Capítulo 15

Raphael

Le quito el seguro a la Sig y pateo la puerta para entrar a la guarida de los tontos italianos que pretenden esconderse, alumbro con la linterna, está oscuro y prácticamente no se visualiza nada más que la silueta de los objetos.

Llegué aquí por una pista de Simon, si se equivocó en esto voy a patear su trasero hasta que se me olvide. Una luz me ciega momentáneamente y dan un golpe en el brazo logrando tumbarme el arma, agarro al estúpido de la ropa e intento golpearlo, fallo.

Escucho una ligera carcajada, ladeo la cabeza hacia allí y me consiguen dar un golpe en la espalda, le doy un codazo, otro logra darme en la mejilla, siento la sangre acumularse en mi boca enseguida. 

—Jodidos imbéciles —gruño tumbando a uno de ellos y dándole varios golpes en la cabeza contra el suelo, me agarran entre dos, recibo un golpe en el estómago y otro en la cara.

Lanzo a uno de ellos al suelo y le doy en lo que creo es el rostro al que está de pie, el quejido llega al instante, vuelvo a golpearlo. Gruño cuando un cuchillo me corta la pierna, le doy una patada al imbécil y saco mi teléfono para iluminar el lugar.

Prendo la luz encontrándome con dos de los inútiles, el tercero escapó, con estos dos es más que suficiente, agarro al tipo que pretende irse también y lo noqueo, miro a los dos especímenes en el suelo y me pongo manos a la obra.

Bloqueo la puerta y los amarro a una silla, reviso la herida en mi pierna en lo que despiertan, es profunda, así que rasgo mi camiseta y la ato, tiene que servir por el momento.

—Hijo de puta —gruñe uno de los idiotas jalando las restricciones de plástico, tomo asiento frente a ambos, el otro ya comienza a despertar.

—¿Quién carajo eres? —me levanto y tomo mi arma de vuelta, luego de poner el seguro la dejo en mi muslo.

—Raphael Williams, ¿ese nombre te dice algo? —uno de ellos pestañea varias veces, comienza a dolerme la cabeza, así que me froto la frente.

—¿El Coronel?

—Sí, el Coronel, algo que obviamente no deberían saber.

—¿Por qué estás aquí? Nosotros no sabemos nada.

Me froto la frente, el dolor de cabeza empeora.

—No recuerdo haber preguntado todavía —uno de ellos jadea—. A ver, cooperen, de esa forma podré largarme de una vez y dejarlos en paz, hace un año y unos cuantos meses hicieron un atentado, mi madre, cuñada y sobrina fueron las afectadas, ¿recuerdan eso?

Niegan, siento una punzada en el ojo y pierdo la paciencia a medida que mi cabeza duele aún más.

—Los que apretaron el gatillo están a veinte metros bajo tierra, bueno, quizás más superficial, justo como van a terminar ustedes si no comienzan a cooperar.

—No sabemos nada —lloriquea el bocazas, él puede no saber, pero su amigo no se ve muy dispuesto a decir algo.

—Cada vez que atrapamos a uno de ustedes terminamos corriendo tras otro, que si rusos, italianos, americanos, londinenses, no me interesa saber por cuantos canales pasó la orden, sólo quiero al que dio la orden principal, si me dicen no voy a matarlos.

—¿Cómo sé que puedo confiar en tu palabra?

—No lo sabes.

—Sólo sé que fue un encargo de Diago —me echo a reír escuchando la barbaridad, Diago no es tan inteligente como para pasar un mensaje a varias personas, hacer difícil lo de encontrarlo, no es un hombre de estrategias, que su hermano le quitara el trono dice mucho.

—Inténtalo de nuevo.

El hombre aprieta la mandíbula.

—No miento, no sé si la orden principal vino de él, pero nosotros la obtuvimos por una orden directa suya.

Me pongo de pie analizando sus palabras, Diago, no es imposible que la orden viniese de él, pero eso me lleva a un callejón sin salida, no tenemos ni la más mínima idea de donde se metió la cucaracha.

—Te digo la verdad aunque sea difícil de creer.

—Te creo —le digo haciéndolo suspirar de alivio.

—Ahora suéltanos y…

—Nunca dije que iba a soltarlos.

—Dijiste que…

—Que no iba a matarlos, y no lo haré, tampoco voy a soltarlos, si tienen suerte alguien pasará por aquí y los ayudará, sino, ya saben.

Me marcho dejándolos amarrados y gritando horrores, subo a mi auto y busco en la guantera algún analgésico que me quite el dolor de cabeza, no hay jodidamente nada.

¿Coronel?

Sus latidos cardiacos están por encima de la media, la frecuencia respiratoria va en ascenso y su temperatura corporal está subiendo. ¿Quiere que llame a los servicios sanitarios?

—No. Quédate jodidamente quieta —gruño comenzando a conducir.

Llego a casa y me encuentro una gran sorpresa en la sala de estar, no hay nadie despierto, excepto la visita.

Maddox.

—¿Cómo entraste?

—Laura me recuerda y parece que puedo darle órdenes y todo —me quito la chaqueta y la lanzo al sofá.

—Vaya, debí ponerla cerca de ti mientras jugabas a las escondidas.

—Eso le hubiese quitado la magia a la situación.

—No existió nada de eso.

—¿Dónde estuviste? —pregunta mirándome, esta vez optó por no ponerse las lentillas, los ojos azules me recorren de arriba abajo, no debo verme muy bien y el dolor de cabeza sigue ahí jodiendo.

—Cazando a unos tontos.

—Que lograron joderte bastante, ¿dónde hay un botiquín? Te ayudaré con eso.

—No me hace falta que…

—¿Puedes aceptar la ayuda sin pelear? —suspiro y le hago una señal para que me siga, voy a mi habitación y rebusco en el armario.

Lo agarro y me volteo, Maddox está cerca de mi cama mirando a Patrick, sí, ahora tiene la manía de dormir conmigo, quita el cabello oscuro de su frente y me mira bastante sorprendido.
Me encojo de hombros y salgo, Maddox me sigue mientras voy a una de las habitaciones de huéspedes.

—Laura, enciende la luz —me siento en la cama y dejo el botiquín a un lado, Maddox me acaricia la mejilla que no está lastimada.

—Es idéntico a ti.

—Parece que es mi hijo —murmuro tomando su mano y dejando un beso en la palma, Maddox se echa a reír.

—Claro. Tus genes.

Coge la caja y se sienta en la alfombra cruzando las piernas, luego la coloca sobre él, extiende un analgésico para mí, lo agarro de la muñeca y hago que deje la pastilla en mi boca, lamo sus dedos antes de que se aleje.

—No tienes remedio —ríe y me quita las botas, medias y la venda provisional, luego termina de romper el pantalón para poder ver la herida en la pierna.

—Raphael, tienes que tener más cuidado, es una herida grande.

—¿Recuerdas qué hacer o lo hago yo mismo?

Maddox me fulmina con la mirada, abre el kit, se pone un par de guantes y agarra el alcohol, deja caer el líquido sin mucho cuidado, el ardor me hace sisear.

Limpia con un algodón, carga una jeringa con anestésico y comienza a inyectarlo en distintos lugares.

—¿Qué estás investigando? Quiero saber para ayudar, no porque sí —la sangre chorrea en su pantalón, parece no importarle, desecha la jeringa y rompe el paquete de sutura.

—Al que dio la orden de matar a Stella —se detiene y me mira.

—¿Por qué?

—Simon —agarra la aguja y comienza con el trabajo de sutura.

—¿Ahora te llevas bien con tu hermano?

—No diría que bien, pero lo tolero un poco más, le hice una promesa a cambio de información.

—¿Sobre qué? —pregunta dando un tercer punto, me apoyo en la cama viendo su cara de concentración.

—Sobre Patrick.

—¿Y qué descubriste? —corta la sutura y comienza de nuevo.

—Que quieres saber demasiado.

—No te obligo a decirme —replica.

—Al parecer Diago está detrás de eso, por supuesto que la orden vino de alguien más, pero no voy a descubrirlo ya, no sabemos el paradero de ese infeliz.

—Yo lo sé —dice como si fuese algo normal, pestañeo sin poder creerlo.

—¿Qué?

Corta el hilo, venda la herida y se pone de pie, coloca el kit sobre la cama mientras toma asiento a un lado, inspecciona la mejilla y labio, se da su maldito tiempo para contestar.

—Dije que puedo ayudar, te pedí que me mantuvieras informado, ahora estoy de este lado y tengo un poco de información que no debería —murmura mientras limpia la herida en mi labio con un hisopo.

—¿Dónde está?

—Luego.

—¿Luego de qué?

—Quédate quieto, te diré antes de irme —arqueo una ceja.

—Déjame decirte que tu personalidad ahora es una mierda —desecha el hisopo y los guantes, luego cierra el botiquín.

—Es el karma, tanto tuyo como mío, ahora me convertí en lo que tanto odiaba de ti.

—No tienes que hacerlo —murmuro dejando la caja a un lado, mis palabras son vacías, yo lo sé y él también.

—¿Qué pensaste cuando te lo dije yo a ti? —resoplo, ciertamente no sirvió de nada, pero tenía que intentarlo, Maddox acaricia mi mejilla—. Dima seguirá detrás de mí porque esto ya se convirtió en algo personal, ni escondiéndome en el fin del mundo voy a deshacerme de él.

—Fierecilla —Maddox apoya la frente contra la mía y cierra los ojos, Dios, este hombre no sabe lo que hace conmigo.

—Siento no apoyarte cuando lo necesitabas, siento no creerte… —corto las palabras, no necesito esto y él tampoco, lo agarro del pelo para asegurar que me mire.

—No tuviste la culpa de nada, estaba fuera de control, a veces no pensaba, no te expliqué las cosas, te manipulé, sabemos que el mayor culpable aquí fui yo.

—Debes estar riéndote de mí, mírame —beso sus labios.

—Tengo que admitir que es un poco extraño a veces, pero no me río, Maddox, cada faceta tuya me gusta, no me entendías antes porque no habías pasado por nada traumático, querías ayudarme a tu manera, porque para ti tenía remedio.

—Porque soy un estúpido —replica soltándose de mi agarre.
Suspiro, en serio, estas pláticas del corazón no son lo mío, odio hablar tonterías.

—A veces —admito, levanta las cejas—, ahora nos entendemos mejor, pero de verdad hubiese preferido que siguieras peleando conmigo, tratando de hacerme recapacitar de mis locuras antes de que sufrieras.

Maddox coloca las manos en la parte posterior de mi cuello y desliza los dedos por mi cabello, seco la humedad en su mejilla, este es mi Maddox, el que conozco.

—De verdad cambiaste y no puedo dejar de pensar que te decepcioné por mi forma de actuar, por no hacer lo que predicaba.

—Nadie va entender el sufrimiento de una persona si no ha vivido algo parecido, no tienes que culparte por nada del pasado, cada cosa estuvo bien excepto…

—¿Acostarme con Thomas? —pregunta con una sonrisa.

—Sí, eso creo.

—Recuerdo que también hiciste un par de cosas malas.

—¿Borrón y cuenta nueva? —lo lanzo hacia atrás, Maddox sonríe.

—Me parece bien —toca mi labio y me mira a los ojos—. ¿Duele mucho?

—No.

Bajo y uno nuestros labios, lo beso de forma lenta recorriendo cada rincón, embriagándome con su sabor, sus toques, el dolor de cabeza desaparece por completo, mientras lo tenga a él no me importa nada más.

Maddox me quita la camisa y acaricia mi abdomen con suavidad, conozco esa mirada, es la misma, su amor por mí no ha desaparecido a pesar de las circunstancias, cambió ligeramente, pero sigue siendo el mismo Maddox que profesaba su amor por mí a pesar del mal que le hice.

Yo tengo la culpa de esto, fui quien se acercó a él y lo empujó cada vez más cerca del precipicio, lo involucré en mi desastre sabiendo bien que correría peligro, pero no me importó.

Así que esto está bien, no voy a tener al mismo Maddox de vuelta porque fui el primero en quebrarlo y es más que perfecto.

Maddox ya no se ajusta a su vida perfecta y eso es una maldita ventaja, ahora sólo encaja conmigo.

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