Capítulo 11 ( Parte II )
☆★☆
Intento ignorar el insistente timbre, no lo consigo. Eric continúa durmiendo acurrucado contra mi cuerpo, detesto el segundo en el que debo separarme para ir a callar al tarado que persiste con el timbre.
El guitarrista intenta volver a abrazarme, cuando logro apartarme, y sus manos rozan mis pechos por accidente, mi cuerpo reacciona involuntariamente al soltar un suspiro.
Esto es muy vergonzoso.
Me coloco un pantalón deportivo y bebo un poco del café que ha dejado en mi escritorio. Contemplo a Eric durmiendo en absoluta calma, me encanta su rostro mientras duerme cuando está desarmado y sin fingir ninguna actitud indiferente; en realidad, me encanta que esté aquí.
El timbre suena una vez más y me apresuro hasta la puerta principal. No quiero que lo despierten, parecía tan cansado.
Abro la puerta, dispuesta a enviar a los siete infiernos al inoportuno, pero encuentro a Henrik y Berenice.
—¡Aura! —chilla la chica.
—Hola... —saludo dubitativa—. ¿Qué hacen por aquí?
No tengo ánimos de ser cortés porque quiero regresar a mi habitación.
—El automóvil de Eric... —Señala Henrik sobre su hombro el Mustang que está afuera—. ¿Está contigo?
Noto la cara pícara de Berenice; por el contrario, Henrik parece preocupado como si pudiera haberlo asesinado y todavía no me deshiciera del cuerpo.
—Está dormido... ¿Quieren pasar?
Espero que no.
—Claro —sonríe la pelirroja.
Genial...
No sé a qué hora se fue Sofía y Cedric o por qué estaban los dos chicos aquí. Es posible que Eric quisiera hablar conmigo por nuestra absurda discusión.
—¿Qué hacen aquí?
La voz cansada de Eric captura nuestra atención, está recargado en la pared y frota sus ojos mientras contiene un bostezo. Henrik nos mira como si estuviera en un partido de ping pong, Bere no puede quitar esa cara pícara.
—No llegaste al ensayo y tu celular está apagado.
—¿Sí?
Él regresa a la habitación y ahora sus dos amigos me observan con curiosidad.
—¿Quieren algo de tomar?
Me piden un vaso de agua y voy hacia la cocina cuando Eric vuelve a salir con su celular en la mano. Capturo algunas palabras mientras lleno ambos vasos, puedo deducir que Eric le contó a Henrik sobre nuestra discusión de la noche anterior. Sólo está preocupado por él, eso me enternece mucho.
—Van a ir un rato a la casa —me dice Eric cuando regreso a la sala—. ¿Quieres venir?
Berenice junta sus manos, como si estuviera rezando, a espaldas de ambos chicos y me ruega en silencio que acepte.
—Claro... Sólo tengo que darme un baño y llevarme el uniforme.
—Bien... ¿Los esperamos ahí?
—Sí, sólo no rompas nada, Henrik.
El chico le dice algo en voz baja y Eric ríe, pero está avergonzado.
Me retiro a mi habitación, tengo el presentimiento de que quieren hablar en privado y creo que sé sobre qué; no le creerán que sólo estábamos durmiendo. Fue algo muy tierno que me gustaría repetir; tal vez ahora pueda tener un poco más de confianza y pedirle que duerma conmigo, sólo así y sin segundas intenciones, sólo dormir con la persona que empieza a alborotarme el corazón.
☆★☆
No debería beber más vino, es una muy mala idea, pero estar sentada en el regazo de Eric es demasiado para mis nervios. Henrik rellena la copa y le agradezco con una sonrisa, es inútil hablar porque Berenice tiene conectada su guitarra al amplificador.
Minerva posee esa elegancia y delicadeza con el violín mientras que Berenice es salvaje con la guitarra, es la palabra adecuada para describirla. La pelirroja agita la mata de rizos rojos mientras toca una canción que hace siglos no escuchaba. Es No One Knows y, hasta donde sé, a Eric y Henrik no les gusta tocarla porque tienen que cambiar la afinación de la guitarra. Hace un rato entraron en un debate con Berenice porque también hacen eso con las de The White Stripes. Entiendo muy poco en realidad, pero algunas cosas las sé por Dimas y no me he sentido tan perdida como en los debates existenciales con los amigos de mi madre.
Bere es asombrosa, hace bromas en las partes donde espera a que la guitarra empiece de nuevo. Es increíble mirarla tocar con tanta facilidad cuando creo que la canción no es tan sencilla, me anima a intentar aprender algún instrumento y no limitarme al teclado de la laptop para transmitir emociones.
Recargo la cabeza en el pecho de Eric, el suave vaivén de su respiración es más adictivo que el vino. Su mano descansa arriba de mi pierna, el calor traspasa las capas de tela como si no existieran, necesito más vino para calmarme.
No sé cómo he terminado sentada en su regazo, bueno sí, pero no sé cómo he aceptado. Él sólo tiró de mí y le seguí, lo siguiente que supe es que estaba descansando sobre su pecho.
—¡Y así es como se hace! —exclama Bere al terminar.
Henrik aplaude y le sirve más vino tinto, tiene potencial de barman.
—¿Y eso es lo que no quieren hacer? —continúa la chica—. Soy mejor que ustedes dos juntos.
Eric ríe, su pecho vibra con ese sonido.
Más vino o moriré aquí mismo derretida.
—Claro que sí, Bere —le dice él—. Pero si reemplazas a Billy entonces necesitarán un baterista.
—Y esos son escasos —agrega Henrik y sube los pies a la mesa—. No hay opción, linda.
Berenice toma una larga bocanada de aire y comienza a desconectar la guitarra con movimientos lentos.
—Podrías hacerlo tú, Eric.
—No, no puedo tocar en las dos bandas para las semifinales.
—Las reglas no lo permiten —especifica el rubio—. Ya averiguamos.
Eric patea los pies de su primo y éste los baja de la mesa con una mueca de molestia, son como niños.
—Ya casi se acaban mi botella —descubre Berenice al dejarse caer al lado de nosotros—. ¡No vuelvo a traer nada!
—No sé para qué lo haces si sabes cómo somos —ríe Henrik—. Aunque Eric tiene que estar sobrio para ir al bar.
Eric se acerca a mi cuello y doy un respingo, su aliento deja una caricia demasiado íntima. Berenice y Henrik miran hacia otro lado, comienzan a platicar sobre algo que no consigo entender porque me he convertido en un manojo de nervios. Debería levantarme con algún pretexto estúpido, pero he dejado de hacer todo lo que debería. Por el contrario, muevo la cabeza hacia un lado y clavo las uñas en su pantalón cuando deja un beso en mi lunar. Sus labios se quedan ahí un instante y su aliento vuelve a besar mi piel. Un estremecimiento me recorre, sólo alguien más ha besado ese sitio en particular y por un segundo no pude recordar su nombre.
Intercambiamos una breve mirada, sus ojos tienen un brillo extraño y sus labios la media sonrisa que le hace lucir tan bien. Aprovecha el desconcierto de la pelirroja y le arrebata la botella de vino para servirse más.
—Si te emborrachas con vino perderé todo el respeto que siento por ti —canturrea la chica.
—No pasará.
—Era un alcohólico —dice Henrik.
Sonrío hasta que noto que nadie más lo hace.
—Algo así —confiesa Eric tras beber un poco de vino—. Pero fue hace años.
No tengo que preguntar el motivo o el tiempo exacto porque sé las respuestas.
—Si algún día quieres emborracharlo tiene que ser con whisky —aconseja Bere— y mucho.
—Mucho —confirma él.
Eric mantiene su sexy media sonrisa que me provoca cosquillas en el estómago. Su mano descansa en la parte baja de mi espalda y no ha dejado de emplear esa voz rasposa que termina de poner mi mundo de cabeza.
—¿Qué hora es? —pregunto como si de pronto regresara a la realidad.
—Tarde si planeas llegar puntual al bar —contesta Henrik al mirar su reloj—, muy tarde.
Me levanto de un brinco y el suelo se mueve un poco. No consigo disimular un mareo y Eric me sostiene por la cintura. No ayuda que apenas probara un par de bocados de la pasta, que ha preparado Berenice, y que he bebido vino como si fuera agua.
—Iré a cambiarme —murmuro.
Eric asiente y desliza las manos sobre mi cadera como si no deseara dejar de tocarme, permanece así un instante hasta que me deja marchar. Henrik y Berenice ríen mientras me dirijo a la habitación, Eric conserva la media sonrisa.
¿Ese chico está interesado en mí? Vaya...
Suelto un suspiro al cerrar la puerta detrás de mí. No importa que Eric no se encuentre aquí, su esencia es tan fuerte que está adherida a cada centímetro de la habitación y se filtra hasta mi sistema, me invaden unos nervios tontos.
Maldito vino y boba de mí.
Me apresuro a colocarme el uniforme. Demoro un poco peinándome frente al espejo, observar mi propia sonrisa me hace sonreír más, es una tontería ¡Me gusta estar aquí! Me siento bien compartiendo estos momentos con Eric.
Alguien toca a la puerta, pero ya he aprendido la lección.
—¿Quién?
—Yo.
¿Quién más iba a ser?
—Pasa, ya estoy casi lista.
Eric me mira de pies a cabeza como si no luciera igual todas las noches con este uniforme. No obstante, su adorable sonrisa ha sido sustituida por preocupación.
—¿Sucede algo?
No contesta. Cierra la puerta y camina hasta el extremo de la cama donde se sentó la última vez que estuve aquí. Se ha recogido el cabello en una coleta y algunos mechones escapan de ésta, los sostiene detrás de las orejas.
¿Cómo conseguí ignorarlo por tanto tiempo?
—Yo sé sobre qué quiere hablar Dimas contigo.
Por un momento no sé de qué me habla hasta que recuerdo que me escuchó en la cocina.
—¿Y de qué quiere hablar conmigo?
No quiero alterarme antes de tiempo, vuelco el doble de atención en desenredar las puntas de mi cabello.
—Es sobre mí —dice Eric al frotarse el rostro casi desesperación.
Eso tiene sentido.
—Algo así pensé...
—Y alguien más.
No tengo más ánimos de peinarme... Quiero creer que escuché mal, ruego que así sea.
—¿Alguien más?
Un presentimiento horrible se instala en mi pecho que explicaría muchas cosas, me niego a meditarlo. No puedo hacerlo...
—¿Podrías pasarme el encendedor que está en ese cajón?
¿Va a fumar ahora? ¿En serio?
Estoy a punto de exigirle que responda, pero noto que permanece con la vista fija en la mesita de noche. Abro el cajón y encuentro una agenda, un libro de partituras, papeles, pastillas y, hasta el fondo, está el encendedor.
Esto tiene que ser un error...
El bonito tono rosado resalta sobre los colores opacos de los demás objetos. Recuerdo su peso exacto en mi mano, el pequeño raspón que tiene en un costado y la diminuta S en tinta negra en la base. Es el mismo encendedor de Sofía, el que perdiera en la playa cuando...
—¿Por qué tienes esto...?
No puedo sacar de mi mente las palabras de Dimas, su cuerpo y cada una de las cosas que me dijo mientras me entregaba a él por última vez. En ese entonces no lo sabía, pero fue una despedida.
Una despedida que todavía me persigue.
Me dejo caer sobre la cama con los recuerdos aglomerándose en mi garganta. No sé qué decir, no estaba lista para revivir ese momento. Entonces lo recuerdo, aquella silueta en un rincón adopta una forma familiar y veo el brillo de la ceniza del cigarro al caer a unos metros de nosotros.
No es un error...
—Eras tú... Estabas ahí, Eric...
☆★☆
¿Te gusta la historia? ¡No olvides seguir las redes sociales!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top