Capítulo 1: Orígenes.
Las risas resonaban en medio de las calles de Linee. La gran ciudad iluminada era llenada por la alegría y los espectáculos que predominaban cada semana. En lo alto de la montaña, islas flotantes se encontraban conectadas por puentes. En ocasiones eran acompañados por los seres místicos que sobrevolaban la ciudad, aportando un ambiente relajante tanto de día como de noche.
Los Lumos, seres de luz, se adaptaron a su nueva vida en el planeta Claimia. Eran tan rápidos que podían hacer tareas en cuestión de minutos. Se dedicaban al espectáculo, pero también a la agricultura, la recolección de alimentos y la construcción.
—Hoy era... ¿El décimo espectáculo? —se preguntó mientras se miraba en el espejo—. Hoy es el día donde demostraban su devoción, casi se me olvida.
Acomodaba su cabello amarillento suspendido en el aire. Se movía presumido de un lado a otro, viendo su vestimenta ligera y cómoda. Muchos imitaban su estilo, pero no le importaba porque eso le hacía saber que era admirado.
Ajustaba su visera de colores dorados y blancos que cubría sus ojos, ¿podía ver? Claro, pero si se la retiraba, cegaba a los demás porque su luz era muchísimo más brillante que los demás habitantes.
—Mi señor, siento interrumpirle, pero pronto empezará el espectáculo —informó uno de los guerreros leales.
Girándose, sonrió con una amabilidad y cariño que a cualquiera le podía enamorar. Ajustó su chaqueta dorada y puso sus manos en la cintura de su pantalón ancho de colores blancos.
—Podría estar más tiempo mirando qué ropa escoger, pero sería faltarles el respeto —murmuró, mirando al guerrero.
—Usted siempre está radiante, señor Luminem.
—No hacía falta tus palabras, pero se agradece —respondió Luminem con una tranquila sonrisa—. Pongámonos en marcha, hoy será un día inolvidable.
Caminaba como si flotara en el aire. Se movía con gracia y diversión, siendo un contraste para aquellos que fueron como él hace cientos de años atrás. Sabía bien en qué puesto estaba, pero ¿por ello tenía que ser un gruñón y estar en su templo viendo como pasaba el tiempo?
Siempre le encantaba ver que sorpresas le guardaban en Linee. Se habían instaurado hace poco, creando una nueva civilización en cuestión de semanas. Mientras caminaba, captaba la atención de todos los Lumos porque su poder y presencia destacaban sobre los demás, siendo respetado y alabado.
Él era Luminem, el reciente dios de la luz.
—¡Enamorarme! ¡Hacerme sentir miles de emociones con vuestro espectáculo!
Así eran los meses, Lumos que vivían en paz tras varios años huyendo de los peligros del universo. Se sentían bendecidos porque su dios les había encontrado un planeta para vivir tranquilos.
El propio Luminem admitía que el planeta generaba un aire inusual, como si la brisa le susurrara historias que le dejaban ensimismado. En ocasiones salía, encontrándose con animales que vivían desde la tierra hasta los aires. Sus favoritas eran las aves blancas de cinta roja en su pata derecha que sobrevolaban la ciudad.
—Dicen que las Ikurias conocen todo el planeta. Son expertas mensajeras, por lo que pueden ayudarnos mucho a futuro —informó uno de sus bibliotecarios, ajustando sus gafas—. También hemos descubierto reciente actividad de dragones, pero estos aparecen rara vez y no sabemos si son hostiles.
Luminem miró hacia el cielo con una sonrisa relajada.
—¿Y cree que hay más seres como nosotros?
—Es una pregunta arriesgada, señor —respondió con prudencia—. Hablamos razas desconocidas y sabe bien lo que nos ocurrió en el pasado.
—Lo sé muy bien, por ello mismo quiero cambiar ese destino —aseguró Luminem, bajando su cabeza—. Si hay más razas, pienso presentarme a ellas con intenciones amistosas. Estoy harto de esas guerras, son miles de años que han ocurrido siempre ese mismo bucle. Quiero detenerlo.
—Comprendo Luminem, pero con esas ideas no podríamos presentarnos, menos si es la oscuridad.
—Tonterías —declaró Luminem con una risa suave—. ¿Cuántas veces habré escuchado o leído que la oscuridad es el peligro para nosotros? Eso son nada más que mitos y leyendas.
—Pero, mi señor...
—Entiendo que hay que ir con cautela —interrumpió Luminem—, pero confío en que eso no serán nada más que mitos fáciles de romper.
El bibliotecario soltó un leve suspiro, afirmando con su cabeza.
—Como usted diga, mi señor.
Los días para Luminem le serían cada vez más monótonos, pero su suerte cambió cuando decidió hacer una visita a los bosques cercanos a la montaña. Su curiosidad le permitió descubrir que cerca de las cascadas grandiosas, había una pequeña civilización.
—Es mi día más brillante —comentó con una sonrisa divertida.
Se movió cual niño pequeño perdido en el laberinto de colores otoñales donde su camino pronto le llevó hacia el pequeño pueblo. Allí pudo ver la gran diferencia ya que sus hogares no eran tan altos o de materiales resistentes como Linee, sino que eran cabañas hechas de madera y paja. Todas, curiosamente, cerca del río.
Su estilo de vida no era tan divertido y frenético. Se dedicaban a la ganadería, pesca, agricultura y la recolección de alimentos, pero lo más extraño eran sus cuerpos. Parecían estar compuestos por una materia gris que se movía según el ruido que había a su alrededor. Cuanto más hubiera, más estable era su apariencia, si no, se iba desvaneciendo como humo.
—Veo que la luz ha detectado nuestra presencia.
Luminem se giró al sentir una presencia a sus espaldas. Abrió un poco su boca al ver a alguien de su especie cuyo poder resaltaba, aunque no tanto como el suyo.
—Lo malo es que no somos tan impresionantes ni llamativos como ustedes —continuó hablando el misterioso sujeto.
—He de imaginar que eres el gobernador de tu raza, ¿no? —preguntó Luminem con calma.
—No se equivoca. Mi nombre es Cin, dios del ruido, cuidador de los Cineos y Cineis —respondió con educación, poniendo la mano en su pecho—. Tenía intención de conocerlos más adelante, ya que nos hemos instaurado recién, pero me temo que no ha podido ser.
—Eso es culpa de mi impaciencia. Los rumores hacían que mis ansias no pudieran ser controladas —respondió Luminem con una sonrisa cordial.
—Es entendible, después de todo este código tan extenso puede ser aburrido si solo vive una sola raza. Es un gusto conocerle.
Le fue escalofriante ver como Cin daba su mano. Se movía de forma irregular al haber poco ruido a su alrededor. El sonido de las hojas moverse y su voz era lo que le daban vida.
Luminem había visto muchas razas, pero era la primera vez que conocía una como el ruido. Aun con ello, dio su mano para después conversar con Cin, dándose cuenta de una verdad escalofriante.
—Somos una raza muy antigua que no pudo sobrevivir a los desastres del pasado. Somos, por desgracia, los únicos supervivientes —reveló Cin con sinceridad.
—¿C-Cómo es posible? —preguntó Luminem, entreabriendo su boca.
—Los años que tuvimos no fueron agradables con nosotros —admitió Cin, bajando su mirada apenada—. Al menos este sitio parece ser nuestra oportunidad para vivir en paz.
Algo dentro de Luminem empezó a tomar calidez. Miró a Cin, sonriendo con dulzura.
—Me aseguraré de ello. Quiero que os sintáis cómodos en Claimia —respondió Luminem, viendo como Cin abría un poco sus ojos.
—No tiene porqué...
—Digo la verdad, Cin. Estoy harto de la hostilidad —interrumpió Luminem con una clara decisión en sus gestos delicados—. Os ayudaré en lo que haga falta.
Pudo encontrar la desconfianza en la mirada de Cin, pero Luminem le haría cambiar de parecer cuando, con el paso del tiempo, ofreció toda la ayuda necesaria a su civilización, y con ello, la nueva ciudad oculta entre los bosques, conocida como Seriu.
Pronto serían conocidos por los Lumos, acercándose con interés y curiosidad en donde ocurría ese intercambio de culturas que generaba más confianza entre ellos. Había que admitirlo, el lugar era la armonía perfecta junto a la naturaleza, escuchándose canciones que iban desde las más tradicionales hasta las más divertidas.
Pero, ¿cómo pudieron congeniar tan bien el ruido con la luz al ser tan temerosos? Todo fue gracias a que Cin tuvo la oportunidad de conocer Linee, viendo lo que nunca pensó que se haría realidad en sus sueños.
—Señor Luminem, déjame decirte que cumpliste un sueño que jamás vi posible. Creí que jamás vería algo tan impresionante como esto —admitió Cin, caminando cerca del templo de la luz.
—Yo no miento con mis palabras, Cin. Yo no propuse esa alianza en vano. Juntos podemos con todo, más si nuestras razas empiezan a respetarse y convivir a pesar de existir ese temor.
—Pero comprenda que es la primera vez en años que nos encontramos en un planeta que no es hostil —recordó Cin.
—Y seguirá siendo así, créeme.
Los ojos de Cin parecían brillar por primera vez, sacando una sonrisa hacia Luminem.
—A-Aun así. —Cin aclaró un poco su voz, intentando sonar serio—. Quiero crear una defensa alrededor de mi ciudad. Solo así me sentiré tranquilo.
—Previsor siempre por lo que veo —supuso Luminem.
—Uno siempre tiene que estar listo para lo peor, señor Luminem —respondió Cin con educación.
—Ya te dije que no hacía falta que me dijeras señor —contestó con una leve risa—. Y lo comprendo, pero a pesar de lo sufrido, no deberías estar tan paranoico y disfrutar de lo que tienes en cada momento.
—Comprendo su visión, pero no podré compartirla con usted —contestó Cin, observando Seriu—. Al menos sí puedo decir que disfruto de esta paz, y que siga prosperando si es posible.
—Créeme que lo mantendré siempre así, Cin —aseguró Luminem.
—¿Y podría, si no es de mala educación, saber el porqué de esa idea tan aferrada? —preguntó Cin con interés.
—Porque algo similar me ocurrió contigo, Cin. A los míos no les quedó otra que huir cuando el brillo de los códigos llamó la atención de amenazas ocultas en el espacio. Nos obligó a movernos en diversas naves hasta llegar algunos aquí —explicó Luminem, agarrando sus manos—. Por suerte, en este sistema, nadie se ha acercado por la mala fama que ha conseguido.
—Lamento que haya sufrido las consecuencias de la señal obligada en medio del espacio —habló Cin con pesar—, pero en el sistema Omega podemos estar a salvo. Su mala fama nos da cierta ventaja.
—Sí, lo sé bien —susurró Luminem, mirando hacia el suelo—. Por ahora es mejor disfrutar de esto y ver qué nos deparará el futuro. Después de todo, Claimia ya es un código. Dudo que llamemos la atención de otros seres hostiles.
—También es verdad...
Las acciones que tomaba Luminem hacían que Cin se diera cuenta que la suerte por fin le acompañaba. Al final, dejó atrás esos temores y aceptó esa alianza, una que se fortaleció en cuestión de semanas.
Hasta que descubrieron que la oscuridad estaba en el planeta.
Intentó ser discreta, pero no logró su objetivo porque Cin siempre escuchaba todo, dándose cuenta que en las profundas cuevas de la montaña había alguien.
—¿Es cierto lo que me dices? —preguntó Luminem, ladeando un poco la cabeza con intriga.
—Mis sentidos jamás me fallan —aseguró Cin.
Luminem, con una sonrisa cálida, puso sus manos en sus caderas.
—Pues habrá que darles una visita, ¿no?
—¡Pero eso sería demasiado arriesgado! —gritó Cin un poco angustiado.
—No te preocupes, Cin. Cualquier cosa os protegeré. Os lo prometo.
Cin le impresionaba como Luminem no se dejaba intimidar, ¡era oscuridad! Algo que la luz temía. Lo que no sabía era que el dios no se dejaba llevar por los mitos que rondaban por las galaxias lejanas.
Esta vez iba a cambiarlo.
Fueron a las profundas cuevas, pero no vieron nada ni a nadie, incluso se dieron cuenta de que la oscuridad no era agresiva por como parecían esconderse cada vez que la luz aparecía.
—Luminem, te temerán por mucho que intentes hablar las cosas. Es mejor no molestar, por ahora —sugirió Cin.
Luminem soltó un suspiro largo.
—Tienes razón, quizás en otro momento.
El tiempo fue transcurriendo, y un día, Luminem no pudo dormir bien por culpa de los próximos espectáculos, por lo que decidió dar vueltas en la entrada de Linee. Miró las estrellas y sonrió sin querer.
No le gustaba estar en la oscuridad, le debilitaba, pero no le importaba tomar ese riesgo. Ahí fuera veía belleza cuando la luna era acompañada por las estrellas.
—Algún día podremos conocernos. Algún día se darán cuenta —susurró con pena—. En fin. Que Soal me de fuerzas, mañana es un...
Sus palabras se interrumpieron ante una presencia débil que caminaba cerca por las montañas. Intrigado, se giró para ver a una mujer que miraba temerosa su alrededor
La emoción impactó en Luminem y apareció enfrente de ella con cuidado. Le sonrió con amabilidad y cordialidad mientras escondía sus manos en su espalda.
El cabello grisáceo de la mujer se movió con brusquedad y soltó un pequeño quejido ante su aparición. Al mover su cabello, reveló sus ojos negros que derramaban lágrimas oscuras junto a su vestido de distintos tonos grisáceos y unas botas negras con un poco de tacón.
—O-Oh por Cuis —susurró temerosa, inclinándose ante la presencia de Luminem.
—Tranquila, no pienso hacerte ningún daño. De hecho, me intriga ver a alguien de la oscuridad en esta zona —comentó Luminem con curiosidad—. ¿Podría saber tu nombre? ¿Valiente y curiosa aventurera?
La mujer, con la mano izquierda en su pecho, decidió abrir su boca para responder con mejor pudo:
—Soy Ànima, una Cutuis.
Luminem sonrió con ilusión.
—Por favor, no tengas miedo. Soy luz, pero mi intención no es hacer daño, deseaba conoceros, pero vuestra raza siempre se escondía y huía. ¿Por qué te has aventurado a ver aquí?
Ànima miró a otro lado con sus ojos, demostrando su timidez.
—Quería demostrar algo, hacerles ver la verdad, que no todo era peligro —respondió con el mayor respeto posible.
Luminem sonrió con esperanza.
—Me imagino que debes estar perdida, pero déjame ofrecerte un hogar aquí para que veas que no todo es peligro como tú dices —ofreció Luminem. Ànima lo miró atónita—. Te haré ver que la oscuridad y la luz no son enemigas como esos mitos que siempre dicen.Ànima miró a otro lado con sus ojos, demostrando su timidez.
—Quería demostrar algo. Quería hacerles ver la verdad, que no todo era peligro —respondió con el mayor respeto posible.
Luminem sonrió con esperanza. Había algunos que eran como él, que sabían que en el exterior no todo era destrucción y violencia.
—Me imagino que debes estar perdida, pero déjame ofrecerte un hogar aquí para que veas que no todo es peligro como tu dices —ofreció Luminem. Ànima lo miró atónita—. Te haré ver que la oscuridad y la luz no son enemigas como esos mitos que siempre dicen.
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