Capítulo 12: Retorno a la inocencia.

Ya no había tanta ventisca y parecía que unos pequeños rayos de sol los acompañarían, a pesar de haber nubes. Ànima miró a sus compañeros, dormían cansados mientras respiraban aire frío. Curo no parecía estar afectado, pero Lizcia se sentía adolorida, por ello la arropó con las pocas mantas de la mochila y abrazó.

Su cuerpo estaba frío, a pesar de tener la ropa tan cálida. Lo que hicieron fue arriesgado y eso le hacía sentir con una gran culpa porque había puesto en juego sus vidas. Su poder era desconocido y se proclamaba como tal diosa de la oscuridad, pero ¿por qué?

—Tendría que pensar bien, aclarar mis ideas.

Miró por unos segundos a Lizcia y cerró los ojos mientras la abrazaba con cuidado. Le importaba, aunque no se conocieran de mucho, quería que sobreviviera y cumpliera su misión. No iba a ser fácil, pero Ànima estaba dispuesta a ello.

Cuando cerró sus ojos, vio de nuevo esa figura luminosa. Los abrió de inmediato y se alejó un poco.

—Ella me recuerda a esa luz —susurró—, pero ¿por qué?

Sentía frustración y rabia mezcladas en una esfera negra, una que deseaba atacar todo, pero que controlaba. Paciencia, eso era lo que debía tener. Desesperarse no era la mejor idea.

Con cuidado, se apartó de Lizcia y caminó hacia la entrada de la cueva para ver el exterior. Cruzando sus brazos con calma, vio ese sol débil cubierto por las nubes amenazantes. Otro día de ventisca y frío. Pronto tendrían que levantarse si querían avanzar y continuar con la misión.

Suspiró y cerró sus ojos. Era curioso, la luz del sol no le molestaba. Siempre tuvo el prejuicio de que este podía matarla, pero se daba cuenta que no era así. No solo eso, en sus recuerdos difusos veía a esa figura amable junto a esa otra voz que parecía ser masculina.

¿Qué estaba ocurriendo? Era oscuridad, eso era algo que lo tenía integrado en su poder, cuerpo y alma, ¿por qué aceptaba esa luz? ¿Por qué sentía esa comodidad y felicidad?

Se sentó en el suelo, cruzando sus piernas para entrelazar sus manos. Meditar, algo que nunca se le pasó por su cabeza, pero capaz podría servirle. Respiró profundo y lento hasta que escuchó unos pasos detrás.

—Lo siento, Curo, pero necesito silencio.

Escuchó una ligera risa, una que puso en tensión sus hombros. Giró su cabeza y vio esa figura grisácea de sonrisa blanca.

—Como si eso me importara.

Asustada, intentó defenderse, pero sintió como le clavaban en su brazo derecho varias agujas. Gritó de dolor, cerrando sus ojos con fuerza. Al hacerlo, vio las figuras de dos niñas agarradas de la mano.

—¿¡Q-Qué estás haciendo?! —gritó Ànima.

Ànima solo escuchaba los miles de sonidos y voces que la rodeaban. Esas dos niñas no tenían una apariencia clara, pero sí sabía que una era más alta que la otra y que agarraba su mano con fuerza. No la iba a soltar.

Desesperada, intentó usar la oscuridad para lanzar dos esferas, pero antes de que pudiera hacer nada, el dolor y esa presencia desaparecieron. Cuando la calma regresó, vio enfrente a Curo, moviendo su brazo con mucho cuidado.

—Tranquila, ha sido un sueño. Estás bien —pronunció dudoso porque veía un líquido oscuro caía de la muñeca derecha de Ànima, como si fuera sangre—. Deja que te venda la muñeca.

Ànima tembló sin entender nada, ¿un sueño? Pero si estaba meditando, eso fue lo que intentó hasta que escuchó unos pasos y de repente fue atacada. ¿Un sueño? ¿De verdad lo era?

Curo fue cauteloso, tomando de la mochila unas vendas para acercarse a Ànima y agarrar su mano. No dijo ni preguntó nada, solo esperó a que Ànima lograra tranquilizarse.

—Lizcia —murmuró Ànima—. ¿Está bien?

—Sí, aún sigue dormida —respondió Curo en un susurro.

Ànima miró a otro lado, tragando con dificultad.

—Lo siento. Yo dejé... No sé.

—Tranquila, Ànima, toma tu tiempo y respira.

Su corazón se encogía al escuchar tales palabras, agachando su cabeza y mirando hacia su vestido grisáceo. Apretó sus labios, sintiéndose horrible por no poder hacer nada para evitar esos recuerdos.

—Vi que intentaste meditar —comentó Curo, curando la muñeca de Ànima—, pero de repente gritaste desesperada como si te hicieran daño. De hecho, lo hicieron. —Levantó un poco su cabeza para mirarla—. ¿Todo bien?

—No. En verdad no. Son en parte esos recuerdos que me enseñó Mitirga —murmuró Ànima.

—¿Qué recuerdos? Pensé que no sabías nada sobre ti.

—No lo sé, solo escucho voces, sonidos... Me dijo que tuve dos vidas —explicó Ànima.

—¿Uhm? ¿Dos vidas? —preguntó Curo, sorprendido, a lo que Ànima afirmó—. ¿Sabes? Hay rumores o mitos en relación a eso, pero es más posible que sea por la cultura de mi raza, ¿entiendes?

—¿A qué te refieres? —preguntó Ànima, sintiendo como dejaban su mano con calma porque ya se la habían vendado.

—Es en relación a la muerte —contestó Curo, acomodándose en el suelo para sentarse enfrente de ella—. Dicen que hay posibilidades de que el alma de uno pueda revivir en otro cuerpo. Algo así como una reencarnación.

—¿Es posible eso? —preguntó Ànima.

—Son solo rumores, por lo que no te lo puedo confirmar del todo —avisó—. Dicen que, si en tu anterior vida moriste por causas naturales, puedes tener una alta posibilidad de revivir con una vida mejor.

—¿Y por qué?

—Según decían, era porque respetabas la decisión de la Muerte —explicó Curo—. La Muerte tiene un destino decidido en tu vida. Sabe cómo vas a morir y puede a veces modificarla, darte un poco más de tiempo o quitártela. Es la que decide después de todo.

Ànima sintió un horrible escalofrío en su cuerpo.

—Pero si alguien decide suicidarse... —Tembló al decir esa palabra—. Entonces puede tomar dos opciones. La primera es que no puedas tener reencarnarte y que tu alma vague infinitamente en un universo desconocido. Muchos lo llaman "el limbo" o "el universo de la muerte". La segunda es que reencarnes, pero que tu nueva vida sea de puras desgracias.

Ànima sintió un peso enorme en sus hombros como si sujetara dos enormes rocas que estaba obligada a cargar.

—¿Sabes cómo moriste? —preguntó Curo. Ànima negó con calma—. Entonces esto solo nos deja con más dudas que respuestas...

—No. Me has ayudado, no conocía esa opción...

—Bueno, bueno... —Curo rascó su cabeza con timidez—. Es solo un rumor de mi raza.

—Igual, te agradezco que me lo dijeras, puede servir, creas o no.

Curo soltó un suspiro.

—Si te puedo recomendar algo, es que no le des muchas vueltas a eso —aconsejó Curo—. Hacerlo hace que pierdas la cabeza, llores y te sientas mal por no ser suficiente. Si la muerte ya está ahí, no puedes hacer nada, y muchas veces solo es la voluntad del condenado el que decide seguir o morir.

—¿Ah...? ¿Hola?

La voz de Lizcia sorprendió a ambos. Ànima fue hacia ella para tranquilizarla y explicarle lo ocurrido. Curo, con una sonrisa leve, preparó el fuego para calentar la comida que su buen amigo Alex le dejó.

Los pasos fuertes de alguien enfurecido resonaban por los pasillos. Era a veces interrumpido por sus caballeros, pero ignoraba sus advertencias. Sus ojos estaban cegados hacia su hijo.

—¡Yrmax! —gritó con una ira notoria. Los veía en la sala de reuniones. Detestaba verle—. ¡Te dije que no quería verle más! ¿¡Es que no entiendes?!

—Padre, yo...

Yrmax intentó calmarle, pero de nada sirvió. Su padre caminó para ponerse en frente de Eymar, quien sostenía el báculo con su mano derecha superior. No se inmutaba por la presencia del rey.

—Os he dicho que no me interesa nada de ustedes, ¿es que no comprenden? ¡Fuera de aquí! —gritó el rey.

—Lo siento, Irne —pronunció Eymar su nombre a posta, con esa calma mezclada con el desprecio—, pero como sabrá, las aberraciones han atacado unos pocos pueblos de su raza. Hemos venido informar al príncipe de que estaremos protegiéndoles. Usted no se preocupe, relájese en su dorado baño lleno de burbujas y agua caliente, ignorando todo hasta que el caos y la destrucción azote su castillo.

Vio como el rey apretaba los dientes. Eymar se rio en sus adentros. Yrmax estaba boquiabierto, sin saber bien qué decir.

—Guardias —pronunció Irne. Todos se prepararon para las órdenes—. Acompañad a esta basura fuera del castillo.

—Como siempre, sin darme ninguna respuesta interesante —comentó Eymar, levantándose de la silla—. Tranquilo, no necesito que me escolten, ya me marcho solo.

Yrmax tenía sentimientos mezclados. Sentía golpes en su cabeza, pero a la vez sentía paz al saber que Lizcia y Ànima estaban bien.

Antes de que el rey llegara, estaban en la sala sin ningún guardia y Eymar explicó todo el detalle de los avances. No solo eso, también pensaba en mejorar las estrategias. Yrmax le pidió que ayudara, pero Eymar ya le avisó que entrar ahí era complicado porque los Vilonios los temían.

Yrmax pudo ser comprensivo, pero seguía angustiado. Quería que fueran hacia los Zuklmers porque su presencia lograría calmar y convencer a las Sytokys.

Eymar aceptó a regañadientes.

—¡Yrmax! —gritó el rey. Había logrado despertarle de sus preocupaciones y miedos—. Quiero que me acompañes. Ahora mismo te entrenaré para usar la espada del elegido y probaremos una vez más que tengas la bufanda.

La tensión recorrió sus hombros como si tuviera una serpiente de cascabel. Quiso decir algo, pero su padre le agarró de la mano con fuerza mientras iban de camino. Tal petición le pilló muy desprevenido, no pensaba que iba a ponerse ahora, pero ¿por qué?

El problema era que la bufanda no estaba, aunque sí la espada. Si no se la dio a Lizcia era porque no estaba lista para portar un arma así, aparte que sacarla era difícil. Estaba muy bien vigilada y retirarla era complejo ante miles de especificaciones que Mitirga ponía.

Yrmax se sentía insuficiente, ¿qué debía hacer para conseguir su bendición? Luchaba por su reinado a pesar de tener un padre que se lo impedía todo. Salía a deshoras para proteger a los suyos e intentaba obtener alianzas, pero eso no era suficiente para Mitirga.

Mientras caminaban por los pasillos, el rey se encontró con uno de los guardias.

—S-Su Majestad...

—¿Qué ocurre ahora? —preguntó sin paciencia alguna.

—H-Han robado la bufanda del elegido.

Cuando descansaron y repusieron fuerzas, continuaron con el viaje. Ànima ya estaba dentro del cuerpo de Lizcia, por lo que podrían seguir subiendo por la montaña.

El clima y el tiempo parecían ser benevolentes con ellos. Su día sería ligero mientras subían por la montaña. Irían con mucho cuidado porque tendrían que subir por zonas donde requería la escalada.

Curo, en más de una ocasión, tendría que usar sus alas a pesar de estar herido. Volar para ellos era una gran ventaja porque les permitía disparar sin ser alcanzados. Lo que no se esperaba, era que las aberraciones tuvieran ese don. Eso complicaba las cosas.

Siguiendo su camino, se encontrarían una zona cubierta de hielo de diversos colores. Lizcia no podía verlo, pero cuando se lo explicaron, abrió la boca con asombro.

—¿Hielo de color rojo? —preguntó Lizcia.

—Sí, se decía que era la sangre de aquellos Mitirs que decidieron subir a la montaña. Otros dicen que es por culpa de los cambios de temperatura que algunos cambian de color —explicó Curo, sintiendo un escalofrío poco agradable—. Prefiero creer la segunda opción que la primera, me parecería imprudente y estúpido que un Mitir subiera aquí.

—¿Y hay más colores?

—Sí. El más inusual es el verde, se le considera como suerte —recordó Curo, agarrando la mano de Lizcia para seguir con su caminata—. Dicen también que detrás de esas paredes hay tesoros.

—¿Tesoros?

Lizcia pensó en algo similar como oro, dinero, coronas o joyas.

—Sí, tesoros.

Curo en cambio, pensaba en los mejores pescados que su paladar pudo imaginar.

—Por cierto, creo que sería idóneo conocernos un poco más. La caminata que tenemos será bastante larga y creo que estar en silencio no hará el camino más ligero —comentó Curo.

—Yo no tengo mucho que sea interesante más que soy la elegida —respondió Lizcia.

—¿No tienes nada interesante sobre los Mitirs?

—Que somos muy religiosos —respondió.

—Sí, bueno. Eso es algo que se ve de sobras, aunque contigo no te vi rezar como otros mitirs —comentó Curo.

—Suelo hacerlo en silencio y cada día, más cuando recibí la bendición de Mitirga.

—Tiene sentido —murmuró Curo—. Nosotros, tenemos a los tres dioses. Orgullo, Valor y Fuerza. Cada uno fue elegido en su momento, protegiendo nuestra ciudad.

—Por ello los mencionabas tanto —comentó Lizcia.

—Así es, igual no todos lo hacen y mencionar cada uno tiene su porqué.

—Me hago una idea de cuál sería su razón para mencionarlos —susurró Lizcia.

Curo la miró con una ligera risa para al final poner su mano en su cadera.

—Al que más valoro es a Orgullo —admitió Curo—. Desde pequeño mi padre me dijo que Orgullo era el primer elegido que más fuerza tuvo en hacer frente a todo. Era el más valeroso de todos y luchó con los demás elegidos aun cuando todo iba mal. Creía en Mitirga. La respetaba.

—¿De verdad? —preguntó Lizcia.

—Fue fiel a ella hasta su muerte.

La caminata se hizo más ligera mientras conversaban. Lizcia no tuvo problema en explicar las costumbres de su raza como Curo hizo sobre las suyas. En un momento de la caminata, Lizcia tomó un montón de nieve para sentir el frío en estas. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus ojos para abrir sus ojos y lanzarle una bola de nieve a Curo.

—¡Oye! —gritó Curo, girándose a ella para ver como tenía los ojos de Ànima entrecerrados—. Ah, conque esas tenemos, ¿eh?

Agarró la mayor cantidad de nieve para crear una gran bola, una que Lizcia vio a duras penas. Se apartó de inmediato, pero no pudo evitar recibir parte de esa nieve en su cara y pelo. Aun así, rio con fuerza, y no era la única porque Curo veía chistoso como la nieve había creado una diminuta bola en su cabeza.

Ànima también disfrutaba, reía mientras le decía a Lizcia un plan para ganar esa batalla de nieve. Junto la máxima que pudo para usar parte de los tentáculos y agarrar una gran bola.

Curo tenía la guardia baja por reírse, pero pronto se dio cuenta.

—¡Eso no vale!!

Con la fuerza de ambas, lanzaron la bola. Curo gritó y acabó enterrado en nieve. Lizcia y Ànima les preocupó haberse pasado, pero cuando vieron salir a Curo, se rieron con fuerza.

—No se vale, son dos contra uno —se quejó, hinchando un poco sus mofletes con los ojos entrecerrados.

Lizcia y Ànima siguieron riendo, pero fue interrumpido ante el repentino estornudo de la joven.

—Creo que es mejor que paremos, sino tendrás un resfriado —sugirió Curo, saliendo de la nieve para mirar hacia el cielo. Estaba oscureciendo—. Iremos hacia una cueva, así descansaremos un poco.

Estaban de acuerdo, por lo que se movieron hasta encontrarse una cueva cerca del lugar. Ahí se resguardaron y crearon una pequeña fogata con las pocas ramas que tenían guardadas en su mochila.

Mientras Curo preparaba el fuego, Lizcia apoyó su cabeza en el hombro de Ànima. Tal acto le pareció adorable, dejando que se acomodara y durmiera tranquila.

Esa escena la pudo ver Curo, sonriendo con calma mientras preparaba el fuego.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Adelante —respondió Ànima.

—¿Qué harás cuando recuerdes todo? —preguntó Curo.

Ànima se quedó en silencio, mirando hacia Lizcia.

—Aún no lo tengo claro, Curo.

—Entiendo, pero sabes que no eres de aquí, ¿te quedarás o marcharías? —preguntó Curo.

—Dependiendo de lo que me digan los recuerdos —contestó Ànima—. Si me es necesario ir, pues me temo que tendré que hacerlo, aun doliendo el hecho que sería dejar sola a Lizcia. Si no me quedaría aquí a vuestro lado.

—Pero como aun no sabes nada, no lo puedes decir con exactitud.

—No, claro que no.

Curo suspiró para volver hablar tras terminar de hacer el fuego:

—Siento que Lizcia iría contigo si te vas de este planeta. —Ànima miró a otro lado con sus ojos sin saber bien qué decir. Curo continuó hablando—: Y sabes que ahí fuera no pinta ser algo seguro.

—No, no lo parece.

—¿Qué harás entonces?

Ànima acarició la cabeza de Lizcia cabeza con cariño. La joven se acomodó y sonrió con dulzura.

—Prefiero no decir nada hasta que tenga alguna pista. Solo entonces podré decidir —respondió, mirando hacia Curo.

—Estoy de acuerdo contigo, pero si en algún momento tienes que irte, no dejes que vaya contigo porque no parece ser algo bueno para ella.

Ànima compartía su opinión. No iba a dejar quenadie la hiciera daño y sabía que el universo era lo primero que la pondría enpeligro. Por ello mismo se prometió estar a su lado y, si el destino le pedíairse... se encargaría primero de proteger Codece hasta que la amenazadesapareciera. Solo así podría irse sabiendo que nada malo podría ocurrirle.

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