Capítulo 27: Sueño profundo.
La angustia se palpaba en la habitación. Lizcia estaba siendo tratada por Eymar, quien tuvo que usar la gema que Xine le otorgó. Sus propiedades curativas eran mejores de las que poseía y le avergonzaba gastar algo que a Xine le habría venido bien.
Tanto Ienia como Maya estaban al tanto de lo que pidieran. La joven traía de todo con rapidez, mientras que la madre actuaba con torpeza por el miedo que sentía ante Ànima.
Recordó todas las acciones que hizo en contra de su hija y la culpa la azotó. Actuó como una loca, creyó en lo peor en vez de confiar en su Lizcia.
Ànima la miraba de reojo con desprecio, y si su corazón hablara, sería directo y bruto. No podía ni verla, por eso se centraba en Lizcia quien, tumbada en la cama, respiraba un poco más aliviada.
Ese corte no era uno cualquiera, la aberración sujetaba una aguja. Saber de quién era la causante solo hacía que apretara sus puños. Aun así, intentó calmarse, pero no era suficiente.
—Necesito salir, veré como van Curo y Xine —intervino Ànima con la mayor calma posible.
Eymar no tuvo ningún problema, de hecho, se había fijado en sus expresiones. Tenía muy claro que, si Lizcia acababa muy herida o muerta, Ànima iba a descontrolarse y nadie podría detenerla.
—¿Se recuperará? —preguntó Ienia.
—Sí, solo darle unas horas. La gema está haciendo efecto —respondió Eymar mientras se levantaba del suelo—. Creo que es mejor que vosotras descanséis, nosotros seguiremos vigilando.
—¿Aún sigue habiendo aberraciones? —preguntó Ienia, angustiada.
—No, pero no nos confiaremos, menos con lo ocurrido, me temo que nos costará dormir esta noche —respondió, saliendo de la habitación.
—E-Esto lleva así varios días —murmuró Maya.
—¿Varios? —preguntó Eymar, frenando sus pasos.
—Sí, van hacia el terreno de las Sytokys, no sé bien por qué.
—Me puedo hacer una ligera idea —murmuró Eymar mientras miraba el suelo sin un punto fijo—. Bien, gracias. Ahora, por favor, cuidar de Lizcia mientras estemos afuera, no será mucho, por suerte el sol saldrá en poco.
Ambas aceptaron. Se miraron, surgiendo un silencio incómodo hasta que Maya decidió hablar una vez que Eymar marchó.
—Quédate con ella, cualquier cosa, por favor, no dudes en decírmelo.
Ienia quería pronunciar algunas palabras, pero nada le salía en concreto. Simplemente se quedó con Lizcia, sentada en una silla y agarrando su mano. Poco a poco recostó parte de su cuerpo en la cama donde dormía Lizcia para dormir un poco.
Por otro lado, Maya se quedó en otra habitación, sin ser capaz de dormir. Vio desde la ventana a Ànima medio del camino que llevaba hacia la escuela. Pronunció unas palabras que Maya no pudo escuchar, caso contrario a Eymar que se acercó con cuidado.
—Ànima, ¿ocurre algo? —preguntó Eymar.
—Siento haberme ido así, pero son demasiadas situaciones que me están superando. ¿Qué hace la madre ahí? La despreciaba —contestó Ànima.
—El arrepentimiento existe y con ello un perdón tardío, Ànima. Eso es algo que no puedes evitar, en especial en los Mitirs que no ven la verdad hasta que se retiran esa niebla de sus ojos.
—A buenas horas.
A su alrededor, verían las modestas casas hechas de piedra y techos de ladrillos. Sus ojos se perdían en las tiendas cerradas, las casas cubiertas y protegidas por tablones de madera en sus ventanas junto a una iluminación pobre.
—Eso es algo que no puedes evitar, Ànima —susurró Eymar—. Uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde, sobre todo entre familiares.
Ànima sintió una espina clavada en su pecho. Quiso ignorarla, pero intentarlo hacía que escuchara el llanto de una niña, lamentándose ante la pérdida de alguien.
—Es decisión de Lizcia si perdonarla o no, y si lo hace, tienes que aceptarlo, aunque te duela, aunque la desprecies —continuó Eymar.
—La perdonará, Lizcia no tiene esos sentimientos como... —Suspiró pesadamente— el rencor.
—Es demasiado buena chica para este mundo —añadió Eymar, cruzando sus brazos inferiores—, aun me cuesta creer que siga adelante, que luche a pesar de sus dificultades. No es alguien normal.
—Capaz por ello Mitirga la escogió —supuso Ànima, viendo en el cielo a Curo, quien se acercaba a ellos poco a poco.
—No deberías dudar de sus elecciones, Ànima, más si los Mitirs la veneran muchísimo. De ahí que a lo mejor Maya se haya dado cuenta de la verdad.
Eymar alzó también la cabeza, viendo como Curo aterrizaba al suelo bruscamente.
—Puede ser... —susurró Ànima.
—¡Chicos! —habló con fuerza Curo—. Todo parece ir en orden, aunque nos preocupa que vayan al terreno de las Sytokys. ¿Se sabe algo de Lizcia?
—Se está recuperando —respondió Eymar—. ¿Cómo que al terreno de las Sytokys?
—Sí, al parecer esos desgraciados pueden nadar también, ¡yo no lo entiendo! Parecen capaces de todo en la oscuridad.
Ànima miró a otro lado con sus ojos. ¿Las aberraciones eran similares a ella o tenían alguna propiedad distinta? Eran capaces de todo, aun si morían en el proceso.
—Intentad vigilar la zona mientras nosotros vigilamos el pueblo a la vez que vemos cómo va Lizcia —decidió Eymar.
—Sí, de hecho, Xine tuvo esa idea de vigilar desde lejos Synfón, lo acompañaré, pero quería avisaros de la decisión —explicó Curo.
—Me parece bien. —Tras eso, Eymar sacó de su chaqueta una pequeña esfera, similar a una canica—. Cualquier problema, romperlo e iremos de inmediato.
Curo lo tomó sin dudar, afirmando con su cabeza para salir volando de allí.
—Me preocupa como las aberraciones se vuelven cada vez más agresivas —murmuró Ànima mientras dirigía su cabeza hacia Eymar.
—Tengo esa preocupación, entre otras más —admitió Eymar, suspirando pesadamente—. Yrmax, Lizcia, mi raza, las Sytokys, poco a poco vamos avanzando, pero siento que cada vez hay más obstáculos.
Ànima se dio cuenta de que les quedaba un gran trecho por delante. Suspiró mientras miraba hacia ese cielo del que poco a poco el Sol salía con timidez.
—Por ahora es mejor no angustiarnos, ver que ocurre y seguir avanzando —murmuró Ànima—. No es mi mejor consejo, pero es lo poco que puedo decir con todo lo que tenemos encima.
—Sí. —Eymar miró hacia otro lado, preparándose para cualquier situación—. Bien, vigilaré esta zona, ¿puedes encargarte de la norte?
—Recibido.
Las horas fueron pasando. En la casa de Ienia, todas estarían durmiendo, aunque pronto Lizcia empezó a gruñir de dolor, intentando mover su brazo derecho, pero no podía ante el peso de la cabeza de Ienia dormida en su mano.
Confundida, intentó hablarle para ver si la despertaba, pero no obtuvo respuesta, solo escuchaba su respiración.
Fue ahí cuando recordó lo que hizo. Una parte de orgullo la inundaba al saber que había protegido a Ànima, pero estaba preocupada por si se había enfadado.
—¿Lizcia?
Una voz hizo que escalofríos la inundaran. Era su madre.
—¿Estás mejor? —preguntó Maya.
Lizcia afirmó un poco con su cabeza.
—¿Segura? La herida que tenías era muy larga, lo bueno es que no es muy profunda.
—Sí, mamá, solo necesito descansar.
El silencio puso incómoda a Lizcia porque se acordaba de las veces que no podía descansar en su casa.
—Mientras descansas, te haré el desayuno, ¿te parece?
Maya vio cómo Lizcia abría su boca, pero afirmó sin problema. Se alejó, resonando sus pasos por el pasillo, bajando por las escaleras con cautela.
Se quedó en silencio mientras le daba vueltas a todo. Nunca pudo ver nada, ni siquiera para ver cómo era su madre, y aun teniendo ese don gracias a Ànima, no se acordaba bien de su apariencia. Desde muy joven sentía tristeza por no poder ver a los que quería, pero eso en parte se retiró cuando su madre se preocupaba por ella y no se dejaba engañar por las palabras vacías del hombre que acabó siendo preso por sus actos. La vida de Lizcia empezó con el pie izquierdo, pero al mudarse y conocer a Ienia, todo pintaba con unos colores más luminosos.
Aunque esa tristeza la siguiera, supo apreciar la luz, y todo por su mejor amiga, quien ahora mismo estaba dormida en su brazo. Sonrió al saber que estaba bien, pero la tensión seguía ahí al saber que su madre estaba presente en la casa.
Escuchó sus pasos. Traía el desayuno. Lo dejó en la mesa de noche del lado izquierdo de Lizcia. Luego, con cuidado, dejó la taza de leche tibia en su mano para después alejarse.
Hubo un silencio.
—Parece... que has vivido muchas aventuras.
Pero Maya decidió interrumpirlo.
—Sí, fue muy divertido, aunque fueron muchos riesgos —explicó Lizcia, bebiendo con calma.
—Me enteré por Ienia porque le enviaste una carta y por uno de los caballeros que confirmó la verdad. Acusé a Ienia de traidora, pero ambos me callaron diciendo que tú eras la elegida de los Mitirs.
Lizcia se quedó en silencio, pensando qué decir, pero su madre volvió a interrumpir:
—Pensé que esa estatua era una aberración.
—Y si lo era, ¿por qué no la destrozasteis? —preguntó Lizcia.
—Lo hicimos, pero era muy resistente, como si esta tuviera un propio escudo —recordó Maya—. Aparte era extraño, como que muchas veces al golpearlo parecía que lo atravesáramos, como si no existiera, pero en verdad si estaba ahí.
Volvió ese silencio. Lizcia no paraba de darle vueltas a sus palabras, ¿cómo podía hacer eso una estatua? Ànima era la diosa de la oscuridad, no de la intangibilidad.
—Por ello la alejamos, pero Ienia la encontró y... bueno —susurró esto último, mirando hacia el suelo—. Agradezco que Ànima te haya salvado.
—Es muy buena amiga. Estuvo siempre a mi lado y me protegió —respondió Lizcia—. Por ello me puse en medio y recibí este ataque, para demostrarle que quería ayudarla y protegerla también.
—Me imagino que se habrá enfadado.
—Muchísimo. No lo vi, pero sí escuché como estampaba esa aberración contra el suelo —recordó Lizcia.
Maya sintió escalofríos en su espalda para al final negar con su cabeza.
—Ànima parece ser como una hermana que jamás te pude dar —murmuró, arrepentida.
—No te preocupes, mamá, no podías por todo lo que nos rodeaba —respondió Lizcia.
Maya miró hacia el suelo una vez más. Apretando sus manos mientras contenía sus lágrimas.
—No te culpo mamá, sé que me hiciste daño y que acabamos en una situación tensa y complicada, pero no por ello te odio. Podría incluso perdonarte.
Maya abrió sus ojos, temblando sin parar.
—De hecho...
—No —interrumpió Maya—. No me merezco ningún perdón, hija, ni uno. Te hice daño y quise aprovecharme de ti con tu discapacidad con tal de conseguir dinero. No merezco ningún perdón y es mejor así, que el mundo me recuerde lo que he sido.
—Tampoco debes torturarte tanto si al final admites todos tus fallos, ahora tiene pinta de que te comportas un poco mejor.
El rostro de Lizcia pasó a preocupación. Sabía bien que su madre no era la mejor de todas, pero cuando lo pensaba en silencio, creía que también podría haberlo pasado mal.
Sabía que, si la disculpaba, Ànima sería la primera en recriminarle o a lo mejor no diría nada, pero tendría en mente todo.
—Está bien, mamá —habló de nuevo Lizcia—, dejémoslo en un no te odio. Un término medio, ¿vale?
A su madre le parecía bien esa idea.
El bostezo de alguien despertándose dejó en claro que Ienia había vuelto de su sueño profundo. Tras bostezar, miró de un lado a otro para ver a Maya en el otro lado de la cama y luego a Lizcia.
—Buenos días, Ienia —saludó Lizcia.
—Buenos días, Lizcia, ¿estás mejor?
—Se podría decir que sí, aunque eso da igual, quiero moverme ya para ir a Synfón. No podemos perder tiempo.
—Eh, eh, no vayas tan rápido, no eres un Vilonio volando —pidió Ienia—, debes recuperarte, desayunar algo y...
—Mamá me hizo el desayuno.
—Ah... ¿Ah?
Ienia se quedó en blanco. La de veces que Lizcia le decía que su madre no le hacía el desayuno y que de repente lo hiciera era un pequeño cambio.
—Oh, entonces déjame avisar a Ànima y Eymar. A ver si podemos hacer algo —murmuró Ienia, aun confundida por las acciones de Maya.
—Gracias, Ienia.
Levantándose de la silla, se fue al baño para mojarse un poco la cara y luego ir al comedor, pero bajando las escaleras, se encontró con los mencionados. Esto permitió que hablaran de todo lo sucedido anoche. Dicho todo con honestidad, Ànima se quedó con los brazos cruzados, no muy conforme, menos si estaba Maya en medio.
—Mientras vuelven, curaremos tu herida, no debería ser muy grave, por lo que podrías ser capaz de moverlo —explicó Eymar.
—Genial.
Mientras Eymar se encargaba de sanar a Lizcia, Ànima no le quitaba ojo a Maya. Cualquier palabra o gesto que hiciera ya la ponía tensa. Maya era consciente de esto, por ello no se atrevía a decir nada.
Cuando terminaron de curar a Lizcia, vieron como movía su brazo derecho con cierta ligereza. Por fin podía hacer gestos sin tener tantas vendas atadas. Las gemas de los Zuklmers eran muy efectivas.
—Me alegra ver que estés bien, Lizcia —murmuró Eymar aliviado, alejándose un poco de la cama para luego mirar a Ienia—. Ahora, tendríamos que esperar a por Curo y Xine, quienes no han vuelto aún.
—Deberíamos ir allí para ver si les ocurrió algo —decidió Lizcia.
—Sí, deberíamos buscarlos, pero me temo que tendríamos que conseguir una ropa nueva para ti y provisiones —sugirió Ienia.
—Darme un segundo —habló Maya, levantándose de la silla, logrando que Ànima la mirara sin discreción alguna—. V-Voy a-a...
—Si nos puedes traer ropa de su hija, se lo agradecería —pidió Eymar.
—Ah, c-claro...
El problema era que Maya no se atrevía a moverse ante la presencia de Ànima.
—Ànima, ¿es posible que dejes pasar a mi madre? —pidió Lizcia.
—Claro.
Se hizo a un lado, dejando así que Maya fuera a paso ligero hacia su casa para traerle ropa nueva a su hija.
—No tendrías que ser así, no ha matado a nadie —le recordó Lizcia.
—Lizcia, lo siento, sé que es tu madre, pero no la soporto —explicó Ànima mientras miraba a otro lado—. Al menos me puedo quedar a gusto, cuando tuve que protegerla y supe quién era, me pareció irónica la situación. No la hice daño, no la haré daño, pero como vaya de lista contigo, no voy a dudar en reaccionar.
—Lo sé, me lo creo, pero tranquila, ella está muy arrepentida e incluso iba a disculparla.
—¡Lizcia!
—Pero no lo hice —terminó Lizcia sus palabras elevando un poco su voz—. Lo dejamos en un punto medio, que ella misma sea la que demuestre que de verdad se arrepiente.
Ànima suspiró por su nariz con cierta fuerza.
—De acuerdo.
Lizcia sonrió, yendo con calma hacia el comedor donde esperaron a Maya con la nueva ropa. Pronto regresó con algunas camisas, unas incluso parecían ser nuevas.
—Aproveché para comprar nuevas prendas al modista de nuestro pueblo. Espero que te sirva.
Ànima la miró con los ojos entrecerrados y los brazos aun cruzados. Vio como Lizcia tomaba la ropa con cuidado, agradeciéndoselo a su madre, para ir al baño y cambiarse.
—Yo prepararé su mochila de suministros —decidió Ienia.
—No hace falta, compramos algunos antes de emprender el viaje —explicó Eymar.
—Oh, entonces permitirme hacerles el desayuno para que vayáis con fuerza hacia allí.
—Yo no desayuno nada —respondió Ànima, sin quitarle ojo a Maya quien, presionada, se quedó sentada en una de las sillas del comedor.
—Yo, ya lo sabes, Ienia —susurró Maya.
—A mi si me haces un café solo, te lo agradecería —pidió Eymar.
—¡Claro!
Mientras lo preparaba todo en la cocina, en el comedor el silencio se volvía incómodo porque Ànima no le quitaba ojo a Maya.
—Ànima, corta esa mirada, relájate —susurró Eymar.
—Ya —obedeció Ànima, girando su cabeza a otro lado.
—Recuerda lo que te he dicho.
Ànima expulsó aire por su boca.
—Sí.
Pronto ese ambiente pesado desapareció, más cuando Lizcia salió del baño con ropa nueva. Cuando todos se fijaron en ella, vieron que tenía la camisa al revés. Maya quiso acercarse para ponérsela, pero Ànima la miró con odio que frenó sus pasos.
—H-Hija, tienes la camisa al revés —avisó Maya.
—Oh, ahora voy. —No tardó mucho en ponérsela bien—. ¿Ahora sí? ¿Me queda bien?
Todos afirmaron, lo que le hizo sacar una sonrisa a Lizcia.
Una vez recuperaron energías, se marcharon de la casa porque se habían dado cuenta de que Xine y Curo no regresaban. Prepararon todo lo necesario a la vez que Lizcia se despedía de Ienia en un gran y cariñoso abrazo.
—Ve con cuidado, ¿sí? —le pidió Ienia.
—Mismo te digo, y no salgas si hay aberraciones, por favor —le pidió Lizcia.
—Juro por Mitirga que no lo haré —prometió Ienia—. Oh, y ahora si quieres puedes enviarme esas cartas sin problema.
—¡Claro! Cuando pueda lo haré —aseguró Lizcia.
Al terminar su despedida con Ienia, frenó sus pasos enfrente de su madre y le agarró su mano con cuidado.
—Ve con cuidado mamá... E intenta no hacer un escándalo —pidió Lizcia.
La madre, sin saber bien qué decir, aceptó con una sonrisa agridulce, acariciando el cabello de su hija.
—Que tu camino sea puro, y que la diosa Mitirga te acompañe —pronunció Maya, logrando que Lizcia se sorprendiera un poco. Era la primera vez que su madre le decía esa frase.
—Gracias, mamá.
Así pues, salieron del pueblo, recibiendo las miradas curiosas de los demás ciudadanos. Muchos la saludaban repitiendo la misma frase: Que su camino fuera puro, y que la diosa Mitirga los acompañara. Ànima se quedó anonadada ante esta situación, pero no diría nada. Solo siguió avanzando junto con Eymar.
Dejaron Miei para cruzar en medio de dos enormes montañas. Su dirección era correcta porque escuchaban el río a lo lejos, el mismo que delimitaba Miei de Synfón.
—Id con cuidado. Ese puente es de los más vigilados por la presencia de aberraciones. Da igual que sea de día o noche —avisó Eymar.
Sus pasos serían cautelosos, más cuando cruzaron el puente. Lizcia se distrajo porque estaba hecho de un cristal morado del que sus pasos dejaban atrás una nota musical. Era la sinfonía de bienvenida a Synfón.
Este hecho ya la enamoró, pero más aún al ver aquel río fuerte y lleno del que llevaba consigo varios animales marinos. Prestaba a las montañas nevadas que dejaron atrás para ahora ver un terreno consumido por la naturaleza del cual parecía ser que las Sytokys cuidaban.
—Me temo que Curo y Xine han sido atrapados por las Sytokys —murmuró Eymar.
—¿En serio? —preguntó Ànima.
—Sí, te sorprendería lo capaces que son ellas con la música, son muy fuertes —explicó Eymar—. Id con cuidado, no bajéis la guardia.
Tras su aviso, siguió caminando, pero al no recibir una contestación de vuelta, frenó y giró su cabeza para ver a varias Sytokys con diversos instrumentos en sus manos. Habían logrado dormir a Lizcia sin que se diera cuenta, capaz porque distraerse en este lugar no era la mejor idea.
—Ah. Qué remedio —susurró Eymar mientras levantaba sus cuatro brazos—. Un gusto verlas, señoritas, solo estábamos de paseo para ver a Estrofa.
—Y a Rima, como siempre.
—S-Sí —murmuró, avergonzado—. T-También.
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