19. Sangre fresca VIII (112)
A Roca no le gustaba nada el concepto de hacer de hacer de niñera, por lo que no trataba con mucho cuidado a Virginia, pero ésta era resistente, así que no había ningún problema.
–Vístete –le ordenó lanzándose su vestido, o camisón blanco, prácticamente idéntico al que traía, pero limpio, cuando vio que era capaz de salir al pasillo desnuda.
La invitada le hizo caso, pero al principio se lo puso al revés y no se dio cuenta hasta que notó molestia en el cuello, y entonces Nova tuvo tuvo que evitar que lo rasgara y convencerla de que lo girara. Roca estaba mosqueada. Virginia a veces tenía menos coordinación y perspicacia que una cría de dos años, y otras veces cogía algo muy pesado y daba en el blanco sin aparente esfuerzo. ¿Qué hostias le pasaría en la cabeza?
–Y las bragas –añadió Eisentblut–. ¡Eh! ¿Te vas a ir sin bragas?
Virginia se detuvo en seco, miró la prenda blanca, luego se miró a sí misma y puso cara de... ¿pena? ¿vergüenza?
–No... "Una chica sin bragas es una guarra".
Roca resopló, ya estaban con esas mierdas. Nova puso cara de que no se había esperado eso y paró de peinarse.
–¿Sí, eso piensas de verdad? –retó Roca desdeñosa.
A Virginia se le retorció la expresión como si hubiera alguien sufriendo dentro e intentando salir a la superficie de aquel cuerpo. Se llevó las manos a las sienes, se giró y le pegó un cabezazo a la pared. Sonó a roto.
–¡Eeeeh! –le gritó Nova, yendo a detenerla cuando vio que iba a por el segundo golpe, pero no pudo retenerla y un par de azulejos terminaron por saltar quebrados.
Roca puso los ojos en blanco y le rodeó la cintura a Virginia con un brazo para alejarla de la pared. La invitada se sacudió enrabietada y chilló agudo, pero a los pocos segundos se dejó caer como un pelele.
–¿Ya? –le preguntó y la zarandeó, Virginia gimió un poco en respuesta–. Vamos a comer –le indicó a Nova y se echó a Virginia al hombro, del que colgó sin oposición–. Bueno, primero ponle las bragas.
–––
–Tienes derecho a una educación –contestó Satán.
–¿Desde cuándo? –preguntó Sica.
–¿No la quieres? –se sorprendió él.
–Me denegó la entrada al Instituto nada más nacer yo. ¿Así que desde cuándo ha cambiado?
Satán se humedeció los labios, incómodo.
–Nameless, sal –ordenó–. Esto no es de tu incumbencia.
–No, quédate –contradijo Sica–. Esto te incumbe mucho. ¿Verdad? –remató para el Director.
Él hizo una mueca que dejaba patente lo mucho que le fastidiaba que lo presionaran y le llevaran la contraria.
–Hice un trato con tu madre –terminó contestando.
–¿Un trato? –cuestionó Sica.
Satán se removió en su asiento sin perder la elegancia.
–Una apuesta –rectificó.
–¿Y qué apostasteis?
–¿Se te ha olvidado hablarme de usted? –le gruñó Satán.
–Más bien lo tengo que estar recordando todo el rato y se me hace muy raro incluir a mi madre. ¿Qué apostasteis?
–¿Tú qué crees?
–Creo que mi madre quería que viniera aquí a aprender lo más posible de la gente.
–Y que entables una amistad y la termines matando –añadió Satán mirando de reojo a Nameless–, como ritual de madurez Morilec.
Nameless no hizo ni la más leve mueca. Aquella información, en cierta forma, le encajaba y le daba lógica a su loca situación.
–¿Y qué saca quien gane? –continuó interrogando Sica.
–Yo saco demostrar que no es inexorable que mates a tu primera amistad. Y, además, Moira me debería un favor.
–¿Y ella?
–Ella demostraría que el sino Morilec es inexorable –contestó grave.
–¿Y qué más? Tú, usted obtendría dos cosas, no creo que ella sólo una. ¿Un favor de usted?
–Eso es –asintió el Director.
Sica entrecerró los ojos y se tensó. Nameless leyó fácilmente que sospechaba que le estaba mintiendo.
–¿Voy a por la invitada? –propuso haciendo ademán de levantarse.
–Si –respondió Morilec, dispuesta a quedarse allí y retener a Satán.
–¿Qué pasa con Kramer? –quiso saber él.
–Que sabe cuándo alguien miente –contestó Sica, preparada para saltar sobre él y cazarlo si intentaba escapar.
–¡No jodais que ha sacado ese poder! –exclamó él atónito.
Nameless torció el morro al pensar que había tenido encerrada a Virginia dos días sin haberse dado cuenta de eso, mientras que ella lo había sospechado a los pocos minutos y lo había confirmado a las pocas horas. No dijo nada porque de qué serviría pinchar en su orgullo.
–Sí, y Nameless la traerá para que me confirme que me mientes –aseguró echándose hacia adelante hostil.
–Que no se te suba a la cabeza...
Sica lo interrumpió clavando uno de sus cuchillos en la mesa con tal fuerza que lo hundió un par de centímetros y Nameless se deslizó fuera de la silla, pero no exactamente para alejarse de ella, sino para ponerse frente a Satán, que había saltado del susto y, casualmente, se había movido en aquella dirección.
–¿Tú que haces? –le espetó el Director, vigilando de reojo a Morilec.
Nameless retrocedió un paso.
–Eh... A veces me muevo sin pensar –se disculpó.
–Ya que lo preguntabas antes, ése es un motivo por el que estoy cómoda con ella –señaló Sica–. Se coordina a la perfección. Por mucho que diga que no sabe por qué lo ha hecho, lo ha hecho porque ha sabido que te moverías por ahí. Y lo ha sabido porque ha leído el terreno y ha sabido que supondrías que ése sería el camino más seguro, porque asumirías que, con ella en medio, yo tendría menos movilidad –explicó con frialdad.
–¿Tanto sé? –se sorprendió Nameless, aunque no le sonaba muy descabellado.
–Se adelanta a tus movimientos. Y a los míos –continuó Sica y Nameless sintió la caricia del peligro–. Y eso también me saca de quicio... –murmuró acariciando el mango del cuchillo clavado y Nameless aguantó en el sitio tensa–. Pero está de mi parte –se recordó inspirando hondo–. Así que siéntate y dime la verdad ahora mismo –ordenó a Satán.
Nameless enarcó las cejas por ver a una alumna hablando así al Director.
–¿Sigue pareciéndote buena amiga? –cuestionó Satán regresando a su silla, pero permaneciendo detrás del respaldo.
–¿Por ponerlo contra las cuerdas? ¿Por qué no? –contestó Nameless conteniendo la sonrisilla.
–¿Y qué tal por los malos modales? –propuso él.
–Le recuerdo que me ha puesto con Eisentblut y que sus modales son mucho peores.
–¿Y porque le crispas tanto como para que fantasee con matarte?
–Mientras sólo lo fantasee, vamos bien.
–Agh, deja de ser tan deslenguada cuando te estás suicidando.
–Y usted deje de dar consejos cuando está mintiendo.
Satán puso los ojos en blanco y resopló con teatralidad.
–No le has prometido un favor a mi madre, ¿qué es? –exigió saber Sica, pero Satán siguió sin responder.
–Relájate, Sica –pidió Nameless–. No creo que sea algo en tu contra.
–¿No? –inquirió sin fiarse.
–No. El plan es que salgas de aquí convertida en toda una Morilec, ¿por qué añadiría algo contra ti?
–No la conoces...
–Cuando podría añadir algo contra el Instituto, o contra él, y que no lo quiera decir por vergüenza.
–¡No estoy avergonzado! –se lanzó a defenderse él–. Pero no me da la gana decirlo.
Nameless lo miró fijamente unos segundos y después dejó vagar la vista por el despacho mientras calculaba posibilidades.
–¿Qué es? –preguntó Sica, recuperando suavidad y educación para ella.
–¿Tu madre es buena manipulando psicológicamente? –quiso saber Nameless.
–Bastante.
–Entonces... digamos que tu madre lio a Satán para que se sintiera muy seguro de que podría conseguir que pudieras pasar aquí años sin que mataras a nadie y esas cosas, tanto que, a cambio de ese favor de tu madre, ella pidió algo también personal, pero más peligroso... ¿como jugarse la vida?
Sica se volvió hacia el Director, inquisitiva, y se lo encontró apretando la mandíbula.
–En ese caso –prosiguió Nameless con cautela–, no le gustaría decírtelo, por lo que pudieras hacer con la información.
–¿Es eso? –inquirió Sica–. ¿Te has jugado la vida?
–Lo has estropeado todo –acusó Satán a Nameless.
–¿Eso es que he acertado?
–Me refiero a que te hayas juntado con ella.
Nameless enarcó las cejas.
–¿Se refiere a que su plan para que Sica no matara a nadie era que nadie se le acercara?
–Nadie tenía por qué acercársele –exclamó Satán.
–La gente de primera generación no hemos oído historias de miedo sobre Morilec desde críos, y siempre hay gente enamorada de la Muerte, ¿cómo se suponía que no iba a acercársele nadie?
–¡No tan rápido ni tan fuerte!
Nameless dejó caer los párpados porque el Director le echara toda la culpa a ella como un maldito irresponsable.
–Usted ha sido el que lo ha estropeado todo, al aceptarla a ella al mismo tiempo que me secuestraba a mí.
–¿Cómo iba a saber que íbais a tener semejante química?
–¡Exacto! No tengo una familia que me predispusiera contra ella, ni siquiera hice nada que diera pistas de cuál sería mi estilo, y no sabiendo nada de mí, va y me incluye en la ecuación. Pues resulta que no soy extrovertida, más bien lo contrario, pero que tiendo a hacerme amiga de alguna gente también solitaria. Así que no tenga la desfachatez de echarme la culpa a mí, porque si acabamos muertos será más culpa suya que mía.
–Eres una inconsciente. ¿Y ahora por qué ángeles sonríes? Hace dos semanas estabas ahí sentada, aterrada por el simple hecho de estar aquí, y ahora vas de cabeza a la muerte.
–Estaba pensando que sería divertido que lo mataran por una apuesta. Lástima que entonces yo no podría llegar a verlo.
Satán le dedicó una larga y asqueada que quería transmitirle "Tu humor es caca".
–Ése es otro motivo por el que me gusta estar con ella –reconoció Sica–, su humor negro es refrescante.
–Quién lo diría de una civil. Ah, ¿sabe lo de...?
–Acabo de decir que me ha secuestrado, señor –contestó Nameless con tono de "céntrese un poco, por favor"–. Por cierto, Sica, ¿lo de aceptar encargos... lo sigues haciendo?
–No mientras esté aquí –respondió ella.
–Exacto –coincidió Satán.
–¿Pero "mientras esté aquí" o en el contrato pone algo más elaborado?
–Pone que no puedo mientras esté en el Instituto del Mal.
–¿"Estar", no "cursar" o algo así?
–¿A dónde quieres llegar, Nameless? –inquirió el Director.
–A que si sólo lo ha limitado a estar en el Instituto, Sica podría aceptar encargos cuando no estuviera aquí, por ejemplo, de vacaciones. ¿Aquí se cogen vacaciones de invierno?
A Satán se le quedó cara de palo y la expresión de Sica indicaba que estaba replanteándoselo.
–¿Así que podría aceptar un encargo en diciembre y volver aquí en enero? Porque si en el contrato pone también sólo "aceptar" encargos y no "cumplirlos"...
El Director alargó un brazo y abrió lentamente un cajón de sus mesa, en sus ojos sus ojos se leía que acababa de tener una pavorosa revelación.
–¿Estás diciendo que podría buscar el encargo de eliminar a Satán, volver aquí, matarte y así tener su vida? –preguntó Sica interesada–. Eso implicaría colaborar con mi madre –puso como pega.
–Si alguien paga por matarlo, seguro que es mucho dinero, así que podríais repartirlo. No sé cómo funcionáis, pero creo que suena tentador –contestó Nameless como si no fuera con ella.
–Sería una buena jugada, la verdad... –reconoció Sica–. Pero la has fastidiado al decirla delante de él –señaló a Satán, que había sacado un pergamino y una pluma y se estaba sentando con suavidad.
–Vaya, ¿en serio? Lo siento mucho –contestó Nameless sin sentirlo absolutamente nada y no escondiéndolo ni una pizca.
–Que lo has hecho queriendo –asumió Sica.
–¿Para eliminar un aliciente a matarme? –sugirió.
–Comprensible –asintió Sica totalmente de acuerdo–. Disculpa por haber olvidado ese... detalle.
–Ya, ojalá fuera como el viernes par y matarme no implicara que me quedo muerta para siempre, ¿verdad?
Sica volvió a asentir antes de girarse hacia Satán mucho más seria y dura.
–¿Estás tachando el contrato? Eso lo invalidará.
–Tengo una habilidad especial para conseguir que mis contratos... –le sopló al pergamino y las letras se organizaron para formar renglones rectos y limpios– siempre sean perfectos. Ahora es el contrato y mi palabra contra la vuestra, y no creo que Nameless quiera fastidiarme en esto.
–No, pero quédese esto –le respondió ella lanzando a la mesa la tarjeta negra y dorada.
–¿No quieres el dinero? –se sorprendió Satán.
–Me dijo que el contrato pone que el dinero es parte de la beca y no me obligaría a nada, pero ya veo de qué me sirven a mí los contratos, así que puede comerse la tarjeta.
–¿Y qué voy a obligarte a hacer? –cuestionó Satán como si ella estuviera planteando una estupidez–. Ya te tengo aquí, donde quiero, y quitando que te hayas acercado a Morilec, estás haciendo todo lo que quiero.
–No sé, me cubro las espaldas. Por cierto, Sica, si lo mataras, ¿a tu madre le haría ilusión porque se cumple el pronóstico o le fastidiaría por quitarle la apuesta? –preguntó con toda su mala intención.
–Le fastidiaría por partida doble, porque se supone que tengo que matar a una amistad en la que haya puesto el poco corazón que tengo, eso me lo terminaría de arrancar y sería una Morilec plena.
–Oh. Vale, ahora entiendo bien cómo funciona. ¿Y has pensado en hacerte super amiga de Satán?
–Es muy graciosa –le dijo Sica al Director.
–Hilarante –dijo él con gravedad–. ¿Entonces rechazas el dinero y te quedas con Morilec, so estúpida?
–Y con Virginia –añadió Nameless sin perder comba. Era fácil responder a Satán cuando tenía al lado a alguien que lo hacía saltar del susto–. Por cierto, señor, ¿podría decirle a la gente que no hablen de ella fuera de aquí, para que no se enteren en la Academia?
–¿Por qué debería hacer yo eso?
–¿Porque si se enteran los alumnos, podrían presionar a quien sepa lo de Virginia, que organice alguna pantomima que lo culpe a usted de secuestrarla y causarle la locura?
–¿Y? ¿Quedaría como el malo? Qué terrible.
–P-Pero mejor serlo por algo controlado y no por una chapuza por la que le echen el muerto encima –exclamó Nameless, casi ofendida por el estúpido plan de su secuestrador.
–No me digas como dirigir mi Instituto, Nameless –le gruñó Satán y las llamas tras él se avivaron a juego con sus ojos.
–Vale –aceptó con rabia, porque no quería que los héroes acudieran a por Virginia si eso la ponía de nuevo en manos de sus torturadores–. Da igual –añadió retrocediendo.
–Eh, ¿te he dicho que te puedas marchas?
–¿Algo más, señor? –preguntó ella con dureza.
–Haz el favor de no dejarte matar.
–Ya veremos, señor –murmuró por simple necesidad de llevarle la contraria.
–Ahora largaos.
Sica desclavó el cuchillo y Nameless abrió la puerta. Una vez en el pasillo, se calmó un poco. ¿Qué hacía cabreándose con Satán, su secuestrador, cuando él podría tener sus propios planes para Virginia y no darle la gana contárselos? Bueno, pues ella también tendría que hacer sus propios planes.
–¿Y ahora qué? –preguntó Sica mientras subían a la planta principal–. Has cedido rápido a Satán respecto a lo de la invitada, así que tienes un plan.
–Ir a pedírselo a Darkheart. Tiene poder sobre todo el Instituto. Sólo espero que no le dé la tontería por lo de que Virgi casi le cortara el cuello, ni me pida algo inasumible.
–Oh. Voy contigo. Por si te pide algo inasumible.
–¿Y qué más? –cuestionó Sica suspicaz–. No me mires así, has respondido muy rápido y no has sonado del todo sincera. ¿Qué temes que haga con Darkheart que te resulte tan amenazador?
–Que le hables de mi pronto en el despacho de Satán.
–¿Te refieres a los dos momentos?
–Sí.
–Y los dos del gimnasio.
–¿Dos?
–En los sacos de arena y cuando te he ido a decir que iba a duchar a la invitada.
–En el segundo no he llegado a... Casi, pero no. Sólo ha sido un poco de pasivo-agresividad muy fuera de lugar, disculpa.
–De cualquier manera, no se lo iba a comentar. ¿Para qué? Así que confía un poco en mí, joe.
–No... me sale. No puedo –reconoció Sica.
–Pues entonces dime directamente que vienes para que no se lo diga.
–Vale, tiene sentido dentro de nuestra relación –aceptó Morilec asintiendo y Nameless pensó que qué demonios hacía jugando a hacer malabares con cuchillos en llamas.
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Antes de que lo sugiráis, no, Nam no hace malabarismos con motosierras ardiendo, porque algo tengo que dejarle para el futuro.
Pobre Satán, qué gilipuertas es debajo de esa fachada de señor terrible X"D
Casi me duele el vapuleo que le dan. Casi.
Espero que esto alimente vuestro SicNam (?)
Ay, pobre Virgi... u__u
Venga, y ahora a recordaros lo de siempre. A ver si creéis que vais a leer esto de gratis sin que diga que me he abierto Patreon y que he puesto UN PORRÓN de recompensas [https://www.patreon.com/Cirkadia] y que también tengo la ka-fetera [ko-fi.com/cirkadia]
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