Capítulo 32: Recuerdos de un cariño perdido.
El inicio fue por buen camino, Rima lo podía ver cuando Estrofa se mostraba interesada por la historia. Le emocionaba saber que había sido exitoso, pero no debía entretenerse.
Por el otro lado, Lizcia estaba atónita ante la presencia de Ànima, ¡estaba de vuelta! Tenía muchísimas dudas y le hizo mil preguntas, pero Ànima no podía responder, debía estar atenta a lo que importaba.
Ànima sabía bien cómo se sentía. Eymar se lo había dicho todo cuando despertó.
—Entonces retirasteis esa aguja y fue entonces cuando perdí la consciencia —habló Ànima con seriedad.
—Sí, preocupaste a todos. No sabíamos bien que te ocurría, en cambio Lizcia sentía una frustración muy grande, luego maldijo a esa mujer y acabó llorando —explicó Eymar.
No se sentía feliz, le era doloroso para Ànima saber que su mejor amiga estaba sufriendo, y la entendía. El hecho de no poder hacer nada ante algo que no era físico, que no tenía el valor de hacer frente a la situación era frustrante.
En medio de la actuación, Lizcia le pidió saber qué es lo que había recordado, Ànima intentó relatarlo, pero le era difícil porque debían centrarse en la escena donde conocieron a Yrmax.
Los espectadores mostraban diversas emociones positivas para Rima. Trataba de calmar sus nervios mientras seguía narrando, mirando a veces a Lasi quien hacía que la música fluyera en un volumen bajo. Curo y Xine eran testigos de tal hecho y se quedaban asombrados ante el dominio que tenían.
—¿Fue a la Montaña Sagrada a por respuestas? —preguntó Curo en un susurro.
—Eso parece, a ver, tiene sentido si es una deidad y puede tener alguna relación con Mitirga —supuso Xine.
—El problema es que esa zona suele estar plagada de aberraciones —intervino Eymar—. Cuando Yrmax me explicó que apenas había alguna, supuse que debía ser por los centaleones.
—¿Y crees que sigue siendo eso? —preguntó Curo.
—No, yo creo que no salieron porque esperaban algo, sino habrían atacado como esa aberración impaciente —respondió Eymar, cruzando sus brazos para luego suspirar—. En fin, me toca salir al escenario.
—¿Nervioso?
—He tenido que hacer demostraciones de magia en donde siempre he acabado rompiéndolo todo. Malo será.
Curo miró de reojo a Xine con una sorpresa genuina. ¿Eymar desde pequeño siendo un alboroto? No tenía mucha pinta siendo tan serio, aunque tampoco tenía sentido que con Rima fuera cariñoso, tímido y amable.
Cuando Eymar intervino, varias de las Sytokys se sintieron intrigadas. ¿Qué hacía ayudando al príncipe? Las dudas se fueron respondiendo a la vez que verían la aparición de Ànima saliendo del cuerpo de Lizcia. Le fue escalofriante, pero a la vez curioso por cómo era tan protectora. Vieron que tenían un vínculo especial, pero pocas supieron que Ànima y Lizcia combinaban dos elementos que formaban una armonía lógica.
Siguieron con la actuación hasta que llegó el momento donde Lizcia tendría en sus manos la bufanda. Cuando ocurrió ese hecho, Eymar —escondido detrás del escenario—, trató de crear una gran llama a las espaldas de Lizcia. Fue difícil controlarlo, pero al hacerlo, pudo respirar aliviado ya que Ànima habría logrado cegarlas de nuevo.
—Aún me cuesta creer que pueda cegarlas a todas —susurró Curo.
—Es la diosa de la oscuridad, ¿qué quieres? Ha conseguido su poder poco a poco. Ahora si le corresponde ese título como tal —contestó Eymar cansado.
—Tiene sentido —murmuró Curo, mirando la actuación de reojo—. En poco salimos, ¿no?
—Sí, prepárate.
Sería entonces cuando el segundo acto estaba a punto de empezar. Las cortinas se cerraron para poder prepararlo todo bien. De fondo escuchaban los aplausos de las Sytokys. Esto los animó, en especial Rima. Caminaba con pequeños saltos mientras pedía a los demás que se organizaran y se dieran prisa.
En medio de ese pequeño bullicio, Lizcia habló con Ànima en un susurro:
—¿Qué es lo que viste, Ànima?
Tardó en darle una respuesta. Su estómago se revolvía de tan solo pensarlo.
—Mi vida pasada tiene pinta de ser la primera que tuve antes de ser una diosa, antes de siquiera ser una elegida.
—¿Cómo? —preguntó Lizcia.
—Lizcia, creo que...
—¡Venga, empezamos en nada!
Ànima suspiró molesta, pero no diría nada. Lizcia quería saber qué ocurría, por qué la preocupación y temor de su amiga, saber qué es lo que había visto.
El problema era que Ànima se veía envuelta en una nube de dudas que no sabía cómo disiparlas. Cuando creía tener una respuesta, se reían en su cara y volvía a quedar cegada bajo esas nubes grisáceas.
Aun con ello, Ànima no quiso darle más vueltas, debían de seguir con la actuación en el que Curo sería el protagonista. Estrofa sabía más o menos su historia, pero aun así prestó atención, riéndose alguna que otra vez ante su actitud.
Incluyeron varias escenas en las que Ànima y Curo conversaban entre sí, logrando sorprender a Lizcia. No sabía que ellos dos se hablaran con aquella confianza.
Continuaron explicando lo que sería la historia de los tres elegidos de los Vilonios y las pruebas. A muchísimas Sytokys les parecía imposible que Mitirga pudiera ayudar. Tal hecho demostraba que era poderosa y que aún encerrada era capaz de hacer milagros.
Al concluir el acto de Curo, las cortinas se volvieron a cerrar para dar así comienzo la historia de Xine. Una vez más, Rima avisaba a todos y los organizaba mientras Curo bebía agua de una pequeña fuente que había cerca.
—Prefiero el mundo de la moda antes que actuar. Los nervios que tenía encima no eran normales —murmuró Curo—. Lizcia, Ànima, ¿mis plumas están bien? ¿Brillan? ¿Se me cayó alguna?
—Yo te veo bien —respondió Lizcia.
—Todo correcto, Curo. No te preocupes —siguió Ànima, quien estaba dentro de Lizcia.
—Ah, maravilloso. Ahora sigue Xine, por favor que no sea muy bruto con sus gestos y pasos, es su mayor fallo y nos restaría puntos.
—No le puedes pedir a una roca que sea una bailarina —contestó Ànima.
—Si lo intenta muchas veces lo puede conseguir —aseguró Curo.
—¿Cómo tú luchando con tus puños? —preguntó con una risa.
—¡Eh! Que sepas que lo hice cuando luché contra esos guerreros en mi prueba —recordó orgulloso.
—Cierto, touché, tienes la razón.
—¿Tou- qué?
Ànima le sorprendió que no entendiera, aunque no era el único, Lizcia tampoco lo comprendía.
—Es una expresión. Una forma de confirmar tus palabras o que son irrefutables —explicó Ànima.
—¡Oh! ¡Jamás he oído algo igual! —comentó Curo.
Ànima frunció el ceño. Era cierto, no había dicho nunca palabras así, ni expresiones, ni nada similar, pero ella lo entendía a la perfección como si lo hubiera dicho desde pequeña.
Una vez más intentó no darle vueltas, centrándose en la actuación donde comenzaría el protagonismo de Xine. El pobre se le notaba muy nervioso por sus movimientos torpes. Los Zuklmers por lo general no solían ser cuidadosos, y menos en un espectáculo. La tensión se veía en sus rocas que se agrietaban a la vez que su energía rojiza salía de por medio, iluminando su cuerpo.
Más de una vez Lizcia intentó calmarle, pero Xine no podía evitar la ansiedad ante tantas Sytokys juzgando, sobre todo Estrofa.
—Es curioso que un Zuklmer intente actuar. Es hasta adorable —comentó una de las Sytokys, una voz que Lizcia pudo escuchar.
—¡La verdad es que solo hace que los admire más! Una pena que su hogar sea demasiado caluroso.
Aplaudían y animaban al Zuklmer quien, avergonzado, intentaba no dejarse llevar por los nervios hasta que llegó el momento de realizar su "prueba". Todas las Sytokys se sorprendieron ante la energía y fuerza que tenía. Su determinación y valor demostraba ser un Zuklmer que estaba dispuesto a todo a la vez que ayudar a su raza.
Estrofa miraba la situación con intriga. Le parecía admirable todo lo que hacía. Su cuidado por Lizcia y su preocupación por los demás. Era increíble para las Sytokys, más cuando sonreía, para ellas era como si brillara en colores rojizos.
—Ah, porque me duelen las mejillas —susurró Estrofa confundida mientras se las acariciaba—. Encima arden... Oh...
Lizcia sonrió por sus adentros.
—Parece que sintió un flechazo —susurró Lizcia hacia Xine con sutileza.
Xine la miró atónita.
—Como te pasó con Ànima —añadió Lizcia con burla.
Xine miró a otro lado, avergonzado.
Al terminar su acto, Rima sonrió satisfecha. Conseguir el sentimiento del amor no era nada fácil, pero gracias a Xine lo hicieron. Estaban a un paso más cerca, pero aún quedaba espectáculo por delante. Faltaba ver otros sentimientos como tristeza y el terror.
—¡Vamos no hay tiempo que perder! —gritó Rima.
—¡Es nuestro turno! —gritó Eymar.
Estaban nerviosos, sobre todo Rima que apenas había practicado su parte. Sus manos las movía sin parar, estirándolas mientras daba pequeños saltos y respiraba.
—Rima —llamó Lasi, acercándose a ella para abrazarla de un lado.
—¿Dime?
—Lo vas hacer bien. Sé que no pudiste entrenar mucho tu parte, pero confío en ti y no tengas miedo, tienes el puesto de elegida ganado —le animó con una sonrisa.
Las pequeñas lágrimas cayeron de los ojos de Rima para al final afirmar con emoción.
—¡Lo podemos conseguir! —aseguró, mientras daba pequeños saltos de felicidad.
Segura, corrió hacia el escenario para que las cortinas se abrieran y con ello empezar. Ambos sentados en el suelo se miraron por un momento para que la Sytoky riera ante la curiosa situación.
—¿Y tú quién eres? Pareces ser una manzana —contestó con una sonrisa amable, una que hizo sonreír a Eymar debajo de su máscara.
—Soy Eymar, el hijo de Oino, el líder y elegido de los Maygards.
Lasi sería la narradora. Explicó su pequeño encuentro casual en medio de los bosques. Un encuentro que los marcaría de por vida. Eymar, quien habría disminuido su tamaño para simular ser un niño pequeño, explicó sus orígenes a la joven.
Saber que se había encontrado con un Maygard era un hecho fascinante para la Sytoky. Lo miraba con admiración mientras veía sus demostraciones con la magia y explicaba cómo funcionaba su raza.
Muchas de las espectadoras prestaron atención porque desconocían a los Maygards, de hecho, muchas les tenían cierto temor por su apariencia y poder.
—Se dice —comentó Eymar—, que nuestro elegido acabó suicidándose para evitar hacer más daño a los suyos ante un poder que no podía hacer frente.
—Eso es horrible, Eymar —murmuró Rima—. Por ello se dividieron los Maygards, por miedo.
—Exacto. Solo ayudamos si es conveniente, algo que quiero evitar porque antes no era así —comentó Eymar, para luego mirar hacia un lado—. Por Ayan. No puedo quedarme más tiempo.
—¿Por qué no?
—Mi padre se va a enfadar —respondió mientras se levantaba.
—¡O-Oye, espera! —gritó Rima. Eymar se giró por un momento—. Nos veremos más veces, ¿no?
Eymar, retiró una pequeña parte de su máscara. sonriéndola solo a ella.
—Claro.
Ante esto, muchas reacciones aparecieron de golpe.
—¡Le enseñó su cara! —gritó Curo—. ¡Y a nosotros no!
—¡Cállate, Curo! —susurró Xine.
—¡No es justo!
Ànima, por otro lado, cruzó sus brazos.
—Son como Romeo y Julieta, aunque no tienen un final tan triste —comentó.
Curo y Xine la miraron de reojo.
—¿Quienes? —preguntaron a la vez.
Ànima se quedó en silencio durante unos segundos para al final negar con su cabeza. No comprendía porque decía esas palabras. Era algo que ni ella misma solía decir, como si su propio subconsciente lo pidiera.
Mientras tanto, en las gradas donde estaban las Sytokys, no paraban de murmurar sobre la actuación vista. Entre ellas Estrofa no paraba de murmurar.
—Mírala, y me lo tenía muy bien oculta esa historia. Quien me iba a decir, Rima teniendo un posible novio, encima un Maygard.
—No la veía tan cotilla, mi señora —murmuró una de las guardias.
—Un buen cotilleo nunca viene mal.
Al concluir la escena, daría paso a lo que sería el viaje de los elegidos, siendo así la historia que estaban viviendo. No solo eso, daría paso también a la historia de Rima, uno que sus compañeros no sabían al igual que algunas Sytokys. Rima, mirando con decisión a Lasi, dejó que empezara tocar una larga y bella melodía.
Tomó un paso enfrente y comenzó a explicar quién era, su origen como Sytoky y el orgullo que tenía por ello. Todos, incluso los elegidos, estaban atentos a sus movimientos. Bailaba con elegancia, pasos lentos y dramáticos en los que se mantenía quieta por unos segundos, logrando narrar ella misma la historia.
—Desde pequeña he admirado a mis padres. Émilea y Partreo eran los mejores en el baile, canto, actuación. Así como componer las canciones más bellas que una Sytoky podía conocer.
A sus espaldas, figuras aparecían en colores morada y azules. Eran sus padres. La apariencia de Émilea era hermosa. Cabello largo y cuidado junto a una vestimenta muy bien cuidada, similar a la que tenía Rima. Con Partreo, era una apariencia era un poco más ruda, pero con una permanente sonrisa que hacía de él un hombre hermoso de cabello corto y pantalones largos, dejando al descubierto su pecho.
—Los admiraba. Los amaba. Quería ser como ellos, aprendía siempre a su lado, pero no lo hacía sola, porque al ser profesores, también enseñaban a otras Sytokys. Entre ellas, conocí a Lasi.
Al lado de Rima, Lasi apareció a su lado para bailar juntas. A su lado, notas musicales salían a su alrededor. Una armonía donde la música brillaba en colores blancos y violetas.
—Dieciséis años tenía.
—Dieciocho, en mi caso —añadió Lasi.
Y ambas frenaron su baile.
—Hasta que una de las clases lo cambiaría todo —pronunciaron a la vez, provocando que la canción cambiara a un tono más grave.
—Fue un día tranquilo.
—Uno común. Practicábamos como siempre nuestras actuaciones, canciones y bailes —continuó Lasi.
—Mis padres nos enseñaban con entusiasmo. Eran clases particulares. Especiales solo para nosotras.
—Y eso para mí, era un honor al ser la mejor amiga de Rima.
—Más que eso, Lasi. Una hermana —añadió Rima, sonriéndola con dulzura.
Ante esas palabras, Ànima sintió un puñal en su espalda. Cerró sus ojos por un momento.
—No ahora. Céntrate —se pidió.
Y los volvió abrir para seguir viendo.
—En esa noche hermosa donde nuestros esfuerzos fueron presentes por mis padres. Una oportunidad se me habría presentado.
—Se dice que, a los dieciséis años, a las Sytokys se les da su primer instrumento por parte de sus padres —continuó Lasi.
—A mí me dieron una flauta dulce. La que aun conservo —habló Rima, moviendo su mano derecha para que de pronto, un instrumento apareciera en su mano— y la que tocaré con gusto ante vosotras.
Lasi se quedó detrás de Rima, viendo como tocaba y bailaba con elegancia. Era ver a una mujer mayor que tenía la experiencia consigo. Una elegancia vista en la que parecía que la luna y las estrellas la acompañaban. Una mujer que creaba la música. La sentía y la vivía. Respiró hondo y narró:
—Desgracia fue que ese día, cuando recibió el regalo, la noche cambió a una tenebrosidad poco vista. Ese día, sus padres sufrieron la desgracia que todos han vivido en Codece. Aberraciones salieron desde sus escondites, y con ello, atacaron a todos los presentes.
De pronto, Rima cayó al suelo. Lasi ante esto, se acercó de inmediato y se puso en una posición defensiva.
—No... —Su voz se trabó por un momento. Lasi no pudo evitar temblar mientras las lágrimas salían.
—No pudo defender a mis padres —continuó Rima en un murmullo. Lasi la miró de reojo—, pero sí a mí.
Y cuando el peligro terminó. Lasi, con un nudo en su garganta y con las manos temblorosas, le habló como la vez que tuvieron ese accidente:
—Vámonos de aquí... juntas.
Todos los presentes sintieron dolor y terror al comprender lo que habían vivido, pero quien más lo vivió fue Ànima. Escuchaba sin parar el llanto de una joven que chillaba unas palabras llenas de angustia y dolor. Tuvo que cubrir sus oídos, intentando calmarse, pero su actitud lograba llamar la atención de los demás.
—Estoy bien. Lo siento —murmuró Ànima, sentándose de rodillas al suelo, dejando de escuchar el chillido—. Puedo seguir aquí escuchando, no os preocupéis.
Pero por mucho que dijera, sus rostros llenos de angustia dejaban en claro su preocupación por ella.
Cuando Lasi y Rima se levantaron del suelo, Rima no dudó en tocar una canción calmada de su flauta. Hipnotizaba sus precisas notas, más cuando del instrumento salían notas. Unas que dejaron asombradas a todas.
—Son blancas —susurró Estrofa con asombro—. No moradas, azules o negras. B-Blancas —tartamudeó, mirando a Rima—. ¿A quién le pediste bendición, Rima?
Al terminar, Rima se inclinó ante ellas, recibiendo varios aplausos que lograron emocionarla. Aun con ello, contuvo sus emociones porque la actuación no había terminado. Se marchó con elegancia, reuniéndose con los demás.
—Bien. Creo que salió bien.
—¡Salió de maravilla, no digas tonterías! —intervino Lasi, abrazándola con cariño—. Venga, nos toca la parte más complicada. ¡Chicos, a moverse!
Los demás se movieron formando un bullicio que Ànima no pudo escuchar. Cuando intentó levantarse, Rima se lo impidió con sutileza, mirándola con una sonrisa.
—Apareces al final, es necesario que reposes y no llores, lo que viene después puede causarte muchas emociones —explicó Rima.
—¿T-Tanto? —preguntó Ànima.
—Si logramos hacerlo bien, es posible que puedas recordar gran parte de tu pasado —comentó mientras miraba a Lasi—. ¿Confías en nosotras?
Y por un momento las apariencias de las dos Sytokys cambiaron sin previo aviso. Por fin pudo ver la apariencia de dos niñas, viéndose por un momento reflejada en quien parecía ser la más mayor. Asombraba tal hecho al saber cómo lucían, qué ojos tenían, cabello, vestimenta, piel... todo.
¿Por qué la niña se asemejaba a ella?
—C-Claro—susurró Ànima.
Cuando todos llegaron al escenario, explicaron su historia, una que no duraría mucho porque estaban cerca del final. Las Sytokys que observaban tal actuación se dieron cuenta de que Ànima no se encontraba y esto se debía a que pronto tendría su acto.
—Tu turno, Ànima —susurró Rima.
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Uno que no se hizo tardar.
—Rima —susurró Lasi—. ¿Estás segura que podrás hacer su canción?
Rima la miró de reojo con una sonrisa confiada.
—Es similar a nuestra magia. Quiero creer que es de la deidad que te comenté.
—¿Sensibilidad? —preguntó Lasi.
—Sí. No sé mucho sobre ella. En general las Sytokys no saben mucho, pero dicen que es la madre de la música y los sentimientos. Quien compuso la canción, sabía cómo hacerlo a la perfección.
—Pero sola no puedes —respondió Lasi.
—No, pero a tu lado sí.
Lasi respiró hondo, para al final afirmar con su cabeza.
—Cuentas con mi ayuda.
Vieron como Ànima se sentó de rodillas en el suelo. Todo su alrededor se volvió oscuro mientras Lasi y Rima trataban de entonar la complicada melodía.
Convencidas, movieron sus brazos y manos, escuchando la canción triste que permitió el cambio del escenario donde todos se vieron involucrados. Era un bosque en el que las hojas de su alrededor se habían vuelto unas otoñales y frívolas. Tanto era el frío que algunas tuvieron que cubrir sus brazos con túnicas mientras que otras aguantaban como era el caso de Estrofa.
Ànima miraba a su alrededor como si fuera una niña pequeña que vería por primera vez el exterior. Se levantó con cuidado para poder tocar con sus manos lo que sería una de esas hojas a la vez que una voz inocente y débil la llamaba, pero no por su nombre.
Intrigada, siguió esa voz hasta que tropezó contra algo que no pudo identificar. Sus ojos se habrían vuelto oscuros. Sintió que había caído en un vacío infinito en el que no podría recuperarse ni moverse, pero que seguía escuchando la canción que calmaba sus males.
En medio de ese vacío, cuando su cuerpo logró relajarse, sintió algo cómodo en su espalda, algo similar a una gran y cómoda cama. Respiró con lentitud, escuchando unas palabras que la dejaron helada:
—Ànima fue lo que algunos consideran como una raza despreciable. Ànima en su anterior vida fue una humana.
Asustada, abrió sus ojos y se vio en un lugar muy distinto. Encerrada en cuatro paredes de colores verdosos, sus ojos vieron demasiados objetos que le costó procesar.
¿Qué eran esas imágenes colgadas en la pared? ¿Y esa mesa de escritorio junto a un montón de libros de gran tamaño? ¿Por qué tenía ese armario con ropa organizada? ¿Era su propia habitación?
—Lo es. Es mi habitación —se dijo convencida.
Sus ojos pudieron procesarlo al igual que su cabeza alterada. Miró todo lo que tenía, empezando con el escritorio de madera descuidado que sostenía varios libros, lápices y bolígrafos junto a un ordenador encendido. Se quedó pensativa, dándose cuenta que en la habitación donde se encontraba era de una estudiante.
—Esto ¿es mío? —se preguntó en un murmullo.
En ese escritorio se encontraban algunas fotografías pegadas con celo. Miró con atención, encontrando un grupo de amigos en el que siempre se veía a la misma chica de cabellos castaños con una sonrisa de oreja a oreja. Unas eran en la playa, otros en una fiesta, otros en una calle que tenía cerca de donde vivía.
«Esa... ¿Esa soy yo? —se preguntó para luego ver sus manos. Su piel no era gris, sino una similar a los Mitirs—. Mi cuerpo».
Buscó con sus ojos un espejo, que había al lado del armario. Al verse, escuchó las pulsaciones de su corazón angustiado ante las preguntas que aparecían sin parar.
—Soy yo —se dijo convencida—. Soy una humana. Una joven de... Dieciocho años. —Giró su cabeza a un lado—. Y estaba con mis amigos. Fui con ellos de vacaciones por mi hogar. La tierra.
Vestía con una camisa blanca de botones, una falda pequeña de color negro y unos calcetines largos grises. Se quedó anonadada, observando cada rasgo de su rostro. Las ojeras maquilladas al no haber descansado junto a unas mejillas rojas por haber llorado durante una larga noche.
—No tuve buena noche. Empiezo a recordarlo —habló en un murmullo—. Recuerdo como esa noche tuve una charla con... ¿Con quién?
Se giró y vio los discos musicales junto a los posters de diversos artistas. Pink Floid, Queen, David Bowie, The Police y varios más. Entre medio se encontraba con algunas imágenes colgadas.
—Mi familia —susurró, acercándose hasta ver mejor las fotos—. Mamá. Margara. Papá. Marco.
Observó con atención sus facciones. Las de su madre eran delicadas junto a su cabello rubio. Vestía con una ropa de verano.
—Aunque estábamos en Francia ese día. Sí. Mi madre nos llevó a su hogar y conocimos Paris. Mi padre la conoció allí siendo él de Tarragona.
Observó a su padre. Rasgos más duros junto a unos ojos marrones y cabello canoso. Era mayor, pero tenía siempre una sonrisa a pesar de tener un trabajo duro como albañil.
—Mientras que mi madre era secretaria en una empresa que hay en... Andorra —continuó Ànima—. Vivíamos en Andorra.
Y, por último, se fijó en la última persona miembro de su familia. Ojos bañados en una negrura preocupante junto a un rostro molesto.
—Ella... nunca disfrutaba de nada. Intentábamos todo por ella. Intentábamos hacerla feliz, pero tenía. —Miró bien la foto, encontrándose con el bastón en sus manos—. Un problema en sus piernas.
Miró otra foto. Eran solo ellas dos. Ella sonría mientras la abrazaba.
—Es mi hermana —susurró—. Mi hermana menor, la que siempre cuidaba a pesar de lo malo. Su nombre... Su nombre era...
—¡Radow! ¿Estás bien? ¡Recuerda no dormirte que tu hermana regresa pronto de su primer día de clases! —gritó su madre.
—¿R-Radow? —se dijo en un susurro.
Ese nombre resonó en su cabeza, observando las imágenes que tenía colgadas en la pared que había enfrente de su cama. Se fijó en su hermana. Sus cabellos castaños y cortos tenían un corte específico, un mechón en medio de sus ojos, dejando así un aura de misterio. De normal vestía con sudaderas de colores verdes oscuros junto a unos pantalones tejanos y unas deportivas.
Giró la fotografía.
—1990 —pronunció en alto—. Ahí tenía dieciocho años y ella dieciséis.
Dejó la fotografía para mirar otra. Su hermana nunca sonreía, daba igual si estaba con sus padres o con ella. No había un momento donde pudiera mostrar al menos una pizca de felicidad.
—Solo lo hacía cuando estaba sola —recordó Ànima, dejando la fotografía para moverse hasta encontrar el pasillo que daba paso la habitación de su hermana—. Siempre.
Tragó en seco.
—Tu habitación —se dijo convencida mientras caminaba—. Jamás me dejaste entrar.
Era un gran contraste de colores a diferencia de la suya. Eran oscuros. A su hermana le encantaba estar sumida en esa oscuridad cuando escuchaba música de su reproductor. También tenía su propio armario y escritorio con algunos libros que no se llevó.
—Jamás hacías la cama —comentó Ànima—. Te daba vagancia. Jamás organizabas tus cosas, pero tus libros, figuras y películas las tenías siempre guardadas.
Se acercó a su armario con cuidado y empezó a mover una por una.
—Películas de terror. Las clásicas y Slashers. —Suspiró—. Te decíamos que no las vieras. —Las dejó a un lado y miró los libros—. Y obviamente libros de fantasía y terror.
Siguió mirando hasta que en medio encontró una foto, una que la hizo fruncir el ceño. La agarró con cuidado, viendo que era solo la habitación en medio de la noche con solo una luz brillante de color azul.
—No es nada más que su lámpara.
Se levantó, aun con la foto en su mano para luego mirar su escritorio. Libretas estaban sueltas por todos los lados, pero todos tenían el mismo nombre.
—Paiphire.
Y nada más pronunciar el nombre, la foto empezó a brillar.
—¿Q-Qué? —La miró con atención, viendo que la luz dentro de la imagen se movía como parpadeos constantes—. ¿C-Cómo? ¿Q-Qué has...?
—¡Radow! ¿Estás ahí? ¡El bus ya llegó!
Soltó la foto. Lo vio. Le había visto. Gritó por sus adentros mientras salía corriendo de la habitación y bajaba por las escaleras.
—Ese maldito —susurró.
—¡Radow! —gritó su madre desde la cocina, intentando detenerla, pero no sirvió de nada cuando Ànima estaba cegada en lo que había visto en la imagen.
«Estuvo ahí de antes —Se dijo Ànima mientras salía de la casa—. ¡Estuvo ahí! ¡1990! ¡Ese fue el día que apareció!»
Abrió la puerta de sopetón, viendo en el otro lado de la calle a su hermana pequeña. Tenía la cabeza cabizbaja, como si se encontrara adolorida ante ese día de clases, aunque en verdad Ànima recordaba bien las palabras que le diría. Recordaría ese día en el que ella la insultó y la despreció. Diciendo palabras sin sentido que en su momento no comprendió... pero que ahora le cobraba más sentido.
«Ese día estuviste ahí —se dijo Ànima—. Conocías su destino. De alguna forma lo hacías. La engañabas desde ese entonces. La usabas a tu favor».
Observaba a su hermana, la humana que luchaba con la vida que tenía, o eso fingía porque sus palabras demostraban su molestia por todo. Hablaba de ser alguien poderosa que controlaba todo, como si fuera un títere que movía los muñecos que ella deseaba.
«Porque te lo dijeron. Te dijeron que serías el títere».
Sus recuerdos fueron cada vez más nítidos mientras veía ese cuerpo humano cambiar a uno del que reconocía. Tragó saliva con dificultad al saber que esa mujer que siempre la atormentaba en sus recuerdos era en verdad su propia hermana.
Respiró angustiada, deseando contestarla, pero cuando alzó su rostro, vio a alguien al lado de su hermana sonreír con malicia, esperando su reacción.
«Porque tú la manipulabas desde el principio».
Unos ojos que demostraban la poca cordura de su interior. Alguien que no conocía la compasión y que disfrutaba del caos.
—Deja a mi hermana en paz —exigió Ànima.
—No, no me apetece —comentó divertido—. No eres nadie para decirme que debo hacer.
—¿¡Dónde está mi hermana?! —gritó sumida en la ira.
—¿No lo recuerdas?
Cuando quiso pronunciar algo, el pitido de un camión logró captar su atención, provocando que los recuerdos traumáticos de Ànima volvieran.
—Yo provoqué ese accidente.
Tal declaración hizo que el corazón de Ànima frenara, viviendo ese momento en cámara lenta.
—Yo hice que ese camión no pudiera frenar.
Sus ojos empezaron a derramar esas lágrimas negras llenas de desesperación. Trató de levantar su brazo derecho en dirección a su hermana.
—Yo hice que tu hermana te odiara y acabara cumpliendo ese deseo oscuro que jamás expresó.
Intentó saltar hacia ella, estirando su brazo derecho para salvarla, pero la figura de su hermana se iba desvaneciendo en un humo grisáceo a la vez que se escuchaba las risas de aquel que disfrutaba del sufrimiento de Ànima.
—¿Qué puedo decir? Soy capaz de ver las verdaderas intenciones de los demás, y tu hermana deseaba acabar con la vida de tanta gente —continuó, viendo como Ànima era manchada por la sangre de su hermana. Sus lágrimas mancharon su rostro en una viscosidad que despertaba un sentimiento que intentaba controlar—. Le di una vida que siempre deseó, algo que tú jamás pudiste darle. Darle el poder que necesita para ser la diosa de la que muchos conocen.
Ànima, sentada de rodillas en ese escenario cambiante, solo pudo escuchar sus palabras. Se reía de su desgracia, viendo cómo el poder de Ànima empezaba a tomar una forma que deseaba ver en acción.
—¡Yo, he decidido su destino! ¡Y tú no puedes hacer nada para recuperarla! ¡Nada!
Su alrededor era incomprensible para los ojos humanos. Todo cambiaba a colores distintos, como si por un momento se encontraran dentro de un ordenador corrompido. Constantes fallos propios de una pantalla mal sintonizada. Colores que parpadeaban en un tono chillón que a más de uno le podía generar un gran dolor de cabeza, aunque no para él, quién era el dueño de ese mundo.
—¡Demuestra qué eres capaz de hacer, Ànima! ¡Me han dicho maravillas y solo he visto una fracción de tu poder! —gritó entusiasmado, mostrando su sonrisa cruel mientras levantaba sus brazos con confianza—. ¿¡O es que acaso no quieres recuperar a tu hermana?!
Las provocaciones de ese hombre hicieron que el corazón de Ànima se consumiera en una oscuridad que le era muy difícil de controlar. Ahora mismo, en medio de ese mundo, escuchaba el grito de almas condenadas por las manos de su hermana. Había asesinado sin compasión alguna y lo disfrutaba. Le encantaba matar sin importarle las consecuencias de ello porque después usaba sus almas para que trabajaran con ella, les gustara o no.
Su cuerpo inmóvil solo podría escuchar esa tortura junto a un nombre del que le provocaba tormento, aunque en verdad no era la única que vivía eso.
En el escenario, los testigos solo pudieron ver una parte de la historia, cuando mostraron la historia humana que tuvo junto a la pérdida de su hermana. A muchas de las Sytokys presentes les dejó atónitas tal hecho.
¿Aquella diosa fue una humana?
Desconocían del sufrimiento que tenía que pasar, las provocaciones del hombre que se reía de su actitud. Todos los demás intentaban levantarla del suelo, sin ser conscientes de lo que estaba atravesando, a excepción de Lizcia.
De alguna manera, se daba cuenta que su aura era cada vez más monstruosa. Por alguna razón la oscuridad que poseía estaba dividida en dos partes, la serenidad y el descontrol.
—C-Chicos... —murmuró Lizcia.
Los demás no escucharon sus palabras porque Ànima empezaba a derramar su oscuridad en el escenario donde se encontraban, formando un charco que iba extendiéndose. Escucharon su respiración agitada, dándose cuenta de que en sus recuerdos estaban torturándola una vez más.
—N-No sé si ha sido buena idea...
Rima miraba hacia Ànima con una gran intranquilidad en su cuerpo, quería calmarla con alguno de sus poderes, pero no servía porque la oscuridad bloqueaba su interior. En medio de esa duda, Lizcia no dudó en acercarse para abrazarla, deseando despertarla y calmarla.
El problema era que la ponía más tensa cuando recordaba lo que había perdido. Ànima reflejaba a Lizcia como si fuera su hermana, dándose cuenta que durante todo este tiempo se había comportado como una hermana mayor para ella.
—¡Cerrar las cortinas! —decidió Rima.
Ante tal mandato, Curo fue el primero en apurarse, pero sus acciones frenaron cuando escuchó el grito de auxilio, aunque no fue el único. Todas las presentes vieron que las aberraciones habían sido capaces de traspasar la defensa de las Sytokys. Estaban en Synfón.
—No puede ser, ¡Eymar, Curo, Xine! Necesito vuestra ayuda —exigió Rima.
Lizcia se alejaba de Ànima para pedirle a Ienia que le diera su bastón. Al hacerlo, Ànima pudo levantar su rostro por unos segundos. Su realidad era mezclada por su primera vida junto a la segunda vida.
La luz que poseía Lizcia era excepcional, podía generar una esperanza que a cualquiera le daría una fuerza anormal. Ànima lo veía, sentía que podía controlar esa oscuridad para poder actuar con prudencia, pero cuando hacía el mínimo gesto, veía como esa luz se quebraba por esos mismos errores propios de un ordenador. Corrompiendo su alrededor esta llegar a Lizcia. Escuchó esa risa cruel, viendo a varias aberraciones acercándose a Lizcia con tal de contaminarla y envenenarla.
—Solo será mi último aviso —volvió hablar la Voz—. Olvídate de tu hermana y haz lo que mejor se te da hacer. Suicidarte.
Al terminar sus palabras, ese fondo blanco sería destruido, viendo a su hermana gritar por ayuda. Ànima abrió su boca para pronunciar un nombre que no pudo escuchar, pero que no era el de Paiphire ni el de Lizcia.
—¡Pyschen!
Tal nombre se escuchó en toda la ciudad. Las presentes se quedaron heladas por lo que ocurría ahora mismo. La voz mezclada con el odio y el dolor fue algo que jamás olvidaron, menos cuando vieron a Ànima liberar su poder en una forma monstruosa.
Lizcia fue la primera que se giró. Ànima ya no estaba sentada de rodillas, sino que estaba abrazándola con fuerza, protegiéndola de las aberraciones que iban hacia ella. Asesinó a todos con una brutalidad que vieron a excepción de Lizcia.
—¡No voy a permitir que mates a nadie más! —chilló, cegada por la furia—. ¡Yo soy tu enemigo! ¡No ellos! ¡A mí es a quien buscas y te juro que seré ese monstruo que tanto deseáis ver!
Sus palabras generaban un terror horrible, pero para Lizcia le creaban una protección inusual. Confiando en la oscuridad que Ànima le había pedido. Se dio cuenta del verdadero poder que tenía y como era capaz de acabar con todo aquello que la desafiara.
—Ànima...
En cuestión de segundos dejó de sentirse abrazada, sentándose en el suelo de hierba. Respiró con profundidad al darse cuenta de lo que acababa de vivir. Ignoró las palabras de sus compañeros que les preocupaba la salud de Lizcia. Ahora mismo estaba angustiada en la salud de Ànima, en como ahora actuaba sin compasión alguna.
—¡C-Chicos! ¡Tratar de llevar a Ànima hacia la ciudad, así podremos eliminar todas las aberraciones! —decidió Eymar con valor, aunque en verdad se encontraba temblando al ver a Ànima con ese abrumador poder.
Los demás obedecieron, acercándose a ella a pesar de estar asustados, logrando llevarla hacia la ciudad donde acabarían con las aberraciones. Eymar, Ienia e Yrmax en cambio, se acercaron hacia Lizcia.
—¿Estás bien? —preguntó Yrmax.
—S-Sí —murmuró Lizcia—. ¿Ànima? ¿Está bien? ¿Dónde se fue?
—La llevamos a la ciudad, podemos aprovechar ese estado de ira que tiene para matar a las aberraciones de la ciudad —explicó Eymar.
—... Llevarme con ella.
—Pero es...
—Llevarme con ella, no le será suficiente con las aberraciones. El odio que tiene no es a ellas, ¿no escuchasteis a quien odiaba? Pronunció su nombre, Pyschen. Debe de ser la que bloqueó sus recuerdos, quien la torturaba, alguien que no se va a presentar porque es una cobarde.
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