CAPÍTULO VIII
ZOE.
Servir el café en mi tasa favorita.
Beber.
Darme una ducha, arreglarme, preparar mi mochila, desempolvar mi oxidada bicicleta rosada y pedalear hacia la escuela, esperando llegar a tiempo para mi primer clase.
No parecía algo difícil de hacer, ¿entonces por qué me costaba tanto trabajo levantarme de la cama?
Este era el día de mi tan "épico regreso" a la universidad, como lo había estado llamando Mónica durante los últimos dos años. Luego de todo este tiempo, finalmente mis zapatos volverían a estar sobre ese resbaloso piso de escuela, y mi nariz respirando ese inconfundible olor a jóvenes desesperados, incomprendidos, con miles de tareas y muchas más ganas de morir.
¿Estaba lista? No. ¿Iba a hacerlo? Sí.
Si bien, en un inicio mi más grande sueño era graduarme como abogada y seguir los pasos de mi padre, el tiempo hizo que las cosas cambiaran. A los diecinueve años ingresé a la universidad queriendo ser una de las abogadas más reconocidas en el Estado, como mi padre. A los veinte la tinta que pintaba mi mundo de colores pastel se terminó, mostrándome lo gris que era en realidad y dándome cuenta de que papá no era un hombre para nada admirable. A los veintiuno mi padre se convirtió en el ser más despreciable para mí. Todo había sido culpa suya. Él había entregado a Auro y Matthew en manos de Mason, y gracias a eso, las vidas de todos se destrozaron. Y finalmente, a los veintidós —mi edad actual—, me di cuenta de que estaba en un peligro inminente.
Cualquier otra persona que haya vivido lo que yo, seguramente en lo ultimo que pensaría sería en regresar a la universidad. Yo tampoco quería hacerlo y mucho menos cuando las motivaciones que alguna vez tuve en mi vida habían desaparecido. Aquello que algún día me motivo, se habían convertido en solo un recuerdo.
Acudiría a la escuela este ultimo año y me graduaría, sí, pero siendo honesta, hacía mucho tiempo que las notas y los exámenes habían dejado de importarme. Arrojar un birrete al aire había dejado de ser mi sueño hace tiempo atrás.
—Necesitas desayunar bien para rendir en tu día, hija —habla mi madre, sirviendo un ommelette frente a mí luego de vestirme para mi primer día.
Le agradecí con la mirada.
Iba a comenzar a ingerir mi desayuno cuando la puerta de la casa se abre, mostrando una silueta masculina entrar por ella. Para mi sorpresa, a mamá no le parece extraño.
Arqueo una de mis cejas al no entender ni un carajo, y es entonces cuando mis ojos se topan con una de las personas que más odiaba en el mundo.
—Hola, hija. Tu madre me dijo que habías regresado de Washington, así que no podía dejar de contar las horas para volver a casa y verte de nuevo. Tu padre te extrañó como no tienes una idea —habla él.
Casi de forma inmediata siento la sangre hervir dentro de mi cuerpo. Mientras mis ojos lo miran ahí parado, con esa sonrisa cínica, mi piel comienza a subir de temperatura y de manera inconsciente todos mis músculos se tensan.
—Mamá —susurré sin dejar de mirarlo—, ¿qué hace él aquí? Dijiste que ustedes ya no estaban juntos y que se había ido de la casa.
Ella camina hasta mí y acaricia mi mano en un intento por sosegarme.
—Zoe... no habrías vuelto a casa de saber que tu padre seguía aquí. Tenía que hacerlo, él también te extraña y quiere que vuelvan a ser tan unidos como antes.
Oh, aquí va Zoe de nuevo, descubriendo que su familia le había mentido. De nuevo. Papá nunca se fue de la casa como mamá me había hecho creer a través de sus llamadas de teléfono, aparentemente solo estaba fuera de la ciudad, atendiendo sus malditos negocios que muy seguramente eran ilícitos.
Una de mis manos, la que sostenía el tenedor con el que estaba a punto de devorar mi ommelette, se tensó en demasía, al punto de incluso lastimarse. De mala gana, arrojé el tenedor a un lado de la mesa y me puse de pie para confrontar a papá.
—¿Unidos? —repetí las palabras de mi madre, pero acercándome a él—. ¿Quieres que seamos "unidos"?
—Hija, sé que debes odiarme por sacar a esos criminales de tu vida, pero debes entender. Soy tu padre, quiero lo mejor para ti. ¡Te quiero con vida! Quiero —titubeó con nerviosismo, perdiendo el hilo de sus palabras— quiero que lleves una vida normal, no a lado de esos...
Sus palabras habían bastado y yo no quería seguir escuchándolo. Mi mano tomó impulso para terminar azotándose fuertemente contra su mejilla, haciéndolo tambalear sobre su lugar. Mi padre me miró con asombro e instintivamente, quiso regresarme la bofetada, sin embargo, se contuvo con la mano en el aire. Yo no me encogí, no hice ni un solo movimiento que demostrara la fragilidad que él esperaba ver en mí.
—No te atrevas a decir que quieres que lleve una vida normal si fuiste tú quien me metió en esto desde un inicio. ¡Tú me entregaste a Mason Coleman! ¡Mi vida es una mierda gracias a ti!
—¡Soy tu padre! —alzó la voz—. Me debes respeto y no me importa si no lo entiendes ahora. Con el tiempo sabrás que todo lo que he hecho es porque te amo. ¿No te das cuenta? Todo mejoró desde aquel día, ahora puedes dormir tranquila, Zoe ellos eran el problema en tu vida, no el agente Coleman.
Aquello había superado los niveles del cinismo por mucho. No podía siquiera creer que mi padre estuviera hablando en serio. Desconocía totalmente al hombre que tenía frente a mí, como si ese que jugaba conmigo cuando era una pequeña niña hubiera sido intercambiado por un villano de película.
Este no podía ser mi padre.
Escucharlo decir que a partir de ese día todo había mejorado me terminó de romper. Saber que no le importaba mi sufrimiento en absoluto fue suficiente para mí.
Un incontrolable impulso se apoderó de mí. Tomé uno de los arreglos florales que decoraban la sala de estar y sin siquiera dar espacio a la razón, lo arrojé en dirección a mi padre, llena de rabia. Mi padre no era estúpido, y como era de esperarse, lo esquivó por completo, causando que la porcelana del arreglo se estrellara contra la pared de mi casa y él resultara ileso. Enseguida escuché el grito de susto de mi madre provocado por mi acción.
—¡Dimitri murió ese día! —exclamé, con la voz quebrada—. Y si no fuera por Damien Walker, el chico al que tanto odias, seguramente yo también habría muerto. Durante todo este tiempo ellos fueron quienes me protegían de ti. Papá, tú eres quien debería darse cuenta. Tú eres el villano aquí, no ellos.
—¿Cómo puedes hablar así de una familia de mafiosos? Y sobre todo de ese idiota que intentó asesinarte. ¿Eres estúpida o qué tienes en la cabeza, Zoe?
Permanecí en silencio por varios segundos.
—Me salvaron de todas las veces que tú me pusiste en peligro.
Estaba que estallaba de furia y en ese momento, lo único que deseaba era ver otro rostro que no fuera el de mi padre. Tomé mi mochila del sofá y salí de casa rápidamente. Subí a mi bicicleta oxidada y pedaleé hacia la universidad sintiendo que mil demonios intentaban apoderarse de mí.
Mi estomago comenzó a revolverse unas cuantas calles antes de llegar a la escuela. Había pasado dos años fuera, seguramente muchas cosas habrían cambiado: los pasillos, profesores, las comidas de la cafetería, los salones, y sobre todo, los alumnos.
Me resultó imposible que los recuerdos no invadieran mi memoria desde que llegué al estacionamiento. Era como si este lugar tuviera escrito el apellido Bogdanov en cada esquina y no me permitiera avanzar.
En cuanto di el primer paso dentro de los pasillos, pude sentir más de una mirada sobre mí. Me intención era ir a la oficina del director para arreglar mi situación escolar, sin embargo, se volvía difícil con todas esas personas alrededor de mí, hablando como si yo no estuviese ahí mismo y pudiera escucharlos.
"¿Regresó?"
"Se ve muy distinta".
"Sí, creo que subió de peso".
"Ella debe saber algo sobre los Bogdanov, anda, pregúntale por Auro".
"Mi padre trabaja en la comisaría del Estado y me dijo que estuvo vinculada a proceso. Zoe estuvo en prisión, por eso no venía a clases".
"Solo mírala. Pasó tanto tiempo con los Bogdanov que se convirtió en uno de ellos".
Ese último más que tomarme por sorpresa, me había dolido.
¿Yo? ¿Convertirme en una Bogdanov? Me habría reído de ello de no ser porque ahora yo estaba viviendo lo mismo que Auro y Matthew habían soportado durante años. Los rumores, los murmullos, las miradas de crítica y, básicamente, llevar una vida difícil por fuera y continuarla dentro de la escuela.
De pronto todo el mundo quería saber qué ocurría conmigo.
Giré mi cabeza lentamente hacia una de las chicas que había criticado mi apariencia antes.
—Tengo orejas, así que puedo escucharte y aparentemente, también tengo más cerebro que tú.
No la conocía de nada, pero podía saber por la expresión en su rostro que no se esperaba para nada mi respuesta. Torció los labios y evadió mi mirada, intentando marcharse junto con su amiga.
En mi pasarela de regreso, pasé por la cafetería. Amaba ese lugar porque mis mejores momentos junto a Kian y Mónica habían sido ahí.
Algo captó mi atención. Absolutamente todas las mesas estaban llenas, con todas sus sillas ocupadas, a excepción de una sola. La mesa de la esquina, en la que Matthew solía sentarse a comer junto a sus amigos matones —o guardaespaldas—, estaba completamente vacía. Inclusive había personas comiendo de pie, pero nadie se atrevía siquiera a apoyarse en aquella solitaria mesa. Sin duda, la presencia de Matthew podía sentirse aunque no estuviese presente. Todos ahí respetaban su lugar.
Con los casilleros ocurría lo mismo. Los pasillos podrían estar a tope, con decenas de estudiantes circulando por ellos, sin embargo, en los casilleros de los Bogdanov no se paraba ni una mosca.
Hacían falta, y mucha.
La vibración de mi celular me sacó de mis pensamientos. Lo saqué de mi bolsillo y encendí la pantalla para darme cuenta de que tenía un nuevo mensaje del mismo número desconocido de la otra noche.
Unknd0lka:
¿Lista?
No entendía ni un demonio qué estaba pasando. ¿Qué demonios era Dolka y por qué de pronto parecía que yo estaba metida en un absurdo juego ruso?
De todo esto, solamente sabía una cosa; estaba harta de los misterios, y sobre todo, harta de las preguntas sin respuesta.
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