recuerda que yo no soy nada en este castillo, ella en cambio es una sirvienta», recordó Lizcia.
Llegaron a la habitación y Lizcia decidió sentarse en la cama para descansar. Fue entonces cuando se acordó de su amiga Ienia, ¿qué habría sido de ella? ¿Le habría llegado la carta?
Se levantó y se acercó hacia la ventana para poder ver todo lo que le rodeaba. Hacía un día soleado. Ni una nube en el cielo. El calor erizaba la piel de Lizcia mientras que Ànima se sentía muy incómoda porque no aguantaba tener los ojos abiertos ante la luz.
—Escóndete un poco, por favor —pidió Ànima—. Sé que quieres ver, pero mirar directo al sol no es la mejor idea del mundo.
—¿Por qué? —preguntó Lizcia.
—¡Te deja ciego! —gritó Ànima. Lizcia de inmediato miró al suelo—. Ah... gracias.
—¿En serio no se puede mirar el sol de forma directa?
—No, claro que no, ¿no sabías eso? ¿No te lo enseñaron al menos o te lo dijeron?
—N-No. Pensaba que el sol no hacía daño —respondió, avergonzada.
Ànima suspiró cansada.
—Veo que antes de poder salir de aventuras, tendré que enseñarte algunas cosas básicas sobre el exterior —supuso Ànima. De reojo miró hacia el jardín que había en el castillo, uno decorado con figuras de distintos animales gracias a los arbustos—. Tengo una idea, vamos a ir al jardín y ahí te iré explicando.
—Entendido.
Ànima no era tonta. Aunque estuviera encerrada en una estatua, tenía conocimiento de cómo sobrevivir. Vivía en la oscuridad, por ello sabía en qué sitios meterse cuando el sol iluminaba.
Empezó por lo más básico. Si tenían que caminar durante un buen rato, tenían que analizar bien el entorno para ver que les podía ofrecer. Saber qué ventajas y peligros había. No era lo mismo encontrarse en un bosque, que en una zona llena de ríos, mares, lagos y cascadas.
Gracias a ella, Lizcia entendió que el agua no siempre iba a ser potable. Que a veces podrían salir peligros en los sitios menos esperados. La naturaleza podía ser tu mayor aliada como tu mayor enemigo. Aprendió todo esto a la vez que se quedaba atónita por el conocimiento que tenía Ànima.
—¿Cómo sabes todo eso? Los dioses no viven en sitios peligrosos, ¿no?
Ànima sintió un escalofrío en sus espaldas.
—No, pero yo tuve que aprender a sobrevivir.
Lizcia frunció algo el ceño.
—¿Sobrevivir? ¿Acaso no fuiste siempre un dios?
—Parece que no —susurró Ànima con ciertas dudas—. Siempre he estado atenta a todo, Lizcia. Es lo poco que sé sobre mí.
—Comprendo —murmuró Lizcia—. ¿Y qué más debo saber?
—Entre todo lo dicho, quiero que tengas en cuenta que la oscuridad es tu aliada. La luz, aunque a ti no te afecte, si lo hace en mí, y si quieres mi ayuda, tendrás que estar en la oscuridad.
—¿Segura que es mi aliada? —preguntó Lizcia.
—Estás con la diosa de la oscuridad. Créeme que es tu mayor aliada ahora mismo, junto a la de Mitirga —respondió Ànima.
—Es un poco irónico —susurró Lizcia con una leve risa—. Mitirga se asocia a la luz.
—Por las lunas, qué coincidencia —susurró Ànima algo incómoda.
Ahora mismo se situaban en el jardín. Era extenso y bien decorado por todo tipo de arbustos. Había estanques, fuentes y estatuas de piedra. Flores de distintos tipos, un pasto bien recortado junto a un pequeño camino de piedras que era por donde caminaba Lizcia.
—¿Por qué le meten tanto cuidado y cariño en esto? —preguntó Lizcia.
—Puede ser porque el rey admire este jardín.
—No, en verdad es un capricho que tengo —respondió Yrmax a las espaldas de Lizcia. Se giró impactada ante su presencia—. Quería avisarte para reunirnos en este lugar, pero no me hizo falta al ver cómo hablabas sola con Ànima por los pasillos. No te diste cuenta que te estaba siguiendo.
«Nota mental, debo estar siempre alerta, más cuando estoy distraída hablando con Lizcia», apuntó Ànima.
—En fin, ahora que estamos aquí, quiero explicarte por qué te pido a ti que tengas que hacer las misiones en vez de hacerlo yo mismo —continuó Yrmax. Miró a su alrededor preocupado por si acaso alguien los escuchaba—. Hablaré en un tono bajo, no me gusta que los demás escuchen esta conversación.
—Entendido.
Yrmax se sentó en un banco. Lizcia le acompañó a su lado.
—Mi padre cometió fallos, Lizcia —admitió Yrmax—. Tuvo la idea de invadir a las Sytokys y Vilonios, lo que trajo consecuencias en nuestras alianzas.
—P-Por Mitirga —susurró Lizcia.
—Pidió a los pueblos cercanos expandirse junto a los caballeros. Un plan desastroso que trajo la guerra. Se detuvo a tiempo gracias a los Zuklmers, pero que a cambio trajo los conflictos que siguen a día de hoy —continuó Yrmax—. Y si no fue suficiente con una, lo hizo varias veces hasta que al final se cansó, o eso espero.
—Entonces ¿todos nos odian? —preguntó Lizcia.
—No. Los Zuklmers se mantienen neutrales, por el momento. Los Maygards, desprecian el rey y a mi, mientras que otros saben diferenciar mis ideas con las de mi padre. Por ello se comunican conmigo, al menos lo hace Eymar —explicó Yrmax.
—¿Y los caballeros no le intentaron delatar? —preguntó Ànima.
—No, porque los que lo saben están en contra del rey y actuamos sin ser detectados. por ello nos visteis ayer en El Monte Sagrado —respondió Yrmax.
—Entiendo —susurró Ànima, para luego soltar un suspiro—. Así que tu padre es un viejo que no va a entender que lo que ha hecho es horrible y tú sólo puedes actuar a escondidas porque si te pilla...
—Me mataría —terminó Yrmax—. Eymar quiso negociar con los demás seres, pero sentía que no iba a servir de mucho porque los Maygards son conocidos por tener poderes que permiten a veces manipular un poco a los demás.
Ànima sintió un ligero escalofrío y tensión en sus hombros que decidió ignorar.
—Por ello necesitas nuestra ayuda —supuso Lizcia.
Yrmax afirmó.
—Pero Lizcia es solo una joven ciudadana más sin apenas importancia, ¿qué va a conseguir si nadie la cree? —preguntó Ànima.
—Eso ya lo tenía pensado, por eso tengo esta pequeña bolsa en mis manos —respondió Yrmax con una sonrisa débil. Lizcia miró curiosa lo que traía en sus manos, dejando ver poco a poco una bufanda azul—. De normal suelo pensar bien a quién daré esta prenda ya que no es algo que se toma a la ligera, pero al haber una situación tan desesperada...
—¿A qué quieres llegar? —preguntó Ànima.
—Esta bufanda. —La enseñó, mostrando su color azul llena de símbolos blancos, entre ellos una figura que parecía sujetar una espada. Siguió hablando—: significa que aquel que la porte es el líder de la raza, en este caso el líder de los Mitirs, aquel que negocia con los aliados, los Vilonios, Sytokys, Zuklmers... Luego está la espada, pero sacarla es imposible. Mi padre se empeña en que yo sea el elegido para dirigir a los caballeros que estén a su lado para luchar contra las aberraciones.
—¿E-En serio? —tartamudeó Lizcia.
—No solo lo tenemos nosotros. También los Sytokys, los Zuklmers, los Vilonios y los Maygards. Cada uno con un color distinto y símbolos que representan a su raza —explicó Yrmax mientras ponía la bufanda estirada en sus manos—. Aquel que la porte tendrá un gran papel en sus manos porque cuando ocurra el día que las aberraciones ataquen, los líderes tendrán que llevarlos a la victoria para evitar que Codece sea consumido.
—¿E-Estás diciendo que...?
—Quiero que portes esta bufanda —interrumpió Yrmax—, pero no será algo fácil. La bufanda te pondrá a prueba para probar si eres digna de ser una líder. Observará tu pasado del cual serás testigo de ello y puede que Ànima también lo sea.
—¿E-Estás diciendo que puedo ver mi pasado con esa bufanda? —preguntó Ànima.
—No todo, solo fragmentos que la bufanda considere importante para analizar si eres alguien digno, sincero y fiel. Digamos que es una forma de decir que Mitirga observa quienes son los elegidos actuales de nuestra raza y si se puede confiar en él o ella.
El silencio fue abrumador. Lizcia sentía el peso encima de sus hombros, preguntándose si la bufanda la iba aceptar. No era la única, Ànima se preguntaba si sería aceptada al ser oscuridad.
—Sé que es arriesgado —continuó Yrmax—. Sé que es una locura, sé que no debería confiar esto a una pobre ciudadana, pero teniendo en cuenta que la bufanda y la espada no me han aceptado por culpa de mi padre y yo no puedo hacer nada porque estoy amenazado, solo puedo confiar en ti. Si bien eres solo una ciudadana, siento que puedes ayudarnos gracias a la diosa que tienes a tu lado.
—¿Por qué confías en ella? —preguntó Ànima.
—Esa pregunta tendría que hacerla yo, ¿no crees? —Yrmax sonrió con suavidad—. No la conocías mucho y aun así decidiste entrar en su cuerpo para que te ayudara a conseguir sus recuerdos. Entonces, sé que si confías en ella, entonces a mí no me queda otra que confiar en vosotras dos porque un dios siempre es más importante que un príncipe o un rey.
«Mierda, no es justo —pensó Ànima—, seré una diosa, pero no se me puede confiar en mi ciegamente. Soy un ser que tiene su opinión, pero también me importa la de los demás. Maldita sea, tiene una fe muy ciega hacia los dioses y no todos son buenos».
Entre esos pensamientos, Ànima no se había dado cuenta de que Yrmax dejó en las manos de Lizcia la bufanda.
—¡E-Espera! ¿¡Será ahora mismo!? —preguntó Ànima.
—El tiempo importa y creo que es mejor apurarnos para poder saber si sois dignas de ello —respondió con firmeza.
Ànima se quedó en silencio para luego hablar a Lizcia.
—Lizcia, has estado demasiado callada, dime al menos qué opinas de todo esto —pidió Ànima.
Lizcia pensó un poco sus palabras.
—Siendo honesta, estoy muy asustada, pero si la bufanda me considera como alguien digna, creo que me sentiré muy lista para cumplir con la misión porque sé que tengo a mi lado a ti. —Sonrió con paciencia. Ànima se quedó muda, dándose cuenta que Lizcia empezaba a considerarla como una amiga—. Sé que no tengo experiencia en la supervivencia ni en el combate, pero creo que es cuestión de práctica.
—Si la bufanda te da el resultado, me encargaré de darte todo lo necesario para que sobrevivas y aprender a luchar —aseguró Yrmax.
—Yo también me encargaré de ello, pero tendremos que ponernos en serio a la hora de hacer ese entrenamiento. No solo tendrás que aprender a sobrevivir con mi ayuda, sino que también tendrás que saber defenderte por si ocurre algún peligro —explicó Ànima hacia Lizcia.
—Pero no hay muchas aberraciones aún.
—Tú lo has dicho, aún —recalcó Yrmax.
Estaba claro que esto no iba a ser una tarea fácil. Lizcia era consciente de ello mientras miraba la bufanda que tenía en sus manos. Temblaba, deseaba concienciarse al menos un poco de todo lo que estaba pasando, pero Yrmax la miraba agobiado.
—Bien. Lo haremos —susurró Lizcia mientras se colocaba la bufanda en su cuello.
—Que vuestro camino será puro —pronunció Yrmax.
—Y que la diosa Mitirga nos acompañe —terminó Lizcia.
Mitirga era apreciado por los mitirs. Sacrificó de su poder para poder darles un hogar, comida, prosperidad, amabilidad, seguridad...
Armas, violencia, desconfianza.
Su mayor error fue darles armas cuando las aberraciones salieron por primera vez. Mitirga no sabía quién fue el que consiguió robar los documentos y crear esa norma. Le era imposible creer que alguien obtuviera la llave que unía los cinco reinos. Aquel genio que creó la condena y el caos en Codece sabía las debilidades de todos, en especial las de Mitirga.
La ira la cegó tanto que muchos culparon a Mitirga por su imprudencia. Esto hizo que acabara encerrada en El Monte Sagrado por decisión de los elegidos.
¿Qué ocurrió después? Era algo que Mitirga desconocía, pero sabía que la desconfianza había llegado, culpándose unos a otros de crear esa norma tan caótica.
¡Son los Maygards! ¡Son los Zuklmers! ¡Son las Sytokys! ¡Son los Vilonios! ¡Son los Mitirs! ¡Todos son culpables!
No podían darse cuenta de que nadie tenía culpa y que se dejaron llevar por la ira cuando todo el caos ocurrió. Se separaron en vez de hablar y aliarse. Se odiaron en vez de comprenderse.
—¿Escuchas lo que te digo, Lizcia?
» Te confío a ti un gran cargo. Uno que no pude conseguir porque no quería ver morir a los míos que fueron los primeros en ser atacados. Creí que ellos fueron los que me traicionaron y me puse en contra, pero me equivoqué. Soy la culpable de todo esto.
» Yo no veo en ti la ira de mi raza. Yo no veo en ti el rencor que por tantos años nos ha consumido. Capaz tu inocencia y tu buena fe en los demás ha hecho que quedes cegada por el amor y la amistad, que todos pueden ser buenos si se puede dialogar.
» Capaz porque no ves lo que ellos expresan, capaz porque crees que todo tiene una solución. Yo, como elegida u diosa, no creo que todo tenga una solución, pero al verte a ti siento que me equivoco.
» Sé quién te acompaña. No la conozco, no es de este planeta.
—¿¡Qué?!
Ànima estuvo escuchando durante todo este tiempo la conversación que Mitirga le decía a Lizcia. Despertó de golpe, saliendo del cuerpo de Lizcia para verla enfrente suya.
Su bella presencia y gran altura mezclada de colores brillantes creó una combinación de recuerdos para Ànima. Inevitablemente se arrodilló ante ella.
Poseía un cabello ondulado y largo. Caminaba con delicadeza, sin mostrar el color de sus ojos. Frenó al quedar enfrente de Ànima. Su vestimenta se movía como si fuera las ondas de las aguas de un mar tranquilo.
—Siento ser tan brusca con mis palabras, capaz tuve que ser más delicada —se disculpó con una mirada relajada—. Veo tus recuerdos, pero son inusuales. Es como si pudiera ver dos historias y una de ellas es bloqueada por una figura que siempre rompe mis objetivos.
—¿D-Dos historias? ¿Y cómo que algo está bloqueando mis recuerdos? —preguntó Ànima.
Mitirga, con pena, afirmó con su cabeza.
—Así es. De nuevo, siento si mis palabras son bruscas, pero quiero explicarme mejor para que me comprendas. Siempre observo lo que la mente y el corazón contiene. En tu caso, ambos me muestran dos historias incompletas. Recuerdos en los que solo escucho voces.
» Tu mente muestra una vida en la que fuiste leal y respetuosa. Lograste hazañas que no puedo saber que son, pero que demuestran que fuiste una luchadora formidable.
» Mientras que tu corazón muestra una vida llena de tristeza. Un dolor constante como un puñal que perfora tus sentimientos y acabas en un estado de frustración continuo. Uno en donde, n-no pareces tener este aspecto.
—¿Cómo que no tengo este aspecto? —preguntó Ànima.
—Es como si hubieras tenido dos vidas.
—¿E-Es una broma?
Mitirga negó con suavidad, sintiéndose culpable del dolor y desesperación que tenía Ànima.
—Puedo, de alguna forma, darte el acceso a esos recuerdos. No aseguro que puedas conseguirlos todos, es más, lo más probable que oigas voces que no son su verdadero tono. Que sean distorsionadas, graves, débiles incluso —explicó Mitirga.
Ànima miró a su alrededor. No era más que un cielo oscuro donde sus pies tocaban lo que parecía ser un charco de agua cuyas ondas se iban moviendo hacia el infinito. Levantó su rostro, intentando no mostrar su debilidad, pero le era imposible.
—Yo...
Ànima apretó sus dientes y sus puños, negando con brusquedad ante la frustración que aún contenía por dentro.
—Ànima, no es malo que sueltes lo que sientas, de hecho, deberías hacerlo. Lo que veo es a una joven chica que ha estado sufriendo sin parar y que ha llorado sin parar hasta el día de hoy.
—¿¡Pero por qué?! ¡Quiero saber el porqué de ese sufrimiento! ¡¿Cómo que dos vidas?! —chilló con dificultad al serle difícil respirar.
—Puedo decírtelo, pero con una condición —pidió con firmeza. Ànima la miró de reojo mientras controlaba su respiración—. Como te dije, veo en ti a una joven triste que lo ha perdido todo. Una profunda tristeza que la llevó al suicidio, pero no porque fuera infeliz por su vida, sino porque perdió a alguien importante.
Sus palabras dejaron atónita a Ànima.
—Veo en ti una mujer fuerte capaz de hacer lo que sea para ayudar a los demás, y quiero que hagas eso con Lizcia, quiero que la protejas cueste lo que cueste porque sola no podrá, aunque sé que dijiste que lo harías con tal de obtener tus recuerdos, esta información que te doy, más al saber que no eres de aquí, no va a cambiar tu promesa, tú...
—Cállate —pidió Ànima. Mitirga se sorprendió ante su osadía—, lo entiendo, quieres que ayude a Lizcia y lo haré, lo tenía pensado. Siendo sincera, quería que estuviera en un lugar seguro para que no le ocurriera nada malo. Quería que se quedara con Ienia y yo hacerme cargo de todo esto porque hay vidas que existen y que están en peligro ante las aberraciones.
—¿De verdad los ayudarías aún sin conocerlos? —preguntó Mitirga.
—No soy como los demás dioses ambiciosos y egoístas. Capaz soy una persona demasiado buena, si estoy aquí y soy consciente de lo que pasa, no me voy a quedar de brazos cruzados. —Miró a su alrededor, viendo a lo lejos a Lizcia. Se encontraba dormida en el suelo con una sonrisa delicada. Esto enterneció a Ànima, pero a la vez la puso en alerta—. Como te he dicho, Lizcia no debería estar aquí. Ha sufrido demasiado como para que ahora tenga una misión que le costará su vida, pero es su elección. Yo no soy quién para controlar su vida, aunque sea un dios, no siento que tenga ese derecho.
Mitirga miró a Ànima con interés. Su mente y corazón eran dos polos opuestos, pero que juntos trabajaban coordinados. De ahí se le conocía a Ànima, la diosa de la oscuridad que cualquiera podría enamorarse por su personalidad.
¿Quién era ella y qué le había ocurrido?
—Tú nunca has nacido como un dios —contestó Mitirga con seguridad. Ànima la miró de reojo—. Ha sido una vez como ellos. Un civil, un mitir, un ser normal sin nada que lo destaque, pero con tu voluntad de ayudar siempre a los demás.
—¿Cree eso de mí? —preguntó Ànima.
—Cuando naces con un gran poder como si fueras un dios, actúas por capricho, actúas con inmadurez. No todos son así, pero por lo general suelen serlo —respondió Mitirga—. Cuando se hacen mayores es cuando lamentan su actitud y empiezan a madurar. En tu caso parece que alguien te enseñó a serlo, ser alguien que debe de ser consciente de lo que hace en todo momento.
Ànima no supo bien qué decir, pero sus palabras le hacían sentir cierta calidez y nostalgia hacia alguien. Un abrazo en sus espaldas mientras decía palabras que no tenían ningún tipo de sentido. Miró hacia abajo y sonrió con pena.
—¿Crees que podrás ayudar a Lizcia y a nuestro planeta? —preguntó Mitirga.
Ànima, levantando su cabeza, dejó ver sus lágrimas transparentes, sorprendiendo a Mitirga.
—Sí, claro que lo haré.
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