Capítulo 23: Gritos del pasado.

Se palpaba el miedo. Iba a ser la primera vez en sus vidas que iban a enfrentarse contra algo cuya altura les duplicaba más de veinte veces. Hacerlo frente iba a ser arriesgado, era jugar bajo su terreno y con un poder que ellos no poseían.

—Oh, ¿pero que estoy viendo? ¿Es posible que enfrente mía también esté la elegida de los Mitirs? —preguntó Zuk, intrigado. La energía que Lizcia emitía al tener la bufanda de los elegidos le daba esa pista a Zuk—. Bien, querida elegida de los Mitirs, podemos hacerlo de dos formas. La primera es que me des la llave, la segunda es que mueras ante un intento inútil para derrotarme.

Lizcia no estaba para pensar. La armadura no resistía ese sofocante calor. Sus ojos pestañeaban débilmente, viéndolo poco a poco borroso, pero no iba a perder la consciencia.

—Oh, claro. No te es habitual estar bajo estas temperaturas, de hecho, la armadura aún está haciendo un buen trabajo en mantenerte con vida —murmuró con una risa—. Hagamos esto más entretenido.

Iba a aumentar más la temperatura, pero el viento fresco y brusco de Eymar logró que frenando sus actos para mirarle. Curo estaba a su lado que, si bien no podía volar por el calor que hacía, sostenía el arco con fuerza, apuntando a Zuk.

—¡Tonterías! ¡Solo son puras tonterías!

Al impactar sus grandes manos contra el lago de lava, se crearía un gran tsunami. Eymar, impactó su báculo contra el suelo, invocando un gran escudo. Xine no dudó en mover las piedras para darle más resistencia y que así la lava pasara por encima de ellos.

El problema era que el escudo ya estaba rompiéndose. Eymar trataba de regenerarlo, pero era gastar una gran parte de su energía.

—Por Ayan, dame fuerzas —pidió Eymar en un susurro.

—¡Reza todo lo que quieras! ¡Pero te recuerdo que tu elegido murió ante sus actos imprudentes! —contestó Zuk con una gran risa.

Su espectáculo hacía que la esperanza de los presentes disminuyera. Lizcia no podría aguantar más, cayendo de rodillas al suelo. La rabia de Ànima la consumía al no poder hacer nada. Intentaba proteger a Lizcia, pero estaba debilitada por la luz que la rodeaba.

Temió tanto que expulsó su poder para reforzar el escudo, pero cuando se dio cuenta, vio una luz proveniente de las manos de Lizcia fueron hacia el escudo.

—Estoy contigo.

Ànima creyó que era aquel hombre que siempre le hablaba, pero en realidad era Mitirga, proporcionando todo el poder que tenía. Lizcia se quedó asombrada ante tal hecho, mientras que Ànima veía bajo los ojos de un pasado que la hacían llorar.

—¡Pero mira que tenemos aquí!

Zuk no se creía lo que sus ojos le enseñaban, pero no le detenía de sus acciones. Sus manos agarraban una de las rocas que componían el volcán. Esto hizo que todo su alrededor temblara. Eymar intentaba protegerlos, pero no pudo aguantar mucho más, sobre todo cuando Zuk tiró la grandiosa roca recubierta de lava.

—¡Ahora podré acabar con las cuentas pendientes, Mitirga! —gritó emocionado, deseoso por acabar con esa pelea.

Mitirga, envolviendo de su energía a Lizcia, pidió que se acercara a Curo rápidamente. Lizcia intentó hacerlo, pero no fue necesario cuando Curo se giró al ver que una luz azulada iba hacia su arco.

Inundado bajo esa misteriosa magia, movió su mano derecha, viendo como el arco se cambiaba de diseño a una que Orgullo utilizó. Sin dudar, disparó con una grandiosa flecha llena de luz. Todos observaron cómo detrás de la flecha soltaba una agradable corriente de aire. Eso les daba un respiro, pero no solo eso, sino que había destrozado la roca transformándose en pequeños bloques de hielo. Esto pasó a agua y aminoró la temperatura.

—Como la primera vez que Orgullo disparó aquella flecha contra las aberraciones —murmuró Zuk—. Bah, menudo desperdicio de poder, ¿qué ves en ellos, Mitirga?

No hubo una respuesta. Tampoco se la iba a dar. Mitirga sabía que el antiguo Zuk, entusiasta y compasivo, no era más que un amargado que deseaba mantener su puesto.

—Se que pensarás que en su momento todos os ayudaban, en especial a ti Mitirga. Eras capaz de otorgar un gran poder a los elegidos, incluso podías darte una energía que te hacía una grandiosa guerrera —recordó Zuk mientras preparaba sus manos para otro ataque—. Pero eso fueron otros tiempos y tú nos traicionaste al igual que tu raza actúa inmaduramente contra nosotros.

—El rey de los Mitirs no es quien tu piensas, Zuk —respondió Mitirga, pero su voz provenía de Lizcia.

—¿Ah no? —preguntó, riendo—. ¿Entonces quién es? ¿¡Eh?!

—Veo que la edad te afecta bastante para no encontrar la respuesta obvia —contestó Mitirga.

Esa forma de hablar le irritó, por ello mismo decidió dar una palmada para que todo su alrededor temblara y salieran fuentes de lava cerca de los elegidos.

—Debo... debo hacer algo —susurró Xine, mientras miraba a Ziren para dejarlo en el suelo con cuidado.

Decidido, corrió hacia los elegidos, viendo como la lava proveniente de las fuentes iban hacia ellos. Xine levantó sus manos para abrir las rocas de su cuerpo, mostrando la energía rojiza de su interior. Hacer esto era un gesto para tomar toda esta lava, esa energía, hacía su cuerpo.

Tal idea era inmadura. Un Zuklmer no podía tomar demasiada energía, sino explotaría, destrozando las rocas que le componían y quedando inconsciente durante días.

—¡Xine! —gritó Eymar, intentando acercarse al saber que iba hacer, pero Curo le detuvo porque ya era tarde.

Zuk solo reía ante la actitud imprudente del joven, sobrecargando cada vez más de esa energía.

Lizcia a duras penas pudo levantarse para ver eso, sin saber bien qué hacer. Ànima se sentía igual, lo veía todo con sus ojos que demostraban esos nervios, hasta que rápidamente reaccionó. Si Mitirga estaba con ellas, entonces podrían hacer algo para ayudarle.

—¡Lizcia, tenemos que ir a por él! —gritó Ànima.

Lizcia obedeció, corriendo como mejor pudo a pesar de tener esa armadura pesada. Se acercó a Xine para estirar su mano y con ello salir la oscuridad que Ànima desprendía junto a la luz que poseía Mitirga, uniéndose como un espectáculo de luces que llegaron a Xine.

Ànima vio con atención tal hecho. Sintiendo en su corazón un cariño inusual, un abrazo de alguien que le hablaba con emoción:

—¡Confío en ti, Ànima! ¡¿Sabes?! Es admirable como actúas, ¡algún día llegaré a ser como tú para poder ayudar a mi raza, para ser la próxima elegida de la luz!

Una voz del pasado que la hizo llorar de la frustración. Potenció su poder en un grito que envolvió a Xine en esa oscuridad. Ànima recibió el daño del calor mientras que la luz creó un escudo que desviaba la lava, devolviéndosela a Zuk en un brusco y rápido ataque que lo haría caer de espaldas.

Todo tembló violentamente. El volcán se destrozaba a gran velocidad. Curo pensó en llevarlos a todos con sus garras, aun sabiendo que eran muchos y que tenían un gran peso. A punto de moverse, escuchó una voz a sus espaldas:

—Curo —murmuró Xine, agotado—. Protege a Ziren.

Esa petición le dejó sin palabras, pero cuando vio como Xine expulsaba la energía de su cuerpo, reaccionó. Lo que había hecho Xine era levar la plataforma por los aires como si el volcán hubiera erupcionado.

La noche había llegado en Meris. Los Zuklmers observaban con asombro lo ocurrido. Zuk caía de espaldas, destrozando el volcán, y en lo más alto se podría ver una plataforma de piedra donde se encontraban los elegidos.

Curo fue a los que tenía más cerca, Eymar y Ziren. Con Lizcia y Xine no podría porque caería al suelo sin control alguno. Tenía que apurarse, dejarlos y volver con los demás.

—¡Curo!

Pero la voz de Ànima sonó a su alrededor, y al girarse, presenció por primera vez la belleza de la diosa en medio de la noche. Imponente, sujetando a Lizcia con sus brazos a Lizcia mientras que a Xine lo tendría sujeto con sus tentáculos.

—¡Ànima! ¡Ay por Orgullo!

Asustado, voló hasta llegar al suelo para dejar a los demás y rápidamente fue a por Ànima. La agarró a tiempo de sus brazos, gruñendo y quejándose de dolor mientras hacía todo el esfuerzo posible para aminorar su caída.

Todos llegaron a salvo, aunque Curo respiraba agotado sin apenas ponerse en pie. Quiso mirar a su alrededor, encontrándose con Zuk levantándose del suelo. Miró hacia sus compañeros. Ziren estaba inconsciente. Xine seguía de pie, pero muy agotado. Eymar no podía aguantar mucho más luchando. Por último, Lizcia estaba bien, pero no podría luchar si Ànima estaba fuera de su cuerpo.

—Ànima, puedo seguir luchando, quédate con Lizcia y...

—¿Qué estás diciendo, Curo? —preguntó Ànima, mirándole de reojo, su rostro demostraba una clara molestia—. Estás cansado, has luchado contra él, ahora déjamelo a mí y cuídame a Lizcia.

Curo se quedó sin palabras ante tal contestación. Ànima se veía muy distinta a como la conocía. Sus ojos derramaban la oscuridad con más agresividad, con un rostro consumido por el odio hacia Zuk.

—Ànima —pronunció Lizcia, logrando que la mencionada se girara—. Déjame luchar contigo.

Esa petición podía ser una locura, pero Ànima entendía porque lo decía. Lizcia estaba envuelta bajo una luz que provenía de Mitirga. La antigua elegida iba a ayudarla, aunque fuera cuestión de vida o muerte. Pero no solo eso, detrás de esa luz veía la apariencia femenina, como si fuera una adolescente cuya sonrisa calmaba su mal. Respiró, cerró sus ojos y sintió a esa luz acercarse, escuchando esa voz:

—¿Entonces, hay alianza? Cierto es que el ruido le costará tomar confianza con vosotros, pero con paciencia se puede conseguir.

Frunció el ceño ante sus palabras.

«¿A qué te refieres con ruido? ¿Y cómo que alianza? ¿Antes no estábamos aliados?», se preguntó Ànima, fijándose en esa figura luminosa que le daba la mano.

Sin pensarlo dos veces, dio su mano, confiando en aquel que ahora se transformaba en partículas luminosas que la rodearon. Escuchó miles de voces distintas, guiándola hacia su nuevo camino.

«¿Quiénes son? —se preguntó Ànima, cayendo lágrimas en sus ojos—. ¿¡Quiénes son?! ¿¡Qué me dices con esto?!»

—¡Ànima! ¡Cuidado!

Pudo defenderse bajo un escudo oscuro y reforzado que partió la enorme roca recubierta de fuego. Zuk se quedó asombrado, observando con atención a Ànima.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Zuk.

—La diosa de la oscuridad.

Creó con sus tentáculos una enorme esfera oscura que fue directa hacia Zuk. Intentó desviarla, pero la repentina luz en sus ojos logró que apartara su mirada y que recibiera tal esfera en todo su rostro, dejándolo sordo, mudo y ciego.

Ànima observó a Lizcia. Tenía una sonrisa confiada mientras bajaba su mano para girar su cabeza hacia ella.

—¡E-Es impresionante tener poderes! ¡No sabía que la luz podía hacer esto! —contestó Lizcia asombrada, mirando hacia Ànima gracias a los ojos que le daba Mitirga. Unos totalmente azules.

Ànima sonrió confiada.

—Acabemos con esto —decidió Ànima.

Ambas irían hacia Zuk, pero no lo harían solas, Curo junto con Xine irían detrás para acabar con el elegido. Su repentina aparición les sorprendió, escuchando los consejos de Xine:

—¡Debemos de destrozar su pecho para que drene toda la energía en lava! ¡Curo! ¡¿Es posible que puedas tirar otra flecha de esas?!

—¡No será tan potente!

—¡Sí lo será, Mitirga aún puede ceder parte de su energía! —aseguró Lizcia, corriendo hacia Curo para juntar sus manos aquella luz.

—¡Yo le mantendré retenido con mi oscuridad! ¡Apuraros!

Curo y Lizcia unieron fuerzas. El Vilonio apuntaba, y la joven juntaba su luz para crear la flecha, una que sería cada vez más grande y poderosa. Xine corrió sin parar hasta saltar y llegar la rodilla del elegido. Juntó todas las rocas de su cuerpo para crear un enorme puño de piedra que impactó, obligándolo a caer contra el suelo mientras que la otra aún se mantenía en pie.

Ànima en todo momento concentró su oscuridad, apuntando al rostro del elegido. Vio como Zuk quería mover sus manos para quemarla.

—¡Xine! ¡A sus brazos! —gritó Ànima.

Pero Ànima no se lo iba a permitir cuando Xine corrió para dar un potente salto hasta llegar hasta la mitad del brazo de Zuk. Todos estaban posicionados de forma que, ante el aviso, actuarían sin dudar.

—¡Apartaros!

El grito de Eymar logró desconcertarlos, dándose cuenta de que Zuk empezó a arder violentamente todo su cuerpo. Obligó a que Xine saliera de allí, impactando contra el suelo, mientras que Curo y Lizcia se alejaban. Todos vieron como Zuk retiraba la oscuridad de su cabeza para gritar enfurecido:

—¡Yo te demostraré lo que es ser un verdadero dios!

Ànima se quedó inmóvil al ver como el elegido juntaba sus manos para juntar toda la energía, creando una enorme esfera de fuego y lava que iría dirigida a ella.

—¡Ànima!

Todos le gritaban para que huyera, pero Ànima no reaccionaba. Sus ojos apuntaban hacia esa luz mientras temblaba.

Hasta que de pronto sus ojos dejaron de ver esa luz para escuchar una voz a sus espaldas que le causó un horrible escalofrío:

—¿Es que no lo recuerdas?

Se giró, pero no vio nada más que ese color grisáceo que empezaba a detestar cada vez más. Pudo encontrar algo, una masculina sentado en una de las rocas que había. No estaba solo, a su lado había una figura un poco más pequeña que también observaba con interés.

—No, no lo recuerda, no deberías sorprenderte porque no lo haga —habló su compañera—. Es curioso, Ànima. Me gusta verte ahora mismo. Desesperada, angustiada, creyendo que morirás sin ser consciente del verdadero poder que tienes en tu interior. Ese monstruo que lograste liberar una vez.

Ànima no era capaz de reaccionar. Su alrededor parecía cambiar a una realidad que se le hacía extrañamente familiar. Unos bosques otoñales que desprendían las hojas hasta tocar el suelo, transformándose en charcos de sangre que se acercaban hacia ella.

—¿Qué recuerdas, Ànima? ¿Te suena acaso este escenario? —preguntó una vez más.

Percibió todo. Los gritos desesperados pidiendo ayuda, el hedor a sangre a su alrededor, los chillidos de un ser que deseaba salir de su interior. Una rabia contenida que Ànima no comprendía, menos ante este escenario donde veía la muerte de miles de seres bajo sus pies.

—¿Cuánto tiempo hace que lo tendrá contenido? —preguntó el hombre.

—Muchísimo tiempo, me imagino que deseará salir con todo, como hizo en su momento —aseguró la contraria para luego observar a Ànima con esos ojos blancos—. ¿Sabes? Puedo hacer que tengas una pequeña fracción de tu poder liberando parte de tus recuerdos.

Ànima abrió su boca, mostrando sus ansias de hacer algo más que quedarse quieta. Quería hablar, pero aquella mujer misteriosa y tenebrosa continuó hablando:

—Pero a cambio tendrás que cumplir con lo que te pida, aunque no seré exigente, en general, no lo soy.

Cuando sus manos fueron reveladas, vio sus agujas. Unas que le dejaban en claro que era la misma que le atormentaba cuando intentaba saber su pasado. Vio su rostro divertido. Odio y crueldad ante las almas condenadas y encadenadas que se movían a sus órdenes. Un gesto de su mano, y era escuchar el sufrimiento, tratando de liberarse de la eterna tortura que esa mujer conocía.

«Si me niego, me matará, y no puedo hacer eso —pensó, mirando a sus espaldas por un momento—. Lizcia, perdóname, pero no tengo otra opción».

—Acepto.

A lo que la contraria rio con gusto, ladeando la cabeza hacia la izquierda.

—Maravilloso.

Recuperó una parte de sus recuerdos, pero despertaban a ese ser de su interior que chillaba con odio. Vio las acciones de un monstruo que solo ella pudo liberar. Un ser marino que atacaba sin clemencia alguna. Se movía a una velocidad asombrosa, acertando puñetazos que destrozaban todo a su paso. Siendo la oscuridad que consumía cualquier esperanza posible.

En medio de ese caos, se encontró con dos enemigos que se les identificaba por sus títulos que muchos temían. Un ángel poseedor de todas las armas que atacaba con la violencia propia de las guerras. El otro era poseedor de una tecnología avanzada y una insensibilidad visible en sus acciones.

Recordó solo una parte, pero fue suficiente para chillar con desesperación, cayendo de rodillas. Impactó sus manos contra el suelo, alzó su cabeza y lloró mientras la oscuridad empezaba a tomar fuerza.

Todos los presentes vieron como la oscuridad salía sin una forma clara. Parecían ser tentáculos provenientes de un enorme ser marino desfigurado y viscoso. Este, logró destrozar la esfera de energía que Zuk generó, tomándole por sorpresa. Pero eso no sería lo único cuando los tentáculos agarraron los brazos de Zuk y lo partió sin piedad alguna.

La energía del elegido cayó como una cascada de lava. Los presentes intentaron apartarse, aunque serían protegidos por un enorme escudo de oscuridad que los protegió.

Ni uno era capaz de entender la situación, ni uno se creía que ese era el poder de Ànima.

—¿À-Ànima? —preguntó Curo—. Por Orgullo, ¿Qué ha sido eso?

—Su poder —murmuró Eymar—. El que le contuvieron.

—¿T-Tanto? —preguntó Xine.

«Es impresionante —pensó Lizcia—, ¿tanto la contuvieron? ¿Por qué?»

«Eso es lo que me preocupa —intervino Mitirga—, y más al escuchar su llanto. Lizcia, tienes que acercarte

Cuando la oscuridad fue desapareciendo, el primero en poder hacer algo fue Xine. Vio como Ànima seguía gritando mientras que Zuk hacía su último esfuerzo para acabar con ella.

En esos momentos en donde el miedo podía paralizar a cualquiera, Xine se acercó hacia Ànima para agarrarla a tiempo y apartarla. Se dio cuenta que su poder ya no era como antes, aunque había hecho muchísimo daño al destrozar los dos brazos de Zuk.

Agarrándola con fuerza, escuchó las lágrimas de Ànima quien cubría su rostro por haberse descontrolado. Xine la miraba apenado, dejándola en el suelo con cuidado para mirar hacia Zuk. Ahora solo poseía una altura de unos diez metros al perder una parte de su cuerpo.

Respirando profundamente, absorbió el aire rojizo y la concentró en su núcleo. Creó en sus dos manos unos enormes puños recubiertos de lava para correr hacia él para dar un gran salto.

La luna reflejaba la figura de Xine. Un Zuklmer que levantaba sus brazos para darle un gran puñetazo en el pecho de Zuk, escuchándose el grandioso estruendo de lo que parecía ser la tierra partirse en dos, aunque en verdad era que había destrozado su cuerpo, expulsando toda su energía en una gran cantidad de humo y lava.

Xine impactó contra el suelo y vio como las rocas caían al suelo en un impacto duro y estruendoso. A pesar de la situación, pudo sonreír con calma hacia sus compañeros para caer inconsciente al suelo.

Los demás, angustiados, corrieron hacia Xine y Ànima, comprobando que siguieran aún con vida. Mientras uno respiraba agotado, la otra se escondía ante la culpa de haber actuado bajo esa rabia que sentía por visiones.

—Yo... yo debí hacer algo —susurró Ànima.

Lizcia se acercó a ella sin importarle sus palabras. La abrazó con todas sus fuerzas.

—Tranquila, Ànima. Todo está bien —aseguró Lizcia.

—Lo siento, de verdad que lo siento —susurró Ànima.

Los demás no dijeron nada por el momento. Suficiente habían vivido, más al saber que habían ganado a Zuk, y con ello Xine siendo el nuevo elegido de los Zuklmers.

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