Capítulo 5: Incomodidad.

Cuis se había enterado de los rumores recién ocurridos en Custió. Su angustia estaba presente en su rostro, sin parar de darle vueltas hasta que Ànima llegó, confirmando esos temores.

—¿Se encuentra en un lugar seguro? —preguntó Cuis.

—Sí, es lo primero que hice —respondió Ànima con total firmeza.

Cuis solo pudo suspirar con pesar.

—Luminem hace poco vino para informarme de la situación. No solo han dejado abandonada a la pobre chica, sino que sus padres han muerto —explicó. Ànima se quedó atónita—. Le aseguré que ayudaría a buscar al culpable, al igual que Cin.

—Haré lo que sea, mi señora —aseguró Ànima mientras se arrodillaba ante ella—. Buscaré por todos los lugares posibles, tanto dentro de nuestra ciudad como fuera.

Sus palabras hicieron arquear la ceja de Cuis, pero no dijo nada más que una sola pregunta:

—¿Quién crees que podría ser el culpable?

Ànima estuvo pensando sus palabras.

—No podemos acusar a cualquiera sin tener las pruebas al respecto, pero me temo que esto va a ser inevitable, y más por parte de los Cineos que estarán angustiados al estar cerca de los habitantes de Christel.

—Según me explicó Luminem, el asesinato ocurrió en los bosques lejanos porque ambos padres se encontraban haciendo sus tareas, aparte de dar un paseo agradable.

—Entonces pudo haber sido cualquiera, mi señora —respondió Ànima, levantando su cabeza—. Podríamos descartar a nuestra raza, ya que nunca salen de las cuevas más que por la noche, pero hacerlo sería a su vez un riesgo porque a lo mejor hay alguno que está oculto, intentando formar el caos.

—¿Crees que alguien de nuestra raza haría tal atrocidad? —preguntó Cuis.

—No podemos asegurar nada, por el momento.

Cuis se quedó meditando en silencio para al final soltar un suspiro largo. Lo tenía claro, debía hablar con Christel con la compañía de Luminem. Si era cierto lo que decía, a lo mejor podrían obtener una gran alianza.

Tras la conversación, le pidió a Ànima que cuidara de Luminosa en el tiempo en el que se encontraba fuera y buscara posibles pistas. La luz y el ruido serían sus aliadas, por lo que, si necesitaba su ayuda podía contar con ellos.

Ànima afirmó y se marchó para cuidar de la joven huérfana.

Después, marchó en busca de Luminem, sabiendo que se encontraría cerca de la escena del crimen, aunque ¿se podría considerar como una? Porque no había sangre ni nada que demostrara esa crueldad, solo los bosques profundos y misteriosos que susurraban historias cada vez más escalofriantes.

—Ah, por Luán. Primera Luna bendecida, dame fuerzas —pidió Cuis mientras iba en su búsqueda.



Luminem no paraba de moverse dando vueltas a su alrededor, dejando que los nervios le apoderaran. Pronto fue acompañado por Cuis, acercándose con cuidado y moviendo su mano sin tocarle.

—Lumen —llamó captando su atención.

—Ah por Soal, menos mal que estás aquí —murmuró Luminem aliviado—. Estuve buscando posibles pistas, pero no hay nada, sus cuerpos no están en ningún lado y eso no tiene sentido porque cuando mueren, el cuerpo se vuelve gris mientras que la luz va al cielo para que brille aún más.

—Luminem.

—La luz no ha ido al cielo, ha sido consumida, ¿lo entiendes? —preguntó. Su forma de hablar era cada vez más apurada.

—Lo entiendo, pero te pido paciencia, por favor.

—No puedo, Cuis, con este hecho y con Cin diciendo que es Christel. Sé que no es ella, ¡no lo es! Todos la habéis vigilado y es imposible que se moviera de allí, ¿entiendes?

Cuis respiró con toda la paciencia para agarrar sus manos, obligándolo a que la mirara.

—Luminem, escúchame bien, por favor, y no te alarmes, si es posible.

La forma de actuar de Cuis puso nervioso a Luminem, viéndose un pequeño sonrojo en sus mejillas, pero pudo escuchar, enterándose de la noticia en Custió. Las lágrimas querían salir, pero logró mantenerlas a raya.

—Lumen, creo que lo más óptimo ahora mismo es que hablemos con Christel como tú me has sugerido. Conocerla y obtener su ayuda —explicó Cuis.

El silencio de Luminem duro unos segundos. Miró hacia Cuis, sonriendo con la calma que podía y afirmó.

—Gracias por confiar en ella Cuis... Gracias por no ser como Cin ahora mismo —susurró aliviado, para luego mirar a sPor primera vez, Cuis vería desde más cerca la ciudad de Crisea. Los edificios de gran altura la dejaban boquiabierta, pero no era lo que más captaba su atención, sino sus telas blanquecinas de decorados rosados o rojizos con estampados de flores y hojas.

Avanzando por las calles, vieron como los Criseis preparaban en sus casas, cerca de la entrada o en las ventanas, unas flores rojizas a grandes cantidades.

¿Acaso iban a celebrar algo en este desafortunado día?

Cada paso que daban era una mirada curiosa de los ciudadanos. Conocían a Luminem, le tenían aprecio, pero con Cuis mostraban ese temor por su apariencia oscura y su rostro vigilante.

Intentaba ignorarlo con lo que veía a su alrededor, pero era complicado por cómo le recordaba el pasado cuando estuvo en Tugia, el último código que tuvo que huir.

—Tranquila, Cuis, estoy al lado —aseguró Luminem, agarrando su mano.

Ese simple gesto logró que sus preocupaciones fueran disipando, pero que los susurros pasaran a un tono poco discreto. ¿Cómo era posible que la luz y la oscuridad se llevaran bien?

Pronto ubicaron el hogar de Christel, un grandioso templo cuyas columnas blanquecinas eran decoradas por las flores rojizas que parecían formar una cascada. Se adentraron sin dudar, avanzando por los amplios pasillos decorados por las columnas y techos hechos de mármol. Sus colores eran los mismos que representaban a Christel, pero en un tono más delicado. 

En su camino, las puertas marrones de grabados dorados se presentaron, escuchando una conversación que captó la atención de los dioses.

—¡Creo que está de suerte! —anunció la voz de Christel de repente—. Podemos confirmar quién eres ya que Cuis y Luminem se encuentran justo aquí.

Ambos se miraron para ver como las puertas eran abiertas por una mujer de metro ochenta, cuya vestimenta era similar a la de Christel, solo que tenía el cabello anaranjado con tatuajes en su rostro y piernas.

—No me puedo creer que esa estúpida vaya a tener esa asquerosa suerte.

—Lihuco, por favor, no seas maleducada y déjalos pasar. Seguro que tendrán algo que decirme, aparte de confirmarme lo que ha dicho esta curiosa mujer —pidió Christel con una sonrisa agradable.

La mencionada obedeció, dejando paso a los dos dioses. Dentro se encontraron con un ambiente un tanto incómodo, y era una pena porque la habitación en donde se encontraban demostraba la belleza que tenía Christel concebida. Una sala blanca con decorados rojizos que se encontraban en el suelo y en las paredes, escritas en el idioma de los Criseis.

En el centro, un poco más lejos de ellos, aparte de estar Christel de pie cerca de su trono, se encontraba alguien más con las manos atadas por una magia que le impedía moverse. Su aspecto era similar a la raza de Cin, portando un vestido verdoso.

—Esta mujer de aquí me aseguró que era la elegida de Cin, que se encontraba mirando la ciudad por motivos un tanto preocupantes —explicó Christel—. Mi elegida se la encontró rápido, reteniéndola con las magias de nuestra raza. No sé qué intenciones tiene, pero según dice, es porque ha surgido un asesinato —continuó. Luminem suspiró con pesadez—. Veo que Pyschen no mentía en sus palabras.

—Claro que no lo hacía —susurró Pyschen con cierta molestia.

—Tú calla la maldita boca, intrusa —murmuró Lihuco, lista para darle un golpe en su cabeza.

—Lihuco, por favor, prudencia.

Las palabras de Christel lograron que Lihuco controlara sus acciones, pero no que le mirara con ese odio notorio en sus ojos rojizos, unos que Pyschen ignoraba.

—¿Podría saber qué es lo que ha ocurrido, Luminem? De paso, si puedes presentarme a tu pareja, sería genial —pidió Christel.

—N-No somos pareja —murmuró Cuis con cierta vergüenza.

—Ah, siento mi confusión entonces —respondió Christel con una leve risa.

Con paciencia, Luminem explicó todo lo sucedido. Al terminar, miró hacia Pyschen con cierta decepción en sus ojos.

—No es ningún peligro. Solo ha caído en el miedo al enterarse ante tal desgracia.

—¡Puedo comprenderlo! Aún no tenía contacto con Cin y Cuis, es normal que desconfíe —respondió Christel mientras se acercaba al dios—. Luminem, siendo honesta contigo, también estaría cabreada si uno de los míos acaba asesinado sin saber quién es el culpable.

—Yo...

—No es para avergonzarse —interrumpió una vez más—. Buscaremos al culpable, cuentas con mi ayuda.

Cuis se dio cuenta que Luminem era incapaz de reaccionar. No le culpaba, con todo lo que acababa de vivir, era normal que no pudiera decir ni una sola palabra.

—Siento si mi amigo no puede contestar —intervino Cuis con educación—. Estos días fueron demasiado para él. Es la primera vez que ocurre un caso así, y por si fuera poco mi órbita novata, Ànima, está cuidando de la joven huérfana.

—Es comprensible —murmuró Christel, para luego mirar hacia Pyschen—. Bien, querida, me temo que podrás marcharte sin ningún hechizo encima, ¿no crees, Lihuco?

Su guardiana aun miraba a Pyschen con desconfianza y desprecio, pero por órdenes, retiró el hechizo. La guardiana de Cin respiró y movió sus muñecas con alivio.

—Aun con ello no me gustó nada tu forma de actuar contra nosotros, Pyschen —le recordó Lihuco—. No tendrías que haberme atacado.

—Fuiste tú quien empezaste, sacaste tus abanicos, tenías intención de hacerme daño —contestó Pyschen, mirándola de reojo con desprecio.

—¿Yo? No suelo atacar a no ser que el enemigo lo haga, y tú ya demostrabas hostilidad nada más verme, más con esa sonrisa que tenías.

—¿Sería yo capaz de hacer tal idiotez con mi raza estando en peligro constantemente? No, no mientas de esa...

—Por favor, silencio —pidió Luminem con severidad, interrumpiéndolas—. No tiene sentido pelear cuando ustedes se ayudarán para buscar al culpable.

—¿Perdón? —preguntó Pyschen en un susurro, mientras que Lihuco la miraba de reojo—. ¿Cin es conocedor de esto?

—No, pero cuando todo esto termine, le haré saber de inmediato —aseguró Luminem—, o si eso puedes dejarle mi mensaje de mi parte, pues todos estamos buscando al culpable, en vez de pelearnos por un mal entendido.

—En eso Luminem tiene razón —intervino Christel con educación—. Como dije, tenéis mi ayuda en lo que sea, ¿no es así Lihuco?

Lihuco, mostrando educación en sus gestos, afirmó.

—Estoy dispuesta a ayudar en lo que haga falta para acabar con el peligro y que la paz renazca.

—Siendo la guardiana de la violencia junto a la diosa de la guerra. Irónico —susurró Pyschen.

Cuis escuchó esas palabras, frunciendo el ceño.

«Comprendo el odio que le tengas a Lihuco, pero no deberías decirlo enfrente de ellas cuando son nuestras aliadas», pensó Cuis.

—Bien, dicho esto, creo que podemos quitar un pequeño problema de encima ante esta situación —continuó Christel con ilusión, mirando hacia Lihuco y Pyschen para luego observar a Luminem y Cuis—. Sé que tenéis ciertas tareas, pero ¿os podría pedir cierto favor?

Aquello hizo fruncir el ceño a los dioses, aunque no serían los únicos. Pyschen, quien estaba a punto de irse, se quedó en silencio, escuchando su conversación, pero el agarre de Lihuco en su brazo logró despertarla y que se alejara.

—No me toques —advirtió Pyschen.

—Entonces deja de escuchar una conversación que no te interesa —demandó Lihuco.

—¿Quién eres tú para mandarme?

—No te hagas la lista conmigo, Pyschen, en una pelea sería capaz de...

De pronto, una presión abrumadora hizo que los presentes se vieran angustiados en medio de la sala, como si el peso de sus cuerpos aumentara sin previo aviso. Lihuco supo a qué se debía, arrodillándose al suelo como si quisiera pedir perdón, mientras que Pyschen lograba mantenerse en el sitio, encontrándose con Christel junto a una sonrisa escalofriante de su parte.

—¿Es posible que os marchéis sin formar un escándalo? —preguntó Christel, y para ese momento, los presentes juraron ver como alrededor de ella, armas de diversos tamaños y diseños la iban rodeando.

Cuis, aterrada por ese poder, tuvo el impulso de agarrar la mano de Luminem. Era un modo para sentirse segura, aunque era irónico siendo él luz. Aun con ello él se acercó para hacerla sentir tranquila.

—Sí, mi señora. Siento este inconveniente —habló Lihuco con educación.

Y con ello, Lihuco y Pyschen se marcharon. Cuando las puertas se cerraron, Christel se mostró más amable sin ese poder presente en la sala.

—Hoy es un día un tanto especial —empezó a explicar Christel—, aparte de celebrar una fiesta para mañana, quería presentar a mi pareja que tanto se ha escondido.

Luminem mostró cierta sorpresa, poniendo sus manos en sus caderas.

—¿Al fin se va a mostrar? Me acuerdo que era un tanto, eh...

—Asocial —terminó la frase Christel—, y sí, lo es, y me costó muchísimo convencerle.

—Veo que lo conseguiste al fin —supuso Luminem.

—¡Sí! Por eso quería presentarlo. ¡Y mira que conveniente! Podemos conocer a Cuis mejor, encima en un día tan bonito como hoy —continuó Christel.

Cuis no sabía bien que decir, solo miraba de reojo a Luminem, quien le sonreía a modo de "todo iba a ir bien", pero lo dudaba tanto a estas alturas...

—¡Dejarme entonces que os lo presente! —habló Christel.

Al desaparecer, Luminem y Cuis se miraron por unos segundos, soltando un suspiro bastante largo.

—Aun sigo creyendo en ti Luminem, quiero creer que es buena como tú dices.

—Siento que haya ocurrido esto, pero me alegra tanto que me sigas dando esa oportunidad —habló aliviado.

—Sí... con toda la ayuda que tenemos, confía en que encontraremos al culpable. No solo eso, Luminosa está en buenas manos, todo irá bien —aseguró, mirándole con decisión.

—Eso espero Cuis, pero no puedo parar de darle vueltas a lo ocurrido, más con la guardiana de Cin, Pyschen —admitió Luminem.

—Siendo honesta, me ha parecido un tanto maleducada y me parece increíble que Cin le haya pedido que venga aquí sabiendo que es peligroso. Comprendo su desconfianza, pero aquello fue imprudente.

—Menos mal que llegamos a tiempo para evitar los malentendidos, aun con ello, pienso hablar con Cin sobre esto. Creo que su paranoia está yendo a más, y no debería ser así —decidió Luminem.

—Capaz si conociera a Christel como yo estoy haciendo, podría calmar un poco esos temores —supuso Cuis.

—Podría ser porque sus paranoias afectan también a su guardiana, y eso no puede ser así.

—¡Siento la espera, pero aquí está! ¡Os presento a mi pareja!

Los pasos duros y metálicos de alguien fuerte hicieron que Cuis y Luminem se pusieran en alerta, viendo cómo por fin se mostraba la pareja de Christel. Con una chaqueta azul oscuro que cubría todo su cuerpo, a excepción de sus largas piernas vestidas con unos pantalones negros y unas botas altas metálicas; se veía a un hombre de rostro cansado y serio.

Giró su cuerpo, poniéndose al lado de Christel, en el izquierdo para ser exactos, presentándose frente a los dioses. Cabello azul y corto, tez blanca con algunas heridas, sobre todo en el ojo derecho que estaba cubierta por una placa metálica que brillaba en blanco, mientras que el izquierdo era un ojo normal de color azul.

—¡Su nombre es Kersmark! ¡Dios de la tecnología!

Y con ese título, dejaba en claro que cumplía como un ser intimidante y poco compasivo. Su altura de unos dos metros podía asustar a cualquiera, sobre todo por su inexpresividad en su cara.

—No hace falta hacer tanto escándalo —habló Kersmark. Grave y robótica, una voz que se esperaba—. Te dije que estaría muy poco tiempo aquí, estoy creando el tercer guardián. Ya lo sabes.

«¡¿Creando un guardián?! ¡Entonces su raza está hecha sólo de robots!», pensó Cuis mientras le miraba intranquila.

—¡Deja de pensar en eso! Ahora mismo estás descansando, ¿entendido? —le pidió Christel.

Kersmark suspiró molesto.

—Bien, lo que sea. Total, no estaré mucho tiempo.

—O puede que sí —corrigió Christel con una sonrisa divertida, agarrando la mano de su pareja—. ¡Frente tuya se encuentran Luminem y Cuis! De Luminem te hablé muchas veces, mientras que Cuis es la primera vez que nos conocemos, ya verás que nos llevamos bien.

Kersmark los miraba de arriba abajo con aires de superioridad.

—Un gusto conocerlos.

—Igualmente —siguió Luminem mientras ponía su mano en el pecho.

—Un placer, espero que tu estancia aquí sea cómoda —siguió Cuis, imitando el mismo gesto que Luminem.

Su pareja no parecía ser un hombre de muchas palabras a diferencia de Christel, a quien se le veía la ilusión en sus ojos mientras le abrazaba con cariño. Estaba emocionada con la celebración, y si bien Kersmark no parecía ser alguien muy sociable, parecía mostrar cierta calma cuando Christel estaba a su lado.

—¿Me muestras lo que me habías dicho? —preguntó Kersmark, mirando de reojo a Christel.

—¡Claro! Espero que este día lo disfrutéis tanto como yo, de verdad, será genial —respondió Christel, agarrando las manos de su pareja para salir del templo.

Luminem y Cuis no les quedó otra que aceptar. Era mejor seguir a Christel y a Kersmark para disfrutar de aquel día, si podían.

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