Capítulo 33: Entre mente y corazón.

Otra vez esa sensación que había olvidado y que solo vivió al principio. No era de una habitación oscura o la noche acompañándola, sino que se encontraba en medio de ese incógnito universo.

Esto era lo que su mente siempre vivía. Un lugar solitario, o al menos era lo que creía porque en verdad, su corazón se sentía acompañada por esa oscuridad que poseía y que para Ànima le ha traído una extraña fuerza y paz.

Siempre había contenido ese monstruo, lo hacía sin querer. Controlaba esos impulsos de rabia donde deseaba acabar con todo. Sus sentimientos más negativos lo alimentaban. Ànima intentaba retenerlo, hasta que no pudo más.

Mente y corazón. El primero siempre pedía calma a pesar de escuchar esos gritos de dolor provenientes de aquella niña del pasado. El segundo, angustiado y encogido, quería hacer algo y daba igual que método pudiera aplicar.

Sumida en esa realidad, ignoraba que ahí fuera acababa con todas las aberraciones que se encontraba. Aquel ser marítimo similar a un kraken tenía un tamaño y apariencia espeluznante, con sus ojos blancos llenos de odio, atacando a todo lo que era una amenaza para la ciudad.

Daba la sensación que en verdad, lo que tenían enfrente, era un guardián que solo despertaba cuando colmaban su paciencia. Un coloso que con su poder arrasaba con aquello que detestaba. Usando sus tentáculos a una velocidad que a muchos les costaba de procesar.

Algunos de los testigos se escondían, otros trataban de luchar, pero no podían hacer ni un solo gesto. En medio de todo ese caos, Lizcia, junto a los demás, iban a por Ànima, pero iba a ser difícil si se encontraba en los aires envuelta en medio de esa oscuridad.

—Necesito a Curo, ¿dónde está?

—¿Qué estás pensando, Lizcia? —preguntó Yrmax.

—¡Quiero estar con ella, quiero calmarla! ¿¡Es que no lo entiendes?!

—¡¿Y cómo?! ¡Está desatada, no sabe lo que hace! —contestó nervioso.

—¡Hazme caso, Yrmax, confía en mí!

En medio de su conversación, Eymar habría buscado a Curo, se encontraba en los aires. El elegido había estado ayudando a la diosa, viendo si encontraba alguna forma de calmarla, pero no era posible al no tener control alguno de sus acciones. En medio de esas dudas, Curo observó a Eymar y, como si se leyeran las mentes, fue hacia Lizcia.

—¡Lizcia, agárrate bien!

La mencionada se sorprendió, sintiendo como la agarraban de sus hombros para ser elevada. Lizcia, con su bastón en mano, podría ver el aura que desprendía Ànima, una que no podía identificar en medio de tanta oscuridad que formaba.

—C-Curo, necesito que me acerques.

Curo tragó en seco, y afirmó.

—Fuerza, Valor, Orgullo, por favor, ayudarme.

A gran velocidad, fue directo hacia aquel ser marítimo que ignoró su presencia. Curo se veía sumergido en un mar de dudas mientras que Lizcia, agarrando su bastón, le pidió a que fuera hacia el centro, exactamente hacia donde se encontraba su supuesto corazón. Curo trató de obedecerla, pero no era fácil ante la oscuridad y los movimientos abruptos que hacía con sus tentáculos.

Por desgracia, en uno de esos giros, soltó sin querer a Lizcia. Angustiado y asustado, trató de ir a por ella, pero no pudo llegar porque la oscuridad la agarró de inmediato. Su vuelo fue interrumpido y se hizo a un lado.

—Supongo que sabes quiénes somos. ¿No, Ànima?

Fue lo que se preguntó en un susurro, alejándose para ver al ser que lo observaba por unos segundos. Curo no podía reaccionar como quería, sus ojos empezaban a fallar como si la niebla más densa estuviera enfrente suya en ese instante. Debía admitirlo, cuestionarla fue un gran fallo.

Alejándose, intentó acercarse a los demás, avisando sobre lo ocurrido con Lizcia. Todos los elegidos presentes se miraron preocupados, preguntándose si ambas estarían bien. Solo pedían que nada grave les hubiera ocurrido.

Aunque en verdad era demasiado tranquilo para ser real.

Lizcia se veía flotando en medio de la oscuridad, escuchando de fondo el llanto de una joven chica. Trató de dar vueltas para moverse, pero le resultó muy complicado porque parecía que estaba nadando en medio de un océano profundo. No le angustiaba, ¿por qué debía estar asustada si la oscuridad era su aliada? Era la frase que tanto le había dicho Ànima y se lo creía, lo hacía al estar a su lado durante todo este tiempo.

Siguió nadando sin parar, se guiaba por ese llanto que cada vez escuchaba desde más cerca. Siguió, dándose cuenta que la chica había dejado de llorar.

—¿Quién eres?

La voz de Ànima parecía ser muy joven, una que nunca había escuchado, ¿acaso su voz cuando era más pequeña? Lizcia no lo tenía claro, pero aun sin ver ni entender nada, decidió contestar:

—Ànima, tranquila, todo irá-

—Ese no es mi nombre.

Lizcia se quedó atónita, rascando un poco su cabeza.

—E-Es el que me dijiste, Ànima, es tu nombre, ¿no? —preguntó, confundida. Ante el silencio, negó con su cabeza y siguió hablando—: ¿Y cómo te debería llamar entonces?

El silencio una vez más inundó el lugar. Lizcia no lo sabía, pero estaba recibiendo una mirada confusa por aquella niña.

—Capaz ¿me confundí? O a lo mejor estoy hablando con otra persona...

Fue entonces cuando recordó las dos vidas que tuvo Ànima, aquella que Mitirga le había dicho.

—Siento haber entrado de golpe, mi nombre es Lizcia, ¿puedo saber el tuyo?

—Radow.

«Ese es el nombre de su otra vida», se dijo convencida.

—Radow. Es un gusto conocerte, aunque, bueno, no puedo verte, soy ciega... —Rio avergonzada, sin saber bien cómo continuar.

—¿Cómo has entrado? Siempre he estado sola, nadie debería ser capaz de entrar.

—Eh, ¿la verdad? No lo sé. Siendo sincera han ocurrido muchas cosas en cuestión de minutos y aún me está costando procesar todo, de hecho, aun me cuesta creer que esté aquí en medio de este oscuro y profundo lugar, pero al menos sé que estoy acompañada, ¿no es lo que importa?

Radow la miró con una ceja arqueada.

—El caso es que te conozco —continuó Lizcia, sintiendo esa timidez y vergüenza en su cuerpo—. Es raro porque tú no lo haces, pero digamos que soy amiga de tu otra tú.

—¿Mi otra yo?

«Esto va a ser más complicado de lo que pensaba».

—Sí, somos buenas amigas. Hemos estado juntas viviendo muchas aventuras y siempre nos hemos ayudado junto a los demás elegidos, ¿no los recuerdas? ¿O al menos te suena algún nombre?

Una vez más el silencio inundó el lugar, pero poco duró cuando Lizcia chocó con la chica, siendo agarrada por sus manos.

—Ah, aquí estás. Perdón, no quería robar tu espacio personal —murmuró. Esperó alguna contestación, pero el silencio de Radow la ponía cada vez más nerviosa—. Mira. Siendo honesta, no es fácil para Ànima encontrarse con sus recuerdos, ¿sabes? Encima ahí fuera la situación no es que sea fácil de lidiar. Parece ser que Rima y Lasi consiguieron despertar tu poder, pero si sigues así vas a matar a las Sytokys y a nosotros.

Radow se quedó muda ante sus palabras.

—O-Oye, ¿te es mucha molestia decirme dónde estamos? Es que no entiendo nada. Parece que estamos en un tipo de mar —preguntó Lizcia con timidez.

Ante su pregunta, Radow alzó su mirada para encontrarse con el aura de Lizcia. Era luz, una pura y radiante, expresaba una felicidad propia de un niño que conocía la belleza del invierno.

—Has logrado adentrarte en mis pensamientos, algo que no entiendo bien cómo lo has hecho.

—Oh, eso es porque cuando estabas dentro de mi cuerpo, podíamos comunicarnos y ver ciertas partes de nuestros recuerdos o memorias. En mi caso siempre te lo mostré y supongo que ahora yo tengo ese acceso, capaz porque confías en mí al igual que yo en ti —supuso Lizcia.

Lizcia agarró las manos de su compañera con fuerza para demostrarle que no iba a separarse.

—Soy humana, Lizcia, soy de la tierra —habló Radow con claridad, logrando que Lizcia inclinara la cabeza con curiosidad.

—Sí, es lo que Rima y Lasi dijeron, de hecho, varios fueron testigos de tus recuerdos.

—O-Oh, qué horrible —tartamudeó sin saber que pronunciar hasta que recordó lo que le dijo Lizcia hace poco—. ¿Qué hice con ese poder?

—No te sabría decir ni describir, pero algo muy enorme que ataca a todo lo que es un enemigo —explicó como mejor pudo—. Ya es la segunda vez que lo haces, solo que ahora ha sido peor.

—Yo... me cuesta entender tanto, Lizcia. Todo esto no tendría que haber ocurrido si hubiera sido mejor hermana —murmuró, dejando que las lágrimas de sus ojos salieran—. Tendría que haber estado más a su lado, tenía razón, tendría que haberla cuidado y dejar a un lado todo, c-capaz...

Sin previo aviso, Lizcia la abrazó, escuchando las pulsaciones de su corazón acelerado, notando que su cuerpo no paraba de temblar.

—Ànima o Radow, un nombre u otro, me da igual. Quiero que sepas que me pareces alguien fascinante, ¡una mujer increíble! Nadie en tu situación habría tenido el valor de hacer eso por su hermana. Pocos se atreverían a gritarle a la muerte de tal forma con el objetivo de saber la verdad y de salvar a su hermana —expresó Lizcia con una gran admiración, apretando aquel abrazo.

» Para mi eres alguien a quien quiero seguir. Aprender y a su vez cuidar. Eres admirable, Ànima, desde que te conocí hasta ahora me parece increíble saber que en todo momento no has dejado de ser como eres. Capaz algunos habrían caído en ese mal, pero tú luchaste sin importar las dificultades

» No tienes culpa de nada, ¿quién iba a saber eso? Nadie, no eres una mala hermana. Tengo pruebas suficientes de que eres, no solo una buena hermana, sino que una gran amiga en la que todos pueden confiar.

Tras todas esas palabras, Ànima se quedó en silencio sin saber bien qué pensar. Sus sentidos se recuperaban, dejando a un lado esa oscuridad para encontrarse con la luz blanca que emitía Lizcia.

Era cálido como el fuego de una chimenea que calentaba toda una casa. Era como una brisa de primavera junto al sol del mediodía. Olía como unas galletas recién horneadas de alguien que, si bien no tenía experiencia en la cocina, le metía su cariño y amor por hacerlas.

Dejó que las lágrimas de sus ojos cayeran mientras su cuerpo volvía a ser el de aquella deidad. Apoyó su cabeza en el hombro de Lizcia, siendo abrazada con ese cariño que hacía tiempo que no sentía. Su mente y corazón se coordinaron y pudieron controlar a ese monstruo del exterior. La oscuridad volvía una vez más dentro del cuerpo de la diosa.

—Ànima, ¿recuerdas lo que te dije? —preguntó Lizcia, sintiendo ese abrazo cálido—. Juntas intentaremos saber toda la verdad, ¡y mira! Tenemos una historia, ¿no? ¡Solo falta otra!

—Y creo que la segunda la puedo hilar con algunos eventos y recuerdos que me dejó Pyschen —murmuró Ànima.

—Eso será poco a poco —aseguró Lizcia, separándose por un momento del abrazo para sonreír hacia Ànima—. Por ahora, y por favor, calma a ese monstruo que tienes. Trata de acabar con las aberraciones, pero siendo consciente de lo que haces.

Una vez más el silencio apareció de nuevo, pero Ànima esta vez pudo sonreír confiada. Abrazada a Lizcia, la oscuridad se fue desvaneciendo. Ese monstruoso ser marino se habría escondido en sus espaldas. Los testigos respiraron aliviados, viendo a Ànima sentada de rodillas al suelo, abrazando a Lizcia.

Cuando Ànima abrió los ojos, sintió culpa al ver el destrozo que había hecho.

—¿Ànima?

La voz de Yrmax fue la primera en sonar. Le miró de reojo. Era acompañado por sus compañeros, quienes mostraban una clara preocupación por la diosa. La culpa volvió azotarla y cuando quiso decir algo, Lizcia la abrazó con más fuerza.

—Está bien —contestó Lizcia—, solo necesita descansar un largo rato. Han sido muchas emociones y una situación un poco complicada. ¿Todas las Sytokys están bien?

—Sí. No hubo heridas. Ànima acabó con todas las aberraciones que intentaron atacar y cuando acabó, se quedó quieta en el sitio m-mientras observaba a su alrededor, como si fuera un guardián coloso.

Lizcia sonrió aliviada. Ànima era incapaz de creérselo.

—Nosotras nos iremos a un sitio donde descansar. Creo que Ànima necesita procesar mucho y quiero acompañarla —pidió Lizcia.

Ninguno puso objeciones, dejaron que Ànima y Lizcia se marcharan juntas hacia los bosques, siendo observadas por varias Sytokys. En medio de todas, Estrofa abría observado con atención para luego dirigir la mirada hacia Rima y Lasi.

—Ustedes dos, Rima y Lasi —llamó por sus nombres—. Vendréis conmigo, tenemos que hablar.

El tono en cómo lo dijo logró poner tensas a ambas, los demás no lo oían, pero en su piel se podían escuchar notas dadas con fuerza, como si significara una catástrofe. Obedeciendo, correrían hacia su elegida.

—Y vosotros también. —Estrofa se dirigió hacia el rey, los elegidos e Ienia—. Debéis estar presentes de esta conversación.

Palabras que lograron captar la atención de los demás y que fueran con Estrofa.

Sus pasos resonaban por las hojas caídas. El susurro del viento les recordaba lo que había vivido. Dejaba que su mano fuera agarrada por Lizcia que se sentó en el suelo para recostar su cuerpo contra el suelo, algo que Ànima también haría.

Oía las hojas crujir silenciosamente, algunas de ellas estaban mojadas. Eran acompañadas por la Luna, reflejando un brillo que para Ànima tomó un significado de paz enorme, mientras que Lizcia solo escuchaba algunos pocos grillos que se habían atrevido a salir tras lo ocurrido.

—¿Te atreves a decirme lo que viste? —preguntó Lizcia.

Y tras unos largos segundos de silencio, Ànima giró su cabeza hacia Lizcia para responder:

—A mi hermana difunta siendo manipulada por alguien.

Detalló todo lo que pudo, desde el principio a fin. No tuvo miedo en decirle su vida como humana. Eran felices, al menos es lo que Ànima relataba con nostalgia.

—Todo iba bien, pero me di cuenta que no era así cuando en 1990, en ese maldito año, llegó ese hombre. Estuvo burlándose de mí ante la muerte de mi hermana. Vi la verdad que nadie podía observar, como si él quisiera que tomara una decisión —explicó—. Capaz fue a posta el hecho de que me suicidara al final. Capaz solo quería ver mi sufrimiento y dejarme ese trauma, pero lo hice porque se decía que había la posibilidad de que el alma reencarnara, teniendo la opción de olvidar o no el pasado que tiene uno.

—¿Reencarnación? —preguntó Lizcia.

—En la tierra hay varias religiones y entre todas ellas está la opción de la reencarnación. Me aferré a eso creyendo que si me moría, podría encontrar a mi hermana en la otra vida, en otro cuerpo, el cuál es el que ves ahora mismo.

—Curo decía que la muerte podía ser cruel si uno se suicidaba.

—Yo no sabía si eso era posible o no, me aferré a la idea de vivir en otro cuerpo con tal de salvar a mi hermana. Nada más.

—¿Y sabes algo de ella? —preguntó Lizcia, siéndole un poco difícil pronunciar sus palabras.

Ànima afirmó con su cabeza.

—Su nombre es Pyschen y sé que es ella —explicó intranquila—. Y aun me queda saber la otra historia, la segunda que tengo, hay seres que aparecen en mis recuerdos, voces del pasado que me hablan con respeto y paciencia, otras que me aprecian y admiran, y en medio de todo eso, veo figuras de diversos colores que representan sus poderes. Una es la luz, otra la oscuridad y otro es el ruido.

—¿Y no sabes sus nombres?

—No, pero confío en que pronto lo haré. —Ànima levantó su brazo derecho—. La última aguja de mi brazo se retirará en cuanto baje la guardia.

—¿Estás segura que es ella y no ese hombre?

—No lo tengo claro, pero sea quien sea, le haré frente para desbloquear mis recuerdos, solo así sabré que hacer —aseguró. Lizcia se acercó a Ànima para sonreírle, la diosa la miró por un momento, sabiendo bien lo que iba a decir—. Lizcia, te dije que esto iba a ser arriesgado para ti, más ahora que estoy entendiendo poco a poco.

—Lo sé y te ayudaré con todo lo que sea posible para que así sea —respondió, manteniendo esa sonrisa cariñosa.

Los pasos de alguien perdido se escucharon. Ànima se levantó del suelo para poder ver a Yrmax, mirando de un lado a otro con un rostro preocupado. Cuando las encontró, sintió un gran alivio, acercándose de inmediato.

—Perdón si os interrumpo, pero es necesario que vengáis, han ocurrido ciertos cambios y eventos un poco complicados.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Lizcia.

—Aparte de que Rima es la elegida y Lasi será su consejera, Eymar ha sido esposado por los Maygards en cuanto Estrofa cedió su poder a Rima. Su cuarto báculo se activó y con ello la prueba.

—Tenemos que ir a por él —decidió Ànima

—Ya, eso es lo que pensamos todos, pero no sabemos cómo ir a Mayie, el subsuelo —explicó Yrmax.

—¿Y cómo lo haremos? —preguntó Lizcia.

—Estrofa nos indicó que había una forma, pero para ello era necesario prepararnos. —Tragó saliva, mirando con total decisión a Ànima y Lizcia—. Tenemos que ir a la Montaña Sagrada para liberar a Mitirga con todos los elegidos presentes y con ello que nos lleve hacia el subsuelo, donde podremos ayudar a Eymar.

Ante tales palabras, Ànima no tuvo temor alguno en aceptar tal propuesta, logrando asombrar al rey. No era consciente de que ese lugar era peligroso. Por lo que le dijeron, los centaleones no tenían piedad con todo aquel que entrara, incluso las aberraciones deseaban ir, pero no les era nada fácil.

Aun así, Ànima no temió, tampoco lo haría Lizcia. Ambas estaban convencidas en ir allí para liberar a Mitirga, escuchar su última petición y con ello ir a por Eymar. Sólo así podrían ayudarle para obtener la llave que tanto necesitaban y borrar la condena.

—No perdamos más tiempo —pidió Lizcia—. Hay que prepararnos, ponernos en marcha ahora mismo.

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