20. Planes de domingo XI (125)
Había a quien se le daba mejor el cálculo parabólico a ojo y que supo que el salto no iba a salir bien en cuanto las ruedas se despegaron de la rampa. Si después le hubieran preguntado qué clase de cálculo matemático había realizado, no tendría ni idea de qué responder, diría que simplemente supo que, a la velocidad que había salido despedido de la rampa, con aquel ángulo, no llegaría hasta donde se proponía.
Pero, aunque fue la primera en reaccionar, mientras que el resto del público todavía estaba en éxtasis expectante, los tres focos que iluminaban el salto no le permitieron moverse tan rápido como hubiera estado bien y, aunque consiguió que parpadearan un momento, sólo pudo llegar al rebote del motorista contra el suelo. Aunque al menos se interpuso en la trayectoria del cuerpo rodante y le amortiguó el impacto contra un bloque de cemento que alguien había pensado que quedaría espectacular como obstáculo, y espectacular hubiera sido la fractura de columna vertebral de Silverpeak si la salvadora no hubiera sido quien hubiera golpeado de espaldas recogiéndolo en su regazo.
Al instante siguiente, cuando la moto todavía se alejaba arrastrándose, echando chispas y emitiendo un chirrido espantoso hasta estamparse contra un árbol, hubo una avalancha de reacciones y la sombra se retiró a un discreto segundo plano.
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Apolo Ampersand se guardó los improperios y los "te lo dije" para cuando estuviera seguro de que su inconsciente amigo lo escucharía, porque en aquel momento podría estar mucho más que literalmente inconsciente, y corrió cargando con su maletín. Pero alguien se le adelantó con velocidad sobrehumana, alguien aparte de la sombra que había amortiguado el final del hostiazo y que había desaparecido antes de que él echara a correr hacia Aderyn.
–¡EH! –le gritó a la vampira–. ¡Aleja tu sucia boca de su sangre! –ordenó desenfundando la pistola.
–¡Que estoy ayudando! –contestó ella envarándose.
–¡Y una mierda! –le espetó llegando junto al herido, dispuesto a pegarle una patada en la boca a la chica, por muy vampira con fuerza sobrehumana que fuera.
–Tess controla la sangre –le dijo entonces otra voz vampírica a su espalda y si Apolo no se sobresaltó fue porque tenía nervios de acero y escarcha.
–Tú también fuera, Darkheart –ordenó sin dejarse achantar.
–Que está conteniendo la hemorragia –continuó la vampira transformista de tercero.
Apolo le echó un vistazo a Aderyn, que tenía heridas por todas partes y estaba cubierto de sangre, pero ésta era como un traje y no un charco en expansión, ni siquiera por el terrible desastre que tenía en la pierna derecha. Hizo una mueca de fastidio al asimilar que Bloodmist le estuviera haciendo un favor a Aderyn y, por extensión, a él también. Estuvo tentado de decir "Vale, pero no hace falta, largaos", pero antes que capullo amargado y receloso era buen médico.
–¿Se ha matado? –fue a interesarse morbosamente Eisentblut.
–Lárgate –le ordenó Apolo y, en cuanto notó que la villana le iba a dar problemas, añadió–, Lionheart, apártala, ¿quieres?
–No soy tu segurata –le contestó Diana con tono de querer rematar con un "capullo".
–No, pero sé que te gusta pelearte con ella, así que llévatela lejos. ¡Y apagad aquellos focos, joder! –añadió en general para no escucharla quejarse de que la metía en una pelea que en realidad deseaba. Aunque la verdad era que debía moderar su volumen de voz para no propiciar que los encontraran allí.
Darkheart chascó los dedos y los dos focos más alejados se apagaron.
–Que hagas eso con la luz no va a hacer que me caigas mejor precisamente –siseó Apolo arrodillándose junto a su estúpido compañero de cuarto.
–Vaya, qué se le va a hacer –suspiró teatral la vampira.
–Y no os va a deber nada, ni una gota –advirtió mientras examinaba más de cerca el cuerpo herido. Respiraba y no sonaba a que tuviera los pulmones encharcados, algo era algo–. Ni mía tampoco, por supuesto.
–Nadie quiere tu sangre –le espetó Bloodmist–. Seguro que está rancia.
–Perfecto –contestó él con saña.
–Apo... –gimió el herido desde las profundidades del casco con la visera reventada–. ¿Eso que oigo... es tu melodiosa... voz?
–Joder, con las memeces que dices siempre, ahora no sé si te has golpeado fuerte en la cabeza –gruñó mientras le buscaba contusiones y probaba cómo le reaccionaban las pupilas.
–¿Tú... me has... parado? –le preguntó Aderyn a la chupasangre que más cerca estaba.
–A ver, ¿puedes mover los dedos de las manos? –indicó Apolo, sin importarle la conversación que tuvieran.
–Eh... no, ha sido otra persona –contestó Bloodmist mirando alrededor para buscarla.
Por acto reflejo, Apolo también la buscó y tal fuese la figura que estaba detrás del foco, por lo que costaba mirarla sin deslumbrarse. Y de todas formas parecía como si se desdibujase con el fondo oscuro. El joven médico siguió con el examen.
–¿Y puedes mover los dedos de los pies?
–No sé... ¿tú me los... ves? –balbuceó Aderyn.
–Estás moviendo el pie entero, idiota –le contestó, descartando, al menos, fractura de médula espinal.
–Ay, ay, ¡au! –exclamó de repente–. Me duele la pierna.
–Creo que te has roto el fémur, gilipollas –contestó mientras tanteaba para averiguar si la arteria femoral podía estar rota. La verdad era que resultaba un lujo que casi no sangrara.
–Sí... ese fémur es muy... gilipollas.
–Como su dueño –le gruñó.
–Creo que la arteria está bien –intervino Darkheart–. Pero si me dejas acercarme...
–Nadie te ha preguntado –le ladró automáticamente.
Darkheart resopló hastiada.
–Sigues igual de idiota.
Unos tipos, que no era la primera vez que estaban en un espectáculo desastroso de Silverpeak, trajeron una camilla, a la que auparon Aderyn con cuidado.
–¿Está bien mi moto? –preguntó el herido con la primera muestra de temor.
–Preocúpate más por pierna –le espetó Apolo, haciéndole un vendaje de presión en la pierna ante la mirada de todo el público, que debeía de pensarse que el espectáculo seguía–. Puedes dejar de hacer... lo que sea que estés haciendo –le dijo a Bloodmist.
–Podría acompañaros hasta...
–Jah, no –interrumpió Apolo haciéndole un gesto para que se apartara.
La vampira se irguió hostil como una víbora y se le enrojecieron los ojos. Sin dejar de mirarla a la cara, él calculó las décimas de segundo que le costaría agarrar el bisturí que tenía en el maletín, y con ella así de estirada tenía vía vía fácil a su cuello. A ver si la sanguijuela se creía que era la única que sabía apuntar a la yugular.
–Yo me encargo, Tess –intervino la otra puñetera vampira y Apolo reorganizó su estrategia respecto al bisturí–. Este héroe tiene muy malos modales y la boca muy sucia, ya me lo conozco.
Bloodmist se puso en pie fulminando al joven médico de modales horribles, dispuesta a fundirse con la oscuridad nocturna, pero el estúpido de Aderyn la detuvo empezando a hablar.
–¿Tú... eres la que... hace que esto no... sangre a chorro?
–Eh... sí –contestó, aturdida por la diferencia de tratamiento.
–No sangrarías a chorro, no te has roto vasos sanguíneos importantes –le siseó Apolo, no fuera a ser que su compañeros se creyera en deuda con la chupasangre.
–Gracias –dijo Aderyn con una sonrisa bobalicona y tierna como un bebé dispuesto a ser devorado en un akelarre–. De debo una –añadió tendiéndole la mano.
–Y una mierda –farfulló Apolo cuando empezó a ver la sonrisa de Bloodmist. Tal vez le gustara que alguien le diera las gracias por el detalle de usar sus poderes sangrientos... o tal vez se deleitara de tener atrapada a su próxima víctima, y aquello sería por encima del cadáver de Apolo, y no era alguien se dejara matar con la misma facilidad que su estúpido compañero.
Levantó la camilla de un tirón para evitar que se tocaran las manos, sacándole las patas con ruedas, y se puso a empujarla hacia la Academia. Iba tan embalado para dejarle claro a Bloodmist y Darkheart que su presencia no era bienvenida, que en seguida se metió en la oscuridad. Por suerte, alguien cuyos pasos sonaban al correr lo alcanzó empuñando una potente linterna.
–Gracias –le murmuró Apolo a Ångström. No tenía nada contra ella, parecía que no era el tipo de persona que le daría problemas y la otra de primero había dicho algo de una interesante arma de rayos ultravioleta. Quién la tuviera para amenazar vampiras con algo mejor que un bisturí...
–––
–¿Ligueros nuevos? –preguntó Bohém mirando por encima de sus gafitas.
–No –contestó Wolfenstein antes que nadie.
–No, tienen unas semanas –corroboró Satán, portador de los ligueros–. Pero ya que era seguro que se acabarían viendo, pues me he dicho que habrá que lucir los mejores –añadió el hombre al que ya sólo le quedaban los calzoncillos, los ligueros y las medias, todo negro y unido mediante cintas.
–Un detalle por tu parte –contestó Elner desde el otro lado de la mascarilla, echándole un vistazo apreciativo. La cabrona sólo se había quitado la chaqueta de punto, y porque tenía calor. Era imposible ganarla al póquer, sabía cuándo seguir, cuándo plantarse, cuándo farolear como una condenada... Sabía farolear mejor que cualquiera en la mesa y, joder, ella era la que tenía procedencia más civil. Era horrible que pudiera engañar a alguien que se dedicaba a timar y embaucar.
Y no tenía el día para más mujeres pasándole por encima.
–¿Y tú en serio que prefieres quitarte los calzoncillo antes que las gafas? –preguntó Kill enarcando las cejas.
–Que sí, que no tengo reparos, que ya me habéis visto todos alguna vez –contestó Wolfenstein.
–Pero se te va a pegar el culo a la silla –indicó Elner.
–Y es antihigiénico –añadió Kërmil, firme defensor de que cada cual se trajera su toalla personal para aquellas ocasiones.
–El caso es que quieras ocultar tus ojos –intervino Bohém–. ¿Te molesta la luz?
–No... Bueno... Las pupilas todavía no terminan de funcionar bien... y no tengo muy claro por qué.
–Puedo decirte en qué momentos actúan erróneamente –ofreció Elner con seriedad profesional.
–Vamos, Wolfy, nadie aquí va a reírse de que te parpadeen las pupilas –animó Satán.
El profesor finalmente se subió los calzoncillos el palmo que se los había bajado y se quitó las gafas con los ojos cerrados. Cuando levantó los párpados, sus pupilas se redujeron. Pero no eran pupilas como se solían ver, no eran redondas, ni rasgadas, sino exagonales, y se empequeñecieron con un movimiento en espiral de los irises acerados, como un par de diafragmas de cámara de fotos.
–Oh, me gusta mucho el color de los irises de estos nuevos ojos –exclamó Bohém examinando con atención.
–Gracias –respondió él y le temblaron las pupilas.
Para que Wolfenstein no estuviera tan nervioso, cambiaron de tema. Para poner nervioso a otro.
–¿Qué tal la charla con Morilec y Nameless? –se interesó Bohém–. Cuando he ido a llamarlas, estaban de fiesta en el jacuzzi.
–Bien, ha ido bien –contestó Satán con todo su aplomo–. Les dije lo que les tenía que decir, sobre su amistad letal y el tema de la señorita Kramer.
–Estupendo. ¿Y después llamaste a Eisentblut para...?
–Para hablar. No tengo que darte todos los detalles, Bohém.
–¿Te crees que no me he enterado del espectáculo que te han organizado después? –intervino Elner.
–¿Qué espectáculo? –quiso saber Kill, con su segundo cigarrillo a medio consumir en los labios, bragas y guantes, que había preferido sobre el sujetador.
–Nameless, Eisentblut y Morilec han montado un teatro para atraerlo a su terreno –informó Bohém con regocijo–. Y lo han organizado en sus narices, porque las estaba vigilando por cámara.
Satán dejó las cartas con furia sobre la mesa.
–¡Joder! Eisentblut le ha llegado a meter la pistola en la boca a esa rata y poner el dedo en el gatillo. ¡No, no se me ha ocurrido que pudiera ser teatro! –reconoció con rabia.
–Que Eisentblut haya hecho teatro es digno de mención –apreció Elner.
–Sí, y que Morilec haya colaborado, también –añadió Bohém, con tono de que iba a subirle la nota unas décimas.
Satán arrancó el cigarrillo manchado de pintalabios morado de la boca de Kill para darle él una enfurruñada calada.
–¿Y qué hay de la rata? –inquirió ella, regodeándose tanto en la frustración del Director como con en el terror que debía de haber pasado la alumna–. ¿Cómo ha llevado lo de la pistola en la boca?
–Seguramente fatal, pero ha recuperado la compostura con una elegancia y una mala hostia... –ronroneó Bohém–. En realidad tienes que felicitarte por tu estrategia para que esas tres evolucionen.
Satán iba a gruñirle un "Cállate", pero se lo pensó mejor. Aspiró hasta consumir todo el cigarrillo, cuya colilla le ardió en los labios sin suponerle problema. Mantuvo el humo dentro unos segundos, serenándose, y cuando lo expulsó, de un blanco azulado ya, dibujó espirales y ramificaciones en torno a sus compañeros de partida.
–Sí, ése era precisamente mi plan. A costa de mi orgullo, pero esas tres están evolucionando tal y como quería. Todo va de acuerdo al plan.
–Claro, claro –desdeñó Kill.
–Nameless promete convertirse en un elemento a tener en cuenta –consideró Elner.
–Lástima que Morilec la vaya a matar antes de eso –murmuró Satán.
–Oh, ¿apostamos? –sugirió Bohém–. Yo digo que, como mínimo, llega al curso entero.
–Jah, no termina septiembre –contradijo Kill.
–Yo creo que al trimestre al menos sí llegará –intervino Wolfenstein con pupilas temblosas.
–Dos trimestres al menos. Su lechuza no hubiera aceptado a una rata que se pudiera comer tan fácil –fue el razonamiento de Kërmil.
–Yo... –empezó Elner pensativa– apuesto por los tres años completos.
"Ojalá", pensó Satán mientras el resto del profesorado opinaba que aquello era demasiado optimista teniendo una Morilec por medio, pero la profesora de Discursos tenía muy clara su predilección por Nameless.
–¿Y tú? –le preguntó Kërmil.
–Encontraré la forma de expulsar a Morilec antes de que mate a Nameless –contestó Satán, a sabiendas de que era una postura muy tibia tratándose de él.
–¿Después de lo pesado que estuviste para aceptarla? –le echó cara Kill.
–Eso fue antes de que se fijara en la secuestrada, joder –gruñó, le robó otro cigarrillo, ahora de la cajetilla, y lo encendió con sus propios dedos.
–––
La situación era tensa en la Enfermería de la Academia, en la que se habían colado. Aquello se suponía que era territorio del Doctor Ampersand y no tenían la sensación de que ni siquiera su sobrino tuviera permiso para estar allí a deshoras, pero aquello no evitaba que el joven médico trasteara como en su casa.
Aderyn estaba echado en una camilla, todavía grogui por el leñazo, y además ahora tenía anestesia local en la pierna que Apolo le estaba operando a la luz de una sola, aunque potente, lámpara colocada justo encima, como las de los dentistas. Mantis lo ayudaba en lo que le indicara, porque no la perturbaba un poco de sangre ni el peligro de que los pillaran allí, también pasaba mucho de los gruñidos amargados del médico, le hacían gracia. Furia vigilaba furiosamente un rincón oscuro, excesivamente oscuro, en el que no parecía haber nadie más. Veda estaba muy preocupada por muchas cosas: por la pierna de Aderyn, por estar fuera de sus habitaciones, por lo que sí había en el rincón oscuro, por lo que oía gracias a sus aparatos... Las tres estaban allí por ella, porque Apolo había mandado a todo el mundo a sus habitaciones (en realidad los había mandado a la mierda), pero no había echado a Veda, que le había ido iluminando el camino con su linterna.
–Se acerca alguien –informó la inventora con un susurro frenético.
–Yo me encargo –dijo el oscuro rincón.
–¿Qué vas a hacer? –inquirió Furia, dispuesta a defender incluso a quien pudiera descubrirlas y delatarlas.
–Hacer que no os vea –contestó la vampira, que no se daba por aludida respecto a los desprecios de Apolo–. Es especialidad Darkheart –añadió plantándose frente a la puerta y su contorno se volvió a difuminar hasta que no más que la sombra de alguien suspendida en mitad de una cortina que, teniendo en cuenta la ubicación de la lámpara, no debería poder estar allí.
Medio minuto después, la puerta de la Enfermería se abrió y una linterna hizo un barrido a través de la niebla Darkheart. Veda se encogió esperando la bronca, pero no hubo ni un "Eh, ¿qué hacéis aquí?", y el guardia del toque de queda cerró la puerta y siguió su camino.
–¿Cómo? –empezó Furia atónita.
–No ha visto más que la estancia vacía y a oscuras –contestó Darkheart, regresando al rincón–. Aunque he de decir que él mismo ha sido de ayuda, porque era lo que esperaba ver, estaba predispuesto. Eso lo hace todo mucho más fácil.
–Ni una gota –insistió Apolo, teniendo él las manos manchadas de sangre.
La vampira puso los ojos tan en blanco que se le vieron en la penumbra.
–Que no busco vuestra sangre, joder, tío pesado. Aderyn me cae bien, me gustan sus espectáculos. Incluso cuando no se estampa.
–Gracias –murmuró Aderyn.
–Vale –dijo el médico gruñón quitándose los guantes una vez hubo cosido la herida–. El resto de las heridas te las curaré en el cuarto, paso de arriesgarme más.
–¿No se lo escayolas? –musitó Veda.
–No, tengo mis propios métodos. Si se la escayolara, mañana tendríamos un problema cuando se la vieran. Y tú –se dirigió a la vampira–, largo ahora mismo de la Academia.
–Claro, claro, si yo ya he terminado lo que me interesaba hacer –contestó y se disolvió literalmente en la sombra.
Furia sospechó que no iba ser tan fácil, por lo que acompañó a sus amigas de vuelta a la habitación estando ojo avizor. Aunque en realidad nadie ganaba a Veda a estar alerta como un ratoncito de pulso acelerado.
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¡Con esto termina el capítulo "Planes de domingo"!
¿Os ha gustado el montón de cosas que han ocurrido? =D
El próximo se llama "Tentación vampírica", muejejejeje "ψ(`∇')ψ
Y ahora os quiero tentar yo.
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↑_(ΦwΦ;)Ψ
No, en serio, venid, tengo un buen puñado de relatos más (。•̀ᴗ-)✧
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