Prólogo.

Las copas rebosantes de ambrosía y otros derivados tambalearon ligeramente sobre la gran y dorada mesa del Cielo. A la cabeza, el Dios de la tierra, Shirkon, hizo el gesto de negación con la cabeza, justificado que no era él quien hacía temblar el terreno.

El aspecto del lugar había dado un cambio drástico al eliminar a los Niev y Dyrab, ya que se frenó la destrucción y los Dioses se encargaron de hacer del Cielo el lugar que era antes. La paz y la armonía reinaban en aquel tranquilo lugar, únicamente perturbada por el extraño temblor que acrecentaba a cada segundo que pasaba.

—Shirkon, ya basta. —Le reprendió Anesha, la Diosa del fuego.

—No es él. —Murmuró el Hada Myriad, también conocida como la Reina Níniel. Los cinco compartieron una mirada cargada de preocupación.

—¿Creéis que...? —El Dios del aire dejó la frase a medias, algo temeroso.

—Calla, Byshel, ni lo menciones. —Le reprendió Aysha.

Al segundo, los cinco se pusieron en pie y se dirigieron a aquel lugar que tanto temían, uno que habían estado intentando evitar eternamente. Poco sabían ellos que en esta historia nada es eterno.

Frente a la pequeña edificación subterránea de piedra, creada por Shirkon para proporcionar la máxima seguridad, los Dioses y el hada intercambiaron miradas durante unos segundos que se asemejaron a una eternidad. Ahora, ninguno tenía dudas de que el temblor provenía de aquella cripta.

—¿Cómo es posible? —Susurró el hada Myriad, sin dar crédito a lo que contemplaban sus ojos.

—Nadie que no sea nosotros tiene acceso, es literalmente imposible. —Bramó Shirkon.

Abruptamente y como si los estuvieran escuchando, el temblor del terreno cesó, regresando a la antigua calma. Sin embargo, el ambiente que se respiraba era de todo menos tranquilo.

—Alguien está reviviendo a la Diosa Nyshel. —Dejó caer Anesha, avivando el miedo en aquellas criaturas superiores.

—Eso es una locura, nadie en su sano juicio haría eso. —Replicó Byshel.

—Además, está rodeada de ónix negro, que la debilita y nos protege. —Esta vez, fue Aysha quien intentó razonar.

—Shirkon, tienes que producir más ónix negro —Ordenó el hada Myriad rápidamente—. Hay que frenarla cuanto antes.

—Pero... —El aludido parecía consternado—, la cúpula funciona con tu energía, tú la encerraste, Myriad.

—Lo sé, pero eso fue antes de que descubriéramos que el ónix negro es lo que más la debilita. Yo no puedo hacer nada más, tú sí.

El Dios de la tierra pareció empalidecer al sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

—He gastado mucha energía hoy, no voy a poder, Myriad. Lo que pides es un milagro. Además, si ha conseguido producir un seísmo de esa magnitud, lo más probable...

—No sigas —Lo cortó el hada—. Nosotros te pasaremos nuestras energías, pero debes envolverla en ónix o nos volverá a vencer y nos volverá a robar lo que más queremos. No podemos permitirlo otra vez.

Todos asintieron, conformes y de acuerdo con lo que proponía el hada.

—Está bien, tenemos que hacer un círculo y que Shirkon se quede en el centro. —La Diosa del fuego colocó a todos en su sitio e inició el ritual sin más preámbulos y sin pensar en las consecuencias que tendría en ellos.

Los tres Dioses y el hada se tomaron de las manos, rodeando al Dios de la tierra, que parecía ponerse más nervioso con cada segundo que pasaba. Cerraron los ojos y concentraron toda su energía y poder en Shirkon.

De cada persona salió un chorro de magia que iba directamente hacia Shirkon. El de Anesha era naranja, el de Byshel fue gris, el de Aysha tenía un matiz azul cielo y por último, el hada Myriad desprendía un halo mágico rosa. Al cabo de un minuto, los chorros de magia cesaron, el proceso se había completado.

Ahora, Shirkon estaba desbordado de magia, pero el resto habían quedado exhaustos, demasiado cansados como para ayudar más.

—Más vale que lo hagas bien, Shirkon —Amenazó Anesha—. Es nuestra única oportunidad.

—Lo que Anesha quiere decir es que te desea mucha suerte. —Sonrió Aysha, intentando calmar el tenso ambiente que se respiraba.

El Dios de la tierra le asintió con la cabeza, agradecido y sin mediar palabra, se zambulló en la tierra, listo para llegar a la cripta. El resto, tomaron asiento en el suelo a la espera de su amigo, tratando de recobrar algo de aliento después del exhaustivo ritual, pero con sus mejores armas en la mano por si la situación lo ameritaba.

Shirkon tuvo que descender bastantes kilómetros hasta llegar al sitio donde ellos habían encarcelado a la Diosa Nyshel, pues era bien sabido que encerrarla cerca de ellos era un peligro. La Diosa en sí era puro caos y descontrol.

—Cuanto has tardado, querido Shirkon. —La Diosa de la vida y de la muerte lo sorprendió con una fugaz sonrisa que no escondía nada bueno.

El Dios la ojeó durante un segundo. Estaba completamente llena de tierra a pesar de estar envuelta en una invisible cápsula de aire, probablemente por culpa del terremoto que ella misma había provocado. Su rosada piel, que algún día se había asemejado a la porcelana, ahora se veía pálida y débil. Su pelo se había transformado en un negro absorbente. Cada día se veía un poco más delgada y desmejorada.

—Veo que el ónix negro está haciendo su efecto.

—No por mucho tiempo —Ella sonrió, enseñando los dientes, que se habían tornado afilados, tenebrosos—. Habéis cometido demasiados errores.

—Tú eres el único error aquí. —El Dios de la tierra cerró los ojos para concentrarse en su poder, flotando entre la tierra, su propia creación.

—¿Estás... seguro? —Su sugerente voz sacaba de sus pensamientos a Shirkon, impidiéndole trabajar. Debía terminar ya antes de que perdiera más energía.

—Estoy completamente seguro —Bramó—. Ahora, calla para siempre.

Con un movimiento de manos, el ónix negro se multiplicó alrededor de la Diosa, haciéndola toser y caer sobre sus rodillas. Shirkon sonrió ante su debilidad y la miró con desprecio.

—A esto has quedado reducida, Nyshel, y todo por una simple Dyrab. Todo por tus maquiavélicas creaciones.

—No sabes nada de lo que está por venir, Shirkon y te juro que os vais a arrepentir de por vida. —Terminó la frase a malas penas y entre toses.

—Estás acabada —Dicho esto, el Dios hizo el amago de levitar para subir con los demás y dejar a la Diosa encerrada; sin embargo, un vago pensamiento lo hizo cambiar de opinión—. ¿Cómo has hecho para recuperarte y causar el temblor?

Pero, la Diosa no respondía, sin haberse puesto aún de pie, permanecía con los ojos cerrados y la cabeza agachada. El Dios se acercó a ella, dándola por muerta.

—¿Nyshel? —Entonces, la aludida abrió los ojos de par en par, muy cerca de él y le enseñó sus filosos dientes, haciéndolo retroceder con rapidez.

—No es nada que te incumba, Shirkoncito. —Expresó con sorna.

—Si me lo dices, reduciré el nivel de ónix negro para que te encuentres mejor. —Trató de manipularla.

—No te creo ni una.

—Te lo prometo, lo reduciré ya mismo si juras hablar. —Con un leve movimiento de su mano izquierda, redujo el número de piedras a su alrededor. Así, Nyshel se puso en pie y abrió sus ojos para mirarlo directamente.

—Esas preguntas no son para mí —Volvió con su característica sonrisa—, puesto que yo no he provocado el temblor.

—Eso es mentira —El Dios de la tierra se enfureció—. Sólo has podido ser tú, ya que yo no he sido.

—Te equivocas. —La Diosa de la vida parecía divertirse confundiendo a su oponente detrás de la cápsula.

—Sabía que no eras de fiar. —Gritó y seguidamente, multiplicó el número de ónix negro por tres.

La Diosa salió despedida directa al suelo de la invisible cápsula que la rodeaba y se sujetó la cabeza, adolorida.

—¡Shirkon! —Chilló entre quejidos.

—Me encargaré de que sufras para toda la eternidad, criatura abominable.

Cuando fue a levitar para irse y dejarla moribunda, pasó algo que Shirkon ni ningún Dios se imaginarían jamás. Algo que congeló la sangre del Dios que lo presenciaba, algo que lo llenó de miedo y algo que, por supuesto, no les contaría a los demás o sería el fin de la calma y la estabilidad para siempre.

El cuerpo de la Diosa Nyshel sufrió una metamorfosis y reveló el de un hada común y cualquiera.

—¿Dónde está la Diosa Nyshel? —Se acercó al hada, amenazante— ¿A dónde ha ido?

—La Diosa Nyshel ya se había ido hace tiempo —La chica tuvo la osadía de mirar al Dios con superioridad—, has estado hablando conmigo todo el rato.

Cabreado, el Dios de la tierra gritó y se tiró a por ella, chocando de lleno con la cápsula que él mismo había hecho para la fugada Diosa.

—No es posible.

—Por supuesto que lo es. ¿Ves? —Sonrió—. Te dije que no había sido yo la que había provocado el seísmo.

Dándole una última mirada cargada de ira, el Dios movió su dedo índice para provocar que la tierra aplastara la cápsula que guardaba a la chica, matándola al instante.

Tomando una última respiración profunda, Shirkon ascendió hasta donde estaban los demás, listo para mentir y decirles que todo iba perfecto. Y ellos se lo creerían y seguirían con sus sonrisas y sus tonterías, encerrados en una falsa felicidad que pronto acabaría.

Mientras tanto, allá, en la lejanía, la avivada llama de ira y venganza motivaba a la Diosa Nyshel a seguir adelante. Observando de lejos y permaneciendo cerca, muy pronto volvería a conseguir el poder y traer el caos.

A veces, la discordia puede ser más efectiva que la bondad, aunque en los cuentos de hadas nos hayan contado lo contrario. Bien, pues este cuento de hadas nos mostrará el poder del dolor y la ira.
Porque todos somos el villano en una historia mal contada.

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