25. Jungla de cristal II (167)
–¿No... No hay más información? –preguntó Nameless una vez que se hubo puesto la ropa interior negra. Era muy cómoda, sin costuras. Sujetador deportivo por arriba, y bragas con patas hasta medio muslo por abajo.
–¿Qué quieres saber? –contestó Roca, pasándole una camiseta interior, también negra. Todo lo que iba a ponerse era negro.
–¿Cuánta gente hay que proteger y cuánta está atacando?
–Son cuatro a proteger –contestó Elner por el aparato que tenía enganchado a la oreja–. Nuestra Doctora, Irina y sus dos guardaespaldas. Uno estaba herido ya y la otra es experta en armas blancas, poco puede hacer contra el armamento pesado que han llevado.
–Siempre se puede hacer algo –murmuró Sica, que se estaba vistiendo de una manera muy parecida a Nameless. O tal vez fuera más preciso plantearlo al revés.
–¿Trampas? –propuso Nameless, pasando a enfundarse los fuertes pantalones negros, que le quedaban como un guante.
Sica asintió bastante conforme y se calzó las fuertes botas militares.
–Atacando son ocho en el edificio –continuó Elner–. Equipamiento de élite y todo lo que necesitan para acabar atravesando muros y tirotear todo lo que haya al otro lado.
Sica arrugó la nariz, como si tuviera algo en contra del moderno sistema de cierre de las botas y no por lo que acababa de oír.
–¿Qué, no te gusta su estilo? –la pinchó Roca.
–¿A ti sí? Porque es zafio –murmuró Sica–. Siendo ocho más el apoyo que puedan tener, con tanto dinero... meh.
Nameless le dio tres vueltas a un jersey de cuello alto antes de encontrar cuál era el lado que iba adelante. Estaba tan nerviosa que le temblaban las manos una barbaridad.
–¿Equipamiento de élite... como cuál? –preguntó aterrada.
–Nosotras también tenemos equipamiento de élite –contestó Roca–. Ponte las botas ya.
Era una suerte que las de Nameless también tuvieran cierre moderno, que prácticamente se ajustaban solas. Por otro lado, Roca se estaba atando tan tranquila los cordones de sus botas más clásicas.
–¿Pero qué tipo de armamento...? –insistió Nameless.
–Nada que no puedas esquivar, rata –le respondió Roca con ligereza–. Pero sigue vistiéndote para que estés más tranquila –añadió endosándole un chaleco.
–¿Esto me protege de algo? –cuestionó mientras se ponía la prenda, que tenía medio centímetro de grosor.
Como respuesta, Sica la apuñaló en el vientre con tanta fuerza que la estampó contra la pared del jet. Sorprendentemente, por una vez, Roca no pretendió reventar a Morilec de un puñetazo.
–¿Ves? Es una armadura –señaló su Capitana, dedicándose a ponerle protección ligera en los antebrazos, como modernísimas coderas para andar en bicicleta.
–Ah... sí –musitó mirando cómo el puñal no había llegado a atravesar el fino chaleco.
–¿Quieres que te dispare también? –ofreció Sica con naturalidad guardando el arma blanca.
–Eh, eso ya no –se negó Roca, yendo a proteger el otro brazo–. Si alguien le pega un tiro, seré yo.
–Ya os vale –rumió Nameless apartándolas para colocarse ella misma las partes de la armadura que correspondían a las piernas.
–Llevas varias capas de ropa Elegans preparada para el combate –informó su Capitana–. Más las partes semirrígidas. Aguantarías un tiroteo.
–No si me disparan a la cabeza.
–No si me disparan a la cabeza –repitió desdeñosa colocándole lo que sería un pasamontañas si no dejara la cara a la vista–. Toma tus protecciones de cabeza.
Nameless no se quejó más y dejó que le pusiera el casco de no más de un centímetro de grosor y muy ligero.
–¿Tú no te cubres la cabeza? –preguntó Sica mientras se abrochaba su casco a la barbilla.
–Nah, paso, con una gorra tengo más que suficiente –contestó calándose una gorra de visera con estampado de camuflaje en distintos tonos negros.
–¿Tan dura tienes la cabeza? –cuestionó Morilec.
–Literal y metafóricamente, sí. ¿Tú te vas a tapar como siempre hacéis los Morilecs?
–Claro, y espero que Nameless también lo haga.
–Joder, lo que me faltaba, que seáis indistinguibles –gruñó Roca.
–Se nos distinguirá porque ella matará y yo me moriré de miedo –contestó Nameless, que estaba examinando unas gafas anchas, como las de esquiar, con efecto de espejo oscuro. Efectivamente, Sica tenía unas iguales.
–No, se nos distinguirá porque tú llevarás capucha –indicó Sica sacando una de las últimas prendas del maletín de Nameless–. Y, de paso, tienes una capa más de protección.
Ella no sabía qué pensar de que una tela fina y sedosa pudiera protegerla mucho. Pero acababa de llevarse una puñalada sobre tres capas de ropa fina y estaba bien, así que no puso pegas. Tenía capucha, que enganchó al casco, y luego la capa le caía hasta medio muslo. También tenía mangas cortas y se ataba en un punto en el centro del pecho, con un broche que parecía un trozo de obsidiana pulida. Efectivamente, quitando datos sutiles de complexión y altura, aquella prenda era la que más la diferenciaba de Sica, sobre todo cuando llegó el momento de las mascarillas negras, que tenían marcadas estrías para la respiración.
–Madre mía, qué mal rollo –consideró mirándose reflejada en las gafas de Sica.
–Es una de las ideas –contestó la otra que lo llevaba–. Aparte de proteger y dar anonimato.
–Y hacer de máscara de gas también –añadió Roca, que, pese a desdeñar su uso, conocía todas las ventajas de los productos Elegans.
–Chicas –intervino Max Pain desde la cabina del piloto–, llegaremos en cinco minutos. ¿Queréis que aterrice encima?
–No, nos tiraremos en paracaídas para no llamar la atención –contestó Sica.
–Mola –respondió el profesor.
–¿Cómo que paracaídas? –balbuceó Nameless–. Yo nunca...
–Saltarás enganchada a mí y listo –interrumpió su Capitana.
–Sí, tengo que daros alguna clase de paracaidismo –comentó Max Pain.
Nameless empezó a hiperventilar dentro de la máscara negra. Se le estaban acumulando demasiadas cosas. ¡Demasiadas!
–No puedo hacer esto... Vosotras sabéis... Yo no sé nada...
–Eh, ni se te ocurra entrar en pánico por pensar tonterías –le ordenó Roca.
–No son tonterías, es la verdad...
–Eh, en el laberinto de Supervivencia improvisaste bien. Esta vez harás equipo conmigo, así que te saldrá mejor.
–¿Sí? –cuestionó Sica tras su embozamiento–. Porque para apreciar su actuación, bien que te rebotaste después.
Roca resopló y la fulminó con la mirada, ella que podía seguir usando su expresividad facial por ir a cara descubierta.
–La subestimé, ¿vale? –reconoció con sequedad–. Me sentí timada y me cabreé. Ahora sé que su estilo es así: timar y clavarla por la espalda.
Lejos de animarla, aquella apreciación por parte de su Capitana añadió presión a su ansiedad. Consideraba que tenían puestas en ellas muchas más expectativas de las que ella podría cumplir.
–Vale –aceptó Sica–. Elner, ¿qué más puede decirnos de los atacantes?
–¿Respecto a lo que están haciendo ahora? –contestó la profesora por el pinganillo.
–Respecto a lo que hicieron en misiones anteriores.
–Entiendo. A juzgar por lo que he averiguado hackeando las cámaras de seguridad del edificio y un satélite de comunicaciones privado, son agentes de la empresa Final Solutions. Creo que el nombre ya da una idea de a qué se dedican.
–FS son unos chapuceros –opinó Sica–. Pero usan tanta violencia que nunca queda nadie para quejarse.
–Sí, tienen reputación de eficientes por los hombres que los contratan, los que relacionan eficacia con una gran destrucción, tanto de edificios como de vidas.
–¿Puede resumirnos sus últimas misiones? –continuó Sica.
–¿Ahora vas a perder el tiempo con eso? –le reprochó Roca.
Morilec le hizo un gesto para que se esperase.
–Últimamente han estado atareados –respondió Elner–. A principio de mes mataron a una activista por los derechos indígenas. Es mes pasado, a un activista LGTB y a un testigo de un caso muy turbio. En julio parece que nada... pero en junio masacraron toda una aldea que se oponía a la construcción de una gran presa. ¿Sigo?
–¿Sigue? –le preguntó Sica a Nameless.
Nameless estaba horrorizada, tenía los ojos acuosos por la angustia y la impotencia de lo que aquella gente había hecho mientras ella había estado de vacaciones.
–Mejor díganos qué ha hecho Irina para que sea un objetivo de FS –dijo Sica.
–Tras morir su padre, ella ha hecho todo lo posible para heredar su territorio –continuó Elner–. Y de administrarlo acorde a su moral, por lo que ha querido cortar el flujo de cierta droga muy dañina, lo que no ha hecho gracia a los jefes de los otros territorios, a los que les conviene que el territorio de Irina se acumule una gran drogodependencia. Además, hace un mes cerró un prostíbulo en el que había mujeres timadas y forzadas a la prostitución. Y es sabido que le encantaría hacer lo mismo en otros territorios, por principios.
–O sea –intervino Roca–, que quienes han contratado a los sicarios son los mafiosos de la competencia.
–Con la connivencia del tío de Irina, que quiere heredar el territorio y hará lo que sea para conseguirlo.
–Ya que está, díganos qué harían los agentes de FS con una muchacha como Irina de tener ocasión –pidió Sica con toda la intención.
–Bueno... según sus actuaciones en los poblados masacrados...
Nameless no lo soportó más y se sacó el pinganillo para no escucharlo. Esperaba que las curtidas villanas se burlarían de su poco aguante, pero en vez de eso escuchó a Sica preguntar:
–¿Tienes ya la motivación que necesitas?
Nameless no supo qué responder.
–Si pretendes cabrearla, deberías saber que le cuesta arrancar –advirtió Roca–. Ahora estará triste.
–Ya, pero al menos tiene los datos. El objetivo está en peligro por hacer cosas buenas, y los atacantes hacen cosas malas habitualmente. Ponte en el bando adecuado y proteger a Irina y su gente no debería darte dudas.
–Vamos, que no te contengas a la hora de matar a esos tíos.
–Yo no... –empezó a balbucear Nameless.
–Hacer daño –interrumpió su Capitana–, déjalo en "hacer daño".
–Chicas –llamó Max Pain–. ¿Tenéis puestos ya los paracaídas?
Nameless se vio arrastrada a ponerse un arnés por encima de la ropa Elegans y ser amarrada a Roca como una gran bebé inútil. También le fue enchufado de nuevo el pinganillo en el oído.
–No es por la motivación... solamente –musitó Nameless–. Es que de verdad que no me veo capaz... Sica es una profesional, no veo cómo pudo ser yo de ayuda...
–Yo no soy precisamente protectora profesional –contestó Morilec, que estaba lista para saltar.
–¡Yo tampoco!
–Más experiencia que yo ya tienes. Te creces protegiendo.
–Pero...
–Ni se te ocurra decir que esos tipos son más peligrosas que nosotras –interrumpió Roca, obligándola a caminar hacia la puerta que Max había abierto al cielo nocturno.
–A-Ahora mismo no quiero decir nada –gimió contemplando el vacío.
–Nameless, lo que está sufriendo ahora mismo es Síndrome de la Impostora –intervino Elner–. Pese a que se sienta así, no debe olvidar todas las veces que ha protegido a alguien en Instituto, enfrentándose tanto a Eisentblut como a Morilec. Y, sí, no se le ocurra creer que esos hombres son más peligrosos que ellas.
Nameless estuvo tentada de insistir y decir que aquellos tipos las superaban en número y que ellas no tenían armamento tan potente, pero Roca le colocó el guantelete calambrante sobre el guante que ya llevaba.
–Te lo he traído –anunció lo evidente.
–P-Pero está sin probar bien...
–Tumbó a un Khaos, ¿no? –planteó empujándola un poco más hacia el borde.
–Pero sólo una v-
Su queja se convirtió en un chillido cuando fue empujada al vacío por la mole de su Capitana.
Le quedaba el consuelo de que Roca tendría que encargarse del paracaídas, por su propio bien. Aunque tal vez no le hiciera falta, porque la veía capaz de aterrizar a pelo como un pequeño meteorito. En tal caso, Nameless sería carne picada bajo el meteorito, y en las paredes en un kilómetro a la redonda.
La caída libre fue terrorífica, hasta que Roca tiró al fin de la anilla del paracaídas, éste se desplegó y les pegó un tirón que las dejó suspendidas en el vacío.
–¿Cómo vas? –preguntó su Capitana.
–Tenía que... haber pasado... por el baño antes... –contestó Nameless con voz temblorosa.
–Venga, venga, ¿no te gustan las vistas? –planteó mientras bajaban de forma más controlada.
Entonces Nameless se fijó en el mar de luces que se extendía bajo ellas, con la franja de alba gris oscuro en el horizonte. Tenían toda una ciudad a sus pies.
–No... me había fijado –reconoció calmándose un poco, disfrutando del paisaje nocturno antes de que se le complicara (más) la madrugada.
–Informe de situación –anunció Elner–. El grueso del grupo está todavía en el piso-muralla, a punto de romper las últimas barreras y subir al piso inferior del dúplex. Dos han ido por fuera, trepando por la fachada, para forzar una entrada por el sistema de ventilación. Están ello.
–Yo voy a por los de abajo, vosotras id por arriba –indicó Sica, deslizándose silenciosamente en la noche hacia un edificio en concreto.
–Los de abajo –repitió Roca con desdén–. Mira cómo quiere acapararlos todos.
–Yo elimino la amenaza y Nameless va directamente a proteger. Tú vas con ella –añadió Morilec muy seria.
–Sí, sí, pero reconoce que te mueres de ganas de cargártelos.
–Es para lo que estoy hecha. Tú cuida de Nameless –insistió antes de desviar su paracaídas.
–Si es lo único que te divierte, admítelo –ordenó Roca, aprovechando que podían comunicarse a través de los pinganillos.
–Capitana, que llegamos –advirtió Nameless al ver acercarse a bastante velocidad la azotea de un rascacielos.
–Tú tranquila –le contestó burlona.
El suelo estuvo bajo ellas al instante, aproximándose a sus pies con demasiada fuerza, por lo que Nameless encogió instintivamente las piernas y fueron las de Roca las que se encargaron de aterrizar. Luego ya las bajó y contribuyó a frenar.
–¿Ves cómo no era para tanto?
Nameless se metió las manos por dentro de la capucha para aumentar la potencia de los aparatos que llevaba en las sienes. El sonido lo subió un poco, para que Roca no la dejara sorda, pero el de percepción extrasensocial lo puso a tope, hasta sentir a través de todos los trastos de la azotea y el piso de debajo, aunque había muchas capas complicadas de atravesar.
–¿Vamos? –le preguntó Roca.
Como respuesta, Nameless señaló dónde percibía que había gente haciendo cosas en el suelo, y después fue a asomarse para ver qué hacían. Un par de hombres estaban fundiendo una trampilla con un soplete industrial. Nameless comprendió lo que había dicho Sica de que eran unos zafios, porque seguramente habría formas más sutiles de forzar la trampilla. Llegaron justo para ver cómo sacaban un cuadrado de grueso metal y lo dejaban a un lado.
–Abierto el agujero de la zorra –informó uno por walkie-talkie–. Repito, el agujero de la zorrita está abierto –añadió torvo.
–Serán cabrones –siseó Nameless y saltó a impedirles colarse por el agujero, arreándole un sopapo con la mano abierta al que había hablado.
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Estos cabrones no saben el infierno que se les viene encima.
La indetectable diosa de la Muerte, la imparable diosa de la Guerra y la protectora diosa de les Desamparades.
¡Menudas tres patas pa'un banco! X"D
Pues nos vamos a poner serias ya. Tal vez un poco pronto para la pobre Nam, pero ha aprendido lo suficiente. Y está cabreada.
En Patreon he puesto una propuesta para dinamizar eso un poco, pero tenéis ser mecenas, claro. De cualquier nivel, eso sí.
Y lo próximo que publicaré allí será un relato corto con Full Scalante de prota, cuando era un yogurín, un petusuis XDD Sólo que el relato "corto" tiene como 5 mil palabras X"D Ya veréis ^^
[www.patreon.com/Cirkadia]
Y, bueno, que hace mucho que no lo digo y eso no está bien >.<
Gracias por leer, comentar y difundir ^3^
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