Capítulo 26: Olvidarse de lo malo.
Se escuchó el bostezo de Lizcia en la casa. Se sentía incómoda al dormir en una cama de piedra. Despejó sus ojos y siguió a Xine. Le estaba esperando desde que Curo y Eymar fueron a Muisla para tomar nuevas provisiones para el viaje.
De mientras, Ziren estaría preparando algunas provisiones a Xine, en especial rocas que podría incrustar en su cuerpo. Xine le repitió que no hacía falta, pero Ziren hizo caso omiso.
Lizcia seguía bostezando, abriendo sus ojos gracias a Ànima.
—Entonces, ¿Eymar y Curo nos esperan abajo en la entrada hacia vuestra ciudad? —preguntó Lizcia.
—Sí, allí partiremos hacia el pueblo más cercano o a la ciudad, dependiendo del tiempo que nos tome.
—Me parece bien. —Abrió la boca para soltar otro bostezo.
—¿Seguro que has dormido bien? —preguntó Xine.
—Sí es que. —Pensó sus palabras, mirando hacia Xine para rascar su cabeza con timidez—. Vuestras camas...
—Oh. Claro. —Rio avergonzado—. El próximo sitio será más cómodo, incluso puede que duermas en una de las suaves camas armoniosas de las Sytokys.
—¿Camas armoniosas?
—Sí, dicen que las Sytokys duermen con canciones que emiten sonidos relajantes, algo así como las olas del mar, el viento moviendo las hojas de los árboles... Dicen que eso estimula su cerebro y que a la mañana siguiente despiertan con una gran creatividad.
Lizcia se quedó maravillada ante tal hecho, de imaginarlo solo pensaba en cuán cómodo podía ser dormir en una cama así.
—Que ganas tengo de ir —murmuró con una sonrisa.
Antes de irse, Xine se encontró con su mejor amigo, dándole las rocas que proporcionaban alimento o algunas gemas curativas. Le recordó que, si las explotaban, estas irían a su cuerpo para sanar cualquier daño. No sería inmediato, pero sería como un tipo de venda provisional.
Mientras seguía explicándole todo, Lizcia miraba por última vez su alrededor. Ese calor que sintió por primera vez no era tan agresivo. Sentía felicidad porque al menos Meris parecía ser más amigable y menos caluroso. Los Zuklmers seguían construyendo, pero también añadían nuevos cambios que Ziren había decidido.
—¿Gemas curativas? —preguntó Ziren a Xine.
—Sí.
—¿Sales?
—¿Para qué quiero sales?
—No sabes cómo será la comida de los demás, aparte comes carnes y solo los Mitirs comen lo mismo que vosotros.
—Ziren, por favor, que no soy tu hermano menor que va a irse de excursión.
—Literalmente vas a conocer otros sitios y es una misión arriesgada. No te hagas la roca dura y responde, ¿tienes todo?
Xine expulsó humo por sus grietas como si fuera un suspiro rápido y brusco.
—Por todas las gemas, sí, tengo todo, tranquilo.
Lizcia contuvo su risa. Veía como Ziren ponía sus manos en sus caderas. Se dio cuenta que todos los Zuklmers ponían sus manos así porque cruzarse de brazos era incómodo.
—Bien. Lo único que puedo hacer ahora es esto.
Abrazó a su amigo, dándole dos palmadas fuertes en su espalda. Esto tomó por sorpresa a Xine, pero que correspondió dando también dos palmadas. Tras eso, se agarraron de la mano mientras se miraban.
—Cualquier cosa, sabes que tienes aquí la compañía de todos. Sabes que desearemos lo mejor para tu viaje y que cuando sea el momento, lucharemos a tu lado.
—Por todas las rocas, no me hagas llorar. —Rio mientras soltaba el agarre para luego mirar a Lizcia con calma—. Iré con cuidado, te lo prometo. Ahora debo irme.
—No suelo decir esto, pero... —Suspiró expulsando humo por las grietas—. Que vuestro camino sea puro, y que la diosa Mitirga os acompañe.
Para los Zuklmers era inusual decir esa frase ya que Zuk lo había prohibido, pero ya no se regían por esas normas. Tenían la libertad de pronunciarla sin que el suelo ardiera de ira.
Xine, ante esas palabras, sonrió con timidez mientras se despedía de él, agarrando con cuidado la mano de Lizcia.
Yendo con cuidado, Lizcia pudo ver a lo lejos a Curo y Eymar, que tenían las provisiones ya encima y el caballo a su lado. Ya reunidos, Lizcia, con la ayuda de Xine, retiró su armadura para poder subir al caballo, aunque todos se dieron cuenta que su ropa estaba un poco quemada.
—Vaya —musitó Lizcia.
—Capaz el calor de ese lugar hizo efecto en ello. Menos mal que la bufanda no acabó afectada —murmuró Eymar, cruzando sus brazos inferiores.
—Oh, capaz si le digo a esa señora de Muisla, nos diseña una ropa nueva y la dé gratis como la armadura —recordó Curo una sonrisa pícara.
—No abusemos tampoco —contestó Eymar, mirándole de reojo—, capaz cuando lleguemos a Miei...
—¿¡Miei?! —preguntó Lizcia—. ¡¿Vamos a ir a mi hogar?!
—Sí, claro, es el más cercano a la ciudad Synfón.
Lizcia sentía una gran emoción, pero Ànima...
—Si esa amargada te dice algo le haré callar la boca —intervino Ànima, pillando desprevenidos a los demás—. Que tenga el valor de decirme que soy una aberración. Ahora sí puedo mostrar mi verdadera apariencia.
—Cierto, estaba ahí tu madre, creo que será un tanto incómodo ir allí —recordó Eymar.
—Capaz podemos desviarnos e ir a...
—No —contestó Lizcia—. Iremos, así de paso hablaré bien con ella, capaz... comprende sus errores. ¡Y de paso veo a Ienia! Qué ilusión. Cuando me vea seguro que estará boquiabierta.
A los demás les preocupaba el hecho de que Lizcia tuviera una conversación incómoda con su madre. Podía acabar en una discusión, y eso era algo que hasta Ànima no quería ver, pero lo que pensaba Lizcia era distinto. Creía poder conversar con ella.
Así pues, siguieron con su camino, dejando atrás esa grandiosa montaña —cuyos ríos de lava ya no eran tan poderosos e imponentes como antes— para adentrase hacia los profundos bosques. A todos les acostumbraba su alrededor menos a Xine, que disminuía su energía por temor a quemarlos. Jamás había visto la naturaleza, era la primera vez.
La brisa suave era algo que todos agradecían. Ya deseaban sentir la lluvia para poder dejar atrás el calor, caso contrario a Xine.
—Oye Xine, si llueve, ¿no sería peligroso para ti? —preguntó Curo, curioso.
—Puedo cubrirme con las rocas, pero sería de urgencia esconderme en algún lado, más si es una lluvia torrencial —explicó Xine.
—Oh, claro. Lo mismo ocurriría con la nieve.
—No tanto, dependiendo. Si es poca nieve, puedo deshacerla, pero si es demasiada ya sería un problema.
—Entiendo —murmuró Curo mientras miraba a su alrededor.
—Por cierto, perdón si soy muy curioso, pero, los Vilonios...
—¿Sí? —preguntó Curo con una notoria ilusión.
—¿Es cierto que sois muy excéntricos? En plan, que lo exageran todo.
—Sí —respondió rápidamente Eymar antes de que Curo lo hiciera.
—¡Oye eso iba a contestar yo! —contestó Curo, poniendo su brazo derecho en su cadera.
—Le dirías que no sois muy excéntricos, que sois únicos en cuanto a raza y que tenéis una belleza espléndida en el vuelo y tiro con arco.
—¡Eso...! Bueno. —Curo miró a otro lado, ocultando su vergüenza.
—Me sorprende que os guste el tiro con arco. En verdad, que uséis armas me parece un poco aburrido, es mejor pelear con los puños —declaró Xine.
—Brutos, claramente Zuklmer tenías que ser.
—Si soy honesta, también prefiero pelear con los puños —intervino Ànima.
—¡Tú no vales, usas los tentáculos esos raros de tu espalda! —contestó Curo—. ¡E-Eso es como un ataque a distancia! ¡Y uno muy raro y asqueroso!
—Uh, ¿te asustan acaso? —preguntó con una risa, saliendo uno de esos tentáculos de la espalda de Lizcia.
—¡Quítame esa cosa de mi cara!
Eymar solo pudo suspirar, aunque no pudo evitar soltar una risa mientras veía como Curo huía de ese tentáculo.
—¡No tiene gracia! —se quejó Curo hasta que por fin descansó cuando Ànima paró de bromear con él—. ¡Ah! En serio, ¿no tienes otra forma de representarlo?
—La verdad es que esa es la que más utilizo, pero podría intentar otros —comentó Ànima.
—¡Oh! ¿Puedo sugerir ideas? —preguntó Lizcia.
—Claro, di.
—Podrías tener las garras de un lobo, ¡unas enormes! —Tras gritar, levantó sus brazos, dando entender ese tamaño—. O también podrías crear como púas o...
—¿Y si dejamos a un lado los animales y pensamos en algo como armas o similares? —interrumpió Curo—. Podrías hacer una espada o a lo mejor crear flechas como esa vez que peleamos.
—Es una opción viable.
—¿Creas magia con la oscuridad? —preguntó Eymar.
—La que utilicé recientemente era una que invalidaba los sentidos, pero debería intentar usar otras más —respondió Ànima.
—En los Maygards, se dice que algunos son capaces de retener al enemigo con cadenas por unos segundos para evitar que se escapen. No todos son capaces principalmente porque requiere mucha energía —comentó Eymar.
—Oh, podría apuntarlo.
—¿Puedo sugerir algo? —preguntó Xine, prestando atención en todo momento a la conversación.
—Adelante.
—Podrías hacer como hago con mis puños, concentrar el poder en un sitio, como en mi caso son las rocas para dar golpes fuertes.
—No es mala idea.
—Sí, sí, todo eso es buena idea mientras no sean esos tentáculos —pidió Curo, dando la espalda a los demás mientras caminaba hacia delante.
—Sí, claro.
Lizcia pudo ver como Ànima sacaba de nuevo uno de sus tentáculos para dar toques al hombro de Curo, logrando que saliera volando. Todos se rieron por su manera de actuar.
—¡No tiene gracia! Maldita sea —murmuró Curo, fijando su mirada hacia enfrente viendo de lejos un poblado—. ¡Oh! ¡Chicos, a lo lejos veo el poblado de Miei!
Ese aviso logró que Lizcia dejara las risas a un lado. Saber que iba a volver iba a ser mucho para ella ya no solo por la felicidad, sino porque se encontraría con su madre.
El Sol se fue poniendo. Llegaron justo a tiempo y buscaron un sitio para poder descansar. El caballo de Lizcia se movió con fuerza por la pequeña subida hacia Miei. Algunos curiosos escucharon su galope, saliendo de sus casas. Entre todos ellos, una joven de tez morena abrió la puerta con rapidez para ver a Lizcia con sus ojos llenos de lágrimas.
—¡Lizcia!
—¡Ienia!
Con torpeza bajó del caballo, aunque su amiga la agarró para abrazarla, dando vueltas a su alrededor mientras las risas sonaban.
—¡Han pasado tantas cosas! ¡Tengo muchísimo que contarte! —habló Lizcia, emocionada.
—Veo que no estás sola —comentó Ienia, viendo de reojo a los elegidos que venían detrás de Lizcia.
—¡Es lo que te digo! ¡Tengo mucho que decirte!
Ienia dejó de abrazar a Lizcia para presentarse enfrente de los elegidos. Puso su mano en su pecho y se inclinó ante ellos. Esta acción tomó por sorpresa a los elegidos, sin saber muy bien qué decir.
—Eso me recuerda... —Tras eso, Ienia giró su cuerpo para mirar a Lizcia—. Sigue Ànima ahí, ¿no?
—Claramente, yo no rompo promesas —contestó Ànima.
Ienia no pudo contener más las lágrimas. Sonrió aliviada mientras miraba a Lizcia, aunque en verdad deseaba ver a Ànima para agradecerle todo lo que había hecho.
—Yo no sé qué decir, ehm. ¿Queréis tomar algo? No tengo mucho, pero a lo mejor un café o algo así. Por favor, siento una gran deuda con todos ustedes.
—Un lugar donde descansar estaría bien —comentó Curo.
—Mi hogar no es muy grande, pero a lo mejor...
—Quienes duermen son Xine y Curo. Si tienes tres camas extra servirá, Ànima y yo apenas dormimos, es más, solemos vigilar por si las aberraciones atacan —interrumpió Eymar.
—No sé si. —Ienia pensó sus palabras, poniendo su mano en su mentón—. O en el sótano a lo mejor... ¡Por favor! Seguirme, creo que si tengo colchones de sobra.
—A mí me sirve dormir en rocas en verdad —comentó Xine con una sonrisa.
—¿Acaso quieres dormir afuera como un animal? —preguntó Curo.
—Pues si son piedras tampoco me quejo.
—Ay por Orgullo.
Ienia entró a la casa, yendo detrás Lizcia, Curo y Xine. Eymar por otro lado se encargó de dejar el caballo cerca de un establo. Una vez dentro, Lizcia corrió hacia el sofá para sentarse, poniendo sus manos en sus rodillas.
—Por cierto, ¿queréis tomar algo? —preguntó Ienia mientras bajaba al sótano.
—Eh. ¿Qué era lo que dijiste que teníais? —preguntó Xine.
—Café.
—No suena como rocas.
—No, es una bebida que suele dar energías, aunque ahora que lo pienso no es buena idea tomarlo si vais a dormir —murmuró Ienia.
—Oh, Ienia, tranquila, estos dos duermen como troncos, no te haces ni una idea —comentó Ànima.
La mencionada rio con calma mientras intentaba sacar algo del sótano.
—¿Necesitas ayuda?
Por un momento Ienia le pareció escuchar la voz de Ànima a sus espaldas, creyó que era Lizcia por lo que se giró para hablarle:
—No hace falta, tu solo...
Pero nada más hacer ese gesto pudo ver a una mujer alta de brazos cruzados. Su apariencia era de colores oscuros como si fuera una raza perteneciente a la oscuridad, de hecho, lo era.
Ienia se quedó inmóvil mientras analizaba por primera vez a Ànima.
—¿T-Tú? ¿Eres...?
—Creo que nunca viste mi apariencia, Ienia —recordó Ànima, acercándose un poco para ayudarla a sacar el colchón del sótano—. Es un gusto que al fin nos conozcamos.
—A-Ay por Mitirga —murmuró Ienia, a punto de desmayarse al verla tan repentinamente.
—Te dije que no era buena idea presentarse tan de golpe, Ànima —se quejó Curo, se acercó para agarrar a Ienia—. Mira que tienes ideas de locas plumas.
Ienia solo se quedó en el sitio observando a Ànima. Tras unos segundos asimilando la situación, se dio cuenta que Ànima y Curo la ayudaron a sacar el colchón del sótano.
—G-Gracias.
—No es nada —respondió Ànima.
Las palabras no le salían, por ello decidió moverse y prepararles alguna bebida, aunque querían agua a excepción de Lizcia que quería un vaso de leche tibia. Al terminar, se sentaron en el comedor junto a la compañía de Eymar.
Hablaron de todo, desde el principio a fin sin perder ni un detalle. Ienia se quedó fascinada ante las aventuras de Lizcia. Miraba con asombro a cada uno de los elegidos hasta encontrar sus ojos con los de Ànima, sintiendo una gran admiración por ella.
El sueño pronto llegó a Lizcia y decidieron irse a dormir. Ànima y Eymar quedarían vigilando por si había algún problema. Ienia les avisó que fueran con cuidado porque los guardias del norte empezarían a dispersarse para ver si las aberraciones atacaban.
Al irse a la cama, Ànima y Eymar salieron de la casa. Ànima se quedó escondida en las sombras mientras que Eymar, usando el viento a su favor, se quedó vigilando en los techos de las casas con el báculo de los Zuklmers en mano para crear una llama no muy grande.
Ànima caminó, con cuidado, no había ni un Mitir fuera, parecían estar descansando todos en sus casas. Prestó atención a cada ruido que hubiera a su alrededor a la vez que recordó la vez que conoció a Lizcia.
«Qué de vueltas da la vida», pensó, soltando una ligera risa.
Fue entonces cuando sus pensamientos se interrumpieron ante los pasos apurados de un Mitir. Ànima prestó atención y se dio cuenta que una aberración la estaba persiguiendo.
Intervino rápido para darle un puñetazo, impactándola contra el suelo para acabar con su vida rápidamente. Cuando terminó, escuchó el grito fuerte de aquella Mitir, era mujer, una mayor.
—¡N-No me hagas daño! —pidió, aterrada.
Ànima se giró un poco para ver a la mujer de reojo.
—Oh...
Y observándola con total detenimiento, sintió que la vida se estaba burlando, pero no de ella, sino de la mujer. La conocía, sabía bien quién era.
—¡Por favor! —gritó desesperada la mujer.
—¿No es una casualidad a veces la vida? —preguntó Ànima, mirándola con desprecio, manteniendo una pose firme y segura—. Fui la que te dejó inconsciente cuando intentaste mojar a Lizcia con el agua y ahora soy la que te salvó la vida.
La mujer entendió rápido a lo que se refería, apartando sus manos de su rostro para mirar con asombro a Ànima.
—No hace falta que digas nada —continuó Ànima, mostrando su desagrado en sus palabras—. A quien tienes que disculparte es a Lizcia, no a mí.
Y dándole la espalda, se preparó para cualquier otra aberración que pudiera aparecer.
—Huye.
Obedeció y se levantó del suelo para correr. Ànima observaba los ojos blancos desde distintos sitios. Respiró, sintiendo escalofríos porque esos ojos le recordaban a esa mujer que le impedían ver sus recuerdos.
—Bien —pronunció con calma, estirando un poco su cuello de un lado a otro—. ¿Quién es el primero en venir?
No estaría sola. Eymar se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo cuando vio a la mujer correr por su vida. Se acercó rápido, apuntando con su báculo hacia las aberraciones.
—Son más que otras veces, Ànima. Recuerda que las aberraciones tienen cierta tendencia a ir hacia Synfón.
—¿Hay alguna explicación del por qué? —preguntó Ànima, atenta a sus posibles movimientos.
—Dicen que cuando escuchan una melodía de la nostalgia, quedan hipnotizadas y caen en un sueño eterno. Al parecer eso les interesa. Supongo para un tipo de ataque que nos quieran hacer, por ello mismo te pido que vayas con cautela —avisó Eymar.
—Recibido.
«¿Melodía de la nostalgia? —se preguntó Ànima—, ¿por qué les interesa? Son seres sin alma. ¿Por qué algo como eso deseaba la nostalgia?»
Vio como Eymar actuó primero al lanzar varias bolas de fuego que se dirigieron hacia las aberraciones. Intentaron huir, pero serían perseguidas por Ànima.
Confiada, trató de agarrarlas, pero sus pasos fueron imprudentes cuando vio a una gran masa de aberraciones abalanzarse hacia ella.
—¡Ànima!
No muy lejos, Ienia despertó al oír varios portazos en su puerta, no entendió que estaba ocurriendo, pero cuando abrió, despertó de sopetón al ver a Maya entrando sin permiso.
—¿Dónde está?
—Eh... Maya...
—¡¿Dónde está mi hija?! —chilló Maya, desesperada.
—Ah, ¿qué dice? Si ella ha...
—¿Mamá?
Lizcia, con el bastón en mano, se quedó en lo alto de las escaleras, las cuales daban al piso de las habitaciones. Detrás estaban Xine y Curo, quienes despertaron ante esos portazos.
—Hija, yo... —Maya negó rápidamente con su cabeza—. D-Dicen que eres la elegida de los Mitirs.
—Yo...
—Y a tu lado están los elegidos de los Vilonios y los Zuklmers, ¿no? —preguntó Maya.
—Señora, ¿qué quiere? ¿Qué no ve que son horas de dar golpes como energúmeno? —preguntó Curo.
—¡Necesito su ayuda, l-las aberraciones están atacando y los guardias no han podido contra ellas.
—¡Haberlo dicho antes, por todas las plumas! —gritó, saliendo de la casa con rapidez, ignorando a los demás porque su mente estaba preocupada por Ànima y Eymar.
Xine fue detrás de Curo, siendo Lizcia la última en bajar. Pasó por enfrente de su madre sin ni siquiera decirle nada.
—¡Lizcia! —gritó Maya, logrando que la mencionada frenara sus pasos y girara su cuerpo.
Por un momento parecía que el pasado impactaba en ambas. Ienia lo veía, sobre todo ante el arrepentimiento que mostraba su madre. Temblando, volvería hablar:
—N-No mueras.
Lizcia sonrió con suavidad, afirmando con su cabeza para rápidamente salir de ahí y ayudar a los demás, dejando solas a Ienia y Maya.
—¿Ahora vas a pedir disculpas? —preguntó Ienia.
—Se que no me lo merezco, pero me alivia que...
—Tiene suerte de que su hija no sea alguien rencorosa —interrumpió Ienia—. Tardaste en darte cuenta, todos tuvimos que decirte las cosas y que reaccionaras, Maya.
—Y-Yo...
—Acabaste cegada, mucho más que tu hija, espero que ahora abras los malditos ojos y te des cuenta.
Se quedó muda. Ienia, con un suspiro, le pidió que la acompañara para esconderse, confiando en que los elegidos acabarían con las aberraciones.
Ahí fuera, los elegidos luchaban con todo lo que tenían, acabando con las aberraciones sin temor alguno. Algunos Mitirs curiosos miraban y no se esperaban ver que un Vilonio pudiera disparar con tanta destreza y velocidad o que aquel Zuklmer luchara con las rocas que poseía su cuerpo, pero quienes más prestaban atención era hacia el mago y la mujer que controlaba la oscuridad.
Lizcia llegó un poco tarde, pero intervino a la batalla con el bastón que se transformó en una espada. Atacó con decisión y fuerza a la aberración que casi llega a golpear a Xine. Los curiosos no se creían que Lizcia luchara con todo aun sin poder ver.
—¡Xine, ahora! —gritó Eymar.
Ante ese aviso, Xine reunió todas las rocas hacia sus piernas para mostrar la energía de su interior, iluminando su alrededor como si fuera un grandioso fuego en medio de una plaza. No solo eso, Eymar, lanzando varias llamas a su alrededor, creó un gran círculo en el cielo, logrando que las aberraciones se alejaran.
Ànima podía aguantar esa luz. Únicamente puso su mano enfrente para cubrirse mientras miraba a su alrededor. Prestó atención a Lizcia, seguía en esa posición de combate.
Fueron alejando a las aberraciones, logrando que al final se escondieran hasta desaparecer. Cuando el peligro parecía haber cesado, las luces fueron desapareciendo poco a poco.
—¡Ànima!
Hasta que una de las aberraciones iría hacia la diosa, exactamente hacia su brazo derecho. Sujetaba un objeto afilado en sus manos, algo similar a una aguja. Ànima intentó defenderse, pero no se esperó que Lizcia se pusiera en medio, recibiendo un corte violento en todo su brazo derecho.
Tal hecho preocupó a todos. Intentaron acabar con esa aberración, pero Ànima reaccionó, agarrándola de su brazo para estamparla violentamente contra el suelo, destrozando su cabeza y creando un pequeño agujero en el suelo.
—¡Cobarde! ¡Eres un maldito cobarde!
Enfurecida, no dudó en hacerle más daño, estampándolo más veces contra el suelo con sus tentáculos hasta que lo tiró por fin hacia el suelo, viéndose como el cuerpo de ese ser desaparecía en partículas negras. Ànima empezó a temblar sin parar, pero supo recomponerse cuando escuchó a Lizcia quejarse de dolor.
—Lizcia, lo siento, Lizcia, ¿estás bien? ¿Es muy grave?
Se acercó para ver cómo Lizcia, con su mano izquierda, tapaba como mejor podía su herida, pero no era posible. No paraba de sangrar.
—Ànima, debemos llevarla a su casa, puedo tratar sus heridas —pidió Eymar.
—Yo... —Cerró sus ojos, intentando centrarse, para afirmar con decisión—. Bien, vamos, la llevaré en brazos.
—¡Eymar! Ten esto.
Xine, sacando una de las gemas curativas que le dio Ziren, se la tiró a Eymar.
—No es necesa-
—Úsala en caso de que sea demasiado grave —interrumpió Xine—. Curo y yo seguiremos vigilando.
Eymar, en un suspiro largo, afirmó con calma y fue a casa de Ienia. Ànima le siguió, sosteniendo a Lizcia en sus brazos. La pobre se estaba quedando dormida ante ese dolor y pérdida de sangre.
—No te vayas, no te vayas, aguanta, por favor...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top