22. Información delicada VI (144)


La siguiente clase era la de Supervivencia y Nameless no se sentía con fuerzas para correr por su vida esquivando obuses y asesinas a sueldo. Por suerte, Max estaba enterado de su situación y tenía compasión.

–Parece que Violet se empeña en ponerte un temario más duro que al resto, ¿eh? –dijo y pretendió darle una palmadita apoyo en la espalda.

Palmadita que Nameless esquivó apartándose.

–Es que... duele –se justificó ella.

–Claro, es verdad, dónde tengo la cabeza. Bueno, parece que tú lo de "Supervivencia" ya te lo has estado currando desde ayer, así que puedes tomarte esta clase de tranquis. Los demás...

–Eh, antes de empezar –interrumpió Roca–, quiero saber por qué ésta –señaló a Virginia– es tan fuerte si no tiene chicha.

–Mmmh, ¿cómo de fuerte es? –quiso saber Max Pain.

–Levantando peso, igual que yo –declaró sin avergonzarse y hubo algún silbido de admiración.

–Lanzó una haltera de ciento y pico kilos como si nada –apuntó Nameless.

–Las cosas se dejan en su sitio –insistió Virginia con aire distraído.

–Interesante... –consideró el profesor–. Clase, ¿a qué estáis esperando? Empezad con la yinkana que os he preparado –señaló–. Menos la invitada, Eisentblut y Nameless. Vosotras venid.

Virginia se asustó un poco al ver que las llevaban aparte y no la versión gigantesca de un castillo de juegos. Y más se asustó al ver que Max sacaba una colección de cables.

–¿Para qué es eso? –preguntó rápidamente Nameless.

–Para ponérselos y medir su fuerza muscular y otras movidas –contestó el profesor mientras se afanaba en desenredar los cables.

–¿Ponérselos dónde?

–En los brazos estaría bien.

–Virgi, es para los brazos. No te hará daño –le aseguró mirándola a los ojos, esperando que dijera "Eso es verdad"–. ¿Puedo ponerme yo también? Para que vea que no hace daño.

–Que se los ponga Eisentblut –contestó él–. Un momento, que lo desenredo... Si decís que tiene la misma fuerza, lo mejor es comprobarlo con ella. Si te quitas las mangas, mejor, Eisentblut.

Roca se enrolló las mangas cortas hasta los hombros y la diferencia con Virginia y sus brazos era patente sin necesidad de medidores. Pero Nameless había visto aquella misma mañana la facilidad con la que había cogido en volandas a Sinister y llevado durante cinco minutos sin dar muestras de fatiga.

Virginia se dejó poner las ventosas y y cintas de las que pendían los cables, pero era muy evidente el repelús que le daban, sobre todo las más cercanas a la cabeza. Al menos se tranquilizó un poco cuando comprobó que no recibía chispazos y que los cables, en apariencia, no hacían nada.

–Vale, vamos allá –anunció Max Pain dando una potente palmada–. Moved... ese par de ruedas de camión, por ejemplo.

–Muy fácil –desdeñó Roca, pero fue a ello.

Por otro lado, Virginia se quedó en el sitio, mirando las nubes.

–Las halteras que ha cogido han sido siempre porque no estaban en su sitio –informó Nameless–. Puede que si no hay motivo para moverlo...

–¿Y el bazooka tampoco estaba en su sitio? –cuestionó Roca socarrona.

–Bueno... ahí había un objetivo claro: derribar los maniquís, que era lo que estábamos haciendo todas –contestó su Subcapitana–. Y ella derribo todos de un sólo movimiento. Es eficaz.

–O sea, que necesita un motivo –caviló Max Pain–. Pues...

–Y que sea cierto –se adelantó Nameless, antes de que al profesor se le ocurriera inventarse algo.

–Ah, sí, claro, lógico. Pues la verdad es que allí hay un coche que me gustaría moverlo de sitio para la yinkana, pero sin ruedas es complicado...

Entonces Virginia sí que reaccionó y fue a por el coche aunque Max Pain no lo hubiera señalado y puso sus manitas contra el desvencijado capó. Por cómo sonó el arrastre, el peso era enorme, pero la fricción era terrible. Y Virginia lo empujaba como un carrito de la compra muy cargado.

–Wow –exclamó el profesor mirando los datos que le llegaban al aparato–. Sí que tiene tu misma fuerza, Eisentblut. ¿Pero dónde la genera?

–¿Magia? –propuso Sica, de repente allí al lado.

–No, no está usando ni levitación ni nada por el estilo –contestó él sin sobresaltarse.

–Pues yo creo que usa magia –rumió Morilec.

Nameless miró fijamente a las chica que empujaba el coche dejando un surco a su paso. Toda la clase miraba, porque no había nadie haciéndole caso a la yinkana cuando tenían a una Kramer no muy musculada haciendo una demostración de fuerza brutal. Todos la miraban...

Nameless cerró los ojos y giró la ruletita de la sien que aumentaba la ecolocalización. Durante el instante en el que se estaba acostumbrado a la potencia aumentada, le pareció ver algo, pero al momento...

–Agh.

–¿Qué pasa? –se interesó Sica.

–Que me ha parecido que... pero al momento...

–¿Magia? –insistió ella.

–¿Crees que puede hacer magia? –preguntó recordando las alas de fuego morado.

–Sí, creo que lo ha heredado.

–¿De Kra-? Digo, ¿de su padre? –exclamó Max Pain.

–¿Sabes que también tiene madre?

–Sí... Supongo que sí, pero... yo no sé nada de ella –admitió el profesor.

–Yo sí, aunque no será nunca un objetivo. El caso es que hace trucos de magia.

–¿Como prestidigitación?

–Su truco estrella es sacar mariposas de cualquier parte. Y no son reales.

–Ilusionismo... –murmuró Nameless–. Profe, ¿hay algo que mida el físico? Como, por ejemplo, el bíceps.

–¿Medir el diámetro de sus bíceps en reposo y en tensión? –propuso él.

–Por ejemplo.

–Sí, se puede hacer. ¡Virgi, un momento! –pidió acercándose y le ciñó una correa en tono al brazo derecho–. Ahora... si levantas el coche para que le ponga unas cuñas debajo...

Virginia obedeció y levantó el coche unos palmos agarrándolo por el parachoques, y ninguno de sus músculos se marcó especialmente. Ahora que se fijaba, Nameless se dio cuenta de lo raro que era, como si se hubieran olvidado de las nociones básicas de anatomía al montar a Virginia.

–Esto está roto o... –empezó Max Pain golpeando el aparato.

Nameless se asomó y vio cómo los números bailaban, tanto cuando Virginia estaba haciendo el ejercicio, como cuando dejó el coche y se relajó.

–O magia –insistió Sica.

–¿Magia en qué si no la usa para moverlo? –inquirió Roca, que flexionó su propio bíceps para compararlo con el de la invitada.

–Vamos a averiguarlo –dijo Sica–. Eh, Virgi, ¿qué te tienen dicho sobre las mujeres musculosas?

–Que son feas y poco femeninas –contestó en el acto.

Roca emitió un resoplido ofendido.

–O sea, que no querrían que tú lo fueras –continuó Sica.

–No...

–Pero tú te ejercitas, ¿verdad?

–Sí... –reconoció bajando la vista culpable.

–¿En realidad estás cachas? –inquirió Roca.

Virginia miró directamente el suelo.

–No se lo vamos a decir –prometió Nameless–. Y aquí a nadie le parece mal.

–Es porque sois villanas –musitó Virginia retorciéndose las manos como una niña indecisa, unas manos que acababan de empujar y levantar un coche.

–¿Y? –retó Roca–. ¿Por qué dicen las mujeres no podemos ser musculosas?

–No es femenino –repitió Virginia–. Es cosa de hombres.

–¡Y una mierda! –rugió Roca–. ¿Por eso insultaban los capullos en mallas a Herilane? –le preguntó a Max Pain y él asintió transmitiendo que sí, que era una mierda, pero que así era–. Déjanos ver cómo eres –añadió para Virginia.

La invitada se sacudió la cabeza tanto que parecía que iba a desenroscársela.

–No, no, no, no, no. Estás mal. Yo no debería... Está mal... Por eso se enfadó... por eso me odia... Está mal, mal, mal –gimió golpeándose los brazos cableados.

–Tranquila –le dijo Nameless y le puso las manos en los brazos para no dejar que se siguiera agrediéndose, por lo que se paró a pensar si en realidad estaría tocando a alguien con la complexión de Roca–. No pasa nada.

–¿Mentir no estaba mal? –pinchó Eisentblut, que aprendía muy rápido cuando le apetecía–. Porque esconder el verdadero cuerpo es mentir.

A Virginia se le descompuso la expresión en culpa y dolor extremo.

–No hace falta –se apresuró a intervenir Nameless–. Lo importante es que tú te sientas a gusto.

–Es mentira... pero está mal... pero es mentira... pero... –Virginia terminó cortocircuitando con un grito desgarrado y cayó de rodillas.

–Se le pasará –le aseguró Roca a Max Pain y se fue a levantar el coche sólo para comprobar que también podía hacerlo, o tal vez para demostrárselo a la clase.

Nameless se quedó con Virginia mientras el resto de la clase se ponía por fin en serio con la yinkana, que era muy elaborada, con escaleras, pasarelas, túneles y rampas por todas partes. Había muchos patinazos y empujones a traición, pero como Max Pain no había puesto tiempo ni había proclamado premio, ni siquiera se sabía dónde empezaba y dónde acababa aquella casa del árbol hipervitaminada, la gente se lo estaba tomando con bastante tranquilidad y se divertía. Ludo hasta mejoró el golpe final de una de las tirolinas, por lo que la gente dejó de caer de cabeza a un pozo de barro y pasó a hacerlo de culo.

Virginia fue tranquilizándose con la mirada perdida en esa tirolina, hasta que su ojos comenzaron a seguir el movimiento de la gente que se precipitada.

–¿Te gusta? –probó a preguntar Nameless y Virginia asintió un poquito–. ¿Quieres ir? Puedes ir a jugar.

Virginia se irguió y la cogió de la mano.

–Ah... que quieres que vaya contigo... –murmuró Nameless–. Si yo encantada, pero... está el asunto del hombro...

Pero Virginia no quería ir sin ella, por lo que, para que no se quedara allí mustia después de haber tenido una crisis, Nameless fue con ella, con la esperanza de que se animara pronto y se fuera a su aire.

Lo cierto era que, mientras trepaban por una escala de cuerda, iba pensando en que no le dolía todo lo que debería. Al fin y al cabo, Kill le había atravesado el hombro, demasiado cerca del corazón, con un gancho roñoso hacía menos de veinticuatro horas; pero allí estaba, moviendo el brazo, con cierto cuidado, sí, pero como si no hubiera tenido más que una luxación. Ah, sí, que estaba en el Instituto del Mal, donde podía caerse de seis metros y no hacerse ni un rasguño, qué manía con olvidarlo.

Cuando estuvieron en lo alto, Virginia empezó a moverse con mayor decisión y a liderar la marcha; aun así, se giraba cada poco para asegurarse de que iba con ella. Nameless pasó a preguntarse si la Señora de Rojo iba con ella también en aquel momento y no supo si saludar al aire... Virginia alcanzó la tirolina en la que había puesto sus ojos. Ahora que se sabía que había trampa en su apariencia, era evidente de que su cuerpo pendulaba con más fuerza de la que debería aquella apariencia. Al llegar al final, se agarró con fuerza y fue de las pocas que no se cayó al pozo.

–Debería haberle preguntado a Karla si puedo meterme en barro teniendo la herida sin cicatrizar –murmuró. Porque la tenía sin cicatrizar todavía, ¿no? Le habría gustado echarse un vistazo, pero era su turno en la tirolina y le estaban metiendo prisa por detrás–. Supongo que sería gracioso morir por una tirolina –se dijo agarrándose con todas las extremidades, que pocas le parecían.

El viaje fue muy rápido, pero se le hizo muy largo y no lo disfrutó nada. El golpe final la sacudió como fruta madura y la mandó al pozo, aunque sus reflejos de rata la hicieron agarrarse al borde de la plataforma con los dedos. A su hombro herido no le gustó, por lo que perdió fuerza. Por suerte, Virginia la enganchó del brazo y tiró de ella hacia arriba; por desgracia, lo hizo del malo y Nameless se quedó sin aire por el dolor punzante.

–¿Te he hecho daño? –se preocupó su desequilibrada amiga (aunque cuál no lo estaba en aquel Instituto).

–Tú no... –jadeó mirándose dentro de la camiseta para comprobar si se le habían saltado los puntos. La herida tenía un color horriblemente granate y morado, pero no chorreaba sangre ni pus–. No tengo fiebre, ¿verdad?

Virginia le puso la mano en la frente en el mismo instante en el que alguien se caía de culo al barro.

–Mmmh no, estás bien.

–Vale... Pues nada, me tendré que acostumbrar a que aquí, aunque me quieran matar a menudo, no se muere tan fácil. ¿Seguimos? –propuso.

–Allí hay otra tirolina –señaló Virginia con entusiasmo.

–Pues allá vamos –contestó Nameless, sintiéndose mejor, no porque su herida no estuviera gangrenando, sino porque su nueva amiga no sufría en ese momento.

–––

Antes de la comida, se sacudieron un poco el barro y se quitaron la mayor parte, otra demostración de que allí las leyes físicas funcionaban un poco flojas.

–Luego nos duchamos, eh, Virgi –le dijo tras tomarse la pastilla que le había dado Karla.

–¿Sangre hirviendo? –preguntó con los ojos color miel muy abiertos.

–Si quieres... Aunque también podemos ir a la ducha, sería más rápido.

Virginia no parecía muy convencida. El jacuzzi rojo debía de haberle gustado mucho, a pesar de los intentos de ahogamientos por parte de Roca.

Nameless iba a empezar a comer cuando Jeff apareció y le quitó el plato.

–¡Eh! –se quejó ella antes de recibir otro–. Ah, ¿menú especial?

–Sí, que todavía estás convaleciente –contestó él.

–Pero si acaba de estar trepando –recordó Roca con la boca llena.

–Pero trepaba flojito.

–Bueno, eso sí. Es una floja.

Nameless puso los ojos en blanco porque le insistieran tanto con aquello después de haber estado a punto de morir y de haber visto a la mismísima Muerte. A una de Ellas.

–Para mañana estará perfecta –aseguró Jeff.

–Mañana volvemos a tener clase con Kill –recordó Hedera con malicia.

Nameless suspiró. No lo había olvidado, pero tampoco le gustaba que se lo recordaran.

–Y yo que ya pensaba que sólo amenazaban mi vida las de siempre... –volvió a suspirar, esta vez teatral, para que Hedera no se creyera que la había asustado.

–Pues cuando Morilec te mate, procura no salpicar –le contestó él con maldad.

–Tío... –le reprochó Full dándole un codazo en el costado.

–Pues cuidado con que yo no esquive la puñalada y te la lleves tú –se la devolvió Nameless.

–Yo no fallo nunca –intervino Sica apareciendo, como siempre, a la espalda salida de la nada.

Nameless ni se inmutó, porque ya se lo esperaba; Roca hizo una mueca sarcástica, porque tampoco la sorprendía mucho; Virginia siguió en su mundo, ya que no había escuchado ninguna mentira; y Full suspiró cerrando los ojos al escuchar a su "prima", pero Hedera se quedó tieso de la impresión.

–¿No? ¿Ni siquiera para pincharlo a él? –propuso Nameless.

–Yo no fallo nunca –insistió Sica–. Si no te doy a ti y a él sí... es porque es lo que pretendo –terminó con suavidad y continuó adelante como si nada, dejando a Hedera blanco debajo del colorido maquillaje.

Y a Roca riéndose a carcajadas por ello.

–––

Un par de continentes más allá, Herilane estaba observando la escena un tanto sorprendida. Al principio del curso, Regina le había señalado a Morilec y le había dicho que aquella chica de aspecto inofensivo era la nueva generación de monstruos del armario, de debajo de la cama y de hombres del saco, todo junto. Aunque a primera vista no parecía gran cosa, Herilane pronto se había dado cuenta de la frialdad suave, como una navaja de barbería escondiéndose en una manga. Era muy complicado espiar a Morilec, porque se le daba bien desaparecer y luego aparecer a tu espalda, como acababa de hacer con el grupo del sudeste asiático, pero ella había desarrollado maña con Jack, a quien también se le daba muy bien pasar desapercibido.

Herilane estaba sorprendida porque, de repente, Morilec estaba haciendo cosas más humanas, como bromear, aunque fuese un humor más negro que la colección de ropa Elegans. Había cierta calidez en Morilec, al menos cuando estaba cerca de Nameless, y la gente decía que aquella calidez era la que iba a matar a la pobre novata, o más bien, que Morilec la iba a matar para arrancarse aquella calidez. De momento Nameless parecía poder manejar la situación, haciendo malabares con Morilec, Eisentblut y Kramer. Y Herilane que pensaba que su primer año en el Instituto del Mal había sido peligroso e intenso...

Cuando Morilec siguió adelante, Herilane devolvió la atención a su teléfono móvil. Estaba esperando que saliera una noticia, la esperaba con bastante miedo y poca esperanza. Había habido un juicio, muy polémico y frustrante, y aquel día iban a publicar la sentencia.

–Eh, si la sentencia es mala, responderemos –le dijo Jack al captar su preocupación.

–Sí, pero... preferiría que fuese una sentencia decente, que la Justicia fuese justa de verdad, y no tener que ir encabronada a vengar –murmuró ella–. Así siento que no avanzamos mucho...

–Ya... Pero al menos que sepan que hay respuesta.

–Sí... –musitó dándole vueltas al cuchillo de la comida–. Ningún ataque sin su respuesta...

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*mete música de tensión muy muy bajita a la escena de Herilane, ya irá subiendo*

Pues nada, así va el martes, con una rutina más o menos normal para lo que es el Instituto del Mal.

¿Qué tal vuestro verano? ¿Vais a tener más tiempo para leer a partir de ahora o menos porque sois gentuza sociable?
Si tenéis tiempo como para leer un montón de locuras humorísticas, morbosas y hasta calentorras, venid a mi Patreon, donde subo material extra [www.patreon.com/Cirkadia]

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