Capítulo 24: Lealtad.

La emoción más presente entre los Zuklmers era incertidumbre. Desconocían la situación ahora que no tenían elegido. O eso creían hasta que vieron salir a Xine, llevando en un abrazo a Ziren, quien había recuperado parcialmente.

Los ojos de los Zuklmers se iluminaban cuando veían a los dos jóvenes de pie , demostrando su esfuerzo en esa batalla. Xine brillaba en unos colores rojizos, siendo envuelto en una prenda que se ató en su pecho. La bufanda del elegido.

Los colores vivos eran presente junto a los símbolos de los Zuklmers que rodeaban a Xine. Demostraban al nuevo elegido de la raza que durante tantísimo tiempo no habían tenido. Xine, sin dejar de abrazar a su mejor amigo, vio esos rostros, pero no pudo analizarlo mucho tiempo cuando tosió y casi cae al suelo de no ser que Curo lo agarró a tiempo.

—¿Tienes un sitio donde descansar? —preguntó Curo.

—La casa de Ziren. Ahí deberíamos estar bien —pronunció Xine débilmente.

Con pasos lentos, fueron alejándose de allí, pero sin dejar de ser observados. La última en salir sería Lizcia, que con los ojos que Mitirga, vería un escenario en donde la esperanza y la confusión se mezclaban.

«Parecen asustados...», pensó.

«Son muchísimos años en los que han sido gobernados por el mismo elegido. Que ahora haya un cambio así de importante es normal que algunos se asusten, más si es de un joven Zuklmer como Xine», explicó Mitirga.

Lizcia se quedó asombrada, abriendo un poco su boca para ver a cada uno de ellos. Los presentes observaban a la Mitir de ojos azules. Se quedó de pie durante unos segundos para luego, tímidamente, irse con los demás.

«¿Zuk siempre fue así?», preguntó Lizcia hacia Mitirga con curiosidad.

«Es una historia larga, Lizcia —avisó Mitirga—. Zuk no era así como lo has conocido. Era leal y protector con los suyos. Si cambió es por motivos que desconozco, pero que cada vez más teorías se me presentan y me generan más pánico».

Mientras volvían a casa de Ziren, Xine escuchó como su mejor amigo empezaba delirar. No le culpaba, después de todo el cansancio les azotaba por todo lo vivido. Aun con ello, estuvo a su lado hasta que una idea se le cruzó a Xine, una que hizo frenar sus pasos:

—Quiero que Ziren sea el líder de la raza mientras yo soy el elegido y ayudo a las demás razas, él liderará a los Zuklmers, como hicieron en su momento los Mitirs.

A muchos les sorprendió su petición, en especial Ziren. Creyó que estaba gastando una broma, de hecho, rio débilmente mientras le golpeaba la espalda a Xine.

—Vamos a dormir y luego lo hablamos, ¿vale, hermano?

Aun sabiendo que no eran hermanos, la palabra quedó marcada en su mente. Era algo más que familiar, un lazo ante la extrema confianza.

Xine sonrió mientras entraban. Detrás irían los elegidos, quienes curiosos, observaban el interior. Una cueva profunda bien iluminada con lámparas de fuego recubiertas por barrotes de hierro. ¿Los muebles? Claramente hechos de piedra.

—Siento si no son muy cómodos para ustedes, pero como sabrán...

—No se preocupe —intervino Eymar, pronunciando sus palabras con la mayor calma posible—. Solo dígame dónde puedo dejar a Ànima y luego si eso nos dice todo lo necesario.

La madre de Ziren guiaba a Eymar junto con Ànima hacia su nueva habitación y el padre llevaría a Ziren y Xine hacia sus habitaciones. Dejaron solos a Curo y Lizcia, quienes se sentaron para reposar.

Curo agradecía encontrar un sitio donde no hiciera tanto calor —aunque Lizcia aun necesitaba la armadura—. Empezó a susurrar varias palabras sin sentido hasta cerrar sus ojos y dormir un poco. Lizcia, sin decir nada, solo miró a su alrededor con aquellos ojos.

—Me es doloroso tener que acabar en estas condiciones con Zuk —admitió Mitirga, su voz era escuchada solo por Lizcia.

—Tampoco parecía tener la intención de escuchar —murmuró Lizcia.

Mitirga suspiró cansada.

—Antes no era así, pero por culpa del primer ataque de las anomalías y la aparición de ese ser. Ese Virus.

—¿Anomalías y Virus? —preguntó Lizcia, confundida.

Mitirga, una vez más, suspiró.

—Es una historia larga, Lizcia, pero de lo que puedo decir es que ese guerrero que nos ayudó en su momento. El que se volvió como el segundo elegido de los Mitirs, era en verdad un ser infiltrado procedente de otro planeta, un Virus. Creímos haberlo derrotado cuando juntos lo hicimos frente, pero no fue así, de hecho, su manera de actuar bajo las sombras hizo que todos se pusieran en mi contra para así debilitarlos, después de todo yo les daba mi energía para que fueran fuertes elegidos.

Lizcia se quedó boquiabierta ante tal declaración, temblando sus manos sin parar.

—Orgullo murió el primero cuando me encerraron. Seguiría Ayan que acabaría perdiendo su cordura. Continuó Zuk, que ante la situación vivida se encerró con los suyos para volverse alguien desconfiado y que acabaría odiando a todos menos a las Sytokys, pues él sentía un amor profundo hacia la elegida antigua, Melodía, pero desgraciadamente murió por vejez, ya que era una de las más mayores.

—Pero, ¿no era Estrofa la elegida?

—No, es la segunda elegida, la primera era Melodía. Una de las pocas que calmaba ante todo este desastre, pero se preocupaba demasiado por su raza porque se veía amenazada constantemente por las anomalías, de ahí que Zuk fuera ayudarla y bueno, surgiera ese amor imposible.

—Pero... ¿por qué te encerraron? ¿Por ser una traidora? Si tú no lo sabías.

Mitirga sonrió con pena.

—Creían que era la culpable de esconder la verdad, de no haberlo detectado, me lo decían todo el rato: ¿cómo es posible que no detectes que ese hombre no era un Mitir? Lo peor es que no podía, su poder tiene la capacidad de hacerse pasar por alguien totalmente distinto, esconder su energía, modificarla por completo, y lo hizo dos veces.

—¿Dos?

—El padre de Yrmax es el Virus, ha sido descubierto porque el propio príncipe supo ver lo que la espada ocultaba, una historia que no pude acceder jamás, solo sabía una parte de la historia, él reveló la otra, demostrando que ese Virus no estaba vivo, que tenía otros planes, consumir todo este planeta por órdenes de un superior.

Lizcia se quedó boquiabierta.

—Entonces... son de otro planeta, ¿cómo Ànima?

—Así es.

—¡Entonces! —Se levantó del asiento rápidamente—. ¡A lo mejor Ànima los conoce, a lo mejor son los mismos que le borraron la memoria y por ello está aquí encerrada!

—Puede ser, aunque ¿no decía que su memoria se veía opacada por una mujer?

—Sí, pero a lo mejor ¿está involucrada?

El silencio hacía que las dudas fueran aumentando. Al menos podían saber que Ànima tenía una estrecha relación con ellos, los hilos parecían unirse poco a poco.

Lizcia sentía una gran emoción por dentro, deseaba decírselo para ver si así recordaba algo, aunque ante tendría que dejarla descansar.

—Lizcia —murmuró Mitirga, cansada—, por el momento debo irme. Siento que no puedas disfrutar más de estos ojos, pero es mejor que por ahora descansemos.

—Oh, lo entiendo, no hay problema —respondió Lizcia.

—Por favor, siéntate.

Tal petición fue inusual, pero obedeció. Nada más hacerlo, sus ojos dejaron de ver y pronto un gran peso la inundó por el agotamiento. Usar la luz, un poder que solo Mitirga conocía, no era nada fácil, más si era la primera vez. Por ello Mitirga le pidió que se sentara, para que no cayera contra el suelo rocoso.

Pronto vio como la madre de Ziren se acercaba para intentar levantarla y llevarla a su nueva habitación. Lizcia balbuceaba palabras sin sentido, intentando agradecerle su hospitalidad.

¿Y los demás? Descansando, todos lo estaban haciendo. Ese sueño profundo les inundó ante su esfuerzo, en especial a Ànima. Sumida bajo el dolor y las lágrimas, se encontraba en un sueño donde su cuerpo flotaba en esa oscuridad.

Se sentía mal. Se culpaba por haberse descontrolado, pedía disculpas a todos los que fueron testigo de ello. No se creía que la oscuridad podía llegar a algo así.

—No sé si fue buena idea aceptar —susurró, abriendo sus ojos lentamente para no ver nada más que oscuridad.

Cada escena que le enseñaron era exactamente las muertes de seres que no tenían culpa. Todos tenían una forma y color, pero no era definido. Solo se escuchaban sus gritos de auxilio para morir inevitablemente bajo las manos de la diosa de colores rojizos que poseía el don de dominar cualquier arma.

Y no era la única, a su lado un hombre brillaba en colores azules oscuros, observando a todos sin arrepentimiento alguno de sus actos sangrientos, es más, parecía disfrutarlo.

Ànima solo veía los mismos colores que sufrían una muerte inevitable: Luz, colores amarillos y blancos. Oscuridad, colores negros. ¿Y quiénes eran los colores grises?

¿Entonces hay alianza? Cierto es que el ruido le costará tomar confianza con vosotros, pero con paciencia se puede conseguir.

¿Ruido? ¿Esos seres grisáceos eran ruido? Era la única respuesta lógica, más al recordar las palabras de ese hombre que brillaba con fuerza y amabilidad.

Cerró sus ojos para ver esas escenas. La desesperación la consumió, poniendo sus manos en su rostro hasta que una de esas logró abrir sus ojos con desespero. Esa figura femenina y luminosa que siempre confiaba en ella y le daba su apoyo...

Esa chica había...

Gritó, despertándose del sueño para poner sus manos en su cabeza, llorando sin parar.

—¡Quiero saberlo! ¡Maldita sea! ¡Esa mujer no me ha dado nada más que dolor y sufrimiento! ¡Está jugando conmigo!

Con la rabia inundando su cuerpo, miró sus manos por un momento. Las tres líneas verticales de su brazo derecho brillaban, y no solo eso, crecían de tamaño como si se clavaran en su cuerpo. Sin dudar, agarró una de esas agujas con su mano izquierda para arrancarla de su brazo, gritando de dolor a la vez que salía sangre.

Tiró la aguja contra el suelo para empezar a respirar angustiada mientras los recuerdos la azotaban de nuevo. Esta vez vería algo distinto, apariencias más amables, un hombre que parecía ser... ¿un zorro? Sus colores emitían una hermosa paz, como si fuera dueño de un poder del que requería la escucha.

Siguió viendo hasta que sintió el dolor en sus brazos, dándose cuenta que esas agujas bloqueaban sus recuerdos. Esa mujer, desde la primera vez que la vio, le puso ese impedimento para que no recordara.

Trató de arrancarse la segunda aguja, pero esta desapareció, logrando que Ànima cayera en una notoria ira.

—¡Juro que te mataré! ¡No sé quién eres, pero si me bloqueas estos recuerdos es porque sabes de lo que soy capaz y de lo que deseo! ¡Sigue así, solo harás que me enfade!

—¿À-Ànima?

La voz de Eymar logró calmar la furia que Ànima. Frenó sus acciones y le miró. Le había despertado por sus gritos.

—Yo... yo no quería... yo no...

—Tranquila —interrumpió Eymar con paciencia—, lo he escuchado todo y parece ser que te están ¿controlando?

Ànima odiaba esa palabra, temblaba sin parar mientras veía de reojo esa aguja que acababa de tirar. Tenía el mismo tamaño que su brazo.

—Por lo que veo, ese ser que bloquea tus recuerdos te está poniendo demasiados obstáculos, y con ello también acabes descontrolándote —supuso Eymar.

—Siento que es algo que debo controlar, pero no puedo. Es algo que sale solo, es como si esa mujer supiera tocar según qué botones para cabrearme, mover los hilos de una forma...

—Tranquila, Ànima, no hay ninguna amenaza aquí.

Se dio cuenta de los tentáculos que salían de su espalda, apuntando hacia Eymar.

—Lo siento —murmuró Ànima. El arrepentimiento se escuchaba en aquella voz débil como si una niña se disculpara por tirar miles de objetos frágiles contra el suelo.

—Nadie te odia por lo que has hecho, Ànima —habló Eymar con toda la calma posible—, a todos nos sorprendió lo que hiciste y nos dejaste boquiabiertos, pero lo que nos preocupa es si eres capaz de controlarlo.

Ànima miró hacia Eymar con seriedad, respirando lentamente, controlando su poder.

—No vas a estar sola porque todos te ayudaremos, en especial Lizcia, que tiene ganas de hablar contigo —continuó, relajando sus hombros—. A su vez, tengo buenas noticias para ti, porque nos iremos al terreno de las Sytokys.

—¿Qué ocurre allí?

—Ellas dominan la música, un poder que revela siempre la verdad y las intenciones de uno. Eso es algo Mitirga sabe de sobras y estoy seguro que estará de acuerdo en que Estrofa intente saber tu historia, al menos descubrir una parte de ella.

—E-Eso es genial.

—Pero no será fácil. Para empezar, no tengo contacto con ella, solo con Rima. Es una amiga que hice en su momento y que desea ser la próxima elegida —continuó—. Si vamos allí, cuenta con que la desconfianza estará presente y que no creo que sea fácil ese objetivo que tienes.

—E-Entiendo.

—Aunque si nos sigues ayudando, puedes conseguirlo y saber la verdad.

—Eso era algo que iba a seguir haciendo, le di mi palabra a Mitirga que ayudaría a Lizcia y a su vez el planeta —aseguró Ànima.

Eymar, detrás de su máscara, sonrió aliviado.

—Entonces por ahora es mejor que descansemos. No creo que quieras seguir durmiendo, así que había pensado en conversar un rato en el comedor y esperar a los demás.

Con la mirada perdida, Ànima afirmó, levantándose de la cama y dándose cuenta que la aguja que tiró había desvanecido en un misterioso humo grisáceo. Tembló preocupada ante tal hecho, pero no le dio más vueltas porque era algo que le hacía sacar de sus casillas.

Tenía muy claro que, si quería ayudar, debía ir con cautela. No dejar que ese monstruo oscuro saliera para poder salvarlos de esa condena.

—Por favor, si puedes estar quieta, te lo agradecería. Tienes varias heridas en tu cuerpo. La batalla te ha afectado bastante —pidió la madre de Ziren, Xyla.

—No hacía falta, pero se lo agradezco de corazón.

Lizcia se había despertado cansada, eso se debía a las heridas que estaba tratando Xyla con gemas que aportaban propiedades curativas. No lo haría sola, Eymar estaba a su lado mientras aplicaba magias que aliviaban también el dolor.

—¿Te duele? —preguntó Xyla, que aplicó recientemente aquellas gemas contra las piernas de la joven.

—No, todo correcto.

Por otro lado, Zai, el padre de Ziren, escuchaba hablar a Xine y su hijo sobre todo lo que había ocurrido.

—Voy a cambiar muchas cosas —comentó Xine con seriedad—. La ciudad necesita muchos cambios, no va a ser nada fácil, empezando con la mentalidad. Me niego totalmente a que ignoremos a las demás razas cuando en su momento las ayudábamos con lo que podíamos. Aparte que no voy aceptar algunas conductas que tenemos entre nosotros y familiares.

—No ignores el hecho de que existe nuestra raza, Xine —recordó Ziren.

—Por ello te dije que tú fueras el elegido.

—Ay, ya vamos con eso —susurró Ziren cansado de escuchar lo mismo al menos tres veces—. Xine, te dije que...

—Ziren, mi misión aquí no ha terminado —interrumpió Xine—, no puedo ejercer como líder de mi raza, tengo que ayudar a los demás, las aberraciones están llegando poco a poco hacia la ciudad y a su vez necesitamos juntar a los elegidos para acabar con ellas, sino y formarán el caos y mucho hemos sufrido como para que ahora... —Suspiró, negando rápidamente con su cabeza—. Quiero evitar eso, quiero acabar con esa ruina que cada vez nos consume la esperanza. Se acabó, esta vez de verdad.

—¿Seguro de eso, Xine? —preguntó Ziren.

Xine, con toda la seguridad posible, respondió:

—Confío en ti, solo no podré hacerlo todo siendo elegido, tengo muchísimas tareas encima. Confío en que tú seas el líder de la raza mientras yo no esté.

Ziren suspiró, sintiendo como las rocas se movían como si estas se pudieran romper. Eso eran los escalofríos ante una decisión tan importante.

—Quiero saber algo —pidió Ziren—, ¿por qué no querías que fuera un elegido?

—Ninguno lo consiguió, todos morían cuando lo intentaban y me negaba perderte. Para mí siempre fuiste un hermano que, si bien no compartimos las mismas ideas, estaba ahí a mi lado dándome algún tipo de esperanza. Saber que lo perdería me daba rabia, me negaba y no era el único —explicó Xine mientras miraba a otro lado con cierta vergüenza.

De normal no solía ser expresivo con los sentimientos, para Xine significó mucho su amistad. Lizcia sonreía tranquila al saber cómo todo había cambiado, viendo como Ziren sonreía con una ligera risa.

—Está bien, Xine. ¿Y qué ideas tienes? —preguntó Ziren mientras ponía sus manos en sus caderas.

—Sígueme, te comentaré todo lo que tengo pensado —pidió Xine para luego mirar los padres de Ziren—. Si podéis, me gustaría que cuidaran de ellos en el tiempo que no esté. Tengo mucho que hacer.

—Sin problema Xine, cualquier cosa estamos aquí —comentó Xyla.

Se despidieron un poco apurados, dejando solos a Eymar, Ànima y Lizcia quienes estaban juntos sentado. Lizcia se había recuperado de las heridas, mismo con Eymar y Ànima, el último que quedaba era Curo, que seguía durmiendo.

—Si queréis descansar o comer algo, aunque solo tenemos rocas —sugirió Xyla tímidamente.

—¿Puedo comerme una roca para probar? —preguntó Lizcia.

Ambos Zuklmers se miraron preocupados.

—No creo que sea una buena idea siendo una Mitir —respondió Xyla.

—Al menos quiero intentarlo, quiero conocerlos.

Su amabilidad e inocencia hizo que ambos sonrieran, pero no la dejaron. Decidieron que era mejor enseñar su cultura mediante otras formas menos peligrosas.

—A mi si me disculpan, me iré a las afueras de la ciudad para descansar un poco y sentir un aire más distinto —pidió Eymar con toda la educación posible—. Únicamente les pido que vigilen a Curo, creo que, si se despierta y se ve solo, montará un escándalo.

—De eso me encargo yo —comentó Ànima.

—Bien, cualquier problema, decirme —pidió Eymar, saliendo de la casa.

—¿Tú estarás bien, Ànima? —preguntó Lizcia.

La mencionada afirmó con la cabeza.

—Cualquier cosa, os aviso, no hay fallo.

Agarrada de la mano de Xyla, Lizcia salió de la casa mientras se despedía de Ànima, dejándola sola en la oscuridad mientras volvía a cerrar los ojos, controlando su poder interior, calmando esa ira y, capaz, recuperar algún recuerdo...

Pero por mucho que intentara, sus intentos fueron inútiles.

Por el otro lado, Eymar había salido de Meris y, nada más dar el quinto paso, fue rodeado de inmediato por varios Maygards.

—Qué agradable —susurró Eymar.

Todos le observaban con rencor y asco, pero entre los presentes estaba su padre, sujetando con fuerza los dos báculos. El Sol y la Luna.

—Hola, padre —le saludó Eymar con neutralidad.

—Te tengo una noticia que comentar, es sobre tu amigo Yrmax —habló sin ni siquiera saludarle—. Su padre no era el que todos creíamos, la espada no es un objeto de elegido y ahora Yrmax es el nuevo rey.

Le costó procesar toda esa información, pero aun así no mostró sus sentimientos. Su padre clavó los báculos contra el suelo, levitando con lentitud y poniéndose enfrente de Eymar.

—Es hora de que decidas. El tiempo es corto y al parecer tendrás que entrenar antes de tiempo para este último intento.

—Padre —le llamó, sin separar la mirada de sus ojos—, ¿cuándo me dirás la verdad sobre los seis báculos de las razas?

—No vas hacer esa misión tan arriesgada, Eymar —contestó malhumorado.

—El báculo de los Vilonios, el de los Zuklmers, los Mitirs, las Sytokys y los dos que tengo enfrente que representa a los Maygards. Si todos están dando su mayor esfuerzo, yo no me voy a quedar atrás.

Las miradas le juzgaban. Sabía que sus palabras eran arriesgadas, pero se negaba quedarse atrás sin poder hacer nada. Si participaba, lo haría con todas las fuerzas posibles.

—Si así lo deseas, déjame decirte que estarás totalmente solo en esta misión. Ya sabes lo que la leyenda dice y, por el momento, tienes tres de los seis báculos. —Su voz se volvió más dura y distante de ese cariño que conoció una vez Eymar—. Si quieres el de los Maygards, también tendrás que ganártelo.

Desaparecieron, dejando a Eymar en silencio. Tenía que ir con mucho cuidado, sabía que las Sytokys sería un terreno complicado, pero ya no solo eso, tenía a los Maygards en su contra.

—Yrmax —susurró, intranquilo—. ¿Cómo que tu padre es un impostor? ¿Y cómo vas a ser rey si estas muy enfermo? ¿Qué me he perdido mientras estaba fuera?

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