CAPÍTULO VI

IGNATI.

El primer día de libertad de Auro; o debería decir, el día en el que la verdadera diversión comenzaría.

Estaría mintiendo si dijera que no la pasé bien mientras Auro estaba en prisión. Recorrí el mundo, me embriagué en un lugar distinto cada día, conocí a mis diseñadores de ropa favoritos, conseguí que el mismísimo Antoine Leroux diseñara una chaqueta única y especial para mí, probé los vinos y las bocas más exquisitas del mundo, y finalmente, inauguré el club Bogdanov en una de las mejores calles de todo París.

Aun así, por meloso y estúpido que sonase, mi felicidad no estaba completa sin él alrededor, rompiéndome las pelotas todos los días y regañándome por ser básicamente un idiota.

Me había hecho falta.

Auro fue liberado a las siete de la mañana, luego de pagar su —no tan módica— fianza de seis cifras. Lo esperé pacientemente en el asiento piloto de mi tan amado Maserati, mientras él terminaba de recoger sus cosas y hacer todos esos trámites que los reos hacen al salir de prisión. Cuando cruzó la puerta para abandonar ese lugar para siempre, se veía feliz, fresco y como si fuera un hombre nuevo.

Su mirada azulada recorrió el estacionamiento y se detuvo en mi coche. Lo miré, me miró. Una discreta sonrisa de "ahí estás, hijo de puta" se formó en el rostro de cada uno.

—Te llevaré a nuestro club en París —le dije una vez que él ya estaba en el auto y yo, conduciendo a casa— ¡Es enorme y el alcohol es el mejor de todo el mundo! Las fiestas son una locura, la gente parece no tener suficiente jamás. Ah, y tienes que conocer a Camille, ¡oh, Dios, Camille! Podría casarme con esa mujer solo por sus excelente bebidas exóticas y esos ojos hipnotizantes. ¿Te dije que Antoine Leroux diseño una chaqueta solo para mí? Lo hizo, incluso lleva mi nombre. Además, compré dos autos más para mi colección, tienes que probarlos y...

—Ignati —habló por encima de mi voz, sin voltear a verme—, cierra el pico.

Sabía que estaba farfullando, pero no me importaba. Estaba feliz de tenerlo de vuelta y, aunque su cara no lo expresara, sabía que muy en el fondo también había un Auro dando saltitos de felicidad.

—Tenemos mucho por hacer ahora que eres libre. Tuve decenas compañeros de aventuras en estos años, pero ninguno tan insensible como tú —bromeé.

Mi vista estaba fija en el camino, pero con el rabillo del ojo logré ver que mi comentario lo había hecho sonreír genuinamente. Eso ya era un gran logro, pues desde que Auro entró en prisión, las veces que sonreía en una semana podían contarse con los dedos de una mano.

—No quiero salir de fiesta, Matthew. Quiero llegar a casa y descansar. No he dormido en una cama decente desde hace dos años.

Deaj, ni siquiera podía imaginar la sensación de dormir en una de esas horribles camas de prisión, diminutas, incomodas, con olor a orines y probablemente más de cien enfermedades distintas entre las colchas.

Yo también extrañaría mi colchón de espuma.

El estéreo del auto comenzó a reproducir Bitter Sweet Symphony a un volumen moderado. Identifiqué la canción de inmediato en cuanto escuché los inconfundibles violines resonando. Esa canción era especial; traía tantos recuerdos a mi memoria de cuando era un adolescente, y sabía que por la mente de Auro pasaba lo mismo, así que mi mirada viajó a él por un segundo, esperando ver su reacción.

—¿Recuerdas cuándo tenía quince años y escuchábamos esa canción en el jardín, mientras buscábamos una manera de vengarnos de papá?

Auro comenzó a observar el paisaje por la ventanilla. Al igual que un pequeño niño curioso, analizaba todo con detalle: las calles, las personas, las mascotas, los arbustos, el cielo, las señales de tránsito; no había ni una sola cosa que sus ojos pasaran por alto. Por la manera en que estos brillaban, parecía que estuviese conociendo la vida nuevamente y la música de fondo no podía ser más acertada para el momento.

—Éramos más jóvenes y más estúpidos. Nos sentíamos los dueños del mundo —confesó entre una ligera risa y yo le respondí de la misma manera.

Sabía que aquella imagen de un inexperto Auro junto a un incluso más inexperto Ignati había llegado a su cabeza. Volvió su vista dentro del coche y de la nada, subió el volumen del estéreo. Bajó la ventanilla decidido y sacó la cabeza para que el aire golpeara su rostro.

Junté las cejas y lo miré extrañado.

¿Por qué de pronto actuaba como perro?

Levantó la cabeza y contempló el cielo por un momento, luego, de forma repentina, sacó la mitad de su cuerpo por el hueco de la ventanilla. Apoyó sus pies en la puerta y como un loco, subió hasta la parte superior del auto para después sentarse allí.

Era oficial, había enloquecido en prisión.

—¿Qué demonios te pasa? —pregunté asomando la cabeza hacia arriba para poder verlo—. ¿En qué maldita película adolescente te crees que estás? Maldito raro, bájate de mi auto.

Auro solo sonrió.

—Soy libre, Matt —susurró, y aunque había dicho mi nombre, estaba seguro de que lo había dicho más para sí mismo.

—No por mucho tiempo si sigues ahí arriba. Juro que si no te detiene la policía por actuar como un maldito loco, yo mismo te bajaré a golpes. Amo a este auto más de lo que me amo a mí mismo y créeme que eso ya es ir demasiado lejos.

Mi amenaza fue en vano. Auro se rehusó a bajar y viajó todo el camino en el techo del auto hasta llegar a casa, disfrutando de las canciones del estéreo como si estuviese en un musical de Disney.

Todo se sentía diferente en cuanto llegamos a la mansión, el aire, la vibra. Su rostro se iluminó y tal parecía que volver a ver todos esos anticuados adornos le había dado vida. Finalmente estaba en casa después de tanto tiempo.

La mansión Bogdanov no sería la mansión Bogdanov sin las estrellas de la familia: Sonia y Morris aparecieron impacientes en la sala, y al ver a Auro, corrieron apresurados hasta él con lagrimas en los ojos.

—Ven acá, muchacho, hacías tanta falta en esta casa —expresa la primera, abrazándolo—. Vamos, entra, te preparé tu comida favorita.

Todos esperábamos que Morris dijera algo, pues era claro que él había sido una de las personas que más lo había echado de menos, pero por el contrario, solo escondía su cara entre sus manos.

Me acerqué a él para ver qué ocurría y fue cuando descubrí que no solo estaba lagrimeando. Morris era todo el jodido océano pacifico en ese momento.

—Vamos, Morris. ¿Por qué estás llorando? —pregunta Auro.

—Señor, lo extrañé tanto —dice entre sollozos—. En verdad lo extrañé tanto. Esta casa no es lo mismo sin ustedes dos peleando todo el tiempo y estrellando cosas por doquier.

Auro curvó sus labios, conmovido por las palabras del viejo y sin dudar, lo abrazó con fuerza. Ese hombre de corta estatura y una gran barriga había sido como nuestro padre desde que llegó a esta casa. Mucho más que mi verdadero padre —y ni siquiera hablar del de él—.

El sonido de los tacones de Tara anunció su triunfante entrada al lugar, con un rostro tan frío como el de siempre. Inconscientemente, todos guardamos silencio en el momento que la vimos. Su seriedad era contagiosa, y con tan solo ver su rostro inexpresivo sentías la necesidad de reprimir cualquier emoción dentro de ti también.

—Hijo —pronunció en un tono vacío—, me alegra que estés aquí.

Tara colocó su mano en el hombro de Auro como muestra de afecto, apretó los labios y lo acarició sutilmente.

Bueno, era la muestra de cariño más grande que le había dado a Auro en tres años.

—Gracias, mamá. —Le responde él, no muy convencido.

Las cosas no estaban muy bien entre ellos. Aun existían muchos asuntos inconclusos y Tara aún nos debía muchas explicaciones. A pesar de que visitaba a Auro constantemente en prisión, nunca quiso resolver nuestras dudas sobre su tercer hijo, Dimitri y el misterio que lo rodeaba desde su nacimiento.

No recuerdo haber visto que un solo musculo de su cara se moviera cuando le informamos sobre su muerte, ni siquiera una pequeña expresión. Ella juraba no estar enterada de la existencia de un tercer hijo y que hasta ese día había vivido engañada por Walker, creyendo que solamente habían sido dos bebés. Cuando cayó en cuenta que tuvo un hijo al que jamás pudo conocer, se aisló en su habitación por semanas. No lloraba, no se quejaba, pero tampoco comía o bebía, ni siquiera hablaba, y si no fuese porque Sonia la asistía, seguramente la depresión de Tara la habría llevado a la muerte.

Los Donati tenían una manera muy extraña de manejar el dolor, por no decir que eran un par de raros.

Debido a esto y otras cosas, la relación de Auro con su madre solo había empeorado en el último año. Tara guardaba muchos secretos y nunca quiso volver a hablar sobre Dimitri. Su silencio bastó para que Auro dejara de confiar en ella.

El misterio que Dimitri traía consigo era gigante. Desde su desconocido nacimiento hasta el día de su muerte. Aquel último mensaje en ruso, antes de morir seguía siendo un completo enigma, y lo peor de todo era que yo era el único que sabía de su existencia.

Dimitri intentaba decirme algo antes de morir, exclusivamente a mí, y yo no tenía ni la menor idea de por qué. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top