Capitulo - 8

Nadia

Sentí un alivio inmenso cuando el aire me dio en la cara, estaba deseando salir de aquel lugar como fuera, y más después de todo lo que había visto. Acababa de confirmar que todo el tema del intercambio y del sexo tan expuesto, no me gustaba. Pero no fue todo eso en sí, lo que me había dejado con esa sensación de angustia, la acompañante del padrastro de Carlota era ni más ni menos que una de mis intimas amigas. Una de mis intimas amigas, a la cual llevaba dos años sin ver, ni hablar.

Ni siquiera me molesté en cambiarme del todo, me puse los vaqueros y, sobre el corsé, me puse la americana, no quería perder ni un segundo más en aquel lugar. Ni siquiera sabía cómo iba a explicarle a Carlota que nuestra ex amiga, Patricia, era la tía que estaba teniendo un lío con el novio de su madre.

Todo aquello me daba ganas de vomitar y todo se acrecentaba más cuando recordaba cómo Patricia había mirado directamente a Alan, reconociéndolo al instante, ¿cómo podía reconocerle? A mí me costó muchísimo convencerme de que aquel adonis de marfil era el mismo con el que había compartido un amor adolescente. ¿Cómo podía saber ella que era él? Si no recordaba mal, la última vez que ella lo había visto fue poco antes de que Alan partiera a Polonia. ¿Qué coño pasaba aquí?

Por suerte para mí, se había quedado tan alucinada con Alan, que ni siquiera había reparado en mí, y mejor, porque yo me había quedado de «pasta de boniato ». Dos años sin verla y sin saber nada de ella, y justamente me la tenía que encontrar en aquel lugar y de aquella manera. Estaba segura de que tendría grabes pesadillas durante semanas. Y yo no era la única que se había quedado impresionada, Alan no había abierto la boca desde que me había hecho salir de aquel salón, parecía tan perdido y perturbado como yo. Corrí hasta el coche donde Carlota nos esperaba pacientemente, cuando nos vio su semblante cambió al instante.

Cuando Alan iba a meterse en coche una voz a su espalda lo llamó, no vi bien quién era, pero iba trajeado, así que supuse que sería el dueño del lugar.

-Nadia, ¿qué ha pasado? -preguntó con un nudo en la garganta-. Estás pálida.

La miré durante unos segundos.

-Él estaba ahí, según nos han dicho es un cliente habitual. - Ella asintió sin sorprenderse-. Siempre va con la misma mujer, y lo fuerte viene ahora... -Tomó aire-. Estaba en la sala de dominación.

Bufó sonriendo.

-¿Y eso te sorprende? Es un jodido loco.

-Carlota, él era el sumiso. -Abrió los ojos casi a punto de volverse del revés, vi como la expresión de su cara variaba una y otra vez-. Te aseguro que esa ha sido mí misma expresión, y hasta he pensado que se habían equivocado, no me lo creía hasta que lo he visto con mis propios ojos Carlota... Estaba atado, con los ojos vendados, y tenía los costados enrojecidos, como si le hubieran dado azotes con una varilla.

-No puede ser... -Se restregó los ojos intentando aceptar las palabras que le estaba diciendo. La entendía a la perfección, sino fuera porque yo lo había visto, me hubiera costado creérmelo-. Nadia, ¿cómo le digo yo esto a mi madre? ¡No me creerá jamás!

Agaché la cabeza y resoplé, mi cabeza había dejado de pensar con claridad.

-Yo... -susurré-. Ahora mismo no puedo pensar Carlota, pero encontraremos la forma, ¿vale?

Asintió mirándome con ternura, y justo cuando iba a preguntarme algo más, Alan entró en el coche. Sin mediar palabra, nos pusimos en marcha envueltos en un silencio que pesaba toneladas.

-No me habéis dicho quién era la mujer que estaba con él. - Nos miró a ambos-. La habéis visto, ¿verdad?

-Sí -pronunció Alan para mi sorpresa. -¿Y? ¿Quién es? ¿La conozco?

Alan resopló, así que los ojos de Carlota repararon en mí, sentí los ojos de Alan mirándome por el retrovisor, pero le ignoré.

-Carlota, ¿te acuerdas de Patricia?

-¿Tu amiga del instituto? -asentí- sí claro, ¿qué pasa con ella?

-Era... Era ella.

Carlota se volvió completamente hacia mí, ignorando el tirón que acababa de darle el cinturón de seguridad que llevaba puesto, me miraba con una cara de aprensión que me resultó graciosa.

-¿Quééé?, ¿cómo puede...? ¡Si tiene nuestra edad!

-La edad no importa en estos casos, Carlota -intervino Alan-. ¿No crees?

Ambas nos quedamos de piedra, y yo tuve que tragar saliva.

-Ya no te hablas con ella, ¿verdad?

-No, ya sabes que un día, sin más, dejó de hablarme. -Me eché hacia atrás en el asiento trasero y respiré-. Ni siquiera sé por qué.

Acarició mi rodilla con su mano, y pareció respirar más tranquila. Supongo que el tener más información del asunto, en cierta parte la había tranquilizado. Hicimos el resto del camino a casa en un sepulcral silencio; Alan estaba tan tenso, que podía notarlo incluso estando en la otra punta del coche. Cuando llegamos a casa de Carlota, Alan se detuvo y la miró con un gesto de cariño, el primero que había tenido en todo el rato.

-Carlota ¿quieres venirte a casa o que me quede contigo? no quiero que estés sola.

-Tranquila Nadia. -Acarició mi cara con cariño-. Están mi hermano y Kevin. -No pudo evitar sonreír y yo ruborizarme-. Por eso me ha llamado Daniel, para decirme que Kevin se quedaba a dormir.

Asentí intentando disimular. Después, ambas salimos del coche y nos fundimos en un largo abrazo. Cuando me lanzó una última mirada antes de adentrarse en su portal le lancé un beso al aire, que ella atrapó y guardó en su bolso. Éramos unas peliculeras, no podíamos negarlo. Me subí en el asiento del copiloto, y emprendimos la marcha a mi casa. Todo el cansancio que había tenido antes de nuestra aventura había desaparecido, ¡genial!, solo me faltaba una noche de insomnio.

Alan estaba con la cabeza en otro lugar, estaba serio, apesadumbrado, como si algo de lo que hubiera visto allí dentro le hubiera perturbado. Le concedí todo el trayecto para que pensara cómo decirme lo que había pasado, porque yo no era tonta, ni mucho menos ingenua, había visto esa mirada de Patricia; de hecho, se me había clavado en el pecho. Y si él no me daba una explicación, sería capaz de llamar a la susodicha para que ella se dignara a decirme qué narices había pasado.

Subimos a casa envueltos en el mismo silencio que nos había acompañado todo el camino. Yo entré como una exhalación deseosa de quitarme toda la ropa y darme una ducha; no sabía exactamente por qué, pero me sentía algo así como sucia. No sabía si era el desasosiego que me hacía sentir Alan, sus misterios, o todo lo que había presenciado en aquel lugar. Y ya no me refería al sexo en vivo, eso era lo de menos, sino al haber visto a aquel hombre sometido ante una mujer. Una mujer que había sido mi amiga y a la que, después de haber visto en aquella tesitura, dudaba de que alguna vez la hubiera conocido.

Me quité los vaqueros y la americana en el salón, y me dirigí al baño para encender la ducha. Cuando volví al salón, Alan estaba sentado en una silla con la mirada perdida, como iba siendo una costumbre, no entendía nada.

-Alan. -volvió la cara y me miró-. No pienso someterte a un tercer grado, ¿me vas a decir qué mierda te ha pasado allí dentro?

-Eres tú la que se ha quedado alucinada, no yo. -Fingió que sonreía, pero la sonrisa no le llegaba a los ojos.

Tomé aire mientras me infundía serenidad y calma, sabía que por las malas no le sonsacaría nada.

-Sé que has visto a Patricia, y lo más raro de todo, es que ella te ha visto a ti. ¿Cómo ha podido reconocerte, Alan?

Miró el suelo durante unos segundos, después se pasó las manos por la cara y vi algo en su expresión que no me gustó un pelo, aun así, me mantuve quieta.

-Nadia, yo... Yo no sé ni cómo, ni por dónde empezar a contarte.

-Pues por el principio, Alan.

Tomó aire, se puso en pie y me dio la espalda; se quedó mirando por la ventana a la calle que ahora permanecía desierta. Yo me quedé quieta incapaz de moverme.

-Hace dos años, a mi madre le dio un infarto; así que, cuando mi hermana me llamó, volé lo más rápido posible; gracias a dios no había sido muy grave. Por lo que, después de varios días aquí, sentí curiosidad por verte. Pasé por la cafetería de tu hermana y le pregunté por ti. -levanté la cabeza sorprendida- Le dije que no te dijera nada, y por la cara que pones sé que así fue. -Se volvió completamente hacia mí-. Ella me dijo que estabas viviendo con tu novio y que parecías feliz. Así que bueno... dejé las cosas como estaban. Supongo que no me atreví a verte feliz con otra persona. El día antes de irme de nuevo a Polonia, salí con antiguos amigos del instituto con los que había mantenido contacto por las redes sociales, en uno de los sitios de copas a los que fuimos, estaba Patricia, me alegré de verla, ya que ella me recordaba a ti, así que estuvimos hablando y hablando. Le conté que tenía una nena, le hablé de Sarah y de mil cosas más. Ella me contó que todo te iba bien, que eras muy feliz, que seguía viéndote a diario y bueno, hablamos y bebimos y...

-Te acostaste con ella -susurré mientras sentía cómo el corazón me bombeaba sangre demasiado deprisa.

-Sí. -Me miró avergonzado y le devolví la mirada furiosa.

-Alan, Patricia era íntima amiga mía. -intenté mantener la calma-. Ella ha estado con nosotros muchísimas veces mientras tú y yo fuimos novios, ¿cómo...? ¿Cómo pudiste?

-Había bebido mucho, Nadia, y ella me recordaba tanto a ti que, se me fue la cabeza.

Aparté la mirada de él, ahora entendía por qué ella había roto todo contacto conmigo, se sentía culpable, pero era demasiado cobarde como para confesarme lo que había hecho, todo estaba recobrando sentido. Y, como casi siempre que todo empieza a aclararse, yo era la perjudicada.

-¿Pasó más veces?

-No. -Le miré directamente-. Nadia, créeme que no. Iba tan borracho, que casi no me acuerdo. Ella intentó que aquello fuera a más; incluso viajó a Polonia, imagínate la que me lió Sarah cuando Patricia apareció allí sin más.

Me llevé las manos a la cara, me sequé las lágrimas que empezaban a nacerme de lo más profundo de mi ser, a decir verdad, ni siquiera sabía por qué lloraba.

-¿Sabes qué, Alan?

-Dime. -susurró sin apenas poder mantenerme la mirada. -Yo decido hasta cuándo te permito que me hieras, ese es el problema.

Y diciendo esto, me di la vuelta y me metí en la ducha. De siempre había odiado la rutina, pero aquel descontrol de emociones me empezaba a afectar seriamente; y lo peor de todo, es que no encontraba la voluntad de parar.

Había salido de la ducha envuelta en un cúmulo de extraños sentimientos; aquello me desconcertaba. Hacía muchísimo tiempo que no tenía que cuestionarme a mí misma. Con mi ex, siempre estaba claro el asunto, era un cerdo. Pero Alan era distinto, siempre lo había sido, distinto hace siete años y distinto ahora.

Mientras me secaba con la toalla -que por cierto olía a Alan-, no dejaba de pensar en Patricia y Alan, ellos juntos, retozando ¡Aggg! No podía con aquello, sentía una rabia interior que me inundaba llegando incluso a asfixiarme. Creo que, de haber tenido delante a mi ex querida amiga, después de saber todo lo que ha pasado, le hubiera dado una hostia, quizá dos. Alan era mi ex, pero ella era mi amiga, se supone que las amigas no se lían con los ex de las demás, se supone que existe un código que prohíbe esos actos, ¿no? Si fuera cualquiera de mis otras ex parejas no me hubiera importado, lo que más me dolía en sí, es que ella era sabedora de mis sentimientos hacia Alan. Me había visto esperar ansiosa sus llamadas, sonreír super feliz cuando recibía un nuevo mail, ¿cómo podía acostarse con el hombre por el que me había oído y visto suspirar año tras año?

No dejaba de darle vueltas a eso. Hay veces en las que fallamos a nuestros principios, muchas de esas veces es por amor, si al menos ella me hubiera confesado que estaba enamorada de él y no pudo evitarlo, hubiera podido entenderlo. De hecho, la hubiera comprendido, que no quiere decir perdonado; pero al menos no me sentiría tan gilipollas. odiaba sentirme así. No soportaba que me trataran de aquella manera. Luego pensaba en Daniel y Carlota y la moral se me caía al suelo. ¿Cómo podía exigir yo nada, cuando yo era la primera que estaba fallando a mi amiga? Tenía la cabeza echa un lío. No sabía cómo sentirme, no sabía si ni siquiera era normal que me sintiera tan ofendida; bueno... Normal sí era. Una íntima amiga se había acostado con mi ex, del cual seguía bastante enamorada. Eso, mires por donde lo mires, no está bien.

Después de ponerme el pijama vi que mi cama estaba vacía, cuando me asomé de nuevo al salón, vi que Alan estaba sentado en el sofá con la mirada perdida. De repente, el nudo en la garganta que parecía que se había disipado un poco, volvió a apoderarse de mí.

-Alan -susurré y se volvió hacia mí-. ¿No vienes a la cama?

Me miró perplejo, incluso me entraron ganas de reírme al ver su cara de sorpresa.

-Pensé que no querías. -Desvió la mirada al suelo-. Acuéstate tú, yo no tengo ganas. Estaré dando vueltas y no te dejaré dormir. Y créeme que lo necesitas.

-Muchas gracias por tu observación. El espejo ya se encarga de recordarme que estoy hecha un asco.

Escuché cómo sonreía, y me sentí algo mejor. Fui un momento a mi habitación, y cogí el manuscrito de los poemas; después volví al salón donde Alan seguía perdido en sus mundos, me senté a su lado y volvió la cabeza hacia mí.

-No puedo culparte por el hecho de que no me lo contaras. -Vi que tragaba saliva-. Hay cosas que yo he hecho, que tampoco te he contado y que, sinceramente, no creo que haga. Todo el mundo tenemos nuestros secretos. -Tomé aire-. Me duele que no me buscaras. Me duele que tuviera que tuviera que ser precisamente con ella, pero hay veces que la cagamos, yo soy experta en eso.

-Nadia, yo...

-No me des más explicaciones, Alan. Si no la hubiéramos visto, esto no se sabría y, quizá, hubiera sido lo mejor. -Miré hacia la ventana-. Pero creo que todo pasa por algo, no hablemos más de eso y ten. -Le tendí el manuscrito y me miró alucinado-. No creerías que te ibas a librar de esto ¿verdad? Me dijiste que me ayudarías.

Sonrió de oreja de a oreja y abrió los brazos para que me refugiara en él, apoyé mi espalda en su torso y él me rodeo con su brazo libre, aferré mis manos a su antebrazo y suspiré, prefería que no viera mi cara demasiado tiempo, enseguida notaria que seguía demasiado dolida, sentí cómo su pecho se hinchaba para respirar aire.

-Este es de Jorge Bucay, se llama La tristeza y la Furia, ¿te suena?

-Sí, aunque a Jorge Bucay más que leerlo, lo he escuchado. Suele relatar sus poemas o sus historias, tiene algo en la voz que hace que te envuelva.

-Bueno, espero que mi voz te sirva. -Sonreí sin poderlo evitar.

-Si no lo intentas, no lo sabremos...

-No seas demasiado cruel con el veredicto ¿vale? -Me eché a reír, y el besó mi cogote-. En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta. En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas... -carraspeó y empezó de nuevo-. Había una vez... Un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura, donde nadaban peces de todos los colores existentes; y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Y siguió leyendo aquel poema hasta el final, haciendo que cada palabra, se metiera muy dentro de mí. Sin poderlo evitar, me eché a llorar. Odiaba llorar delante de nadie, no soportaba que nadie viera mis puntos débiles. Pero esta vez no podía evitarlo. Lloraba por todos estos meses en los que había estado enfadada con el mundo, furiosa con todo y con todos. Y no había sido hasta ese momento, cuando me había dado cuenta de que lo que me pasaba realmente, era que estaba absolutamente triste. Triste hasta rozar lo insano, Alan me abrazó por detrás y pude sentir cómo su corazón se aceleraba.

-Nadia -susurró en mi nuca-. Por favor, no llores así... Perdóname.

Eso solo provocó que llorara con más sentimiento. En ese momento, solo era emociones, y encima, de esa clase de emociones descontroladas que hacen que parezcas una niña; osea... algo muy común en mí. Aunque procuraba que no viera nadie.

Cuando pude respirar con más normalidad, cogí aire y me volví hacia él, que me miraba con una mezcla de nerviosismo y ansiedad.

-No me has hecho nada que te tenga que perdonar, no lloro por eso -susurré mientras sollozaba.

-¿Entonces porque estás así? -Apretó mi cara con sus dos manos.

Le miré fijamente a los ojos; no podía decirle la verdad, no podía decirle que lloraba por rabia, por ira, y, sobre todo, por tristeza. Y no podía contárselo porque luego tendría que añadir que se quedara, y eso no debía salir de mi boca jamás. Pensé rápido.

-¡Porque tengo mucho sueño! -dije mientras volvía a echarme a llorar como una niña pequeña. Al contrario de lo que hubiera imaginado que Alan haría, se echó a reír con verdaderas ganas y me dio un tremendo abrazo de oso.

-Joder... Mientes de pena.

Sonreí en su nuca y le rodeé con mis brazos su duro cuello.

Supongo que había cosas que no hacía falta decirlas, esperaba que él no me leyera entre líneas. Y si lo hacía, por favor que no se fuera nunca.

Poco rato después, me llevó a la cama, sumida en un pequeño trance el cual le sirvió para librarse de que me abalanzara sobre él. Podía estar durmiéndome, y en un segundo con la libido por las orejas. Alan creía que eso formaba parte de mí, lo que aún no había entendido, es que él era el único ser en la tierra que tenía la habilidad de romperme el alma y ponerme cachonda con minutos de diferencia. Algo insólito que no me había pasado en la vida, curioso.

Amanecí con un dolor de cabeza impresionante, me despertó el calor que desprendía mi compañero de cama. Estaba dormido profundamente y le miré durante un rato, le hubiera estado mirando durante horas, pero tenía que irme a trabajar. Desde que Alan había llegado a mi vida, solo deseaba que cayeran continuas trombas de agua que me impidieran salir de casa e irme a trabajar. Pero aquella mañana amaneció como si la primavera estuviera a las puertas de entrar, y aún faltaban varios meses, miré al cielo enfadada. El clima es como la menstruación, siempre aparece cuando más inoportuna resulta, al igual que solo llueve cuando quieres que haga sol, mierda.

Me fui sin querer despertarle, no estaba preparada a responder sus preguntas. Si se atrevía a preguntarme sobre el ataque de llorera de la noche anterior, ¿le diría la verdad? ¿Le mentiría como un bellaco? Al menos, tendría toda la mañana para pensar una respuesta.

Llegué a la editorial puntual como pocas veces, hasta el conserje se sorprendió de no verme llegar con el higadillo en la garganta y susurrando «llego tarde, llego tarde». Después de encender mi correo y adelantar un poco mi faena, vi como Carlota salía del despacho de Alejo bastante relajada, hoy iba mejor vestida, no estaba como para tirar cohetes, pero tenía mejor aspecto. Conociéndola, llevaría en la oficina varias horas. Cuando Carlota no podía dormir trabajaba, y si podía venir a la editorial, lo hacía. Supongo que debió picarle de niña algún insecto que la dejó tarada para siempre, si no, otra explicación no tenía. Aunque, a decir verdad, yo también ocupaba horas no laborales en asuntos del trabajo; por unos instantes hasta me sentí la trabajadora del mes, digo por unos instantes, porque no tardé ni tres minutos en pasarme mis obligaciones por el forro y correr hacia el cubículo de Carlota, ya estaba sonriendo incluso antes de que me sentara frente a ella.

-No entiendo cómo no te despiden. -Le saqué la lengua y sonrió-. Estoy bien, no te preocupes.

-¿En serio?

-De verdad. -acarició mi mano-. Ahora que sé mejor lo que pasa, puedo pensar con más claridad, te debo una.

Me recosté en la silla sonriendo, me debía más que una. Todo lo que había originado en mí la fantástica idea de infiltrarnos en aquel lugar, no tenía precio. Aun así, no le dije nada, me callé como estaba aprendiendo a hacer últimamente.

-Así que... Ha dormido Kevin en tu casa.

-Ahá. -Fruncí el ceño.

-¿Y has podido dormir? -insistí. Levantó la cabeza y se echó a reír.

-No nos hemos acostado, estaba mi hermano, ¿acaso quieres que me mate? -Me encogí de hombros-. Daniel se durmió, y él y yo nos quedamos hablando, nada más. Aunque me hizo reír, y lo necesitaba.

Note cierto brillo extraño en sus ojos y el estómago me dio un vuelco, esa mirada, esa extraña sonrisa en los labios que hacía mucho que no veía en ella. Todo eso solo podía significar una cosa, ¡¡¡NO!!!

-¡Ay dios! Carlota. ¡Te gusta el crío!

Abrió los ojos de par en par, como si lo que acabara de decir fuera la mayor barbaridad del mundo.

-¿Qué dices? -Carraspeó nerviosa-. ¿Gustarme? ¿Tú estás loca?

-Izan diría que sí, pero en esto sé que no. ¡Mírate! Has puesto hasta esa cara.

-¿Qué cara? -La imité como pude y me lanzó una goma de borrar que me dio en la frente-. No digas gilipolleces. - Me crucé de brazos, y me quedé mirándola unos segundos; a mí no podía engañarme, pero tampoco iba a insistir. Si ella prefería pensar que no, era cosa de ella, quizá así se protegiera más-. Bueno... -Se rascó el cogote nerviosa-. Puede que un poco sí. -Le sonreí con autosuficiencia-. ¡Oye! cómo te vuelvas a reír así, te parto la boca.

No pude evitar que mi carcajada alentara a algunos compañeros que miraron en nuestra dirección.

-Lo siento, ¿y qué vas a hacer?

-¿Tú qué crees?

-¿Se lo vas a decir?

-¿Pero se puede saber qué has desayunado hoy? -Frunció el ceño y me miró asombrada a la vez-. ¿Quieres que lo espante?

-No es eso, pero si sigues quedando con él te pillarás más, y él es...

-Un crío, lo sé Nadia. Sé que para él solo soy un magnifico, estupendo y apoteósico polvo, con una diosa del sexo de 28 años, lo he sabido siempre.

Estuve unos segundos mirándola estupefacta.

-Dile a la Modestia, que ya puede volver. -Se echó a reír y me contagió-. Tú eres más que un polvo, muchísimo más. No vuelvas a infravalorarte así o la que te parte la boca seré yo.

Me miró con esa sonrisa de complicidad que hay entre amigas íntimas, esa sonrisa que dice más que cualquier palabra creada jamás.

-Nadia, me refiero a que sé que es un niño, yo solo estoy de paso en su vida. Solo soy una experiencia.

-¿Y tus sentimientos? -La miré apenada, renunciar a cosas que sientes no es fácil.

-Mis sentimientos van por libre, es algo que no se puede controlar. Supongo que ahí reside el encanto del libre albedrío, yo seré una experiencia, y él para mi será un recuerdo bonito entre toda esta mierda que está pasando en mi vida últimamente. No hay que darle más vueltas de las que tiene; además, probablemente acabe dejándome por alguna niña de su instituto, es más, seguro que hasta más jovencita que él. Una niñita delgadita y pequeña con su liso y sedoso pelo de quinceañera suelto al viento, sus camisetas de tirantes con significados que ella ni siquiera entienda, y con esos mini shorts vaqueros que están tan de moda. Por no mencionar que tendrá unas bonitas braguitas de algodón con lacitos de colores. No puedo competir con eso, no porque yo no lo valga, es porque no jugamos en mi campo, sino en el suyo.

-Bueno, puede que tengas razón, aunque yo tengo veintisiete años y tengo braguitas de algodón de lacitos.

-Tú eres caso aparte, miss Peter pan.

-Dirás Wendy, por si no te has dado cuenta, soy mujer.

-¡Vaya! Pensaba que era relleno. -Frunció el ceño-. Wendy crece, Peter Pan no. Tú eres Peter Pan, con tetas o sin ellas. -Se recostó en su silla y la miré sonriendo.

-Jamás en su vida volverá a estar con una mujer como tú, que te quede claro Carlota. Eres preciosa, inteligente y, mírate, puedes estar con el tío que te dé la gana. Has pasado las obsesiones, las gilipolleces y los rebotes que otorga la edad del pavo. Eres independiente y no te gusta depender de nada ni de nadie. Tu piel es perfecta, parece porcelana, y siempre llevas ropa interior sexy. Créeme, aunque ahora no vea lo que pierde, en unos años deseará haberse muerto por haber hecho el capullo.

-Se te ha olvidado mencionar, que soy una diosa del sexo.

-¡Por dios! Si yo soy Peter Pan. ¿Quién eres tú?

Empezamos a reírnos con bastantes ganas. sabía que detrás de toda esa charla banal sobre la probable chica que ocupe el joven corazón de aquel muchacho, era obvio que ella sentía algo más por él; el cazador cazado, uno de los mayores tópicos que hay en este mundo. Cuando iba a soltarle otra de mis lindezas, Paula apareció por nuestra sección con un paquete en las manos, me hizo señas con la cabeza y acudí en segundo y medio, bueno... Quizá unos pocos más.

-Ha llegado esto para ti -dijo entregándome una caja. -¿Qué es?

-Que mis gafas no te engañen, no son de rayos X.

Después de fingir que no me había hecho gracia su comentario, dejé el paquete sobre mi mesa y lo observé detenidamente. No ponía remitente, así que después de desempaquetarlo y abrir la tapa, vi que el contenido estaba cubierto por un trozo de seda rosa, y justo encima había un sobre blanco, estaba realmente asombrada y perpleja por aquello. Abrí con cuidado el sobre y saqué una carta escrita a mano.

«Ruego que me disculpes por haberte hecho derramar lágrimas con mi penosa recomendación del otro día, aquí te mando únicamente obras con finales felices, espero que sepa usted perdonarme y que tenga un bonito y perfecto día.

"Y es que un libro no es solo un libro. Es también, entre otras cosas, los lugares donde lo leíste, el consuelo que te dio en cada momento, la diversión, la compañía". Espero y ansío, que cada vez que coja uno de estos libros, y como dice el gran Reverte, Piense en mí, y yo forme parte de donde lo leyó, el consuelo que le dieron en su momento, la diversión y la compañía.

Atentamente

Sr Moore

Pd: Esnob con gafas.»

Me eché a reír sin poderlo evitar, ahora no me hacía falta quitar la seda rosa que cubría aquello; ya sabía qué era. Aun así, lo hice y quedé maravillada. Habría alrededor de unos veinte libros, entre ellos estaban unos cuantos, de Noe Casado, Megan Maxwell, Carlos Ruiz Zafón, Eloy Moreno y algunos más que miraría más tarde. En mi cara no cabía una sonrisa más extensa, y no pude evitar derramar unas lágrimas de felicidad. Al menos alguien en el mundo parecía pensar mucho en mí, tanto, que se había tomado la molestia de hacerme aquel precioso regalo en tan solo unas horas. Fue entonces cuando algo que no debía suceder, sucedió; las mariposas empezaron a ascender por mi estómago llegando a mi garganta, haciendo que me quedara momentáneamente sin aire.

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