𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟨

El plan era complicado más no imposible: cortar la luz del palacio, liberar a los fuertes dentro de las prisiones, atrapar a Ichigo y Matar a Diego. Sí, el plan no sería tan simple como lo trazamos.

La primera parte le correspondía a Vitoreto. Después de todo, él era un rebelde y podía ir y venir por el palacio, así que no parecería extraño llevar a Eren al piso cero para que yo desbloqueara su mente de cualquier ordenamiento que Diego pudo surtirle. Por fortuna, tal como el mismo lo había dicho, Irruso era un poderoso fuerte que resistió aquella paliza otorgada atrás y por lo tanto, después de 15 horas posteriores a ello podía encontrarse de pie para estar en servicio.

Mi control pudiera que hubiera vuelto, sin embargo, era inconsistente siendo que no me obedecía. Se dispersaba y agotaba con suma facilidad. La electricidad me recorría, pero los pulsos que la alimentaba no se presentaban, así que lo poco que conseguí sentir decidí usarlo con él para que volviera en sí.

—¿Cómo lo hago? —le pregunté a Vitoreto una vez que lo llevó frente a mí.

—Como saberlo. El mío simplemente vino y jamás se marchó.

—Pero...

—Lo lamento. Temo que no es a mí a quién podría preguntárselo.

No deseé pensar en su amigo de la infancia, por lo que sencillamente tomé el rostro de Eren que seguía preguntando donde se encontraba Ichigo, puesto que era a él a quien su lealtad se debía en esos momentos.

Vuelve.

Le explayé una y otra vez hasta que un cosquilleo envolvió mi mente sobre la suya en una danza lenta y metódica. Era como presionar literalmente mi cabeza. Una que con poco me quitó el aliento al grado de casi provocarme una arcada por lo débil que me encontraba en esos instantes.

Su rostro comenzó a tornarse segundo a segundo en algo apacible, al tiempo que una obvia confusión vistió sus expresiones mirando a su alrededor sin comprender de todo el porqué, así como tocó mi rostro y el suyo con dolor por los brutales golpes cedidos. Dijo saber lo que hacía, pero realmente no poder evitar no realizarlos. Un sueño. Así lo describió él.

Entonces, ambos debimos esperar a que Vitoreto cortara la luz del ala oeste para que Eren pudiera liberar a los fuertes (los tres médicos del palacio), considerando que de esa manera las puertas dejaban de ser electrónicas para convertirse en manuales facilitando de ese modo, el escape. No había problema de que rebeldes vieran cruzar al comandante, después de todo, ellos creían que estaban de su lado por el control de Diego.

En cuanto a mí, permanecí escondida en el despacho real dónde un pasaje oculto nos llevaría a los jardines sin ser visibles para poder escabullirnos dentro del bosque, sin embargo, hubo un problema y era que Mirna no se encontraba dentro de la celda con el resto de los empleados. La enfermería, pensé de inmediato en su siguiente ubicación, pese que no estaba segura de ello por lo que ordené a Eren llevar a los sobrevivientes a un lugar a salvo siguiendo la ruta de escape trazada.

No tuvo opción de repelar. No estaba en condiciones de luchar, le aseguré, pero sí de distraer y fue por ello que le debía encargarse de causar que los rebeldes se dispersaran al norte del palacio, siendo que la enfermería yacía en el sur.

La oscuridad que nos abordaba por la madrugada del quinto día favoreció nuestro escape, aunque probablemente en menos de una hora el sol terminaría por completo en salir y para cuando este resplandeciera, ninguno de nosotros yacería ahí.

Para ese entonces Vitoreto ya me acompañaba y ambos nos deslizamos hasta la enfermería dónde permanecía Rolan recuperándose de la golpiza que le propinaron. Aquel había sido el trato al final de todo, pues Vitoreto decidió ayudarme por su recién amigo encontrado. Sin olvidar que por igual debíamos encontrar a Mirna. En realidad, no tenía la certeza de a qué lado Rolan pertenecía en esos momentos, pero estaba consciente de que tan vigilado podía estar siendo alguien valioso para rebeldes y no me equivoqué.

Existían fuertes controlados en aquella ala. Sin duda, los números se encontraban de su lado y cualquier enfrentamiento cuerpo a cuerpo resultaría fatal para nosotros. Debíamos ir hasta el otro extremo del palacio donde nos reuniríamos. Restó poco tiempo para comenzar a escuchar en la periferia gritos.

El caos, había comenzado.

—¡Fuertes fuera de su celda! —emergieron voces yendo hacia el lado contrario al que nos dirigíamos.

—Hay que darnos prisa —espeté sabiendo que la cuenta regresiva daba comienzo.

Corrimos hasta deslizarnos dentro de la enfermería, siendo que los fuertes habían sido movilizados al norte para buscar a los fuertes fuera de sus celdas y ya que algunas partes del palacio no contaban con electricidad, aquello se volvió una tarea más ardua.

La enfermería contaba con un área muy amplia y con varias alas y habitaciones en las que debíamos emprender búsqueda. Ambos no pudimos separarnos del todo en ello, siendo que no era prudente estar solos, así como que Vitoreto no era precisamente hábil con ninguna arma y en combate menos.

—También corriendo se gana, mi reina —exclamó cuando le cuestioné como pensaba protegerse si nos descubrían y pese la situación suscitada al momento, esbocé una ligera sonrisa.

De pronto, se escucharon gritos de nuevo, aunque en esa ocasión se agregaron detonaciones. Todo permanecía oscuro y no quedaba más que esperar al amanecer que ya en poco se avecinaba, contemplado que la luz comenzaba a entrar entre las ventanas.

Tras escuchar el sonido aproximarse a nosotros, intentamos escondernos en un dispensario de medicamentos cuando entonces le vi cruzar. Ichigo avanzó por el pasillo escoltado por un solo rebelde. No lo pensé demasiado, lancé aquel puñal otorgado del cinturón de Vitoreto en dirección al escolta de Ichigo en su omóplato izquierdo, provocando que aquel hombre cayera de rodillas, al tiempo que Ichigo sorprendido por verme afuera de mi celda, se paralizó lo suficiente para deslizar mi mano en su funda y sacar de ella mi bella y ligera espada de diamante.

—Hola Ichigo ¿me has extrañado? —hablé mostrando los dientes con el frio filo de la espada en su garganta plegado en la pared y con las manos arriba en signo de paz por lo tempestivo de mi presencia, mientras Vitoreto desarmó al escolta rebelde otorgándole un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente—. ¿De qué color son mis ojos? —pregunté sonriente en cuanto noté miedo en los suyos por el significado de ello.

—¿Vas a matarme?

La tercera parte del plan se presentó ante mí.

—No, aún no —exclamé al tiempo que la espada en su mentón lo obligó a tragar saliva—. Primero deberás de ayudarnos a salir de este sitio te guste o no. Dime, que le has hecho a Octavius.

Mi don se encontraba débil por haberlo usado en Eren, pero podía cernirlo una vez más en la persona indicada y esa yacía justo frente a mis ojos, siendo que necesitaba averiguar lo sucedido a Octavius, puesto que cuando me ingresaron a la celda después de la enfermería, él ya no se encontraba más en la suya.

—Su lealtad ya no te pertenece.

Si es que oponía resistencia lo usaría en él, puesto que era nuestro pase para la supervivencia en caso de que algo saliera realmente muy mal.

Desafortunadamente, aquello no ocurrió, siendo que seguidores y fuertes emergieron de distintos pasillos ante la contingencia anterior, causando que un grupo de cuatro rebeldes nos vieran provocando que Ichigo gritara pidiendo auxilio, al tiempo que balas se dispersaran entre los tres. Corrí por las aberturas de las salas de la enfermería, mientras conseguí que uno de los atacantes me protegiera disparando a sus camaradas, al tiempo que escuchaba a nuestros atacantes exclamar que no fueran idiotas en disparar cerca de su líder. Me maldije por no haberle acabado cuando tuve la oportunidad.

Y de la nada, una mano cubrió la mitad de mi rostro ocultándome en el dispensario al cual pensaba escabullirme. Mi mano se detuvo en el preciso momento que permanecimos frente a frente, percatándome de quien se trataba:

—¡Mirna! —susurré.

—¿Majestad qué hace aquí?

—Vine por ti. Tal como lo prometí.

Su mirada se suavizó, sacando algo de su bata. Supe lo que era aún en la oscuridad.

—Gracias —agradecí una vez que mis dedos tomaron la pulsera de Damián que quedó en la chaqueta que me quitaron cuando ingresé a aquel sitio. Ella juró traérmela y lo cumplió.

—Un par de hombres vinieron por un muchacho que curé. Le ayudé a escapar, pero entonces disparos cedieron por todos lados, así que corrí y me escondí aquí. No supe que sucedió con él —pude comprender que se refería a Rolan.

Me hundí un poco en ese pensamiento, mientras ataba la pulsera en mi tobillo, visualizándolo en tal batalla. Él es listo, escapó. Pensé de inmediato.

—En ese caso tenemos que irnos de aquí.

Justo cuando daríamos vuelta a otra parte de la enfermería un rebelde logró visualizarnos. Su boca se abrió listo para delatarnos, aunque mi mente es más veloz haciendo que su revólver temblara al ritmo de su mano que se direccionó a su pecho, tirando rápidamente del gatillo. No había tiempo para la culpa, aunque esta se produjo con inmediatez en mi estómago pensando en el otro rebelde que murió por lo que fuera que hubiera ganado al despertar.

De manera repentina, Mirna tomó uno de mis brazos con fuerza y estrepito, llevándome a un estante vacío detrás de un pilar y dijo:

—Cuida a mis chicos —seguido de ello, media docena de hombres arribaron a la sala por la detonación pasada y sin perder un minuto, Rubén le ofreció un disparo en ambas rodillas de la doctora haciéndola caer.

—¿Dónde está el muchacho? —Mirna permaneció firme. No pretendía decir nada—. ¿Dónde está nuestra reina? La vieron dirigirse hacia acá. La única trabajadora que queda en este asqueroso palacio eres tú, así que vino por ti ¿no es así?

Antes de que Rubén siguiera interrogándola Diego apareció.

—Tú sabes lo que sucedió aquí —ronroneó su voz en la exigencia y antes de que pudiera poner alguna orden en ella, Mirna decidió tomar el revólver del hombre que había muerto segundos atrás.

—¡Viva la reina Ofelia!

Seguido de su grito, su voz es acallada con una bala que atravesó su cabeza de lado a lado y de esa forma, Mirna eligió morir para no delatarme. Eligió salvarme.

Mi mano fue a mi boca para callar ante no creer lo que había sucedido. Pude haber salido de ahí, pero entonces Mirna habría muerto en vano e hice que valiera la pena su sacrificio.

—Ella lo sabía o no se habría sacrificado —dispuso Diego con una mirada sobre ella cubierta de desprecio o indiferencia—. Lástima, me hubiera divertido mucho con ella —prosiguió sin acongojarse para después, ver a Ichigo incorporarse a su grupo de rebeldes mirando la escena con un tanto de horror a diferencia de su amigo.

—Dijiste que Rolan tardó siete días y tú seis, pero ella...

—¡Se lo que te dije! —respondió furioso Diego acallándolo a Ichigo, mientras impactaba su bastón a una mesa de instrumentos quirúrgicos que cayeron con estruendo.

—Tienes... ¿otro? —le preguntó

—¿Crees acaso que crecen de los malditos árboles? Se suponía que no despertaría. Usaste tu seguro en ella y sedantes para fuertes en Llanos y adivina... él tampoco está aquí o ¿si? —escuché su discusión al tiempo que se alejaban—. Ahora hay que largarnos de este sitio antes que desaparezca por completo.

Por un breve minuto permanecí dentro de aquella estantería una vez que partieron. Cuando finalmente salí de aquel sitio, cerré los ojos con precipitadas y calientes lágrimas yendo hacia la doctora lamentando el no haber podido salvarla. Lo prometí y no pude cumplirlo. Acaricié su rostro y cerré sus ojos. No pude hacer más por ella, siendo que una mano tiró de mi brazo para levantarme.

—Lo siento mi reina, pero debemos irnos —exclamó Vitoreto. Quién sorpresivamente se encontraba vivo—. Rolan no está aquí. Al parecer logró sobrevivir y huir.

"Siempre huye"

—Algo que sin duda debemos hacer los dos por igual, Alteza.

Asentí al tiempo que una carga de energía alimentó al palacio iluminando una gran parte de él. La luz había vuelto y con ello, el ser visibles para un par de rebeldes que caminaban buscándome. Vitoreto tomó de mi brazo dispuesto a fingir que me había capturado en el caso de que nos vislumbraran y de esa forma, conseguir segundos valiosos que nos otorgarían la libertad.

Sin embargo, durante nuestra travesía por los pasillos la silueta firme de una espada se atravesó frente a nuestros ojos con tal cercanía que de no haber ejercido la contorsión de la mitad de mi cuerpo, me habría arrancado la cabeza de un tajo.

Para mi sorpresa mi atacante era nada menos que Octavius. Él yacía ileso y lamentablemente no estaba de mi lado. Su voluntad había sido manipulada tal como Ichigo me lo hizo saber tiempo atrás.

Mi espada se cruzó con la de él ex General de Victoria, pero él era demasiado fuerte, por lo que terminé colisionando con la pared reavivando la quemadura de mi omóplato recién hecha. Ahogué un grito de dolor por ello. Su fortaleza era innegable en comparación a la mía, pues sentí casi dislocarme el hombro por su espada bloqueando la mía.

—¡Soy yo! —exclamé trastabillando al suelo, mientras observaba como Vitoreto elevaba su revólver hacía Octavius.

Fue entonces que decidí actuar y apagar en Octavius el ordenamiento poseído antes de que todo su poderío se desbordara en la siguiente estocada.

Aquello oprimió mi pecho de una forma inexplicable. Más intenso que lo cometido a Eren con anterioridad, causándome un resoplar desgastado, pues sea lo que le haya quitado por igual emitió una profunda respiración como si el ordenamiento de Diego le quitara el aliento tras volver.

Sobé mi sienes, pues una pulsación en ella me poseía y aumentaba conforme está se activaba. Era una especie de ansiedad de querer acabar con todo e infestar cada espacio a mi alrededor con mi don o pudiera que tal vez fuera mi maldición.

—¿Ofelia? —susurró Octavius recobrando la conciencia, mientras yo intentaba volver a mis cinco sentidos. No supe si comprendió lo que le sucedía, supuse que sí, siendo que su mirada se endureció de esa forma que llegué a conocer a lo largo de nuestra convivencia en el palacio.

Ambos nos míranos en el preciso instante que el sonido de un jet fue captado por nuestros oídos, aumentando en cada segundo hasta que una inminente explosión se llevara a cabo tan cerca de nosotros, que nos hizo caer al suelo por completo, protegiéndonos en el muro del palacio para evitar que los miles de pedazos de vidriosde las ventanas que reventaron en simultaneidad al ataque, nos causaran algún daño.

El sonido de la explosión fue tan ensordecedora que provocó que me desorientara. Por un breve momento, permanecí en el suelo dejando que mi espalda reposara en el azulejo, mientras mi azul mirada era espectadora de nada excepto polvo cayendo sobre mi rostro.

"Quieren que ataquen este palacio por la mañana"

Las resonantes palabras de Vitoreto martillaron mi mente nuevamente. Perdería toda lucidez de no ser que Octavius no me lo permitió. Vi como su boca se movía para exclamar algo que no conseguí escuchar, por lo que no le restó nada más que reincorporarme y cargar conmigo hasta que recuperara por completo mis sentidos.

La salida por la que huiríamos se encontraba bloqueada, ya que el despacho con el pasaje que nos llevaría a las afueras del palacio no era una opción, solo nos quedó avanzar entre los recovecos de los pasillos hasta encontrar una ruta. Vitoreto se había perdido en algún punto del ataque, así como nosotros también lo hicimos por los gritos y caos suscitado.

Debimos de escudarnos detrás de un pilar lo suficientemente grueso para cubrirnos de los desesperados rebeldes que me buscaban y evidentemente nos hallaron. Octavius recibió una bala y un par de flechas que parecían no hacerle nada para proteger mi cuerpo de aquellos impactos, mientras con mi espada hacia lo propio con el resto de nuestros perseguidores. Peleamos lado a lado, hombro sobre hombro como tal vez jamás pude haber imaginado.

—Es usted la mujer más audaz que he conocido en mucho tiempo —me exclamó removiendo la sangre de su rostro con el antebrazo.

Si provenía de él aquel halago podía que significara algo.

—¿Mujer? ¿Ya no creé que sea una débil princesa o ineficiente reina?

—No, es una Tamos. Una fuerte, una de nosotros.

—No piensa disculparse conmigo ahora que es muy probable que muramos o ¿si Octavius? —respondí agotada, sin embargo no había tiempo para estarlo, puesto que más rebeldes se incorporaron a la hazaña.

No tuve idea de donde podían emerger tantos, aunque ya nos encontrábamos rodeados, por lo que seguí todas las instrucciones ordenadas por Octavius. Seguí todas y cada una de sus indicaciones, sin embargo, flechas comenzaron a invadirnos. Sospeché que las balas se estaban agotando, pues pudiera que yo haya llevado las armas aquel día, pero municiones no.

—¡Estamos rodeados! —dije aterrorizada.

Ya habíamos llegado tan lejos como para ser vencidos de esta manera. Mi mirada pasó de terror a preocupación una vez que observé el abdomen de Octavius. Tenía una gran herida que sangraba sin detenerse, junto con otras más en su camisa que inesperadamente comenzaron a emerger e incluso un rosón en el cuello. No se quejó nunca, por el contrario, fue él quien seguía al mando en todo eso.

—¡Por allá! —indicó llevándome a uno de los elevadores alternos.

La luz ya había vuelto por lo tanto; el elevador por igual. Cuando este ofreció la apertura, un ligero empujón por parte de Octavius me esperó adentrándome a la caja. Debí tardar un par de segundos en girar y observar como aquel fuerte presionó el botón, pero no se adentró a él, por lo que mi reacción me hizo dar un paso para interferir el cierre con la mano, sin embargo, su mirada severa (como aquellas que me ofrecía en cada enfrentamiento nuestro) me hizo detenerme.

—No lo lograré, Ofelia —mi instinto me hizo mirar sus múltiples heridas y antes de que las puertas se cerraran me murmuró—. Hice un juramento, sabes cuál es ¿cierto?

Lo conocía.

"Proteger a los Tamos hasta la muerte"

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top