Capítulo 11: Admirar la paz.

En medio de la sala, la pequeña Blutig observaba todo con gran atención. Sus ojos bien abiertos le permitían analizar las actitudes que tenían. No lo consideraba un poder, sino un don que le permitía saber más o menos lo que podían pensar los demás según la posición que tenían.

—S-Se ve muy adorable —intervino Luminem, intentando romper el silencio incómodo—, ahora entiendo porque pediste reunirnos a todos.

—Sí, y me imagino que se lo informarán a Cuis —supuso Christel mientras se acercaba a ella.

«¿Por qué tanto miedo?», pensó Blutig para luego mirar a su madre. Todos esos sentimientos positivos estaban cubriendo el alma de un ser que estaba intentando revivir. Agradecía ser creada en este mundo, pero a su vez ¿qué se le pasaba en la cabeza de su madre?

—¡Tenía la intención de invitaros! ¡La ceremonia se celebrará muy pronto y quiero que estén presentes en ese día! —explicó Christel con ilusión.

—¡Oh! ¡Qué bien! —respondió Luminosa, una de las pocas que pudo despertar de sus pensamientos para responder—. Creo que todos aún estamos impactados. Es una noticia que nadie se esperaba.

—Lo sé y lo siento, algunos recién me conocen y capaz les pilló desprevenidos, pero de verdad quería expresarlo con gran emoción —aclaró mientras daba pequeñas palmadas con sus manos—. En cuanto a los problemas que hay, contaba con que Kemi nos pudiera ayudar, ya que él, aparte de ser un Drasino, es el dios de la naturaleza.

Algunos miraron sin querer a Kersmark, un gesto que le pareció gracioso a Blutig, aunque no se rió.

—Cuento con que os ayude en lo que haga falta, aunque aún tenéis mi ayuda, incluso si estoy preparándolo todo para la ceremonia —explicó Christel. Sus ojos contenían la emoción, volviéndose cristalinos.

Blutig agarró la mano de su madre para luego mirar hacia los demás. Se fijó en la joven Lumos que acompañaba a su dios. Según veía tras sus ojos, parecía estar confundida, pero con una ilusión que estaba presente en su sonrisa.

«Parece comprender a mi madre, aunque teme que todo esto se vuelva peligroso con los problemas que tienen», pensó.

En medio de su análisis, vería como Luminem quería hablar. Sus gestos eran cautelosos, como si no quisiera enfadar a su madre, y hacía bien.

—Entiendo que quiera casarse, es algo que nadie se lo niega, pero ¿no cree que es un poco pronto todo esto? —preguntó Luminem.

—¡Lo que mi amigo quiere decir! —intervino Cin un poco nervioso mientras se acercaba a Luminem—. Es que todo es muy espontáneo, ¿cuánto tiempo se conocen? Pensé que eran simples amigos.

—Ah, nos conocimos muchísimo antes. Como dije, yo vagué por el universo hasta que pude acceder al código 004, encontrándome con Kersmark y con una de sus recientes creaciones... ¿Cómo se llamaba?

Al hacer la pregunta se giró hacia Kersmark, notando sus dientes apretados y sus ojos cansados.

—Dejémosle como el peor experimento posible, una esperanza envuelta en revolución —respondió Kersmark—. Alguien de poca importancia.

Christel sonrió con calma para luego seguir hablando:

—El caso es que le ayudé a reconstruir su ciudad y en ese tiempo entendí un poco como ser dios entre otras, por eso quise crear mi propia raza y, con el tiempo, fuimos siendo mejores amigos hasta... ser pareja.

Blutig vio diversas reacciones y pensamientos que, si bien no podía leer, se hacía una idea de lo que podían pensar.

Luminem creía que todo esto era una inmadurez, al menos lo veía en cómo sus movimientos sus hombros se volvían tensos junto a su sonrisa forzada en su rostro. Por otro lado, Luminosa estaba con los ojos bien abiertos. Después observó a Cin, estaba inmóvil, intentando no ser demasiado expresivo al igual que su órbita experta.

«Mi madre me dijo que se llamaba Pyschen —recordó Blutig, frunciendo un poco el ceño—. Está muy tranquila a diferencia de los demás».

—La verdad es que es una historia muy bonita y me alegra que hayan tomado esa decisión —continuó Luminem dando una palmada suave con una sonrisa nerviosa—. Será un honor ir a la ceremonia, no dudaré en avisar a Cuis en cuanto pueda.

—¡Genial! Quiero que sea una ceremonia inolvidable —expresó Christel con gran ilusión. Se acercó a Kersmark y a su hija para mirarlos con una sonrisa cariñosa—. En cuestión de cuatro o cinco días tendremos todo listo.

—¡Entonces no interrumpimos más! —gritó Kemi de golpe—. Creo que ante algo así, es mejor solucionar los problemas que hay, y quiero aportar en lo que pueda ante esta situación.

Las miradas hacia Kemi no tardaron en aparecer. Blutig lo veía con interés, viendo dos bandos: Desconfianza y esperanza.

—¡Genial! Entonces me pondré con lo que queda, ¡muchas gracias y espero veros allí! —terminó Christel con una ilusión notable, una que no logró relajar a los presentes.



Poco tardaron en marcharse, dejando solos a Christel, Kersmark y Blutig. Detrás Lihuco estaría siguiéndoles, asegurándose de que nada les ocurriera, en especial a la pequeña.

—No se lo esperaban para nada, ha sido gracioso —admitió Christel con una risa traviesa. Ambos caminaban por los pasillos largos y brillantes cuyos pasos resonaban por el gran templo—. Estoy muy emocionada, quiero celebrarlo y con ello poder disfrutar una vida contigo y con nuestra hija.

—Lo sé, pero recuerda lo que te dije, no puedo abandonar mi planeta tanto tiempo y sabes que necesito crear al guardián —le recordó Kersmark.

Christel afirmó con suavidad.

«Ya es el tercero que crearás, ¿seguro que va a funcionar? Porque lo dudo mucho», opinó Lihuco. No quería decir nada, sentía que era interrumpir una conversación de la cual no tenía derecho a hablar.

—No hay problema, podrías incluso llevar a nuestra hija, capaz le asombra todo lo que has creado en cuestión de semanas —comentó Christel para luego ver como Blutig afirmaba.

La idea de Christel le pareció interesante a Kersmark, pero a su vez le entró una gran preocupación que le hizo cruzarse de brazos.

—Puede ser, aunque también obtuve tu ayuda, no me merezco todo el mérito —respondió Kersmark.

Christel rio un poco mientras sus mejillas se volvían un poco rojas.

—Tu fuiste quien creó todo desde el principio, no te quites ese esfuerzo —respondió Christel.

—¿Siendo sincero? A veces siento que lo que hago no tiene sus frutos por completo —admitió, preocupado—. Aun no puedo crear a la órbita experta perfecta. Emerson no era suficiente y ahora se encuentra a cargo de la torre de vigilancia, y no hablemos de Zooko y sus ideas que casi destrozan mi ciudad.

«Algo me comentó Christel sobre ellos. El primero era capaz de manipular la zona de combate según los canales que sintoniza con su televisión, y la segunda era un maldito caos que podía desencajar su cuerpo y moverse a una velocidad absurda —recordó Lihuco—. Definitivamente eran peligrosos».

—Pero aun la tienes conservada bajo cuidado de Skylar, ¿no? —preguntó Christel.

—Sí, aún sigue vigilada bajo mi sirvienta, la más leal por el momento —respondió, poniendo su mano en la barbilla—. Quería tomar algunos complementos de Zooko para implementarlos al nuevo guardián.

—¿Y cómo lo llamarás?

—Merskerk —respondió con una sonrisa pequeña—. Será la órbita experta de la lealtad y la seguridad. Junto a él tengo pensado limitar mi entrada en el código 004 para que solamente robots y ciborgs puedan entrar.

«Títulos irónicos si vamos hablar sobre los anteriores guardianes», pensó Lihuco con una risa que se guardó para ella sola.

Tenía conocimientos del código 004 y su actual líder, Kersmark. Ese planeta llamado Roboie, era conocido por su avanzada tecnología en donde solamente vivían robots y cyborgs. Solo unos pocos tenían acceso al planeta, entre ellos Christel, Lihuco y, próximamente, Blutig.

Roboie no era de sus favoritos, era un lugar donde el Sol no salía ni un solo día y dependía de la electricidad y tecnología avanzada junto a los robots que se movían a sus órdenes. Todo estaba conectado a gran velocidad y eficiencia. Eran perfectos, al menos era lo que decía Kersmark.

Su motivo de crear la órbita experta perfecta ya venía desde antes de conocer a Christel. Como mencionó, el primero fue Emerson, un robot con una televisión puesta como cabeza. Un ser que, si bien era muy fuerte, Kersmark no lo consideró como el perfecto porque su poder involucraba mucho a las emociones. Por ello lo dejó como vigilante de la torre, un lugar donde se encuentra la energía e información del planeta.

El segundo guardián era el que más odiaba, no deseaba hablar sobre ella porque fue un experimento que no funcionó bien por culpa de Skylar, quien servía a Kersmark fielmente. La sirvienta tocó unos cuantos botones que no debió, provocando que Zooko —o por su nombre completo, Zookoologie—, se volviera en contra de Kersmark y lograra casi destrozar la ciudad, de no ser que Christel intervino a tiempo.

—¿Y yo no puedo entrar? ¿Ni nuestra hija? —preguntó Christel poniendo una cara triste exagerando sus sentimientos para dar pena.

—Claro que tendrás acceso, no soy tan tonto —respondió Kersmark con una risa ligera—. Al igual que nuestra hija.

—Qué bonito. —Christel abrazó de un lado el brazo de Kersmark mientras caminaban—. ¿Sabes? Aun me cuesta creer que les caiga tan bien, que puedan ser tan amables conmigo. Cuando los conocí me tenían miedo.

—Impones, Christel, si quisieras podrías dominar la galaxia —aseguró Kersmark.

«En eso no se equivoca», opinó Lihuco mientras miraba a los dioses, dándose cuenta que Christel se quedó en silencio y frenó sus pasos.

—¿Dominar el universo? ¿Para qué? No me sirve de nada, siempre he querido colaborar, ¿entiendes? Por eso quiero retirar mis poderes de alguna forma, devolverlos al destello. Al menos una parte, ya que quiero seguir ayudando, pero sin ser una diosa —admitió Christel.

Kersmark frenó sus pasos para mirarla con brillo azulado que para Lihuco era la primera vez que lo veía.

—C-Cariño yo... P-Podríamos buscar la solución ahora si gustas, aunque sea complicado porque sería dejar la ciudad y...

—Lihuco podrá hacerse cargo —respondió Christel sin dudar.

«Claro, cárgame el burro entero —pensó Lihuco. Suspiró y miró a otro lado con sus ojos—, pero bueno, si eso la hace feliz, es mi deber ayudarla y obedecerla».

Ser la mano derecha de Christel era un caso complicado y Lihuco lo sabía bien. Desde el momento que lo decidió, tuvo claro que debía olvidarse de su familia, aun si la veía, no podía expresarse ni hacer nada a no ser que Christel lo dijera. Era cierto que su diosa muchas veces le dejaba actuar y le pedía que fuera ella misma, pero Lihuco se conocía y no le gustaba ser una mimada o consentida. Solamente lo haría si Christel se lo ordenaba.

—Está bien, entonces nos podremos después de nuestra boda, ¿te parece? —preguntó Kersmark.

Pequeñas lágrimas cayeron de alguien que no pudo vivir como quería y que ahora, con todo bien planeado y bien hablado, podía cumplir el sueño que tanto quería. Christel no dudó darle un gran abrazo, uno del que por primera vez Kersmark no se sintió incómodo.

«Supongo que el amor hace milagros en aquellos que se consideraban solitarios para toda su vida —supuso Lihuco, sonriendo con calma—. Me alegra tanto que Kersmark se abra un poco más y pueda ser más un hombre que un robot. Capaz podemos retirar esas ideas tan locas de su cabeza».

Tras el abrazo, Kersmark miró hacia su mujer con dulzura, agarrando sus manos mientras respiraba hondo.

—Pero aún así, debo asegurarme, ¿de verdad quieres seguir adelante con ese plan?

Christel afirmó con calma.

—Sí, estoy muy segura. Quiero que mi hija herede el puesto de la diosa de la guerra.

Dentro de las profundidades de la montaña, Ànima entrenaba con la diosa Cuis sin apenas descanso. Moviéndose con velocidad y destreza, no se dejaba llevar ni un golpe, aunque para llegar a eso tuvo que recibir muchísimos puñetazos que la dejaron agotada contra el suelo, respirando con dificultad mientras Cuis la observaba con detenimiento y preocupación.

Quería que Ànima pudiera sacar su oscuridad más monstruosa, una que la haría desatar su fuerza en su esplendor, pero sabía que eso iba a ser muy complicado porque no sentía furia, algo muy extraño al haber pasado una vida un tanto complicada.

«¿Por qué te limitas ahora que te he dado la libertad?», se preguntó Cuis, viendo como Ànima se iba levantando del suelo con dificultad.

—Bien, Ànima. Atácame con todo. Sin compasión. Sin miedo —exigió Cuis.

Vio como a Ànima le temblaban los brazos de nuevo, algo que carecía de sentido. Se fijó más en sus gestos. Cerraba en ocasiones sus ojos, apretaba sus labios y luego sus puños. Respiraba angustiada, quería incluso llorar. Era como si algo en su interior estuviera torturando, limitándola.

—¿Se puede saber por qué no atacas, Ànima?

Ànima le miró como mejor pudo, respirando con dificultad.

—Mi señora, yo...

—Llevas así algunos días en los que eres incapaz de atacar. Desde que te dije eso, parece que te has limitado más en vez de atacar. ¿Se puede saber qué te ocurre?

Ànima miró a otro lado, sintiendo vergüenza de sus acciones.

—Yo...

—No quiero suponer mal, pero llevas así desde que se marchó Luminosa, ¿acaso tienes miedo de hacer daño?

—Uhm... S-Sí... —admitió Ànima, agachando la cabeza.

Cuis la miró con los brazos cruzados, soltando un suspiro cansado para luego ponerse enfrente suya, obligando a que la mirara.

—Te entiendo —respondió Cuis, calmada. Ànima parpadeó varias veces sus ojos—. ¿Crees que no lo vi? Noté esa amistad, posiblemente un amor. —Ànima sintió una gran vergüenza en todo su cuerpo y agachó la cabeza, pero Cuis se lo impidió tomándola del mentón—. Oye, yo también lo estoy, ¿sabes con quién?

—¿C-Con L-Luminem? —preguntó Ànima. Cuis afirmó con suavidad—. ¡¿En serio?!

—A lo que quiero llegar es que no debes tener miedo, si lograste controlar la oscuridad cuando estabas con Luminosa, significa que puedes controlar la oscuridad en todo momento y no dejarte llevar por su contraparte, el descontrol —explicó Cuis—. Este poder, por desgracia, puede sacar a la parte más desquiciada, una que es un gran problema, pero confío en ti, confío en que tu puedas controlarla y saber utilizarla.

—¿Y si no lo hago?

Cuis soltó un suspiro largo.

—Ànima, órbita experta de la oscuridad —pronunció Cuis con seriedad, haciendo que la mencionada se pusiera firme—. ¿Cómo puedes dudar de ti misma con todo lo que has aguantado? Sé que podrás dominar bien el poder que tienes de tu lado, ¿por qué piensas que no debes tenerlo? ¿Por qué te limitas?

Lágrimas cayeron de las mejillas de Ànima, Cuis creía que serían negras como su poder, pero le impactó ver que eran transparentes. Algo imposible en su raza.

—Hay una voz —comenzó Ànima a explicar—, un ruido, un sonido que se repite, que siempre me dice que soy culpable de todo. Me dice que la dejé morir, que dejé que todo el caos la inundara.

El rostro de Cuis pasó a uno más serio.

—Me culpan diciéndome que querer la oscuridad no fue una buena idea, que tendría que haberme alejado, quedarme quieta y no ser nada ni nadie en este planeta. Me dicen que mi alma no es la de un Cutuis, sino la de alguien que busca terminar una misión —explicó Ànima con cierta dificultad, tratando de controlar sus lágrimas. Cuis estaba sintiendo una ira inexplicable—. Esa voz es distorsionada y siempre me dice que voy a estar maldecida. Que intentarlo es inútil.

—Se acabó.

Cabreada como nunca, Cuis tomó la mano de Ànima para salir de su ciudad. ¿Qué estaba tramando Cin? ¿Por qué envió esa voz en la mente de Ànima? ¿Qué estaba planeando?

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