Capítulo 34: Un corazón con sentimientos.

Sus brazos estaban inmovilizados. Miraba hacia el suelo por órdenes del superior. Se quedaba en silencio por obligación.

«Injusto —pensó Eymar—. Yo no soy ningún criminal».

Le avergonzó la aparición de su padre junto a los demás magos. Asustó a los presentes y muchas de las Sytokys lo apuntaron para atacarle, pero Estrofa lo detuvo a tiempo.

—Siento mi intervención abrupta, antigua Elegida Estrofa, pero me temo que Eymar no puede estar aquí mucho tiempo. Sus acciones son graves y debe ser juzgado por los Maygards de inmediato —habló Oino con firmeza

—Luchó como un verdadero guerrero, Oino —habló convencida Estrofa—. No debería tratarle así cuando ha demostrado tener la consciencia y el valor puros.

—Usted no puede hablar sin ser un Maygard, antigua elegida —contestó Oino.

Estrofa, con una mirada desafiante, habló:

—Su hijo no es como Ayan. Y sabe que Ayan era bueno hasta que algo lo acabó corrompiendo, algo que usted y todos sospechamos de quién es el culpable.

Oino soltó un largo suspiro, para al final mover su báculo derecho. El Sol ató los brazos de Eymar.

—Gracias por sus palabras, por desgracia, no haremos caso a ellas.

Eymar sabía bien hacia donde iban, conocía Mayie como las palmas de sus cuatro manos. Ir al centro del subsuelo no le relajaba. Sabía que ahí sería sometido a varias pruebas para ver si era el elegido.

«¿Qué me guardarás esta vez, padre?»

El centro del subsuelo era a su vez donde se encontraba la espada del elegido de los Mitirs. Se decía que la espada conectaba el exterior con el subsuelo. Una forma donde se podían comunicar los Maygards con los Mitirs. También era donde las historias decían que el verdadero elegido podía despertar a las estatuas que protegían Codece.

«Ir al centro no es buena idea. ¿Qué buscas ahí? ¿Quieres ver si los despierto? ¿Quieres ponerme a prueba? —se preguntó Eymar—. Tengo los cuatro báculos, solo me faltan los tuyos para despertar a los colosos guardianes. No sé porque me llevas ahí si me consideras un peligro».

Soltó un suspiro mientras seguía caminando. Recordaba la historia antigua. una que de joven le encantaba. Se decía que las estatuas guardaban el alma de los antiguos elegidos, por ello sabía que eran varias y que controlarlo no era fácil.

Era el antiguo elegido de los Zuklmers, una grandiosa montaña oculta, rodeado por las piedras y gemas más resistentes. La antigua elegida de las Sytokys, cubierta por la naturaleza y los ríos que hacían de ella un vestido, los protegería con su música. Los antiguos elegidos de los Vilonios, hechos de las montañas de nieve e hielo protegiendo a los suyos. Por último, los antiguos elegidos de los Mitirs, brillando en colores morados, blancos y negros.

«Si supero la prueba, despertarlos será complicado. Debo ceder todo de mi. Sacrificarme si es necesario —pensó para luego soltar un suspiro—. ¿A qué juegas padre? Sabes que no es fácil, menos ante las aberraciones que si nos encuentran, interrumpirán ese despertar».

Se quedó en silencio unos segundos, para luego apretar sus labios.

«A no ser que antes quieras comprobar que no soy como Ayan, pero sería faltarle el respeto —continuó, conteniendo el aire como si fuera fuego—. Por las Lunas. Padre, ¿cómo no puedo ser como Ayan? Era magnífico con las magias. El tuvo la idea de crear los colosos y tuvo una genial amistad con Mitirga para protegerlos a todos. ¿Por qué te ciegas en esa historia que has llevado entre generaciones cuando sabes que está incompleta?»

Recordaba las veces que su padre le repetía la historia. Una que colmaba su paciencia.

—Ayan habrá sido importante, pero las magias lo corrompieron, hijo mío —explicó Oino.

—No puede ser eso, sino nos habría afectado a todos —refutó Eymar—. ¡Tiene que ser algo más!

Oino le miró de reojo con desprecio, negando con su cabeza.

—Defenderlo no hará que seas como él, Eymar. Aun te queda demasiado, por no decir que jamás serás como él.

Apretó sus puños al recordar esas palabras. Desde que nació siempre mostró interés por proteger a los demás. Obedeció a su padre, supo cómo dominar las magias de los Vilonios y sabía que era capaz de más. ¿Por qué se cegaban tanto? ¡No solo eso! Sabía que Ayan era bueno a pesar de haber caído en esa inexplicable locura que le acabó corrompiendo, pero ¡antes no era así! Además, Mitirga confió en él, era alguien que podía ceder su poder al igual que los demás elegidos.

Algo grave le tuvo que pasar, algo fuera de su control y Eymar estaba convencido que ese virus tenía algo que ver.

—Liberarle.

Escuchar la voz de su padre fue lo que le despertó de sus pensamientos. Retiraron las magias. Estiró sus brazos y movió sus muñecas para poder relajarse mientras veía su alrededor.

Para muchos Mayie podría ser un lugar tenebroso, pero los Maygards no. Ànima estaría enamorada al poder relajarse en las rocas cubiertas de musgo verdoso, la poca vegetación tímida que lograba crecer sin la ayuda del Sol. Su alrededor no era nada más que grandes y gruesos pilares de piedra que sostenían la superficie.

En frente suya se encontró el altar donde el elegido controlaba las estatuas. Una losa blanca y cuadrada, iluminada por varias semillas luminosas azules y blancas de gran tamaño.

El subsuelo apreciaba la oscuridad. Una luz violenta podría asustar a los Maygards, y algunos animales ocultos que caminaban por las profundas y extensas cuevas que llevaban hacia las distintas ciudades.

«Todos me miran —pensó Eymar—. Que agradable. En vez de pensar que quiero hacer el bien, sois tan insensibles y despreciables que os pensáis que os llevaré a la ruina. Si entre nosotros existiera ese compañerismo que hay en las demás razas. Si entre nosotros nos pudiéramos entender un poco más...»

Sintió un puñal en su pequeño corazón, pero decidió ignorarlo para mirar a su padre.

—¿Debo recordarte cómo funcionan nuestras normas? —preguntó Oino.

Conozco bien las normas de nuestra raza, sobre todo las que relacionan las pruebas, padre —respondió Eymar sin levantar aún su cabeza.

—Me sorprende que esa diosa de la oscuridad no haya hecho algo para poder ayudarte. ¿Cómo se llamaba?

—Ànima.

Oino soltó una ligera risa que demostraba ese desprecio.

—Esa diosa es un verdadero peligro y aun así la ayudáis, ¿os habéis vuelto todos locos?

—No has vivido nada para poder entender la gravedad del asunto, padre. No sabes nada para poder hablar de esa manera.

—Un poco de respeto no estaría mal, que seas mi hijo no te da derecho a hablarme así.

Eymar soltó una leve risa.

—Supongo que he cambiado al conocer a los nuevos elegidos que salvarán Codece —contestó Eymar.

Miró a su padre con desprecio, a pesar de tener la máscara aún encima.

—Eres una vergüenza, Eymar —habló Oino sin importar el tono de sus palabras—. ¿Tú sabes lo dolido que estoy? Iba enseñarte las magias por mí mismo, no que lo hicieras tú solo. ¿Sabes lo horrible que es saber que tu hijo actúa por sí solo con la posibilidad de ser un maniático y loco por el poder?

—¿Desde cuándo he hecho eso? He respetado, he ayudado a los Vilonios, siempre —respondió Eymar.

—¡Ayudaste al príncipe de los Mitirs a mis espaldas aun sabiendo que su padre era un inmaduro!

—¡Ayudé solo al príncipe, padre! —gritó, demostrando la molestia en sus palabras—. Aparte, su padre murió por culpa de una aberración y me tuve que enterar por Yrmax. ¡Engañaron a todos durante tanto tiempo y nadie supo verlo más que Yrmax! Nosotros tendríamos que haber previsto algo así, pero nadie vigilaba a los Mitirs. Fui el único porque sentía que ellos no tenían la culpa a excepción del rey.

Pino se quedó en silencio por unos segundos para luego apretar sus puños.

—Eso no quita que tus responsabilidades sean las justas. Tenías que cuidar a los Vilonios y dejar atrás a los Mitirs, que el destino decida qué hacer con ellos —respondió Oino con firmeza.

Eymar, consumido por la rabia, miró a su padre con decisión, teniendo el valor de retirar la máscara enfrente de él. Aquello era un error, ni un Maygard retiraba su máscara. Era similar a retar al contrincante, demostrar el poder que poseía uno era superior. Sabía bien que sus acciones eran imprudentes, que enseñar sus seis ojos, de los cuales cuatro se iluminaban en representación a los báculos que obtuvo, era decirle que no tenía miedo a nada.

—Entonces acepta que el destino ha querido que yo intervenga para salvar el planeta —contestó Eymar sin dudar—. He decidido que esto cambie y, ¿sabes? Ha sido la mejor opción, hemos conseguido que cada raza tenga un nuevo elegido dispuesto a darlo todo.

La razón por la que los Maygards cubrían su rostro era porque se limitaba sus capacidades. Cada ojo representaba el conocimiento de las magias que tenía un Maygard. En el caso de Eymar, mostraba con orgullo los diversos colores que poseían sus ojos: azul, rojo, violeta, gris. Quedándole solo el blanco y el negro, Sol y Luna.

Su padre le miró mientras sujetaba los báculos mientras que Eymar trataba de mantenerse firme en el sitio.

«Sí lucha contra mí, tengo que estar atento —se concienció Eymar—. Me lo dijo de pequeño. Los báculos del Sol y la Luna no son una tontería. Es una forma de pedir su ayuda en el universo que estamos. Son el canal para conseguir la luz y la oscuridad y con ello atacar. Si me ataca, lo hará con todo».

—Tu confianza acabará saliéndote muy caro, Eymar, pero si eres tan insistente, veamos de lo que eres capaz —decidió Oino a regañadientes. Eymar se dio cuenta como su padre movía los dos brazos inferiores. Sujetó sus báculos, pero de pronto empezó a temblar—. La primera parte será enfrentarte al mejor mago de cada terreno. Emplearéis las mismas magias y si ganas a cada uno de ellos, pasarás a la segunda parte de la prueba.

Sin dudar, restó atención al primer Maygard que se puso enfrente suya de ropajes morados. Era el mejor mago de las Sytokys.

«Esto me pasa por aceptar la ayuda de Yrmax —recordó—. Al principio me negué por orden de mi padre, pero cuando vi la verdad, cuando vi la luz y la oscuridad... —Suspiró—. Esperanza. Eso fue lo que vi en ellas la vez que las conocí, pero me negaba a creerlo».

Abrió solo uno de sus ojos, las magias de las Sytokys. Se posicionó para el combate y creó varias melodías a su alrededor, siendo rodeado por una sinfonía fuerte y frenética.

—Pero si todos han luchado para ser elegidos, yo no puedo quedarme atrás. Debo hacerlo, todo para poder librarnos de la condena —se dijo en un susurro, viendo como su contrincante hacía el primer ataque.

—Aun me cuesta creerlo —admitió Curo—. La Montaña Sagrada. El punto más alto es donde nos llevará a Mayie.

—Es lo que dijo Estrofa —continuó Rima, ajustado la chaqueta morada que tenía puesta para aguantar el frío—. Según le dijo Melodía en su momento, Ayan y Mitirga eran muy buenos amigos y le cedió a ella varias conexiones al subsuelo.

—Suena a que podrían haber sido pareja —comentó Curo con una breve risa.

—No, ya sabes que no. Mitirga tenía ojos para León, que por desgracia era ese Virus llamado Eón —recordó Yrmax.

Ànima soltó un largo suspiro.

—Aún me cuesta creer que siga con vida. Son ciento cincuenta años, tienen larga prosperidad como en mi caso —comentó Ànima.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Curo.

—Creo que tenía cerca de los sesenta —susurró Ànima.

Curo frenó sus pasos.

—¿Perdón? ¡Pareces de veinte!

Ànima movió sus hombros mientras seguía avanzando.

—El asunto es que Eón no parece ser una broma. Oculta algo más y mostraba interés por ti, Ànima —avisó Yrmax—. Y siento que esto también involucra tus recuerdos.

Recuerdos inundaron la cabeza de Ànima. Escalofríos la inundaron, pero logró controlarlos. No eran los únicos que se lo decían, Estrofa también la avisaba de ese problema y lo tenía muy en cuenta.

—Rima, ¿te encuentras algo mejor? —preguntó Xine.

—Bueno. Digamos que no me ha sido fácil procesar que yo y mi hermana seamos como las elegidas. Ella mi consejera y yo la líder. Dejarla también me fue duro, pero sé que es por un bien necesario —explicó Rima.

—Tranquila, me ha pasado lo mismo, por ello puedes contar con mi ayuda si necesitas algo —aseguró Xine.

—Gracias.

Siguieron avanzando a paso ligero. La Montaña Sagrada no estaba muy lejos, pero debían ir con cuidado por donde caminaban.

—Me cuesta aun creer que Mitirga cruzara estos lugares —admitió Curo.

—No lo hizo sola. Tenía a los suyos, y siempre estaba con Melodía si se sentía cansada o herida. Ella, mediante la música, le daba ventajas o desventajas para seguir avanzado —explicó Rima—. Eran buenas amigas hasta... lo ocurrido.

—Ya, por desgracia —respondió Curo.

—Hay un detalle importante que dijo Estrofa. Dijo que, gracias a esa amistad, Mitirga consideró la idea de Ayan. Según dijo, se refería a las bufandas que portamos —recordó Yrmax.

—Ojalá poder decirte algo más, pero creo quien tiene más idea sería Eymar —respondió Rima.

Yrmax soltó un largo suspiro.

—Hasta que no lleguemos...

Lizcia en todo momento escuchó. Le daba vueltas a todo lo vivido y lo único que pedía era que Ienia estuviera bien en Synfón. Le costaba creer que Estrofa accediera a cuidarla por toda la situación que vivían. Aquello le hizo sacar una sonrisa.

«Ese odio entre nosotros está desapareciendo poco a poco».

—Por ello debemos ir a por Mitirga para que nos lleve —decidió Lizcia.

—Sí, debería tener esa piedra en sus manos si no ha ocurrido nada malo —respondió Curo.

—La verdad pensar en que voy a ir a la Montaña Sagrada hace que tiemble de frio y miedo. ¿Es cierto que los centaleones que protegen el lugar existen? —preguntó Rima.

—Sí, existen, de hecho, nosotros casi tuvimos un conflicto con ellos. Ir allí será complicado porque nos querrán enfrentar —explicó Yrmax.

—Si hace falta me pongo en medio y vosotros subís —sugirió Ànima.

—No te vamos a dejar atrás —recordó Lizcia.

Ànima solo suspiró con suavidad.

—No me va a ocurrir nada malo, Lizcia, tranquila.

—No, me niego, nadie se queda atrás, ¿entendido? —decidió, hinchando sus mofletes en señal de molestia, aunque para Ànima le pareció adorable.

—Está bien —aceptó Ànima.

«Ella tan irremediable. Solo pido que cuando sea el momento, Eón no la ataque. Me haré cargo de él. Cueste lo que cueste», se dijo Ànima.

—C-Chicos...

Cuando llegaron hacia las ruinas de la Montaña Sagrada, vieron que el puente se habría destrozado por completo. No solo eso, habrían visto algunos de los centaleones en el suelo con graves heridas. Esto hizo que Curo sacara su arco mientras Rima invocaba su batuta.

—No, chicos, no están aquí, se encuentran arriba —avisó Yrmax—. ¡V-Van a por Mitirga! ¡Quieren matarla!

Curo se apuró, abrazando a Rima con su brazo derecho, saltando para agarrar a Lizcia con sus garras y con ello volar. Ànima se daría cuenta, saltando para sacar sus tentáculos de su espalda y con ello llegar al otro lado. Tras eso, agarró a Yrmax y a Xine para llevarlos al otro extremo, siéndole más difícil llevar a Xine al ser más pesado.

—¡No perdamos más tiempo! —gritó Yrmax—. ¡Hay que ir ahora!

Y ante sus palabras, fueron a la mayor velocidad posible antes de que fuera tarde.

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