Capítulo XI
Llega la tarde del lunes y con ella un apurado Williams con una flor amarilla entre sus manos.
—Ya casi cerramos —comunica aburrida, aunque en realidad había estado pensando en aquella rosa, y en la invitación durante todo el fin de semana.
—Lo sé.
Y lo sabe pues había salido corriendo de una reunión para llegar a tiempo.
—Las flores amarillas representan inteligencia, algo muy propio de ti —Sonríe.
El detalle le parece tierno pero... demasiado dulce, algo a lo que ella no está acostumbrada, piensa en dejarla ahí pero alguien la hace descartar la idea.
«Recíbela, es un gran gesto» habla Roselin.
«Hazlo por educación» continúa Hazel.
«Vamos Igny, recíbela» ese diminutivo por parte de Eric le causa gracia.
Toma la flor como si nada y la coloca debajo del mostrador.
Él sonríe complacido, está por decir algo, pero los meses que ha estado cortejando a la joven le han servido de experiencia, así que guarda silencio.
Luego de regresar a casa exhausta, se lanza sobre el colchón e intenta dormir, pero su cerebro tiene otros planes.
Su gran inteligencia es parte de ella y ha aprendido a amarla, pero en ocasiones como esta odiaba su cerebro, pues no paraba de resolver fórmulas químicas, ecuaciones y problemas matemáticos y la privaba de su tan anhelado descanso además de que tendría un muy probable dolor de cabeza al día siguiente.
Después de dar vueltas sobre su cama y conversar con sus preciadas voces consigue conciliar el sueño, uno lleno de rosas y flores amarillas.
(...)
—Hola, Igna. Llegas temprano el día de hoy —dice Leo al verla entrar.
—Hola. Si, por suerte suspendieron la última clase —murmura acercándose al chico para quitarle una miga de su barbilla.
El chico desconcertado se ruboriza sin ella percatarse.
—G-gracias —balbucea.
La joven continúa su camino a la caja con total indiferencia.
— ¿Sabes si el señor Jones hizo el pedido de los materiales en falla? —cuestiona acunando su cabeza en ambas manos y cerrando los ojos debido al dolor de cabeza previsto.
—Creo que te estaba esperando para hacerlo... ¿Estás bien?
Asiente ligeramente y empieza con su labor en lo que llega su visita diaria, la cuál se hizo esperar un poco más el día de hoy llegando a la salida de Igna.
—Buenas tardes. —Coloca un tulipán azul sobre el mostrador.
Un sinfín de sentimientos encontrados se apoderan de la joven, y un recuerdo cruza su memoria.
— ¿Dónde está mi pequeña Igna? —pregunta el padre al llegar a casa.
La niña de mejillas sonrosadas sale corriendo de su escondite a los brazos de aquel hombre que la recibe con un fuerte abrazo.
—Hola papi. —dice en el cuello de su papá.
—Te tengo un regalo —La baja al suelo y se agacha para estar a su altura. Del bolso que lleva consigo saca una pequeña y alargada caja; en ella hay un hermoso tulipán azul— . Sé que no es la muñeca que querías pero...
No lo deja terminar y lo abraza con todas sus fuerzas.
— ¡Me encanta! —Denota su emoción—, huele muy bonito.
Él sonríe; le sorprende y cautiva la emoción de su hija por tan sencillo y humilde obsequio. Pero para ella era un gran obsequio por provenir de su adorado padre.
—Son del color de tus ojos.
—Gracias papá, es el mejor regalo de todos.
Parpadea volviendo al presente, traga saliva y sin mirarlo toma la flor y la coloca sobre sus piernas.
—Gracias. —musita sin reflejar expresión alguna.
Sonríe satisfecho, hasta que al reparar en una mueca de dolor por parte de la chica se preocupa. Pero antes de poder responder Leo se le adelanta.
— ¿Te sientes mejor? —interroga.
Niega, el dolor se ha intensificado y los recuerdos no ayudan. En resumen, esta física y emocionalmente inestable.
— ¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta Becker.
Igna eleva una ceja, reprime una risa y rueda los ojos.
«Este hombre no pierde oportunidad.» Piensa.
«Sólo está siendo atento, querida.» Defiende Hazel.
«Sigo sin poder fiarme.» masculla en su cabeza.
«Sabes muy bien que te conocemos mejor que nadie, tenlo presente.» dice Hazel para luego sumirse en el silencio.
—Vale.
Al llegar a la puerta de su casa Igna busca sus llaves, pero el dolor la mantiene aturdida dificultandole la tarea.
Cuando por fin las encuentra y se dispone a abrir, se le caen. Williams se agacha para tomarlas y tenderselas de nuevo.
—Ten. —Sus dedos rozan al recibirlas.
El gesto le provoca inesperados sentimientos y dudas.
— ¿Por qué lo haces? —cuestiona—. Te insulto cada vez que puedo, intento humillarte, te... —empieza a decir pero el no resiste más y la calla con sus labios mientras que con una de sus manos de aferra a su cintura.
El cuerpo de Igna se tensa ante el contacto, pero no se aparta. Simplemente no reacciona, los labios de Williams se mueven de manera suave, deleitándose con el sabor de los de la joven. Ella poco a poco se relaja y al volver en sí corresponde al beso de manera pausada, olvidando por un momento su dolor de cabeza y dando paso a algo más...
Sentimientos.
Se separan cuando necesitan aire.
—Ahora creo que estarás contento ¿no? —Su voz suena extraña y molesta. Pero la molestia iba dirigida hacia ella, no hacia él.
—Yo...
Abre la puerta.
—Hasta aquí llegas tú —Hace un ademán con la mano—. Buenas noches.
Y cierra de un portazo.
Mientras ella está molesta tras la puerta, él se marcha con una sonrisa de oreja a oreja negando con la cabeza.
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