𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟧

Todos estaban muertos. Soñé como cada vez que una pesadilla me aborda, que mi familia moría y era yo quien lo cometía.

Por qué lo tratas de negar —alguien susurraba en mi oído—. Muéstrame que tan maldita estás —reconocí la voz de Diego, aunque extrañamente la imagen que se mostraba frente a mí era la de mi abuelo Dafniel—. Este será el último, lo prometo -escuché antes de despertar.

Sin embargo, la sensación de seguir soñando no se desvanece, pues la imagen de mi abuelo se mantiene estática en la esquina de la puerta, cual terrorífica ilusión, mucho después de que despertara y reincorporara medio cuerpo.

Se siente tan real y eso me asusta. Aferro la sábana en mis dedos hasta que mis nudillos se vuelven blancos, cierro los ojos con esperanza de no encontrarlo tras abrirlos, pero no sucede pues la silueta avanza un paso hacía mí, llevándome hasta atrás al punto de que caigo al suelo.

Un aullido se emite por el dolor de mis dedos que todavía se encuentran sanando por recargar mi peso en aquella mano, aunque al menos el dolor me hace olvidar la imagen anterior y tras levantarme y mirar la esquina, mi ilusión ya se ha desvaneció. Limpio el sudor de mi frente y pecho, intentando relajar mis acelerados latidos por el terror surgido.

—Ofelia, creo que necesitas aire fresco.

Mis desesperados pasos por salir de la alcoba me llevan hasta el jardín. Me acerco a una de las bancas y miro el creciente amanecer para distraerme de la patética manera de atormentarme a mí misma con gente que ya no esta aquí.

—Veo que además de la lluvia le gusta madrugar, princesa Ofi.

—Rolan —espeto todavía asustada por verlo mientras la luz de un recién amanecer lo cubre—. ¿Qué haces aquí?

—No lo sé, algo me dijo que debía llegar hasta este lugar.

—¿De verdad?

—No —dice sonriendo, acercándose a la banca—. Hago guardia y la miré caminar tras la ventana.

Sonrío por su inocente broma.

—Recordé que Su Majestad solicitó de mi para poder ayudarla con respecto a... bueno, será un placer hacerlo si así lo desea usted, claro está.

La vergüenza me invade y desvío la mirada a los árboles que aunque la luz los ilumina, no han sido cubiertos por los rayos del sol en su totalidad.

—Que considerado es mi hermano al contártelo —resoplo con ironía y regañando a Ben en mis adentros—. Supongo que pensó que no te lo diría ya que a nadie le gusta admitir que no tiene algo como esto bajo control ¿cierto?

—Supongo, pero estoy muy seguro de que pronto lo hará. Se lo aseguro.

—Cuánto tiempo... ya sabes, tardaste en controlarlo.

—Hmm —pasa sus dedos a su barbilla pensándo—. Uno o dos... ciclos.

—¡Ciclos! —lo exclamo en un tono que provoca que Rolan suelte una pequeña risa.

—Tenía 8 ciclos, princesa. Era tan solo un niño y resulta difícil controlar las emociones a esa edad —responde en defensa.

Es entonces que mis ojos miran los suyos levantando el rostro, considerando que el aún sigue de pie y yo en la banca. Comprendo lo que logra decirme: era únicamente un niño solitario con una habilidad temida.

Pienso en preguntarle si a esa edad tenía pesadillas tan vívidas como las mías, pero decido no hacerlo. El silencio nos envuelve en una pequeña incomodidad.

—Le prometo que para usted será más sencillo controlarlo —agrega borrando nuestra mudez.

—Pues hasta ahora no lo ha sido. Intento contenerlo pero...

—¡No! —emerge de su boca con avidez—. Lo peor que puede hacer es contenerlo —arremete, sentándose en la fuente a un costado mío—. Piense que su control es como el sistema de drenaje de Victoria y sus emociones, el cauce que corre dentro de ella. Entonces, si decidiera cerrar el sistema, toda esa agua que corre comenzaría a ser más de la que se logra contener, dejando grietas o aberturas de desfogue y para cuando decida abrirla, la velocidad a la que saldrá será descontrolada e inestable. Como si el mismo cemento lo golpeara en lugar de agua.

—¿Drenaje? Interesante elección de metáfora.

De inmediato, Ron se sonroja avergonzado.

—Hace muchos ciclos atrás, vi en su habitación uno de los tantos libros que le gustaba leer. Fue gracias a que usted me enseño que puedo leer, y bueno... solo puedo decir que descubrí que lectura ligera no la define en absoluto.

Me echo a reír sabiendo lo cierto que era y es que conforme más crecía, mis lecturas se volvían más densas y complicadas que las que una dama "debía" aprender. Verdad. Lo que me dijo era verdad, pues él todavía era Ron tanto como yo aún era Ofelia.

—Tienes una buena memoria.

—No tanto como para presumirla, pero apuesto a que podría ayudarle. Podríamos empezar sabiendo cuál es su detonador.

—¿Detonador?

—Si, digamos que debemos saber si usted es pasiva o agresiva y para ser sincero, pienso que usted es lo segundo.

—¿Piensas que soy agresiva? —exclamo atónita.

—No me malinterprete, puede que suene un tanto agresivo, sin embargo, en realidad eso es bueno. A usted el miedo la despierta no la paraliza. Yo... yo sabía que moriría, vi a mi madre hacerlo y supe justo lo que me sucedería, así que solo me recosté alado de ella y espere mi muerte. Mi regreso a la vida fue hasta cierto punto tranquilo, pero el suyo... tengo la sensación que no lo fue. Estaba en problemas por lo que sé y no deseaba morir.

Su especulación ante mi situación es acertada, siendo que le quite aquel terrible día de su vida como muchos otros más que nos incluyen a ambos. No pienso entregárselos y por eso no le miro a los ojos.

—Puedo suponer que su muerte fue violenta y por lo tanto, su regreso también lo fue.

Me remonto al día que desperté de ello. Tenía razón. Maté a esos dos hombres en cuanto los vi sin remordimiento alguno. Tenía sed de venganza y de tomar cuantas vidas que se me atravesaran en el camino. Fue agresivo sin duda alguna, al igual que todas esas veces que mi habilidad se desataba. La furia, el enojo y la rabia, eran detonantes que lo activaban.

—Temo que has acertado. Nunca fue esto tan claro para mí como lo es ahora.

—Podría enseñarle como tomar un recuerdo. No creo que desee ver pasar ciclos ajenos por su mente o ¿sí? —niego con la cabeza, recordando aquellas memorias involuntarias entregadas que me albergan. Ya tenía suficiente con los míos como para agregar más—. Y no lo sé, podríamos quizá, empezar las lecciones lo más pronto posible.

—¡Creía que ya habíamos comenzado!

Los dos sonreímos y por un breve instante, me siento como aquellos niños que fuimos algún día, aunque la diferencia ahora yace en que Rolan todavía lo cree mientras que yo comprendo que por todo lo que hemos pasado, ya nada volverá a ser como antes.

—Me parece que esto es suyo.

Su mano se extiende hacía mí para terminar de visualizar el anillo que me obsequió tiempo atrás como simbolo de nuestro compromiso. Mis dedos lo bordean estando aún sobre su palma y pienso en que permaneció con él todo este tiempo.

—Siempre supe lo que Diego me hacía —comenta—. Pasaba por mi mente una y otra vez entre mis recuerdos y todo lo que veía, lo que oía. Sé que le traicionaba con cada cosa que le permitía averiguar de usted para después, borrar lo que hacía en mi mente, aunque en un momento lúcido lo hice. Yo mismo me implanté una idea. Simple, pero eficaz al mismo tiempo. Algo que me regresara a la realidad. Que me regresara a ser yo —mi mirada se entrecruza a la suya—. La elegí a usted. El cristal que me dio fue lo único que encontré con el tiempo suficiente para volver a ser aquella persona que con su amistad yo solía ser si es que fuera necesario regresar.

De alguna forma, comprendí lo que sentí en su mente cuando me adentré en sus recuerdos.

—También lo hice en Ichigo.

—Tú lo...

—Si, pero lo que para mí fue un objeto —contempla el anillo—. Para él fue un nombre.

—Vanesa —susurro.

Es sencillo adivinarlo porque también noté como algunas veces Rolan cambiaba repentinamente su actitud, así como sucedió con Ichigo cada vez que le hacía escuchar aquel nombre cuando estuve cautiva en el palacio.

—Gracias —explayo tomando su mano.

Me ha ofrecido un poco de esperanza, pues sí Ichigo estaba siendo manipulado, no quedaba resto de duda que él iría por Diego. Me reincorporo de la fuente y emprendo paso con velocidad mientras Rolan me persigue.

—¿Qué fue lo que hice? —su pregunta me asalta—. ¿Por qué no me has devuelvo todas mis memorias? ¿Por qué quieres que lo olvide?

—No sé de qué me hablas —miento y continúo caminando, pues no tengo valor de confesarlo.

—¿Tan malo fue lo que hice? —su mirada me suplica la verdad. Se acerca paso a paso, colocando sus manos en mis hombros—. He tenido sueños. Sueños en el que —su mano se mueve de mi hombro a mi mejilla, rosándola como si en el recuerdo permaneciera presente en su mente—... nos besábamos en el gran salón a la luz de la luna.

No, no era un sueño.

Mentira. Pedí que me besara, quería que lo hiciera, pero él ya no era Ron.

—Sé que parece algo tonto. Una princesa y un simple seguidor, pero este anillo es tuyo —lo coloca frente a mi vista—. Yo se lo di pero... ¿por qué?

—No quieres saberlo, Ron —emerge mi voz estando cerca de las escaleras de las puertas del norte, haciendo que me tome de la mano acortando la brecha entre ambos.

—Ofi, por favor —me nombra de aquel modo y no imagine que aún doliera aquella forma de referirse a mí.

—¡Princesa Tamos! —grita una voz que de inmediato reconozco.

Damián.

Por qué de todas las personas que habitaban en este sitio tenía que ser él quién nos viera.

Rolan suelta mi mano tan pronto como escucha al general nombrarme y acercarse.

—Veo que ha madrugado. Envié a buscarla, pero... no estaba.

Su mirada se traslada a ambos con escrutinio y sobriedad.

—Me parece que usted no debería estar aquí o si, soldado Llanos —comenta para Rolan, sin embargo, es a mí a quien mira.

Me observa en prendas de dormir, lo que provoca que apriete las cintas de mi bata contra mi cuerpo en un acto de nerviosismo. No sé lo que su mente se encuentre maquinando, considerando lo que apenas sucedió el día anterior en esa bodega con él.

—Debería estar enlistándose para cuidar a nuestro rey o me equivoco.

—Así es mi General.

—Entonces, vaya a ejecutarlo. E igualmente usted, princesa. Hoy es el gran día —nos aconseja antes de que un soldados lo intercepte con algún mensaje.

—Princesa Ofi, se lo suplico —murmura Ron con clemencia.

—¡Guardia Llanos! —grita de repente Damián interrumpiendo cualquier contacto posible entre ambos—. ¡Fue una orden!

A Rolan no le resta nada más que alejarse aflijido por no poder quedarse a mi lado y escuchar una respuesta de mi parte, pues en una reverencia se marcha.

Con molestia, mis ojos se direccionan a Damián.

—No deberías ser tan cruel con él —le reclamo—. Él no recuerda nada. Solo hablábamos —mi voz se suaviza una vez que estamos solo los dos, aunque Damián solo ríe con ironía, resoplando ante mis palabras, adentrándonos a la propiedad.

—¿Hablando? ¿A las 6 de la mañana? —cuestiona y lo miro de soslayo, pues de alguna manera lo entiendo.

Si Damián estuviera cerca de alguien que tuvo la mitad de la historia que tuve con Rolan, probablemente yo... bueno, digamos que no sería tan diplomática como lo es él.

Con cautela, observo que no exista nadie en nuestra periferia, y entonces arrastrarlo a una sala vacía. Mis manos toman su elegante saco, lo reclino contra la pared para poder besarlo. Un beso lo suficiente apasionado para dejarlo sin habla cuando me aparto de sus labios, dejando que sus manos rodeen mi cintura calmando sus dudas.

—Eres a quien elegí, Marven —le explico en complicidad mientras mis manos se colocan en su pecho acomodando su saco con mis palmas. Le va tan bien ese impecable traje azul marino de gala, con su imponente cinturoncillo, espada y dagas que es difícil resistirse a él.

—Eso es trampa y lo sabes —refunfuña pasando un par de risos detrás de mi oreja, provocándome cosquillas.

—Lo sé y una vez aclarado. Buenos días, señor Damián.

—Buenos días, dulce Tamos —pronuncia con aquella sonrisa que siempre me destina cuando me mira. Lleva sus manos a mi rostro y me besa de nuevo.

Lo he convencido de la misma forma que yo lo he hecho conmigo misma con respecto a que él y no Rolan, es a quien he elegido.

—¿Es necesario que te vayas antes? —hablo retirándome ligeramente de su lado.

—Si, lo es y después de ello, juro que estaré contigo completamente —me murmura lo último rodeando mi cintura con su brazo en algo que parece una promesa. De qué, no lo sé.

Lo abrazo queriendo que se sienta seguro de mi cariño tal como yo lo hago con él.

Cuando salgo de la sala, le pido que espere unos segundos después de que yo lo haga para que nadie nos vea juntos. Él solo afirma con la cabeza, pero por primera vez observo incomodidad por nuestra clandestinidad, aunque pronto descubro que a mí tampoco me gusta esconderlo.

—Se lo diré —exclamo—. Le diré a mi hermano que tú y yo estamos... —¡Dilo Ofelia. Di enamorados!—. Se lo diré.

Huyo del sitio tan pronto puedo para olvidar su rostro ilusionado y mi repentino sonrojo. Tras llegar a mi alcoba, la presencia de Vanss recién despierta me asalta de tal modo que elimina mis revueltos pensamientos con sus manos sobre su cadera.

—De ninguna manera pienso ponerme esto.

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