CAPÍTULO XII


No entendía nada. Tampoco sabía en donde estaba. Era como si hubiese tomado una pequeña siesta que terminó convirtiéndose en un sueño profundo y del cual, me estaba costando un demonio despertar. El intenso dolor en mi cuerpo era lo único que había. Me mantenía paralizado, completamente.

Luego de varios intentos logré abrir mis ojos con dificultad, pero solo había oscuridad.

Mierda, ¿acaso me quedé ciego?

Pestañeé un par de veces para aclarar mi vista. Otra vez oscuridad, aunque esta vez, pude notar algo más en ella: las brillantes estrellas plasmadas en el firmamento. Tardé en darme cuenta de que me encontraba en medio de la nada y que la única luz existente en el lugar provenía del cielo. En un solitario monte solo estábamos las estrellas, la luna y yo.

Observé mi alrededor. Me percaté de que yo estaba en el asiento piloto de mi propio auto, estrellado contra un gran arbusto, un par de vallas y metales aplastando mi pecho, piernas y además, un incendio comenzando en la parte trasera.

¿Cómo carajo terminé aquí? Ah, sí. Espera... ¿no falta un loco maniático aquí?

Con la mirada busqué a Mason por todo mi alrededor, y aunque la escasez de luz solo complicaba mi trabajo, estaba dispuesto a encontrarlo. Mason no podía escapar. Había pasado dos años encerrado en mi granero, acumulando su furia para el día que lograra escapar. Un Mason suelto y sediento de venganza no es la mejor combinación que pueda existir precisamente.

Intenté recordar lo que había sucedido segundos antes de quedar inconsciente. Recordé el choque ocasionado por Coleman al intentar huir y a la policía detrás de nosotros. No quería ser pesimista, no quería dar por hecho que Mason ya estaba libre, pero a juzgar por la situación en la que yo me encontraba, ese cabrón lo había conseguido. Mason había conseguido escapar de mí luego de dos años siendo mi perro.

Vaya, hasta lo iba a extrañar.

Tomé una fuerte respiración. Tenía que salir de este auto antes de que terminara explotando o de que la policía me encontrara y me metiera en serios problemas por cargar con un hombre secuestrado y drogado. Desabroché mi cinturón de seguridad y comencé a buscar la manera de salir. La defensa entera del auto había quedado sobre mí, por lo que me impedía moverme. Miré a mi alrededor y fue entonces cuando empujé mi asiento hacia atrás, permitiéndome liberarme de aquel enorme trozo de metal que aplastaba mi cuerpo. El incendio ya se estaba expandiendo, por lo que estaba comenzando a llegar a los asientos traseros. Salté por la apertura de una ventana y aterricé en el nada cómodo suelo del monte. Piedras, vidrios rotos, tierra, hojas secas, astillas e insectos fue lo que pude sentir al caer al suelo.

Solté un quejido al caer. Mi cuerpo dolía mucho más de lo que creía al inicio. Bajé la mirada para verlo. Me di cuenta de que mi ropa estaba rasgada y manchada, mi cabeza sangraba al igual que otras partes de mi cuerpo.

—No es nada, has estado peor, Damien —me dije a mí mismo.

En realidad no era verdad, tan solo quería engañarme a mí mismo para no tener que aceptar lo obvio: estaba asustado y podía morir.

Intenté alejarme por si el vehículo explotaba y fue entonces cuando me percaté de lo difícil que me resultaba dar pasos, o si quiera mantenerme en pie.

Si lograba sobrevivir después de esto, creo que sería un poco más empático con Mason. No debe ser nada fácil andar por la vida con una sola pierna, y además, jodida.

Me levanté, di algunos pasos largos y mis rodillas flaquearon. Caí al suelo de nuevo.

Siendo realistas, mis posibilidades de que las cosas resultaran bien eran nulas. La policía no tardaría mucho en encontrarme, eso sino moría aquí mismo desangrado, o los animales salvajes olieran mi sangre y vinieran a comerme vivo, o Mason intentara regresar a matarme para vengarse, o el otro criminal que la policía dice que anda suelto por aquí.

Pensándolo bien, lo de la policía no estaba tan mal.

—Vamos, Damien. Has pasado por muchas cosas como para morir ahora. Estoy seguro de que Dimitri no te va a aceptar en el reino de los cielos —me volví a decir para tomar coraje.

Fue inevitable pensar en él en momentos así, cuando me sentía débil, vulnerable y sin ningún tipo de esperanza. Él literalmente había dado su vida por mí. No iba a rendirme así de fácil, aunque debía confesar que una pequeña parte de mí pensaba que la muerte no era tan mala después de todo. Una parte de mí estaba ansioso por reunirse con papá y Dimitri de nuevo, suponiendo que todo eso que se dice sobre la vida después de la muerte fuera cierto.

Alcé mi cabeza al cielo y divisé una estrella en especial. Una que parpadeaba muchísimo y resaltaba entre todas. Más que una estrella, parecía un faro emitiendo luz de manera intermitente.

—Bien, Dimitri. Sé que debes estar tocando el piano para los angelitos o algo así, pero te necesito ahora mismo. Necesito de tu ayuda sino quieres que en un par de horas nos reencontremos. Haz que la policía me encuentre pronto —dije en un tono de súplica—. O haz que Zoe aparezca, me rescate y después diga que me ama, lo que te resulte más sencillo.

Suspiré.

Debo estar volviéndome loco.

Los minutos pasaron. Intenté levantarme varias veces pero me era imposible. Incluso grité por ayuda más de una vez. Para este punto ya había perdido mucha sangre, por lo que comenzaba a sentirme débil y mis ojos comenzaban a cerrarse. Antes de desmayarme nuevamente, alcé la vista otra vez y miré la estrella parpadear mientras mi vista se nublaba.

—¿Está ahí?

—Sí, puedo verlo.

Escuché voces masculinas a la distancia, en conjunto con las luces de la policía, acercándose hasta mí.

Solté una leve risa.

—Jodido flojo, yo hubiera preferido la segunda opción —mi sonrisa cesó—, pero gracias, Di. Me has salvado la vida una vez más.

Alcé mis manos para que la policía notara que no estaba armado. Les pedí ayuda y entonces se acercaron a mí. Portaban el uniforme de Ohio, así pude saber en qué parte del país me encontraba.

Desde el suelo me esposaron y por supuesto, me trataron como el peor de los criminales, pero al menos me levantaron de ahí y me dieron primeros auxilios que evitaron que muriera. Me subieron al auto y luego de una hora de camino, llegamos a la estación policial. Yo no había dicho ni una sola palabra desde que ellos me recogieron. Normalmente estaría ofendiéndolos, pero honestamente, nunca había estado tan agradecido de que la policía me encontrara.

Dentro de la estación policial de Ohio, me mantuvieron en primeros auxilios un par de horas más, aunque esposado y con custodia, claro. Dijeron que mi estado no era para nada bueno y necesitaba ir a un hospital lo antes posible.

—Walker, tienes derecho a una llamada. Avísales a tus familiares que estás bajo prisión preventiva y que necesitas un buen hospital ahora porque tu estado es grave. Que sea rápido.

"A mis familiares". Como si tuviera alguno.

Acepté el teléfono, aunque no tenía a quien llamar. Quizá Nikolai y Anoushka eran lo más cercano a mi familia desde que Dimitri murió, ¿pero cómo iba a explicarles que llevaba dos años con Mason secuestrado y que ahora la policía me tenía arrestado por ello?

Muchas explicaciones, poco tiempo.

No había otra opción. El único que podía entender la urgencia de que Mason ande suelto, era él. Mi familia de sangre.

—Auro —dije una vez que me respondieron del otro lado de la línea.

—¿De nuevo tú? —escuché la voz de Ignati—. ¿Qué? Seguirás amenazándome? Te diré algo, ¿por qué aun no has tomado ese puto avión y vienes a decirme todo lo que quieras en mi cara tal como dijiste que lo harías, eh? ¿O es que no puedes?

—Ignati, déjame hablar con Auro.

—Es la una de la madrugada, está dormido. Es su primera noche fuera de prisión, así que vete a la mierda y deja de molestar.

Él estaba a punto de colgar y la desesperación me carcomió. De fondo pude escuchar a Auro despertándose y preguntando qué hacía Ignati con su teléfono.

—Escúchame, Barbie millonaria. Ahora mismo estoy en la estación policial de Ohio. Tuve un choque y casi muero. Mason está libre. Aun son muchas horas de distancia, pero es mejor estar prevenidos. Sabemos cómo es Mason. Irá por ustedes. Eso si no se lo comen los lobos, pero ya sabes, el muy hijo de puta parece que tiene siete vidas —expliqué tan rápido como pude.

—¿Qué? ¿Mason está libre? —repitió, incrédulo. De inmediato escuché a Auro preguntar qué estaba pasando.

—Sí, y es cuestión de tiempo para que llegue a ustedes, o peor aún, a ella.

—¿Cómo pudiste dejarlo escapar? —intervino esta vez Auro, furioso.

El oficial que me estaba custodiando me dedicó una mirada seria. Arqueó una ceja y luego golpeó su muñeca con un dedo, indicándome que me apresurara, pues no me quedaba mucho tiempo de llamada.

—Yo no lo dejé escapar. ¿Qué parte de "tuve un choque y casi muero" no están escuchando? Estoy en la estación policial de Ohio y necesito, de hecho, un hospital si no quieren que muera.

—Por mí muérete, Damien.

Auro colgó.

Alejé el teléfono de mi oreja lentamente. A ellos no les importaba una mierda. A nadie le importaba una mierda si moría o no. Fingí que no me rompió el corazón que a mi único gemelo vivo, le diera igual mi vida.

Hacías mucha falta, Di.

Me recosté de nuevo en la camilla de emergencias y observé el techo. Estaba completamente solo, de nuevo. Mi vida dependía solo de mí mismo.

—¿No te ayudarán, verdad? —preguntó el policía.

—Nop. Así que pueden hacer lo que quieran conmigo. Pueden encerrarme y esperar a que muera, o pueden botarme a la calle y dejarme morir como un perro callejero. Nadie responderá por mí —le contesté sin dejar de mirar el techo.

El tipo apretó la boca.

Pasé el resto de la noche ahí. Aun no decidían que hacer conmigo, así que pasé la noche en una incómoda camilla de emergencias, con policías cuidando cada uno de mis movimientos y un dolor inmenso en todo el cuerpo. Pude ver el amanecer desde la ventana de la sala de emergencias.

El sentimiento era horrible. Era como estar en una caja de objetos perdidos, pero sabiendo que nadie jamás te reclamaría.

—Walker —escucho al policía que me custodia y me llama con la mano para que me acerque a él. Una vez cerca, me susurra—. Golpéame y sal por la ventana.

—¿Qué?

—Hazlo.

Sin dudar —ni entender—, seguí la instrucción que me dio el policía. Él se aseguró de que ninguno de sus compañeros dentro de la estación se diera cuenta de mi acción. Salté por la ventana rápidamente. Era el primer piso, así que no hubo mucho problema con eso. Una vez afuera, intenté correr. Me resultaba terriblemente difícil hacerlo, pero gracias a las atenciones de los paramédicos por lo menos ahora podía mantenerme en pie.

Un par de policías fuera de la estación me vieron huyendo. Creí que iban a dispararme y ese sería mi fin, pero para mi sorpresa, no hicieron absolutamente nada. Seguí corriendo, porque literalmente mi vida y mi libertad dependían de ello.

Justo en la entrada de la estación, un auto negro se frenó de manera abrupta ante mí, impidiéndome seguir. El chillido de sus llantas haciendo fricción con el asfalto pudo escucharse por todo el lugar. Creí que ese sí sería mi final, pero entonces, la ventanilla del coche bajó de una manera dramática, mostrándome a la barbie millonaria a cargo del volante, y a Auro en el otro asiento.

—Sube, perra —dijo el castaño.

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