Capítulo 42: Jamás debes olvidar.

¿Era real lo que acababan de presenciar? La sensación no era tan dulce como uno podría esperarse, pero si dejaba ese alivio. Habían perdido a muchos en batalla y algunas de las ciudades habían sido casi destruidas. La amargura se sentía al enfrentar la realidad que muchos querían cegarla con la idea de que esa esa condena finalmente había terminado.

Recuperarse iba a ser complicado. Vivirlo fue una experiencia traumática, sobre todo en los que perdieron a los seres más queridos.

Con cuidado, los elegidos lograron salir con la ayuda de Eymar que, con sus últimos esfuerzos, logró llevarlos hacia Melin. Allí podrían ver los guerreros que miraban confundidos y con una gran tensión en sus cuerpos. Les alivió su encuentro, recibiendo la noticia que les hizo soltar sus armas y caer al suelo con lágrimas.

Quien peor lo iba a tener sería Yrmax. No paraba de toser, le faltaba el aire y se mareaba todo el rato. Fue agarrado por Ànima. Podía mantenerse en pie a diferencia de otros que estaban sentados por las heridas que tenían.

Poco tardaron en ser atendidos. Los mejores médicos salieron de los refugios. Alarmados por lo que veían, pidieron que trataran al rey y a Lizcia al poseer heridas más graves. Con ello, seguiría Xine, Rima, Curo y Eymar.

Ànima no tenía heridas, a diferencia de los demás. Sin embargo, se sentía cansada, especialmente al estirar su espalda y escuchar el crujido de sus huesos. Usar sus tentáculos de forma tan violenta tenía consecuencias, pero no quería tomarle importancia porque aún quedaba mucho por hacer.

Restablecerlo todo iba a tomar tiempo.

—¿A-Ayudarnos? —preguntó uno de los médicos.

—Sí, en lo que sea. Solo decirme y lo haré —aseguró Ànima.

El médico ajustó sus gafas, mirando a una de sus enfermeras para al final afirmar.

—S-Sí, dame un segundo.

Una lista de materiales le fue entregada a Ànima. Le tocaba viajar para conseguir materiales que pudieran dar propiedades curativas a los demás. De paso, si era posible, saber la situación en la que estaban.

—Tardaré poco, o eso espero —respondió Ànima.

El médico afirmó, viendo cómo se iba a gran velocidad, moviéndose entre las sombras.

El primer lugar fue Vilen. Llegar a Vilen le trajo recuerdos, pero a la vez una sensación horrible en su pecho que no la dejaba respirar. Ver como había destrozos en los alrededores y en la entrada hacia la cueva principal, hacía que apurara sus pasos.

Se movió por el puente y subió por las escaleras. Veía algunos guerreros siendo levantados o tratados por los suyos. En ocasiones frenaba sus pasos para ayudarlos, siendo una gran sorpresa para los Vilonios que no esperaban su aparición.

En medio de sus acciones, una voz logró llamar su atención.

—¿Ànima? ¿Qué haces aquí?

—¡Alex! —contestó Ànima, girándose para verle—. Oh. Estás...

—¿Cambiado? —preguntó, interrumpiéndole. Movió sus brazos y miró la ropa que tenía puesta. Agujerada, con manchas de suciedad y sangre—. Estoy bien. No salí herido y traté de cuidar a los demás. Incluso he luchado.

Ànima abrió un poco su boca.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

Alex negó con una débil sonrisa.

—¿Curo está bien? —preguntó.

—Sí, sigue con vida, pero necesito unos cuantos materiales que los médicos me han pedido —respondió Ànima.

—Entonces sígueme.

Caminó hasta llegar a las cuevas más profundas donde vio a varios Vilonios cuidando a otros. Alex intentó pasar en medio sin molestar hasta llegar a los recursos.

—¿Tuvisteis muchas bajas? —preguntó Ànima.

—No, por suerte no —susurró, para luego mirarla de reojo—. Aunque no se van a poder olvidar las bajas que hubo.

Ànima frunció un poco el ceño, viendo como Alex le daba algunas de las bebidas refrescantes y curativas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ànima.

Alex soltó un suspiro.

—Solo mira los ánimos que tienen los soldados y algunos Vilonios.

Se giró y vio sus rostros. Angustia, dudas, temor y dolor. Esos sentimientos mezclados creaban una presión en su pecho, y analizándolo en silencio, se dio cuenta.

—Cérin —susurró Ànima.

—No pudo sobrevivir —confirmó Alex. Ànima lo miró con dolor en su rostro—. Queremos hacerle un funeral como corresponde, pero tomará tiempo al tener que recuperarnos.

Ànima abrió su boca por un momento. Le temblaban los labios, pero al final pudo mantenerlos tranquilos.

—Sabéis que contáis con la ayuda de los demás, incluso de los Mitirs —recordó Ànima.

—Sí, Curo me explicó más o menos todo a gran velocidad —comentó Alex—, pero no va a ser fácil de asimilar tras tantos años.

Ànima afirmó con calma.

—Solo intentarlo.

Alex afirmó y sonrió a pesar del dolor que se veía en sus ojos bañados por la negrura. Ante esto, Ànima ofreció su ayuda a los Vilonios. Después de todo ella podía seguir adelante, más si la noche la acompañaba para ofrecerle su poder.

—Está bien —susurró Alex con un suspiro—. Si es posible, lleva algunos Vilonios al refugio.

Durante esa tarde, no solo hizo lo que le pidió Alex, sino que ayudó a restablecer los caminos o escaleras que llevaban a la ciudad. Su eficiencia era algo que tomó por sorpresa a muchos. Les parecía escalofriante, pero se iban acostumbrando, algunos incluso admirándola.

Tras unas horas, Alex se encontró con ella.

—Ànima, deberías volver —pidió con calma.

—¿Seguro que no necesitáis nada más? —preguntó.

—No, aparte, creo que tu ayuda hará falta en otras ciudades, ¿no crees?

Ànima afirmó con calma y se despidió de Alex con cordialidad.

Se movió hacia Meris. Las montañas calurosas con el Sol presente en ese día hacían que Ànima le fuera difícil moverse, pero al llegar, se dio cuenta del cambio. Meris era consumida por la destrucción propia de un volcán, pero a pesar de lo malo algunos podían salir y reconstruir la ciudad.

—¿Dónde está Ziren? —se preguntó mientras miraba a un lado a otro.

Los presentes la miraban con atención. No se atrevían a hablarle por temor. Aquello desesperó un poco a Ànima, obligándola a respirar hondo.

—Necesito vuestra ayuda —pidió en un tono firme—. Vuestro elegido, Xine, se encuentra en un estado bastante crítico. ¿Es posible que tengáis alguna piedra curativa? ¿O que me podáis llevar hacia Ziren?

Pronunciar ese nombre hizo que muchos miraran a otro lado, conteniendo sus ganas de llorar. Aquella obvia pista hizo que el corazón de Ànima se estrujara.

—No... No puede ser que...

—Diosa Ànima —intervino uno de los Zuklmers—. Hablar con Ziren no será posible, pero sí podemos ofrecer algunas de nuestras medicinas para ayudar a Xine.

Ànima tragó en silencio y afirmó con su cabeza.

—Gracias —murmuró—, y si necesitan ayuda con algo, por favor, decirme sin temor.

El Zuklmer afirmó con calma, llevándola hacia uno de los refugios donde tenían las medicinas. En el proceso, Ànima no paraba de darle vueltas a todo.

«Xine. Curo. Lo lamento tanto...»

Tras recibir la medicina, preguntó si de verdad necesitaban ayuda en algo. Los Zuklmers respondieron con educación, diciendo que no era necesario. Únicamente pedían información de su líder y cuándo volvería. Ànima no pudo dar una respuesta muy clara, pero aseguró que regresaría con más fuerzas que nunca.

«Al menos un poco de esperanza. En cuestión de semanas han perdido a dos de sus líderes. Si pierden a Xine, se verán totalmente perdidos».

Siguió con su misión hacia Synfón. En su camino, pudo encontrarse con varias Sytokys cerca de Miei. Mirando a su alrededor, pudo encontrarse con Lasi, quien atendía a los Mitirs y Sytokys que habían caído heridos.

—¡Ànima! —gritó Lasi aliviada. Se levantó del suelo para correr hacia ella y abrazarla.

Tal gesto tomó por sorpresa a la diosa, pero correspondió al abrazo.

—¿Todo bien? —preguntó Ànima.

—Han surgido algunas bajas, pero hemos podido hacerlo frente —respondió Lasi—. Es una situación un poco crítica. Estrofa se encuentra muy herida, no sé si seguirá aguantando más, y algunos mitirs guerreros han caído en combate.

Ànima chasqueó su lengua, mirando a otro lado con sus ojos.

—Si necesitáis mi ayuda en algo, puedes contar con ello —aseguró Ànima.

Lasi puso su mano en su barbilla, para al final tragar en seco.

—Necesito que mires por los demás Mitirs en Miei. Según sé, las aberraciones atacaron desde sus refugios. Necesito saber quiénes sobrevivieron y...

—¿D-Desde los refugios subterráneos? —interrumpió Ànima.

Lasi afirmó con su cabeza.

—Maldita sea —susurró Ànima, apartando con cuidado a Lasi—. Iré de inmediato. No te preocupes.

Lasi quiso decirle algo más, pero no pudo al ver como Ànima corría a gran velocidad hacia la entrada de Miei.

«Decirme que estáis con vida», pidió Ànima.

Se movió con agilidad, encontrándose con varias Sytokys y Mitirs curando a los suyos. En medio de sus lágrimas, Ànima se movía hacia los dos hogares que conoció al principio de encontrarse con Lizcia.

Fue a su hogar. Abrió la puerta y se encontró con el desastre. Objetos destrozados por el suelo. Muebles, telas, comida, platos, utensilios y mucho más. Una desorganización que dejó inmóvil a Ànima.

«No hay sangre —pensó, para luego apretar sus labios—. No me creo que vaya hacer esto».

—¡¿Maya?! —preguntó Ànima en un fuerte grito—. ¿¡Maya?! ¿¡Dónde estás?! ¡Estamos a salvo, las aberraciones han terminado! ¡La condena no existe!

Caminó por la casa, movió los objetos de un lado a otro, pero no encontró nada ni nadie. Tragó en seco y miró hacia la puerta principal.

—Ienia...

Se movió con rapidez, yendo hacia su hogar, pero antes de llegar, vio como parte de la casa estaba derrumbada. Asu alrededor, algunos Mitirs que intentaban mover las vigas y trozos de madera.

—Dejarme paso —pidió Ànima en una voz demandante.

Los Mitirs les tomó por sorpresa su aparición, pero hicieron caso. Ànima movió los tentáculos de su espalda para apartar lo que había en su paso. Sus respiraciones eran angustiosas, muchos incluso temblaban sin querer. Veían como Ànima retiraba todo con fuerza y velocidad.

Hasta que retiró una de las tablas de madera que la hizo quedarse inmóvil.

—N-No puede ser —susurró Ànima. Su voz había quebrado por un momento—. No le hagas esto a Lizcia.

Como mejor pudo y gran cuidado, apartó las vigas y tablas de madera para ver los dos cuerpos. Eran apenas identificables y la sangre que había en el suelo se había en parte secado. Había pasado un buen rato desde lo ocurrido y ya no había opción para ellas.

Ànima les dio las espaldas, apretando sus puños mientras cerraba sus ojos. No supo qué decir ni qué hacer hasta que escuchó una voz que la hizo abrir sus ojos.

—Ànima, y-yo lo siento tanto —susurró Lasi, viendo también aquel desastroso escenario.

Ànima intentó recomponer su respiración para al final mirar a Lasi.

—Intentar dejar sus cuerpos como están, cubrirlos si eso. Es posible que cuando Lizcia se entere, se haga un entierro como es debido —pidió Ànima.

Lasi afirmó con cierta dificultad.

—D-De paso, ¿es posible que tengas alguna medicina extra para Rima? Está algo herida y es necesario curarla antes de que sea peor —continuó.

—Claro, sígueme, tengo los materiales en uno de los refugios.

Ànima afirmó, y antes de irse, miró por últimamente los cuerpos. Respiró hondo y habló:

—Que las Lunas os acompañen en vuestro descanso. Que, con ello, Luán, la primera luna, os lleve a una vida llena de oportunidad y con una gran paz que os merecéis.

Fue la primera vez que lo dijo, pero para ella era como si lo hubiera dicho miles de veces ante las muertes injustas de los suyos.

Los médicos agradecieron su ayuda. Ahora podían actuar con un poco más de seguridad con los materiales en mano. Ànima en todo momento los miraba con una gran preocupación, en especial a Yrmax porque había empeorado. Le era difícil mantener la respiración.

Su enfermedad generada por ese virus había llegado a consumirle hasta sus pulmones. Fue arriesgado estar cerca, más si usaba su poder para dañarle.

Puso sus manos en su frente, masajeándolo. Las dudas y temores iban creciendo en ella ante todo lo ocurrido.

«¿Por qué? ¿Qué son? ¿Qué desean? —A la vez que más dudas surgían sobre su hermana, lo que la hacía suspirar de resignación—. ¿Por qué huyó? ¿Por qué lloraba con aquella sonrisa? ¿Por qué se disculpó? ... ¿Tanto hace el poder de la manipulación?»

—¿Dónde está Ànima?

Despertó de sus pensamientos para mirar hacia Lizcia quien empezó a gruñir de dolor.

—Tranquila, Lizcia, estoy a tu lado. Intenta reposar, no estás del todo curada —le pidió mientras se acercaba con cuidado.

Ànima escuchó sus propias voces culpándola de lo que había hecho. No se sentía contenta por lo que había hecho, aunque la paz existiera, sentía que no había hecho suficiente. De pronto, sintió la mano de Lizcia en su hombro, sonriendo con dulzura.

—Me alegra saber que estás aquí.

Ànima no pudo evitar sonreír. Agarró la mano de su compañera con cuidado para explicarle todo lo que estaba ocurriendo. Tomó su tiempo mientras los médicos examinaban a los demás. Obtenían resultados mejores a diferencia de Yrmax, que era al que más tiempo le dedicaban.

—Al menos se van recuperando, aunque las bajas han sido horribles —comentó Lizcia—. Espero que Ienia y mi madre estén bien.

Ànima se quedó en silencio. No, no le había dicho la verdad, creía que aún no era el momento para ello.

Con el tiempo, los elegidos fueron recuperándose. Xine obtendría una nueva protección en la zona de su pecho. Una hecha de metales duros como marca de su valentía, y no sería el único, Curo tendría un parche en su ojo derecho y hombro se habría recuperado.

—¡Mírate! Te ves como un coloso de hierro —comentó Curo con una ligera risa.

—A ti te queda genial ese parche, te ves más rudo —respondió Xine.

—¿De veras? —preguntó Curo, para luego mirar a Ànima—. ¡Eh! ¡Ànima! ¿Qué tal me veo con este parche?

Ànima cruzó sus brazos con una ligera risa.

—Te compararía como Halvar, pero no te pareces nada en él más que en el parche —contestó Ànima con una risa.

—¿Es un hombre rudo?

—Oh. Sí. Es líder de una tripulación Vikinga. Créeme que llamarás la atención de muchos Vilonios —contestó.

Curo se rio.

—Puede, pero mi corazón ya tiene a un favorito.

Por otro lado, Rima jugaba con sus manos, controlando sus ganas de llorar. En medio de esas dudas constantes que atacaban su cabeza, la repentina compañía de Ànima la tomó por sorpresa, más cuando la abrazó de lado.

—¿Estás bien? —preguntó Ànima.

—Ah. S-Sí. Yo, e-estaba preocupada y...—Respiró hondo, agachando su cabeza—. No pude hacer nada Ànima.

—¿A qué te refieres? —preguntó, mirando por un momento su alrededor. En principio en la habitación solo estaban los elegidos, sin contar Lizcia.

—Fui a Miei. Traté de hacer algo. Intenté salvarlos, pero tenía tanto miedo —admitió. Lágrimas caían por sus ojos—. No pude siquiera salvar a Ienia.

Ànima tragó en seco ante esas palabras y la abrazó con más fuerza. A punto de hablar, escucharon como algo caía al suelo.

—¿Cómo que h-ha muerto?

Viendo que Lizcia, por desgracia, había escuchado esas palabras y por ello había soltado el vaso de agua.

—Y-Yo... —Rima cayó en un llanto horrible, levantándose para acercarse a Lizcia—. ¡Lo siento tanto! ¡Esto es mi culpa! ¡Debí haber hecho algo más! ¡Y-Yo...! ¡Y-Yo...!

A pesar de la situación, Lizcia se acercó a Rima para abrazarla. Aquello tomó por sorpresa a todos, pero pronto se dieron cuenta que no podía ocultar su sonrisa tranquila. Lizcia, por primera vez, lloró enfrente de ellos.

Los elegidos no dudaron en acercarse, abrazándose todos en grupo. A pesar del dolor, sentirse acompañado era lo que hacía Lizcia sentirse querida y protegida por los suyos. Sonreía, pero con una debilidad que a todos les destrozaba.

Cuando nos recuperemos, creo que es justo que hagamos sus entierros correspondientes. Unos donde puedan descansar en paz como se merecen —murmuró Lizcia.

Todos estaban de acuerdo.

Los siguientes días fueron complicados. Los elegidos debían permanecer con los suyos para restablecer sus hogares, en especial el de los Zuklmers, quienes obtuvieron de la ayuda de las demás razas.

Xine agradecía su ayuda. Sonreía, pero los demás sabían que no era del todo honesta cuando pronto sería el funeral de los Zuklmers. Entre ellos, su familia.

Cuando ese momento llegó, el silencio se hizo. Zuklmers llevaban las rocas de sus familiares para soltarlas por el río de lava que rodeaba la ciudad. Según decían, era una forma de que su cuerpo descansara y que a cambio una nueva vida apareciera en la vida de los Zuklmers.

«Es como una purificación. El cuerpo muere para rejuvenecer en unas nuevas rocas donde el alma vivirá dentro. Curioso cuanto menos —pensó Ànima mientras miraba de reojo a Lizcia. En todo momento tenías las manos agarradas y cerca de su pecho—. Aún tiene devoción a Mitirga como todos los Mitirs».

No duró mucho el funeral. Xine no se sentía cómodo y pensaba en restaurar la ciudad, dejando el lamento a un lado.

—¡Xine! —gritó Lizcia, acercándose a él antes de que se alejara demasiado.

El mencionado se giró, y antes de que hiciera nada, recibió un abrazo de Lizcia que quebró algunas de sus rocas.

—Estoy bien, Lizcia —habló, viendo como su compañera apretaba aún más en su abrazo—. Tranquila, es algo que debo asimilar.

—Pero no es bueno contener las emociones, me lo dijisteis.

Xine sonrió con suavidad, acariciando el cabello de la joven.

—Lo sé, lo tengo muy en cuenta.

Su abrazo no sería solitario, los demás elegidos lo acompañaron. Xine tembló sin parar al verse vulnerable. Mantenía esa sonrisa mientras de sus ojos caían por primera vez unas lágrimas rojizas que no pudo contener.

Y esto no era lo único por lo que tendrían que pasar.

A los pocos días se haría el funeral a Cérin. Su pérdida fue un puñal horrible en los corazones de los Vilonios, en especial a Curo. Desde que llegó a Vilen, se encargó de su ceremonia fuera la más bella y memorable. Y lo consiguió con la ayuda de varios de los suyos junto a la compañía inseparable de Alex.

Su cuerpo era envuelto por diversas plumas, flores rodeado de nieve. Había sido llevado hacia la montaña donde Cérin solía visitar de joven. Una donde entrenaba y pasaba gran parte de su tiempo con sus compañeros. Y la que también lo fue para Curo.

—Cariño, llevas rato sin decir nada, ¿estás bien? —susurró Alex, agarrándole la mano con dulzura.

Curo sintió escalofríos en su espalda a la vez que un repentino calor en sus mejillas.

—A-Ah, sí. Lo siento. Dándole vueltas a todo —murmuró, viendo por última vez el cuerpo de Cérin—. Es mejor que lo enterréis y que descanse ya en paz.

Alex afirmó con calma, pero no con eso, le abrazó con todas sus fuerzas.

—No estás solo, recuerda eso. ¿Sí?

Curo no dio una respuesta, pero su sonrisa lo decía todo.

Ese día los elegidos no quisieron molestar a Curo. Comprendían que era mejor estar con aquel que quería y así poder desahogarse. De igual forma, no tomó muchos días, y esto tomó por sorpresa a los elegidos que ayudaban a los Vilonios.

—Veo que ni descansar podéis estando en mi casa —comentó Curo. Todos los elegidos se giraron.

—Curo, creí que necesitabas más tiempo y no queríamos molestarte —respondió Xine.

—Lo aprecio, pero tenemos mucho por delante —respondió para luego mirar de reojo a Lizcia—. ¿No creen?

Era obvio a qué se refería. El entierro que tenían a continuación era uno que Lizcia en ningún momento comentó, ni siquiera a Ànima.

—Está bien —murmuró Xine, poniendo las manos en sus caderas—. Pongámonos en marcha.

El funeral que se celebró en Miei fue doloroso para Lizcia. Ver los ataúdes de su madre y su amiga no era algo que la hiciera ilusión. No vio los cuerpos. Fue a petición suya porque ver los que quería —a pesar de lo malo— de esta forma iba a ser un recuerdo horrible.

Ànima no se alejó de Lizcia en ningún momento porque la misma se lo pedía, aunque de por sí la diosa no se iba alejar. Siempre estuvo atenta a ella y cuando no podía más, abrazaba a Ànima con todas sus fuerzas, llorando en silencio.

—Está bien, Lizcia. Descarga todo. Te hará bien —susurró Ànima.

El problema era que no solo fue en el funeral donde lloró. En una de esas noches, Lizcia que incapaz de dormir. Se quedaba en silencio, dándole vueltas a todo lo ocurrido hasta que Ànima se dio cuenta de ello.

—¿Qué haces despierta? Debes reposar, Lizcia. Estos días han sido muy duros —respondió Ànima, acercándose a su lado para abrazarla.

—No puedo —susurró Lizcia con la voz quebrada—. Simplemente no puedo.

Ànima soltó un suspiro largo, y con cuidado puso la mano en su cabeza.

—De pequeña mi madre solía cantarme canciones de cuna —comentó Ànima con una leve sonrisa—. Y cuando renací, mi otra madre solía ponerme la mano en la cabeza de esta forma para tranquilizarme.

Lizcia movió su cabeza hacia su mano, sintiendo una repentina calidez.

—¿Me das el permiso, Lizcia? Quiero que descanses —explicó Ànima.

—Siempre te he dado el permiso, Ànima —respondió Lizcia en un susurro—. He confiado siempre en ti.

Con una sonrisa delicada, Ànima soltó la oscuridad de su mano. La idea de esto era que Lizcia no pensara en nada más que en los buenos momentos que había vivido. El cansancio azotó en la joven y cayó rendida en los brazos de Ànima.

Suspiró con calma y la recostó en la cama para luego levantarse. Se quedó de pie, mirando hacia la noche que aún los acompañaban.

«Agridulce. Demasiado —pensó Ànima—. No sabemos qué ha sido de Yrmax y, aunque tengamos esta paz, mi hermana puede aparecer de nuevo. —Giró su cuerpo hacia Lizcia y respiró hondo—. Todo esto me ha despertado más dudas y temores. ¿Seguirán mis padres de la tierra vivos? ¿Y cómo se habrán tomado todo?»

Tragó saliva y contuvo sus ganas de llorar.

«¿Por qué acabaste así, hermana?»

Terminados los funerales, los elegidos regresaron a Melin para ver la salud del rey. Le costaba mucho reaccionar y hablar. Tenía momentos de lucidez como de repente caía en un largo sueño. Al menos su enfermedad había dejado de crecer y ahora podían empezar con las medicinas. Era admirable el trabajo de los médicos y enfermeras. Daba igual de qué región. Cada uno de ellos fueron los salvadores.

En ese mismo día, los elegidos se vieron reunidos a petición de Eymar en la sala de reuniones del castillo.

—Como sabéis, Yrmax es el rey y como tal no tiene más herederos. Si muere, tendremos a los Mitirs sin rey —explicó Eymar.

Xine miró a Eymar con atención para soltar un suspiro.

—Una situación así ha ocurrido en mi ciudad. En mi caso muchos de los míos me pidieron que me casara con alguien para tener una herencia —respondió Xine.

—Sí, pero tú estás bien, Cine. Yrmax no —contestó Eymar.

—La enfermedad frenó, eso ya es un avance y los médicos están atentos a él. Pensad en positivo, es posible que se salve de esta —comentó Curo.

—Cierto, pero aun así no puede ejercer bien como rey —explicó Eymar.

—¿Y por qué no lo hace Lizcia? —sugirió Rima.

El silencio en ese momento fue descomunal. Lizcia no paraba de temblar.

—Yo soy elegida, no reina —contestó Lizcia—. Y no creo que acepten que sea la reina cuando no tengo ninguna relación con Yrmax. No soy de sangre real. Solo una elegida. No creo que los mitirs acepten esto.

—Pues las opciones que nos quedan son pocas —comentó Curo—. O rezamos a nuestros dioses para que Yrmax siga o aceptan que tu seas la reina.

—No lo harán, Curo —respondió Lizcia.

—Malditos cerrados de mente —susurró Curo, soltando un suspiro—. Siempre a la antigua. De verdad.

Ànima también era presente en la conversación, y escuchando todo, tuvo una pequeña idea.

—Podríamos hacer algo —comentó Ànima, captando la atención de todos—, pero no sé si es lo mismo a lo que yo leí en mi planeta.

—¿El qué? —preguntó Eymar.

—Bueno. Algunos reyes tenían a sus esposas para que reinaran cuando sus hijos no tenían la edad para ello. Otros en cambio le daban el reinado aun teniendo pocos años, pero era más la reina quien cumplía la función.

El silencio se hizo en la sala. Curo abrió la boca por completo.

—¿D-Dices de casar a Lizcia con Yrmax? —preguntó Curo.

—B-Bueno, es lo poco que se me ocurre y para que no todo no se vaya al desastre —contestó Ànima.

—Pero no vamos a forzar a Lizcia e Yrmax a una boda. A lo mejor ni se quieren —contestó Rima.

—No necesariamente tienen que enamorarse, es fingir de cara a los demás.

—¿Una actuación? —preguntó Rima.

—Sí... Eh. El asunto es que esto es solo una idea. No se si Lizcia...

—Yo lo veo bien.

Todos se giraron de golpe hacia Lizcia ante sus palabras.

—Sé que dije que no era reina, y como tal sería una tarea grande, pero pensándolo bien, si me casara con Yrmax, los Mitirs lo verían lógico por cómo hemos luchado y estado juntos. Se creerán ese romance —explicó—. Y en cuanto a reinar, no sería yo solamente. Después de todo Yrmax es consciente y con su ayuda más los consejeros, se podría llevar bien el reinado.

—Aun a malas contáis con la ayuda de los elegidos —recordó Eymar—. En especial con los Maygards al tener conexión directa con ustedes.

—El asunto ahora es si Yrmax acepta —recordó Curo, cruzando sus brazos.

—Hagámosle la propuesta —respondió Eymar, levantándose del asiento.

Curo se puso las manos a la cabeza.

—De plumas locas al río. Ay por Orgullo.

La propuesta fue dicha a Yrmax cuando le encontraron en un mejor estado. Su rostro reflejaba sorpresa, pero estuvo un buen rato pensándolo.

—Siendo honesto es algo que había pensado. Creía que esta enfermedad acabaría matándome, y si bien no lo hace, no puedo asegurar que siga en pie en el futuro —comentó Yrmax, mirándolos—. Muchos me han dicho que reinar en este estado será complicado para mí. Podría, me han dicho que sería capaz, pero con una medicación y tratamientos severos que me dejarían muy indispuesto.

—¿Entonces...? —preguntó Curo.

—Pero con Lizcia a mi lado, sería como la cara visible. La reina que podría estar presente a los demás. Juntos resolveríamos las dudas, pero ella sería mi voz —explicó Yrmax—. Sí. La boda podría funcionar, después de todo pensarán que nos llevamos bien y que el amor surgió al estar juntos y luchar a la par. Muchos ciudadanos nos vieron al salir y pelear.

Curo se puso las manos a la cabeza.

—Por Valor, ¿es de verdad lo que dices?

Xine le dio un codazo.

—Es eso o nada, Curo.

—Ya, Xine, pero ¿cómo lo hacemos? Hay que hacer una ceremonia y todo, ¡algo creíble!

—Podemos decir que es una boda privada —comentó Rima.

—No, eso no funcionará —intervino Ànima—. Solo nosotros podemos saber esto. Si los de la nobleza se llegan a enterar que es falso, la tendremos complicada. Yrmax tendría que casarse con Lizcia de verdad y que varios estén presentes.

Rima puso la mano en su barbilla con una sonrisa traviesa. Curo se dio cuenta de ello.

—No vas a pensar en hacer la ceremonia con la música y todo, ¿verdad? —preguntó Curo.

—Es la primera boda que veo y prepararla sería genial. Deja que tenga mis ilusiones.

—Te permitiría hacer mi boda, pero por Orgullo, ¿ésta? —preguntó Curo.

Rima soltó una leve risa.

—No sabía que te ibas a casar con Alex —comentó Rima.

—¡Era solo un decir! —chilló Curo, cubrió su rostro avergonzado—. Mira, haced lo que veáis. Yo me voy a volar un rato.

Mientras Curo se marchaba de la sala, Yrmax miró hacia Lizcia por un momento.

—Lizcia, has estado muy callada este tiempo, ¿de verdad te parece bien? No quiero que te sientas forzada a esto —preguntó Yrmax.

Lizcia alzó un poco su rostro, afirmando con calma.

—Sí, me parece bien y es necesario, aparte yo estaba de acuerdo con la idea.

Yrmax suspiró aliviado para al final afirmar.

—Bien, preparemos la boda. Si es posible para esta semana.

Rima dio saltos de ilusión, tomando por sorpresa a Xine que estaba a su lado. Eymar la miró con una leve sonrisa para al final moverse. Si había boda, debían prepararlo todo bien.

Ànima fue de las últimas en irse, viendo como Lizcia estaba al lado de Yrmax. Con una ligera sonrisa, se marchó de la habitación para ayudar a los demás con la ceremonia.

Cuando la boda llegó, los nervios se palpaban en todo el castillo. La elegancia, detalle y belleza eran presentes en todos los lados y el bullicio se había formado ante la boda. Muchos no daban crédito a lo que vivían, pero creían que Yrmax y Lizcia se casaran.

«Al menos eso funcionó», pensó Ànima aliviada, escondida por los pasillos, viéndolo todo en silencio.

En ese día, Lizcia vestía con ropas un poco pesadas, pero que la hacían ver como una maravillosa reina junto a su bastón cubierto por la magia de los Maygards. Nunca sintió tantos nervios, pero lograba relajarse cuando se giraba a Yrmax y sentía su presencia. No veía la elegancia de su vestido, pero sonreía con dulzura mientras caminaba a su lado.

Tras el largo proceso donde ambos aceptaron, la fiesta pronto llegó. Diversas razas fueron presentes en ese día, bailando y disfrutando de la buena comida. En todo momento, Ànima se quedó distante, y no porque no deseara estar ahí, sino porque las despedidas no eran lo suyo.

Y más cuando tenía un destello en sus manos.

«Curo fue muy amable conmigo en darme los apuntes de Cérin. Me han servido para saber más sobre lo que nos rodea —pensó Ànima, observando la estrella dorada de cuatro puntas—. Supuestamente los destellos llegan a los planetas de vez en cuando. Al impactar, tienen tres días para que desaparezcan. De ser así, me queda solo hoy para usarlo».

Alzó su rostro para ver como Lizcia bailaba junto con Yrmax. Reía como nunca mientras la música de las Sytokys sonaba de fondo. Un escenario tan bello que hizo sonreír de cariño a Ànima.

«Los destellos tienen la oportunidad de teletransportarme —recordó, tragando en seco—. Me llevaría a otro planeta, uno donde a lo mejor podría tener más oportunidades para saber la verdad y buscar a mi hermana. Solo espero que este mismo destello me pueda llevar de vuelta aquí o a lo mejor si dispongo de alguna nave».

Suspiró, sonriendo con calma.

—Por ahora, nos veremos en otro momento, Lizcia. Al menos espero que leas la nota. Cuando termine todo este problema, juro visitarte para ver que tanto has cambiado y como ha ido todo.

Tras eso, bajó su mirada, viendo un holograma salir del destello.

—Por ahora mi objetivo está claro —pronunció con seriedad—. Y mi siguiente destino es Steinfall.

Y agarrando el destello, el brillo dorado la envolvió por completo para desaparecer de Codece.

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