Capítulo 17: Dejar un prejuicio.
Lizcia se negaba a subir al caballo, quería ir andando porque no era justo para los demás que iban a cansarse mucho más rápido. Tras tanta conversación, aceptó a regañadientes y con ello pudieron comenzar con su largo viaje.
Se dio cuenta de que Eymar no iba a cansarse como esperaba porque tenía de su lado algunos brebajes que iban a darle la resistencia necesaria. Curo podría volar para ver si había algún problema a lo lejos y Ànima estaría en su interior. No tenía que preocuparse, aunque siendo de día, dudaban que pudiera pasar algo.
Eymar tenía claro que tardarían un día y medio en llegar a Meris. Tendrían que parar obligatoriamente al poblado de Muisla. Pocos Mitirs se atrevían a vivir ahí por el calor y más de uno tenía pequeños accidentes porque la mayoría eran mineros. Igualmente, decían que allí se encuentran los mejores termales y comidas que los Mitirs podían ofrecer.
—Eso habrá que verlo —comentó Curo mientras volaba por los aires, no muy lejos de ellos—. Seguro que no supera la espléndida comida que realizamos ayer.
—Te sorprendería la humillación —murmuró Eymar, centrando su mirada enfrente.
—Como si hubieras degustado la comida de los Vilonios —contestó Curo.
—Lo hice, es decente.
—¿¡Decente?!
Lizcia elevó su cabeza hacia el cielo en busca de Curo.
—Lo dicho, hay comidas mejores. Sin ir más lejos, las Sytokys elaboran unas para los vegetarianos que son deliciosas. Desearía ir allí porque tienen el tipo de comida que suelo alimentarme —explicó Eymar.
—¿Comes hierbas? —preguntó Lizcia.
—Vegetariano, Lizcia, no vegano —aclaró Eymar.
Lizcia se quedó en silencio y lo comparó como si fuera una oveja.
«No, Lizcia, no es un animal, él come lo que es cultivado en las tierras. Nada de carne y creo que tampoco pescados», aclaró Ànima.
Lizcia abrió la boca en asombro, para luego seguir escuchando la conversación que tenían ellos aún.
—Bah, lo que te pierdes. Aparte, es necesario comer de todo, no puedes ser vegetariano —respondió Curo, mirando a otro lado con sus ojos.
—Dice el que solo come pescado.
—¡Es sano, muy sano! —Curo se irritó, a lo que Eymar le miró de reojo mientras caminaban.
—Todo en exceso es malo.
—Dice el que solo como verduras —contestó Curo, transformando su tono en uno más agudo como si se burlara de él.
Lizcia puso su mano en la barbilla y recordó lo que comía cuando estaba con su madre. La sopa aguada sin apenas sabor junto la pasta mal cocida hizo que pusiera cara de asco.
—Mientras sea comestible, mejor —murmuró Lizcia.
Los presentes pudieron escucharlo, sintiéndose un poco mal por quejarse de algo que muchos no tenían la oportunidad.
—¡Tranquila Lizcia! Seguro que en Muisla podremos disfrutar de una buena comida —aseguró Curo.
—Eso espero, o sino cuando vayamos a Meris.
—Dudo que te guste comer rocas —susurró Eymar mientras miraba a otro lado.
—¿No que comían carnes? —preguntó Curo. Su oído era bastante bueno, más si apenas había ruido más que el viento moviendo los pocos árboles que los rodeaban.
—Sí, aunque se les quema todo.
Curo soltó una pequeña risa, para seguir volando a un ritmo tranquilo. El frío ya no era tan presente por lo que Lizcia podría quitarse esa ropa tan abrigada e ir con una más cómoda. Era un alivio, y ¡qué bueno era quitarse el abrigo y sentir el sol! Sentía escalofríos en su piel y observaba la hierba mostrar su belleza sin esa nieve.
—¿Cómo es el terreno de los Zuklmers? —preguntó Lizcia.
—Uhm, rocas, quemado, lava... Uh, no es de mis favoritos —describió Eymar.
—Podrías ser un poco más específico —contestó Curo un poco irritado.
—¿Qué quieres que te diga? No hay naturaleza ahí por obvias razones. Apenas hay algo que se pueda destacar, solo los animales y las plantas que sean resistentes a tales condiciones —explicó Eymar—. Es una gran montaña que no tiene mucha complicación para subir.
—¿Una gran montaña? —repitió Ànima.
—Sí, es una montaña donde notarás el calor por culpa de los ríos de lava que hay alrededor, y si vas a la parte más alta, es recomendable ir con una armadura ignífuga. Olvídate de llevar ropa de tela u objetos de madera, eso arde muy rápido —explicó Eymar.
—Ir allí no será fácil—supuso Ànima.
—Es totalmente lo contrario a Vilen, pero calma, vengo preparado. —Tras eso, Eymar abrió su chaqueta de colores azules marinos para mostrar varias botellas organizadas dentro de esta.
—Pareces un contrabandista —opinó Curo. Eymar rodó sus ojos para otro lado mientras ajustaba su chaqueta con cuidado—. No, de verdad, ¿acaso los Maygards vendéis pociones?
—Algunos lo hacen para conseguir intercambios justos —respondió Eymar sin mirar a Curo—. Otros los tienen para ellos mismos porque están encargados de vigilar para toda su vida un sitio.
—¿Cómo? —preguntó Lizcia.
—Cuando nacemos estamos destinados a vigilar un sitio, sea el de los Vilonios, Zuklmers, Sytokys o Mitirs. Somos sus protectores. Ayudamos cuando las aberraciones tratan de hacer algo o hay conflictos entre ellos, aunque esto último se dejó de hacer por órdenes de mi padre —explicó y suspiró cansado—. En verdad, hizo todo esto porque teme que haya un mago que conozca todas las magias de cada sitio y quiera hacer el mal.
—¿Tan grave es eso? —preguntó Curo.
—Fue por culpa del elegido principal que perdió la cordura. Intentaron controlarle, pero atacó a los Vilonios. De ahí que haya ese prejuicio entre nuestras razas —respondió Eymar, mirándole sin temor, algo que a Curo le puso un poco tenso.
—O sea que perdió la cordura —supuso Lizcia.
—Sí, aunque no se sabe bien cómo. Dicen que fueron las aberraciones, pero no hemos visto indicios de ello, tampoco sabemos si fue alguien entre nosotros. El asunto es que no es un problema que un mago quiera conocer otras magias, en verdad ayuda a no tener odio a las demás razas. Nosotros nos encargábamos de protegerlos. Éramos guardianes, protectores del planeta, viviendo en Mayie, el subsuelo.
—¿En serio?
—Lo que hacía especial al elegido no era saber todas las magias de cada raza, sino ser capaz de elevar las doce estatuas que, con una palmada, creaban un gran escudo que protegía todo. No solo eso, se decía que podía disparar rayos hacia las aberraciones.
Lizcia se quedó boquiabierta y se imaginó tal escenario en su cabeza. Fue tanto su asombro que casi se cae de espaldas del caballo de no ser que Ànima logró evitarlo sacando dos tentáculos.
—Ah. Lo siento es que e-es increíble —pronunció Lizcia aun con el impacto encima.
—No hay problema —respondió Eymar, mirando de reojo a Lizcia—. Lo malo es que nadie es capaz de despertar esas estatuas porque necesitas conocer todas las magias. Es necesario tener una gran fuerza, tanto que uno debe quedarse sentado en un altar que se encuentra en el centro del planeta, pero como intuís, ese sitio está más que abandonado.
—¿Todo por miedo a que haya un mago con mucho poder? —preguntó Curo.
—Sí. Cuando antes todos tenían el poder, el verdadero reto era ser capaz de despertar las estatuas, hacerlo ya no solo era un esfuerzo increíble, sino que encima es hablar con cada estatua que protege y cuida a cada raza. Por ello sabían que el elegido no era un loco, sino no le habrían dejado su poder —contestó Eymar, cruzando sus dos brazos inferiores—. Si perdió la cordura debió ser por culpa de algo o alguien que lo llevó a eso.
Eymar miró a otro lado por un momento, sin decir nada. Lizcia sintió lástima por él. Parecía ser alguien que había luchado durante toda su vida contra las opiniones de los Maygards, en especial su padre. No se quería imaginar el peso que sentía ahora, ¿y cómo se lo tomaría su padre si supiera que los estaba ayudando?
—¡Eh! ¡Estoy viendo el poblado a lo lejos! —anunció Curo.
—Llegamos antes de lo que pensé —murmuró Eymar—. ¡Bien! Vale, iremos allí y veremos si hay algún sitio donde descansar. Lizcia, guarda esos ojos, ya sabes bien el motivo.
—¡Sin problema!
Su ritmo se mantuvo, llegando hacia el poblado del cual no tardaron en recibir esas miradas curiosas. Muchos no se lo podían creer, parecía el inicio de un mal chiste, un Vilonio, un Maygard y una ciega Mitir encima de un caballo. ¿Qué estaban haciendo en su poblado cercano a Meris?
Muchos pensaban que podrían ser los posibles elegidos porque vieron la bufanda que Curo tenía. Esto causó un efecto de esperanza, mientras que otros pensaban que eran intrusos, ignorando el hecho de que el Vilonio tenía eso en su cintura.
Pronto llegaron a la posta donde podrían dejar su caballo y con ello pedir una habitación donde descansar. Lizcia y Curo tendrían una habitación porque Eymar no solía descansar como los demás. Con tres horas de sueño le era suficiente energía para seguir adelante.
Con sus habitaciones ya asignadas, Lizcia fue acompañada por Curo para conocer un poco el poblado. Al no tener sus ojos, intentó describir todo, empezando con que las casas. No eran de madera como pudo ver antes, sino de piedras, que evitaban quemar su hogar, aunque no evitaría el calor.
Lizcia agarraba la mano de Curo con el bastón en su otra mano, sintiendo la presencia de los demás Mitirs que al Vilonio. Curo intentaba ignorarlo, pero los nervios lo hacían que se mareara un poco.
Para su pequeña suerte, llegaron a una pequeña tienda donde vendía ropa para aquellos que quisieran ir a Meris. Lizcia se dejó guiar por el criterio de Curo y la encargada, dejándole una armadura no muy pesada para la joven.
—Perdón mi curiosidad, pero ¿por qué van allí? —preguntó la encargada.
Curo miró de reojo a la chica mientras que Lizcia sonrió con calma:
—Estamos de exploración, además de visitar a mis familiares que se encuentran cerca de ahí.
Las mentiras de Lizcia no eran muy convincentes, pero al menos era una respuesta que no podía recriminar porque si lo hacía, recibiría una mirada poco agradable de Curo.
—¿Cuánto sería? —preguntó Lizcia.
—Siete monedas plateadas.
Curo arqueó la ceja, contando las monedas que tenía Lizcia. Solo tenía seis.
—¿Siete? —repitió.
—Sí, siete, en estos tiempos todo se encarece y no me queda otra que subir precios.
—¿Y no haces descuentos?
—Pues... puedo ser comprensiva si me ofreces algo como esa copia barata de la bufanda del elegido de los Vilonios —contestó sin temor alguno.
«¿Acabo de oír bien?», preguntó Ànima, si pudiera abriría los ojos, pero en este caso lo habría hecho Curo con poca discreción.
—¿Copia barata? —repitió, atónito.
—Sí, la bufanda de los elegidos suele ser más brillante y azulada, la tuya tiene un color azul oscuro feo, se nota a leguas que es una copia. Por ello la pedí, ¿sabes cuánto podría vender eso? Incluso podría conseguir un poco más de visitas a mi tienda —explicó mientras ponía su mano en la barbilla con una sonrisa interesada.
Curo contuvo sus ganas de contestar, mirando hacia Lizcia. La joven se quedó en silencio buscando en los bolsillos de su pantalón hasta que pudo encontrar una moneda. La tocó para ver si podía identificarla por su tamaño —ya que la de bronce era más pequeña que la plateada—, pero como los nervios la superaban, decidió dársela a Curo.
—Tenga sus malditas siete monedas.
—Muchas gracias.
Marcharon de la tienda, acelerando el paso hacia la posta,. Curo no paraba de susurrar palabras relacionadas con las plumas, aunque dejó de hacerlo cuando se encontraron a Eymar.
—¿A qué viene esa cara? —preguntó Eymar.
—¡Siete monedas! —gritó de golpe Curo—. ¿¡Te lo puedes creer?! ¡No solo eso! ¡Dijo que esta bufanda era una copia!
Eymar vio como sus plumas se levantaban como si estuviera a punto de dispararlas. De mientras, Lizcia sujetaba el casco ignífugo, comprendiendo su textura áspera y dura.
—Normal que lo piense, las bufandas brillaban cuando el elegido pelea, en este caso, al estar tranquilo, no brillaba —explicó Eymar.
—¡A esa señora le haré callar el pico! ¡No sabe lo que me costó conseguir esto para que diga que es una copia!
Eymar suspiro mientras miraba a otro lado con sus ojos.
—Curo, te propongo algo —murmuró mirando a su compañero—. Ir a las termas y olvidar esos comentarios para relajarnos, ¿te parece?
—Oh, me parece de maravilla, sino voy de nuevo a esa tienda y le monto un escándalo.
—Pero con Alex no te pusiste así cuando dijo que mi ropa era cara —recordó Lizcia, poniendo su mano en la barbilla.
—¡Ehh! —Curo miró a otro lado, conteniendo sus nervios—. ¡Con Alex es muy distinto, son años de amistad! ¡No lo entenderías!
Lizcia se quedó muda sin saber qué pensar mientras que Ànima se reía por dentro, entendiendo por donde iban los tiros. Por otro lado, Eymar esperó con los brazos cruzados para ir a las termas.
—En fin, que... —Los nervios de Curo por sus plumas a punto de caerse—. ¿Dónde están esas malditas termas?
—Seguirme, anda.
Las termas no estaban muy lejos. Bañarse ahí se podía para relajarse, pero solo la mitad de las piernas. No muchos obedecían esa pequeña norma, como era el caso de Curo que se tiró de una sin pensárselo.
Eymar no diría nada, quitaba sus botas mientras que Lizcia, con los ojos de Ànima, miró su alrededor con asombro. El agua de esas termales se iba evaporando poco a poco bajo un humo blanco junto a unos colores rojos que indicaban ser cálidas. A su alrededor había varias rocas redondeadas de gran tamaño donde uno podía dejar su ropa sin temor a perderlas.
Estas termas estaban escondidas. Cerca había una cueva para cambiarse de ropa una vez que terminara del descanso. Más que nada para tener un poco de intimidad.
Lizcia retiró sus botas y calcetines para recoger parte de sus pantalones y poner la punta de sus pies en el agua. La calidez de esta causó un escalofrío agradable, metiéndose hasta sentarse en el suelo y remojar sus piernas, suspirando aliviada para mirar el cielo.
El atardecer de aquel lugar era distinto a los que había visitado. Los colores anaranjados brillaban con una intensidad que Lizcia no estaba acostumbrada, como si a lo lejos el imponente y fuerte fuego deseara quemar el cielo, pero con una calidez propia de una fogata.
El sol se escondía tras las montañas, dejando que la luna mostrara la oscuridad que tanto Lizcia y Ànima estaban acostumbradas.
—Eymar, tengo que admitirlo, esta idea ha sido muy buena —murmuró Curo, cerrando sus ojos con la cabeza apoyada en una de las rocas—. La verdad es que no sé porque no tenemos algo así en nuestro poblado.
—Capaz porque son aguas frías —supuso Lizcia.
—La cantidad de Vilonios que se atreverían a mojarse en aguas frías por horas son varias, aunque no lo parezca. No como yo o Alex, preferimos aguas más cálidas, aunque tampoco en exceso.
—Pues ya sabes donde llevar a Alex para la próxima —intervino Ànima en un tono divertido e intencional, viendo rápidamente la vergüenza en los ojos de Curo.
—Eh... me lo pensaré —tartamudeó Curo.
Ànima rio ante su actitud, causando más nervios en el Vilonio.
—Ànima, ¿no quieres probar estas aguas? —preguntó Eymar.
—Creo que es un poco arriesgado salir con los Mitirs cerca —respondió.
—Te puedo avisar. Tú no te preocupes y disfruta —aseguró Eymar.
Ànima dudaba si salir, pero Lizcia le insistía para que también disfrutara y descansara. Al final aceptó, saliendo con cuidado para sentarse en el suelo y sacar sus botas negras junto a sus medias grises, poniendo el pie derecho en el agua.
—¿Qué tal se siente? —preguntó Eymar.
—Muy bien. No pensaba que sería tan cómodo —respondió mientras ponía el otro pie—. Vaya, uno puede dormirse si se relaja demasiado.
—Como Curo —contestó Eymar mientras miraba al mencionado—. Antes estaba a punto de explotar y ahora está a punto de dormirse.
—Eh, mentira. —Curo levantó su mano derecha para rápidamente bajarla mientras cerraba sus ojos poco a poco—. O sí...
Eymar negó con su cabeza bajo una sonrisa que nadie pudo ver.
—En fin. Me alegra que este lugar os resulte cómodo, es donde suelo venir cuando la frustración y la tensión me inundan, viene bien para aclarar ideas, relajar la mente o... dormir —dijo esto último mirando hacia Curo. Estaba casi dormido.
Ànima miró hacia su alrededor. El aire cálido le retiraba esa tensión en sus músculos como el agua que acariciaba sus piernas, dándole la fuerza que necesitaba. Podría bañarse entera como Curo, pero aparte de tener vergüenza, no quería ser una irrespetuosa.
Miró su reflejo en el agua cristalina. Du mirada dejaba en claro que disfrutaba del lugar y que podía mantener su mente en blanco como el humo de las aguas termales. Aunque para muchos fueran simples rocas de distintas formas, para Ànima le traía una nostalgia que no podía entender. Era como si ella ya estuviera acostumbrada a vivir dentro a alrededor de estos sitios. Era escuchar las aguas burbujeantes, la brisa cálida impactando en su piel fría, cerrar sus ojos y disfrutar del momento.
Pasaron unos largos minutos, disfrutando de una tarde que les permitió aclarar sus ideas. Eymar pudo decidirse bien con su objetivo. Curo decidió a un lado sus miedos con los Maygards ya que eran tiempos de alianza. Ànima quiso dejar a un lado esas frustraciones y centrarse en sus objetivos. Por último, Lizcia se recostó en el suelo, quedándose totalmente dormida.
—La llevaré a la cama, no os preocupéis —avisó Eymar, agarrando a Lizcia con cuidado—. Curo, también deberías hacer lo mismo.
—Ah... sí —respondió Curo cansado para luego mirar a Ànima—. Oye, pero ¿no deberías estar dentro de Lizcia?
—Debería, pero no pasa nada, puedo quedarme aquí si no viene nadie, pronto me acompañará Eymar, así que no habrá problema.
—Está bien. —Bostezó mientras salía del agua poco a poco—. No creo que sea igual de cómodo dormir que en mi hamaca, pero he disfrutado estar en las termas.
Al salir, se apartó un poco de Ànima para sacudir su cuerpo, saliendo el agua por todos lados. Parecía que sus plumas habían rejuvenecido. Tras eso, tomó la bufanda, atándosela en la cintura para mirar a Ànima con una sonrisa.
—Cualquier cosa, decirnos, ¿va? —pidió Curo.
—Sin problema, descansa.
—Igual. Eh y, descansa, si puedes —contestó tímidamente.
Al quedarse sola, miró las aguas termales, viéndose su reflejo una vez más. Al fin comprendía porque la temían. No era normal ver a una mujer que lloraba lágrimas negras junto a una piel grisácea.
Se fijó en su vestimenta: un vestido largo y un poco escotado de una escala de grises. No poseía mangas, por lo que era una vestimenta fresca que uno podría llevar en verano. Lo cómodo era que no tenía una falda como tal, sino que se dividía por la mitad como si en su cintura llevara una capa pequeña atada.
Suspiró mientras estiraba su espalda, escuchando a lo lejos unos pasos.
—¿Todo bien? —preguntó la voz de Eymar.
—Bien, sí, muy relajante, ¿y Lizcia?
—Dormida como un Vilonio. Si escucharas sus pequeños ronquidos te habría hecho gracia —comentó Eymar, sentándose al lado de Ànima, aunque esta vez no reposó sus pies en las aguas termales—. La noche será larga, ¿te importa que te acompañe?
—No hay problema.
Hubo un silencio agradable. Miraban en distintos lados, analizando lo que su alrededor les ofrecía bajo la luz de la luna.
—Siento haber desconfiado.
Tales palabras hicieron que Ànima le mirara con cierta sorpresa.
—¿Cómo?
—Al principio cuando apareciste, pensé en hacerte daño porque te asemejabas a una aberración. Ahora viéndote, me doy cuenta que estaba totalmente errado —admitió Eymar.
—No eres el único, varios lo han hecho y es algo que a uno le cansa —comentó Ànima mientras miraba las aguas—. Igualmente, entiendo el miedo. Vivisteis muchísimos años bajo esa amenaza y a uno le preocupa que alguien poderoso aparezca y haga daño a cualquiera de las razas, más vosotros que os preocupáis por todos.
—Soy el único que lo hace —aclaró Eymar— y ver que esa pobre Mitir tenía algo en su interior me angustió, más cuando Yrmax se desesperó creyendo que eras alguien buena. Me sorprende que el príncipe pudiera verlo tan rápido a diferencia de mí.
—Creo que también influye su situación, ¿no crees? —preguntó Ànima, provocando que Eymar mirara a otro lado angustiado—. ¿Qué le pasó a Yrmax?
Eymar suspiró apenado, mirando hacia sus manos inferiores.
—Lo encarcelaron por no poder sacar la espada del elegido.
—¿Cómo? —preguntó impactada—. Espera, ¿cómo que espada del elegido? ¿Y porque tiene que sacarla? ¿Lo encarcelaron por qué?
Eymar respiró con calma para explicárselo todo bien. Ànima escuchó bien tal historia hasta que terminó.
—Yrmax lo había comentado —murmuró, poniendo la mano en su barbilla—. ¿Qué es esa espada?
—La espada, al parecer, significa el liderazgo para hacer frente a las aberraciones, mientras que la bufanda significa el compañerismo y la unión entre las razas, justo como está haciendo ahora Lizcia.
» Pensé en que los Maygards que protegían a los Mitirs pudieran hacer algo, pero si saben que hablé con él. Me meteré en un lio. Solo se me ocurre ir allí invisible, pero Yrmax se enfadará conmigo por estar con él en vez de vosotros.
—¿Él te pidió venir aquí?
—Sí, dijo que tenía que ayudaros y yo acepté aun sabiendo que iba a meterme en peligro.
A punto de hablar, escucharon ambos un grito a lo lejos, uno que los obligó a ponerse de pie.
—Problemas... aberraciones —anunció Eymar—. Por todas las Lunas, me distraje.
«¿También venera las lunas?», se preguntó Ànima.
Se levantó rápido del suelo mientras Ànima ponía sus botas para ir con él, no iba a quedarse atrás, iba a ir con Eymar.
—¡No vengas! ¡Si te ven pensarán que...!
—¡Eso me da igual, no voy a dejar que alguien sufra daños o muera por una aberración!
La velocidad de Ànima superaba la de Eymar, dejándole sorprendido ante tal capacidad. No se quedó atrás, aceleró el paso mientras preparaba su báculo, cargándola de una magia azulada.
Ya en la ciudad, podía ver como una de las aberraciones se encontraba en el suelo por culpa de Ànima. Eymar aprovechó para ir corriendo hacia la mujer que gritaba, huyendo de las aberraciones.
—¡Gitel!
Gritando con fuerza, apuntó con el báculo hacia las aberraciones. Estas lo escucharon, apartándose hacia un lado para evitar las estacas de hielo que iban a por sus cabezas.
Eymar se posicionó. Preparó su báculo y observó el cuerpo líquido de las aberraciones, abriendo poco a poco sus bocas y garras.
—Veremos si sois capaces de alcanzarme —pronunció Eymar con total seguridad—. ¡Vent contra!
Un brusco viento aparecería para dificultar el paso a las aberraciones que iban a por él. Decidido, invocó de nuevo las estacas de hielo contra ellas, golpeándolas de lleno hacia sus cabezas, aunque no a todas.
—¡Eymar, detrás! —gritó Ànima.
Veloz, giró su cuerpo para protegerse con un escudo que iba a crear, pero la repentina flecha impactó en la cabeza de la aberración. Eymar levantó su cabeza y vio a Curo en los aires con el arco en mano.
—¡Te cubro! —aseguró Curo.
Eymar no se esperaba que alguien como Curo llegara a protegerle, pero aun así afirmó. Preparó su báculo para atacar con las magias que correspondían con el terreno de los Vilonios.
—¡Curo! ¿¡Lizcia está bien!? —preguntó Ànima.
—Está en la habitación, se despertó ante el grito al igual que yo —respondió Curo—. Estará dentro de la posta con la espada en mano. ¡Me olvidaba que ese bastón puede ser una espada! ¡Menudo susto!
Ànima no se quedó conforme con la respuesta, por ello mismo iría a por Lizcia. A estas alturas le daba igual si los demás la veían.
Corrió hacia la posta, viendo a lo lejos como varias aberraciones estaban a punto de entrar. Se tiró contra una para golpear su rostro en un violento puñetazo, protegiéndose con los tentáculos de los posibles ataques que recibiera.
—¡Ànima! ¡Vienen más! —avisó Lizcia.
Ànima sabía que esto era cierto gracias a que el arma le revelaba la posición de todos los de su alrededor. Atenta, giró su cabeza para ver a varias aberraciones que parecían surgir del mismo suelo.
«¿Del suelo? ¿Cómo?», se preguntó Ànima, tragando saliva.
—¡Te ayudo!
Lo que no se esperaba era ver a Lizcia correr hacia una de ellas que iba hacia la posta.
—¡Lizcia, no!
Tuvo que moverse rápido para evitar que una de las aberraciones fuera a por Lizcia. Se acercó a tiempo para apartarla, recibiendo un rasguño en el costado izquierdo de su brazo. Impactó al suelo y se quejó de dolor, mirando a Lizcia quien, confundida, veía a las aberraciones acercándose.
—N-Nos rodean.
Ànima apretó sus dientes, levantándose rápido para sacar los tentáculos de su espalda. Cuando hizo el primer gesto, varias flechas impactaron hacia la cabeza de las aberraciones junto a varias estacas de hielo. Tal hecho la sorprendió, mirando a su alrededor como Curo y Eymar la ayudaban.
—¡¿Todo bien?! —preguntó Curo, se encontraba volando mientras apuntaba con su arco.
La diosa sintió el fuego en su interior, ahora era más notorio. Era una fuerza que aparecía al estar con ellos, pero a la vez, un temor.
—Si luchas, que sea a mi lado, así puedo protegerte —pidió Ànima.
—E-Esta bien y siento si fue inmaduro de mi parte, pero los demás...
—Tranquila —interrumpió Ànima—, sé que lo hiciste para protegerlos.
Ambas lucharon sin dudar. A Ànima le sorprendía como Lizcia podía atacar con fuerza gracias a la magia que poseía la espada. Cierto era que se cansaba más rápido, por ello mismo se encargaba de protegerla y atacar aquellas que hicieran algo.
Consiguieron acabar con las que se atrevieron a salir porque las demás huyeron, dejando solos a los elegidos. Cansados, miraron a su alrededor para ver a los Mitirs. Algunos estaban armados, otros impactados por la situación.
—Ustedes —pronunció uno de ellos—. ¿Acaso serán los próximos elegidos?
No supieron dar una respuesta inmediata.
—¿Cómo puede ser una ciega elegida de los Mitirs? Es una estupidez.
—Fíjate bien, la ciega está al lado de esa mujer oscura.
—Parece una aberración, pero las mató. Por lo que es buena, ¿no?
—Es una aliada, es... ¿qué es?
Ànima miró a otro lado. Detestaba que la compararan así, aunque agradecía que vieran por fin que no era un peligro para ellos.
—Ante vosotros se encuentra el elegido de los Vilonios, Curo —habló Eymar decidido—. El próximo elegido de los Maygards, Eymar, la elegida de las Mitirs, Lizcia. —Tras eso, miró hacia Ànima, quien también le miró—. Junto a la diosa de la oscuridad, Ànima.
Los murmullos se escucharon en el pueblo, ¿los elegidos han vuelto? ¿Y cómo qué diosa de la oscuridad? ¿Era posible eso?
—¡Son nuestra salvación!
El grito lleno de esperanza y alivio hizo que los demás miraran a esa mujer. Su emoción se veía reflejada en esas lágrimas pequeñas, causando un efecto de alegría en los demás ante una posible salvación.
Tal hecho los dejó mudos, pero pronto se miraron con una sonrisa al saber que los Mitirs tenían fe y, a lo mejor, no habría ese desprecio en las demás razas.
Aunque aún les quedaba mucho por delante.
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