CAPÍTULO XVII

ZOE.

Mi pie izquierdo arrastraba por la calle. Mi mano izquierda hacía presión sobre la herida en mi muslo para evitar que la sangre escurriera. Mis labios reprimían mis quejidos para evitar ser escuchada. Estaba huyendo.

Los hombres que me interceptaron intentaron subirme a toda costa a su camioneta. Escucharlos pronunciar ese nombre fue más que suficiente para saber las intenciones que tenían conmigo.

Mason Coleman.

¿Cuántas vidas tenía ese hijo de puta? ¿Cuántas veces más tendría que escuchar ese maldito apellido? ¿Cuántas veces tendría que huir de él o su gente? Estaba harta de todo lo que tuviera que ver con él.

Si no hubiera sido por la insana obsesión que adquirí en Washington por la autodefensa, probablemente esos hombres ya me habrían llevado con él. Habían sido dos años de tranquilidad, de no verme en vuelta en peligro; finalmente el día de hoy recordé porque comenzó mi obsesión por la defensa personal. En el fondo, sabía que la serenidad que estaba viviendo era tan solo pasajera.

Mis entrenamientos diarios habían dado fruto, había podido escapar de un montón de hombres que me doblaban el peso y la altura, sin embargo, no logré salir ilesa. Mi cuerpo había resultado herido por varios golpes, y mi pierna, atacada en más de una ocasión por una navaja de caza. Aproveché el estado de inconsciencia en el que dejé a los hombres para huir, antes de que despertasen y volvieran a buscarme.

Comencé a acelerar mi paso por la calle, intentando ignorar el increíble dolor de mi pierna sangrante. Debía llegar a casa tan pronto como fuera posible o me desvanecería aquí mismo por la pérdida de sangre.

Deseé internamente que algún auto pasara y me auxiliara, pero como ya era sabido, en este lugar no había ni un alma por las noches. Era yo, conmigo misma, como siempre.

De todas formas, tampoco podía frenarme por ningún motivo. Esos hombres estaban tras de mí, y era cuestión de minutos para que alguno despertara y comenzara a buscarme. Debía avanzar sin importar qué.

En un intento por pedir ayuda, saqué mi teléfono y llamé a Kian, sin embargo, no respondió.

Respiré una vez que divisé mi casa a unos cuantos metros. El ardor en mi pierna se intensificaba y con mi paso, y a este paso, ya comenzaba a dejar un camino de sangre.

No puedes detenerte ahora, Zoe.

Hice un poco más de presión sobre mi herida y continué acercándome. El recorrido hacia la puerta de mi casa nunca me había parecido tan largo. Una vez ya entrando al jardín, y mientras seguía cojeando, pude percatarme de que un auto negro estaba estacionado justo enfrente. Inmediatamente, mi sentido de alerta me dijo que huyera, que muy seguramente se trataba de los mismos hombres de la camioneta y estando tan malherida, no podría escapar.

Ni loca regresaría con Coleman.

Estaba a punto de darme la media vuelta y huir, cuando entonces, la posibilidad de que pudieran hacerle daño a alguien de mi familia me invadió, seguida del miedo. No iba a permitir que el nombre de Mason Coleman volviera a dañarme a mí o a los que quería.

Di pasos largos hasta la puerta, completamente decidida a enfrentar a quien fuera que estuviera adentro. Tomé unas cuantas respiraciones, adopté una postura de ataque y abrí la puerta tan rapido como pude para evitar alertar al enemigo de mi presencia.

Nadie a simple vista.

Continué adentrándome cautelosamente, procurando no hacer ningún ruido y sin abandonar mi postura de guardia. Revisé a detalle la sala y no pude encontrar nada, después la habitación de mamá y la de Will, sin embargo, no parecía haber nada fuera de lo normal; no había cerraduras forzadas o algún signo de violencia a simple vista, por lo que si alguien había logrado entrar en casa, debía ser alguien muy meticuloso.

—¿Mamá? —llamé—. ¿Estás aquí? Avisa a Will y Kristel, tenemos que salir de aquí lo antes posible, están siguiéndome.

No obtuve respuesta de su parte.

Decidí entrar en mi habitación. Sin dejar de vigilar mis alrededores, agaché mi cuerpo y tomé la bolsa de armas que estaba debajo de mi cama. Tan rápido como pude, tomé una de ellas, la recargué con suficiente munición y entonces, fui a indagar a la cocina. Si mamá no se encontraba ahí, entonces sí debía comenzar a preocuparme.

En cuanto entré al área del comedor, pude visualizar una silueta masculina de espaldas a unos cuantos metros de mí, aparentemente acompañado de otros sujetos. Seguido de eso, escuché la voz de mi madre replicarles algo.

Debido a mi sigilo, ninguno de ellos se había percatado de mi presencia aún, por lo que debía aprovechar el factor sorpresa a mi favor.

Con el arma cargada, me acerqué hasta el tipo que me estaba dando la espalda. Era grande, bastante, a decir verdad, por lo que su corpulenta figura me impedía ver con claridad cuántos hombres más se encontraban ahí, o si mi madre estaba herida.

No lo pensé más, me alcé sobre mis puntillas y coloqué el arma justo en la cien del tipo.

—Pongan las armas en el suelo o les juro que voy a perforar su cabeza —ordené, aún sin ver a los ojos a los demás tipos, pues de algún modo, el cuerpo del chico frente a mí estaba sirviéndome como un escudo humano.

De pronto pude reconocer algo familiar. Ese cuerpo, esa espalda, esa estatura, sin duda la conocía.

De manera repentina, y en cuestión de milisegundos, la mano del hombre al que estaba apuntando me desarmó. En una muy ágil maniobra que apenas y pude entender, retiró mi arma, tomó mi brazo derecho y lo colocó detrás de mi espalda, dejándome indefensa y sometiéndome por completo.

—Zoe... —escuché pronunciar a uno de los chicos.

Fue entonces cuando alcé la cabeza y me encontré con esa mirada. Mi corazón se paralizó en cuanto sus ojos se encontraron con los míos.

Eran ellos. Ignati frente a mí, Auro a su lado y el chico que me tenía sometida —y al que por poco casi mataba—, era nada más y nada menos que Damien Walker.

Al darse cuenta que se trataba de mí, Damien me liberó por completo de su represión, con una inmediata expresión de remordimiento.

—Dios mío, Zoe —dice mi madre, observando mi pierna ensangrentada.

La gran impresión, en conjunto con mi pérdida de sangre a lo largo del camino, causaron que me desvaneciera y cayera al suelo antes de siquiera poder decir algo.

No supe cuánto tiempo pasó. Lo siguiente fue que desperté en una cama de hospital. Mi madre estaba sentada en el sofá de la habitación. Bajé la mirada hasta mi pierna, de donde provenía un gran ardor. Hice a un lado la sábana y pude notar que estaba vendada.

—¿Mamá? —pregunté entre mi confusión. Ella no tardó en acercarse hasta mí.

—Aquí estoy, Zoe.

El tono en su voz denotaba la preocupación que había estado sintiendo por mí.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estoy aquí?

Intenté volver a los últimos momentos antes de perder la consciencia. Pude recordar como los hombres de Mason intentaron llevarme con ellos, como me hirieron, como corrí por mi vida mientras me desangraba.

¿Qué pasó después?

Entonces, esos ojos azulados vinieron a mi mente. Damien. Auro. Ignati. Estaban en mi casa antes de desvanecerme, hablando con mi madre. ¿Era eso posible? Si bien sabía, Auro estaba en prisión, Damien en Nueva York, alejado lo mayormente posible de nosotros, e Ignati... Bueno, nunca se sabía dónde estaba Ignati Bogdanov.

A este punto, empecé a convencerme de que todo había sido una simple alucinación. Una que mi mente dañada había creado en un intento por sobrellevar el que estaba a punto de desangrarme en plena la calle.

Después de todo, me era imposible no pensar en él cada que el peligro me acechaba.

—Perdiste mucha sangre —dice ella—, te hicieron una transfusión y tuvieron que suturarte—angustiada, traga saliva—. Hija, ¿cómo te hiciste esa herida?

Evadí su mirada, y de igual manera, su pregunta.

—Mamá, tenemos que irnos. Mason está buscándome de nuevo. No sabes lo loco que está, no va a detenerse hasta que me tenga o alguien lo asesine.

—Zoe, ¿de qué hablas? —inquiere ella.

Unos pequeños golpes en la puerta me interrumpieron. Alertada, giré mi cabeza en dirección a la puerta. Mi paranoia me decía que me habían encontrado, que Mason Coleman finalmente había dado con su objetivo y había podido escapar de Damien para venir directo a mí.

Mi madre enderezó su figura y se dirigió a la puerta, dispuesta a abrirla.

—Espera —la detuve—. N-no abras.

—Zoe, alguien quiere verte. Está preocupado por ti —me responde ella.

Sus palabras me helaron la piel. Ignoró mi petición y mientras giraba lentamente la perilla de la puerta, no pude hacer más que rogar para que no se tratara de Mason Coleman.

La puerta se abrió y me mostró una silueta pálida, de cabello de negro y ojos celestes. Mi corazón comenzó a palpitar a tanta velocidad que sentía que se me iba a salir.

Sin darme cuenta, mis ojos rápidamente comenzaron a lagrimear. Era Auro, de carne y hueso.

—Estás aquí —musité.

Él no dudó en correr hasta la cama para abrazarme. Enderecé mi torso para responder su abrazo de la misma manera, aún sin poder creer que realmente estaba ahí, conmigo.

—Mi pececito —susurró él, sosteniéndome fuertemente.

Depositó un beso en mi frente y mamá abandonó la habitación, dedicándome una mirada de complicidad.

—¿Cómo estás libre? Auro, ¿escapaste? ¿Estás bien? —pregunté sin darle tiempo a responder.

—No, no. Logré demostrar que no fui yo quien asesinó a Gian Millani, Zoe —dice con una sonrisa de orgullo.

—¿Y qué hay de los demás delitos? Rider dijo que te darían una condena mínima de treinta años.

Él soltó una risa.

—No pudieron comprobar nada —explicó—, los delitos menores, los pagué estando ahí y el resto fue con fianza. Una cantidad bastante bondadosa, a decir verdad. Aunque de todas formas, sigo bajo custodia, en teoría.

Lo miré a detalle. Sus ojos claros, su cabello negro despeinado, sus manos pálidas, sus labios carnosos; cada uno de los pequeños detalles que lo hacían ser él. Acaricié su mejilla mientras mis mis ojos seguían lagrimeando.

—Auro... te extrañé tanto.

—Y yo a ti. No sabes cuánta falta me hiciste, Zoe —dice antes de sujetar mi rostro entre sus dos manos—. Por favor dime que no tienes un nuevo novio o algo así.

Reí ante lo ridículo de su pregunta y luego negué con la cabeza. Acto seguido, besó mis labios de manera cuidadosa, aunque denotando la necesidad que los suyos tenían.

—¿Qué hay de ti? —dice al separarnos—. ¿Estás bien? ¿Dónde has estado estos años? ¿Que has hecho?

—Estuve escondida en Washington todo este tiempo mientras rider demostraba mi inocencia. Así que sí... Al final si me convertí en prófuga de la justicia por un tiempo.

Se sentó en la esquina de la cama y comenzó a acariciar mi pierna herida, procurando no lastimarme. De pronto su rostro se inundó de preocupación.

—¿Quién te hizo esto, pececito? ¿Fue Mason?

—No directamente, pero si su gente. —Le respondí.

Él soltó aire por la boca.

—Se escapó de las manos de Damien y está dispuesto a venir por ti. Está bien enfermo de venganza por lo que le hicimos a su hija. Tenemos que encontrar la manera de detenerlo definitivamente.

Mi vista se centró en un punto fijo en la pared. Mi mente comenzó a divagar. Sí, estaba escuchando lo que Auro decía, pero al mismo tiempo, mi cerebro ya dañado comenzaba a carburar una única idea.

—Lo sé —repliqué, y entonces volví a hacer contacto visual con él—. Voy a matar a Mason Coleman.

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