Capítulo 10: Nacida entre ilusiones.
En el templo de Linee, Luminem se encontraba caminando a modo de desperezarse. Esta noche le costó dormir, no solo por el entrenamiento que tuvo con Luminosa, sino por las pesadillas que amenazaron su descanso.
Escuchaba susurros, gritos y voces pidiendo su ayuda, advirtiéndole de un peligro, pero que no comprendía sus palabras porque le hablaban en otro idioma. Suspiró, mirando hacia el exterior para sentir el aire fresco de la mañana mientras pensaba en todo lo ocurrido, sintiendo un escalofrío.
—Tendría que buscarlo a ese sujeto. Tendría que...
Pasos apurados se escucharon a sus espaldas que logró captar su atención. Al girarse, vio a Luminosa correr hacia él con un rostro bastante angustiado.
—Luminosa, ¿qué ocurre? —preguntó Luminem.
—Varios de los Lumos guardias me han hablado, se ve que han recibido noticias por parte de los Cineos —explicó Luminosa, intentando respirar a la vez que pequeñas lágrimas caían—. Han muerto varios Cineos en los bosques y no solo eso, también los Criseis de la ciudad Crisea.
Luminem inspiró hondo, manteniendo la calma.
—Iremos con Cin y luego con Christel. Es hora de que ellos dos se hablen y con ello reforzar alianzas.
—¡De acuerdo!
Los ríos que bajaban por la montaña se iban desbordando cada vez más, llenando las cascadas cercanas a la ciudad de Seriu, donde justo se dirigía. El día se presentaba caluroso a pesar de las noticias que recién habían recibido.
Luminosa miraba todo con sus ojos bien abiertos. Era la primera vez que veía la ciudad, y Luminem no le culpaba de que tuviera curiosidad. Lo único que le pedía era que no se distrajera.
Pronto llegaron al punto donde Cin solía meditar en silencio, pero en esta ocasión no parecía haber nadie.
—Qué extraño. ¿Por qué no está aquí? —se preguntó Luminem en alto—. Capaz se ha ido por Christel. No puede ser, por Soal. —Miró de reojo hacia Luminosa para soltar todo el aire—. Sígueme.
Luminosa afirmó y corrieron a la mayor velocidad posible hacia los bosques invernales, cercanos a la ciudad Crisea.
«Cin, te pido por favor, no hagas ninguna maldita locura», pidió Luminem.
Los bosques eran profundos y de distintos colores azules, blancos y grises. Las emociones que transmitían retiraban cualquier emoción positiva, manteniéndose alerta hasta que frenaron sus pasos para buscar a Cin.
Por mucho que lo llamara u observara a su alrededor, no obtendría ninguna respuesta a cambio, lo que colmaba la paciencia a Luminem mientras avanzaba una vez más.
«¿Dónde te has metido? Dime que no te has ido con Christel. Dime que no has ido solo contra esa amenaza de los bosques».
Seguía buscando hasta que notó que su elegida no la estaba siguiendo. Se giró, encontrándose a Luminosa con su cabeza mirando hacia una de las ramas de los árboles. Pequeñas lágrimas blancas caían como si hubiera visto algo que la dejaba sin aire.
—¡¿Luminosa?!
No dudó en ir su dirección para abrazarla y apartarla. Ante esto, miró el rostro de Luminosa, encontrando el humo de colores oscuros y grisáceos que se desvanecía con rapidez.
«¿Qué es esto?», se preguntó, girándose en dirección a las ramas que miraba Luminosa. Tragó en seco cuando los ojos blancos de mirada carente de compasión se fijaban en ellos.
—¿¡Qué haces atacando a alguien de nuestra raza?! —chilló Luminem en ira.
No quiso escuchar la respuesta, juntó sus manos para apuntar hacia la mujer escondida entre las ramas, creando una esfera de luz en su dirección para luego moverse con rapidez para intentar pillarla desprevenida. Se encontraba a sus espaldas, listo para inmovilizar, pero no se esperó ver varias lanzas de ruido mientras desviaba la esfera de luz con un escudo.
—¿¡Pyschen?!
—¡¿Qué haces tú aquí?! ¿¡No ves que esta zona es peligrosa?!
Luminem tuvo que apartarse de las ramas al igual que Pyschen. Una vez en el suelo, vería como Pyschen tenía pequeñas lágrimas.
«Se habrá creído que era el enemigo, pero ¿cómo? Mi brillo destaca sobre cualquier cosa», pensó Luminem, frunciendo un poco el ceño.
Cuando quiso hablar, sintió algo a sus espaldas. Se giró, viendo como Cin iba en su dirección moviéndose con rapidez.
«Se separaron para buscarla. Cin, por el amor a Soal, ¿cómo se te ocurre esta locura?»
—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó Cin mientras guardaba su espada de ruido.
—Esa maldita pregunta la debería hacer yo —contestó Luminem. Miró a Luminosa—. ¡Tú maldita órbita experta dañó a mi órbita novata!
La agarró con cuidado, asegurándose de que pudiera respirar como antes. Cin no sabía bien cómo actuar, pero sí miró a su guardiana con decepción.
—Pyschen, ¿qué le has hecho a Luminosa? —preguntó Cin.
Pyschen miró a otro lado con sus ojos.
—La ataqué creyendo que era la amenaza —murmuró.
—¡¿Cómo puedes confundirte de esa manera?! —chilló Luminem, perdiendo cada vez más rápido los nervios—. Dime que se puede retirar ese ruido que le has dejado.
—Sí puedo, pero...
—¡HAZLO, AHORA!
Ante su mandato, Luminem pudo ver algo inusual en la cabeza de Luminosa, un humo entre oscuro y grisáceo seguido de unos hilos que rápidamente se disolvieron. ¿El ruido también se representaba en hilos?
—Lumen, no sabíamos qué Luminosa era tu órbita novata, yo solo...
—¡Eso da igual, Cin! ¡Cómo si fuera un civil más de mi ciudad! ¿¡A quién se le ocurre atacar así a alguien?! —interrumpió Luminem aun enfurecido. Tenía a Luminosa de su lado, intentando calmarla como mejor podía, pero no reaccionaba aún.
—L-Lo s-siento.
A Pyschen nunca le costó tanto decir esas disculpas, se notaba por desviaba la mirada junto a sus labios temblorosos.
—Ya... —Luminem miró a otro lado, intentando calmarse. Tomó aire y miró de nuevo a Pyschen para hablar una vez más—: ¿Acaso no os dais cuenta de vuestras acciones? ¿No os dais cuenta que estamos juntos? Tenemos la maldita alianza.
—Lo sé, Luminem —intervino Cin—, pero quería acabar con esto de una vez, más cuando me enteré que varios de los míos murieron.
—Y no solo los tuyos, Cin, sino que los de Christel también —aclaró Luminem, viendo como Cin se sorprendía ante esas palabras—. Creo que lo más prudente es ir juntos para evitar que el problema sea mayor, ¿no crees?
—Ti-Tienes razón...
Pronto Luminem sintió como Luminosa iba despertando. Se quejó con delicadeza mientras intentaba levantarse. Tras eso observó a Pyschen, quien aún estaba en silencio sin mirar a nadie.
—Nu-Nunca he visto a alguien tan fuerte como Ànima. ¡Eres una órbita experta impresionante! —admitió Luminosa, tomando por sorpresa sus palabras—. Debiste practicar mucho para conseguirlo.
Pyschen la miró de reojo con el ceño fruncido.
—No te entiendo. Te hice daño, tendrías que estar enfadada conmigo —respondió Pyschen.
—Bueno, admito que me asusté ante ese ataque, pero sé que fue una confusión, si no estaríamos aquí tranquilos hablando —intuyó Luminosa.
Pyschen no era la única que no comprendía las palabras de Luminosa. Cin se quedaba en silencio con los ojos bien abiertos mientras que Luminem se fijaba en ella con detenimiento.
«Demasiada positividad —pensó Luminem—. Demasiada bondad».
—A-Aun con ello, siento haberte hecho ese daño —se disculpó de nuevo Pyschen.
Luminosa negó y, con ayuda de Luminem, se levantó.
—Me encantaría aprender y entrenar contigo, si es posible —pidió Luminosa—. Creo que juntas podríamos ser una gran ayuda para nuestros dioses.
Luminem soltó un suspiro largo
—Ahora mismo tenemos mucho de qué hablar Luminosa, luego podremos considerarlo, ¿te parece? —preguntó Luminem.
—¡Entendido!
Cuando Luminosa se levantó del suelo, miró hacia Cin con seriedad, cruzando sus brazos.
—Hace mucho que no nos vemos, Cin. Me imagino que querrás saber qué ocurrió, ¿no? —preguntó Luminem.
—No del todo, Pyschen y Ànima me explicaron todo lo que pudieron —admitió Cin—, aunque no tengo problema en que me digas qué pasó con Christel, ya que te veo muy convencido de que es buena.
—Claro, pero de ser posible, me gustaría que estuviéramos en un lugar más seguro que este —pidió Luminem.
—Sé el sitio ideal.
No tardaron en llegar a las cascadas cercanas a Seriu. Allí, Luminem les explicó toda la verdad a los presentes, dejándolos boquiabiertos.
—¿U-Una h-humana? —preguntó Pyschen.
—Es lo que nos dijo, tomó un destello y la teletransportó sin querer, viajando por el universo hasta que se quedó en medio de este. A modo de supervivencia, lo absorbió, y es lo que veis ahora mismo —respondió Luminem.
Pyschen miró sus manos.
—Eso es peor, muchísimo peor —murmuró Pyschen—, ¿es que acaso no sabéis los rumores sobre esa raza?
—Claro que lo sabemos, son un tanto conflictivas y que se dejan llevar por el poder, pero yo no vi eso en ella.
—¡¿N-No?! —preguntó angustiada—. Luminem, siento ser mal educada e imprudente con mis palabras, pero parece que se olvida con gran facilidad lo que hizo ante la primera vez que nos encontramos junto con Christel y Lihuco.
—Sí, lo sé, lo recuerdo bien, pero discutiste en el momento menos indicado y eso era romper los nervios de Christel —explicó Luminem.
—E-En eso le doy la razón, pero ¿no cree que es preocupante ese poder? Solo fue su presencia, no se movió ni hizo nada más. ¿No cree que eso da mucho sobre qué pensar?
—Veo que mis palabras no van a servir mucho a no ser que veáis por vuestros ojos que Christel no es una mujer peligrosa para nosotros, sino que una gran ayuda —explicó Luminem un poco irritado.
Cin sintió un escalofrío en sus espaldas.
—¿Cree su historia? ¿Cree en ella, Luminem? —preguntó Cin.
Luminem afirmó.
—Sus sentimientos y su manera de actuar me lo dejaron claro, su título como diosa de la guerra no es porque sea alguien violenta, sino porque estuvo luchando siempre por sobrevivir y proteger a los suyos.
Luminosa miró hacia su dios con admiración.
—¡Oh! Me encantaría conocerla, tengo curiosidad de saber cómo es —admitió Luminosa con emoción.
Pyschen la miró con un rostro serio sin creerse sus palabras, mientras que Luminem soltó un suspiro largo.
—Me temo que la opción de conocerla será compleja, aparte, quiero que te mantengas con Pyschen y Lihuco, es un tema que Cin y yo tenemos que arreglar con Christel —decidió Luminem.
Luminosa soltó un suspiro largo para luego ver como Pyschen se quedaba en el sitio con un rostro confuso e intranquilo.
—Está bien, Luminem —intervino Cin—, iremos, pero solo un intento. Nada más.
Luminem sentía un puñal en su hombro. Su corazón bombeaba con fuerza mientras miraba el suelo durante unos segundos. Respiró hondo, mirando a su alrededor hasta que se encontró con la mirada de Pyschen que también expresaba los mismos sentimientos que tenía.
—Pyschen te pediré un favor importante —habló Luminem con firmeza—. Sé que Luminosa es alguien curiosa y estará mirando por todos lados, por lo que te pido que vayas con ella y la cuides, ¿te ves capaz de ello?
Pyschen se quedó atónita, sin saber bien qué decir.
—No te atormentes por lo ocurrido antes —aclaró Luminem—. Confío en que puedes cuidarla como si fuera tu hermana.
Y ante esas palabras, vio como Pyschen abría sus ojos como si le hubiera dado en algún punto débil. Aun con ello, afirmó con lentitud.
—Entendido, señor Luminem. Todo estará bajo control.
—Gracias.
No tardaron en llegar a la plaza principal de Crisea. Mantenía aún la decoración que dejó fascinada a Luminosa. Intentó no ser imprudente, más cuando pronto se encontraron con la órbita experta de Christel.
—¡Hola Lihuco! —saludó Luminosa con una sonrisa.
La mencionada se giró, mostrando una leve sonrisa.
—Qué bueno, estáis casi todos aquí —comentó Lihuco—. Christel iba a buscaros, pero esto hace que resuelva muchas tareas, aunque falta la diosa de la oscuridad.
—Cuis está ocupada, pero no creo que sea un problema, más si Christel conocerá al fin a Cin. Creo que es al dios que más le interesa conocer, ¿no? —preguntó Luminem.
—Sí... Justo en esta situación —respondió Lihuco con calma, mirando a cada uno de ellos hasta que sus ojos mostraron desprecio por Pyschen—. Seguirme, por favor.
Durante la pequeña caminata hacia el templo, Luminosa se movía sin parar de un lado a otro. En ocasiones se acercaba a Lihuco, haciéndole varias preguntas sobre su hogar.
—Luminosa, me temo que estas preguntas no podrán ser respondidas ante un día tan importante como hoy —comentó Lihuco con firmeza.
—Oh, entiendo. Lo siento —respondió con timidez.
—Aun así, luego de todo esto, estaré encantada de responder tus preguntas —aseguró, guiñandole el ojo derecho.
Luminosa mostró una gran sonrisa.
—¡Genial! —respondió, y a punto de moverse, sintió un agarre en su mano—. ¿Uh? ¿Pasa algo, Lihuco?
—Cualquier cosa inusual que veas, avísame —susurró con total seriedad, desviando su mirada con discreción hacia Pyschen
Sin querer tragó saliva para luego afirmar.
«Es cierto que Pyschen y Lihuco se odian porque creen que una u otra es la asesina de mis padres y de todo este desastre —pensó, mirando de reojo hacia Pyschen, que se encontraba cerca de Cin—, pero ella no me parece alguien mala, sino demasiado seria, capaz incomprendida».
Poco tardaron en llegar al templo donde se encontraba Christel, yendo hacia la sala donde se encontraba. Luminosa, distraída y emocionada como siempre, se alejó del grupo para explorar uno de los pasillos que pudo ver a su izquierda.
Se movía con emoción, buscando todo su alrededor los nuevos objetos que se encontraba. Estatuas, vasijas hechas de distintos materiales, muebles hechos de mármol o madera refinada como el suelo del cual a veces se deslizaba como si fuera hielo.
Corriendo sin parar, pudo escuchar una voz joven que no era nada parecida a las que escuchó antes. Emocionada, encontró a lo lejos con un hombre de gran altura de vestimentas azules. Se quedó boquiabierta, ¿esa voz era suya?
Sus pasos poco discretos provocaron que ese hombre se volteara, pero no lo haría solo porque a su lado se encontraba una joven niña de ojos rojizos. Ambos la miraron confundidos, obligando a que Luminosa frenara sus pasos.
—¿Quién eres? —preguntó, empleando un tono grave y poco natural.
Se dio cuenta que no debía estar ahí, menos con esa niña cuya vestimenta era alargada de colores rojos que combinaban bien con su cabello anaranjado que cubría su ojo derecho.
—Yo, ahm...—Tembló sin parar, intentando contener las lágrimas para al final gritar arrepentida—: ¡Lo siento mucho!
Pero cuando inclinó su cuerpo hacia delante, escuchó un ruido inusual que la obligó erguirse, viendo un humo grisáceo que se adentraba al cuerpo del hombre inusual. No parecía inmutarse, aunque si miraba a Luminosa con el ceño fruncido, cruzando sus brazos mientras apretaba sus dientes.
—¿Crees que es de educación...?
No dejó que terminara sus palabras porque Luminosa se escapó con rapidez. En medio de los largos pasillos resbaladizos, pronto se encontró con Pyschen. Frenó sus pasos para acercarse, encontrando su mirada perdida y manos temblorosas.
«¿Qué le pasa? —se preguntó, acercándose poco a poco, viendo sus manos para intentar agarrarlas, pero hacerlo le generó un corte en sus dedos. Los dedos de su compañera eran como agujas que movían en su interior varios hilos—. ¿Qué son estos hilos? Parece que teje algo con ellos, ¿una habilidad especial de la raza del ruido?».
—¿P-Pyschen? ¿Estás bien? —preguntó Luminosa.
Pyschen no paraba de llorar, pero no solo eso, sino que parecía escaparse unas sonrisas nerviosas que jamás había visto hasta ahora. Luminosa sentía escalofríos en toda su espalda.
—C-Con qué estás aq... —tartamudeó Pyschen. Miró hacia el suelo, viendo un muñeco de colores azules. Pronto reaccionó, más cuando Luminosa iba agarrar sus manos de nuevo—: ¡Asqueroso! ¡No me toques! ¡Odio el contacto!
—¡Perdón! Es que te vi ahí preocupada y no sé si te pasó algo grave —admitió Luminosa, dando unos pocos pasos hacia atrás—, aparte, he visto a alguien junto a su hija y...
—Luminosa —interrumpió Pyschen con seriedad, viéndose en sus ojos blancos iban apareciendo líneas grisáceas que parecían formar su pupila—, vamos con los demás. Si tardamos nos echarán la bronca.
—A-Ah, sí señora.
—¿Q-Qué has dicho? —preguntó Pyschen, sintiendo un escalofrío en sus brazos.
Luminosa ladeó su cabeza hacia la derecha.
—Ehm... perdón, Pyschen.
Hubo un silencio incómodo, segundo de un suspiro largo.
—D-Da igual, movámonos.
En el otro lado del templo, Luminem y Cin se encontraban con Christel. Su conversación era inusual porque la diosa decía que quería presentarles a alguien especial. Luminem creía que era Kersmark, pero sus suposiciones eran erróneas cuando vio a un sujeto totalmente distinto.
—Lihuco, ¿puedes buscar a Pyschen y Luminosa? Quiero que estén presentes en todo lo que voy a decir —pidió Christel.
—Como diga, mi señora.
Mientras Lihuco se marchaba, Luminem y Cin no paraban de observar al hombre de orejas similares a un zorro, con vestimentas verdosas que parecían involucrar con la naturaleza.
—Es una historia curiosa, pero él es Kemi, y proviene de otro sistema —explicó Christel. Luminem y Cin se quedaron atónitos ante esa información—. Llegó aquí sin apenas fuerza, siendo adoptado por la naturaleza.
Cin apretaba sus puños, deseoso de decirle todo a la cara, pero Luminem frenó sus pasos.
—¿De otro sistema? —preguntó Luminem hacia Kemi, quien cruzó sus brazos con calma.
—Sí, lo soy, y me he enterado un poco de vuestra situación gracias a que Christel y la naturaleza me lo explicaron —explicó Kemi—. Yo...
—¡Tú eres el asesino! —gritó Cin sin poder contenerse más—. ¡Tú mataste a esos civiles! ¡¿Verdad?!
Para cuando sus palabras salieron sin control, Pyschen, Luminosa y Lihuco habrían llegado, viendo la tensión en la que estaban envueltos.
—No, no fui yo, Cin —respondió Kemi con calma—. Si bien es cierto que llevo cuatro años viviendo aquí, nunca hice nada porque estaba debilitado. Era la naturaleza la que siempre me cuidó y me escondía de vosotros.
—¡¿Cómo me voy a creer eso?! —gritó Cin, enrabiado.
—Le puedes preguntar a la propia naturaleza o puedes darte cuenta de que mis rasgos en verdad, no son los de un animal cualquiera —respondió Kemi.
Luminem se dio cuenta de que los rasgos de Kemi no eran cualquiera, sus facciones eran más duras y robustas. Era fuerte, se veía por sus brazos y piernas musculadas, aparte, se había dado cuenta de un detalle importante en su cabello verdoso, y es que tenía dos cuernos negros destrozados.
—Eres... ¿Eres un Drasino? —preguntó Luminem—. ¿Eres un ser de la raza de insensibilidad?
—Así es —confirmó Kemi, aunque no se veía muy orgulloso de decirlo—. Dije que era de otro sistema, uno donde me desterraron. Yo vine aquí malherido y me cuidaron durante ese tiempo. ¿Tendría sentido hacer daño a otros seres cuando estuve oculto por la naturaleza?
—¿Fuiste testigo de los asesinatos? —preguntó Luminem, ansioso.
—No diría testigo directo, pero sí puedo hablar con la naturaleza para saber qué ha ocurrido. Saber la verdad que tanto os angustia —aseguró Kemi. Aun con ello, se encontraba con miradas poco amigables—. Veo aún la desconfianza.
—¿Qué me asegura que la naturaleza mienta ante nosotros? —preguntó Cin.
Kemi arqueó la ceja.
—Veo que no eres muy consciente de que la naturaleza siempre actúa por el bien, pero eso es algo que tampoco querrás creerte hasta el momento de la verdad —supuso Kemi.
—Que sea ahora —exigió Cin.
Christel se levantó de repente, provocando que todos la miraran con atención.
—A mí me encantaría ir, pero quería daros una pequeña noticia que bueno... ¿Qué conveniente no? Mis festividades o celebraciones se ven opacadas por las penas —intervino con timidez.
—¿A qué se refiere, Christel? —preguntó Luminem.
—Bueno. —Respiró hondo mientras seguía con su sonrisa tímida—. Yo iba a casarme y presentar a mi hija Blutig —reveló con cierta vergüenza, logrando que la noticia dejara a todos atónitos—. ¡S-Sorpresa!
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