Capítulo 18: Problemas a contratiempo.

Aquella noche fue agotador. Lizcia, Ànima y Curo estaban descansando en la habitación y Eymar se quedó vigilando solo por si acaso.

Ànima se habría quedado al lado de Lizcia ya que así se recuperaba de las heridas en el lado izquierdo de su cuerpo. Le escocía, más cuando le aplicaban la medicina correspondiente y la vendaban.

—Ànima, a la próxima no me salves, sino acabarás...

—No digas bobadas, Lizcia —interrumpió Ànima, mirándola—. No me importa recibir estos golpes, me importáis y no quiero que os pase nada.

Curo solo suspiró, atando bien las vendas. Se sentó en la cama, mirando hacia la ventana para ver que estaba amaneciendo. Descansar no iba a ser posible cuando tenían que ponerse en marcha de nuevo.

Recogieron sus pertenencias en aquella habitación para desayunar antes de partir. Allí en el comedor de la posta, se encontraron con Eymar pidiendo los desayunos. Al girarse, Eymar saludó con su mano de su brazo superior derecho, yéndose a una mesa para sentarse. Los demás le siguieron también.

—¿Hubo más problemas? —preguntó Curo.

—No, aunque le estoy dando vueltas a cómo es posible que hayan aparecido. De normal aparecen cuando la tierra empieza a temblar y la luna cambia a un color más agresivo —explicó Eymar, cruzando sus brazos inferiores.

—¿No es normal? —preguntó Lizcia.

—No, su aparición suele ser repentina cuando los cincuenta años se cumplen, atacan y sin piedad, aparecen sin previo aviso, pero en este caso parece ser muy distinto —murmuró, poniendo su mano inferior en su mentón y la superior rascaba su cabeza.

—Puede que sepan que estamos volviendo los elegidos —supuso Curo.

—No creo porque una aberración nos atacó a Yrmax y a mi cuando nos conocimos —recordó Lizcia

—Entonces ¿tienen miedo o están preparándose para algo peor? —teorizó Curo mientras olía el desayuno desde la lejanía.

—Puede ser, sea lo que sea no podemos bajar la guardia ni menos distraernos. Estamos en un punto importante, nos queda ir al terreno de los Zuklmers y las Sytokys para hablar con sus correspondientes elegidos y pedir su ayuda, aunque con los Zuklmers será complicado —murmuró Eymar estas últimas palabras.

Vieron como el camarero les dejaba un tazón de café mediano a cada uno menos a Eymar y Lizcia —ambos tendrían un jugo de naranja natural— seguido de unas tostadas de queso. Curo miraba esto con cierto disgusto mientras que Lizcia lo saboreó con una sonrisa.

—¿No puedo...?

—No, Curo, no estamos en el terreno de los Vilonios —interrumpió rápido Eymar—. Aparte, es mejor que comas esto, ¿o quieres probar las deliciosas rocas de los Zuklmers?

—No, mejor no.

Curo, a regañadientes, comió. El sabor no era tan malo, pero admitirlo era un fastidio porque era insultar la comida de su pueblo. En silencio, tomó el café mientras veía a Lizcia relamer sus labios para luego soltar un pequeño hipo repentino.

—Lizcia, te dije que no comieras tan rápido —recordó Curo.

—Ay, no sabía, es que estaba muy ¡hip! bueno. —Dirigió su cabeza a otro lado por vergüenza, haciendo reír a Ànima y Curo—. ¿Cómo se ¡hip! quita?

Curo no pudo dar la respuesta porque su risa era más notoria. Eymar le aconsejó levantar los brazos y aguantar un poco la respiración.

Pronto escucharon unos pasos, ninguno prestó atención menos Curo que vio a la señora que le habían vendido la armadura de Lizcia. Su rostro de arrepentimiento lo decía todo e iba hacia ellos con cierta timidez.

Curo se levantó, acercándose a ella para escuchar sus palabras.

—Os debemos una muy grande por salvarnos. Por ello que como agradecimiento os de esa armadura gratis para que vuestro viaje sea ligero —explicó la mujer con la cabeza agachada.

Curo sacudió un poco sus plumas en señal de orgullo. Sonreía, aunque rápidamente fue retirada bajo el sutil golpe que Eymar le dio en su cabeza.

—Gracias, pero no es necesario. A ustedes les hará falta ese dinero —expresó Eymar con calma, viendo como Curo entrecerraba sus ojos y acariciaba su cabeza.

—Por favor, acéptenlo como regalo de agradecimiento ante su valor y fuerza —pidió la mujer, levantando un poco su cabeza—. Es admirable cómo pueden seguir adelante a pesar del caos, no muchos se atreven por el miedo que hay.

—Ustedes también son valientes —intervino Lizcia con una voz calmada, llamando la atención de todos—. No sé cuántas veces han recibido un ataque así, pero es muy admirable que cada día estén atentos y luchen contra las aberraciones. Eso demuestra el valor que tienen. Su perseverancia, su lucha por la vida, no va a pasar desapercibida. Esta vez trataremos de detener la condena, aunque nos cueste mucho tiempo, lo haremos.

Sus palabras hicieron que la mujer, junto a varios Mitirs más, la miraran con asombro. Que dijera aquello, demostraba su valentía a diferencia de los demás.

—Por favor, acepten esa armadura como regalo y tomen las monedas —pidió una vez más.

Sabían que la mujer no iba a irse hasta que aceptaran, así que no les quedó otra. Eymar y Lizcia creían que no era justo. Curo y Ànima creían lo contrario.

Cuando terminaron, fueron hacia Meris. En esta ocasión, Lizcia fue sin el caballo porque ir allí con esas temperaturas tan altas haría sufrir al animal. De paso llevó la armadura puesta.

—Me sorprende que no compraras otra armadura para ti, Curo —comentó Eymar.

—Me niego a llevar una armadura que impide el vuelo, prefiero tomar todo el rato el brebaje —explicó Curo.

—Bien, pero recuerda que, si te quedas sin ella en medio de un combate, es posible que te quemes —le recordó Eymar.

—Prefiero eso a no poder volar en combate y no poder disparar —respondió Curo.

—Hay otras formas de atacar.

—Lo sé, pero es más cómodo el arco.

Lizcia solo miraba su discusión como si pasaran la pelota de un lado a otro. Estaban aún cerca del pueblo y no quería interrumpirlos.

—¿Nos podemos mover? —preguntó Ànima—. El tiempo cuenta y estamos en un lugar donde no será fácil aguantar las temperaturas, más si dependemos de esos brebajes.

—Cierto, no perdamos más tiempo —afirmó Eymar y le dio la pócima a Curo, no sin antes darle un aviso—: Cuando sientas el calor en tu cuerpo, avísame y te daré otra. Suelen durar bastante, pero como no sé cuánto tiempo estaremos, te pido que consideres bien esa opción de la armadura.

—¿Y tú qué?

—Me puedo cubrir de frío y hielo constantemente, aunque eso desgaste mi energía —explicó Eymar—. No te preocupes por mí.

Curo arqueó su ceja, pero al final aceptó a regañadientes mientras tomaba la pócima.

Su camino sería complicado porque por fin subieron por la gran montaña. Mientras Eymar y Curo caminaban, Lizcia sentía el peso y el sudor en todo su cuerpo por la armadura. Se sentía como un novato empezando a llevar la armadura para ser parte de la guardia real. Aun así, intentaba verlo con positivismo porque el casco generaba una oscuridad que le permitía ver con los ojos de Ànima.

Vio con asombro la grandiosa Montaña junto a los ríos pequeños de lava que se encontraban. Al principio era un calor propio de las aguas termales, pero mientras más avanzaban, más se sofocaba, en especial al escalar por las rocas.

Se iba cansando más y eso lo notaban todos, pero su sonrisa bajo esa armadura indicaba una ilusión que a muchos les impactaba. Tenía sus motivos. Ver otra ciudad de colores vivos pertenecientes al fuego, lava y rocas, era algo que le fascinaba.

Lizcia descubrió que los lagos de lava eran como aguas termales, solo que exclusivamente para los Zuklmers por motivos obvios. Consumida por la curiosidad, se fijó en las rocas de su alrededor, abriendo sus ojos y boca.

—¡Anda! Son de distintos colores algunos y con unos pocos minerales —murmuró Lizcia.

Acercándose, tomó un cristal. Brillaba con fuerza en un color azul, uno que contrastaba con el terreno donde estaban.

—En Meris es normal que puedas ver minerales así —comentó Eymar—. No solo eso. Cada mineral tiene un mayor o menor valor. Es la moneda de cambio de los Zuklmers.

Lizcia no entendía como unos minerales podían ser una moneda de intercambio, pero no le importó. Se dejó llevar por la curiosidad ante cada mineral nuevo que veía.

—Cuidado cuáles minerales tocas. Algunos de ellos pueden dejar un olor horrible, otros son alimentos que algunos Zuklmers aprovechan —avisó Eymar.

—Pensé que eran carnívoros —dijo Lizcia con curiosidad.

—Sí, pero graciosamente son muy malos cazando, por ello algunos recurrieron a alimentarse con lo que su alrededor les da. Algunos intentaron comer plantas y hierbas, pero no llegaron a sobrevivir en este caluroso terreno.

—La carne que ellos cazan, se les quemará, ¿no?

—Claro, pero no les importa, comen con mucha ilusión y, por alguna razón, son muy fuertes —volvió a explicar y se cruzó de brazos, los inferiores—. He de admitir que su fuerza no es para nada normal. Supuse que su energía y apariencia la sacan por la lava, ya que a veces se bañan en ella, pero no tiene mucho sentido que solo eso sea su única fuente de alimento.

—Por ejemplo, nosotros somos muy buenos disparando y solo comemos pescado, cuando dicen que para ver mejor hay que comer verduras y carnes —intervinó Curo con orgullo.

—Eso es una dieta que algunos Maygards hacemos, no como en mi caso —recordó Eymar para luego pensar sus palabras un poco—. También es cierto que algunos Mitirs tienen una dieta así.

—¿Y las Sytokys? ¿Qué dieta tienen? —preguntó Lizcia.

—Recolectan frutos y cultivan, solo comen lo que la tierra les proporciona —respondió Eymar.

—Oh, entiendo —murmuró Lizcia, para observar su alrededor con interés.

Por otro lado, Ànima estaba demasiado callada por el extraño lugar que les rodeaba. La lava, el fuego y sus variantes eran luz, en menor o mayor cantidad, y eso significaba un gran problema.

—Ànima, ¿te esconderás cuando lleguemos donde los Zuklmers? —La pregunta de Eymar sorprendió a la mencionada.

—¿Crees que es buena idea mostrar la verdadera apariencia hacia los Zuklmers? —preguntó Ànima.

—Lo hiciste junto a los Mitirs, no veo por qué no hacerlo con los Zuklmers —intervino Curo con calma.

—El problema es que aparte de que no quiero salir porque quiero ver quién es el elegido y analizar la ciudad. La luz que este sitio emite me debilita y eso es un verdadero problema —explicó Ànima.

—Cierto es, e ir hacia donde se encuentra Zuk, el elegido, será un poco difícil porque allí está todo iluminado. Al menos es lo que dicen mis compañeros Maygards —recordó Eymar.

—Creo que era el elegido más antiguo, ¿no? —preguntó Curo.

—Es el único que tuvieron los Zuklmers —aclaró Eymar.

—¡Woah! ¿Cuántos años tiene? —preguntó Lizcia, boquiabierta.

—Más de 150 años, como dije, es el único elegido, no quiere que haya otro a no ser que le superen con todo su potencial.

Todos se pusieron tensos, ¿qué potencial podría tener un elegido que tenía encima suyo un volcán?

—Este lugar será complicado —continuó Eymar—, nosotros no podremos hacer mucho más que apoyar al elegido que supere sus pruebas, todas y cada una de ellas.

—Entonces solo seremos espectadores —concluyó Curo.

Eymar solo afirmó con la cabeza.

Los nervios eran presentes, sobre todo en Lizcia. No sabía bien cómo podría ayudar, menos si Ànima no podía ante estas condiciones. Puso su mano derecha en su barbilla mientras caminaba con lentitud hasta que el suelo empezó a temblar. Frenó con rapidez, caso contrario a Eymar y Curo.

—Tranquila, es normal que a veces haya terremotos —aclaró Eymar sin girarse.

Lizcia confió y siguió a un ritmo ligero, aunque el cansancio la iba ganando por culpa de la armadura, quedándose más atrás.

—Curo, ¿no podrías...?

Cuando quiso terminar la frase, otro terremoto hizo que Lizcia temblara y cayera de rodillas al suelo. Tanto Eymar como Curo se giraron y se movieron al ver que una enorme roca iba a impactar en su cuerpo.

—¡Lizcia, muévete! —gritó Eymar.

Por suerte, un sujeto de gran tamaño frenó la caída con sus brazos recubiertos de piedras, partiendo la roca por la mitad. Asombró a los presentes ver que al Zuklmer desprender una energía roja junto al humo blanquecino de sus grietas.

Una vez que el peligro terminó, el Zuklmer giró su cuerpo hacia Lizcia y se agachó hasta su altura para mirarla.

—E-Es ciega —susurró el Zuklmer, aunque rápidamente se recompuso y tosió un poco para mostrarse imponente—. Siento mi repentina aparición, pero la roca iba impactar y no quería que recibiera daño, señorita.

—Gr-Gracias por ayudarme. —Lizcia no sabía bien cómo actuar, todo ocurrió tan rápido que a su cuerpo aún le costaba procesar todo. Se hacía la ciega, pero en verdad deseaba ver cómo era un Zuklmer enfrente suya.

—Es un placer. Frente a ti se encuentra uno de los comunicadores del elegido, Xine —se presentó con una sonrisa que a Curo le pareció amigable. Eymar le miraba con cierta desconfianza—. ¿Podría saber quiénes son?

—Eymar, líder y próximo elegido de los Maygards —se presentó mientras colocaba bien el báculo contra el suelo en su lado derecho.

Xine, asombrado, se arrodilló ante él para darle su debido respeto.

—A su lado está Curo, el elegido de los Vilonios —siguió Eymar, viendo como Curo levantaba su ala con elegancia y belleza. Xine aún se encontraba arrodillado ante ellos—. Y a tu lado, se encuentra...

—Una pobre ciega.

A todos les dejó atónitos esas palabras. Curo y Eymar no entendían porque no decía la verdad hacia el Zuklmer que tenía a su lado.

—Soy una Mitir perdida y ellos han querido acompañarme en busca de un refugio. Me ofrecieron esta armadura que me permite soportar estas temperaturas tan altas.

—Oh, comprendo, pero saben que están yendo en dirección a la ciudad, ¿no? La armadura que posee no es tan resistente y podrá hacer daño su cuerpo ante su material —explicó Xine—. P-Puedo llevarla allí y que le ofrezcan una buena armadura, aparte de un sitio donde descansar.

—Si a ella le parece bien, no tenemos ningún fallo. Nosotros, aparte de llevarla, tenemos que hablar con el elegido y líder de vuestra raza —explicó Eymar.

—Puedo llevarlos hacia el elegido sin ningún problema, mientras que con la joven Mitir, tengo un buen amigo que podrá cuidarla mientras está viviendo aquí. De paso, si gustan, pueden quedarse aquí y conocen Meris —respondió Xine. Sonrió, y al hacerlo sus rocas se agrietaron. A Curo le dejó asombrado porque no se esperaba que los Zuklmers podían tener expresiones.

—Sería genial. Oí muchos rumores, pero apenas se nada a excepción de lo que dijeron mis compañeros —respondió Eymar.

—Seguro que le gustará. Por favor, síganme.

Fue inesperado para Lizcia que Xine, con cuidado y educación, tomara la mano como si de una niña pequeña se tratara. Lizcia, sin saber bien cómo reaccionar, sonrió con dulzura mientras caminaban.

Sabía bien que Eymar y Curo iban a pedirle explicaciones sobre el porqué no había dicho la verdad sobre su identidad. La razón era simple, ¿alguien de su raza se creería que una Mitir ciega era la elegida? No, tendría que explicar la verdad que había detrás, en especial que a su lado tenía a una diosa que todos desconocían.

Si debía repetir toda la historia de nuevo, perderían tiempo y habría problemas, por ello creía que era mejor así para que pudieran hablar con el elegido. Ella conocería la ciudad y a los próximos comunicadores que podrían tomar el puesto de elegido. Uno ya estaba a su lado, Xine, pero sabía que no iba a ser el único.

«Así es mejor —pensó Ànima—. Podré pasar desapercibida, ver mejor la situación y de paso analizar si puedo ser útil con mis poderes o no —explicó. Lizcia mostró un rostro apenado, un gesto que preocupó a Ànima—. ¿Ocurre algo?»

«Dime que no soy la única que tiene un mal presentimiento sobre este lugar donde nos adentramos».

«No adelantes nada, aun no conocemos al elegido ni el terreno. Tranquila, tú síguelos y veremos bien qué ocurre, todo irá bien, ¿sí? —preguntó. Su tono era relajado y eso lograba calmar a Lizcia, mostrando una pequeña sonrisa—. No tengas miedo, has pasado por una situación difícil y sé que podrás superar todas las que vengan».

Cansado y derrotado. Yrmax estaba tumbado en el sucio suelo de la cárcel, sin importar si sus vestimentas se vieran afectadas. No le importaba nada sobre él mismo más que orgullo por haber podido ayudar a Lizcia.

El sonido de unas pocas gotas de agua cayendo le impedía el sueño, pero no le molestó. Sonreía calmado, esperando en algún momento que abrieran la puerta para recibir la comida.

No sabía cuánto tiempo pasó, solo sabía que este era inexistente. Solo estaba en un sitio vacío y oscuro donde todo era abstracto. Pensó calmadamente lo que a lo mejor podía sentir Lizcia al tener a su lado la oscuridad, ¿se sentía así de relajante? ¿Así era la oscuridad? ¿una aliada? ¿Una compañera silenciosa?

El silencio habría terminado cuando la puerta se abrió, dejando una pequeña luz que simulaba ser la esperanza, aunque en verdad era la hora de comer.

Se sentó, viendo a un guardia que no solo traía una bandeja de comida, sino que también una carta con el sello de los caballeros. Lo miró sorprendido, pero no dijo ni una sola palabra. Vio como el caballero dejaba la comida para luego poner su mano derecha en el pecho y subir las escaleras, cerrando la puerta.

Mientras comía, leyó la carta con calma y detenimiento. Cada vez que terminaba de leer una frase, su corazón le daba un vuelco. Al terminar, la dejó a un lado y puso sus manos en la cara.

—Supongo que esto tenía que llegar en algún momento —susurró. Respiró hondo y tomó la carta una vez más para leerla por unos segundos, sintiendo un horrible escalofrío—. Necesito prepárame. —La dejó de nuevo en el suelo, pero en una zona donde no estuviera mojada—. Solo así podré ser el rey que necesitan a la vez que el elegido que Mitirga quiere que sea...

Cuando terminó de comer, dejó la bandeja a un lado y se tumbó en el único lugar seco de la celda. Sostuvo la carta con ambas manos, releyéndola para luego ponerla en su pecho, mirando el techo hasta que frunció el ceño.

—Si ella, con todo el peso del mundo, pudo hacerlo, entonces yo no puedo ser menos —murmuró mientras se sentaba en el suelo—. Debo mostrar el valor y la fuerza que necesita nuestra raza.

Cuando intentó ponerse de pie, miró hacia la única salida que la cárcel disponía para luego toser de golpe, casi cayendo al suelo. Estaba débil, su enfermedad iba a peor y más en donde se encontraba.

—No puedo perder más tiempo.

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