Capítulo 26

☆★☆

—Necesito un minuto...

Escapo, no hay nada más que hacer después de decir algo así. Evado el contacto de Eric con la brusquedad necesaria para provocarle un sobresalto a Sofía. Sólo quiero estar un rato a solas o terminaré como un mapache con el maquillaje corrido por las lágrimas.

Conozco esta hacienda, pero no lo recordaba. Aquí recibió un reconocimiento mi madre por parte del gobierno del estado y sé que en la parte trasera hay una enorme piscina. Las luces bajo el agua están encendidas, así como las que están en las columnas que la bordean, es un escenario cargado de fantasía. No hay nadie aquí, creo que pocos saben que existe.

Camino por el borde con las manos en la cintura y miro hacia el cielo, la luna se burla de mí. La canción acaba de terminar, los aplausos se escuchan hasta donde estoy.

Empieza Thinking Out Loud de Ed Sheeran, me alegra no estar en la mesa, lo suficiente para sonreír de forma maniaca en completa soledad.

No sé si debí decir lo que dije, pero es lo que he pensado. No parece que Eric desee dejar atrás a Ángela. Me siento como un bicho egoísta por desear que lo haga.

Eric no dejará atrás a Ángela, ni sé por qué me molesto en pensar en eso como una posibilidad.

—Aura.

Suelto un gritito cuando escucho a Sofía a mi espalda.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—Ángela, Ángeles y el tatuaje —contesto.

Mi amiga abre los ojos con sorpresa y su expresión de preocupación se suaviza.

—Lo siento... —murmura—. Eric se ha sentido mal.

—Estoy bien, sólo necesitaba un rato para calmarme y no llorar.

—¿Por qué ibas a llorar?

Muevo los brazos con impaciencia de atrás hacia adelante mientras le cuento lo que he dicho antes de hacer mi melodramática salida.

—¿Por qué has dicho eso?

—¡Es que tú no lo viste!

Sofía toma mis manos, creo que comenzaba a desesperarle el movimiento.

—¿Sabes lo fácil que es borrar los errores de alguien que ya no está?

—Sí, pero Marina no me deja —contesto al recordar cómo habla de León—. Es bastante genial.

Mi amiga ríe por lo bajo.

—Creo que Eric no puede hacer eso, la mayoría tampoco.

Miro de nuevo hacia la luna.

—¿Y qué hago? O sea, sólo soy yo. No puedo competir contra ella y no tengo nada que...

—¿Por qué siempre te desprecias?

Esta plática no llegará a ningún lado...

—¿Sabías que ella le enseñó a tocar el piano?

Sofía sonríe con tristeza y niega de forma casi imperceptible. Entonces me abraza, me consuele como siempre ha hecho con cada una de mis decisiones erróneas.

—No aprendo —musito.

—Yo creo que quiero esa canción para mi boda —comenta con toda la intención de cambiar el tema—. Debería ser una Coldplay...

—En definitiva, tiene que ser de Coldplay —le digo—. No me has hecho escucharlos todos los días de mi vida para que no sea la canción el día de tu boda.

—¿Cuál?

—Yellow, aplica contigo... Eres amarilla.

—¡No soy un Simpson!

—Eres el Simpson más lindo del mundo —La abrazo con todas mis fuerzas, es muy delgada.

—¡Aura!

La sostengo de las manos para hacerla girar al lado de la piscina. Su falda se mueve como olas bajo el manto de la noche, me contagia un poco de la alegría que posee. Sugiero regresar, no me perdonaré arruinar esta noche para ella y Cedric.

—Ahí viene —me dice ella cuando bajamos las escaleras.

Eric está dos escalones abajo, me detengo como si me hubiera topado con una pared invisible. Sofía se disculpa, me hace señas al pasar por detrás de él, quiere que hablemos. No quiero hablar, no de Ángela y menos ahora. No tengo deseos llorar, no quiero estrujarme más el corazón.

Al comenzar la siguiente canción miro hacia la mesa donde estábamos sentados, el escenario me impide ver la reacción del chico al que intento dejar atrás. Nunca veré el video de la boda de Fernanda y su maldita selección de canciones.

—Esa era nuestra canción —le digo a Eric y bajo un escalón más, nuestros ojos quedan a la misma altura—. De Dimas y mía.

Esta vez es Eric el incómodo.

—Una cursi —Mete las manos en los bolsillos del pantalón.

—Y nunca nos has visto cantarla —añado—. Me alegra no estar en la mesa ahora.

Quiero que sienta lo que he sentido, sé que lo consigo cuando dibuja una sonrisa irónica en los labios.

—Podemos esperar a que termine o si quieres te llevo a casa.

—Sólo esperemos a que termine —musito—. ¿Ya quieres irte?

—No, pero creo que...

Le toma por sorpresa sentirme rodearle el cuello, tarda un instante en corresponderme el abrazo.

—Cántala —me dice.

—No, eso sería muy raro.

—No tanto —Casi escucho su sonrisa—. Y es una canción tierna.

—Soy tierna.

—Claro que sí...

—¿Eso fue sarcasmo?

—Tierna y Aura no van en la misma oración. Aura y aburrida, Aura y mandona, Aura y graciosa...

—¡Ya entendí!

Él se aparta, muerdo mis labios cuando lo siento tan cerca.

—Soy tierna —repito.

Eric besa mi mejilla, deja un camino de besos hasta mi cuello. Su cálido aliento y el roce de sus labios me hacen flaquear las rodillas. No caigo porque me aferro a él con cada beso suave que deja en mi piel.

—Eres tierna —susurra sobre mi clavícula— y dulce.

—¿Sólo tierna y dulce?

Se aparta un poco, lo necesario para mirarnos a los ojos y comprobar que la noche más hermosa se encuentra en su mirada.

—No puedo decirte más porque no te gustan mis comentarios.

—¡Eric!

Acepto la mano que me extiende. Compartimos una sonrisa mientras bajamos las escaleras. Eric es de nuevo el de siempre, pero en el fondo me pregunto cuánto tiempo tardará antes de que la recuerde una vez más y las cosas vuelvan a caerse en pedazos.

☆★☆

Me siento atrapada en un cuento de hadas con todas esas luces amarillas desperdigadas por los árboles, arcos y cualquier cosa que pueda sostenerlas. El efecto es hermoso, arranca destellos de los asientos dorados que rodean cada mesa circular, pero siento que en cualquier momento asomará la bruja mala del cuento.

Fernanda ha hecho que nuestra mesa esté ocupada por chicos que estudiaron en el mismo salón de clases que Dimas y yo. Lo que ha convertido todo en una enorme conversación incómoda en la que apenas si intervengo. Nunca podré terminar de agradecerle a Eric por acompañarme.

Primero quisieron saber por qué terminamos Dimas y yo si éramos la pareja perfecta, creo que Minerva estuvo a punto de lanzarle la copa a la chica que preguntó.

—Descubrimos que éramos sólo mejores amigos —ha contestado Dimas.

Sofía se ha incomodado muchísimo, menos mal que Dimas respondió rápido y sin mencionar que lo abandoné en el aeropuerto.

Después se interesaron por cómo es que Dimas y Minerva se conocieron. Me he enterado de la versión larga y romántica de la historia. Dimas me mintió o condimentó un poco la historia, porque en esta versión él ya se había fijado en ella, pero no encontraba la forma de acercarse. Coincide en que fue Minerva la que se presentara. Los viejos conocidos han estado de acuerdo en que Minerva es preciosa, Dimas ha resaltado que además es muy talentosa. He tenido que acordar en eso, lo que ha causado que la conversación girara hacia mí.

—¿Y ustedes cómo se conocieron?

Eric ha dado un sorbo a su whisky para disimular la sonrisa.

—Era su editora —he contestado.

Nos han mirado en busca de otra respuesta sin resultados. Al final Eric me ha rescatado al pedirme que nos alejemos a fumar, accedí casi con un brinco al estilo Berenice.

Caminamos hasta las escaleras donde sólo pasan los meseros con las grandes bandejas. Las luces amarillas iluminan lo necesario para no rodar por los escalones. Enciende dos cigarros y me entrega uno, supongo que se ha arruinado todo el glamour al fumar.

—Me siento como un maniquí —murmuro.

—Y tú no tienes corbata —comenta tirando un poco de ésta—. Las odio.

—Te ves bien, pero soy muy buena quitándolas.

—¿Tienes experiencia?

—No tanta como tú quitando otras prendas, estoy segura.

No está molesto, tampoco muy feliz. Me mira un largo rato antes de desviar la mirada hacia las mesas.

—¿Ahora me vas a decir que eso te molesta? —pregunto—. Creo que has conocido a mis...

—Los he conocido —interrumpe—. No me molesta. Es sólo que...

—¿Qué? —le invito a continuar.

Él relame sus labios todavía sin mirarme.

—Es por eso que no quiero que nosotros...

Vuelve a callar. Comienza a desesperarme que deje incompletas sus oraciones así conozca el final de éstas.

—¿No quieres tener nada conmigo porque me he acostado con personas que conoces?

—No dije eso —contesta al mover rápido su rostro hacia mí—. No digas tonterías.

—Me alegra porque estamos en la misma situación...

—¿Crees que me importaría algo así? —pregunta.

Él avanza hacia mí y retrocedo por instinto, pero rodea mi cintura antes de que consiga poner más distancia entre nosotros.

—¿En serio crees que no te deseo?

He dejado caer el cigarro en algún punto, no sé cuándo. Se acerca hasta mi rostro, susurra a mi oído en lugar de besarme.

—¿En esas ocasiones en que me besaste y jugabas con mi cabello? ¿O en la playa cuando me tocabas sin saber lo que estabas provocando en mí? ¿Crees que en ninguna de esas ocasiones deseé tenerte sólo para mí?

Me aferro a su chaqueta porque las mariposas bajan hasta mis piernas.

—Y que ahora lo único en lo que puedo pensar es en la imagen de ese vestido al caer de tu cuerpo...

Un estremecimiento me sacude en el vientre, suelto un gemido ahogado. Su voz con esas palabras está a punto de arrancarme todo el sentido común.

—¿Qué es lo que quieres, Aura? —pregunta mirándome a los ojos, no sé cómo consigo mantenerme firme—. Si sólo quieres acostarte conmigo puedes pedírmelo y lo haré. Te lo dije una vez...

—Quiero que signifique algo —titubeo—. No quiero ser un número más en tu lista.

Podría ahogarme en sus ojos obsidiana, son hermosos, creo que ni con una novela completa terminaría de describir lo mucho que me trastornan desde que los viera esa mañana en la oficina.

—Pero todavía sientes algo por Dimas.

He sentido el dolor que le ha producido ese nombre.

—Si ellos se separaran sé que regresarías a su lado sin importarte nada y...

—Eso no es cierto —interrumpo y me aparto un poco—. No puedes creer que esto sea tan irrelevante para mí...

—¿No lo es?

—¡No! —exclamo—. Dimas me pidió que no... —dudo, me provoca vergüenza decirlo— que nosotros no... —suspiro—. Entiendes el punto.

—¿Qué? ¿Cuándo te ha pedido eso?

Antes de que me besara. Maldita sea, no puedo decirle eso, pero debería.

—No importa —sentencio—. El caso es que si fuera verdad lo que dices...

Yo no habría hecho lo que hice la noche anterior pensando en ti, tonto.

—¿Ustedes siguen hablando mucho...?

—No, fue el día que pasó a verme...

—¿Fue sólo a pedirte eso?

—No, tenía que corregir una canción y...

—¡Esa canción ya estaba lista desde hace una semana! —exclama—. Me di cuenta desde que revisé las notas, pero no dije nada.

Eso no lo sabía. Es decir, en efecto fue sólo para hablar conmigo. Eso debería alegrarme, pero después de haber pasado la tarde con Minerva sólo me siento muy miserable.

—Y me besó —confieso—. Nos besamos.

La música llega hasta nosotros, sólo por eso estoy segura de que no escuchamos los grillos en medio del silencio que se ha creado entre nosotros.

—Está bien —Enciende otro cigarro, no sé cuándo ha terminado el anterior—. Entonces lo sabes.

—¿Qué?

—Que Dimas todavía te quiere.

—No apostaría en ello.

—Lo hace y tienes que saberlo —Empuja con suavidad mi barbilla para verlo a los ojos—. Dimas te quiere y si tu sientes lo mismo por él, entonces...

—Cuando me enviaste el video de él cantando me dijiste "ámame" —interrumpo y asiente, pero creo que se ha avergonzado un poco—. ¿Por qué haces esas cosas?

—¿Qué cosas?

—Arrojarme hacia él —respondo—. Estoy feliz aquí contigo. Deja de empujarme hacia Dimas porque no es el lugar donde quiero estar.

—Pero sientes algo por él.

—Y tú todavía amas a Ángela.

—Es muy diferente.

Él intenta desviar la mirada, pero le sostengo el rostro con una caricia.

—No, es mucho más difícil —murmuro—. Mucho más.

En especial cuando no desmiente que la sigue amando.

Mi celular recibe un mensaje, aquello relaja la tensión que se había creado en el ambiente. Saco el aparato de mi pequeño bolso y leo a Sofía decir que Fernanda está en la mesa, así que debo ir a felicitarla.

Malditas etiquetas sociales.

—Hora de otro momento incómodo.

Eric coloca su mano en la parte baja de mi espalda y regresamos hasta la mesa. Ninguno vuelve a hablar. Tengo que fingir una agradable sonrisa cuando Fernanda extiende sus manos hacia mí para envolverme en un abrazo efusivo.

Sólo tengo que repetir lo que se le dice a la novia en todas las bodas... Te ves hermosa, el sitio es precioso, se ve que se aman, van a ser muy felices y todos los clichés parecidos que vienen repitiendo en cada mesa, estoy segura. Me presenta a su esposo y yo le presento a Eric, claro que tiene que soltar el comentario sobre lo mucho que la ha sorprendido enterarse que Dimas y yo terminamos.

—¿Y qué pasó? —me pregunta en voz baja, pero lo suficientemente alto para que Eric lo escuche—. Si se adoraban. Recuerdo que eran la personificación del amor.

—Pasó la vida —respondo con fingida indiferencia— y ahora somos buenos amigos. Minerva es una chica maravillosa y son muy felices.

—Vaya, eres mucho más madura que yo —sonríe y me envuelve en otro abrazo—. No podría estar en tu lugar.

Uy, ni se imagina lo complicada que es mi posición.

—Arrojaré el ramo en un momento —me dice al liberarme de su abrazo—. Espero verte ahí.

Correré, pero al otro lado del mundo.

—Claro, Fer.

Eric me abraza por la espalda y recargo la cabeza en su pecho mientras veo que las damas de honor comiencen a ayudar a Fernanda para lanzar el ramo.

—Aura dice que su vestido de boda será negro —comenta Sofía.

Minerva ríe por lo bajo, pero no en forma de burla.

—De princesa y en color negro —corrijo.

—¿En serio? —pregunta Eric—. ¿También quieres que en cada mesa esté un murciégalo enjaulado y tarántulas que guíen el camino hasta el altar?

—No —digo y lo miro de soslayo—. Pobrecitos.

—Siempre dice cosas raras sobre su boda —recuerda Dimas, a él solía contarle mis disparatadas ideas para el día de nuestra boda—. Pobre del novio.

Comentario incómodo número tres mil de la noche.

—Yo creo que el novio estará encantado —añade Cedric.

Comentario incómodo número tres mil uno.

—Cierto —sonríe Sofía—. ¿No crees, Eric?

Ay, ya paren.

—¿No podemos hablar de sus bodas? Están más cercanas que la mía —asevero—. Y no respondas, Eric.

—¿Por qué? ¿Te vas a casar conmigo?

—Tenemos mala suerte en eso de los compromisos.

—Muy mala suerte.

—Terrible, ya tenemos un anillo de compromiso.

—Cierto.

Intento no pensar en que acaba de preguntarme si me casaría con él frente a Dimas. Eric lo ha dicho sin pensar, puedo percibir su nerviosismo.

—Podríamos bailar Firework —comenta intentando bromear.

Lo recuerdo cantando con la lata de Red Bull, debo contener la risa.

—No, necesitaríamos a Mónica.

—¡Es cierto! —esta vez escucho a los demás reírse, no me atrevo a mirar a Dimas—. Además, no es la primera canción que cantamos.

Me giro entre sus brazos, dejo las manos sobre su pecho mientras lo miro a los ojos.

—¿Cuál fue la primera?

—Bueno, no la cantaste completa porque estabas muy ocupada quejándote de que no te dejaba trabajar y de que debería ir a molestar a alguien más por ahí.

—¿Dije eso?

Él asiente.

—Pero al final cantaste.

—No lo recuerdo.

Like a Stone —me recuerda—. Ese día creo que el chico de la copiadora estaba eligiendo las canciones, tiene buenos gustos y cantaste como dos líneas. Luego me fulminaste con tu encantadora personalidad y me fui.

—Soy muy cruel.

—Vaya que sí.

No, ya lo recordé. Me provocó muchos nervios y estaba algo sensible por León.

—Esa tampoco queda para el primer baile —dice Cedric.

La voz del baterista me hace volver a la realidad. Al girarme encuentro la mirada celeste de Dimas fija en mí.

¡Estamos hablando de una boda ficticia!

Una de las damas de honor pide a todas las solteras acercarse. Sofía tampoco quiere ir, pero las otras chicas de la mesa están tirando tanto de ella como de Minerva.

—Aura, tienes que venir.

—Es una ridiculez eso —le digo a So—. Aquí estoy bien.

—¿Podemos hablar? —escucho a Dimas preguntar.

Me giro sobre el hombro y encuentro a mi exnovio al lado de Eric.

—Ve —me dice el segundo—. Ya volvemos.

Todavía no me he movido cuando ambos se alejan de la mesa.

La pista está llena de amigas y familiares de Fernanda que parecen a punto de apuñalar a la ilusa que pretenda arrebatarles el ramo. Nosotras tres estamos al extremo, creo que ninguna quiere estar aquí.

—Mina, apártate un poco de esa señora o te golpeará —le digo tomándola del brazo.

—Es curioso... —comenta la violinista.

—¿Qué?

—Es la primera vez que me llamas Mina.

Sonrío, pero estoy intentando averiguar si eso es verdad o mentira. No tengo idea, supongo que debo de haberle llamado Mina en algún momento porque todos le llaman así. De todas formas, mis pensamientos se ven interrumpidos por los gritos que sueltan las mujeres alrededor cada vez que Fernanda finge que lanzará el ramo.

El ramo vuela por los aires, lo seguimos con la mirada hasta el centro de la multitud femenina que se convierte de pronto en un huracán. Alguien me empuja y termino fuera de combate al instante, pero las otras dos continúan envueltas en medio de la marea de manos y arañazos que pelean el bonito ramo de Fernanda. Es como ver un capítulo de The Walking Dead y a la multitud de zombies peleando al último humano. Minerva llega a mi lado y se sostiene de mi brazo.

—No veo a Sofía —digo.

—Creo que está al medio.

Trago saliva, espero que no se altere. No obstante, en eso sale de la muchedumbre y llega a mi lado con la respiración acelerada.

—Creí que moriría aplastada.

—¿Estás bien? —le preguntamos las dos.

—Sí, eso creo...

El ramo vuelve a volar por los aires, comienza a pasar entre varias manos que tiran de las flores deshojadas en un vago intento de agarrarlo. Abro mucho los ojos cuando veo como se acerca de forma amenazadora hacia nosotros... ¡Parece que viene hacia mí! Sin embargo, escucho los aplausos atronadores y me percato de que Sofía lo sostiene muda de la sorpresa.

—Felicidades —silbo—. Supongo que debo felicitar a Cedric también.

—¡Aura!

Ella calla, pues se acercan varias conocidas a saludarla. Tardamos un largo rato en pláticas aburridas hasta que nos dejan regresar a la mesa. Los tres chicos están ahí, conversan con aparente tranquilidad. Comienzo a creer que son muy buenos actores, por eso nunca me entero de si están molestos o no.

—¡Felicidades Cedric! —exclamo.

Sofía se sienta a su lado con el ramo en el regazo. Dimas y Minerva se levantan para bailar, no sé hace cuánto que no lo veo bailar. No deseo incomodar a Eric, así que tiro de él para apartarnos una vez más de la mesa. Además, me parece que So quiere un poco de privacidad también.

—¿De qué quería hablar? —le pregunto cuándo vamos subiendo las escaleras.

—¿De qué crees?

Suspiro, no pregunto más. No entiendo qué pretende si tiene a Minerva con él y no me parece que tenga muchos deseos de separarse de ella.

La piscina está a oscuras. Estoy a punto de pedirle que regresemos cuando entrelaza su mano con la mía. No puedo ver su expresión, le sigo en silencio hasta el final de la piscina donde casi es imposible ver a un metro de distancia por las copas de los árboles que obstruyen la luz de la luna.

—No se suponía que estuviera a oscuras —le digo.

Nos detenemos en unas escaleras que conducen al interior de la casona donde la oscuridad es absoluta. El leve sonido de la boda es arrastrado por el viento. El agua de la piscina consigue reflejar el brillo plateado de la luna.

—Sólo me ha recordado que es él quien te tuvo primero y que no puedo borrar eso —confiesa en voz baja.

Está a unos centímetros de mí recargado en la barandilla de las escaleras.

—¿Y qué le has dicho?

Extiendo la mano y desabrocho los botones de su chaqueta.

—¿Qué puedo decirle?

—Que yo quiero estar contigo, por ejemplo.

—No voy a hablar por ti, Aura.

Rodeo su cuerpo por debajo de la chaqueta y recargo la cabeza sobre su pecho. Escucho el latido de su corazón, es una adicción tan grande como mirarlo a los ojos.

—¿Por qué eres así?

—¿Qué quieres decir?

—Siempre cuidas de mí y me proteges aun cuando yo no sabía nada de que... —dudo, se siente raro hablar de esto— sentías algo por mí.

—Porque... —Me abraza con más fuerza, me siento derretir con su calor— quiero estar cerca de ti. Me gusta cómo soy cuando estás a mi alrededor, no quiero perder eso. No quiero perderte y no importa si tu...

Mi cuerpo ha reaccionado con sus palabras, lo siguiente que sé es que mis labios quieren más de él. La piel arde bajo cada caricia que deja en mí. Disfruto de los sonidos deshaciéndose en nuestras bocas. Sus manos me aferran por la cadera, me sostengo de sus hombros al rodearle la cintura con las piernas. Me lleva hasta una pared y el frío del concreto golpea mi espalda.

Necesito más de él, mucho más. Cierro los ojos al sentir su erección en mi entrepierna. Un gemido con su nombre escapa de mis labios.

No puedo resistir mucho más sin sentirlo...

—Espera —jadea y esconde el rostro en mi cuello—. Espera, Aura... No aquí...

Subo la falda del vestido y conduzco una de sus manos hacia el borde de mis medias. Sus ojos se nublan de algo demasiado excitante para descifrarlo. Acaricia ese punto hasta hacerme gemir de nuevo entre sus brazos.

—Sigue, Eric...

Sus besos se intensifican al ritmo de sus caricias. Me estremezco hasta que no sé si soy capaz de aferrarme más a él, creo que sostiene todo mi peso. Sus dedos se deslizan por debajo de la delgada prenda de encaje, muerdo su chaqueta para no gritar cuando entran en mí. Mis únicos pensamientos son la velocidad a la que mi piel se perla de sudor y el ritmo enloquecedor de sus caricias íntimas. Tira de mi cabello y sus besos bajan hasta mi cuello donde su lengua me hace sentir cosas que jamás había sentido. Un delicioso calambre se apodera de mis piernas, me ahogo en su mirada cuando alcanzo el orgasmo más intenso que recuerdo con su nombre entre mis labios.

Recargo la cabeza en la pared y vuelve a cubrirme las piernas con el vestido, pero no me baja. Sólo esconde su rostro una vez más en mi cuello con la respiración agitada y el cuerpo tenso, está muy excitado.

—Eric.

—Tenemos que irnos —murmura—. ¿De acuerdo?

Me estremezco con cada palabra que su voz entrecortada deposita sobre mi piel. Todavía no me recupero, no sé si me recupere pronto.

—No...

—Sí, porque si no voy a desnudarte aquí mismo y no me importará si alguien nos ve.

Busco su mirada. Jamás la noche me pareció tan clara al lado de la oscuridad de sus ojos.

—¿Qué quieres decir?

Eric acaricia mis labios con los suyos y susurra muy bajito:

—¿Quieres ir a mi casa, Aura?

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