Capítulo 38: ¿Estás segura de tus acciones?

Curo habría llegado a su pueblo para informar de la situación lo más rápido posible. Fueron eficaces porque ya estaban siendo atacados por las anomalías que se acercaron mucho más a la ciudad. Angustiado, pidió a Cérin que le apoyara para la guerra, algo que el mayor ya había hecho mientras se preparaba para lo peor.

Sintiendo el alivio, decidió hacer una última cosa antes de que fuera peor. Fue hacia la única tienda para ver al que estimaba, pero su encuentro sería mucho antes de lo esperado, viéndose a Alex ayudando a los demás guerreros. De su espalda colgaba un arco que usaría en caso de verse apurado.

—Alex —murmuró Curo, logrando que el mencionado le mirara—, ¿qué haces aquí? ¡Deberías estar en un lugar seguro!

—Me niego a quedarme de brazos cruzados. Muchos de nosotros hemos estado preparando todo para el momento, ahora no nos vamos a quedar atrás —aseguró, mostrando un rostro lleno de firmeza que impactó a Curo—. Poco a poco nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo. Vimos que formabais alianzas a la vez que los elegidos fueron apareciendo. N-No me esperaba que al final tuviéramos la ayuda de los Maygards, pero me alegra que al menos todos estemos unidos para esta guerra.

Curo temblaba sin querer, caían pequeñas lágrimas de sus ojos que fueron retiradas por Alex, logrando que sus miradas se encontraran. La sonrisa que tenía logró sonrojarle, pero a su vez centrar sus ideas.

—Puedo comunicarme con los demás, saber que está ocurriendo. Por el momento nos estamos preparando y créeme que la situación es mucho peor de lo que esperábamos —explicó Curo con firmeza.

Alex suspiró preocupado.

—¿Peor? Por Orgullo, ¿cómo es eso posible?

—Es largo de explicar, pero en resumen, las teorías de mi padre y de Cérin no eran tan alejadas. No estamos solos en este planeta.

Alex tragó saliva a la vez que sus plumas empezaban a perder su brillo. Ante esto, Curo le pidió que se escondiera y no luchara, pero su propuesta fue denegada.

—Voy a luchar a tu lado, no me importa lo que me digas —aseguró Alex.

Una parte de Curo se sentía acompañado y querido, pero la otra sentía una gran angustia porque no quería perderle.

Sumido en sus pensamientos, Alex no dudó en abrazarlo. Un gesto que sonrojó a Curo, aceptándolo mientras su cabeza se hundía en su hombro por unos segundos. Era como el calor de alguien que jamás le iba a traicionar, que le quería y seguiría hasta el final. Y a su vez, graciosamente, entendía porque Lizcia quería tocar sus propias plumas.

Tras el abrazo, le pidió que le siguiera, tenían que prepararse en condiciones. Alex no dudó ni un segundo y lo acompañaría sin importar donde fuera.

En el otro lado del continente, Xine se encontraba con Ziren y alguno de los guerreros que lograron formar un gran boquete cerca de la muralla para que las anomalías lo tuvieran más difícil cruzar el río de lava.

—La gran muralla nos permitirá vigilar desde las alturas y que nos dé tiempo a atacar con las rocas que tenemos preparadas al igual que los lagos de lava que hemos logrado acumular —explicó Ziren.

—Es increíble, hermano —murmuró Xine, asombrado.

Una vez fue informado de la situación en la ciudad, Xine no dudó en explicar la verdad que los involucraba. La angustia se vio reflejada en las grietas del rostro de Ziren que fueron agravándose cada vez más hasta que al final expulsó el aire.

—Aun con eso lucharé a tu lado —aseguró Ziren.

—¿¡Qué?! No, estás herido, ¿no te ves? Me dijiste que sacrificaste tu fuerza para crear la muralla en tiempo récord. ¡Tienes incluso rocas curativas encima tuya! Si luchas de esta manera morirás —respondió Xine.

—No me pienso quedar de brazos en caderas. Has estado con los elegidos, los has protegido, habéis luchado sin temor y seguís adelante aun sabiendo que algo peor puede acercarse. Lucharé a tu lado, hermano.

Su energía se volvía inestable por las emociones que sentía. No quería perderle, era su amigo de la infancia, ya no solo eso, no quería perder a su nueva familia. No quería perder a ningún Zuklmer más. Cuando le miró, se dio cuenta de que las grietas de Ziren no solo eran en su rostro, sino que también en su cuerpo, demostrando que estaba muy débil para luchar. La angustia se apoderó de él, como si crearan un fuego inestable en medio de una tormenta de nieve.

—Ziren, por favor —pidió Xine en un susurro, intentando buscar las palabras adecuadas para convencerle.

—No me perderás —aseguró Ziren con total confianza—, estaré a tu lado y te haré caso, aunque no te lo creas.

Su sonrisa tímida hizo que Xine riera, recordando la vez en la que de pequeños siempre discutían por tener opiniones muy dispersas, pero que al final se perdonaban y seguían como amigos.

—Lo harás, promételo que lo harás —pidió Xine con firmeza.

A lo que Ziren afirmó sin dudar, logrando que una parte de los nervios de Xine desaparecieran.

—Reunámonos con los demás. Tengo pensado una forma de proteger la ciudad que puede servir —decidió Xine.

—Mi padre y yo hemos estado pensando algo también, capaz podamos juntar ideas y ver que podemos conseguir —explicó Ziren.

—No perdamos más tiempo entonces.

Cuando Rima llegó a Synfón con algunos Maygards, se encontró con las guardianas de la antigua elegida. Sin dudar la llevaron hacia su hermana y a la antigua elegida.

Su encuentro fue emotivo, Lasi la abrazó con fuerza al verla, preguntándole de todo. Rima fue sincera con sus palabras, viendo el temor en los rostros de las presentes en el gran árbol donde aún vivía Estrofa.

—Ahora entiendo porque tus notas eran tan terroríficas y mal entonadas. Parecía que ibas a caer inconsciente del miedo que sentías —murmuró Lasi intranquila—. ¿Es real lo que dices? ¿Qué hay algo más allá de este planeta?

—Por desgracia, sí.

Lasi tembló sin querer, a diferencia de Estrofa que logró controlar sus emociones.

—Entonces tendremos que ponernos más exigentes con la defensa —supuso Estrofa.

—Lo bueno es que nuestra música les afecta, aunque hay que ir con cuidado, su forma de atacar suele ser discreta —avisó Rima.

—Podemos intensificar el terreno con nuestra música, de forma que quien entre, sea delatado por su propio cuerpo. Sabremos identificarlo porque será más hostil a diferencia de nosotras o el pueblo Miei —aseguró Lasi.

Rima se quedó perpleja al escuchar esto.

—¿Defenderemos Miei?

—Pues claro, somos aliados con los Mitirs y los demás, ¿no?

Era tan extraño escuchar esto, Sytokys dispuestas a ayudar a los Mitirs. En su momento no se lo habría creído, pero ahora todo estaba cambiando y eso era una grandiosa noticia.

—Genial. Entonces les avisaremos, que se escondan cuanto antes y con ello dividir las guerreras para que puedan proteger el pueblo junto con los Mitirs —decidió Rima.

—Ve con cuidado, Rima, siento que esas anomalías atacarán cuando sea de noche, da igual si Yrmax saca la espada —supuso Lasi.

Rima se quedó en silencio, poniendo su mano en su barbilla.

—Algo me dice que la noche caerá cuando esa espada sea retirada, sino no tendría sentido que ese virus quisiera retirarla con tanto desespero —creyó Rima. Tanto Lasi como Estrofa estaban de acuerdo con su pequeña teoría—. Deja que avise a Yrmax, así de paso me informo de su situación.

Para Lasi le fue curioso ver como tenía una piedra rúnica en su oreja, logrando así comunicarse con el rey.

Rima informaba de la situación, siendo escuchada por todos, en especial Lizcia, Yrmax y Ànima. Se encontraban en el castillo, preparándose para todo. Algunos guardias estaban protegiendo el castillo, otros se encargaban de resguardar a los ciudadanos.

Lizcia se quedaba en silencio escuchando mientras Yrmax le explicaba todo, aunque no sería el único, los demás elegidos avisaron e informaron también. Ambos pensaban en silencio para poder hacer un buen análisis mientras que Ànima miraba hacia el exterior, teniendo un mal presentimiento.

—De acuerdo, solo me queda saber la posición de Eymar, aunque lo más probable es que esté con los Maygards organizando todo para luego ir hacia el centro y preparar los báculos —supuso Yrmax, mirando hacia Lizcia que estaba de brazos cruzados—. Dime que piensas, Lizcia.

—¿No está demasiado calmado cuando saben que están todos los elegidos unidos? —preguntó Lizcia intranquila—. Me esperaba que hicieran algo más para impedirnos el paso, pero es como si preparan algo peor.

—Estaba pensando algo similar —intervino Ànima, dejó de mirar la ventana—. Tienen que estar tramando algo. Demasiado tranquilo está todo, incluso el terreno de las Sytokys.

—Es cierto, pero tampoco podemos hacer mucho. Solo nos queda levantar la espada para obtener el último fragmento y con ello conseguir los documentos —explicó Yrmax—. Contamos con que Eymar pueda levantar las estatuas, aunque posiblemente le cueste ya que nadie pudo hacerlo desde hace muchísimos años.

—¿Y qué es lo que sugieres? —preguntó Ànima.

—Necesito levantar la espada cuando Eymar me dé la señal. Cuando vea que la tierra retumbe ante la presencia de los guardianes, será entonces cuando levantaré la espada, pero no quiero hacerlo solo —respondió, para luego mirar hacia Lizcia—. Lizcia, sabes que mi energía es débil aun teniendo la ayuda de Mitirga, y dudo que pueda levantarlo solo.

—Cuenta conmigo.

Ànima se cruzó de brazos, mirando perdidamente su alrededor para organizar sus ideas.

—Quiero vigilar el exterior, ver si puedo ayudar a los guardias con los ciudadanos y protegerlos —pidió Ànima—. Me niego a que haya miles de muertos por culpa de las anomalías y que ellos dos se alimenten como carroñeros.

—Ànima, pero si vas sola es posible que esa mujer...

—Mejor entonces —interrumpió Ànima a Lizcia—, dije que la pelea que tenía con ella era personal.

Lizcia soltó un suspiro largo ante sus palabras. Le dijo más de una vez que no podía ir sola por el peligro que suponía, pero era tan testaruda que sabía que haría lo que fuera con tal de luchar sola sin que los demás intervinieran.

—Ve —habló Yrmax con firmeza—, pero cualquier problema, nos avisas de inmediato.

Ànima afirmó con decisión, marchándose rápido del castillo por las sombras que este poseía. Su velocidad sorprendió a ambos, dándose cuenta que había mejorado con sus poderes.

Aunque Yrmax le hubiera dejado ir, en verdad no estaba muy seguro. Respiró profundo, viendo a Lizcia quien le esperaba en silencio con el bastón en sus manos.

Por mucho que Lizcia no dijera nada, sabía que estaba angustiada, pero no podían pensar en ello.

—Lizcia, vamos, es el momento.

Caminaron hacia la espada clavada en una piedra que unía el exterior con el subsuelo. Yrmax esperaba la orden de Eymar quien estaba ya de rodillas en el suelo con los báculos listos para el momento de la verdad.

Yrmax puso sus manos en la espada, viendo como Lizcia se ponía en el otro lado para tomar la espada con sus dos manos también.

Yrmax, ¿estás ahí?

Todos los elegidos pudieron escuchar tales palabras.

Curo se encontraba junto a Cérin y Alex, con el arco en sus manos para cualquier peligro que pudiera aparecer. Xine y Ziren estaban en la muralla, contando con que su plan funcionara y cargando su energía. Rima estaba en dirección a Miei, sabiendo que Lasi estaría con Estrofa para preparar a las guerreras de la pelea. Por último, Ànima estaba en lo alto de los techos de las casas de Melin, asegurándose de que ningún Mitir estuviera fuera.

—Sí, estoy —habló Yrmax, mirando hacia Lizcia con una sonrisa determinada.

—¿Estás listo?

Lizcia afirmó segura mientras agarraba la espada con sus dos manos.

—Cuando tú me digas.

Sus palabras resonaron. La tensión se notaba en el ambiente, pero más fue al rey y la elegida, que veían la espada brillar en colores blancos. De pronto el suelo empezó a temblar con violencia. A todos les pilló por sorpresa, viendo a su alrededor como ocho estatuas escondidas en diversos sitios se alzaban poco a poco.

Ànima no dudó en subirse en lo más alto del castillo para ver como esos guardianes de grandiosa altura se erguían con sus colores correspondientes. Una vez se ponían firmes, juntaron sus palmas como si quisieran dar un aplauso, creando de sus manos una magia azulada como el cielo, que formaría un escudo de gran tamaño en cada una de los terrenos que visitaron.

Cada uno de ellos vestía con los colores que pertenecían de cada raza. Las tres estatuas que protegían Vilen y los pueblos cercanos, decorados por la nieve que caía poco a poco de su cuerpo. Su escudo provocaba una congelación inmediata hacia las anomalías que se acercaran.

Las dos estatuas de las Sytokys poseían la vestimenta propia de la raza junto a dos instrumentos que colgaban de sus espaldas. Una era un violín y la otra un tambor. Ambas hacían sonar una sinfonía para paralizar a los enemigos.

Una estatua salía del terreno de los Zuklmers, una que se asemejaba a Zuk, pero que tenía una mirada firme y determinada. Juntó sus manos para crear un escudo rojizo. El calor se intensificó para las anomalías que se atrevieran a acercarse a su terreno. Lava y fuego aparecía, logrando que los ríos que crearon los Zuklmers fueran más eficientes y peligrosas.

Por último, dos estatuas aparecieron cerca de la ciudad de Melin. Una se asemejaba a Mitirga y el otro era un Maygard que se asemejaba a Ayan. Protegían los pueblos de los Mitirs que había en exterior, creándose los colores naranja y blanco mientras aparecían pequeñas estrellas que formaban un camino. Uno que congelaría a las anomalías.

—¡Ja! ¡Te has metido con el planeta equivocado, hermana! —chilló Ànima, asombrada por lo que podían hacer los elegidos—. No sabes en qué lío te has metido.

Sentía en su interior una adrenalina que la hacía imparable. La emoción la rodeaba mientras escuchaba a Eymar darle la señal a Yrmax para que retirara la espada.

—Esta vez tus trucos baratos no van a funcionar —pronunció segura, liberando su poder en tentáculos que saldrían de su espalda—. ¡Venga! ¡Sal de tu maldito escondite y lucha! ¡¿O vas a seguir siendo un cobarde que se rinde de primeras?!

Su voz resonó en el exterior, sabiendo que sus palabras llamarían su atención. Miró a su alrededor con esa confianza, sujetada en el techo, esperando a que saliera de su escondrijo. Esperó con paciencia, mirando de un lado a otro hasta que se dio cuenta de que algo no estaba yendo bien.

¿Por qué le costaba respirar tanto? ¿Por qué sentía que respiraba veneno? ¿Por qué su visión empezaba a fallar? Daba la sensación de que veía todo borroso por culpa de una niebla espesa que arrasaba con todo lo que venía a su paso.

Siguió sujeta al castillo, conteniendo su respiración mientras miraba lo que la rodeaba, pero le era imposible con la niebla grisácea que le opacaba todo. Trató de hacer algo con su poder, pero sus manos estarían sujetas por varios hilos que le impedían su movimiento.

—¿Te tengo que recordar que no estoy sola? —preguntó Pyschen, apareciendo justo a sus espaldas, algo que Ànima detectó tras hablar—. Siempre caes en lo mismo, te confías demasiado, crees que lo tienes todo ganado hasta que, por desgracia, caes ante mí. Siempre tenemos un as bajo la manga.

Pronto los oídos de Ànima escucharon el tormento de miles de almas pidiendo auxilio. Aquello la puso en alerta, girando poco a poco su cabeza para ver a su hermana.

—Nosotros ya hemos venido aquí, ¿es que no lo recuerdas? Os respondisteis solos, pero no pensasteis en algo muy importante. Esa maldita espada —continuó, viendo cómo Ànima la miraba de reojo con rabia—. Mitirga la creó, cierto, pero ¿no es demasiado poderosa para contener tanto poder y desgracia? Una elegida no es capaz de hacer tanto.

Ànima observaba con atención a Pyschen, quien se quedaba quieta en el sitio con los hilos en su mano izquierda. Su rostro era impasible, como si su alrededor no fuera nada, solo centrándose en decirle la verdad.

—A no ser que alguien más fuerte le dé esa bendición —murmuró Pyschen, irritada—. Tenéis una maldita suerte, ¡no sé por qué esa mujer se fijó en vosotros! Capaz porque se sospechaba algo, capaz porque alguna de sus Estrellas Crecientes estuvo protegiendo los planetas de este último universo. ¡No tengo ni la menor idea!

» Y si bien es cierto que retirar la espada dará ciertas ventajas al elegido, al menos podemos actuar con cierta libertad y gusto, ¿no crees?

La niebla por fin se disipó, mostrándose una noche oscura y agresiva, una que Ànima desconocía, pero que notaba su hostilidad. De repente vio como varias anomalías salían de diversos sitios, deseosas de formar el caos.

—Te di una maldita oportunidad, ¡eres una maldita estúpida! —gritó Pyschen con rabia—. Pero qué remedio, si no aceptas por las buenas, me temo que habrá que hacerlo por las malas. —Sonrió con calma, mostrando su maldad bajo esa mirada que fingía ser compasiva—. Y como lo voy a disfrutar.

Retirándose los hilos de sus muñecas, Ànima no dudó en ir directa hacia Pyschen, quien se apartó de inmediato para mover sus manos. Agujas aparecerían a su alrededor junto a varios hilos, todas y cada una de ellas apuntaban hacia ella.

—¡Te olvidas muy fácil de lo que soy capaz, hermanita! ¡Créeme que durante este tiempo que has estado encerrada he conseguido muchísimo poder! —presumió Pyschen, apareciendo cada vez más agujas mientras la niebla grisácea la rodeaba—. ¿¡Sabes lo divertido que es el poder de la locura con el ruido?! ¿Sabes lo interesante que es esos dos poderes mezclados? ¡Tuve tanto tiempo para experimentarlo que tú serás la primera en verlo!

Ànima no dudó en atacar con sus tentáculos, impulsándose con estos para ir directa hacia Pyschen. Encontrándose frente a frente, lista para pegarla con su puño derecho, se dio cuenta que la figura que tenía enfrente no era más que una ilusión.

—¿¡Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que has salido libre de esta estatua?! ¡Te lo diré yo misma! ¡Treinta y siete años humanos, hermanita! ¡Me has dado tanto tiempo para hacerme fuerte! ¡Qué amable de tu parte!

Ànima tembló cuando escuchó ese tiempo en el que estuvo encerrada, ¿tanto fue? ¿Cómo era posible? ¿Acaso nadie la pudo encontrar antes y liberarla? ¡Pero sentía que era menos! ¡Muchísimo menos! ¿Acaso no pudo despertarse antes por caer inconsciente? Esas dudas solo hacían que rabiara por dentro mientras la buscaba en medio de esa niebla.

—¡Eso es, hermanita! ¡He estado mejorando todo mi poder para demostrarte lo inferior que eres! ¡Para que aceptes lo que has hecho al estar en nuestra contra! —gritó, riéndose al final de sus palabras—. ¡Sois escoria ante nosotros! ¡Y más porque él puede hacer de esas anomalías lo que quiera! ¡Total, es como si fuera su creador!

Ante tales palabras, Ànima miró a su alrededor, dándose cuenta que las anomalías atravesaban los escudos como si fueran completamente inmunes a sus efectos. Se quedó sin palabras, escuchando las risas de su hermana, unas que la volvían cada vez más agresiva.

—¡¿Qué no te das cuenta, hermanita?! ¡El caos siempre está presente a diferencia de la cordura!

La cabeza de Ànima era llenada por la desesperación y el sufrimiento. Le era tan difícil respirar que no sabía si su cuerpo aún seguía vivo o si estaba en ese juego que su hermana se le daba tan bien. Manipular, engañar, lograr que todos acaben en una desesperación en la que todos acaben rindiéndole honor a ella.

—Tan cegada en ese bien, pero tranquila, yo misma seré quien te dé un buen escarmiento para que aprendas a quien debes respetar.

Ànima no pudo prevenir los hilos que iban a su espalda, apretando sus brazos para hacerlos sangrar. Se giró, viendo a su hermana a lo lejos con los hilos agarrados en sus manos. Sonreía con malicia mientras estiraba con más fuerza, causándole más daño.

Aun con ello, no se rindió, los rompió con sus tentáculos y se acercó a Pyschen para intentar golpearla. Vio como su presencia se iba desvaneciendo, por lo que frenó sus pasos y se giró para golpear a su hermana en su rostro. Ànima conocía poco a poco la forma de atacar que tenía su hermana.

Vio cómo se alejaba, lanzando varias agujas que Ànima pudo esquivar para luego ir directa hacia ella. Siempre aplicaba ese mismo truco, desvanecerse como una ilusión para intentar atacarla a sus espaldas, aunque en esta ocasión no haría eso.

—Aún puedes recapacitar, si es que quieres —continuó Pyschen, su tono era más relajado—. Yo lo hice, consideré mis opciones y acepté, tú en cambio eres muy testaruda, ¿por qué? No merece la pena luchar contra algo que acabará con tu vida sin pensarlo dos veces.

Ànima frenó sus pasos cuando se dio cuenta de que atacar de esta forma no merecía la pena. Cerró sus ojos para concentrarse, escuchando las pulsaciones de su corazón... y una voz.

—¿Sabes? Si estuvieras de mi lado podrías ver los secretos que oculta este universo. Serías testigo de todo y verías por qué todo esto ya está perdido bajo las manos del caos. El orden ya no existe, tampoco la cordura, no hay nadie que...

—¿Fuiste siempre tan pesimista?

Le tomó por sorpresa a Pyschen que su brazo derecho fuera agarrado y arrancado sin compasión alguna. Gritó de dolor, alejándose una vez más mientras veía como gotas grisáceas salían de su brazo. Alzó su rostro, viendo a su hermana enfrente suya, con una mirada consumida por el odio para darle un puñetazo directo en su rostro. La envió lejos, haciéndola impactar contra una de las torres del castillo.

Pyschen se levantó entre los escombros, viendo como su hermana caminaba con lentitud mientras sacaba su poder sin temor alguno. Tal hecho le pareció curioso, le recordaba a cierta diosa de la oscuridad. Rio en silencio, dándose cuenta de un detalle importante.

—¡Ah! ¡Tú también tienes a Cuis en tu alma! ¡Tienes a la diosa de la oscuridad de tu lado despertando como esa parte monstruosa, una que hará frente a mí! ¿¡Cómo no me di cuenta antes?!

No se equivocaba con lo que veía, esa oscuridad tomaba una forma las cruel y monstruosa, una que lucharía con tal de conseguir sus objetivos. Pyschen lo disfrutaba mientras que Ànima respiraba con gran lentitud, mirándola fijamente.

—Capaz porque huías y actuabas como una cobarde, como siempre lo has hecho —respondió Ànima sin temor.

—Veo que ya no sientes ni una pena por mí —supuso Pyschen mientras preparaba las agujas grisáceas de su alrededor.

—¿Debería con todo lo que has hecho?

Pyschen sonrió con calma, moviendo su brazo izquierdo y viendo como su hermana se abalanzaba con los tentáculos encima de su cabeza.

—Mejor, así podré ver de lo que estás hecha.

Ante esas palabras, su alrededor se oscureció como si fueran llevadas a otro lado. Ànima ignoró este hecho. Estaba cegada en darle un golpe en toda su cabeza, pero ese plan no funcionó cuando desapareció de su visión. Prestó atención a la oscuridad que había, una que le obligaba ceder y rendirse, pero luchaba contra esa presión.

Le daba la sensación de estar encerrada, pero tampoco podía estar muy segura. De su hermana podía esperarse cualquier crueldad. Su alrededor parecía tomar distintas formas tenebrosas, almas que se movían con lentitud, tomando una apariencia más monstruosa, como si su propia hermana las modificara para generarle ese miedo.

Su risa resonó, parecía ser una niña mimada que con el poder en sus manos actuaba sin consecuencia alguna. Ànima se dio cuenta que estaba encerrada bajo una oscuridad grisácea que no era su aliada. Era esa niebla donde sus oídos parecían ser su única aliada, pues sus ojos no podían ver bien y tampoco olía nada.

De pronto, creyó haber oído algo, como si lanzaran algo. Ànima se protegió con lo que pudo, pero para su sorpresa, sería engañada y dañada en su espalda.

—¡De nada sirve que tengas tus sentidos de tu lado si yo puedo alterarlos!

A lo que Ànima, con una sonrisa, agarró lo que parecía ser la mano de su hermana para estamparla contra el suelo.

—¡Parece que no tienes ni idea de...!

Sus palabras se detuvieron cuando vio a su hermana en esa versión humana quejándose de dolor. Sus recuerdos se mezclaron con un gran arrepentimiento en el que su mente y corazón estaban en conflicto. Uno le decía que no podía caer en ese engaño. El otro le decía que no podía ser tan cruel cuando su hermana estaba siendo manipulada.

Su corazón era el que caía en el engaño mientras los recuerdos le decían que debía ser la hermana que ayudaría y protegería... Sin importar que tan difícil fuera.

Por ello tembló sin parar mientras las lágrimas caían de sus ojos al ver lo que hizo, al sentir esa culpa de haberla hecho daño. Se dio cuenta que por mucho que se convenciera, no iba a ser nada fácil cuando era su hermana a la que tanto cuidó y quiso. La culpa la azotaba y por ello sentía esa debilidad.

Sentimientos mixtos fluían, cayendo de rodillas para temblar sin parar junto a esas lágrimas de dolor que pedían ayuda porque por primera vez fue testigo de lo que era capaz de hacer ese poder llamado locura. Ese poder que Christel y Kersmark sintieron.

Jugaba desde lo más profundo, jugaba con lo que tenía oculto para sacarlo a la luz y ser un muñeco. Sintiendo como su cuerpo se mueve bajo las órdenes de un títere. Y esa, era su hermana.

—Y por eso dije que tener sentimientos es una debilidad —recordó Pyschen, moviendo sus manos, viendo los hilos que tenía—. Eso es lo que me diferencia de ti, hermanita, sé dejar eso a un lado para cumplir mi cometido, cosa que tú jamás podrás hacerlo.

Palabras que solo la propia sabía que había unapequeña mentira. Una que prefería guardarla para ella sola mientras se ponía lamáscara para ocultar los miles de secretos que por desgracia tuvo quepresenciar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top