II

CAPÍTULO II, EL ASESINATO DE LA REINA

Las personas a veces subestimaban mi poder por ser joven, por parecer dulce, por tener amigos sin sangre real..., sin embargo, el hecho de haber perdido a mi familia, al amor de mi vida y al bebé que nunca llegó a nacer por el esfuerzo que supuso convocar el suficiente poder para eliminar a Niev y Dyrab del Cielo, provocándome un aborto instantáneo, me había enseñado que si no tienes nada que perder, puedes arriesgar mucho y tus posibilidades de ganar aumentan automáticamente.

A mí no me quedaba nada, pero tenía todo en juego. No iba a dejar que alguien como Ianiria estropease mis planes. Bajo ningún concepto.

Habría podido ser madre, habría podido ser esposa..., pero el amargo destino no me lo había querido permitir. Y todo por culpa de Myriad. La mera mención de su nombre me había apretar los puños con ira.

—¡Soldados! —Grité desde mi cuarto real. Rápidamente, dos de ellos entraron por la puerta, alertas a mi mandato.

—¿Sí, Su Majestad?

—Decidle al rey Clydden y al rey Vad que el acuerdo sigue en pie con pacto o sin él y sobretodo, con Ianiria o sin ella. —Sentencié. Ellos asintieron y yo hice un gesto para que se retiraran.

Era mi hora de darme un baño relajante y no quería interrupciones.

ꕥꕥꕥ

Este nuevo mundo demasiado ajeno a mí tenía cosas realmente extrañas, lejos de mis límites de compresión. Apretando los labios para expresar mi descontento, contemplé sus formas de correspondencia tan... inusuales.

Salí de la bañera destilando agua por todas partes, algún inoportuno había conseguido arruinar mi baño floral con un correo intrusivo. Se trataba de un papelito en forma de avión de papel que llegaba hasta el destinatario. Sin embargo, muy a las malas descubrí que si lo
ignoras y no lo lees, el dichoso avioncito te picotea hasta que lo abras. Nosotros simplemente usábamos un cadkri, mucho más sencillo.

—Que impaciente es la gente de hoy día. —Vociferé, desenvolviendo mi correspondencia, airada.

Mis doncellas rápidamente me envolvieron en una toalla, suponiendo que estaba apunto de arruinar la carta con las gotas de agua que resbalaban de mi cuerpo.

De: Vad
Para: la reina Indis

Su majestad,
Hace apenas una hora que dejé el palacio, pero me he visto en la obligación de escribirle, ya que el asunto a tratar es de urgencia mayor.

Como bien sabrá, a su llegada a este planeta terminando el mes de caluario, hice un acuerdo con la reina Ianiria para encantar el río Nadee y cerrar fronteras, asegurando la seguridad de mi pueblo. Sin embargo, me veo obligado a decir que ella ha incumplido el trato y si no las abre, se avecinará una sangrienta guerra.

Esta carta es para confirmar que la búsqueda del oro sigue contando con mi aprobación y tan pronto como las barreras sean disueltas, mandaré a mi equipo de brujos entre los cuales se incluye a Armok.

El último propósito que reside en esta carta es hacer comprender la necesariedad de una alianza entre nosotros. Los Dyrab y los Oskov juntos tenemos posibilidades de vencer al reino de Nymeria evitando la innecesaria prolongación de esta posible y cada vez más probable guerra.

Espero su respuesta pronto.
El rey de Pheeka, Vad.

Con una sonrisa en los labios, tiré la carta al agua para que se fundiera con las burbujas. Con que una alianza, ¿eh? Poco había tardado el pobre rey Vad en caer bajo mis encantos. Poco sabia aquel Oskov de lo que se avecinaba, muy poco.

—Pero que tonto, Vad —Dije a nadie en específico—, si no vamos a necesitar ninguna alianza para acabar con Ianiria. Ya lo tengo yo todo hecho.

Salí del cuarto de baño para dirigirme a mi habitación. Los pasillos de palacio se encontraban hoy sorprendentemente llenos, parecía haber mucho ajetreo para ser una mañana común. Tras pasar a mi cuarto, ordené a todo el personal que permaneciera fuera, incluidas mis doncellas. Lo que estaba a punto de hacer debía ser privado.

Contra todos los parámetros de la lógica, mi poder no había hecho más que aumentar desde mi coronación, el día que había realizado aquel fuerte hechizo para llegar a Keidhim. Ahora mi fuerza era tres veces superior y no se limitaba únicamente a manejar los cinco elementos, era como si hubiese absorbido una parte de la magia de Myriad, permitiéndome tener poderes fae.

Me coloqué frente a mi espejo y cerré los ojos, con las puntas de mis dos dedos índices, presioné el cristal.

—In conspectu oculorum meorum, regina vitae. —Pronuncié tres veces y sin abrir los ojos, entré dentro del espejo como tantas otras veces había hecho.

—Aquí estás —Siseó, haciéndome abrir mis ojos para mirarla—. ¿Has puesto el plan en marcha?

—Por supuesto —Afirmé sin titubear—, pero ya sabes lo que debes hacer para que esto funcione evitando una guerra.

—Nunca jamás he querido yo evitar una guerra.

—Nyshel —La llamé con crudeza—, ya sabes como son las normas.

—Está bien —Resopló, parecía pasárselo bien—, estoy muy débil ahora, pero en menos de una hora, tu reina estará muerta.

—Perfecto, entonces las barreras caerán y mi plan podrá iniciarse. —Sonreí, todo iba como debía de ser.

—Más vale que funcione —Se acercó a mí con lentitud y me rodeó hasta quedar detrás, a mi espalda y en mi oído, susurró:—, o no verás nunca jamás a tu soldadito.

Mis dientes se apretaron al escuchar su vil amenaza, pero no dejé que mis emociones me nublaran el juicio.

—No amenaces, Nyshel —Le advertí—, no soy yo la que está encerrada en una cúpula a kilómetros bajo tierra.

—Pronto, tampoco yo lo estaré. —Volvió a ponerse frente a mí. Se la veía agotada, sucia y hambrienta.

—Así será —Asentí—, ambas tendremos lo que queremos, pero solamente si cooperamos.

—Encárgate de iniciar la estúpida operación del oro mañana —Ordenó—. No podemos perder tiempo.

—Mañana mismo se iniciará.

—Perfecto —Sonrió mostrando una blanca hilera de dientes. La Diosa era más tenebrosa cuando se encontraba feliz que cuando se veía agotada y maltratada—. Ahora debo irme, estoy muy débil para proyecciones, no me convoques de nuevo si no es para algo muy importante.

—Está bien. —La despedí con un gesto de cabeza, cerré los ojos y caminando de espaldas, volví a atravesar el espejo, reapareciendo en mi alcoba.

Sin poder ocultar una sonrisa, caída la noche, me senté en mi escritorio para escribir a Vad, asegurándome de no proporcionarle información de más.

De: la reina Indis
Para: Vad, rey de Pheeka

Su majestad,
He recibido su carta y la he respondido en cuanto he podido dada la suprema urgencia de la situación en la que nos encontramos envueltos.

Se me ha informado de la repentina muerte de la reina Ianiria esta misma tarde. Como debe suceder, las barreras probablemente serán abiertas mañana a primera hora. Esto nos asegurará algo de estabilidad, evitando la inminente guerra y sobretodo, muy a mi pesar, haciendo innecesaria una alianza entre nosotros.

Al deshacernos del problema fronterizo, sugiero iniciar mañana mismo la operación del oro, cuento con el reino de Pheeka y con el rey Clydden, más no puedo asegurar nada del reino de Nymeria.

Saludos,
la reina de Seltecysm, Indis.

Llamé a una de mis doncellas para que la entregara con aquel molesto conjuro que parece traspasar barreras. Luego, escribí otra más breve al rey Clydden diciendo más o menos lo mismo. No esperé respuesta, sabía que mañana estarían en mi palacio cuando yo les había dicho o la situación se tensaría más y eso no les convenía a ninguno. Tampoco a mí.

De nuevo encerrada a solas en mi habitación, me coloqué una capucha negra sobre mi llamativo pelo anaranjado y me escapé por la ventana. Necesitaba contemplar el río con mis propios ojos cuando cambiara. Además, sabía que nadie iba a sospechar de mi fuga, pues hace menos de un mes, tras perderlo todo, me pasaba los días sola en mi habitación sin poder parar de llorar. Después, me di cuenta de que tenía un propósito de vida, que, por ilógico y descabellado que suene, la Diosa Nyshel me había dado un motivo por el que luchar, por el que vivir y no lo iba a dejar pasar.

Mientras que mi antiguo reino en Hudstopia estaba plagado de fauna preciosa y colorida como las flores del Valle de Media Luna, aquí todo era soso y verde. Me hacía añorar mis tierras. Sin embargo, no todos los sitios de Keidhim eran así. En Nymeria, todas las plantas eran de colores vivos y salvajes, la mayoría incomestibles y a veces, peligrosas. Pero el ganador, sin duda, era Émerence, con plantas de aspecto zombie, todas peligrosas y todas incomestibles. Muy parecido a lo que había sido Quamyatch antes.

Y, por fin, llegué a la frontera, llegué al río Nadee. Era azulado y adquiría tonos brillantes por la noche. Las barreras seguían arriba por el halo de luz azulada que éste desprendía.

—¿No es un poco tarde para que una señorita vague por estos confines? —Escuché una voz masculina a mis espaldas que me hizo rodar los ojos.

—¿No es un poco tarde para andar diciendo estupideces? —Se la devolví mientras me volteaba para ver la identidad del imprudente.

—¿Indis? —Me reconoció al instante y yo a él también.

—¿Memphis? —El exnovio del príncipe Eldan estaba en Seltecysm, ¿cómo era eso posible?

—Shh —Me tomó de los hombros y me llevó detrás de un árbol, a la penumbra—, no grites, nadie puede saber que estoy aquí.

—Tampoco yo —Murmuré, confusa—, ¿cómo es posible que hayas traspasado la frontera sin morir?

—Es que no la he traspasado —Explicó—. El conjuro que hiciste no salió bien del todo y algunos Niev caimos aquí. Se cree que también hay Dyrab atrapados en Émerence.

—¿Cuántos sois? —Me impacienté— ¿Está allí...?

—No —Negó, desolado—, le he pedido la pista a todo el mundo, a Arwen, a Mok, a Reera...

—Eso va a cambiar —Le aseguré—. Las barreras se eliminan mañana. Así podrás volver a Émerence.

Pero él hizo una mueca de disgusto, su cabellera azul eléctrica brillaba bajo la luz emanada de las estrellas nocturnas. Algo lo perturbaba.

—Es que... —Carraspeó, lucía pensativo, buscando las palabras adecuadas—, ya no me queda nada allí. No tengo nada.

Lo he perdido todo... esas eran las palabras que en tantas ocasiones había repetido yo, una y otra vez. Él había perdido al amor de su vida, a Eldan, así como yo había perdido a Kareth..., ambas muertes por culpa de la misma persona, de la reina Miriel.

—No quieres volver a Émerence con los Niev —Asumí yo—, quieres permanecer en Seltecysm.

—Correcto. —Sonrió, pero la alegría no llegó a sus ojos.

—Pero eso está bien —Me encontraba muy confusa—, ya no hay guerra, puedes permanecer aquí, si eso es lo que deseas.

—Sí, los otros Niev están bien acompañados, han hecho amistad con algunos Dyrab vecinos.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —Sabía que había algo que me quería decir, pero que estaba esforzándose por ocultar.

—No sé —Pasó su mano por su pelo—... Esperaba que tú me entendieras. Estamos exactamente en la misma situación.

—Hablas de la muerte del príncipe y de Kareth.

—Sí —Afirmó y se atrevió a dar un paso hacia mí—. Hablo del dolor que ambos compartimos.

—No suelo hablar de esto, yo no... —Traté de apartarme un poco, pero me tomó del brazo.

—Ni yo tampoco, pero así sólo duele más —Sus ojos me pedían ayuda a gritos y yo no iba a ser capaz de negársela—. Entre nosotros podemos, nos entendemos porque hemos pasado por lo mismo.

—Llevas varios días buscándome, ¿no es cierto?

—Llevo buscándote desde que me enteré que estaba en Seltecysm y no en Émerence, pero tu guardia no me dejaba acceder. Este es el último lugar en el que esperaba encontrarte. Al final de todo, si que eres una princesa perdida.

—Dime qué es lo que quieres exactamente.

Él sonrió durante un segundo y para mi sorpresa, tiró de mí y juntó sus labios con los míos.

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