𝐸𝓅í𝓁𝑜𝑔𝑜

Dame tu brazo —exige mi abuelo Dafniel—. Es una orden, niña —presiona en un tono aterrador, lo que provoca que se lo ofrezca temerosa por obtener un castigo, pesé que de igual modo gano un pinchazo con tan solo cuatro ciclos de vida.

—¡Auch! —chillo mientras un par de lágrimas emergen por el dolor.

Me pregunto que habrá mal en ti —dice en un murmuro, tras observar mi sangre correr dentro de un vial—. Supongo que pronto lo averiguare —continúa con una sonrisa espeluznante, y desde entonces quedarme sin habla por una larga temporada hasta que él murió y conocí a Rolan Llanos.

El recuerdo que me aborda de mi niñez se desvanece tan pronto como mis ojos se abren y enfocan mi periferia. Y es que, esperaba despertar dentro de una prisión cernida en oscuridad y humedad tal como en mi cautiverio en el piso cero del palacio o quizá dentro de una celda tecnológica con cámaras y sensores, sin embargo, no es así.

La sala particular en donde yazco es en exceso amplia con paredes que se cubren en tonos beige y con un alto techo abovedado cubierto por varios candelabros dorados y exquisitos, juntos con marcos de madera grabados que combinan perfectamente con todos los muebles de la sala y cortinas verde olivo.

Nunca he estado en este lugar, sin embargo, sé exactamente en donde yazco: el palacio de Libertad.

Basta reincorporar la mitad de mi cuerpo sobre el sillón donde he reposado con vista hacía la puerta de está habitación para cuestionarme si quiera el intentar o no huir de este sitio.

—Hasta que al fin le conozco, Ofelia —emerge una voz a mi espalda que causa que tempestivamente plante mis pies sobre la alfombra y gire para ver a nada menos que a Solomen Austria Jirdenel sentado en la silla de su robusto escritorio—. ¿Puedo llamarte por tu nombre, cierto?

Nunca nos hemos visto, pero es tan parecido a su padre, aún si el tono de su piel es un tanto más aceitunada que la de Vakrek, lo que consigue resaltar sus alargados y rojos ojos cual fuego de una antorcha recién encendida.

Los rayos del sol que traspasan por el ventanal anuncian que el anochecer pronto caerá, así como ofrece cierto dramatismo a su silueta cuando esté se levanta del asiento, resplandeciendo aquel pulcro y confeccionado uniforme blanco en detalles naranjas que por supuesto no ensuciaría para traerme a él. No cuando posee un ejercito ante sus pies.

Su mano se extiende con gracia para que tome asiento frente a su escritorio, pero niego en un casi imperceptible movimiento de mi cabeza. Sonríe.

—Sí la montaña no viene a mí.

Retrocedo un paso cuando él avanza en mi dirección, provocando que la comisura de su boca se extienda ligeramente en satisfacción, tras pensar que tal vez debo temerle, aunque en realidad lo que pienso es en lo tontos que fue su escolta por dejarme con él a solas y mi control intacto, pues sea lo que sea que me hayan colocado antes de venir sé no fue neutralizador, ya que lo siento vibrar dentro de mí incluso más que las horas anteriores.

¡Se atrevieron a dejar a una controladora con su rey en una misma habitación!

—Nosotros no matamos a tu padre —me aventuro a hablar con convicción sin dejar de mirar su rostro. Tal vez aún puedo abogar con palabras, pesé que yazco segura de que Diego y Garan insertaron ideas en su cabeza.

—Comprendo bien que no han sido ustedes quienes lo causaron —su voz suave y embriagadora suena, al tiempo que sus pasos me acechan—. Y lo sé bien porque quien lo hizo fui yo.

Mi rostro debe ser tan expresivo al respecto que una sonrisa se curva en sus labios cubierta con orgullo por ofrecerme tal confesión. Era tarde, su mente ya había sido envenenada.

—Vamos, no me mires así. Esperé por mucho para que este momento llegara al fin. Ya era su hora, créeme —concede otro paso adelante, colocando sus manos detrás sin temor alguno de que le haga algo. Mis pulsaciones aumentan con cada avance suyo—. Piénsalo tan solo un poco. No somos tan distintos después de todo, pues ambos hemos perdido a nuestros padres súbitamente por un terrible ataque de contingentes rebeldes.

—No —resoplo—. Tú has matado al tuyo, mientras el mío...

—Obligados a subir repentinamente a un trono.

—Eso siempre fue tu destino como único heredero...

—Marcados por una anomalía que nunca decidimos tener, pero que aun así fuimos condenados.

—¿Anomalía?

—Y finalmente...

Nuestra danza de avance y retroceso se vuelve más precaria, pues no parece escucharme. Luce desesperado y maniático por querer que oiga sus protestas. No es mi deseo escucharle más, por lo que cierno mi encanto sobre él, sin embargo, un inesperado y nuevo dolor surge dentro de mi cabeza, brindándole la oportunidad de que sus manos sujeten mis muñecas.

—... ambos hemos perdido personas que queríamos el mismo día y con la misma espada.

Aquello último me descoloca, así como lo hace aquella nueva y delirante sensación que causa que mis piernas tiemblen.

—¿Acaso deseas controlarme? —espeta molesto, llevándome hacia él.  Mostrando aquel rey que fue en la transmisión de la estación militar.

Lucho para que su amarre se disuelva, y él lo concede con la suficiente fuerza para que me impacte con uno de sus estantes que se cubren con fotografías familiares, causando que algunos caigan en la alfombra junto conmigo.

Es entonces que observo uno de ellos. Solomen de niño,  acariciando un corcel y pesé que jamás nos conocimos a esa edad le recuerdo. Una mente ya me lo había mostrado.

Diego o debería decir...

—Lebrón fue la única persona en mi vida que realmente me fue fiel en todo momento. Él al igual que tú, tampoco podía gobernarme, aunque no es que quisiera hacerlo de igual modo.

Los recuerdos de aquel libertano rebelde que se ocultó en Victoria se cuelan con claridad en mi mente. Todo encaja ahora. Cada pieza del tablero se revela, mostrándome que este juego empezó mucho antes de que fuera mi turno.

"No puedes entrar en su mente" me digo internamente "Nadie controló sus ideas, pensamientos o actos" toda decisión fue suya y solo suya, y quería que yo lo supiera.

Por eso no colocarme ningún neutralizador en la sangre y despertar en su sala privada, esperando a que cerniera mi control sobre él.

—Eras tú —susurro con mis vista puesta en Solomen, comprendiendo que lo que para mí fue Damián para él debió ser Diego—. Detrás de Zande, Wendigo, Farfán y sus hijos. Detrás de los rebeldes —recobro finalmente conciencia de los hechos, recursos y convicciones —. Detrás de Lebrón y su control siempre estuviste tú. Tú le dijiste a ese perverso chico que matara a toda la gente que yo amaba.

—Créeme cuando te digo que no todas las cosas que acontecieron debieron resultar de esa manera.

—¿Creerte? ¡Eres un monstruo!

Con toda la fuerza que poseo, me reincorporo deseando llevar mi puño hacía el culpable que inició los eventos que destinaron mi vida a este momento, aunque con velocidad él retrocede lo suficiente para meter la mano al bolsillo de su saco y revelar dos viales.

—¿Sabes lo qué es ésto? —agita ambos contenedores, uno rojo y otro incoloro—. Hace casi un siglo atrás, nuestros antepasados fueron lo bastante idiotas como para esparcir un virus del cual no poseían cura alguna por culpa de disputas territoriales, dejándonos al borde de la extinción, pero ahora... —mueve ambos viales frente a mis ojos— virus, cura, cura, virus.

—¿Poseías una cura? Murieron miles de seguidores y tú... ¿tenías una cura?

—No te equivoques, Ofelia. Este virus y este antídoto no son para seguidores sino para fuertes.

Me gustaría decir que no comprendo lo que dice, pero temo que lo hago.

—Sé que compartes el mismo pensamiento que yo en lo que respecta a que los fuertes ya han gobernado por mucho tiempo este mundo. Merecemos un reinicio.

Solomen no me teme en absoluto. Sabe que no hay salida a la cual pueda huir y es por eso que se permite dirigirse al escritorio donde un trago descansa, lo toma agitándolo con gracia antes de beberlo, mientras me concentro en la daga de su cintura con empuñadora de diamante y joyas preciosas que combina en perfección con su ridículo atuendo.

—¿Por qué me confiesas esto? —cuestiono—. ¿Qué... qué es lo que quieres de mí?

—Simple —ofrece un sorbo a su trago—: una nación, una esposa, un heredero.

¿De verdad lo estaba pidiendo?

—Solo piénsalo, el hombre más poderoso de Libertad con la mujer más letal de Victoria. Un digno heredero que reinará la nueva nación que crearemos, así que Ofelia Tamos, cásate conmigo y reina a mi lado ¿Qué dices?

No sé porqué, pero una risa emerge de mi garganta. Ya sea por miedo o nervios, rio con demencia.

—¡Pero qué te hace pensar que yo querría contraer matrimonio con el hombre que mató a todo ser que yo amaba!

—Haré esto contigo o sin ti, entiendes. De ti únicamente dependerá cuanto sufrirá Victoria en el camino de pertenecerme ¿Una persona a cambio de miles? Eso no se discute, cierto. Aún te queda tu pueblo ¿Qué estás dispuesta a hacer por él para salvarlo?

Se acerca. Retrocedo.

Sus ojos brillan ante aquel anhelo planteado. El mismo que guardaba Diego. Al menos ahora sé a quien se refería ese libertano cuando dijo que el mundo merecía un reinicio con alguien digno para hacerlo.

—Cariño, sabes bien que me perteneces —termina por exclamar e instintivamente mi mano va a mi hombro. Aquella "S" que yacía en mi omoplato no era de Sombra sino de Solomen. Siempre fue él. Estos meses fui marcada para ser de su propiedad.

—¡Maldito bastardo! —le grito con rabia, arrojando todo lo que se encuentro cerca hasta que tomo una lámpara de vidrio que reviento en su antebrazo, tras querer protegerse de mi agresión.

Consigo que sangre seguido de surtir nuevamente mi control en él, aunque pronto caigo de nuevo a sus lustradas botas, confirmando que mi habilidad no funciona en el monarca. Ahora entiendo cuando Rolan dijo que entrar a mi mente lo destrozaba. No fue una metáfora, siendo que ejecutarlo realmente es igual a romperse.

—Deja de luchar, no hay elección que tomar ahora que de nuevo Victoria te pertenece —me susurra al tiempo que comprendo algo. Solomen cree que mi hermano está muerto, asi como el controlador Garan lo creyó por las palabras espetadas por Ichigo, convirtiéndome de nuevo en la única heredera para reinar a mi nación—. ¿Y bien, aceptas?

Él espera una respuesta, sin embargo, mis ojos delirantes se desvían a la esquina de su despacho en donde miro la ilusión de Damián que he generado. Sé que nosotros no creemos nada acerca de la vida después de la muerte, pesé que alguna vez nuestros antepasados lo hicieron, pero la idea de tener otra oportunidad con la gente que amábamos no suena mal.

"Si no lo consigues, dile que sí cuando lo pida" las palabras de Ichigo resuenan en mi mente cuando me capturó.

Y pesé que hubiera preferido la muerte no planeo desperdiciar ni un segundo de vida otorgado por el sacrificio de Damián. Contemplo su silueta creada por mi control y le prometo que haré que valga la pena al igual el mío.

—Acepto —apenas concibo decirlo sin poder evitar rodar una lágrima por mi mejilla.

No soy capaz de mirar nada que no sea el suelo, aunque la mano de Solomen levanta mi barbilla para que le mire.

—Que no te avergüence elegir vivir, Ofelia. Todo mundo desea hacerlo —le otorgo una mirada con odio. Odio puro y palpitante, siendo que no posee idea de las motivaciones que me llevaron a aceptar—. Esto es gracioso, pues debería ser yo quien yazca arrodillado y no tú, pero de igual forma aceptaste o me equivoco.

Sabe que no pienso repetirlo de nuevo y se jacta con una sonrisa que curva sus labios en cuanto mi silencio me sentencia a él.

—¡Perfecto! —me suelta y palmea sus manos en un sonido que me hace cerrar los ojos hasta que habla de nuevo—. Dame tu brazo.

Aquel recuerdo de exigencia en mi abuelo vuelve a mi mente y entonces dudo. Ante eso, el rey Austria tira de mi brazo con brusquedad, jalándome lo suficiente para no moverme y clavar de nuevo una aguja que sé que contiene el neutralizador.

—Sabes, algunas personas no pueden escapar de su destino y el tuyo, es llevar una corona.

El suero comienza a hacer efecto, lo que provoca que pueda llevarme a sentar en el sofá de nuevo, seguido de direccionarse a la puerta y haga entrar a dos soldados suyos.

—Su Alteza requiere de atención después del rescate que hemos hecho y pedir asilo y ayuda para su pueblo. Llévenla a su habitación y háganlo con procura e inmediatez. La reina de Victoria merece todo nuestro resguardo —los soldados asienten de inmediato mientras el suero surte efecto y mis ojos desean cerrarse con el general Marven borrandose de mi mente.

Ni siquiera intento controlar a los guardias, y no porque el neutralizador hiciera efecto, sino porque esta es mi elección. Me quedaré aquí porque aceptarle hoy le permitirá a mi hermano, a la causa y a mí, pelear por un mañana.

—D-disculpe, pero... ¿a qué habitación la llevamos, mi señor rey? —habla uno de sus guardias con la mirada baja por importunar a Solomen de su triunfador trago.

—Cómo que a cual, mi soldado —sorbe de su vaso sin quitarme la vista y sonríe—. Al de nuestra futura reina.

SÍ HAS LLEGADO HASTA ESTE APARTADO PERMÍTEME OFRECERTE MI TOTAL AGRADECIMIENTO POR OTORGARLE TU VALIOSO TIEMPO A ESTA HISTORIA.

OFELIA Y EL REINO DE VICTORIA CONTINUARÁ EN SU TERCERA ENTREGA...

"UNA FLOR EN EL INVIERNO"

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top