𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟤

Lo primero que mis ojos capturaron dentro del gentío reunido, fue la silueta de un seguidor con la edad semejante a la de Gerardo (el hombre que conocí en la guarida de La Capital que cuidada de los niños rescatados de las subastas y otros más hijos de desertores combatientes), su piel era de un tono bronceado, olivacea, cabello oscuro y con ligeras canas recortado hasta el ras de su cráneo y de ojos vívidamente dorados.

-Ernesto Pinzón -se presentó-. Fiel servidor al Fuego Blanco y a usted, Su Alteza.

No hizo reverencia alguna, sin embargo, su mano se estrecho a la mía con espera a una respuesta de mi parte sin importarle los guardias fuertes que me escoltaban en esa ocasión. Por solo un par de segundos me cuestioné la acción que debía llevar a cabo, pero elegí la cordialidad, siendo que justamente tal reunión tenía como objetivo aliarme con tal segmento de mi población.

-Un placer conocerle, señor Pinzón -llevé mi mano a él.

Vanss permaneció a un costado nuestro encuentro, puesto que ella era mi vigilante asignada y no se apartaría de mí hasta que se lo ordenaran.

-¿Por qué nos ha ayudado? -me aventuré a preguntar tan pronto como dejé de estrechar su mano, sin rodeos-. Estoy agradecida, sin embargo... ¿por qué querer salvarme a mí y a mi hermano? -deseé hacer emerger mi control para obtener la verdad, pero lo cierto era que me aterrorizaba llevarlo a cabo.

Y es que las pocas ocasiones que me dejé dominar por aquella sensación había sido para matar personas y el sentimiento que me le acompañaba después no me agradaba en absoluto, por lo que la suprimí hasta ser capaz de manejarla.

A eso debió referirse Rolan cuando espetó que pronto me encontraría dentro de otra prisión. Removí su recuerdo con rapidez, pues pensar en el era lo último que deseaba sentir.

-Soy como usted, Su Alteza -habló sin titubeos.

¿A qué parte de mí se refería exactamente?

Por un segundo, tragué saliva inundada en nervios, mientras observaba a mi alrededor a nuestro personal cuestionándome si eran capaces de escucharnos, aunque nuestra distancia entre ellos era la apropiada para ocultar nuestros secretos, pues su gente y la mía formaban un anillo de seguridad.

-Mis padres eran Teyanos -aclaró-. Vendieron todo para comenzar una nueva vida aquí en Santiago, en dónde yo fui para el resto que les conocía nada mas que un sirviente y aprendiz.

De pronto lo comprendí, él era un fuerte sin fuerza.

¡Por supuesto! Nadie sabía en lo que me había convertido. Como pude tan siquiera haberlo considerarlo.

-Solo busco algo más que esto -fue tan directo como yo. Su altura era ligeramente más elevada que la mía, así como existía algo en sus facciones que hacía tomar en serio a ese hombre. Tal vez era convicción o necesidad. Necesidad de no seguir siendo olvidado-. Hace mucho que este mundo ha dejado de ser el que era. Cambió y evolucionó y creemos que usted y su hermano son nuestra solución para conseguirlo sin necesidad de enfrentarnos los unos a los otros ¿no lo cree así?

-Lo hago -respondí-. Deseo lo mismo, señor Pinzón. De verdad que lo hago.

-¡Majestad!

Un gritó dentro de las filas desertoras provocó que les contemplara y descubriera a mi muy apreciado guardia azul revestido de desertor. Sonreí, en cuanto los pasos de Agustín se estrecharon a los míos, una elegante, aunque innecesaria reverencia cedió por su parte.

Llevé mi mano en su hombro como señal de lo mucho que me alegraba verlo sano y salvo tal como Vanss me lo había asegurado, ya que él no fue contemplado para el viaje hasta la propiedad de mi abuela en Santiago. Supongo que él era un excelente seguro para que aquella reunión cediera, así como podría ser un acto de buena voluntad por su parte, aunque todavía restaba por quitar de mi lista a Ana y su familia.

-Lo prometido es deuda -Vanss exclamó ofreciendo una tosca palmada a la espalda del chico-. Lo tratamos bien. Tanto que hasta ahora habla ¿no es así real Agustín?

El sonrojado de mi guardia solo asentó al tiempo que me miraba deseando decir lo mucho que lamentaba haber sido descubierto, aunque con un gesto le hice saber que no importaba, haciéndole sumar a las filas que traje.

-Si sus palabras son tan sinceras como sus actos, concedane el conocerlos y ayudarlos. Trabajemos juntos para hacer de Victoria algo más que solo esto ¿Está conmigo en esto?

Bastó caminar poco más de 15 minutos para finalmente caer en sorpresa de aquello espetado por Vanss y es que La cumbre albergaba a una cuantiosa cantidad de personas. Pudiera que sí, era una unidad militar fuerte abandonada y retomada por desertores, pero la gran sincronía de aquella propiedad era palpable, por lo que ingresamos en la zona de desembarque de provisiones para no ser notamos, pues ellos no dejaban de ser ciudadanos renuentes a las leyes de Victoria y nosotros fuertes capaces de ejercer la ley adscrita que los apuntaba como criminales.

Fui capaz de observar que los responsables de llevar el orden eran desertores de alto mando que superaban por más de 10 o 20 ciclos a Vanss convirtiéndola a ella, una de las representantes más jóvenes que conseguí visualizar dentro de su grupo con un rango lo suficientemente importante para ingresar a zonas restringidas a refugiados y otros desertores iniciados.

Mis ojos contemplaron lo feliz que hacía aquel sitio a Vanss. Era cierto que ella me dijo saber ahora porqué la gente fuerte se aferraba tanto al poder sí con ello obtenían bellas mansiones y alimentos sobre la mesa, aunque también aseguró que pese que disfrutó de tener un cuarto de baño para ella sola con agua corriente y delicias culinarias, detestó dormir en una enorme habitación sin compañía alguna. Supongo que yo diferí de ello debido a los opuestos mundos en los que nos criamos.

Debido al tinte de mis ojos, pasé desapercibida por completo entre las personas con las que nos topamos. Logré captar a Marino y a Roberta ayudando a bajar suministros de mantas después de que el grito de Riben los alertara de nuestra presencia, haciendo que más personas nos miraran, aunque mis guardias no pasaron inadvertidos por la población, siendo que eran fuertes.

Fue entonces que mi vista se centró en un chico de peculiares ojos rasgados. Sonreí, respiré y apunté mi pequeña daga a la viga de madera que contemplaba.

-Pero que carajo... -su enojo se detuvo en cuanto ofreció un giro para ver a su agresor y descubrirme a mí-. ¿A-ana?

El pronunciamiento del nombre por el que Faustino me había conocido se perdió dentro de mi mente tras su entusiasta sonrisa y enérgico abrazo que levantó mis pies del suelo haciéndome girar con él. Dentro de toda ello, emergieron preguntas de su boca que realmente no me permitió contestar, siendo que él solo las respondía con anticipación ¿Quién me trajo? Vanss ¿Cuando llegué? Apenas, obviamente ¿Si me encontraba bien? Estaba claro que sí.

-Debes enseñarme a lanzar eso -me regresó la daga que le lancé removiendole de la madera-. Y yo prometo enseñarte a usar esto -levantó un tanto su casaca dejando al descubierto su revolver.

Llegué a recordar los momentos en los que la usé y lo cierto fue que no llegué a ser hábil con ella. No es que pretendiera usarla de nuevo de igual forma, pero asenté con una sonrisa cortesana.

-Me parece un trato justo.

-Sabes, estuve preguntando entre el comando por ti en cuanto arribamos esta mañana, pero me dijeron que tanto tu familia como tú apenas arribarían a Santiago hasta mañana. Supuse que estarías junto con tu pequeño enamorado a salvo en Lorde y con todos los demás muchachos de Gerardo que rescataron de La Capital, pero entre tantos disturbios, pudieron equivocarse ¿cierto?

Me alivió saber que mi pequeño Hozer se encontraba a salvo, aunque el conocer que posiblemente Ana y su familia yacían reunidos y juntos me intrigó, aún más porque la última vez que los miré el peligro los perseguían. Me alegró saber que para Faustino, aquella última vez que nos vimos en Fiuri, no afectaría nuestra amistad. Él me había dicho que me fuera de aquella pequeña guarida hacía menos de un mes y con justa razón lo acepto.

-Los demás del grupo estarán felices de verte y... ¿esos son hombres de la guardia negra?

No fue hasta ese instante que miró a su alrededor.

-¿Soy yo o nos están mirando?

-Me parece que me miran a mí, Faus. A mí y mis guardias.

-No comprendo.

-¡Querida audiencia! -musitó una voz a lo lejos que pronto identifiqué como Ernesto Pinzón al centro de la instalación con los brazos en alto, mientras se elevaba sobre un gran pedazo de tronco de madera usado como pódium-. ¡Nuestro fuego se ha elevado!

Todos los pertenecientes a su organización vitorearon, al tiempo que los civiles seguían pétreos ante comenzar cada vez más a reconocer mi presencia junto con los soldados que me escoltaban.

-Pero esto hace mucho que ha dejado de ser solo desertores contra rebeldes -echó un vistazo hacia Vanss visualizándola dentro de la multitud-, o seguidores contra fuertes.

Miró por arriba de su congregación moviendo su mano hacía la contingencia de hombres y mujeres que me protegían.

-Ahora, nuestra sangre y condiciones se han mezclado y quién sabe que más podría surgir -continúo y aquella vez fui capaz de sentir su mirada flameante postrándose hacia mi dirección.

Por un segundo, me vi intimidada por su penetrantes dorados ojos, haciéndome sentir expuesta como si pudiera saber lo que yo era. Los nervios se apoderaron dentro de mi ser en el preciso instante que mi respiración comenzó a serme dificultosa y profunda a tal punto que de la nada, unas punzadas en mi mente comenzaron a convertirse en voces. Demasiadas voces. No, no eran voces sino pensamientos. Mis pensamientos.

-Ahora, tenemos la oportunidad de mostrar lo que somos y lo que merecemos como parte de esta nación. Una comunidad que luchará ante las adversidades cada vez que se presenten, pues no hay mejor manera de vivir que aferrarse a aquello.

Todos aplaudieron aquel reconfortante discurso, pero su mano se alzó con inmediatez, pues aún no había terminado.

-Afortunadamente en esta era tendremos no a uno sino a dos líderes con los que nos espera, estoy seguro, algo mejor -su brazo y mano se destinó en mi dirección-. Unámonos a ella y que sea lo que nuestra reina y su renacido hermano deseen que sea.

Los presentes comenzaron a mirarme y murmurar acerca de la existencia de cuál hermano explayaba su líder. En lo que respectaba a mí, pude sentir como Ernesto forzaba la situación. Algunos parecían no estar muy de acuerdo con la idea de que siguieran a expensas de una dinastía fuerte que solo los sobajaban, provocando que mis guardias dieran inicio a tensarse y pensar en cómo salir del sitio si era que los desertores y refugiados, renegaban de su reina.

-¿Ana qué esta pasando?

-Lo siento Faus, pero Ana no es mi nombre. Ana es el nombre de mi doncella -le confirme en un murmuro con toda la pena que pude agregar en mi mirada retrayéndola de él por tal mentira-. Mi nombre es Ofelia Tamos Jacobi, regente de Victoria.

Algunas voces, todavía se cuestionaban quién era yo, mientras otras más contestaban que era su reina y finalmente terminar de ser observada lo doble que antes, aunque la que más me pesó fue la proveniente de Faustino, el cual se había dispersado entre la gente para alejarse y encontrar en su mirada algo que jamás me había ofrecido.

Decepción.

Su mirada bajaba y subía en la lejanía cuestionándose quién era realmente yo, siendo que fui una mentira completa hasta los últimos minutos. Lo siento, fue lo único que mis labios lograron espetarle antes de que optara por darme la espalda y marcharse.

El resto no supo si hacerme una reverencia o escupirme por representar la razón de elegir la deserción, aunque varios de los refugiados comenzaron a reverenciarme. Mis acciones los habían llevado a esa situación y aún así lo hacían. No merecía aquel gesto suyo.

-¿Por qué luchar en su nombre? -se escuchó lejana la voz de un desertor-. Solo ha traído desolación y enfermedad. El que se vea como nosotros no quiere decir que lo sea -muchos lucieron estar de acuerdo con ello-. ¿Por qué nos ayudaría?

-Porque son victorianos y esta es tan nación suya como mía -hablé fuerte sintiendo las miradas enfocándose en mi rostro-. Contemplo a la perfección que todos aquí merecen mucho más de que lo que las leyes han hecho por ustedes en el transcurso de los cientos de ciclos, pero prometo que pelearé por cada uno de ustedes cueste lo me que cueste, porque este mundo no puede ser perfecto, pero si justo y me encargaré de dárselos.

Con esa últimas palabras, Ernesto comenzó a acercarse a mí, mientras esperaba que Faustino no permaneciera enfadado conmigo por siempre, pues el enojo puede pasar transcurrido el tiempo, pero la decepción, esa jamás. Le daría unos días. Deseé que fuera suficiente, aunque fuera muy probable ya no volver a verlo después de todo esto.

-Prométeme que no olvidaras este lugar, chica daga. Que no nos olvidaras cuando estés frente a ellos -habló Vanss.

-No será necesario prometerlo. Estarás ahí para verlo y oírlo ¿no es así, señor Pinzón? -Ernesto coincidió conmigo.

El rostro de la comandante se contrajo un segundo en cuanto notó que llegamos a aquel acuerdo sin consultárselo, pero como buena partidaria de aquel clan, terminó aceptando. Además, en cuanto él comenzó a vanagloriar sus muy destacables habilidades, ella sonrío al igual que yo, puesto que ambas conocíamos el significado de lo que vendría considerando que el Fuego Blanco ya no sería más una asociación clandestina.

El fuego, se había encendido.

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