Capítulo 4: Respeto y valor.

Salieron cuando el Sol estaba desapareciendo, Lizcia corría bajando por la montaña, dejando atrás su hogar. Ànima en todo momento la tranquilizaba, asegurándole que con su poder la ayudaría en todo lo que hiciera falta.

El Monte Sagrado era un lugar complicado de acceder y bastante frío. Lizcia no llevaba la mejor ropa para ir a un lugar como ese, por lo que le pidió a Ànima que solo se acercarían a la entrada.

—¿Solo la entrada? —preguntó Ànima.

—Sí. Aparte, según sé, ese lugar está protegido por centaleones —respondió Lizcia.

—¿Qué son esas bestias?

—Me dijeron que eran caballos con aspecto de león. No lo sé bien —susurró.

—Supongo que puedo hacerme una ligera idea —murmuró Ànima para luego mirar su alrededor—. ¿Te es pesada la mochila? ¿Necesitas alguna cosa?

—No. Creo que lo tengo todo. Ienia me dio lo necesario, incluso dinero, aunque le había robado un poco a mi madre —admitió con cierta timidez.

—Capaz podamos comprar ropa en alguna tienda.

—Reza con que sea barata.

Tras bajar la montaña donde estaba su hogar, pasaron por un túnel pequeño que los llevaría al río. Se escuchaban los pájaros cantar con timidez junto al rumor de las aguas que llevaban todo tipo de seres marinos. En todo momento, Lizcia se mostró maravillada por su alrededor.

—Tengo que agradecértelo de nuevo, Ànima. Esto es increíble —susurró Lizcia.

—Tu disfruta de ello mientras nadie te vea, Lizcia. Esto no es nada para mi —contestó Ànima.

Con cuidado, cruzaron el puente de madera con cautela. Lizcia no paraba de distraerse con su alrededor. Los árboles verdosos las acompañaban con una brisa de aire fresca. Levantaba unas pocas gotas de agua provenientes del río, esto hizo que Lizcia cubriera parte de su mejilla con su mano derecha.

Veía con emoción ese atardecer. El día no duraba tanto como la noche en otoño, lo que ponía un poco en alerta a Lizcia.

—Tranquila —murmuró Ànima—. La oscuridad no te hará daño.

—¿De verdad que no?

—Soy la diosa de la Oscuridad. Ella me protege y me da poder, como también lo hará a ti.

Cruzado el puente, caminó con cuidado por el único camino de tierra en medio de la hierba. A lo lejos veía las imponentes montañas con un arco unido en medio de estas. Estaba casi destrozada y desgastada, con un color amarillento.

—Escucha, Lizcia, ¿crees que los mitirs de tu pueblo la creerán?

La pregunta pilló desprevenida a Lizcia.

—Les costará creer algo así, pero si les dice que he sido poseída por una aberración, preocupará a todos y me buscarán para eliminarme.

—Entiendo —susurró Ànima, frunciendo un poco el ceño—. Siendo honesta, te creía más inocente.

—Ahora mismo no es una situación para estar de risas, más si he aceptado ayudarte —contestó Lizcia.

—Entiendo —murmuró Ànima, para luego soltar un ligero murmullo—. Eres buena e inocente con los que se lo merecen, pero tú ya sentías que las cosas no iban bien. Empezando con tu madre.

—Mi familia es rara... —Lizcia miró el suelo, el pasto estaba mojado y había unas pocas flores amarillas. Frenó sus pasos para agarrar una de estas y ponérsela en su cabeza. Sonrió y volvió hablar—: Mi madre, como te dije, estuvo con varios hombres, pero uno de ellos era un peligro para nosotras porque traicionó a los nobles. Esto, por desgracia, nos afectó, pero nos dejaron vivir en paz porque no teníamos ni idea.

—Parecen ser racionales.

Ànima veía como Lizcia tomaba varias flores para hacer una pequeña corona. Cuando se la puso como si fuera una diadema, se caerían todas al suelo. Ante esto, Lizcia soltó una risa tierna.

—A ratos. Supongo que nos dejaron en paz porque yo era pequeña y no podían aceptar el hecho de verme a mi sin padres —explicó Lizcia—. Sea cual sea el motivo, mi madre nunca me ha tratado bien, parece que no entendía que era ciega.

—Eso sí que no lo entiendo.

—Soy ciega de nacimiento, aunque no creo que eso fuera un problema. —Lizcia se rascó la cabeza con timidez. Negó con suavidad y siguió avanzando—. No recuerdo del todo mi pasado, tampoco es que tenga buena memoria, no voy a mentir. Pero... el caso es que empatizo contigo.

—Por ello me ayudas —concluyó Ànima.

—Entiendo la frustración, por ello quiero aportar con lo mejor que tenga —se justificó Lizcia.

—¿Ienia sabía sobre tus recuerdos?

—No del todo, decía que mi madre era así, pero no conoce a mi verdadero padre, y no nací en ese pueblo a diferencia de Ienia —respondió apenada.

—¿En dónde naciste?

Señaló a sus espaldas con su brazo izquierdo, girándose para indicar el lugar donde nació, del cual estaba muy lejos.

—Nací en Melin, la ciudad principal de los Mitirs —explicó Lizcia—. Allí estuve durante una temporada. Tengo recuerdos nublados porque todo era muy caótico. Según dicen, nací en un conflicto grave entre los de mi raza y por ello siempre nos movíamos de un lado a otro a pesar del peligro.

—Ahora empiezo a entender.

—Mi historia no es nada interesante —aclaró Lizcia—. Al estar ciega toda mi vida, no supe nada de mi alrededor. Gracias a ti estoy empezando a entender que ocurre.

Lizcia sintió una repentina calidez en su pecho. No era suyo, sino de Ànima. Sonrió con dulzura, sabiendo que había logrado enternecer el corazón de un dios. Cada vez le sorprendía más que un dios tuviera sentimientos como los suyos.

Siguiendo el sendero, caminaron hasta la entrada, viendo la montaña nevada de gran altura donde en la cumbre se encontraba el altar de la diosa Mitirga. Se decía que los más fieles la recorrían casi cada día para mostrar su fe.

—Sois demasiado religiosos por lo que veo —comentó Ànima.

—Mucho. Si nombras algo malo de Mitirga, podrían dejarte fuera del pueblo o apalizar —aseguró Lizcia.

—¿Tanto?

—Sí.

Frunció el ceño por culpa de Ànima.

—Y si subían esta montaña, ¿por qué no veo ni uno ahora? —preguntó Ànima.

—Por las aberraciones y los centaleones. Estos aparecieron hace pocos años, siento unas bestias un tanto agresivas con aquellos que no sean devotos a ella, y aun si lo eras, te atacaban.

Frenaron sus pasos sin adentrarse a esa zona helada. Su alrededor era bello para Lizcia. A su derecha podía ver una enorme cascada, un escandaloso sonido, pero que no le molestaba. El agua bajaba con velocidad hacia un lago que tenían debajo suya. Se encontraban en un puente bastante grande que llevaba hacia el monte Sagrado.

No muy lejos de donde estaban había unas estructuras destrozadas. Estaban hechas de madera piedra, dejando en claro que en su momento vivía una pequeña civilización.

—¿Recuerdas algo? —preguntó Lizcia mientras seguía mirando a su alrededor

—Nada.

—Vaya. —Lizcia rascó un poco su cabeza, sin saber bien que decir.

—Dame un segundo, quiero hacer una cosa —pidió Ànima.

Sin aviso previo, Lizcia dejó de ver. Aquello la tomó por sorpresa, apoyando su mano hacia una de las paredes de una antigua casa. Empezó a temblar, más ante la pesada sensación en su hombro.

—¿Qué has hecho?

—Lo siento, no te avisé —susurró Ànima algo nerviosa—, pero he conseguido sacar parte de mi cabeza y brazos.

Sintió escalofríos ante esas palabras.

—¿Y-Y cómo eres? —preguntó Lizcia.

Ànima se quedó en silencio para al final dar una respuesta. Era una mujer alta —al menos eso sentía cuando sacó parte de su cuerpo—, su cabello corto era negro como sus ojos. Su vestimenta era mezcla de distintos grises, un pequeño escote que dejaba ver su piel que también era oscura. En sus brazos y parte de sus manos tenía unas mangas negras, como un tipo de protector, aunque era más bien estético.

Para Lizcia le tenía sentido que fueran esos colores. Era la diosa de la oscuridad y debía imponer una apariencia amenazadora.

—La mala noticia es que aún no recuerdo nada —murmuró Ànima para al final soltar un suspiro—. Siento haberte llevado aquí sin ningún resultado.

—Podemos ir a lo alto de la montaña por si recuerdas algo —sugirió Lizcia.

Ànima negó rápidamente.

—¿No decías que había seres peligrosos allí?

Lizcia se quedó en silencio unos segundos para luego soltar una risa tímida.

—Ah, sí, me olvidaba de eso, perdón —respondió, avergonzada—. Menos mal que me escuchaste. Llego a no hacerlo y nos metíamos en un buen lío.

Cuando Ànima quiso responder, el galopeo de unos caballos llamó la atención de ambas. Lizcia se giró de inmediato. Sabía que no eran los centauros, no habían entrado en su zona.

—¡Muévete, Lizcia! —gritó Ànima en un susurro.

No había muchos lugares para esconderse. Sólo rocas de distintos tamaños. Por suerte, encontraron una estructura que se mantenía a duras penas. Tras meterse, se agachó tras la pared y se mantuvo en silencio.

—Lizcia levanta un poco la cabeza, necesito saber si son aliados o enemigos —pidió Ànima en un susurro—. Si intentan hacerte daño intervendré para luego escapar, ¿entendido?

Obedeció, levantando su cabeza para ver a lo lejos un grupo de caballeros que miraban a su alrededor. Entre todos ellos, destacaba uno con unas vestimentas más elegantes como si fuera el líder.

—Esta zona suele ser donde más aberraciones se reúnen —comentó el supuesto líder con firmeza—. Intentad buscarlas, eliminarlas y purificar el lugar, pero con cuidado. Cerca de aquí se encuentran las Sytokys.

«¿En serio hemos estado cerca del poblado de las Sytokys? Pero si no hemos caminado mucho», pensó Ànima mientras veía como algunos caballeros se movían.

—Señor, a lo lejos sentí la presencia de alguien que huía de mí, pero no estoy nada seguro de si es una aberración o un mitir —informó uno de los caballeros.

Lizcia tragó saliva.

—Eso es imposible, a estas horas ninguno puede salir de su hogar —pronunció el líder para luego soltar un suspiro pesado—. Id en su búsqueda, no podemos dejar que uno de los nuestros muera por culpa de una aberración.

Obedeció de inmediato, dejando solo al líder mirando a su alrededor con detenimiento. Lizcia prestó atención al joven de vestimentas cuidadas. Estaba decorada por colores brillantes como el dorado y el azul. Nunca había visto algo tan precioso, como si fuera creado por las manos más milagrosas de la ciudad.

Cada vez los pasos de su caballo fueron aumentando a más hasta que Lizcia se delató soltando un pequeño grito. No sabía que ese animal podría ser tan alto e imponente.

«Lo siento, es que tenía mucho miedo», se disculpó Lizcia. Ànima no dijo nada.

—¿Hola? —preguntó el líder.

Mirando de un lado a otro, Lizcia se dio cuenta que ese joven no podía ver en la oscuridad, por lo que sería difícil ser detectada. Se quedó quieta en el sitio, si no se movía, no la verían, al menos era lo que pensaba.

Inmóvil, se quedó mirando al joven hasta que vio algo detrás del líder que la hizo fruncir el ceño.

«À-Ànima... ¿Qué son esos ojos b-blan-»

«¡Avísale!», gritó Ànima.

Lizcia, levantándose del suelo, gritó con todas sus fuerzas:

—¡Cuidado, detrás!

Su aviso puso en alerta al líder, viendo enfrente suyo a una aberración de apariencia esférica a punto de atacar su cabeza. Para su suerte, uno de los caballeros pudo disparar con una de sus flechas, dándole en el pecho y que esta impactara contra el suelo, quejándose de dolor.

El caballo del líder se alteró, haciéndole más difícil el hecho de acabar con ese peligro. Lizcia, mirando de reojo a la aberración, vio cómo se movía con rapidez para quitarse esa flecha de su cuerpo. No tenía muy claro qué decisión tomar, caso contrario a Ànima, que cubrió los ojos de Lizcia.

«Listo, lo maté», aseguró Ànima.

Lizcia se cayó contra el suelo, viendo aun con los ojos de Ànima aquella aberración que no era capaz de moverse. Sí. Ànima lo habría matado, aunque se preguntaba cómo porque tenía varios agujeros por en su deformada y oscura cabeza.

Cerró de inmediato los ojos cuando escuchó al caballo calmarse. El líder suspiró aliviado para luego mirar hacia a Lizcia.

—¿Cómo has... sabido detectarla? —preguntó.

Lizcia no supo que decir, cubría su cabeza con temor. Ànima, por otro lado, trató de pensar rápido.

«Dile que eres ciega y que tu oído percibe mejor los sonidos».

—Y-Yo... —Levantó un poco su rostro, mostrándole al líder su discapacidad, algo que le dejó aún más asombrado—. No puedo ver y escucho mejor que los demás.

El silencio fue algo que puso en tensión a los presentes, en especial a Lizcia que escuchaba sin parar las pulsaciones de su corazón.

—¿¡Señor?! ¿¡Se encuentra bien?! —preguntó uno de los caballeros. Pronto se encontraría con Lizcia, lo que hizo frenar sus pasos—. ¿Qué hace una niña aquí abandonada?

—A-Alguien ha tenido que dejarla aquí a posta. Este lugar es peligroso como para que encima dejen a una chica ciega —respondió el líder con la mayor calma posible—. Gracias a ella he podido saber que esa aberración iba atacarme, su oído es lo que nos salvó.

El caballero acarició parte del yelmo que cubría su rostro, incapaz de comprender esta situación.

—Joven Mitir, ¿de dónde eres? —preguntó el caballero.

—De Miei —respondió, atemorizada.

—Señor, ese poblado no está muy lejos, a lo mejor ahí...

—No.

Lizcia sintió un gran escalofrío en su espalda ante esa respuesta.

—Ocúpate de los demás, es posible que haya más aberraciones por la zona —ordenó.

—Sí, señor.

Se escuchó como un caballo salía de ahí, dejando solos a ellos dos en un silencio incómodo. El líder bajaría de su caballo, caminando poco a poco hasta estar frente de Lizcia y agacharse.

—¿Puedo saber tu nombre? —preguntó en un tono amable.

—Lizcia —respondió con timidez, buscando esa voz con su cabeza.

—Es un gusto conocerte, aunque no en esta situación —contestó, rascando su cabeza—. Mi nombre es Yrmax.

Ese nombre hizo temblar a Lizcia como nunca, agachando su cabeza ante él.

—Tranquila, no tienes que hacer eso ahora, lo que importa es que te llevemos a un lugar seguro —dijo Yrmax con una sonrisa. Acercó su mano para intentar tocar su hombro, pero Lizcia se puso nerviosa ante el contacto.

—P-Perdón, es que estoy demasiado asustada y-y...

—No te culpo, tranquila. ¿Te encuentras bien? ¿Te hicieron daño esas aberraciones?

—No... No lo hicieron, me escondí aquí sin apenas moverme —respondió, intranquila.

Yrmax soltó un suspiro largo, levantándose del suelo para mirar a otro lado. Por otro lado, Ànima no paraba de fruncir el ceño, aunque Lizcia intentara mostrarse tranquila.

«¿Se puede saber porque actúas así ante él?», preguntó Ànima.

«Es Yrmax, el hijo del rey de los Mitirs —respondió Lizcia. Ànima se puso nerviosa, tanto que casi abría los ojos de Lizcia—. No sé qué hace aquí, pero espero que no nos metamos en un lío por esto».

—Dime una cosa, Lizcia —murmuró Yrmax—, ¿quieres volver a tu hogar?

—No quiero estar con ellos, no quiero ir a mi pueblo —pidió Lizcia. Yrmax la miró con pena, suspirando con pesadez—. Me abandonaron a mi suerte, no me quieren y me maltratan. Solo quiero sentirme segura.

«Menuda actuación, Lizcia», se sorprendió Ànima ante sus palabras.

«Pero si es verdad», respondió Lizcia algo irritada.

«Sí, pero con la actuación que haces y tus palabras, convence al príncipe. Solo mira cómo te quiere ayudar», contestó Ànima.

—Tranquila, no irás con ellos —aseguró Yrmax, ofreciendo su mano—, sino conmigo

Avisó a los demás caballeros sobre lo ocurrido. Pidió que dos de ellos le acompañaran de regreso a su reino para poder llevar a Lizcia hacia su castillo. Estas palabras sorprendieron tanto a Lizcia como a Ànima.

—Disculpe mi osadía, pero yo no me merezco este trato—murmuró Lizcia—. Soy una ciudadana más, no me merezco esto.

—No diga tonterías. Ha sufrido el ataque de una aberración al ser abandonada por su familia, me avisaste aun sabiendo quien soy, ¿y ahora me pide que no la trate bien? Me niego —aseguró Yrmax.

«¿De dónde sacó que fuiste atacada?», preguntó Ànima.

«Una aberración nos atacó. Capaz supuso que fue la misma. Aparte mi vestimenta, el polvo y los rasguños que tiene la tela dan el pego de que me hicieron daño», supuso Lizcia.

Ante el aviso del príncipe, Lizcia se subió con cuidado al caballo. No estaba acostumbrada a la velocidad de uno por lo que agachó su cabeza mientras se sujetaba a Yrmax.

—Tranquila, todo irá bien. No te preocupes —aseguró Yrmax.

Sus palabras, por muy dulces que pudieran sonar, no calmaban a Lizcia. No estaba en sus planes encontrarse con él, menos a ir a Melin. Lo que una vez fue su hogar.

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