Capítulo 15

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Sus ojos obsidiana son lo primero que veo al despertar, su mirada es una caricia silenciosa. No sé cuánto tiempo lleve despierto o cuánto llevamos tan cerca. Afuera el sol debe estar en lo más alto del firmamento, sus rayos se cuelan a través de los bordes de la cortina.

No he dormido todo el tiempo. Por primera vez he entendido lo que significa que la inspiración te empuje fuera de la cama, pues escribí un cuento corto por la madrugada. No es perfecto, creo que es malo, pero tiene una dedicación al increíble chico que está a mi lado. Espero que nunca lo lea, sería demasiado vergonzoso; planeo guardarlo en un rincón de la computadora para toda la eternidad.

La presencia de Eric interrumpe mis pensamientos como sólo él puede hacer, pero acabo de percatarme del asombroso y sexy detalle de que no tiene camisa.

Ay...

Mis dedos adquieren vida propia, envían al demonio mis súplicas mudas pidiéndoles que se detengan, tocan con timidez las líneas de tinta negra que bajan por su brazo. Su piel está caliente, sus ojos siguen fijos en los míos como si ignorara la suave caricia. Estoy segura que cuando me recosté llevaba la camisa, no sé en qué momento se la ha quitado.

No puedo permanecer inmutable, como él, cuando su mano se desliza sobre mi cintura y acorta la distancia entre nosotros. Jadeo, o suspiro, o sólo existo, cuando me sujeta por la cadera y me coloca a horcajadas arriba de él como si no pesara más que una pluma.

Mi corazón se eriza, no sé por qué mi cuerpo busca el contacto del suyo o por qué me estremezco al sentir lo excitado que está, al descubrir lo excitada que estoy.

Su torso desnudo es mucho más de lo que recordaba, quiero tocarlo, ahogarme en esa mirada obsidiana que escapa de sus ojos entrecerrados. Me aferro a sus hombros, el movimiento lo hace gemir.

Esto tiene que ser un sueño... y no quiero despertar.

Se siente tan bien tenerlo así, creer que puedo provocarlo de esta forma con el roce de nuestros cuerpos...

Al demonio todo.

Mis labios buscan su cuello, sus manos estrujan la tela del pijama sobre mi cadera y gimo cerca de su piel cuando nos movemos en una sincronía adictiva, desesperante.

El sabor salado de su piel se deshace en mi lengua al ritmo de sus leves suspiros que explotan en mi oído. Permito que dicte el movimiento de su cuerpo contra el mío, que los pensamientos odiando las capas de tela que nos separan se filtren hasta mi pecho.

­­—Te necesito, Aura... —gime en mi oído.

Desde sus palabras hasta su respiración me empujan a sumergirme en el calor que desprende su cuerpo firme bajo el mío. Me sostiene por la espalda y se incorpora, resbalo arriba de su cuerpo hasta quedar frente a frente y descubro una mirada suya que no conocía, una mucho más hermosa que cualquiera que hubiera visto antes.

Sube despacio bajo la tela de mi blusa con toda su atención en cada una de mis reacciones, se distrae cuando muerdo mi labio inferior. Sus dedos se mueven despacio, acaricia la curvatura de mi pecho.

—Eric...

Sonríe, su característica media sonrisa bañada por la inocencia de ese niño que vive escondido en su mirada. Sostengo su rostro, suelto un leve gemido cuando sus dedos suben un poco más.

—¿Aura? ¿Ya despertaste?

Sofía.

Quiero abrir los ojos y despertar... ¡Pero no puedo porque no es un maldito sueño! ¡Eric está a tocándome por debajo de la blusa y estoy sentada a horcajadas arriba de él!

—¿Estás sola? Voy a entrar...

—¡No! —gritamos a coro.

Me separo de él tan rápido que casi caigo de la cama, Eric logra sostenerme de una mano antes de golpearme la cabeza contra el suelo. Me incorporo con tanta dignidad como puedo y estoy a punto de gritar ¡aquí no ha pasado nada!

—¡¿Y mi playera?! —exclama por lo bajo.

Encuentro la prenda, cuando mis pies se enredan con ella, y se la arrojo. Peino mi cabello con la mano, acomodo mi pijama mientras Eric se coloca la ropa y corro hasta la puerta. Sofía me observa con una ceja enarcada.

—¿Interrumpí algo? —Parpadea con exageración.

—No —contesto rápido—. Nada. Sólo dormíamos y me caí. Es todo.

A mis espaldas Eric lanza un grito, creo que se ha golpeado con algo, me cuesta mantener la cara de jugadora de póker profesional.

—Sí... —musita ella con una sonrisita de autosuficiencia—. Es que sé que tienes el almuerzo con tu mamá a las dos y ya es tarde... No pensé que...

—Sólo dormimos.

—Sí, ya me dijiste eso...

—Sí... —suspiro—. Ahora salgo.

—De acuerdo...

Sofía se aleja de la puerta, escucho la voz de Cedric desde la cocina preguntándole qué fue ese ruido.

¡No puede ser!

No pasó nada... Más o menos.

—¿Estás bien? —pregunto al cerrar la puerta.

Eric está colocándose las botas y asiente, pero no me mira. Permanezco recargada en la fría madera contemplándolo en mi cama. No puedo evitar recordar cuando me llevaba cafés a la oficina y bromeábamos la tarde entera.

—Me caí y me pegué con la mesa en el hombro...

Su cuerpo se ve tan cálido, ahora sé que se siente así entre mis brazos y que puede estremecerse tanto como yo. Tomo aire, acorto la distancia entre la cama y yo, gateo arriba de ella hasta quedas detrás suyo. Eric me mira sobre el hombro, sonríe al acariciar el sitio donde ha dicho que se golpeó.

—¿Cómo te caíste?

—No lo sé —ríe con algo de vergüenza—. Creo que me asusté.

Parece nervioso, sé que yo debería sentirme igual o peor, pero no lo estoy. Por el contrario, me siento muy bien. Beso la zona del golpe sobre su ropa e inhalo el aroma de su cabello.

—Disculpa... —murmura.

—No, no te disculpes —pido y rodeo su cuello por detrás—. Está bien...

Escondo el rostro entre las ondas oscuras, su suave risa hacer vibrar nuestros cuerpos. Toma una de mis manos y deposita un par de besitos.

—Llegarás tarde con tu mamá.

Lo sé, pero no quiero moverme.

—¿Qué harás tú?

Eric consulta el reloj de su celular y me observa de soslayo.

—No creo llegar al ensayo con Henrik...

—No creo que Henrik llegue a ese ensayo.

—Cierto... —murmura y beso su mejilla, es demasiado lindo—. Pero tengo entrenamiento.

¿Entrenamiento? Debo ser muy cuidadosa si deseo saber más de su vida sin que se encierre en su burbuja de recuerdos.

—¿Entrenamiento? —Peino su cabello con los dedos, lo recojo en una coleta con una liga que me entrega—. ¿De qué?

—Parkour.

—¿Los que van saltando por todos lados?

—Es una forma interesante de describirlo... —ríe y hace un gesto afirmativo—. Lo practiqué hace años y hace poco busqué un grupo en la ciudad.

Deslizo las manos sobre sus brazos, me gusta sentir los músculos firmes bajo mi piel... Ahora entiendo por qué tiene este cuerpo.

—Debes tener cuidado —musito en su nuca, su piel se eriza en contestación— y no fumar cosas extrañas.

En realidad, no debería de fumar nada, pero no puedo sermonear sobre eso si en el escritorio está mi cajetilla nueva de cigarros.

—Ya no lo hago...

Su voz es en un tono bajo, casi íntimo, despierta una horda de hormigas en mi vientre.

—¿Y lo que tenías anoche en tu auto?

—Es de Bere...

Quiero besarlo como no he sentido deseos de besar a nadie, pero jamás me ha parecido tan prohibido hacerlo. Recargo la frente en medio de sus omoplatos y respiro con pesadez, inundo mis pulmones de su aroma.

Necesito besarlo.

—¿Quieres ir a algún lado antes del bar?

Abandona la cama, deja un enorme vacío en el sitio en donde estuvo sentado.

—¿A dónde?

Se acerca hasta el pequeño librero, a un costado de la ventana, y saca un libro.

—Eres fan de Stephen King.

—Sí, señor —sonrío—. Desde pequeña, pero no le digas a mi madre porque le provocan urticaria los best sellers.

—¿A la gran Rosario Reyes?

—No te burles porque un día la conocerás.

No consigo reprimir la risa ante su expresión de perplejidad, sabe que es verdad. No pronto, claro. Es posible que si lo nuestro funciona pase un tiempo antes de que decida presentárselo.

No puedo creer que he considerado presentarle a Eric a mi madre.

—Van a pasar Eso en el cine. (1)

—¡¿De verdad?!

Eric abre un libro y hace una mueca de desagrado. Es por la dedicatoria de Dimas, pues ha sido quien me regalara casi todos los libros que están ahí.

—Mi consejo es que no leas todas las dedicatorias.

Me hace un guiño y deja el libro en su sitio.

—¿Quieres ir?

—Claro.

Alguien más llega a la casa, lo sé por las voces que se cuelan hasta mi habitación. Es hora de salir de nuestra pequeña burbuja y no me agrada para nada esa idea.

—Tengo que cambiarme —murmuro con pereza—. No tengo ánimos de que todos me vean así.

—Yo no tengo ánimos de que todos te vean así...

Si mi corazón continúa con estas piruetas olímpicas creo que en verdad puede pasarme algo...

Salgo de la cama y saco unos pantalones deportivos del ropero y una playera que en sus buenas épocas fue negra, es de Nirvana. Eric enarca ambas cejas cuando la dejo caer en la cama.

—¿Ya habías nacido cuando murió Kurt?

Tenía casi dos años, pero no tiene por qué saberlo.

—Sí, señor anciano —respondo con ironía—. Voy a cambiarme.

Él sólo es cuatro años mayor que yo, pero tiene esa actitud que intimida como si fuera mucho mayor.

—Iré a ver quién vino.

Aguardo a que abandone la habitación y me dejo caer en la cama del lado donde se recostó. No tengo idea de cómo conseguiré dormir aquí con su aroma impregnado en mis sábanas, en mi piel... Sacudo la cabeza, tal vez podamos dormir juntos más seguido... Aunque ya sé lo que todo eso desencadenará y no sé si eso me aterra o emociona.

☆★☆

Nicolás está tirado sobre el sofá con la cabeza sobre el regazo de Teresa. Sofía ha preparado limonada, ignora mis elogios sobre la bebida porque parece desear leer mi mente con la mirada. Cedric y Eric están en el otro sofá y discuten sobre la renta de los autobuses para ir al concurso.

—¿Por qué no le dicen a Dimas? —pregunto.

Me miran sin entender, no creo que desconozcan la vida de la familia de Dimas... ¡Todos en la ciudad saben sobre ellos!

—Sus papás son dueños de media zona hotelera en Cancún —les recuerdo—. Bueno, no tanto, pero sí tienen unos hoteles ahí y de seguro pueden conseguir algún descuento para la renta de un autobús.

—¿En serio los papás de Dimas tienen hoteles ahí? —me pregunta Nicolás.

El pobre chico parece que sufrió insolación en su partido, hasta su voz suena agotada.

—Son millonarios —respondo—. ¿Nunca les ha contado?

Cedric niega.

—Sólo sabemos que viven bien.

—¿Bien? —bufo—. De paso que consiga un buen hotel.

Voy hacia la mesita donde So ha dejado la limonada y me sirvo otro vaso.

—¿Y todo eso abandonó por la música? —pregunta Teresa.

Y por mí, pero es un detalle que mencionaré.

Levanto la mano donde tengo el medio corazón, sin mirarlos, y contesto:

—No éramos muy listos.

Eric está sentado cerca, acepto que me guíe hasta su lado con una suave caricia en mi antebrazo.

—Pues hemos hablado de esto muchas veces y no ha dicho nada —comenta Cedric.

—Yo le preguntaré —sugiero—. Si quieren...

Añado la última parte mirando a Eric.

—Como quieras —me dice él—. Si no, podemos buscar otra forma.

Me encanta cómo luce al despertar con el cabello algo revuelto y los ojos somnolientos. Podría besarlo aquí mismo frente a todos y llevarlo a la habitación y...

Ya, respira Aura.

—Vine en busca de hospitalidad porque sé que tienen aire acondicionado en toda la casa —declara Nicolás—. Perdimos de la forma más humillante y creo que me ha dado insolación.

Regreso a la realidad y consulto el reloj, tengo una hora para llegar con mi madre.

—Yo voy a salir, pero quédate el tiempo que quieras —digo.

—Sí, yo no tengo nada qué hacer —suspira Sofía—. Podemos ver películas o algo.

—Van a pasar un especial de It en el cine —comenta Nicolás—, pero creo que moriría en las escaleras antes de llegar al asiento.

Reímos, en verdad parece que un tractor le pasó por arriba y luego un tren.

—¿Es a las cinco? —le pregunta Eric a Nicolás y éste asiente—. ¿Vas a estar aquí o con tu mamá?

Medito un momento antes de responder.

—Aquí, no tardaré con mi madre.

—¿Entonces paso por ti a las cuatro?

—Claro —Dejo un beso en su hombro herido—. Llámame antes.

Eric se incorpora y se despide de los demás. Yo aguardo en el umbral de la puerta mientras terminan de hablar y recoger su guitarra. No quiero separarme de él, sólo por eso lo acompaño hasta el Mustang como si esos minutos extra fueran irremplazables.

—Todavía tengo que reparar el golpe que le he dado a tu automóvil.

Eric levanta ambas cejas y se encoge de hombros con indiferencia.

—Ya te dije que no importa.

—No, me gusta tu auto —confieso—. ¿Me dejarás repararlo?

Mete la guitarra en el asiento trasero y acomoda un mechón de mi cabello detrás de la oreja.

—Me quedaría sin automóvil unos días...

—Podemos usar el mío.

Podemos, otra vez ese nosotros. Eric dibuja su tierna y sexy media sonrisa, una combinación letal.

—Lo pensaré —duda un segundo—. Nos vemos...

—Eric...

Nos abrazamos con fuerza, me duele cuando se aparta para subir a su automóvil. Regreso hasta la acera y le veo marchar. Es una tontería, pero quiero estar más tiempo con él.

No regreso a la casa hasta que le veo doblar en la esquina. Al entrar a la sala me encuentro con las miradas expectantes de mis amigos.

—¿Y bien? —pregunta Nicolás.

—¿Qué?

—¿Están saliendo?

¿Estamos saliendo?

Entorno los ojos como si aquello fuera una locura.

—Somos amigos.

—¿Que duermen juntos y tienen citas?

Miro a Sofía boquiabierta, titubeo demasiado para lograr responder.

—Porque si te has dado cuenta de que eso fue una cita ¿Verdad? —agrega Teresa.

—Creo que se acaba de enterar... —opina Cedric.

Continúo boquiabierta y recuerdo la amistosa invitación en mi cuarto. Cierro los ojos cuando todas las polillas del mundo deciden emigrar a mi estómago, también deciden invitar a unas cuántas mariposas... ¡Estoy sudando de los nervios!

—Ay, tenemos una cita...

¡¿Cómo pasaré horas sentada a su lado sin morir de un infarto?! ¡¿Cómo?!

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(1) Eso: It (en idioma español, «Eso») es una novela de terror publicada en 1986 por el escritor estadounidense Stephen King. Cuenta la historia de un grupo de chicos que son aterrorizados por un malvado monstruo -al que llaman «Eso»- que es capaz de cambiar de forma, alimentándose del terror que produce en sus víctimas.

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