Capítulo VII

Es lunes de nuevo e Igna comienza con su rutina. La profesora de cálculo I se enfermó así que cuenta con una hora libre.

Una extraña sensación la invade, haciéndola sentir vigilada.

Acude a la biblioteca para utilizar un ordenador, y entregar algunos libros y la sensación persiste. Bosteza con la intención de saber de quién se trata. Mira hacia todos lados y divisa al causante de dicha sensación; el hombre bosteza, pero no logra distinguir su rostro debido a su chaqueta.

Su inquietud crece. Le parece extrañamente familiar su contextura pero no logra saber quién es. Él sale de allí y se siente ligeramente aliviada.


Entra a las siguientes clases sin el presentimiento de estar vigilada pero la inquietud no se va.

«¿Quién es?» se pregunta.

Las voces están calladas, como pocas veces lo hacen, y la posible razón es que la joven no ha hecho nada incorrecto el día de hoy.

Sale hacia la parada y la sensación vuelve.

Mira a todos lados pero no ve a nadie.

Piensa que quizá sea el malestar del resfriado por quedarse bajo la lluvia el fin de semana —a pesar las advertencias de Hazel y Roselin— pero siente que es algo más —y está en lo correcto— el autobús llega y se apresura a subir.

El conductor sonríe pero su sonrisa desaparece al ver el pálido rostro de la joven.

— ¿Estás bien? —Se preocupa.

La mira directo a los ojos y da un respingo.

«¡Mierda! Sus ojos...»

Alcanza a asentir en medio de su aturdimiento y toma asiento.

«No puede ser...»

«Tu no crees en la suerte o la casualidad; así que dime pequeña ¿cuál es tu teoría?» pregunta Rose dulcemente.

«No lo sé» responde en un susurro dentro de su cabeza.

A pesar de tener tantos conocimientos el verdadero enigma para ella, siempre ha sido ella misma.

«¿Como no los había visto antes? Sus ojos... sus ojos color... como los de... como los de mi papá, tiene heterocromia» balbucea en mente.

Sus ojos se cristalizan.

«La única persona que me amaba y la única que me hacía sentir valiosa».

«Mi pequeña...» habló Rose a modo de consuelo.

«Es que no solo es el color, sino esa mirada tan paternal... me recordó tanto... pero tanto a él. Por un momento sentí que se trataba de él, de mi papá»

Sus ojos despiden una lágrima que me apresura a secar con la manga de su blusa.

— ¿Fritz? —La pregunta de aquel hombre la saca de su encierro mental.

Se da cuenta que el autobús está detenido y el conductor está parado frente a ella a pesar de las quejas de los demás pasajeros.

—Ya llegamos a tu parada —explica—. ¿En serio estás bien? —pregunta preocupado.

Una sonrisa se forma en sus labios de manera involuntaria.

— Lo estoy. —afirma sin dejar de sonreír.

Se pone de pie para bajarse.

Ella siente el impulso de abrazarlo, la melancolía de los recuerdos la invade, pero reprime el impulso.

— ¡Qué tengas linda tarde, Fritz! —Se despide antes de cerrar la puerta como todos lo días, a diferencia que hoy la joven le corresponde la sonrisa.

Se queda ahí hasta ver como desaparece el autobús de su campo de visión. Sin percatarse que su ex, aquella persona que le hizo tanto daño estaba justo detrás.

Ella gira para seguir con su camino pero tropieza de lleno con alguien. Su cerebro reconoce en milésimas de segundos ese aroma y su estómago reacciona con náuseas.

Esa loción que en los momentos más oscuros de su vida le pareció un consuelo que no merecía, pero justo ahora le parecía repugnante. Levanta la mirada apartándome bruscamente.

— ¿Qué demonios haces aquí? —escupe con desprecio.

— ¿No te alegra verme, muñeca? ¿donde está mi beso de bienvenida? —Se inclina hacia delante pero ella retrocede sintiendo su corazón enviando más sangre a sus manos y piernas con un claro mensaje ¿Correr o atacar? Se inclina hacia la segunda opción y su puño derecho se estampa contra su rostro.

Él se queda muy quieto apretando la mandíbula y respirando pesadamente.

—Muy mal, muy mal, muñeca. —Niega con la cabeza mientras se toca el sitio dónde fue agredido.

— ¡No te me vuelvas a acercar! —dice entre dientes—. Y no me llames muñeca.

«¡No te descontroles, Igna!» Advierte Steven «No le des lo que quiere ¡contrólate!».

Respira profundamente y coloca su máscara de frialdad.

—Pero si te encantaba que te llamase así ¿que tiene de malo ahora?

El cliente de la ferretería vio a la joven de cabello gris a lo lejos golpear al sujeto, así que su auto se acerca rápidamente. Ella apenas lo nota.

—El tiempo te ha sentado bien, me agrada tu cabello... y tu cuerpo. —agrega lo último mirándola de manera lasciva.

Igna sonríe con malicia.

—Lástima que no pueda decir lo mismo de ti. Te ves fatal, Devon.

«No juegues con fuego» Advierte Roselin.

«Déjalo que lo humille, como él lo hizo con ella» masculla Hazel.

Su físico significaba mucho para él e Igna lo sabe, decide aprovecharse de eso y darle un golpe en el ego.

—Hueles fatal, hasta aquí me llega el hedor del licor y tu cuerpo... —Arruga la nariz mirándolo de arriba a abajo y viceversa con un gesto de asco—. Deja mucho que desear ¿qué te ocurrió? ¿te quedaste sin dinero para esteroides? Porque si quieres te presto - —Señala su mochila—, en serio, por la salud visual de la humanidad puedo hacerlo ¡estás hecho un lastre!

Su sonrisa burlona no desaparece.

— ¡Pero como te gustaba este lastre! —Intenta acercarse de nuevo. Ella da un paso atrás.

—Creo que dejé muy claro que no quiero que te me acerques. —habla con voz fría.

Devon se detiene un poco pero luego da otro paso hacia ella.

No puede tolerarlo su mente es fuerte, pero su cuerpo tiene memoria y tiene miedo.

Traga saliva.

—Creo que la señorita no ha sido lo suficientemente específica —dice esa voz que hasta ahora le había parecido molesta a la chica de ojos azules. Un extraño alivio recorre a la joven—, si te acercas —Lo amenaza—, ¡te rompo la cara!

Devon se aparta y lo mira.

—Creo que esto no es asunto tuyo. —escupe.

—Si es asunto de ella es asunto mío. —La mira por unos segundos.

«Esta vez no lo mandaré a volar».

— ¿Por esto me cambiaste? —Le pregunta a Igna con suficiencia.

— ¿A que te refieres con esto? ¿A que tiene el físico que deseas? Porque déjame decirte que no está nada mal.

—Eso no decías cuando me suplicabas que te hiciera mía. —Sus palabras son filosas para la chica y aunque no lo demuestre, la dañan.

«No le demuestres tu dolor» Le aconseja Hazel con una suavidad poco propia de ella.

—Siempre seguirás siendo el mismo gusano de basurero. —Eso fue como una puñalada para ella, le dolió aún más.

Así la llamaban todos, incluso su progenitora. No refleja su dolor y de todos modos Williams no le da oportunidad. Un puño justo en la nariz de Devon lo tira al suelo.

—A ella no le hablas así ¿me entiendes? —Se abalanza sobre él para seguir golpeándolo pero Igna lo toma por la chaqueta. Niega con su cabeza y gesticula un "no lo vale" con sus labios. Este obedece a la petición de la chica; lo escupe y la cubre con su cuerpo a modo de protección.

—Tienes razón —Igna intenta una sonrisa burlona—, es que la que era antes se conformaba con pequeñeces —Hace una seña con su dedo pulgar e índice haciendo una clara referencia a su miembro. Por su expresión logra ver que le dolió más eso que el golpe que lo dejó con la nariz sangrante. Para la chica, verlo así, tirado en el suelo, completamente humillado no la sensibiliza, y desea darle la estocada final. Comparar su hombría—. Con él es todo lo contrario... hay muucho por tomar. No hay nada pequeño en él —Hace un ademán hacia Becker con una sonrisa orgullosa.

Toma la mano de Becker y la entrelaza con la de ella, gira y él la sigue. Para él resulta satisfactorio ese gesto, mientras que para ella se va formando un gran manojo de emociones y dudas por aquel contacto, pero se mantiene en silencio intentando ignorar la sensación tan agradable que se está formando en su interior.

Llegan a su auto y él abre la puerta del copiloto invitándole a subir, y así lo hace.

Enciende el auto y empieza a conducir.

Ella no desea hablar de lo ocurrido, pero realmente agradece que haya aparecido. Las voces callan. La están dejando decidir sola. Sin reprimendas, sin presiones.

«Realmente me están dejando hacerlo sola».

—Gracias. —dice a regañadientes rompiendo el incómodo silencio.

—Casi se oye sincero. —murmura sarcástico.

«¡Lo quiero matar! No sabe lo que me está costando esto, pero no lo culpo, tampoco he sido muy amable con él. Aunque eso no quita el hecho de que lo quiera matar».

Inhala profundamente para calmarse.

—Te estoy diciendo gracias —susurra entre dientes. Suelta todo el aire—. En serio gracias. —dice sinceramente.

—Eso me gustó más —La mira unos segundos y luego al camino. Algo la hace sentir incómoda, pero no lo sabe describir—. Entonces; soy de proporciones mayores, por así decirlo —Cambia de tema.

—Más te vale tener la gran torre inclinada de Pisa, o me habrás hecho mentir. Por cierto ¿a donde vamos? Tengo que trabajar.

—Repórtate enferma.

—No lo haré. Y menos si eres tú quien lo dice.

Exhala pesadamente, aparca el auto y saca su teléfono del bolsillo. Marca un número y llama.

—Buenas tardes, Jones —Saluda sonriente sosteniéndole la mirada.

Igna no alcanza a escuchar su respuesta.

—No, solo llamaba para informarle que su empleada, la señorita Fritz, no podrá asistir hoy.

Ella abre mucho los ojos.

«¡¿Qué rayos...?!»

—No, ella se encuentra bien, es solo que está un poco indispuesta.

Se muerde el labio mientras escucha, un gesto que llama la atención de la joven.

—No es ninguna intromisión, solo me topé con ella y me ofrecí llevarla a casa.

—Si, está conmigo. —Reprime una sonrisa y mira hacia el frente. Escucha algo más y cuelga.

— ¡¿Quien demonios te crees?! —cuestiona sin ocultar su molestia.

—La persona a la que le debes una. —dice con una sonrisa engreída y arranca el auto.

—Y vaya que me la quieres cobrar cara... —murmura procurando que la escuche—, ¿a donde vamos? —repite.

—No te preocupes, sólo relájate.

—¡Claro! me voy a relajar yendo con un idiota a quién sabe donde, que probablemente resulte ser un psicópata violador. —Suelta sarcástica y él ríe.

— Lo de psicópata no, violador... no haré nada que tu no quieras. —Sonríe con picardía—. Además —agrega—, quiero conservar a mi gran torre de Pisa, y tu jefe se ha comprometido a castrarme si te hago daño. Parece que te tiene mucha estima.

«¿Qué él hizo qué?» pregunta para si misma.

Era algo que nunca se hubiese imaginado.

«Quizás el idiota miente» Considera.

Sigue conduciendo hasta las afueras de la ciudad, llegan a una especie de reserva natural.

Las voces permanecen calladas y a Igna le está empezando a preocupar.

Él baja del auto y le abre la puerta.

Es un lugar hermoso, una suave brisa los cobija.

Caminan hasta adentrarse en el pequeño bosque.

Las hojas empiezan a secarse debido al cambio de estación, el cielo azul y despejado, con árboles proporcionándoles sombra.

«Realmente me encanta este lugar, es maravilloso» piensa ella mientras él permanece en silencio deleitándose de su propio paisaje.

— ¿Qué ganas con traerme aquí? —cuestiona.

Él sonríe.

—Una excelente vista... tu rostro maravillado y sin esa máscara de frialdad que insistes en mantener —La observa directamente a los ojos.

Ella eleva una ceja con el rostro serio.

—Exactamente esa.

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