𝐸𝓍𝓉𝓇𝒶𝒸𝓉𝑜 𝟤

ALARIC

Todos están presentes. Pese las circunstancias instauradas dentro de los alrededores de La Capital en estos instantes y que dudé demasiado en asistir o no a un sitio en donde claramente no podría hacer nada al respecto si es que se me juzgara por traición debido a mis actos, los cinco gobernadores nos reunimos en Torna, la ciudad principal del gobierno de Santiago, tras la solicitud urgente de Misael Borja debido a la precariedad de los últimos sucesos.

—Entonces... ¿ella vive? —exclamo aferrando mis manos al asiento que rodea la redonda mesa que nos preside en esta reunión extraordinaria, al tiempo que mi vista (sin poder creerlo todavía) observa aquel video que se reprodujo en las ciudades principales de cada gobierno donde se muestra a mi prima Ofelia, siendo torturada por un grupo desconocido y autonombrado "rebeldes".

—¡No, no lo está! —contradice con ímpetu Uriel Wendigo, el gobernador de Palma—. Durante estos cuatro días hemos intentado comunicarnos e incluyo a todos en esto por múltiples formas y medios —destina una mirada a cada uno de los presentes—. Además, las comandancias tanto de La Capital como del palacio conocen bien la situación que atraviesa esta nación por la plaga y los incendios, así como mucho menos importante, las vidas de valientes militares como la de mi primo Yraco y nobles fuertes que se reportan como desaparecidos por la contingencia más que señalada, claro está.

—Y también seguidores —repelo—. Miles de vidas de ellos se han perdido por igual.

Todos ignoran lo dicho por mi boca. Y es que poco más de dos mil refugiados se han instalado en la aledaña frontera de La Capital y mi gobierno Lorde después de determinarse fuera de peligro para la población externa. Aquello significaba que cerca de diez mil seguidores estaban considerados muertos o desaparecidos, pero eso no les interesa en absoluto a ellos.

Sigo siendo tratado como un inexperto niño en comparación de ellos pese que ya posea 23 ciclos, aunque comparado con sus 60 vivídos y 30 de experiencia contra puesto a mi escaso par de meses, aquello ha de carecer de relevancia.

—Ni siquiera poseemos la certeza de lo reciente que puede llegar a ser aquella transmisión. A estas alturas y lo cuál es lo más probable, Ofelia Tamos ya debe estar muerta.

Mi boca se abre para protestar su ofensa, sin embargo, otra voz emerge.

—Y no olvidemos mencionar también que muchos de los testigos fuertes que cruzaron por la frontera Kitana, aseguraron que soldados fuertes como seguidores fueron sus atacantes directos durante la oleada de masacre que la misma reina ordenó —espeta Misael Borja echando un vistazo a Mikaela Farfán, siendo que su gobierno le permitió exclusivamente la entrada a fuertes.

—No está sugiriendo que ella misma ha provocado todo esto o ¿sí? —le cuestiono al gobernador Borja tras lo espetado—. Es absurdo ¿con que fin?

—Con el fin de causar disturbios y caos en cada uno de los gobiernos, agobiándonos con supuestos rebeldes que amenazan a toda Victoria para alzar a sus queridos seguidores a una guerra, demostrando lo que siempre deseó demostrar y al final del día, ella pueda llevarse la gloria de haber conseguido "su mundo justo".

—¿Gloria? En que parte de su plan el ser torturada es llevarse la gloria —le protesto al gobernador Wendigo.

—No lo sé, señor Mendeval. Puede que sea buena actriz.

—¡Basta! —la voz de Misael Borja resuena tomando el mando de la asamblea—. Sea quién haya provocado esto ha podido comprar las lealtades de soldados y altos mandos de fuertes. Las fronteras están acorazadas por nuestras mismas guardias entre el incendio que ellos mismos han propagado para detener esta infección sin precedente alguno y por supuesto, hay que hablar de aquellos soldados que llevan consigo armas y de las cuáles, no poseemos la remota idea de cómo las obtuvieron.

—Yo si lo sé —comenta con voz temblorosa la señorita Farfán ante las palabras anteriores del gobernador—. Mi primo, el general de Victoria, las llevó ante un mandato de la reina. Esas armas estaban en mi gobierno. Eran cargamentos de contrabando del cuál desconocía su existencia. Mi padre viajó para ofrecer la noticia de la enfermedad al palacio y desde entonces, no he sabido nada de ambos.

—¿Está tratando de decir que la misma reina les ha dado las armas para alzarse, mi señora Farfán? —cuestiona Misael Borja con la ceja levantada ante tal declaración.

—No mi señor, sin embargo, de ella radicó la orden para trasladarlas. Si las almacenó o destruyó lo desconozco.

—Esto es intrigante, aunque en realidad ya no importa como ha sucedido, sino el como detenerle. Deberían mandar ahora a todas sus guardias disponibles mis señores gobernadores —explaya Uriel para Misael y Farsin. Los poseedores de la guardia negra y azul.

—Yo no puedo enviar a ningún real a La Capital. No cuando aquella enfermedad los tirará mucho antes de que lleguen a enfrentarse a cualquier batalla posible —Farsin Ugalde enfatiza, mirando a los soldados como número y no personas.

—Además no olvidemos las jurisdicciones. La familia real puede intervenir dentro de los gobiernos, pero nosotros en sus tierras no, y si de ella no proviene el que podamos intervenir entonces, se considera un acto de invasión.

Lo dicho por el gobernador Borja nos hace enmudecer un par de segundos, recordando los tratados por la que se les otorgó a cada familia antigua los gobiernos.

—Estallémoslo entonces -resonó de la nada la voz del gobernador de Palma con suma calma—. No podemos atacar por tierra sin alertarlos, que sea por aire entonces. El hacerlo no equivaldría a invadir técnicamente hablando. De esa forma erradicamos dos plagas: enfermedad y rebeldes.

—¿Tiene alguna idea de lo que está diciendo? —alego de inmediato ante el silencio provocado—. Soldados, trabajadores del palacio, nobles de La Capital, la misma Ofelia. Todos ellos con la posibilidad de no resistir la extinción que pide.

—Tiempos difíciles, decisiones difíciles. Un pequeño sacrificio por un bien mayor o es que acaso ha olvidado que esos rebeldes acabaron con su padre, gobernador Mendeval.

Eso último me enciende más que lo anterior, porque apenas hace dos semanas ellos destruyeron el menester, junto con la casa gobernadora, mi hogar. El lugar donde nací, crecí y viví al igual que mis antecesores. Supongo que de no ser que Uriel refresca mi memoria habría jurado que aquello sucedió hacía mucho tiempo atrás. Él mismo en el que perdí a Benjamín.

—¡No dejaré que lo hagan! Nuestra reina está viva, lo sé —me levanto de la silla tempestivamente, porque quizá para ellos Ofelia no significa nada más que una molestia, pero para mí es familia.

He luchado y hecho demasiadas cosas de las cuales no estoy muy orgulloso, para que estuviera en ese trono con una corona puesta siendo nuestra reinante para que ellos simplemente decidan acabarlo sin haber empezado tal cambio.

—Pues si es que se encuentra ahí, estoy seguro que como buena reina decidiría sacrificarse por su pueblo ¿no? Además, aceptémoslo, esos malditos débiles la matarán. Es la única descendiente Tamos viva. Eso es lo que ganamos por permitir que una mujer nos reine.

—No, eso es lo que ganamos por dejar que personas como usted gobiernen con opresión a su población y provocar que se revelen —digo con seguridad y desprecio hacia él, pero a cambio recibo un ademán de indiferencia por parte suya.

—Para su mala fortuna, señor Mendeval de usted no depende toda la elección. Sin ninguna autoridad superior a la que poseemos ahora —escucho sabiendo que se refiere a René Farfán, Damián Marven y por supuesto a mi prima Ofelia que nos superaban en rango dentro de está nación—, somos nosotros, los cinco gobernadores, quiénes deciden el destino de Victoria, así que votemos —intercede Uriel y todos se dedican a meditar lo que harán con su elección—. Yo comienzo: digo si.

—No —musita Mikaela. La más joven y única mujer dentro de la sala, pensando en que su padre todavía podría yacer con vida y preso en el palacio.

—Si —continúa Borja asignando el voto como el militar que es y después es mi turno de negarme, dejando al gobernador de Marina que decida, sin embargo, antes de que su voto se emita de antemano contemplo que como siempre, seguirá al gobernador de Santiago y su palabra es la esperada. Un rotundo sí.

—No permitiré que lo hagan —susurro al gobernador de Palma, tomándole del brazo con ferocidad una vez que se determinaron las especificaciones del ataque.

—Dudo que consiga hacer algo gobernador Mendeval, aunque si le interesa tanto la vida de su prima, vaya usted mismo y sálvela —responde deshaciendo el aprensivo amarre que le tenía con un disimulado tirón—. Y si me lo permite, le sugiero que lo haga con velocidad, pues tras el alborada de mañana no quedaran nada más que cenizas de aquel lugar y en el extraño caso que tenga éxito, escóndala siendo que ella deberá enfrentarse a un juicio por sus actos, así que no se desgaste y mejor arregle a Lorde que hasta dónde yo sé, se está yendo desde que usted gobierna, al mismísimo carajo.

"Debo hacer algo"

Pienso apresuradamente, mientras me deslizo arriba del jet para partir de Santiago, el cuál cerrará por completo la frontera que une nuestros gobiernos debido a que Lorde es considerado un gobierno con brotes de infección. Es cierto que pese que se encuentra un tanto controlada la situación, puesto que mis soldados deben combatir por igual aquellos incendios de los campos del poblado Pixon y Los Balcones que se extendieron desde La Capital, la calma no puede definirnos por el momento.
Habría deseado poder contactar a Ernesto para mirarlo, sin embargo, su principal base yace justo en el gobierno de los Borja y ya que él es vulnerable al virus que circula por el mío, tal vez lo mejor sea que permanezca en Santiago, aunque de igual forma mi mensaje ha sido enviado.

Cuando arribo a la casa que los padres de Renata le han heredado en el poblado de Oprazöl, debido a que esa es nuestra residencia por ahora, me encuentro exhausto y somnoliento, y ya haya sido por las largas jornadas a las que me he sometido estás últimas horas o por el hecho de pensar que en cualquier momento guardias podrían adentrarse a la propiedad para arrestarme por los actos que he cometido sin mostrar una pizca de piedad, me consume.

Imagino que de no ser por la dulce mirada de mí bella esposa Renata que espera y me apoya en cada una de mis decisiones, así como la noticia que en unos meses seremos padres, no sé cómo seguiría de pie. No después de haber tenido que tomar la dura elección de no dejar ingresar a más gente a Lorde. No con la posibilidad de al menos extender la plaga roja como algunos la han llamado, siendo que los seguidores contagiados mueren desangrados.

Es algo terrible de ver y que tuve que comprobar con mis propios ojos, tras haber visto a mi cuñado Darío sucumbir a aquella tempestad.

—¿Cómo sigue? —le pregunto a Reni por su hermano que desde que despertó de la muerte no ha salido de su habitación.

De alguna forma, supongo que está acostumbrado a ello, siendo que toda su vida desde su nacimiento, siempre vivió oculto y bajo las sombras de la familia Verdeen, pues él es como mi prima: un fuerte sin fuerza. Es como muchos a los que he ayudado en mi gobierno y pese que su familia siempre le brindó cariño, nunca dejó de ser para el resto "El sirviente de los Verdeen".

—Mejor, está... más tranquilo.

Mi esposa me sonríe con cortesía, pero a través de ella me es visible capturar su angustia y miedo. Miedo a él.

—Yo... morí ¿no es así? —me cuestionó Darío la primera vez que despertó y le visité. Asentí con levedad—. Entonces... ¿por qué sigo aquí?

—No lo sé —le confesé con sinceridad—. No lo sé.

Mi respuesta sí volviera a preguntarme seguiría siendo la misma, pues pese que se ha calculado que en sus casos más tardíos la plaga roja consume en un día al portador, no concibo en encontrar alguna razón que explique que él continúe con vida. Me he acercado a los refugios estos días intentando hallar a alguien que haya pasado por lo mismo, pero nada.

Quizá y solo es hipotético. Pueda que el hecho que sea un fuerte sin fuerza sea la razón más obvia por la que su corazón se encuentre latiendo de nuevo, pues jamás podré olvidar aquel par de ojos tornados rojos una vez que el grito de mi esposa me llevó a abrir la habitación de la puerta de la casa gobernadora que aún yacía sin residentes debido a la reconstrucción de la misma por el ataque que sufrió.

Aquel día, visualicé de rodillas a mi esposa, mientras su hermano menor Darío, se mantenía de pie pidiéndole disculpas. Después de ello, simplemente él se desmayó dejándonos a ambos anonadados, puesto que hacía tan solo una hora anterior al momento le habíamos dado por muerto.

—Iré a visitarlo.

Paso a paso, me destino a la habitación que siempre le ha pertenecido en esta residencia. Logramos traerlo hasta acá dos días después de la contingencia debido a que su estado emocional (por decirlo de algún modo) no era el adecuado.

—Tus padres vendrán mañana. Eso está bien ¿cierto?

—Supongo que si —me contesta de pie a un lado del balcón con la ventana y cortinas cerradas, contemplando el amplio jardín de la propiedad—. ¿Crees que esté listo para ello? No es mi deseo hacerles daño como lo hice con mi hermana.

—Temo que eso es algo que solo tú puedes responder, hermano mío. Y en cuanto Reni, sabes que ella piensa que no hay nada que perdonar.

Su cuerpo se gira para mirarme. Verdes. Por un breve momento su hermana y yo supusimos que la enfermedad le había otorgado aquello que la vida le quitó al nacer: su fuerza.

Sin embargo, con el paso de los días estos regresaron a tornarse de nuevo verdes. Para ser sincero, todavía impregno sorpresa cada vez que le tengo de frente y porque no, un poco de miedo y escalofrió con el pensamiento.

—No lo entenderías, Al —exclama—. Antes de morir tuve un sueño o más bien, una pesadilla. Estabas tú y Reni y por supuesto mis padres e incluso los tuyos -toca mi hombro con su mano lamentando mi sufrimiento por la reciente partida de mi padre, aunque por fortuna mi madre se encuentra recuperándose en Gaelena, nuestra ciudad principal—. Y yo... yo era un fuerte, un verdadero fuerte. Por unos breves minutos miré la vida que pude haber tenido.

Me sonríe con un tinte de alegría y amargura hasta que está se oscurece.

—Y entonces, él apareció cruzando las puertas de esta propiedad y nos devoró. Uno a uno, todos murieron frente a mis ojos por lo que le hice.

No podría culparlo. Estos días por igual se han tornado en incertidumbre para mí, pues temo que en cualquier momento suceda lo inevitable, por lo que subir a aquel jet en espera con todos los Verdeen hacía Ivahanka sea nuestra única opción.

—Darío...

—No, no, escúchame —me sujeta de ambos hombros desesperado hasta que se percata de mi ansia por querer calmarlo. Suspira y continúa—: Lo que sea que me haya hecho despertar todavía sigue dentro de mí. No podría explicártelo, pero permanece conmigo. Lo siento en mis venas, en mis latidos, mis pensamientos. Sí, ahí es donde se aloja: en mi cabeza—comienzo a preocuparme—. Ni siquiera sé porqué sigues siendo tan amable conmigo. No después de lo que hice. De traicionar tu confianza de ese modo.

Yo si lo sé y se llama culpabilidad, puesto que es muy probable que él no hubiera enfermado de no ser que yo le mandé a La Capital la semana anterior para que corrigiera el error que cometió. Veo bondad y redención dentro de sus ojos. Sigue siendo aquel joven que conozco.

—Somos familia ahora ¿no? Estamos juntos en esto —respondo a cambio y me otorga una fugaz sonrisa.

—Sí que lo somos Al y ya que estamos juntos en esto, tal vez sea hora de que pueda devolverte todo lo que has hecho no solo por mí y mi familia, sino por todos esos ciudadanos que has protegido aquí y en Ivahanka. Puede que necesites verlo para que comprendas de lo que hablo. Para que puedas creer.

—¿Creer en qué?

—En las segundas oportunidades.

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