29. Master class VI (194)
El profesor no levantó la mirada de su aparato personal y muy caro, y nadie se giró para mirarlas, por lo que Veda pudo secarse los ojos y sonarse los mocos sin que se dieran cuenta, o al menos nadie que le diera problemas. Desde la mesa de al lado, Furia les preguntó con un susurro qué pasaba y Mantis le prometió enseñárselo cuando terminara la clase. Veda consiguió sonreír un poco para mirar a su amiga y asegurarle que no era nada grave. Un por más allá, Dani también las miraba con preocupación.
Como Hart no estaba, Furia había intentado que le permitieran realizar la actividad junto con Dani, pero el profesor se había negado en redondo, alegando que los grupos siempre eran con quien se compartía habitación, que sería mucho lío para las calificaciones si se mezclaban. Calificaciones basadas en las fichas que rellenaban siguiendo instrucciones precisas, usando aparatos a nivel usuario, mientras el profesor no se interesaba lo más mínimo en lo que hacían, siempre que estuvieran en silencio y entregaran las fichas rellenas.
Veda se aseguró de haber dejado de gotear, limpió la pantalla con otro pañuelo y siguió rellenando la ficha. No servía para nada, lo sabía, pero tenía que pasar por el aro para que, más adelante, le dejaran hacer cosas más interesantes. Pensó en María Inferno diciendo que no soportaran que las pisaran esperando que en un futuro las respetarían. Pero aquello era diferente, era el sistema educativo, todo el mundo tenía que pasar por el mismo aro, ¿no? Bloqueó los pensamientos conflictivos y siguió trabajando, que el reloj no se paraba y en un cuarto de hora tendría que entregar la ficha tal como la tuvieran.
Mientras, Mantis tecleaba en su móvil por debajo de la mesa.
–¿Qué... le estás diciendo? –se interesó, mirándola de reojo.
–Que le digan que ha sido muy emotivo e inspirador. Casi lloro y todo.
Teniendo en cuenta que Mantis no se había mostrado triste ni una vez en aquellas tres semanas, aquello era mucho decir.
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–Dice que casi llora y todo –comunicó Full.
–¿La científica?
–No, mi amante. La científica creo que sí que ha llorado, porque dice Mantis que le ha llegado al corazón. ¿Quieres decirles algo más?
–No.... ¿Tenéis preguntas? ¿O vamos a los experimentos con fuego?
Hubo muy pocas dudas y mucha unanimidad al elegir los experimentos con fuego, con extra de fuego a poder ser.
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En cuanto terminaron la clase, Furia quiso saber qué había pasado, de modo que Mantis le pasó la grabación, que escuchó en completo silencio, con muecas entre rabia y la pena.
–De ella sólo había escuchado lo de que se volvió loca en un accidente de laboratorio –reconoció por lo bajo, devolviéndole el auricular a Veda–. Esto tiene mucho más sentido. Y me cabrea.
–Estaba pensando en lo de hacer equipo y... ojalá pudiera darle uno de mis comunicadores a Hart –deseó Veda–. Así al menos podríamos saber cómo está...
–Sí –contestó rotundamente Furia.
–Pues si todavía no han salido para allí, podemos acercarnos a llevárselo –sugirió Mantis.
Resultó que todavía no habían salido hacia el Instituto del Mal, pero que tampoco les dejaron acercarse, con la escusa de que los estaban preparando y motivando.
–Un discurso motivacional de Panocha tiene que ser terrorífico –opinó Mantis.
–Lo es –confirmó Regina Kuure.
–Hostia, qué silenciosa eres –exclamó Mantis.
–Como una nevada, sí.
Sarah llegó detrás y, sin decir ni hacer nada, sí que emitía más "ruido". O presencia, era difícil de definir.
–Si no podemos ir, al menos nos gustaría darle un comunicador a Hart para saber que está bien –explicó Veda.
–Ah, no, ya no os dejarán hablar con ellos –contestó Sarah–. El año pasado alguna vez quise decirle algo a mi ex y no me dejaron. Aunque luego me enteré de que mis palabras de ánimo y preocupación le parecían una cursilada –gruñó molesta.
–Sí, pero si no se lo habrías dicho, le hubiera molestado que no se lo dijeras –contestó Regina–. Les gusta poder quejarse de que somos unas pesadas. En cuanto a lo de contactar con Hart... os queda la posibilidad de que alguien más se ofrezca voluntario, lo acepten y pueda darle a Hart el comunicador.
–Ya, ¿pero a quién aceptarían y podríamos fiar...? –empezó Furia y entonces Aderyn se cruzó en su campo de visión–. Es un liante, pero tendrá que valernos.
–¡Eh, Ade! –llamó Mantis de inmediato, con intención de cazarlo antes de que se metiera en otra clase.
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–¡Eh! –llamó Roca–. La chica que tenía que arreglarse el brazo...
–Sí, fue Hessian –contestó María Inferno, que estaba preparando los kits de experimentos–. Me ayudó bastante –reconoció levantando la mirada hacia la alumna y le sonrió–. Cuando la conocí, todavía no estaba tan cachas como ahora y seguía encogiendo los hombros para ocupar menos, pero ya estaba mucho más segura con su brazo mecánico. Este lugar le hizo bien.
Roca asintió y se alejó, por lo que Nameless la siguió, a la espera de su turno para quemar y explotar cosas.
–¿Quién es Hessian? –se interesó.
–Una mujer de primer generación. Se fabrica sus propias prótesis desde que estuvo en el Instituto y ha montado una empresa de prótesis muy coloridas. Fue una una de mis referentes en la adolescencia, quería estar tan tremenda como ella.
Nameless se preguntó cómo sería Hessian, pero suponía que Roca habría cumplido su propósito, teniendo en cuenta lo tremenda que estaba ella.
–De hecho, tengo un póster de ella –añadió su Capitana.
–¿En tu casa?
–Sí, pero ahora aquí, en mi armario.
–No lo sabía –reconoció Nameless.
–Iba a ponerlo en la pared, pero recordé lo mucho que te estampo contra ellas.
–Ya, claro, no vaya a romperse el póster cuando me revientas contra las paredes –respondió sarcástica.
–Y bien cachonda que te pone –le señaló Roca burlona.
–Me refiero a cuando te cabreas, capulla –le siseó.
–Hace mucho que no te hago eso.
Nameless entornó los ojos, pero tuvo que aceptar que aquella semana no la había maltratado como las anteriores.
Elner les advirtió que el primer curso sería el primero en pasar en hacer los experimentos, y allá que fueron en tromba.
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–Vale, entonces le digo que me gustaría participar –repitió Aderyn–. Y le doy el cacharro este a Hart. ¿Algo más?
–No la líes –le exigió Furia.
–Me refiero a que ya que llevo el comunicador, podría llevarle también una microcámara pera que veáis qué pasa. Las de Veda son tan diminutas que pueden colar como el detalle de un botón o así.
–Ah, pues... –Veda se puso a rebuscar en su bandolera.
–Eh, ¿qué pretendéis? –les increpó Apolo.
–Voy a ir de incursión al Insti para proteger a Hart –contestó su amigo.
–Y una mierda, tú vas para ver a la sanguijuela esa.
–Una cosa no quita la otra –replicó sonriente.
–No tiene gracia.
–Oh, venga, siempre te quejas de que hago cosas peligrosas y alegales o ilegales; ahora puedo hacer algo peligroso y legal.
–Que sea peligroso es lo que...
–Me llama a mí –completó Aderyn, recibiendo los cacharritos diminutos de Veda–. Me aburro muchísimo y si puedo liarla sin liarla, pues tendré que aprovechar.
–Eso, aprovecha tú que puedes –le gruñó Furia malhumorada.
–Tú podrías... –empezó Mantis.
–No sería legal.
–Lo legal es una mierda cuando las leyes son injustas –le replicó su compañera.
–Bueno, yo voy a ver si paso el casting –anunció Aderyn alejándose.
En cuanto estuvo a unos pasos, Veda comprobó que recibía bien tanto la imagen como el sonido.
–Vamos allá –oyeron decir a Aderyn a través del comunicador de Veda, que no era tan brillante ni de líneas tan elegantes como el que acababan de usar en clase de Tecnología, pero que funcionaba perfectamente y, de no hacerlo, ella sabría qué tenía que cambiarle.
Se apelotonaron para mirar la pantalla de Veda.
–Si tuviera acceso al taller, fabricaría más –dijo mientras miraban el pasillo por el que Aderyn avanzaba.
–¿Hay algo que te lo impida? –inquirió Apolo.
–No, pero tampoco tengo el permiso... Me harían preguntas, y no quiero responder para qué uso esto...
–En Neutralia tienen un talle al que te dejarían ir y no te molestarían –informó Regina.
–Tienen de todo ahí, ¿no? –opinó Mantis.
–Tienen mucha gente inventora. Y también están para echarnos una mano.
–Muchas carencias tienen que suplir –gruñó Furia–. No es justo.
Aderyn llamó a la puerta indicada y le abrió uno de los chicos de su curso. A diferencia de a ellas, al motorista temerario no lo largaron de inmediato. Después se asomó Panocha. Aderyn se había puesto la cámara en el pecho, por lo que no veían más que los amplios abdominales de los que le gustaba fardar usando camisetas muy ajustadas.
–Algún día le reventaré esos jodidos abdominales –siseó Furia.
–Sólo tienes que pillarle la hernia –replicó Apolo como si nada.
Nadie les respondió mientras escuchaban a Aderyn decir que tenía muchísimas ganas de participar en la misión.
–No sé, eres demasiado escandaloso.
–No si no tengo que serlo. Y puedo desviar la atención hacia mí.
–Sí... –consideró Panocha interesado–. Está bien, chico, te daré una oportunidad. Espero que estés a la altura.
–Será cabrón –siseó Furia mientras dejaban entrar a Aderyn a la sala de preparación–. Lo ha cogido para que haga de cebo.
–Está claro, él se ha ofrecido –contestó Mantis.
–Pero que lo reconozca, que no vaya de perdonavidas. Qué rabia me da eso.
–El muy idiota nunca aceptará que coge ideas de los demás –añadió Apolo–. Le gusta hacer sentir que le deben algo. Supongo que será por todo lo que debe él.
Lo miraron interrogantes, interesadas por lo que sabía de Panocha, pero Apolo no se dio por aludido y Aderyn estaba acercándose a Hart, al que habían vestido con un uniforme gris oscuro no muy bonito. A su lado estaba Marek Svoboda, el chaval de segundo que se había ofrecido voluntario. Él vestía un uniforme azul y negro, con chaqueta cruzada. Era el único que vestía así.
–Qué bien le queda el uniforme –apreció en alto Mantis, mientras que Furia pretendía guardárselo.
–Es suyo, a medida –informó Regina–. Su familia está muy relacionada con la guerra.
–Parad de babear con Svoboda y dejadme mirar qué uniformes les dan a los demás –ordenó Apolo, metiéndose por en medio.
Sarah apartó la mirada, avergonzada, y se abanicó disimuladamente con la mano. Aunque Mantis la vio y la imitó abiertamente.
Aderyn se había puesto a hablar con Svoboda, por lo que sólo podían ver una porción de su uniforme.
–El de éste es bueno, pero los de los otros son una birria seguro –murmuró Apolo.
–¿Se lleva bien con Svoboda? –preguntó Furia.
–Con quién no se lleva bien ese loco –rumió él.
–Es su mecenas oficial –contestó Regina.
–¿Tiene alguno extraoficial? –se interesó Mantis.
–Mi tocaya.
Aquella respuesta no pilló por sorpresa a nadie.
–Eh... por cierto –intervino Veda, que estaba compactada en medio–. Creo que Aderyn está escuchando todo lo que decís. O al menos debería...
Aderyn se rio, aunque no quedó claro si era porque lo había oído o porque le hacía mucha gracia estar preparándose para una incursión al Instituto del Mal.
–Dime qué tiempo de uniforme te dan –le exigió Apolo.
–Eh... –Aderyn cogió uno de los pantalones–. Capitán Panocha, ¿puedo quedarme con mis pantalones si son más...?
–Ponte el uniforme –le ordenó el profesor.
–Pero los míos son más resistentes.
–Que te pongas el uniforme –repitió, sin dar muestras de haberlo oído, o de importarle un carajo–. Te he aceptado a última hora, pese a no haber sido elegido. No nos retrases.
–No, señor –aceptó Aderyn sin perder el ánimo, al contrario que Furia, que ya estaba rabiando de nuevo.
–Ni se te ocurra cambiártelos –le dijo Apolo.
–Noup –contestó Aderyn por lo bajo, dejando los pantalones del uniforme a un lado con disimulo para seguir examinando el resto–. La camisa no está mal, pero me voy a dejar mi camiseta por debajo.
–Vale, no me lo cuentes todo, no te vayan a pillar.
–No saldrán de inmediato –dijo Regina–. Así que deberíamos ir a clase.
–Hablamos a la hora de comer, ¿vale? –añadió Sarah, yéndose con ella.
–¿Tiene otro comunicador de esos para dejarme? –le preguntó Apolo a Veda.
–No, lo siento. Como he dicho, si tuviera acceso al taller...
–¿Y me dejarías éste?
–Eh...
–Ni de coña –intervino Furia–. Vente a la hora de comer tú también –ordenó tirando de su amiga para alejarla de Apolo.
–¿Qué tenemos ahora? –intentó recordar Mantis.
–Primeros auxilios –contestó Veda, guardándose la pantallita antes de que alguien pudiera preguntarle qué hacía.
Tanto Mantis como Furia resoplaron fastidiadas.
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Durante los experimentos, Hedera dejó bien claro que él también había reventado un laboratorio, y que no había sido sin querer.
–¿Lo planeaste? –le preguntó María Inferno, dándole la atención que buscaba.
–No, fue improvisado. Pero queriendo –insistió.
La llamarada descontrolada de Roca, que era muy bruta añadiendo los ingredientes, casi se comió a Hedera, lo que lo calló durante un rato.
Mientras, Nameless se estaba divirtiendo. No era capaz de medir con exactitud, como Jeff sí hacía y conseguía resultados precisos; lo que ella conseguía era algo inestable y que de vez en cuando daba algún susto, pero lo tenía controlado. La reacción que ganó su corazón fue la que ardía en verde al echarle agua, le parecía mágica.
A su alrededor había un peligroso y achicharrante arcoiris, aunque todos los colores empalidecieron cuando Virginia prendió una potente y estable llama blanca. La estancia quedó iluminada como si fuera mediodía en pleno verano.
–¿Cómo...? –empezó María Inferno, asombrada–. ¿Ya vienes aprendida de casa?
–No.
–Pues esa reacción no está en las instrucciones.
–Tenemos los ingredientes.
–¿De qué familia vienes? –se interesó María Inferno.
Nameless intentó avanzar para interponerse antes de que a Virginia le diera otra crisis. Aparte de no querer que sufriera, tenía miedo de la que podía liarse con tanto fuego. Pero Nameless descubrió que le costaba mucho moverse.
–Mi... mi abuela... –contestó Virgi, empezando a llorar ante el potente fuego que rivalizaba con el sol–. No me... enseñó...
María Inferno frunció el ceño al escuchar que su abuela no le había enseñado, lo que no tenía mucho sentido.
–Problemas familiares –logró explicar Nameless, pese a que también tenía problemas para hablar. Y respirar. ¿Alguno de los fuegos la estaba intoxicando pese a tener las campanas extractoras? Refugiarse en la mascarilla tampoco la alivió gran cosa.
Virgi se giró hacia ella, para mirarla con sus ojazos dorados, que abrió aún más.
–Te estoy haciendo daño –dijo y apagó el fuego blanco.
Nameless pudo al fin respirar y sentirse completa y enérgica. A su alrededor también escuchó algún que otro resoplido, pero nadie necesitaba el aire tanto como ella.
–¿Ese fuego mata todas las sombras? –exclamó Roca, que también estaba recuperando el aliento, lo que era novedoso.
–Sí, perdón. Eres mi amiga –aseguró Virginia, yendo a abrazar a Nameless, que ahora se estaba preguntando, aturdida, si el fuego blanco la había estado matando.
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Pues naaaaada, unas cucharadas de preparación para lo que se avecina y otras cucharadas de trama tramita~
¿Qué, cómo estáis llevando el confinamiento?
Yo como he estado entrenando años para esto, y en peores condiciones mentales, lo llevo bien. Básicamente hago lo de siempre e__e
Para quien con el confinamiento ahora tenga más tiempo libre, os recuerdo que tengo un Patreon donde he estado subiendo relatos durante ya un año. Creo que hay material suficiente como para entretener una cuarentena (?)
[www.patreon.com/Cirkadia]
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