Capítulo V
Durante los días siguientes el hombre de la ferretería sigue yendo con la excusa de comprar cinta adhesiva; al llegar el viernes todos en la universidad se emocionan por el inicio del fin de semana, excepta Igna, que como le es costumbre este tipo de cosas le da igual.
Termina su clase y camina hacia la parada; al percibir unas pisadas detrás de ella se acomoda el cabello hacia un lado, girando ligeramente la cabeza para observar con su visión periférica de quien se trata, y no es una sorpresa para ella divisar a Evans.
Igualmente continúa su andar sin inmutarse.
«¿Qué quiere ahora?» —, se pregunta a si misma con molestia.
Pero él no se le acerca solo va a una distancia prudente, algo que esta vez no solo consigue sorprenderla sino también intrigarla.
Sube al autobús seguida de él y al bajarse su ocurre lo mismo.
—¡Qué tengas una linda tarde! —Se despide el conductor como todos los días—. Hey, Friz. Ten cuidado —dice en un tono bastante serio, haciéndola girar confundida a lo que él indica con la mirada que se refiere al chico que la ha estado siguiendo.
Al mostrarle un ceño de preocupación algo en el interior de la chica se mueve pero decide ignorarlo.
Asiente y camina hasta la ferretería, pero antes de entrar se planta frente a la puerta y se gira cruzada de brazos mirando en dirección al chico el cual se acerca inseguro.
—¿Por qué me estás siguiendo? —cuestiona ella apenas lo tiene enfrente.
—No te estaba si... —Empieza a decir el joven pero es interrumpido por la chica de cabello gris, quien mantiene su semblante serio.
—¿Crees que soy idiota o qué? Llevas siguiéndome desde que salí de la universidad.
—E-ehm, esto, b-bueno, sí te estaba siguiendo, pero es solo que siempre me evades y quería...
—Mira Evans, no eres lo suficientemente importante como para evadirte, si crees que soy una de esas descerebradas que parecen pubertas de secundaria lamento decepcionarte al decirte que distas mucho de la realidad; vete de aquí o te aseguro que te vas a arrepentir.
Su actitud la ha hecho perder los estribos, no habla con nadie para evitar este tipo de situaciones y lo que ha hecho su compañero la enfurece.
—Mira chica rara a mí no me amenazas...
—¿Quién dijo que te estoy amenazando? —Desafía—. Solo te informo lo mal que te va a ir si vuelves a acercarte.
—Creo que se necesita más que una rareza como tú para hacerme daño.
Las palabras de Evans lejos de ofenderla le causan gracia, un brillo perverso destella en el iris azul de la chica mientras ríe con cinismo.
—No me tientes a probarte lo contrario.
Una sonrisa se forma en los labios de él, aceptando el desafío silencioso que antes fue planteado.
—¿Quiero ver como me obligas?
Los labios de Igna se curvan hacia arriba de manera perturbadora.
«Igna, contrólate cariño» —, dice Roselin despacio.
«No hagas algo de lo que te puedas arrepentir» —. Escucha de Hazel.
«Ten cuidado» —, comenta Eric.
Ambos se sostienen la mirada con malicia y enojo durante unos segundos hasta que la puerta se abre y aparece el cliente de la ferretería.
—¿Este tipo te está molestando? —pregunta adoptando una pose protectora hacia ella.
«¿En serio? Es la frase más trillada que he escuchado» —, se dice a si misma conteniendo el impulso de poner los ojos en blanco.
Se limita a verlo excéntrica con una ceja alzada pareciéndole ridícula la situación.
—Ese no es tu problema, idiota; puedo cuidarme bien sola.
—Eso está por probarse, Fritz —masculla Evans entre dientes provocando que la mandíbula del defensor se tense.
—A ella no la amenazas —responde tratando de contener la ira.
—¿Y quién eres tú, imbécil? ¿Qué no escuchaste lo que te dijo?
Ella se mueve hasta colocarse en medio de ambos.
—Dejen esta estúpida pelea de machitos. Tú que largas por donde viniste —Señala a Evans y posteriormente al cliente—, y tú deja de intentar defenderme.
Entra al establecimiento sin mirar atrás quitándose la mochila y toma su lugar en la caja.
Su compañero, Leo, la ve entrar hecha una furia, nunca la había visto en ese estado, por lo general era callada, fría, y le daba igual lo que ocurriera a su alrededor, no dejaba que nada le afectase; pero ahora... La veía tan fuera de sí que le preocupaba lo que hubiese ocasionado eso.
—Buenas tardes, Leo —dice seria con la vista clavada en el monitor.
—Buenas tardes, Fritz.
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