Capítulo 39 ( Parte I )
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Gray se ha enterado sobre la canción, maldita sea ¡Se ha enterado y ahora no sé qué hacer!
Me escondo en medio de los clientes, muy lejos de la mesa donde está Gray. Eric es el único que logra ubicarme con facilidad como si nuestras miradas poseyeran un imán invisible. Me envió un mensaje hace un rato para avisarme que la cosas están algo tensas, que no me preocupara, todo estaría bien...
Pero me estoy preocupando, muchísimo.
Todo empezó por Berenice y su jodida espontaneidad que adoro. Me sentí feliz, reía con So mientras Henrik cantaba frente a nosotras una de las canciones para el concurso. Entonces me preguntó si quería cantar un pedacito de la canción, dije que sí. Me sentía bien, segura de mí, en confianza. Por primera vez en muchos años recordé lo que se sentía eso, la confianza. Cantamos un pedacito, un párrafo nada más, pero ese no fue el problema. No, el problema fue que continuamos cantando otras canciones populares. Sofía revisaba mi lista de canciones en el celular y, de alguna forma estúpida, terminamos cantando Nunca es Suficiente de Natalia Lafourcade.
Me he dejado llevar.
Henrik acercó su guitarra acústica, Bere daba unos ligeros golpecitos sobre la mesa con sus baquetas y Paolo me explicaba la forma correcta de sostener el micrófono. Ya había hecho mis ejercicios de respiración y calentamiento, me pareció sencillo cantar.
Y canté, no puedo creerlo. Canté.
Me aparto hacia el otro lado del bar con el corazón agitado por la emoción al recordar esos momentos. Debo regresar hasta la caja o Karina me matará. No necesito uno más en mi lista de posibles asesinos.
Me detuve varias veces durante la canción porque comencé a avergonzarme de cantar en el micrófono. Era la primera vez, Henrik tuvo toda la paciencia para ajustar el volumen, quedamos en que mañana le preguntaría a Valeria sobre eso. Porque, claro, sostendré el micrófono con la mano izquierda con toda la intención de enseñar el medio corazón y yo soy diestra, otro problema.
En fin, a la mitad de la canción volví a sentir confianza, Henrik y Bere vuelven todo algo natural. Me hacen sentir parte de la banda, nunca había pertenecido a nada. Me estaba divirtiendo, actuando la canción como si le cantara a Henrik, fue perfecto. En ese momento sólo pensaba en contárselo a Eric, ni fue necesario. En algún momento Bere dejó de dar esos golpecitos y decidió grabar con su celular.
Fueron quince malditos segundos, quince.
La pelirroja subió el video a Facebook mientras yo terminaba de divertirme con Henrik. Siempre me ha gustado bailar, así no sea muy buena. Fue espontáneo moverme con la canción, es lo que Henrik quiere que haga en el escenario. Nos percatamos de que algo sucedía cuando Bere soltó una sonora carcajada y estuvo a punto de morir asfixiada entre risas. Eso fue porque los chicos de Gray le dieron el característico Me gusta al video.
Henrik se enojó mucho con Berenice, discutieron mientras yo agonizaba de pena. Sofía fue quien contestara la llamada de Dimas en mi celular, le dijo que estaba en el baño.
Dimas... Tiene cara de que en verdad bailaré arriba en su tumba, después de apuñalarlo por la espalda, y de paso llevaré a unos trapecistas para alegrar su funeral ¡Es una maldita canción! ¡No voy a cantarle al Papa o algo así! No entiendo su enojo... Sé que quieren usar el trasfondo de mi historia con Dimas, lo han aceptado, pero es una canción. Una, lo más probable es que pase desapercibido para muchos. O, mejor dicho, pudo pasar desapercibido hasta que Bere subió el video donde el medio corazón de mi mano se ve a la perfección. Genial.
Vi el video cuando llegué al bar, me veo bien, me escucho bien... ¡No podía creerlo! No poseo la voz revelación del siglo, ni de la semana, pero no me escucho como gato atropellado.
Es mucho mejor de lo que creí...
¡Estaba orgullosa de mí! Pensé que Dimas se alegraría. Me equivoqué, pues al llegar intentó asesinarme con la frialdad de su mirada celeste.
Eric, por otro lado, me plantó un beso cargado de dulzura apenas me vio, era todo lo que necesitaba para sobrellevar la noche. Me recordó las veces que me dijo que cantaba bien, está feliz de que pueda creerle. Estuve cerca de llorar por el cúmulo de emociones en el pecho. No hemos pasado mucho tiempo juntos, los demás, a excepción de Cedric, parecen querer arrojarle cianuro a la cerveza cada vez que se acerca.
Regreso frente a la computadora cuando la banda se levanta para subir al escenario. Karina espera por mí, suspira de alivio al verme.
—Oye, te vi en el video.
No, no voy a soportar sus acostumbradas indirectas ponzoñosas y...
—Me gustó.
¿Cómo?
—¿Qué?
—Eso, que bien que estés con Mjölnir —sonríe—. Bueno, voy a las mesas.
Es chistoso como ya todos pronuncian bien Mjölnir, al principio parecía trabalenguas.
—Gracias...
La observo alejarse sin dibujar una sonrisa irónica o mirada cómplice con Minerva, creo que fue sincero.
Es imposible que algo que me hace sentir tan bien parezca estar tan mal. Me deprime, esa felicidad que me embargara estos días comienza a esfumarse. Sólo quiero terminar la jornada y refugiarme en los brazos de Eric, es lo único que necesito.
Puedo sobrellevar la voz de Dimas sin problemas, ya tengo experiencia. Lo que me toma por sorpresa es notar que Eric se ha enojado con Nicolás. Es notorio, pues siempre están bromeando, ahora se ignoran. Me pregunto qué habrán dicho del video... No lo hice tan mal como para que me critiquen demasiado, espero. De todas formas, no compito con el talento de Minerva.
Me concentro en mi trabajo, si miro hacia el escenario es sólo para buscar la mirada de Eric, casi siempre coincidimos. Algunas chicas le hacen varias fotografías, él sonríe de esa forma tan suya en cada una de éstas. No me molesta, algo raro porque mis inseguridades siempre están al acecho, pero es algo tierno que se preocupe por ellas. Además, sé que dice que está saliendo con alguien y no acepta los números que le intentan entregar.
Minerva inicia con la canción de Florence and The Machine, se luce como no la he visto hacer en el bar. Si lo está haciendo para intimidarme, pues lo ha conseguido. No tengo idea de cómo yo, con mi personalidad de ratón, ayudaré a Henrik en contra de ellos.
Recibo un mensaje anónimo en el Facebook con más insultos, respondo con un bonito jódete antes de bloquearlo. No es el momento, el día o el milenio, no sé si estoy a punto de llorar o golpear a alguien con una bandeja. Aprovecho enviarle un mensaje a Eric para decirle que vagaré por las mesas en su receso, no quiero enfrentarme a ellos. Ya sé que lo leerá hasta que baje del escenario, pero así no tendré que demorarme más tiempo aquí para escribirlo.
Es como si me preparara para correr un maratón con el conteo regresivo de las palabras de Mina en el micrófono. Avanzo al refugio de las mesas abarrotadas. Han finalizado antes la primera parte, consideré que tendría un poco más de tiempo para buscar un escondite. Ni si quiera puedo atender a los clientes, tendría que pasar cerca de ellos con la bandeja. Así que voy con pasos vagos de aquí y para allá, los apretujones dificultan que pueda moverme con libertad.
Son muy egoístas.
Hoy los vi, son como una familia, tienen cientos de chistes privados que no consigo seguir porque no estuve ahí cuando sucedieron. Forman parte de algo que es bueno, tienen futuro en ello. Deberían alegrarse por mí, en especial Dimas. No sé cómo sean los demás escritores, pero yo soy tímida. Soy feliz escribiendo en la soledad, me divierto así. Eso no quiere decir que a veces no añore tener un grupo de amigos con quienes pasarla bien. Ellos lo hacen todos los días, es algo que apenas experimento, es genial.
Recuerdo la sensación al sostener el micrófono, escuchar mi voz en las bocinas. Mi corazón se encoge por la emoción, espero hacerlo bien. Voy a esforzarme, por mí y no por ellos o Henrik. Necesito demostrarme que puedo hacerlo, que...
Maldita sea, estoy frente a su mesa.
—¿No que no cantabas? —suelta Gabriel.
Intento alejarme, pero Eric me toma de la mano. Tiene esos intimidantes ojos fijos en quien preguntara. Mina está sentada a un costado de Dimas, me miran con dureza.
No maté a nadie, creo que no se han enterado.
—Quiero intentarlo.
Mi voz ha sonado más débil de lo que me siento.
—Tienes que intentarlo con más ganas —puntualiza Mina—. Muchas más.
Una risita escapa de sus labios, Dimas se une como si fuera la cosa más divertida que hubiera escuchado en su vida. No me molesta el comentario de la violinista, pero Dimas... ¿Por qué hace eso?
—Lo hizo bien —defiende Cedric.
—¿Bien? —ríe Nicolás.
Abro mucho los ojos.
—Mucho mejor que tú la primera vez que te subiste al escenario y te confundiste en todo —espeta Eric.
Mi respiración comienza a acelerarse.
—Tranquilos —pide el baterista—. No es para tanto.
—¿No crees que debiste decirnos? —inquiere Gabriel.
Está en esa pose de líder absoluto del mundo mundial.
—¿Por qué debería decirnos? —contraataca Eric—. Es su vida, déjenla en paz.
—Oh, vamos —masculla Minerva—. Sólo la defiendes porque te la estás cogiendo.
¿Me está qué?
Estoy a punto de responderle, pero la risa de Eric me detiene.
—No, Mina. Que tú seas fácil y caigas a la primera no quiere decir que todas lo sean.
—¿Qué te pasa? —pregunta Dimas incorporándose.
—¿Qué? ¿Por qué no le cuentas quién le rogó a quién? —Eric también se levanta—. ¿Desmiento tu versión?
Puedo sentir la tensión en su cuerpo transmitirse hasta mí en una especie de adrenalina compartida.
Las personas a nuestro alrededor han comenzado a girarse para mirar la discusión, no soy ni capaz de articular una palabra.
—Ya —dice Gabriel elevando la voz—. Siéntese —Ninguno obedece—. Sólo digo que podría habernos dicho, si quería intentarlo podría hacerlo con noso...
—¡¿Qué?! —chilla Minerva—. ¡Si es malísima! ¡Sólo nos dejaría en ridículo!
—¿Y me vas a decir que aprobaste todos tus exámenes por tu talento sobrenatural? —inquiere Eric—. ¿Sabías que viví en la capital? ¿Que he conocido a tus profesores? Vamos, no hables de más que te puede ir mal...
—¡No voy a permitir que la amenaces! —bufa Dimas.
—¡Dile a ella que se detenga porque no me interesa dejar de ser un caballero con quien no lo merece...!
—¡Ya! —exclama Cedric—. ¡Por favor! Todos están escuchando...
Estoy temblando, sólo me entero porque Eric me mira y pasa su brazo sobre mis hombros como si quisiera hacerme entrar en calor. No es por el frío, al menos no el físico, es por lo que ha provocado la risa de Dimas. Puedo creer que todos ellos se burlen de mí, incluso Nicolás, pero no él. No el niño que me regresara mi cuento arrugado con una nota escrita.
Dimas vuelve a sentarse con el semblante pensativo.
—No lo hará —concluye y me lleva un rato entender que habla de mí—. En el colegio se congelaba frente al salón de clases y no lograba decir una palabra, sólo está jugando con Henrik como siempre hace.
Esos recuerdos vuelven con una intensidad avasalladora que aumenta el temblor en mi cuerpo.
—Tiene pánico escénico, jamás ha cantado frente al público —continúa—. Lo siento por tu primo, pero...
Mis manos han reaccionado antes que mi cerebro. No sé lo que he hecho hasta que siento la cerveza fría sobre mi mano. Le he arrojado el contenido de una botella, parte ha caído sobre Minerva. Se levantan de un salto, Dimas me mira con sorpresa.
—¡Estúpida! —grita Mina.
Ahora sí que somos el centro de atención.
—¡Eres un idiota! —Dimas parece al fin percatarse de lo que ha hecho—. ¡Un absoluto idiota! ¡Por primera vez entiendo que no subirme a ese avión contigo ha sido la mejor decisión que he tomado porque encontraste a otra idiota como tú!
Las lágrimas nublan mi visión. Eric me aparta un poco cuando ya no consigo hablar más. No entiendo por qué Dimas ha hecho eso. El niño que conocí jamás me habría atacado así.
—¡Aura!
Hay un forcejeo frente a mí, resbalo con la cerveza que ha caído. Cedric logra sostenerme a tiempo. Eric no permite que Dimas se acerque más.
—Ya déjala en paz —espeta—. ¡Déjala!
—Tú no te metas. No tienes idea de nada porque no la conoces.
—Aparentemente la conozco mejor que tú —contradice Eric, sólo puedo ver su espalda—. Yo sí sabía que cantaba... ¿Sabes cuántas veces me ha cantado? Porque ella sí confía en mí y...
Dimas lo empuja, Cedric y yo somos arrastrados por el movimiento. Gabriel alcanza a meterse en medio antes de que Eric le regrese el empujón. A mis espaldas alguien pide que llamen a seguridad.
—Eric, basta —ordena Gabriel—. Basta, si sigues así...
—¿Qué? ¿Me vas a sacar de la banda? —ríe y pasea la mirada hacia un costado donde hay varios curiosos—. ¿Crees que me importa?
—No tientes tu suerte —le dice Minerva.
Eric me mira sobre el hombro, sostengo su mano con fuerza. No sé si sirve de algo que entienda lo mucho que lo apoyo.
—Te ahorro el trabajo —decide al girarse hacia ellos—. Estoy fuera. Suerte.
Cedric parece a punto de decir algo, pero se queda callado cuando Eric y yo nos alejamos hacia el pasillo. Escucho el murmullo a mis espaldas. Tropiezo un par de veces porque las lágrimas no me dejan ver. De pronto, alguien tira del hombro de Eric y trastabillo, pero me alcanzo a sostener de la pared.
—¡¿Vas a amenazarnos así?!
Es Dimas.
—¡No es una puta amenaza! ¡Me salgo!
—¡¿Te crees irremplazable?!
Seguridad está acercándose, me miran contrariados. No es común que dos amigos se peleen así. Nada de esto es común, no entiendo lo que sucede. Sólo sé que si no me he derrumbado es por el firme agarre de Eric.
—¡Lo soy! —le grita—. ¡Estoy harto de tolerar tus jodidos desplantes! ¡De que te niegues a aceptar que no tienes una puta idea de nada! Estoy harto y no voy a soportarlo más... Si no me crees irremplazable entonces ni te preocupes... Al rato encuentras a otro que aguante tus caprichos de niño mimado y soporte que acoses a su novia...
Todo sucede muy rápido. He visto a Dimas cerrar el puño mientras Eric hablaba. Alcanzo a empujarlo antes de que le pegue, pero el impulso me arroja hacia la barra. Eric me mira como si me hubiera roto la cabeza o algo por el estilo cuando no me ha sucedido nada. Seguridad se interpone, consigue separarlos en medio de forcejeos.
—¡Eric, estoy bien! —le digo—. Vámonos, estoy bien.
Le pido a al chico de seguridad que lo suelte. Me obedece no muy seguro porque pareciera que Eric desea romperle la cabeza a Dimas en cualquier segundo. Los demás se han acercado hasta el vocalista. Tiro del brazo de Eric para ir a la oficina de Federico, lejos de las decenas de ojos curiosos que nos observan.
—Eric, ven... Por favor.
Él pasa un brazo sobre mis hombros, desaparecemos dentro del pasillo. Sólo quiero llegar a la oficina de Federico y decirle que me marcho. No quiero romperme antes, necesito un poco de privacidad. Necesito un momento para comprender que el mismo chico que me abrazara para tranquilizarme en las noches de tormenta es el que se ha burlado de mí. Dimas disfrutó eso, reconocí la mirada autoritaria de la preparatoria que dirigía a todos menos a mí...
Y justo cuando crees que el corazón no puede doler más, descubres que estás en un grave error.
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