Capítulo 4: Un mal augurio.
A sus ojos, Luminem veía una mujer intimidante que desprendía una fuerza abrumadora. Desconocía identidad, pero sentía que un gesto en falso o una palabra mal dicha, iba a ser su perdición. Sabía que no era el único que lo pensaba porque los rostros de sus compañeros delataban su temor hacia ella. ¿Y cómo no hacerlo? Era una Luna Menguante.
—Uhm, ¿hola?
Su tono parecía ser tranquilo, aunque ninguno de los tres la respondió con rapidez. Al menos con Luminem, contemplaba la escalofriante luz rojiza que rodeaba la figura de la misteriosa mujer.
—D-Disculpa que hayamos tardado en responder —contestó Luminem con educación, manteniendo la calma a pesar de la situación—, pero no nos esperábamos esta inesperada visita.
—¡Oh, lo siento! Tendría que haber avisado de otra forma que no sea tan... ¿Agresiva? —se preguntó, retirando una parte de su cabello para verse un tatuaje discreto en su mejilla derecha.
—No se preocupe —contestó Cin con respeto—. ¿Podríamos saber quién es?
—Soy Christel —respondió para luego inclinarse un poco, viéndose que a sus espaldas un ala blanca en el lado izquierdo. Al recomponerse, se fijaron en su ropa sedosa y un tanto provocativa de colores vivos y llenos de símbolos antiguos—. Soy la diosa de la guerra. ¿Podría saber quiénes son ustedes?
Su título no era cualquier cosa, se notaba por las cicatrices en su rostro junto a sus ojos rojizos al igual que su cabello. Era admirable a primera vista, dejándole claro que bromear con ella no era lo adecuado.
—Mi nombre es Luminem, dios de la luz —empezó. «Ese título no me gusta», pensó preocupado mientras mostraba por fuera una sonrisa educada.
—Cin, dios del ruido.
—Cuis, diosa de la oscuridad.
—Qué curiosos nombres —comentó Christel, soltando una risa ligera—. La verdad es que no me esperaba encontrarme con ustedes ni creía que habría tantos dioses. Supongo que mi pareja me advirtió bien, pero suelo ser un tanto impaciente. ¿Acaso hay más dioses como ustedes?
—Nosotros nos encontramos en lo alto de la montaña y somos los únicos dioses que habitan este planeta.
Luminem recibió una mirada asesina y discreta por parte de Cin.
—Ah, esa montaña. —Christel giró su dirección, observándola con detenimiento. Puso su mano en su barbilla para luego seguir hablando—: Me imagino que es complicado que pueda vivir allí junto a mi raza, ¿verdad? —preguntó, volteándose para ver como Cin afirmaba—. ¿Y hay algún sitio que sea óptimo?
—Mismamente por aquí —intervino esta vez Cuis. Su tono borde sorprendió a Christel, pero aun así seguía sonriendo. Cuis tragó en seco, cambiando el tono—: En la montaña habitan demasiadas civilizaciones. Mi sugerencia más personal es quedaros por esta zona, cerca de los bosques profundos junto a una gran explanada y extensos mares.
—Entiendo —murmuró Christel, sumida en sus pensamientos por unos segundos para luego mirarlos—. Me gustaría aclarar algo, posiblemente mi apariencia y título me hagan ver como alguien destructiva, pero, todo lo contrario, no deseo ningún mal —explicó apenada, captando su atención—. Mis intenciones son las más calmadas y pacíficas posibles. Nací con el objetivo de sobrevivir y al final acabé teniendo un poder que no quería. Los destellos y los documentos son de lo más interesantes a la vez que peligrosos.
—Creo que sé a qué se refiere —intervino Cin con respeto—, una de mis Cineis me explicó que los destellos y documentos son elementos importantes en nuestro universo, objetos que pueden ayudar tu planeta o que te teletransportan a otros códigos.
—Exacto, yo vine aquí con la ayuda de un destello. —Cuando respondió, mostró el destello que tenía en su mano derecha, este brillaba con muy poca intensidad y de colores morados—: Pero también se puede absorber su poder, y yo lo hice sin querer.
—¡¿Cómo?!
—¡¿Eso es posible?!
Se rumoreaba que absorber el poder de un destello era muy peligroso. Si un destello guardaba en su interior varios documentos de distintos planetas, tendría un gran poder, pero absorberlo no era una tarea fácil. El cuerpo debía estar listo para ello y en ocasiones uno debía renunciar a la mente, cuerpo, alma o todo a la vez.
—Me encantaría hablar con vosotros, pero tengo mucho que hacer junto con mi raza y pareja que se encuentran en sus naves reposando. El viaje ha sido muy largo —explicó mientras reía con cierta timidez—. Sé que es confuso, a mí también lo fue en su momento, pero juro que cuando termine todo lo explicaré con detalle.
Cin abrió sus ojos en demasía, mirando de reojo a Luminem, quien también le miraba.
«Vio alguna señal en el espacio. Un planeta se volvió código y en vez de ir a ese, se acercó a este, sino no me explicaría su llegada», pensó Luminem con cierta intranquilidad.
Si era honesto, no se esperaba que alguien como ella pudiera estar ahí. Era una clara superviviente de un poder impresionante, del cual podía variar dependiendo de los documentos que absorbiera.
«Si lo que dicen los libros es cierto, todos los documentos que absorbió gracias al destello acabarían con un resultado horrible. Esos planetas estarán destruidos junto a sus habitantes —pensó Luminem, cruzando sus brazos y prestando atención a Christel—. Aun así, cuando la miro, no siento que sea tan hostil. Su forma de actuar no es engreída ni presumida. Podría darle una oportunidad».
Al quedar los tres solos como de costumbre, Luminem expresó sus pensamientos, llevando a un resultado que él mismo se esperaba, pero no de ese calibre.
—¿E-Es una broma? —susurró Cin hacia Luminem—. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Es una locura!
—Dijiste lo mismo de Cuis, y mira donde estamos —respondió Luminem, mirando de reojo a Cin con una irritabilidad notoria.
—Pero en este caso no es lo mismo, Lumen —aclaró Cuis—. Ella es superior a nosotros.
Sí, sería superior a ellos, por ello era mejor esperar y no ser tan desconfiados. Confiaba que a la larga sería como ellos, pero a sus compañeros les parecía prudente vigilarla los primeros días en Claimia.
Luminem aceptó a regañadientes, pero al menos le había permitido saber cómo era por fuera. Y es que Christel, la primera impresión que daba, era de una diosa novata que trataba de crear una ciudad donde pronto viviría su raza llamada Criseis.
Estos destacaban por sus tatuajes rojizos en sus extremidades, con diversos tonos de piel, ojos más rasgados o grandes, gran variedad de complexiones, pero siempre vestidos con la ropa de seda con varios dibujos en honor a los bosques que representaban la calma.
—¿Recuerdas lo que dije cuando un dios obtenía un poder sin ser enseñado? —preguntó Luminem a Cuis.
—Claro que me acuerdo, por la Luna, esta mujer va a ser un desastre —murmuró Cuis.
—No, si la ayudamos.
—¿Cómo quieres ayudarla? —preguntó Cuis, frunciendo el ceño—. Ya no solo es rara con el uso de poderes, sino que encima tiene una raza muy extraña... demasiado que me entran escalofríos.
—Algo... Algo se me ocurrirá —aseguró Luminem.
Aunque sabía que no iba a tener ningún apoyo de sus compañeros porque estaban preparándose para lo peor. Esto lograba desesperar a Luminem, aun si los días transcurrían y nada había ocurrido, seguían insistiendo.
Hasta que tomó una decisión arriesgada.
—¿Es una molestia que pueda conocer su ciudad y ayudarla? —preguntó Luminem con una sonrisa cordial.
—¡No, para nada! ¡Adelante! —contestó Christel con una gran ilusión en sus ojos rojizos—. Ahora mismo me encontraba vigilando mi ciudad, viendo si hace falta alguna cosa importante.
—Comprendo, es normal que merezca un descanso con todo lo que ha vivido —supuso Luminem mientras ponía sus manos detrás de su espalda.
—Tuve en parte suerte, mi pareja estuvo ayudándome mucho estos días junto a mí. Eh... ¿Cómo se decía? ¿Órbita experta? —preguntó Christel.
—Si se refiere a su mano derecha, sería Órbita experta —confirmó Luminem.
—Ah sí, es que son términos un poco inusuales para mí —admitió con cierta timidez—. Mi pareja me lo intentó explicar más de una vez, pero es complicado.
¿Cómo era posible que no conociera tales términos? Sabía que el sistema Omega era el último, pero eso no daba motivos a que desconociera el funcionamiento del universo. ¡Tenía que saber que era un código o un planeta desecho! ¿No?
—El asunto es que tuvimos varios planetas para poder encontrar un sitio seguro, al menos para mí, porque mi pareja tiene un hogar, pero me explicó que no era óptimo para mi raza. Y de hecho lo es, solo viven robots allí —explicó mientras ponía sus manos en sus caderas—. Así que, gracias a sus naves, pudimos encontrar este planeta por una señal que encontramos para luego venir aquí y vivir.
—Siento ser un entrometido con esto, pero ¿la señal que detectasteis era de aquí? —preguntó Luminem.
—Sí, pero no era amarilla como me dijo mi pareja, sino azulada.
«¿C-Cómo que azul? Ningún código desprende una luz azul y nadie podría hacer algo así», pensó, tratando de mantener la calma.
—El asunto es que este lugar es perfecto. Con el mar al lado nos permite tener una buena base alimenticia. ¡Me recuerda a mi comida favorita que disfrutaba de pequeña! ¡Pescado con patatas fritas! Aunque los peces aquí son un poco distintos, pero no importa —comentó ilusionada—. Y ya no solo eso, los materiales que estamos consiguiendo para las casas son geniales. A la larga podría recrear mi hogar, solo que sería más caluroso en vez de haber tantas lluvias y nieblas.
—Suena triste ese lugar...
—Para nada, mi hogar era de los mejores y seguro que sigue siéndolo —comentó Christel con una sonrisa llena de nostalgia.
«Sigue siéndolo. O sea que tuvo que abandonar su hogar», supuso Luminem.
—Me imagino que perdió muchas personas al tener que moverse de hogar —supuso Luminem.
Christel lo miró con unas pequeñas lágrimas que no dejó escapar.
—Ellos siguen vivos, es lo que importa.
Sus palabras enternecieron su corazón, pero también le permitieron confirmar que Christel había huido por obligación, tocando el destello sin querer.
—Pero bueno, quitando eso, la verdad es que no puedo quejarme, he tenido mucha suerte —continuó Christel con optimismo—. Tengo a una pareja que me quiere y me cuida, aunque sea un gruñón; también tengo una guardiana que se compromete mucho conmigo, tanto que es un poco inusual.
—¿Inusual? —susurró Luminem, frunciendo un poco el ceño—. Uhm, perdone que pregunte, pero creo que nunca ha sido una diosa como tal ¿no?
—No, qué va, yo era... ¿cómo me había dicho? —se dijo Christel en un susurro, intentando recordar—. ¡Ah! Sí, fui un desecho para luego pasar a una Luna Creciente.
Luminem se quedó atónito. Cuando se hablaba de categoría de poder, desecho era el más bajo de todos. Ahora entendía porque Christel era tan novata, pasó de ser una mota de polvo a un dios en cuestión de minutos. Su pareja era la única que la instruía, pero con eso aún parecía tener dudas, y eso podía ser un pequeño problema a la larga.
—Entonces, ¿le importa que le ayude? Como tal, creo que es adecuado conocernos y poder ayudarnos, más al ser alguien nueva —sugirió Luminem con amabilidad.
—¿De verdad harías eso? —preguntó Christel, parpadeando varias veces sus ojos.
—Claro que lo haría. Después de todo nuestro objetivo aquí es vivir en paz, tener un planeta donde se distancie de esos problemas que han inundado los demás universos.
—Oh... ¡La verdad es que lo agradecería! ¡Sería genial!
La actitud amable y cariñosa de Christel fue un contraste para Luminem, más cuando agarró su mano y enseñó la pequeña ciudad de colores blancos por cada rincón que iban.
—¡Tengo ganas de conoceros también! —continuó Christel con una clara emoción en sus palabras—. Me gustaría ayudaros con todo lo que pueda, os debo una por dejarme vivir aquí.
—Pero señorita Christel...
—¡Nada de señorita ni de usted! —interrumpió—. Dime Christel, por favor.
Y aquello último fue como apagar una lámpara temporalmente. Nunca se había sentido tan perdido ante la actitud como esa, ¡parecía ser una cría hiperactiva! En especial por como hablaba, explicaba o presentaba a su guardiana, que era un contraste total a la diosa.
—Mi señora, tengo ya el listado de todos los materiales necesarios —informó su guardiana con firmeza.
—Genial, Lihuco, si no es molestia, ¿podrías ayudar a los demás? —preguntó Christel.
—Sin problema.
Luminem no paraba de darle vueltas a todo, "si no te es molestia" "nada de señorita ni de usted". ¡Se parecía a él! Pero en vez de ser más orgulloso, era una amabilidad y cariño propias de una madre que había sufrido durante mucho tiempo. ¿Qué tipo de guerras había sufrido para que al final fuera así?
Cuando regresó a su hogar, fue sorprendido por la intervención de Cuis y Cin, quienes sabían que se había adentrado a Criseia. Le acusaron de imprudente, pero Luminem no pensaba así.
—Eso es sentenciarse, Lumen —habló Cin con firmeza—. Si quieres seguir conociéndola, me parece bien, pero ten en mente que ella no es tan amable y seguro que oculta algo.
—Está bien, Cin. Lo tendré en cuenta —respondió Luminem sin querer entrar en discusiones.
Aun con ello, se tomaba el riesgo porque veía la luz que desprendía Christel se volvía cada más rosada mientras más la iba conociendo en los días que se podía permitir visitarla.
—Te darás cuenta que mi pareja es un poco especial, pero de verdad que tiene buen corazón. Solo no le lleves mucho a la naturaleza —aconsejó Christel con calma.
—¿Por qué? —preguntó Luminem, intrigado.
—Es... alérgico —susurró, mirándolo a un lado con una risa incómoda. Luminem frunció el ceño—. Es raro, lo sé. Cuando quiera darse a conocer, lo verás.
—Supongo que lo puedo entender. Hay algunos que son más reservados y tímidos.
—Más o menos es así. En fin, ¡déjame acompañarte hacia el faro! Ese lugar seguro que te encantará y de paso podrás ayudarme con la luz que desprende, decirme si es óptimo o no.
Luminem aceptó, ayudándola en todo lo que le hiciera falta, de paso podía conocerla mejor, sabiendo que con tenía contacto era una mujer que tenía buen corazón a pesar de su intimidante poder.
Para Cuis toda esta situación era demasiado peligrosa, incluso jugar la vida y seguridad de sus Cutuis. Le pidió a Ànima que durante estas noches se mantuviera alerta en las cuevas por si algo inusual ocurría, algo que su guardiana obedeció de inmediato.
Escondida en los árboles, observaba los edificios hechos del mismo material que Linee, a excepción de los grandiosos pilares de vigilancia. En las calles se podía ver el cuidado y aprecio por la naturaleza, donde árboles de distintas alturas y grosores adornaban la ciudad junto a los arbustos y flores.
En el centro se encontraban grandes arcos que a su lado se encontraban estatuas de la diosa y su pareja. Cuis se fijó bien la apariencia de aquel hombre porque su vestimenta y rostro se asemejaban a la de un militar, pero no solo eso, su mirada carecía de compasión, parecía ser alguien que mostraba crueldad y soledad.
—¡Nuestra diosa se merece miles de estos regalos! —aseguró uno de los ciudadanos, los criseis—. Pronto en el festival que se celebrará, deberíamos crearle algo que la deje sin palabras.
—¿Seguro que lo aceptará? Las otras veces no parecía estar muy contenta —comentó su compañero.
—¡Seguro que sí! Tú confía en mí.
Los días y semanas transcurrían sin parar y Cuis era de las primeras que algo extraño había detrás de toda esa amistad que tenían Luminem y Christel. Tenía constancia porque el propio dios de la Luz le explicaba, incluso le pedía que tuviera un poco más de confianza en ella.
Por ello mismo, mientras le pedía a Ànima que se mantuviera alerta en las cuevas, se iría hacia los bosques cercanos a Criseia para vigilarla.
Escondida, observaba los edificios hechos del mismo material que Linee, a excepción de los grandiosos pilares de vigilancia. En las calles se podía ver el cuidado y aprecio por la naturaleza, donde árboles de distintas alturas y grosores adornaban la ciudad junto a los arbustos y flores.
En el centro se encontraban grandes arcos con estatuas de la diosa y su pareja. Cuis se fijó bien la apariencia del hombre porque su vestimenta y rostro se asemejaban a la de un militar, pero no solo eso, su mirada carecía de compasión, alguien cruel y solitario.
—¡Nuestra diosa se merece miles de estos regalos! —aseguró uno de los ciudadanos—. Pronto en el festival que se celebrará, deberíamos crearle algo que la deje sin palabras.
—¿Seguro que lo aceptará? Las otras veces no parecía estar muy contenta —comentó su compañero.
—¡Seguro que sí! Tú confía en mí.
Se dio cuenta que los Crisis eran muy tranquilos y actuaban con un cariño visible. Realizaban diversas actividades como la pesca, agricultura, ganadería, además de otras como la enseñanza de diversas asignaturas ya sea historia y cultura. También tenían un propio ejército que iba tomando cada vez más fuerza.
—Es rara... —susurró Cuis, moviéndose entre las sombras para buscar la forma de acercarse sin llamar la atención—. No es egocéntrica ni engreída. Tampoco violenta ni demandante. ¿Por qué?
Recordaba bien la primera vez que vino Christel. La oscuridad que desprendía desde el interior de su corazón era como una cárcel que no podía librarse de ella, pero ahora era muy distinto. Desde la lejanía podía ver que esa oscuridad no existía, como si gracias a Luminem, la diosa pudiera encontrar lo que la hacía feliz.
¿Y si a lo mejor sufrió lo mismo que ellos? Años huyendo y perdiendo lo que la hacía tan feliz.
—Me cegué por el miedo... Tenías razón Luminem. Por Luán, tenías demasiada razón.
En el tiempo que los demás estuvieron vigilando, Cin estuvo junto a Pyschen, a quien consideró como una Órbita experta. Sus acciones no pasaron desapercibidas y por ello la nombró como su guardiana, vigilando desde el exterior las acciones que tomaran Christel.
Ambos coincidían en lo mismo, y cuando lo expresó a sus aliados, le miraron con decepción.
—¿Cómo puedes seguir desconfiando? —preguntó Luminem—. Ha pasado mucho tiempo desde lo ocurrido, Cin. A estas alturas lo que tienes encima son paranoias, no miedos.
—No son paranoias, son verdades, Luminem —corrigió Cin—. Es obvio que algo debe esconder, ¡más siendo la diosa de la guerra!
—Si hubiera querido, nos habría hecho daño en cualquier momento, y lo sabes —recordó Luminem, algo irritado.
—Solo dale tiempo a que empiece a actuar, recuerda que no sabe usar bien sus poderes y cuanto los sepa usar, será un problema de verdad.
—Cin —intervino Cuis con calma—, yo pude verla durante unos días. Se que no es tanto como Luminem, pero puedo confirmar que ella no es agresiva como creíamos. Tiene algo que la hace distinta como diosa.
Cin miró al otro lado con sus ojos, cruzando aun sus brazos.
—Recordar bien mis palabras cuando todo ocurra. Luego veréis si es tan buena como pensáis.
Los demás no le tomaron tanta importancia, y eso le molestaba porque le hacían ver como paranoico. Si ellos escucharan lo mismo que él... Gritos llenos de desesperación, chillidos frustrados que pedían clemencia y miles de horrores que le hacían imposible dormir.
Noches largas en las que vigilaba a Christel, o al menos era lo que intentaba sin que el cansancio le afectara.
—Mi señor, necesito que se despierte, es urgente.
Cin se despertó de golpe, viendo que el sol salía en un nuevo día. Se maldecía en silencio, sabiendo que no debía dormir ante la presencia de aquella diosa.
—¿Qué ocurre, Pyschen? —preguntó Cin con cansancio.
—Rumores suenan por las montañas. Luminem necesita tu presencia ante un problema demasiado grave —respondió Pyschen.
—¿Qué ha pasado? Se más directa —pidió Cin con seriedad.
—Un asesinato. Una pareja de Lumos ha muerto esta mañana en los bosques otoñales.
Cin se quedó sin aire, sabiendo quien era el culpable. Se levantó del suelo, agradeciendo el aviso de Pyschen para ir en busca de Luminem, quien se encontraba cerca de la escena del crimen.
Los bosques se presentaban tenebrosos cuando veía la luz en medio de estos. Parpadeaba, como si esta perdiera la fuerza ante el pánico que recién había ocurrido y que no iba a pasar desapercibida en las demás ciudades.
—Lumen —susurró Cin, viendo como su compañero apretaba sus puños con rabia—. Siento que mis palabras te duelan ahora, pero te avisé sobre esto y sabes quién ha sido la culpable, sabes que...
—Cállate, Cin.
Era la primera vez que veía a Luminem así. Mirada enrabiada con una luz que brillaba con fuerza que casi lo cegaba.
—Los que han muerto, por desgracia, son los padres de Luminosa. No la he encontrado en ningún momento, pensé que estaría en estos bosques, pero no la veo. No ha muerto, sé que no lo ha hecho, y sé que no ha sido Christel —murmuró Luminem mientras le miraba—. Es imposible. Nos habríamos dado cuenta. No pienses mal de ella.
—Pero Luminem, ella...
—Es mi amiga, Cin. Ten un respeto —le exigió Luminem.
Cin solo pudo quedarse en silencio, afirmando con su cabeza a pesar de sentir la rabia en su interior.
—Me encargaré de ayudarte en lo que pueda. Junto a mi elegida buscaremos la verdad.
—Bien.
Luminem se marchó sin decir nada más, dejando a Cin en silencio pensando en cómo pudo haber ocurrido.
Regresando a su ciudad, pensó en todas las formas posibles para protegerse del peligro que, por desgracia, tenía cerca suya. Pensaba en también avisar a Cuis para que convenciera a Luminem. Christel era la culpable, ¡no podía haber otra!
—¿Mi señor? Le veo muy angustiado.
Cin se giró con rapidez, viendo a Pyschen escondida tras los árboles.
—Es que realmente lo estoy —admitió Cin, soltando un largo suspiro—. Ese asesinato, debió ser culpa de esa...
—Nueva diosa, ¿verdad? —interrumpió con cuidado. Cin afirmó en silencio—. Es imposible no oír el ruido que hace, da cierto miedo su poder y lo que ha hecho en estos meses. Ahora vive allí y no ha hecho nada extraño.
—Eso durará poco cuando se descubra quién fue la asesina —aseguró Cin—, y me apuesto lo que sea a que poco a poco irá atacando a las demás ciudades.
—Por ello es mejor mantener los ojos bien abiertos.
Cin arqueó una ceja.
—Pyschen hace poco te ordené que te quedaras en la ciudad cuidando de los demás —le recordó Cin.
—Lo hice, y sé que es maleducado, mi señor, pero ¿cómo puedo ignorar el ruido que emiten? Es agresividad, es violencia y me angustié tanto por los míos que quise prevenirlos de lo peor. Sé que es maleducado y comprendo si por ello merezco un castigo.
Cin solo pudo suspirar.
—No. No es de mala educación, en verdad has hecho bien por proteger a los tuyos ante los posibles movimientos del enemigo, pero temía que te ocurriera algo.
Pyschen no supo bien cómo reaccionar, pero lo agradeció con una sonrisa relajada.
—En estos días Cuis, Luminem y yo estuvimos vigilando a Christel, aunque al final me he quedado solo.
—¿Puedo saber por qué? —preguntó Pyschen.
—Los padres de Luminosa han muerto, al menos es lo que dice Luminem —explicó. Pyschen arqueó la ceja, escondiendo un poco sus manos—. Y sabes que Luminem conoce cuantos viven y mueren de su raza. Se está poniendo nervioso y me angustia que crea que a lo mejor alguien le ha traicionado.
—¿Alguien que los traicione? Si dijera eso, Luminem estaría perdiendo la cabeza —respondió Pyschen con firmeza. Cin agachó la cabeza y afirmó con suavidad—. Ha sido Christel, no puede haber otra. —Se quedó en silencio por unos segundos, pensando sus palabras mientras miraba hacia la izquierda—. Si no le es problema, yo podría...
Cin levantó un poco su cabeza. Las hojas caían con suavidad y cuando tocaban el suelo, se deshacía en pequeños trozos que componían parte del camino donde se encontraban. De normal eso no ocurría y solo traía malas noticias.
Tras unos segundos, Cin volvió hablar:
—No puedo darte una tarea tan peligrosa.
—Cin, solamente es escuchar, dudo mucho que me encuentre —trató de convencerle.
—No, me niego, ¿y si te encuentra? ¿Qué le dirás?
Pyschen subió un poco sus hombros.
—Diré que estaba curioseando, no hay nada de malo para alguien como yo observar, ¿verdad?
Cin negó rápidamente.
—Te hará daño y eso es lo último que quiero.
Pyschen suspiró algo cansada.
—Cin, he sido capaz de ayudar en muchísimos problemas, déjame ser útil, aunque sea un poco para demostrar que puedo serte de gran ayuda, que puedo estar a tu lado y luchar contra esa posible amenaza —explicó Pyschen. Cin agachó la cabeza con temor—. ¿No decías que los demás deberían entrenar y usar sus poderes? Creo que yo también debería hacerlo, sabes que mi poder del ruido es irregular y, aun con eso, pude saber que esa diosa era un maldito problema.
—Tienes razón, muchísima razón —murmuró Cin—, pero si te descubre...
—Cin, me he metido en varios problemas y siempre he salido victoriosa, ¿sabes por qué? —preguntó Pyschen con una confianza que se hizo visible por unos segundos, algo que a Cin le logró sorprender—. Siempre tengo el don de salirme con la mía y saber cómo hablar con los demás. Dudo que esa diosa me haga daño por solo curiosear, ¿entiende?
Había un detalle que Cin había ignorado. La sonrisa blanca y amplia de Pyschen que a veces se le escapaba cuando lograba conseguir sus objetivos a pesar de su torpeza. Admitía que era escalofriante, pero ahora...
—Pyschen —llamó Cin en un susurro—, tengo una misión para ti.
—Estoy dispuesta a lo que sea, mi señor.
En el otro lado de la montaña, en las profundidades, unas botas con tacón pisaban con seguridad los puentes de madera que llevaban hacia las minas de Custió. La mujer miraba atenta, asegurándose de que todo estuviera en orden a la vez que se encargaba de ayudar a los mineros.
De pronto, pudo escuchar unos pasos apurados, haciéndola girar para ver al sujeto protegido por unas ropas que le ayudaban a evitar el polvo.
—Ànima, siento molestarla, pero es de urgencia que venga, por favor —le pidió el hombre, viéndose el miedo en sus ojos.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ànima.
—H-Hay una Lumos en uno de nuestros carros de la ciudad.
No dudó ni un segundo en seguir al hombre, adelantándole para ver a varios Cutuis mirando la carreta iluminada.
—¡No os acerquéis! —avisó Ànima—. Intentad buscar luz, ¡rápido! Puede servir una antorcha o las semillas de luz, ¡apuraos!
Obedecieron de inmediato, dejando sola a Ànima para encontrarse en la carreta a una joven chica de cabellos dorados dormida en esta, como si nada le importara a su alrededor más que el sueño que estaba teniendo.
—¿Cómo es posible esto? —se preguntó mientras miraba a un lado a otro, dándose cuenta que la carreta solo tenía una vía, la cual esta tenía conexiones con el exterior—. ¿Es una broma de mal gusto? ¿Por qué harían algo así de cruel?
Sus dudas pronto serían resueltas cuando la chica abrió poco a poco sus ojos, soltando un bostezo suave mientras estiraba sus brazos. Sus miradas pronto se encontraron, quedándose en silencio.
—Uhm... Esto no es mi casa —habló con una vergüenza visible en sus mejillas.
—No, no lo es. Estás en Custió —respondió Ànima con educación—. ¿Puedo saber que te ha ocurrido? Si es que recuerdas algo.
—Pues... yo tenía una actuación muy importante, una que iba a dar la opción de ser la elegida de Luminem —recordó, poniendo la mano en su barbilla—, pero de repente tuvieron que cancelarlo todo y nos pidieron irnos a nuestra casa. A partir de ahí todo se me hizo borroso.
Los ojos de Ànima se abrieron en señal de temor.
—¿Eres Luminosa?
—Ah, sí. Soy Luminosa —respondió con una sonrisa tímida—. Perdón por no presentarme. ¿Usted quién es?
—Soy Ànima —respondió, viendo como los ojos amarillos de la chica se abrían más, iluminando el lugar. Esto le dolió a Ànima, apartándose un poco.
—P-Perdón. ¿¡De verdad que eres Ànima?! —preguntó Luminosa, disminuyendo la luz de su cuerpo—. Escuché bastante sobre ti, ¡eres la Cutuis que conoció a Luminem y que logró la alianza entre los dioses!
—S-Sí —murmuró Ànima, sintiendo cierto alivio—. Escúchame bien, Luminosa, lo más óptimo es que te lleve a un lugar más seguro, uno donde puedas descansar mientras aviso a mi diosa sobre esta situación, ¿comprendido?
—Oh, claro. Tiene sentido. Mis padres tienen que estar preocupados por mi repentina desaparición —murmuró Luminosa, viéndose la intranquilidad en sus ojos.
Ànima solo pudo suspirar, dándole la mano a Luminosa.
—Tranquila, por ahora déjame ser tu guía por este lugar y llevar a un sitio más seguro —añadió, viendo como Luminosa como se alejaba un poco.
—¿Estás segura? N-No quiero hacerla daño.
—No lo harás —respondió Ànima con una sonrisa confiada—, y creo que es un poco irónico cuando estás en Custió. La que está en peligro eres tú, por ello quiero llevarte a un sitio más cómodo y seguro que este.
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