Capítulo 31: Entregar el corazón y alma.
Para algunos les era difícil de procesar lo que estaba ocurriendo, en especial para Lizcia. Quiso pronunciar algo, pero el repentino abrazo de Ienia logró que abriera su boca y empezara a llorar.
—Estrofa desea una grandiosa actuación de mi parte. No le hizo ninguna gracia que tuviera a Yrmax como actor sorpresa —aclaró Rima.
—Y te sale bien, yo no sé cómo lo haces —murmuró Lasi, arqueando una ceja.
—Dones de artistas, no lo entenderías. —Rio para luego mirarlos a todos con una gran ilusión—. El asunto es que la convencí y ahora que tenemos al rey. Podemos hacer escenas perfectas sin tener que usar a Eymar como sustituto.
—Menos mal porque guardar mis brazos detrás de mi camisa no sonaba muy cómodo —susurró Eymar.
—Obvio, porque todo estaba pensadísimo —comentó Rima con orgullo. Los demás le miraron sin creerla—. Bueeeno. No. En verdad escuché unas voces a lo lejos. Era Yrmax e Ienia. Entré de curiosa y me adentré al hogar de Estrofa, o bueno, su grandioso árbol donde está ella y sus mejores guerreras. El caso, que entré de golpe y la convencí diciendo que eran mis mejores actores. Las perlas marinas de nuestra ciudad.
—¿Perlas marinas? —preguntó Lizcia.
—Es lo más valioso para las Sytokys —respondió Eymar.
—¡Sí! El asunto es que Estrofa no me creyó del todo, pero Yrmax me ayudó explicando que el reinado está en peligro porque su padre no era el real, sino una raza llamada Virus.
—¿Virus? —preguntó Curo.
—Sí, al menos es como se hacía llamar —explicó Yrmax—. Es un peligro, quería que sacara la espada para liberar un desastre que desconozco. Pude detenerlo porque Mitirga me dejó un mensaje en esa espada.
Lizcia agradeció en silencio mientras los demás tragaban en seco.
—El asunto es... —Yrmax no pudo seguir explicando. Tosió de por medio, preocupando a todos—. Ah. Lo siento, yo...
—Lo que te hace falta es ir a los lagos —interrumpió Rima—. Con Estrofa te pasó lo mismo. Menos mal que fue compasiva contigo.
—S-Sí... —susurró Yrmax.
—Entonces, ¿cómo quieres organizarlo todo? —preguntó Curo.
—Simple. Actuar como siempre, aunque quiero que antes Yrmax repose en las aguas. —Tras eso, miró a Lasi—. ¿Te es problema seguir enseñándoles?
—Sin problema, pero calma ese ritmo frenético que tienes. Tus notas son escandalosas.
—¡No puedo evitarlo! —admitió Rima con una risa nerviosa—. ¿Tú sabes lo genial que será todo esto?
En medio de la conversación, Ànima sentía una estaca en su corazón. Sus recuerdos intentaban salir a pesar de estar atados. Trataba de mantener la calma, cerrando sus ojos para escuchar una voz débil en su interior.
Le murmuraba palabras que no tenían correlación, algunas eran dichas en un idioma que podía comprender. Confundida, quiso abrir sus ojos para no darle más vueltas, pero se encontró en un escenario que no pudo comprender.
—Otra vez —susurró Ànima—. Recuerdos incompletos.
Estaba en medio de lo que parecía ser una calle hecha de un suelo enladrillado. Sus ojos apuntaban hacia unos enormes edificios alargados y delgados de colores azules y negros. La confusión la azotó al ver tales estructuras.
—¿Ahí vive gente? —se preguntó, arqueando la ceja—. No. Son enormes como las montañas de Vilen. Sería en parte incómodo. S-Supongo que ahí vivirán seres parecidos a ellos —susurró.
Giró poco a poco su cabeza. No era capaz de describir bien lo que había, pero era capaz de entenderlo como si su cabeza lo asimilara durante toda su vida. ¿Qué eran esos suelos negros pintados con líneas blancas? No solo eso. En frente algo rápido pasó, como si fuera un tipo de animal veloz, pero cuando se fijó, comprendió que tenía ruedas hechas de un material más avanzado.
—¿Qué estoy viendo?
No había bosques profundos de colores que radiaban vida, sino unos que parecían ser plantados a desgana junto a los colores artificiales. Apostaba que el olor y el tacto de esos no era más que plástico o contaminación, algo que la disgustaba.
A su alrededor había varias casas de un mismo diseño, capaz de un color más distinto a la otra, pero el modelo era exacto. ¿Por qué? ¿Quién tuvo tal idea de diseñar unas casas tan aburridas sin apenas vida? ¿Cómo era posible que su alrededor fuera todo tan deprimente?
La confusión hacía que se quedara sin aire, aunque eso iría a peor cuando un sonido irritante a sus espaldas logró asustarla. Al girarse, vio a unos pocos metros un vehículo grande y alargado de colores amarillos con varias ventanas en donde un hombre parecía conversar con alguien.
—¡Niña, ¿tomas el bus o no?!
—¿Bus? —se preguntó Ànima en un susurro—. ¿Por qué conozco esa palabra?
—¡S-Sí! —respondió la joven.
Ànima abrió sus ojos en demasía, moviéndose por un momento.
—Esa voz...
Al hacerlo, vio como la joven subía por unos pequeños escalones con la ayuda de un bastón, justo como Lizcia.
—La conozco —susurró Ànima—. ¿Q-Quién eres?
Siguió mirando hasta que la joven frenó sus pasos. La respiración de Ànima empezó a acelerarse mientras veía como ella la miraba de reojo con una media sonrisa.
—Venga. Puedes hacerlo mejor. ¿Cómo no puedes recordar tu hogar? —preguntó la joven, hablándole—. ¿O acaso algo te lo impide?
Antes de que Ànima pudiera reaccionar, sintió como varios objetos afilados atravesaban sus brazos y piernas. Se quejó, cayendo de rodillas contra el suelo mientras escuchaba las risas que se burlaban de su condición. Perdía la visión y con ello la frustración de no poder hacer nada.
Azotada por la duda y la angustia, dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas. Quiso controlarse, cubriendo sus ojos y respirando como mejor podía. Deseaba hacer algo, pero su cuerpo no reaccionaba a sus órdenes.
—Claro que no, nunca lo podrás saber —continuó, logrando que Ànima se desesperara cada vez más—. ¿Crees que no te puedo atormentar aún sin meditar o con Lizcia poniéndose en medio de mi camino?
—¡Deja a Lizcia fuera de esto! ¡Esto algo que tú y yo tenemos en medio! —gritó Ànima.
—Oh, sí, tú y yo, pero no sabes decir mi nombre.
Ànima sintió una profunda rabia mientras intentaba moverse, más cuando vio que su brazo derecho empezaba a brillar como las otras veces, bloqueando sus poderes, sus recuerdos... Todo.
—La petición de no meter en medio a Lizcia está complicado si ella misma es la que insiste tanto en "hacerme mucho daño". Niñata estúpida, no tiene ni idea de con quién se está metiendo.
—¡Basta! ¡Ni se te ocurra hacerla daño! —chilló, pero su voz parecía desaparecer en el vacío, viendo la figura grisácea que observaba con curiosidad.
Pero pronto cambió a una de arrepentimiento.
Ànima pudo ver esto a duras penas, dándose cuenta que la apariencia de la contraria era bastante pequeña de lo que creía. Sus ojos encontraron y su corazón bombeara con fuerza, como si algo le intentara decir con desespero una palabra. Apretó sus dientes, tratando de hacer algo. Fue ahí cuando se fijó en lo que la rodeaba, un humo grisáceo que tomaba distintas formas. Diversos ruidos irritantes como un despertador o el repentino estruendo de lo que parecía ser un coche avisando con su claxon.
¿Por qué conocía esos ruidos si nunca había oído algo igual en su vida?
En medio de esa situación, Ànima logró centrar sus ideas y mirarla desafiante.
—Tú fuiste parte del ruido, ¿no? Eres ruido, eres ese elemento que la luz y la oscuridad me dijeron. Dime, ¿qué es lo que he hecho para que el ruido esté en mi contra?
La contraria solo soltó una risa nerviosa sin poder controlar su temblor en sus brazos débiles.
—Si solo fuera el ruido...
Cuando quiso saber más, el dolor intensificó en todo el brazo derecho de Ànima, cayendo un montón de sangre negra de esta. Despertando de aquella inusual realidad, vio con dificultad a todos sus compañeros. Pérdida ante tal situación, solo pudo ver como Xine agarraba la aguja con rabia para tirarla a otro lado.
Y ante esto, Ànima caería inconsciente.
La preocupación se palpaba en la casa de Rima. Algunos estaban afuera caminando de un lado a otro, o al menos eso hacía Curo mientras Xine se quedaba a su lado.
—Una maldita aguja en su brazo —susurró Curo, tragando saliva sin querer—. Por Orgullo, pensé que tenía problemas con su memoria, pero no eso.
—Eymar nos avisó muy tarde, al igual que Lizcia —comentó Xine—. No era un problema suyo, sino de alguien más.
Se hizo un silencio, uno del que obligó a Curo ponerse las manos en la cabeza mientras Xine le miraba.
—Curo.
—¿Qué?
—Viste lo que hizo esa aguja cuando la solté, ¿no? —preguntó Xine.
—No, ¿qué pasó?
—Nada más tirarla se volvió en humo grisáceo y empezó a moverse como si tuviera vida propia —explicó, recibiendo una mirada nerviosa por parte de Curo—. Me temo que nos están vigilando desde otros sitios... y más con ese ser que suplantaba al rey.
Curo puso su mano derecha en su frente, maldiciendo en silencio.
—¿En qué lío estamos envueltos? Por Orgullo, pensé que esto solo era una condena que debíamos romper, no vernos involucrados en una guerra donde seres de otro universo nos atacan. ¡De otro universo! Si al final Cérin tenía razón.
—¿Cérin?
—Es el líder de mi raza, y según nos dijo, ahí fuera hay algo más. Aparte de que no solo existe lo que sería la categoría de poderes como elegido, guardián y dios, sino que más, muchísimo más.
—Y yo que creía que estábamos solos —murmuró Xine.
—Ya ves que no, Xine. La prueba más clara es Ànima que ni siquiera es de este planeta.
—Sí. —Xine pondría sus manos en su rostro, expulsando aire que provenía de su cuerpo a través de las grietas de sus rocas—. Solo espero que Ànima esté bien y despierte.
—Han pasado varias horas desde lo ocurrido, si sigue así, habría que considerar el hecho de que Ànima haya sido atacada por esa mujer o que recordó algo que la dejó muy débil.
Xine afirmó en silencio, mirando hacia la entrada de la casa.
En el interior, todos estaban atentos a cómo podría reaccionar Ànima tras lo ocurrido. Tardaron en darse cuenta y no sería gracias a Lizcia que sentiría una presencia inusual a su lado. Era como un lamento, susurros de almas torturadas que pedían ayuda. Fue la primera en oírlo, seguido de Lasi y Rima.
—De pensarlo me entran escalofríos —admitió Rima—. Yo... cuando toqué su brazo por primera vez, escuché algo igual y vi demasiadas cosas sin sentido. No pensé que lo fuera a revivir de nuevo.
—Lo que me preocupa son las agujas —comentó Eymar—. Ya es la segunda que se retiró. Menos mal que Xine nos ayudó porque no podíamos entre todos. Aquella que la tormenta es poderosa.
Lizcia soltó un largo suspiro mientras cursaba sus brazos.
—Lleva tiempo así —admitió Lizcia—. No la dejó en paz desde el principio.
—Al menos podemos sacar algo en conclusión —intervino Lasi, logrando que todos la miraran con interés.
—¿A qué te refieres? —preguntó Eymar.
—Esto es algo que Rima y yo hemos analizado —explicó Lasi—. Pero ambas vimos como su melodía y sus recuerdos lamentan siempre lo mismo. La pérdida de un familiar.
—Y no solo eso, sino la lucha constante de Ànima. Ante una opción que no me es posible comprender —continuó Rima—. Dijisteis que Ànima tuvo dos vidas, ¿no?
—Sí, eso dijo Mitirga —respondió Lizcia.
—¿Se suicidó por esa persona?
Hubo un silencio incómodo, uno del que Lizcia interrumpió:
—Escuché una conversación con Curo y Ànima en su momento. Hablaba sobre la opción de revivir.
Eymar la miró de reojo, tragando saliva en silencio.
—¿Dices que se suicidó para salvarla? —preguntó.
Lizcia alzó un poco sus hombros, sin dar una respuesta clara.
—Ay por Melodía, dime que es una broma —susurró Rima al darse cuenta de la respuesta silenciosa de sus amigos—. Esa mujer...
—Podemos decir que ha sufrido bastante y aún sigue luchando por saber quién es en verdad —interrumpió Yrmax.
Nadie se negó a sus palabras, el silencio volvería de no ser que Yrmax tosió con debilidad. Tal hecho preocupó a Lizcia, acercándose para asegurarse de que respirara. Yrmax le contestó calmado junto a una sonrisa débil para luego hablar a Rima:
—Rima, dijiste que querías hacer una escena para Ànima, ¿no?
—Sí, para hablar de sus recuerdos, aunque fue poco lo que pude ver porque me lo impedían. Supongo que es la misma culpable que la hace daño.
—Esa mujer estúpida —contestó Lizcia de mala manera—. Se enterará de lo que es bueno, se está metiendo con quien no debe, ¡me tiene harta!
—Lizcia, calma.
—¡No puedo! —Lizcia se levantó del sofá—. ¡Es horrible no poder hacer nada! ¡Constantemente la ataca bajo sus recuerdos! ¡Adentrándose en su cabeza para hacerla sufrir y no puedo hacer nada! ¡Es una cobarde!
Nadie culpaba los sentimientos que tenía. La miraban en silencio, sin saber bien que decir.
—Si se presenta... Si esa mujer tiene el valor de venir, juro que... juro que...
Lizcia apretaba sus puños, controlando sus lágrimas, dejando que esa rabia de su interior saliera haciéndose daño sin querer. Yrmax, con cuidado, la abrazó para que pudiera desahogar.
—Rima, Lasi. Si ambas habéis podido escuchar eso, estaría bien que ambas lo representaran de alguna manera para ver si despertamos sus recuerdos —sugirió Eymar.
—Tengo una ligera idea, pero no sé si es hacer una actuación arriesgada, es como si improvisara algo que no sabes si es del todo cierto, ¿entiendes? —preguntó Lasi.
—Yo ya te dije lo que opinaba —recordó Rima mientras cruzaba sus brazos—. Improvisación o no, si sirve, la ayudaremos muchísimo y a su vez me daría cierta ventaja.
—Eres irremediable a veces Rima, pero esta vez te doy la razón —murmuró Lasi.
Eymar suspiró con pesar. Vio como Lizcia calmaba su llanto, agradeciendo a Yrmax por aquel abrazo. Al propio rey no le importó, después de todo entendía que sufriera en silencio para no preocupar a los demás.
—Creo que deberíamos seguir con la actuación, ¿no? Seguir practicando me refiero —sugirió Eymar.
—Sí, más ante la escena que quiero recrear, tenemos que ponernos en serio. Necesitaré la ayuda de Curo y Xine para los preparativos, quiero también a Ienia, Yrmax y, si es posible, a Lizcia para los últimos detalles de la actuación.
—Yo pensaba en cuidar a Ànima mientras vosotros actuáis —murmuró Ienia con timidez.
—No, necesito que estés, ya si eso vigilaremos yo o...
—Me haré cargo, no os preocupéis —interrumpió Eymar—. Vosotros prepararlo todo y si tenéis algún inconveniente, decírmelo.
A los demás les pareció correcto a excepción de Lizcia, quería quedarse con Ànima, pero si no le dejaron a Ienia, tampoco lo harían con ella. Al final, resignada, aceptó, yéndose de la casa para dejar solo a Eymar junto a Ànima.
Se quedó mirándola. La cama estaba hecha de hojas envueltas en una tela, cubierta por una sábana de color violeta. Ànima descansaba, respirando con toda la calma que merecía ante lo vivido.
Eymar se sentó en el sofá en una posición firme.
—¿En qué lío te has metido para que te veas envuelta en esta grave situación, Ànima?
El atardecer era presente en Synfón. Las Sytokys poco a poco se reunían para prepararse ante el espectáculo que Rima iba a ofrecer. Estuvo dándole muchas vueltas a todo. Organizándolo a la perfección, asegurándose de que sus compañeros comprendieran lo que debían hacer mientras Lasi preparaba la parte musical.
Las enormes cortinas azules estaban cerradas, haciendo invisible a los que estaban detrás de esta. Curo y Xine miraban curiosos la cantidad de Sytokys que estaban presentes, entre ellas, Estrofa quien acababa de llegar y sentarse.
—Ay por Orgullo.
—Que no se te olviden las frases o si no te lanzo una roca, quedas avisado.
—¡Gracias por los ánimos eh!
Rima les pidió silencio a la vez que se acercaran. Estaba escuchando las pulsaciones de su corazón como si fuera un concierto musical dentro de su cuerpo. Un mal gesto podría destrozar toda esa armoniosa composición.
Lasi se dio cuenta de ello y la calmó como mejor podía, pero era difícil si Rima tenía una tensión tan grande en sus hombros como si no se hubiera bañado en diez semanas, cuando hace una hora tuvo uno de esos baños relajantes y curativos, los cuales también Yrmax pudo disfrutar, retirándose una parte de esa enfermedad que poseía.
—Ay por Melodía. Si ella no está será horrible, si ella no está esto será...
Rima no paraba de alborotar su cabello mientras daba vueltas alrededor de Lasi. Mientras, Lizcia era acompañada por Ienia para posicionarse en medio del escenario, sentándose de rodillas en el suelo y esperando a la señal sinfónica que Lasi le daría.
—Hermana —llamó Lasi con firmeza, logrando que frenara sus pasos y sintiera un curioso cosquilleo en su estómago —, venga, centrémonos. El espectáculo debe seguir a pesar de todo lo malo, ¿no es lo que decían tus padres?
Por un momento vio cómo su ojo violeta abría con asombro mientras pequeñas lágrimas caían. Negó con su cabeza, sonriendo con total seguridad.
—Sí. Demos lo mejor que podamos.
Revisaron una vez más el exterior. En las gradas, todos los asientos estaban ocupados. Rima sentía los nervios fluyendo por su cuerpo, pero logró controlarlos cuando recordó las palabras de Lasi. Sus padres sabrían adaptarse a ello. Sabrían cómo actuar.
—Por Sensibilidad, por favor, desde lo más arriba, acompáñame y dame fuerzas —pidió en un susurro para luego mirar hacia su alrededor, asombrándose al ver que a lo lejos Eymar caminaba hacia ella, y no lo hacía solo—. Por Sensibilidad...
Cuando las cortinas se abrieron, las presentes vieron a Lizcia sentada de rodillas. Expectantes, se darían cuenta que no podrían ver ante una oscuridad inusual que había aparecido en sus ojos.
—En esta historia, a veces, no seréis capaces de ver —narró Rima con paciencia.
Bajo esa oscuridad tenebrosa, las presentes pudieron escuchar unos pasos provenientes de la joven. Se dieron cuenta que no poder ver y escuchar era algo que a muchas las angustiaba, pero también les causaba cierta curiosidad.
—En esta historia, podréis vivir en la piel de una ciega. Una Mitir que ha estado bajo unas condiciones complicadas donde el caos y la negatividad han estado acabando con ella, pero que supo mantener la esperanza a pesar de esa dificultad.
Escucharon el bullicio de varios pasos y sonidos distintos. Eso se debía a que Lasi, con el poder que poseía, creó ese ambiente para que las presentes sintieran esa confusión que muchas veces Lizcia sentía al no entender su alrededor.
—El no poder disfrutar de lo que tus ojos te ofrecen puede ser una desgracia para algunos, pero en su caso sabía apreciar los ruidos y sonidos que algunos hacían, desarrollando mejor los demás sentidos con el paso del tiempo.
De pronto, la oscuridad de sus ojos desapareció, viendo el asombro en algunas de las Sytokys, pero a quien más importaba ver esa emoción era en Estrofa, que sonreía con interés.
—Parece que le gustó —susurró Eymar.
—Tú concéntrate, e Ienia, prepárate, sales ya —avisó Rima.
—Bien.
En el escenario, unos pasos calmados iban en dirección hacia Lizcia. A su vez, Rima seguía narrando lo que ocurría hasta que Ienia tuvo que hablar:
—Lizcia, ven, tenemos que ir a la estatua para rendirle culto a Mitirga.
Lizcia sabía que iba a ocurrir en la próxima escena, ¿cómo lo iban hacer si no estaba Ànima? La angustia se iba apoderando mientras seguía las indicaciones de Ienia como las veces donde caminaban por el río.
—Tranquila, paso a paso, en medio de nuestro camino hay rocas, ¿lo recuerdas?
¿Qué sí lo recordaba? Sentía que había vuelto al pasado para revivir aquella rutina agradable con su mejor amiga. Una vida en donde siempre rendían culto la estatua que creían que era de Mitirga.
—A pesar de tener esa desgracia, ellas tenían una fe ciega en aquella elegida que todos los Mitirs conocían, Mitirga. —Sería entonces cuando la música empezó a desvanecer, apareciendo una que ponía en tensión a las presentes—. Todos la conocen. Todos saben lo que hizo, pero a pesar de todo lo malo, los Mitirs seguían venerándola porque creían que, a pesar de sus acciones, había hecho el bien.
Lizcia siguió caminando hasta que frenaron sus pasos.
—Pero lo que no sabían era que la estatua no era la de Mitirga, sino de una diosa que fue condenada y encerrada para olvidar todo su pasado. Uno en el que solo recuerda su nombre, su título y con ello, sus poderes.
Sería entonces cuando Lizcia abrió su boca. Sus brazos empezaron a temblar mientras pequeñas lágrimas aparecían en sus ojos.
«¿À-Ànima?»
Escuchó una ligera risa, una que la hizo sonreír.
—Su nombre es Ànima —narró Rima con firmeza—, y ella es la diosa de la oscuridad.
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