Capítulo 13: Orgullo, Valor y Fuerza.

—¿¡Cómo es posible que haya desaparecido!?

El rey caminaba por los pasillos con fuerza. Su hijo trataba de seguirle, pero era difícil porque la tos le atacó repentinamente.

Estaba consumido por el miedo, nunca había visto así a su padre, no que recordara. No sabía que haría, tampoco sabía que pensaba, solo lo seguía como mejor podía, pero la tos iba empeorando.

Se sentía avergonzado ante la actitud de su padre, no comprendía porqué actuaba así cuando antes le daba todo igual. ¿Por qué no actuó antes? ¿Por qué su padre ponía tantas dificultades para tener una alianza con las demás razas? Yrmax tuvo que pedir perdón, ser humillado y perder el orgullo tantas veces que había un punto en el que nadie le creía. Pensaban que era cómplice de sus actos, cuando en verdad deseaba tomar el trono y actuar en condiciones.

¿Pero cómo lo haría? Pensaba en formas de hacerle una emboscada, pero eran pocos los que estaban en contra de él. Tenía que actuar con mucho cuidado, sino sería Yrmax quien acabaría encarcelado y quien sabe si condenado.

En silencio siguió a su padre hasta la habitación para ver la espada brillante que iluminaba todo en colores azulados.

Los guardias miraban curiosos la situación.

—Tú ahora mismo tomarás la espada. Matarás al culpable que robó la bufanda y, aunque no tengas la bendición de Mitirga, nos protegerás de las aberraciones junto a mis caballeros —decidió Irne, apretando sus manos con ira. Se hizo incluso un poco de sangre en la palma.

—Pero padre yo no puedo sacarla, yo...

—¡La otra vez casi lo consigues! ¡Sigue intentándolo o sabrás cuál es tu maldito destino! ¡No saldrás de aquí hasta que lo consigas!

Yrmax estaba inmóvil. La insensibilidad de su padre era algo que no podía comprender. Estuvo tosiendo sin casi poder respirar ¿y ahora le pedía sacar la espada del cual agotaba sus energías?

No solo eso, ¿cómo que tenía que defenderlos? ¿Su padre iba a abandonarlo a su suerte sin importarle sobre su seguridad? ¿Acaso no se preocupaba por él? ¿Todas las veces que le pidió ayuda por su pequeña enfermedad, las iba a ignorar? Recordó las veces que pidió ayuda a los mejores médicos, pero ninguno supo decir bien que era porque parecía ser una enfermedad que ninguna raza de Codece podía contraer.

Y ya no solo eso, sino que Eymar, aparte de informarle la situación, buscaba pistas sobre su enfermedad que apareció tras la muerte de su madre. Al principio creyó que era por el lamento de perder a alguien que apreciaba, pero aún seguía con esa enfermedad, de hecho, cada vez se encontraba peor.

—¡Hazlo! —gritó Irne, furioso al ver que no le hacía caso.

Yrmax solo se guiaba por supervivencia. Si no lo hacía, moriría.

Estaba tan cegado por el miedo que se acercó a la espada y la agarró con sus dos manos para levantarla, pero no ocurrió nada. Solo estaba ahí, haciendo su mayor esfuerzo, tosiendo con tanta fuerza. Los guardias se preocuparon, pero el padre no le dejó a ninguno el permiso para actuar.

—¿¡Acaso no quieres que Mitirga te ayude?! ¡Eres un desastre para la familia, Yrmax!

Sus palabras no fueron escuchadas. Yrmax seguía intentándolo, tanto que de sus manos saldría sangre y empezaría incluso a escupirla por su boca. Los guardias no podían hacer nada por mucho que quisieran. Solo ver un espectáculo de maltrato del cual el hijo cada vez iba perdiendo la consciencia.

Ya no tenía fuerzas ni escuchaba. Solo lloraba y seguía tosiendo, como si la espada le quitará la energía para seguir con vida.

De pronto escuchó un suspiro triste, uno que logró abrir los ojos. Su alrededor había cambiado un lugar oscuro en el que sus pies sentían el agua fría del un extenso lago. No muy lejos, había una figura femenina de colores blancos y azules acercándose a él. No tuvo miedo, no al ver su delicadeza y rostro apenado.

Se quedó inmóvil, sintiendo como la mujer agarraba con cuidado sus mejillas para darle un beso en su frente.

—Capaz pueda darte algo, pero tendrás que demostrarme tu lealtad, Yrmax. Solo para que pueda confiar en ti —pidió la mujer con suavidad.

Yrmax solo sonrió aliviado mientras tosía.

—Haré lo q-que sea...

—Ayúdala con este gran reto. Ya sabes a quién me refiero.

Yrmax sonreía victorioso al saber que no había perdido del todo, pero eso no era algo que su padre pudiera saber.

—Por su culpa el reino está perdido —murmuró el rey—. Si no lo consigue la próxima vez, no me quedará otra que ejecutarlo. ¡Guardias! ¡Encarcelarlo!

Los guardias no dijeron nada, pero no les gustó las decisiones que tomaba el rey.

En esa noche todos pudieron dormir relativamente bien a excepción de Ànima. Su cabeza le seguía dando vueltas a todo, en especial aquella pequeña conversación con Curo.

Miraba hacia Lizcia, sonriendo tranquila al saber que tenía a alguien como ella que parecía calmar sus males. Y eso era un hecho que le costaba procesar. Cuando sintió ese abrazo, pudo organizar sus ideas, calmar su frustración y atacar con cabeza.

En silencio, miraba la cueva. No tenía nada más que la fogata consumida, dejando el ligero olor a pescado cocinado que Curo disfrutó. Curiosa, vio cómo dormía. Aparte de que roncaba un poco fuerte, su ala estaba estirada mientras ponía su mano derecha en su barriga.

Dormir le parecía intrigante. Era ver oscuridad después de todo, aunque la mente fuera capaz de recrear escenarios inusuales. Meditando en silencio, creyó que dormir un poco podría servirle, ya no solo por reposo, sino porque a lo mejor recordaba algo.

El repentino bostezo de Curo logró despertarla de sus pensamientos, viendo cómo se sentaba en el suelo, estirando su cuerpo junto a un ligero gruñid. Luego movió un poco su boca y soltó un sonido de felicidad, como si casi estuviera cantando.

—Buenos días.

—¡Ah!

Curo se giró rápido para ver a Ànima.

—Ah... Hola Ànima —susurró Curo, avergonzado—, me pillaste desprevenido.

Ànima soltó una risa discreta.

—Tranquilo, está bien, parecer que has dormido bien.

—Sí, la verdad es que sí. —Miró hacia su ala, viendo que la herida que tenía se iba cicatrizando mejor—. Y ya no me duele tanto como ayer, un alivio.

—Me alegra ver que te recuperas rápido. —Tras eso, Ànima miró su muñeca derecha, justo donde fue atacada—. Creo que también me estoy recuperando de este inusual ataque.

—¿Sabes algo de ello? ¿Una posible pista? —preguntó mientras se levantaba y estiraba un poco su espalda. Las plumas se movieron un poco.

—No, nada, solo dándole vueltas. —Suspiró—. Creo que no debería obsesionarme mucho con eso.

—Yo me lo tomaría de otra manera, la verdad. Capaz buscaría elementos que me puedan ayudar a recordarlo —comentó Curo, bostezando de nuevo—. Ya sabes, actividades que pudieras hacer o que te puedan gustar, canciones, tradiciones...

—El asunto es que no sé nada, Curo.

—Malo será que puedas ponerte a hacer alguna de ellas.

—¿Ahora? —preguntó Ànima.

—No. Cuando se pueda o no sé —murmuró Curo un poco avergonzado—. ¡A-Algo habrá! En mi caso algunas canciones logran animar mi humor. También cazar es algo que me trae recuerdos cuando era un enano que caía al agua porque los peces se me escapaban.

Ànima pensó sus palabras mientras sentía como Lizcia se estiraba un poco sus brazos para luego bostezar. Con calma, se separó de Ànima, dándose cuenta en donde se había dormido.

—Ay... Lo siento —murmuró Lizcia.

—No te preocupes, no me molesta —contestó Ànima.

Curo puso su mano derecha en su barbilla. Fue entonces cuando miró a Lizcia y decidió preguntar:

—Lizcia, duda dudosa, ¿qué actividades haces tú que te traen felicidad? —preguntó Curo.

Lizcia le pilló desprevenida la pregunta.

—Pasaba mucho tiempo con Ienia dando paseos por el pueblo. A veces escuchaba canciones tradicionales, en especial aquellas en referencia a Mitirga. No había día donde estuviéramos escuchando cuentos cantados sobre leyendas.

—Uh, sí, es algo que muchos de los Vilonios hacen con los elegidos de nuestro pueblo —murmuró Curo—. De pequeños nos recuerdan la historia de Orgullo, Valor y Fuerza, un poco cansino la verdad.

—Pero son importantes —respondió Lizcia.

—Sí, sí, bueno. Un poco aburrido, no voy a mentir, entiendo que es importante, pero cuando te lo dicen hasta en la sopa te agobias.

—Pues a mí no. No sé, era divertido porque estaba rodeada de los míos y era agradable.

Ànima miraba de un lado a otro con sus ojos sin saber qué decir. Creencias, ¿en qué podía creer ella si era la supuesta diosa de la oscuridad? ¿En ella misma? Sí, bueno, tendría sentido, pero a la vez creía que era muy egocéntrico

—No, no creo que fuera alguien muy creyente, capaz... si fuera muy leal —comentó Ànima.

—¡A lo mejor fuiste un tipo de caballero en tu vida pasada! —expresó Lizcia, ilusionada—. La lealtad se asocia a caballeros.

—O a los guardianes —añadió Curo, poniendo su mano en la cadera—, aunque eso es hablar de los elegidos, guardianes y dioses, o Lunas Menguantes. —Su rostro pasó a ser uno más irritado, como si le cansara mencionar eso—. Honestamente esto lo escuché mucho por mi padre y Cérin.

—¿Luna menguante? —preguntaron a la vez Lizcia y Ànima, provocando que ambas se miraran avergonzadas.

—Sí, eh... Se refiere a dios, pero es palabrejas raras que ellos dicen, no me hagáis caso, si queréis saber tendréis que hablar con Cérin. Mis padres, por desgracia, murieron. —Miró a otro lado por un momento, negando con su cabeza—. En fin, no quiero desgastar mis plumas hablando, ¿nos movemos?

Aceptaron y se pusieron en marcha. El Sol se encontraba de su lado, de hecho, hacía bastante calor, por ello subieron sin complicaciones. Estaban acercándose a la cima.

Lizcia estaba emocionada y ansiosa, caminaba agarrada de la mano de Curo, yendo a un ritmo mucho más ligero.

—Estuve recordando la pelea que tuvimos antes —comentó Lizcia—. No sabía que las aberraciones eran así.

—Cierto, es la primera vez que ves una, ¿no? —preguntó Curo.

—No del todo, vimos una, pero su apariencia era distinta a las anteriores.

—Eso es porque posiblemente eran jóvenes. Hay aberraciones pequeñas que atacan con más agresividad y son más débiles a la luz. Las otras son más prudentes y listas, difíciles de eliminar y suelen ser más grandes a comparación de las otras —explicó Curo.

—¿Siempre se llamaban así? ¿Aberraciones? —preguntó Ànima.

—Sí, es el nombre más común, aunque cada uno le decía de un nombre distinto —respondió Curo—. Nosotros les llamábamos los entes gélidos. No muy original, lo sé.

—Tiene en parte sentido si soportaban el frío de vuestro hogar —comentó Ànima.

—Sí y no, algunos podían, otros no.

Lizcia se dejó consumir por sus pensamientos. Desde pequeña supo cómo se llamaban, pero no se esperaba que tuvieran un aspecto como ese. Recordarlo le creaba escalofríos en su cuerpo por cómo no tenían un cuerpo estable, sino líquido.

Perdida en sus pensamientos, no se dio cuenta que llegaron a zona llana donde la nieve cubría sus rodillas. Se quedó quieta cuando dejó de sentir la mano de Curo.

—Estamos en lo alto —anunció Curo con un largo suspiro—. Aun no me lo creo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lizcia.

—Tengo que buscar el arco. —Miró de un lado a otro hasta que encontró lo que necesitaba, se acercó a Lizcia y la tomó de la mano—. Ven, tengo una roca donde podrás sentarte y no sentir más frío en tus piernas.

Se dejó guiar una vez más para sentarse en la roca que mencionó. Ahí se quedaría quieta con el bastón en sus manos. Quiso analizar a su alrededor, dándose cuenta que había tres presencias aparte de las suyas. Tuvo la mayor paciencia posible porque la búsqueda de ese arco iba a durar mucho, más de lo que Curo hubiera querido.

Empezó a buscar detrás de las rocas, excavó en la nieve, pero de poco servía. Voló como mejor pudo por si acaso veía algo brillante a lo lejos, pero nada que pudiera darles alguna pista.

Cuando el tiempo pasaba, más se dio cuenta que no había nada y empezó a dudar si era la montaña que tenían que estar.

Lizcia estaba nerviosa, cuando usó su bastón, notó como cada hora que pasaba, había más presencias. Esta vez eran diez, pero tres de ellas resaltaban con un aura poderosa de colores blancos y azules. Le daba rabia no poder decírselo a Curo porque los guardias los observaban. Tenía que pensar una forma discreta de hacerlo.

—Curo —murmuró Lizcia. El mencionado la miró—. ¿Soy yo o noto el ambiente un poco pesado?

—Eso es normal, llevamos muchas horas aquí, creo que deberíamos irnos a una cueva y volver mañana —contestó Curo. Lizcia movió su cabeza en negación. Curo lo vio y miró a su alrededor preocupado—. U-Un momento, creo que entiendo lo que dices.

Para cuando quiso fijarse, Lizcia escuchó cómo disparaban varias flechas. De inmediato se tiró a un lado, impactando todo su cuerpo contra la nieve, aunque no solo ella, Curo también lo haría.

—¡Eh! ¿¡Quién anda ahí?! ¡Hazte presente! —preguntó Curo, intentando levantarse de la nieve, pero no pudo. Era como si esta se hubiera vuelto en arenas movedizas, arrastrándolos hacia lo más profundo.

Curo miró hacia Lizcia. Intentaba moverse, pero le era difícil, de hecho, intentaba buscar la mano de su compañero para no separarse.

—¡Estoy aquí! ¡No te alejes! —avisó Curo, acercándose a ella para agarrarla de la mano con fuerza.

Juntos serían sumergidos hacia esa nieve, el frío consumiría todo su cuerpo, les costaba más respirar. Su piel y huesos se congelaban poco a poco. Si no salían de ahí iban a morir, pero no tenían nada por donde agarrarse y Curo no podía usar sus alas para volar.

Ànima intentó hacer algo, pero todas esas sensaciones desaparecieron al sentir como flotaban. Lizcia no comprendía nada, ¿estaba volando de nuevo? Mientras que Curo empezaba a llorar sin ser capaz de entender porque el viento verdoso los llevaba por distintas nubes verdosas. ¿Acaso habían perdido la consciencia? ¿Acaso fueron llevados a otro lado? ¿Dónde estaban?

Poco a poco ese viento los dejaría encima de una nube y sentirían la presencia de tres Vilonios a su alrededor.

—Siéntete orgulloso de ser uno de los pocos Vilonios que, tras tantos años, decide hacer la prueba. —La voz del Vilonio era fuerte y dura. Estaba cruzado de brazos, mostrando una apariencia ruda, pero determinada.

—El valor ahora mismo debe acompañarte en esta prueba en la que los dos tendrán que confiar uno al otro. —La siguiente voz parecía ser de una mujer. Era calmada y grave. Sus manos estaban detrás de su espalda, cerrando sus ojos mientras respiraba.

—Sentir miedo será vuestro mayor error. Dudar será vuestro enemigo, la fuerza os tendrá que acompañar en todo momento. —El último tenía una voz neutra. Era un hombre que tenía las manos puestas en sus caderas y juzgaba cada reacción que tuvieran.

—Sea así, vuestra prueba del elegido —dijeron a la vez.

De pronto cayeron de la nube, hasta aterrizar contra el suelo. Las piedras musgosas daban a entender que habían sido llevados a lo que una vez fue un antiguo templo. De este, solo existía el suelo en medio del cielo verdoso consumido por la niebla blanca que les dificultaba su visión.

Curo respiró angustiado hasta que sintió como alguien le ataba una prenda en su cadera. Miró de inmediato, dándole un vuelco a su corazón.

—¿P-Por qué...? —preguntó Curo—. ¿Por qué tengo la bufanda?

Sus colores eran azules junto al símbolo de los Vilonios en los bordes. Brillaba en esos colores tan hermosos que Curo no podía reaccionar al ver lo que tenía. A su vez, Lizcia era incapaz de comprender nada, no sabía qué hacer hasta que escuchó el susurro de la mujer que habló antes.

—Puedes tener la suerte de la diosa que te acompaña —susurró—. Aquí nadie nos puede ocultar el secreto, sabemos que Mitirga las eligió a ambas.

Abrió los ojos para poder ver lo mismo que Curo. Cientos de Vilonios con arco en mano listos para pelear, manteniendo el vuelo en el cielo. Varias plataformas se irían moviendo de un lado a otro, dejando en claro que no eran estables. Quedarse ahí no iba a ser buena idea.

—Aquí se encuentran todos los Vilonios que intentaron ser elegidos, pero que no lo lograron por mucho que intentaran —explicó uno de los elegidos, en específico Orgullo—. Tú, serás uno de ellos si no lo consigues. Tu alma pasará a ser nuestra para poner el reto aún más complicado para el siguiente que desee ser un elegido.

—Pero si consigues pasar la prueba, tendrás nuestro poder, a la vez que liberaremos estas almas. Pasarás a ser uno de los nuestros, pero tendrás que demostrar que eres digno de ello —continuó Valor.

Curo temblaba sin parar sin creerse en qué situación se había metido, nunca había llegado tan lejos. Ahora entendía porque Cérin le preparaba tanto. Lágrimas caían de sus ojos, apretando su mano derecha.

—Mis padres te lo dijeron —susurró Curo—, y tú me preparaste cuando mi padre no lo hacía.

Lizcia le miraba de reojo con un rostro intranquilo. No esperaba que la prueba fuera tan complicada. Por otro lado, Ànima contaba los enemigos que tenían que hacer frente. Se dio cuenta que no iba a ser fácil. Dependían de Curo para poder atacar en los aires con su espada o con la oscuridad.

—Os deseo mucha suerte —dijo Orgullo, parecía que se burlaba de ellos. Las plataformas temblaron aún más—. La prueba ha comenzado.

Al terminar, Lizcia empezó a caer, pero Curo la agarró de los hombros. Respiró aliviada, elevando su cabeza para ver como Curo sostenía su arco con su mano derecha para dárselo a Lizcia. Respiró agobiado y gritó:

—¡Yo no puedo disparar si uso mis garras para atraparte! ¡Ànima, Lizcia! ¡Necesito trabajar con vosotras para poder actuar! ¡Os dejaré mi arco para acabar con ellos!

—¡No tendrás que agarrarme siempre! —le avisó Ànima—. ¡Tendrás que soltarnos para que podamos subirnos a uno de ellos y atacarlos!

—¡Es una locura!

—¡En esta prueba la confianza y el trabajo en equipo es lo que importa! —gritó Ànima—. ¡Es todo o nada!

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