୧ ׅ𖥔 ۫ enjoying her as if she were mine.

Jisu trabajaba en una tienda de discos y artículos de decoración. Siempre se obligaba a sí misma a trabajar duro para asegurar su futuro a nivel económico. A pesar de los desafíos del día a día, su dedicación y ética de trabajo la motivaban a seguir adelante.

Su novia, Ryujin, compartía la misma mentalidad y trabajaba arduamente haciendo y vendiendo galletas para cubrir las necesidades de ambas. Ryujin era una mujer emprendedora y llena de energía, siempre buscando nuevas formas de impulsar su negocio y mejorar su situación.

Junta formaban una pareja admirable, capaz de enfrentar cualquier adversidad con determinación y apoyo mutuo. Su relación era un ejemplo de amor y resiliencia, demostrando que, con esfuerzo y dedicación, podían superar cualquier obstáculo.

Esta chica tenía un carácter algo duro y tosco, lo que, combinado con su sensibilidad, la hacía intimidante para otras personas. Sin embargo, aquellos que lograban conocerla mejor descubrían una persona leal y comprensiva.

Por otro lado, Ryujin era todo lo contrario; su naturaleza coqueta y encantadora atraía a quienes la rodeaban. Siempre que hablaba, hechizaba a todos con su buena vibra y carisma, además de ser increíblemente sexy. Su capacidad para conectar con las personas y su alegría innata la convertían en el alma de cualquier reunión.

Juntas, Jisu y Ryujin eran una pareja equilibrada, cada una aportando sus fortalezas y apoyando a la otra en sus debilidades. Su relación era una verdadera inspiración para aquellos que las conocían, mostrando que el amor y el compromiso pueden triunfar sobre cualquier dificultad.

Era un día como cualquier otro, con una rutina establecida que parecía transcurrir sin mayores sobresaltos. Sin embargo, un suceso de vital importancia estaba a punto de cambiar la normalidad del día.

Jaewoo, el jefe de Jisu, le había informado temprano que debían cerrar la tienda antes de las seis debido a una ventisca inminente. Era pleno invierno, y la amenaza de condiciones climáticas adversas ponía en riesgo la seguridad de todos. Era consciente de los peligros que el mal tiempo podía representar, sabía que debía hacer todo lo posible para evitar cualquier contratiempo que la impidiera llegar a casa con su novia, Ryujin.

Decidida a no repetir una experiencia desagradable que había vivido en el pasado, Jisu tomó en serio la advertencia de su jefe. Con el tiempo corriendo en su contra y las primeras señales de la tormenta ya visibles en el horizonte, decidió cerrar la tienda a las cuatro y treinta.

Con la tienda ya vacía y asegurada, se dirigió hacia su auto. El cielo se estaba oscureciendo rápidamente y el viento empezaba a aullar con fuerza, presagiando la tormenta que se aproximaba. Jisu encendió el motor y se preparó para enfrentar el viaje a casa, tratando de mantenerse alerta y cautelosa mientras avanzaba por las calles que ya comenzaban a cubrirse con una fina capa de nieve.

El trayecto, aunque aparentemente sencillo, se volvía cada vez más desafiante con el pasar de los minutos. Jisu sabía que cada decisión que tomara en ese momento podría marcar la diferencia entre llegar a casa a salvo o quedar atrapada en medio de la tormenta.

Ella simplemente llegó a casa, sacudida por la ventisca que rugía afuera. Había logrado llegar a salvo y antes de que la tormenta empeorara, pero hubo un problema que la inquietaba. No veía a su novia por ningún lado, lo cual solo podía significar que Ryujin estuviera durmiendo. Jisu descartó la posibilidad de que estuviera fuera de casa; Ryujin odiaba el frío, y el viento gélido de la ventisca era especialmente desagradable.

Al entrar, Jisu dejó su abrigo empapado por la nieve colgado en el perchero y se quitó los zapatos que estaban casi congelados. El aire cálido de la casa contrastaba con el frío cortante del exterior, pero aun así sentía que la ventisca se aferraba a su piel. Se dirigió a la cocina, encendiendo una de las hornillas de la estufa para calentarse un poco. A pesar de llevar su suéter, el frío de la tormenta aún parecía aferrarse a sus huesos. Su cuerpo temblaba levemente mientras trataba de recuperar el calor. Llevaba un pantalón beige holgado y unos calcetines gruesos, pero ni siquiera eso parecía suficiente para contrarrestar el frío que se había impregnado en ella.

Después de unos momentos, decidió que necesitaba algo para distraerse. Tomó un paquete de palomitas y lo metió en el microondas, esperando que el sonido familiar de los granos explotando le diera un poco de confort. Pensó en compartirlas con Ryujin; tal vez podrían ver una película juntas antes de dormir.

"Oh, claro. ¿Y Ryujin?", se preguntó, dándose cuenta de que aún no había visto rastro de ella.

Cuando las palomitas estuvieron listas, el aroma a mantequilla llenó la cocina, brindando una sensación de calidez. Con el tazón de palomitas en la mano, Jisu subió al segundo piso, esperando encontrar a Ryujin acurrucada en su cama, buscando refugio del frío y la ventisca que rugía afuera.

Caminó por el pasillo con la intención de verla durmiendo, con la esperanza de encontrar a Ryujin acurrucada bajo las mantas, respirando tranquilamente, ajena a la tormenta que rugía afuera. El corazón de Jisu latía con suavidad, anticipando el consuelo de la tranquilidad de su pareja. Sin embargo, al abrir la puerta, su mundo se tambaleó en un instante.

Jisu casi se cae del susto, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies. Un grito ahogado se formó en su garganta, incapaz de salir. La escena que se desenvolvía ante sus ojos la golpeó con la fuerza de una avalancha. Las palomitas que llevaba en las manos se esparcieron por el suelo, olvidadas en medio del shock.

Su novia, Ryujin, estaba encima de una mujer. En su propia cama. El cabello negro de la desconocida contrastaba con las sábanas, destacándose como un faro que no podía ignorar. Jisu parpadeó, intentando convencerse de que estaba viendo mal, de que la ventisca afuera o su propio cansancio la estaba jugando una mala pasada.

Y en efecto, las cosas eran como eran: una mujer estaba debajo de su propia novia en su cama. Jisu lo observó todo sin sentir celos o malestar, como si estuviera viendo una escena que no le pertenecía, distante de cualquier emoción que normalmente podría haberse desatado en su interior.

Ryujin, atrapada por la vergüenza y el nerviosismo, intentó incorporarse de la mujer pelinegra que estaba debajo de ella, pero esta última se lo impidió, aferrándola más fuerte de la cintura. Su sonrisa burlona contrastaba con la tensión del momento, como si disfrutara de la situación.

—Jisu —dijo Ryujin, con la voz temblorosa, tratando de encontrar un atisbo de perdón en la mirada de su novia—. Lia, perdón. Yo no quería— Cada palabra estaba cargada de una culpa palpable, pero Jisu se mantuvo inmóvil, observándolas sin que su rostro reflejara enojo o dolor.

La pelinegra seguía sonriendo, desafiando el silencio con su actitud. Ryujin, por otro lado, parecía desconcertada por la calma imperturbable de Jisu, como si esperara una reacción que nunca llegaba.

—Ryujin—, la llamó Jisu finalmente, con un tono suave y controlado, sin rastro alguno de la ira que la menor temía.

Ryujin se giró hacia ella, llena de incertidumbre. 

—¿Sí? —respondió, su voz débil y llena de inseguridad.

Jisu la miró sin una mala cara, sin un gesto que delatara lo que pasaba por su mente. 

—Estoy muy molesta contigo —dijo, pero sus palabras carecían del peso emocional que Ryujin habría esperado.

Ryujin, al borde de las lágrimas, sintió cómo todo se desmoronaba a su alrededor. 

—Jisu, podemos hablarlo. Yo...—comenzó, intentando desesperadamente explicarse, de justificar lo que no tenía justificación.

Pero Jisu la interrumpió, sin cambiar su tono, sin levantar la voz. —No, Ryujin.

—Por favor —suplicó Ryujin, su voz apenas un susurro, llena de una vulnerabilidad que nunca había mostrado antes.

—Shin Ryujin —dijo Jisu con una calma perturbadora mientras se acercaba más y se sentaba en la cama, sin dejar de observar a ambas. Su presencia era fría, calculada, como si todo lo que estuviera diciendo fuera parte de una rutina ensayada—. Me parece una falta de respeto que hayas traído a una mujer aquí para follar con ella mientras yo no estaba en casa.

Ryujin se lamentó al escuchar esas palabras, su voz quebrándose en una mezcla de arrepentimiento y culpa. 

—Lo sé, lo sé —murmuró, mientras la otra mujer, Yeji, finalmente soltaba la cintura de Ryujin, permitiéndole incorporarse. La tensión en el aire era palpable, y Jisu observó cómo una lágrima solitaria caía por la mejilla de Ryujin. Sin embargo, antes de que pudiera seguir su curso, Shin se la secó rápidamente.

—No llores, no quiero que llores —decía Jisu con una dulzura que parecía casi fuera de lugar, como si la situación no la afectara en lo más mínimo. Ryujin, desconcertada por la reacción de su novia, no pudo evitar preguntar, su voz temblando por la confusión y el miedo: —¿Qué? ¿Por qué estás actuando así?

Jisu no respondió de inmediato. En lugar de eso, dirigió su mirada hacia la otra mujer en la habitación, aún tumbada en la cama, mantenía una postura de completa indiferencia, como si todo lo que estaba ocurriendo no la afectara en absoluto.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Jisu, su tono curioso, pero sin verdadero interés.

—Yeji —respondió la pelinegra con un leve encogimiento de hombros, como si su nombre fuera un dato trivial en medio de toda la tensión.

—Bien, Yeji. ¿Qué tan mojado estaba el coño de mi novia?— soltó Jisu con una franqueza cortante, como si la pregunta fuera la cosa más natural del mundo.

Yeji, sorprendida por la crudeza de la pregunta, parpadeó un par de veces, pero se recuperó rápidamente. Con la misma actitud despreocupada, respondió: —No llegué a comprobarlo, alguien vino y nos interrumpió.

La respuesta de Yeji fue tan directa como la pregunta de Jisu, y el aire en la habitación pareció volverse más denso. Ryujin, atónita, miraba a Jisu tratando de entender la frialdad con la que manejaba la situación, mientras Yeji simplemente se acomodaba en la cama, como si estuviera esperando que todo se resolviera de la manera más simple.

Pero la actitud de Jisu, su calma impenetrable y sus preguntas directas, eran más perturbadoras que cualquier explosión de ira o tristeza. No había lágrimas, ni gritos, solo un control absoluto sobre sus emociones, lo que hacía todo aún más incomprensible para Ryujin.

Jisu se acercó aún más a Ryujin y, con una suavidad que contrastaba con la tensión en el aire, le agarró la barbilla, obligándola a mirarla directamente a los ojos. 

—¿Quieres que ella te coma?—, preguntó, su tono curioso, pero sin rastro de juicio.

Ryujin, todavía desconcertada, apenas pudo responder, su voz temblando de confusión. 

—Jisu, no sé qué te está pasando.

Lia le sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, pero que mantenía la misma frialdad controlada que había mostrado desde el principio. 

—Me perturba mucho el hecho de que invitaras a una mujer a casa y no me invitaras a mí—, dijo, como si estuviera exponiendo una simple falta de cortesía.

—Lia— intentó decir Ryujin, buscando algún tipo de explicación o razón detrás del comportamiento de su novia.

—Lia, nada— la interrumpió Jisu con firmeza—. No me molesta que te acuestes con otra mujer, me molesta que no me invites a ver o a participar.

Ryujin, visiblemente sorprendida por la declaración, parpadeó un par de veces, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. 

—¿En serio?— preguntó, su voz apenas un susurro.

Jisu asintió, su expresión manteniéndose inmutable. 

—Quiero que terminen lo que estaban haciendo.

Yeji, quien había estado observando la interacción con un interés renovado, sonrió con satisfacción. 

—Yo con gusto— dijo, su tono despreocupado mientras su mirada se dirigía de nuevo a Ryujin.

La atmósfera en la habitación se volvió aún más tensa, pero Jisu no mostró ninguna señal de incomodidad. En cambio, su presencia en la escena parecía retorcer la dinámica, transformando lo que debería haber sido un momento de traición y dolor en algo más extraño y desconcertante. Ryujin, atrapada entre la culpa y la sorpresa, no sabía cómo reaccionar ante la calma impenetrable de Jisu.

—Quiero verlas teniendo sexo, justo como estaban antes de que yo llegara— dijo Jisu, su voz firme y decidida, como si acabara de dar una simple instrucción.

Ryujin, aún aturdida, miró a Jisu con incredulidad. 

—¿Estás segura de eso?— preguntó, incapaz de comprender la calma con la que su novia manejaba la situación.

—Voy a buscar una copa de vino— respondió Lia con una tranquilidad inquietante. Volvió a agarrar la cara de Ryujin, esta vez con una suavidad que era casi cariñosa—. No te preocupes por lo que siento, estoy más excitada que molesta— añadió antes de dar media vuelta y salir de la habitación, dejándolas solas por un momento.

Fiel a su palabra, Jisu bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, donde tomó una copa y se sirvió un vino tinto. El sonido del líquido llenando la copa rompió el silencio, un contraste con la tensión que había dejado arriba. Con la copa en la mano, subió de nuevo a la habitación, esta vez decidida a poner en orden todo lo que estaba sucediendo.

Al entrar, su mirada recorrió el espacio antes de decidir qué hacer. Buscó una silla en una esquina de la habitación y la arrastró hasta una posición perfecta para observar la cama. Se sentó en ella, cruzando las piernas con una elegancia casual, como si se dispusiera a presenciar un espectáculo.

Yeji, al ver que Jisu se acomodaba para observarlas, se levantó de la cama, completamente desnuda. La luz de la habitación acentuaba cada curva de su cuerpo, y Jisu no pudo evitar sentirse cautivada. Yeji tenía un cuerpo hermoso, sexy y absolutamente deseable, y la visión de ella de pie, segura y expuesta, despertó algo en ella que no había anticipado.

Con la copa de vino en una mano y los ojos fijos en Yeji, sintió una oleada de deseo recorrer su cuerpo. El control frío que había mantenido hasta ese momento comenzó a desmoronarse, reemplazado por una excitación que la consumía. El espectáculo que estaba a punto de desarrollarse ante sus ojos, no era una cuestión de poder o venganza; ahora era también una cuestión de deseo puro.

Desde la cama, Ryujin observaba todo con una mezcla de confusión y fascinación, sin saber si debía sentirse aliviada o aún más asustada por la reacción de Jisu. Pero una cosa estaba clara: el control de la situación ahora pertenecía completamente a Lia, y ella no tenía la intención de apartar la vista de lo que estaba por venir.

Con una sonrisa de diversión, se acercó a Ryujin, aún tumbada en la cama y parcialmente cubierta por una sábana. Con movimientos deliberados y seguros, comenzó a destaparla, retirando la sábana que la cubría y dejándola completamente desnuda y vulnerable. La piel de Ryujin estaba expuesta a la luz tenue de la habitación, y la sensación de desprotección la hizo estremecer ligeramente.

Yeji no perdió tiempo y se abalanzó sobre Ryujin, sus labios encontrando los de ella en un beso profundo y apasionado. Se aseguró de que Jisu viera cada momento del encuentro, manteniendo contacto visual con ella mientras su boca exploraba la de Ryujin. 

—Hmmm— murmuraba Yeji, con su voz llena de satisfacción mientras besaba a Ryujin, quien, aunque se dejaba llevar por el momento, mostraba cierta inseguridad en sus movimientos.

Jisu, observando desde la silla con la copa de vino en mano, se sintió cada vez más atrapada en la intensidad del espectáculo. Su cuerpo reaccionaba a cada toque y cada beso, la excitación palpable en el aire.

—Yeji, tócale las tetas. Eso le encanta— ordenó Jisu, su voz firme.

La de ojos gatunos, sin perder su actitud juguetona, rio maliciosamente al escuchar la instrucción. 

—Ah, ¿sí?— preguntó, como si estuviera disfrutando de la oportunidad de cumplir una orden tan directa.

Con una sonrisa amplia, Yeji deslizó sus manos hacia los senos de Ryujin, tocándolos con una mezcla de delicadeza y firmeza. Sus dedos recorrían cada contorno, provocando una serie de reacciones en Ryujin. Aunque Shin estaba claramente inmersa en el momento, su inseguridad se reflejaba en la manera en que su cuerpo temblaba ligeramente bajo las caricias de Yeji.

Mientras tanto, Yeji continuó besando a Ryujin, asegurándose de que cada movimiento fuera visible para Lia. Cada vez que sus labios se separaban, Yeji se inclinaba para susurrar al oído de Ryujin, intensificando el placer y la vulnerabilidad que Ryu sentía en ese instante. La combinación de besos y caricias estaba diseñada para mantener a Jisu involucrada, una espectadora cautiva en un escenario íntimo.

Tan íntimo y maravilloso como ella lo había imaginado desde el primer momento en que posó sus ojos en él, la escena frente a ella superaba sus expectativas. No podía evitar sonreír mientras sus pensamientos volaban, visualizando todas las posibilidades que se abrían ante ella. En su mente, ya había explorado un sinfín de escenarios, cada uno más atrevido y excitante que el anterior.

Era más que una simple observadora; en su mente, ya estaba participando activamente, anticipando cada momento y preparándose para cuando llegara su turno de unirse a ese espectáculo. Para ella, no había mejor forma de disfrutar el momento que entregándose por completo al deleite visual y dejarse llevar por la intensidad que llenaba el aire.

Yeji recorría cada centímetro de la piel de su novia con una mezcla perfecta de ternura y pasión. Sus manos se deslizaban con suavidad, pero había una intensidad en su toque que revelaba el deseo contenido. Cada caricia era un susurro de intimidad, un preludio que encendía lentamente la chispa entre ellas.

Ryujin respondía con un placer evidente, su cuerpo se rendía bajo el contacto de Yeji. A medida que las caricias se volvían más firmes, Shin permitía que su mente se despejara, dejando que la conexión entre ellas la llevara a un estado de entrega. Cerraba los párpados con delicadeza, como si al hacerlo pudiera sentir con mayor profundidad cada roce, cada beso.

La radiante pelinegra se inclinaba para besar el cuello de Ryujin, dejando una serie de besos que eran a la vez dulces y ardientes. Ryujin soltaba pequeños suspiros, inclinando la cabeza hacia un lado para darle más acceso, mientras un escalofrío de placer recorría su columna. La suavidad de los labios de Yeji contrastaba con la urgencia que se percibía en su boca cuando capturaba los labios de Ryujin en un beso profundo y hambriento.

Sus manos, antes delicadas, ahora exploraban sin reparos, acariciando con descaro los suaves y delicados senos de Ryujin. La yema de sus dedos trazaba círculos alrededor de ellos, jugando con la sensibilidad de la piel, mientras Ryujin arqueaba ligeramente su espalda en respuesta, buscando más de ese placer que la embriagaba. La habitación se llenaba con la mezcla de respiraciones entrecortadas y el sutil crujido de las sábanas

Jisu observaba la escena con una calma calculada, sosteniendo su copa de vino mientras saboreaba tanto el licor como el espectáculo frente a ella. Desde su posición, podía apreciar cada movimiento de Yeji y cada reacción de Ryujin. Cuando los labios de Yeji descendieron desde el cuello de Ryujin hasta sus pechos y luego a su abdomen. Jisu notaba claramente cómo el deseo dominaba cada gesto, cada beso y cada mordida que Yeji dejaba en la piel de Ryujin.

—Qué linda eres, Ryujin. Te deseo demasiado— susurró Yeji con una voz cargada de sinceridad. Sus palabras, tan llenas de devoción y anhelo, resonaron en el cuarto, haciendo evidente que no solo eran un simple halago; eran la verdad pura de sus sentimientos.

Mientras los besos continuaban bajando, esta vez hacia el monte de Venus de Ryujin, completamente depilado como a Yeji le gustaba, Jisu no pudo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción. Aunque Ryujin solía mantener esa zona así para complacer a su novia, esta vez era Yeji quien disfrutaba de ese privilegio. Su lengua y labios recorrían lentamente la suave piel cercana a su lindo coño.

Finalmente, cuando Yeji se encontró cara a cara con el tesoro que tanto deseaba, levantó la mirada hacia Lia. El intercambio silencioso entre ambas mujeres fue eléctrico. Jisu, sentada cómodamente en su silla, irradiaba una energía cruda y dominante. El brillo en sus ojos y la ligera curva de sus labios dejaban claro que, aunque ella no estaba participando activamente en ese momento, su presencia era tan poderosa que parecía controlar el ambiente. El deseo salvaje que emanaba de su postura y su mirada dejaba claro que esto era más que un simple juego; era una afirmación de poder.

Sin romper el contacto visual con Jisu, tomó con delicadeza las piernas de Ryujin y las abrió por completo, exponiéndola de par en par. Sin perder un segundo, volvió a lo suyo, sumergiéndose en ese momento con una intensidad renovada, mientras Ryujin se rendía completamente, dejando que las olas de placer la arrastraran. El ambiente se llenaba de una mezcla de gemidos, suspiros y la tensión palpable entre las tres, creando un triángulo de deseo donde cada una jugaba su papel a la perfección.

Para Ryujin y Yeji, el ambiente se había cargado ya de deseo, pero no esperaban lo que sucedería a continuación. Justo cuando Yeji estaba a punto de sumergirse en el placer de Ryujin, Jisu dejó su copa a un lado y se levantó con una gracia felina. Cada movimiento era calculado, cada paso destilaba control y autoridad. Shin contuvo la respiración, sabiendo que algo especial estaba por suceder, mientras Yeji, arrodillada frente a ella, se quedó inmóvil, expectante.

Jisu se acercó a Yeji con la precisión de un depredador que acecha su presa, pero en lugar de un movimiento brusco, se inclinó lentamente hacia su oído. El calor de su aliento y la vibración de su voz hicieron que la pelinegra sintiera un escalofrío recorrer su cuerpo desde la base de la nuca hasta la punta de los pies. Con una voz ronca y cargada de promesas oscuras, Choi susurró:

—Complácela muy bien y tendrás tu recompensa.

El mensaje era claro, y Yeji no necesitaba más incentivo. La mezcla de autoridad y deseo en las palabras de Jisu la encendió aún más. Los ojos de la rubia se oscurecieron con determinación y deseo renovado. Lia, satisfecha con la reacción que había provocado, se enderezó y, con la misma calma controlada, regresó a su asiento. Se recostó ligeramente, observando con ojos atentos y con la expectativa alta.

Ahora con una misión clara, volvió su atención a Ryujin. No había prisa en sus movimientos, sino una precisión exquisita. Su lengua comenzó a recorrer lentamente las partes más íntimas de Ryujin, tomando su tiempo para saborear cada pliegue, cada curva. La menor se mordía el labio inferior, los ojos cerrados y las manos agarrando con fuerza las sábanas. Los primeros toques de la lengua de Yeji fueron delicados, exploratorios, pero con una intención palpable. Cada lamida estaba impregnada de deseo, como si quisiera grabar en su memoria el sabor y la textura de Ryujin.

El ritmo fue creciendo gradualmente, pasando de un lento reconocimiento a una atención más focalizada. La lengua de Yeji delineaba círculos suaves y luego se hundía más profundo, alternando entre caricias delicadas y embestidas llenas de hambre. Ryujin gemía con cada movimiento, sintiendo cómo la presión en su vientre crecía, mientras sus caderas respondían involuntariamente, buscando más contacto.

Jisu, desde su asiento, no perdía detalle. El brillo en sus ojos era inconfundible; había en ella una mezcla de satisfacción y deseo latente, pero también de dominio. Observaba cómo Yeji se dedicaba completamente a Ryujin, notando el esmero con el que cumplía su orden. La promesa de una recompensa hacía que Yeji pusiera aún más pasión en cada movimiento, mientras Ryujin se dejaba arrastrar por las olas de placer, perdiéndose en el momento, entre sus suspiros y jadeos.

La escena se volvía más intensa con cada segundo que pasaba. La visión frente a Jisu era hipnotizante: Ryujin, con los ojos cerrados y su expresión completamente rendida al placer, arqueaba su espalda de manera casi perfecta, dibujando una curva deliciosa que mostraba cuán entregada estaba. Desde su posición, Lia tenía una vista privilegiada de todo, especialmente de la forma en que Yeji devoraba el sexo de Ryujin con una pasión desenfrenada.

Lo que antes era un delicado juego de lengua se había convertido en un festín voraz. Yeji ahora estaba completamente sumergida en su tarea, comiéndole ese coño con un hambre palpable. Sus labios y lengua se movían con precisión, pero también con una intensidad casi salvaje, explorando cada rincón, cada pliegue, mientras sus manos mantenían las caderas de Ryujin en su lugar, asegurándose de que no se apartara ni un centímetro de su alcance. Ryujin gemía cada vez más fuerte, su voz entrecortada por el placer que la atravesaba como un rayo.

La mayor no perdía la oportunidad de tentar la entrada de Ryujin, deslizando uno o dos dedos dentro con movimientos rítmicos y calculados, complementando el trabajo de su boca. Cada vez que lo hacía, Ryujin respondía con un gemido agudo, su cuerpo estremeciéndose de forma incontrolable. 

—Oh por Dios, qué bien lo haces... sigue, así...— gimió Ryujin, totalmente perdida en la vorágine de sensaciones que la invadían. Su tono era suplicante, como si todo su ser dependiera de que Yeji continuara exactamente de esa manera, sin detenerse.

La pelinegra no pensaba decepcionarla. Murmuraba palabras ininteligibles contra el sexo de Ryujin, dejando que las vibraciones de su voz añadieran una capa extra de placer. Alternaba con maestría entre lamidas largas y profundas, chupadas suaves que se centraban en su punto más sensible, y succionadas firmes que arrancaban gritos ahogados de los labios de Ryujin.

Jisu, observando cómo Ryujin se desmoronaba bajo las atenciones de Yeji, no podía evitar sentir un calor creciente en su propio cuerpo. Los gemidos incesantes de Ryujin y el sonido húmedo de la lengua de Yeji trabajando sin descanso resonaban en la habitación.

La intensidad crecía con cada segundo. Yeji, completamente concentrada en complacer a Ryujin, comenzó a alargar el tiempo que dedicaba a cada técnica. Primero, su lengua exploraba con lentitud, delineando cada contorno con precisión, moviéndose en círculos sobre el sensible clítoris de Ryujin, provocando pequeños espasmos en su cuerpo. Luego, cambiaba a chupar con esmero, capturando el clítoris entre sus labios y succionando con la presión justa para hacerla estremecer, antes de volver a su lengua, trazando patrones que parecían diseñados para llevarla al borde una y otra vez.

Ryujin estaba completamente perdida en el placer. Sus manos, que antes se aferraban a las sábanas, ahora se hundían en la cabellera negra de Yeji, guiándola con urgencia y desesperación. Las caderas de Ryujin comenzaron a moverse por su cuenta, buscando aún más contacto, más fricción. Su cuerpo se arqueaba, empujando contra la boca de Yeji, deseando llegar a ese punto final donde la tensión acumulada finalmente explotaría en un orgasmo devastador.

Yeji, sintiendo la necesidad en cada movimiento de Ryujin, no tardó en darle lo que buscaba. Su lengua se volvió más insistente, acelerando el ritmo y sincronizándose con las sacudidas de las caderas de la menor. El cuerpo de Ryujin comenzó a moverse con mayor urgencia, señal clara de que estaba al borde. Los gemidos se volvieron más fuertes, más agudos, llenando la habitación con una mezcla de deseo y éxtasis.

En el momento crucial, justo cuando Ryujin estaba al límite, Yeji hizo un cambio calculado: retiró sus dedos de su interior y quitó la lengua de su clítoris, sustituyéndola por toda su boca. Ahora, sus labios y lengua trabajaban al unísono, succionando, chupando y lamiendo con una precisión experta. Era un trabajo completo, un esfuerzo dedicado a llevarla al clímax con una intensidad que la dejaría temblando.

El cuerpo de Ryujin comenzó a convulsionar, los músculos de su abdomen tensándose mientras el orgasmo la arrasaba como una ola imparable. Su espalda se arqueó bruscamente, sus piernas temblaron y sus gemidos se convirtieron en gritos ahogados de puro placer. Era un sonido tan visceral y necesitado que resonaba en la habitación, volviendo loca a Jisu, quien observaba con una mezcla de deseo y admiración. Sus ojos ardían como brasas, fijos en cada detalle de la escena. El contraste entre la belleza de Ryujin entregándose completamente al placer y la devoción con la que Yeji la atendía era un espectáculo sublime.

La castaña apenas podía contener la intensidad que sentía al ver cómo el cuerpo de Ryujin se estremecía bajo el exquisito trabajo de Yeji. Cada sacudida, cada espasmo, cada grito ahogado era un testamento de lo bien que Yeji  sabía llevarla al clímax. Ryujin estaba completamente a su merced.

Jisu sabía perfectamente el poder que tenía en la situación. Era más que ser la observadora; era la orquestadora, la que, con solo una mirada o una palabra, podía controlar el ritmo de lo que sucedía. Y en ese momento, todo estaba a punto de girar a su favor. Mientras Yeji daba las últimas caricias con su lengua en el ya satisfecho, pero aún ansioso sexo de Ryujin, Lia no perdió detalle. Observaba cada beso que Yeji dejaba en los suaves muslos de Ryujin, cada mirada rápida que lanzaba en su dirección, como si esperara una señal.

Cuando Jisu finalmente se levantó de su asiento, el ambiente en la habitación cambió. Yeji, todavía medio recostada, sintió la tensión en el aire, como si algo monumental estuviera por ocurrir. Jisu se acercó silenciosamente por detrás, con movimientos tan calculados que Yeji apenas lo notó hasta que sintió la presencia cerca de ella, aunque sin contacto. La expectativa era casi tangible.

Ryujin, recuperándose de su intenso clímax, abrió los ojos y se encontró con la mirada ardiente de Jisu. La conexión entre ambas era innegable; había una mezcla de complicidad, lujuria y adoración. Choi le lanzó un beso corto y juguetón seguido de un guiño, como si le estuviera diciendo sin palabras que estaba a punto de hacerse cargo de la situación. Ryujin, aun jadeando, sonrió suavemente, sabiendo que la mejor parte estaba por comenzar.

Jisu entonces centró su atención en la espalda desnuda de Yeji. Los tatuajes que adornaban su piel eran una obra de arte en sí mismos, sensuales y provocativos. Lia se tomó un momento para admirarlos, dejando que sus ojos recorrieran cada línea, cada curva, como si estuviera apreciando la belleza antes de devorarla. Yeji, consciente de que Jisu estaba detrás de ella, comenzó a moverse ligeramente, a punto de girarse para mirarla. Pero Jisu, con una firmeza suave, pero innegociable, la detuvo con un susurro. 

—Shh, no. Quédate cómo estás— la orden fue clara, y Yeji obedeció de inmediato, mordiéndose el labio con anticipación.

Entonces, se inclinó hacia adelante, su aliento caliente acariciando la piel sensible de Yeji mientras respiraba cerca de su oído:

—¿Puedo tocarte?— El simple susurro hizo que la pelinegra se estremeciera, su cuerpo reaccionara al tono bajo y posesivo de la voz de Jisu. Con un pequeño, pero visible temblor, asintió, entregándose completamente. Satisfecha, Jisu sonrió con una confianza arrolladora, como una depredadora que acaba de obtener el permiso para capturar a su presa.

Con movimientos decididos y sensuales, Jisu comenzó a quitarse su suéter, revelando su torso atlético solo cubierto por un elegante brasier. Quedó en pantalones largos, pero era evidente que la anticipación crecía con cada prenda que dejaba a un lado. Yeji, que hasta entonces había mantenido una posición de dominio sobre Ryujin, ahora se encontraba en el otro lado de la balanza, completamente expuesta al poder de Jisu.

Como depredadora, se acercó aún más, dejando su boca apenas a centímetros de la oreja de Yeji y con una voz baja, cargada de promesas y deseo, susurró:

—¿También puedo follarte?— La pregunta, aunque formulada suavemente, tenía un peso inconfundible. Yeji sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho, y su cuerpo tembló ligeramente por la mezcla de expectativa y nerviosismo. La expectativa se hacía insoportable, y Hwang, incapaz de decir una palabra, solo pudo asentir de nuevo, entregada al cien por ciento.

Sonrió satisfecha con la respuesta y, con la mirada fija en Ryujin, quien observaba todo con una mezcla de curiosidad y excitación, se preparó para tomar el control. Sabía que Yeji estaba a punto de ser suya de una manera que ninguna de ellas olvidaría.

Nunca.

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