Capitulo - 5
Tenía más de media hora para poderla gastar como me diera la gana, antes de que tuviera que acudir a la cafetería a encontrarme con Jacqueline y Alejo. Miré mi móvil varias veces mientras me dirigía hacia la consulta de mi amigo y psicólogo Izan, no estaba en su agenda, pero seguro que podía hacerme un hueco, o sino, al menos me entretendría con la recepcionista, menos da una piedra. Me sentí algo frustrada al no haber recibido ni una llamada y ningún mensaje de Alan, pero debía estar muy ocupado para no poder avisarme, así que hice lo posible por no comerme la cabeza.
Llegué al edificio y subí las cuatro plantas hasta que me topé con la puerta de la consulta, entonces sonó mi móvil, era un mensaje de Alan con una foto incluida, sonreí como una tonta. La foto se trataba de un cartel que informaba que Valencia se encontraba a 15 kilómetros.
«Ya casi estoy niña, ve haciendo estiramientos...»
Sonreí con ganas y me mordí los labios impaciente, realmente tenía ganas de verle, Laia me abrió la puerta sonriente, jamás había visto a esa rubia de ojos oscuros seria. Muchas veces me preguntaba qué cara tendría cuando estuviera triste o enfadada, a veces me quedaba mirando sus mofletes buscando algunas grapas que mantuvieran esa sonrisa durante tanto tiempo. Como había supuesto, Izan estaba libre, aunque había acudido sin avisar sabía más o menos sus horarios, cuando abrí la puerta Izan levantó sus ojos oscuros de su ordenador y me sonrió con ganas.
—¡Amiga! Dichosos los ojos que te ven. —Se levantó y caminó hacia mí—. ¿Te has perdido o estás en mitad de una crisis?
—¿Me ves aspecto de estar en crisis? —Nos sonreímos y me dio dos besos—. Pregúntame dentro de cinco minutos.
Se echó a reír y se movió por su amplio despacho, le seguí sin quitarle ojo. A veces me sorprendía observando lo guapo que era mi amigo, después me daba cuenta de que lo conocía demasiado, y que gracias a eso aún me costaba el doble fiarme de los hombres; no porque mi amigo fuera malo, pero era extremadamente sincero y casi siempre, por no decir siempre, acertaba, puede que fuera porque yo siempre había elegido al mismo tipo de maleante, la cuestión es que le tenía como a un sabio, y no porque fuera psicólogo precisamente.
Sentó su bonito cuerpo en el diván y yo me senté en el sillón que habitualmente ocupaba él.
—¿Un día duro?
—Unos meses duros, más bien —susurró recostándose—. ¿Crees que hice bien al comprometerme? Todavía dudo de que pueda estar enamorado más de un año seguido.
Me encogí de hombros.
—Hombre, si Nerea ha conseguido lo que ninguna otra, será por algo.
—Si me estuviera precipitando, me lo dirías ¿verdad? —Me miró fijamente y respiré.
—Te estás precipitando, Izan.
Me miró durante unos segundos y se echó a reír.
—Bobadas, alguna vez tendré que sentar cabeza.
—Si no escuchas mi opinión ¿para qué narices me la pides?
—Para barajar opciones. —Me guiñó un ojo y le lancé un pequeño cojín que estaba a mi lado—. ¿Algo interesante en tu vida?
Me recosté en el sillón y desvié la mirada hacia mi bolso, después le miré de nuevo.
—¿Recuerdas la murga que te di con Alan?
—¿Alan? —frunció el ceño—. ¿Alan tú ex?
—El mismo.
—Como para olvidarlo, ¿Qué pasa con él?
—Está en mi casa. —Me miró sin pestañear.
—¿Qué?
Después de un interrogatorio de media hora, me miraba sorprendido a la vez que curioso. había conseguido llamar su atención con el asunto del Señor Moore, y lo había dejado sin habla cuando le había descrito casi a la perfección el arranque pasional de Alan. Si algo bueno tenía Izan, es que comprendía mi desorden mental, y sabia sacarle partido, puede que fuera porque él sufriera el mismo que yo. Aunque si era así, aún no lo había confesado.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó a lo que yo me puse en pie.
—Ahora, irme.
—¿Qué? ¡no! —se levantó y me siguió por toda la estancia—. No puedes irte y dejarme a medias.
Me paré en seco y me volví echándome a reír.
—Yo nunca dejo a medias, no me ofendas.
Me encaminé a toda pastilla hacia la cafetería. Con todo el tiempo que había tenido, acabaría por llegar tarde a la cita con mi jefe y su «otra» pupila. Cuando llegué solo estaba Alejo, supe que había acabado de llegar porque estaba quitándose su perfecto abrigo, sonrió en cuanto me vio aparecer.
—¿Qué tal tu día de novillos?
—Me debéis unas horas, además. Te lo debía después de que me hicieras ir de mensajera, sabes que te lo gané al trivial.
—Lo sé. —Se disculpó inclinándose y le sonreí—. Te compensaré, palabra.
Iba a preguntarle qué era lo que había pasado para estar tan decaído, cuando Jacqueline entró como una exhalación, llevaba un papel en sus manos que dobló y guardó en su bolso, poco después se sentó con una sonrisa de oreja a oreja.
—Tienes cara de haber hecho algo impresionante, desembucha.
Sonreí ante el descaro de Alejo, Jacqueline me miró negando con la cabeza mientras sonreía.
—No he hecho nada impresionante, pero sí he conocido a alguien impresionante. —Su editor y yo la miramos expectantes, aunque en el último segundo desvió sus ojos hacia mí y los afiló, poniéndome nerviosa—. ¡Acabo de conocer al señor Moore!
Me llevé las manos a la boca a la vez que daba un bote en mi silla, Alejo nos miraba como si aquello fuera un chiste, ya que era el único de los tres que no tenía ni pajolera idea de a quién se estaba refiriendo, por lo que frunció el ceño y nos miró a las dos para intentar descifrar algo.
—¿De quién habláis? ¿Quién es el señor Moore? —Jacqui me miró alzando una ceja divertida.
—¡Jacqueline por tu madre, dime como es! —Ella se echó a reír al ver mi entusiasmo—. ¡Oye! no te rías de mí y contéstame.
—¡Vale ya las dos! ¿Queréis dejar de jugar a ignoremos al gay? Me reí a carcajadas sin poderlo evitar, aunque no podía evitar sentir ciertos nervios en el estómago, Jacqueline había conocido al señor Moore y eso necesitaba una explicación por su parte.
—El señor Moore, es el seudónimo que usa el escritor del libro que le recomendé a Nadia. —Alejo asintió y yo me puse más nerviosa al ver que se tomaba su tiempo—. Por lo visto, ella ha quedado tan fascinada como yo.
—¿Así que estás así por eso? —Levantó una ceja y me miró perplejo—. Vaya... Quizá debería ascenderte, te tomas con mucho entusiasmo tu trabajo, vaya que sí.
Jacqui y Alejo se estaban riendo, mientras que mi paciencia iba abandonando mi cuerpo poco a poco.
—Nadia ha mantenido contacto con él vía mail. —Levanté mi cabeza sorprendida y fijé mis ojos en los de Jacqui, que miraba sonriendo a Alejo—. Me lo ha contado, espero que no te importe. —negué con la cabeza—. Entiendo que esté emocionada con él, cuando leas su manuscrito tú mismo te volverás loco, o bueno, más loco de lo que ya estás, si eso es posible.
—Me temo que no — susurré sin intención de que él me escuchara, pero lo hizo—. Y dime Jacqui ¿cómo es él?
Sonrió por una broma que solo sabía ella, y eso me hizo sentir algo incomoda, ¿Le habría contado con todas las palabras la conversación que tuvimos? La verdad que no había sido para nada una conversación profesional, o por motivos de trabajo; más bien, había sido algo extraño sin denominación existente, o quizá sí tenía una denominación y huía de ella.
—Bueno es... —frunció el ceño—. Es... bueno, a decir verdad, parecía un esnob. —Me llevé las manos a la boca y me empecé a reír a carcajadas—. Vale, esto es una broma entre los dos, ¿Verdad?
—Me temo que sí.
-Ahora entiendo por qué me ha dicho «descríbele cómo voy, no quiero que se decepcione» —me sonrió y no pude evitar pensar en que el señor Moore, parecía más divertido de lo que yo me había imaginado—. Le caes bien Nadia, y por lo visto, es mutuo.
Iba a contestarle cuando Alejo me interrumpió.
—¿Y para qué quería verse contigo?
—Insistí mucho para que quedáramos a tomar algo. Llámame loca, pero tenía que ponerle cara al creador de esas palabras. Y después de la pataleta de celos que pilló Klaus, no podía desaprovechar la oportunidad.
—¿Y es guapo? —Jacqui me miró y evité su mirada. Alejo era quien había preguntado, ¿Por qué me miraba a mí?
—La verdad que, sí. —Y lo de disimular se me fue al carajo—. Es atractivo, tiene un magnetismo raro... No sé, pero es atractivo, bastante además. Pero es un hombre normal a la misma vez, ni siquiera sé explicar cómo es.
—Pues hermosa, eres tú la escritora. Si tú no puedes, apaga y vámonos.
Sonreí ante el comentario de Alejo, y mi cabeza se puso en funcionamiento.
—¿Qué quieres que te diga? —se encogió de hombros—. Era extrañamente atrayente. Puede que yo esté como una pandereta, que también, y que el embarazo me altere algunas cosas, que seguramente sea así; pero ese hombre tiene algo, algo distinto.
—¿Lleva gafas? —pregunté incluso antes de haber decidido mentalmente hablar.
—Sí.
Sonreí para mis adentros. Le hubiera atiborrado a preguntas, pero no quería descubrirme en exceso. Yo entendía a la perfección lo que era sentirse atraída hacia un escritor o escritora. A mí personalmente me había pasado en concreto con la mismísima Jacqueline, recuerdo que todo de ella llamaba mi atención y que me gustaba saber cómo era, y todas esas cosas, y con el señor Moore me pasaba algo parecido. Aunque si debía ser sincera, con él era otra especie de atracción añadida. Alejo me dijo que él denominaba esa atracción como «chispita», dice que pocas veces se siente eso; pero cuando se siente, uno de los efectos es que quieres saber cada detalle de la vida de ese escritor. Te sientes tan identificada que necesitas saber el porqué de esa conexión, y cuando la persona con la que sientes la «chispita» es del sexo opuesto, se genera un morbo de doble filo, porque pensamos, ¿será tan pasional como describe a sus personajes? A veces pensaba que sí, otras veces creía que tiraban de muchísima imaginación. Había leído manuscritos que me habían puesto cardíaca y al ver a los autores me había venido abajo.
Por ejemplo, me costaba horrores imaginarme a Sylvia Day escribiendo esas increíbles escenas de sus libros de la serie «Crossfire» de la cual era fan, tenía una cara tan dulce que no podía creer que no hablara de flores y piruletas, y la verdad, es que era de esas escritoras que conseguía ponerme la piel de gallina y la libido por las nubes. Esa mujer debía tener una vida sexual digna de una diosa, después de leer sus palabras no me la imaginaba haciendo un triste misionero. Resoplé, ya estaba yo y mis pájaras mentales sobre la vida sexual de los escritores, ¿Qué podía hacer? Se había convertido en un fetiche que compartía con Carlota, ambas cotilleábamos sobre esas cosas, éramos unas cacatúas morbosas.
El resto de la tarde pasó entre chácharas. Alejo nos resumió en varias cervezas su nuevo fracaso amoroso, y yo resoplé por no poder serle sincera. Alejo no se merecía fracasar tantas veces, pero la culpa era suya por fijarse siempre en el mismo perfil de chico, algo parecido a lo que me pasaba a mí, pero elevado a la enésima potencia. Pero en el fondo le encanta el melodrama y el romance, y le encantaba sufrir esos tres días por amor; hasta que otro caballero andante le hacía olvidar al anterior. Se enamoraba y desenamoraba con la misma asiduidad con la que yo me cambiaba de ropa interior, Jacqui y yo nos mirábamos mientras nos conteníamos las ganas de echarnos a reír. Después de aquello y de sentir que había bebido demasiado me encaminé a casa, Alan me había mandado un mensaje, había hecho una pequeña parada a unos pocos kilómetros de la cuidad para visitar a sus padres, sonreí al ver la foto que me mandaba con su madre, Maru era una mujer bajita con el pelo a melena moreno, siempre me cayó bien, y yo a ella; no podría decir lo mismo de la madre de Carlos, pero aquello era otro tema.
Caminando hacia casa se me ocurrió una idea, sonreí para mí misma. Leer tanto tenía sus beneficios, uno de ellos era que la mente morbosa se desarrollaba a niveles insospechados, compré sushi y corrí hacia mi casa, llegué en una exhalación y después de vaciar la mesa del salón serví la cena por los laterales de la mesa, dejando un hueco en el centro, me relamí al pensar la cara que pondría cuando me viera. Poco después me metí en la ducha y me duché a conciencia, después me recogí de nuevo el pelo en un moño alto y me froté una de mis cremas corporales con esencia de vainilla, ya estaba lista y ansiosa, más lo segundo que lo primero, nunca podría estar del todo lista para Alan.
Salí al salón completamente desnuda y me paseé sin saber en qué podría entretenerme, Alan no tardaría en aparecer, pero entonces me di cuenta de que el tiempo se había parado, el minutero no avanzaba una mierda y ya estaba al borde de la locura cuando decidí cotillear mis mails. Mientras se iniciaba la sesión me di cuenta de que había dejado la funda de las gafas que me había dado Klaus sobre la mesa del ordenador, me recosté en la silla y las miré levantando una ceja, toqué la funda de piel y me imaginé a un hombre moreno, atractivo, frente a su ordenador perdido entre mil cosas, creando magia y sonreí inconscientemente.
Cuando abrí los ojos me di cuenta de que estaba acariciando la montura con delicadeza, así que a la misma vez que se inició sesión por completo, yo me puse aquellas gafas que costaban más que casi todo mi armario, y puede que más que el ordenador que estaba usando, eso seguro.
No sabía qué pinta podía tener, allí desnuda frente al ordenador y con unas gafas enormes y sin cristales, pero me sentí bien. Estaba borrando unos correos de publicidad cuando un sonido me avisó de que había recibido un mensaje por el Skype. Cuando abrí la ventana con los dedos temblorosos mi sonrisa se ensanchó.
—¿Ya ha llegado de sus cervezas con Jacqui y su jefe?
—¿Acaso me espía señor Moore? —Me mordí los labios para no reírme, como si acaso el pudiera verme.
—No, pero tengo mis confidentes señorita Nadia.
—¿Ha quedado con Jacqueline para saber de mí? ¿Debo de preocuparme?
—Quizá debería preocuparse, pero le aseguro que la cita con la señorita Amorós ha sido estrictamente profesional,
—Mañana les entrego a mis jefazos su manuscrito, estoy segura de que en breve se pondrán en contacto con usted.
—Muchas gracias por lo que está haciendo, Nadia.
—A mí no me las de, déselas a su cabeza que es la que tiene el talento.
—Oh tranquila, ya lo hago a menudo.
Me eché a reír, y acaricié la montura de mis gafas sin darme cuenta.
—¿Está escribiendo algo nuevo, señor Moore?
—Sí, o al menos eso intento. Jacqueline me ha enseñado cómo enfocar mejor las ideas locas que tenía en mi cabeza.
—¿En serio?
—Como que la noche es oscura —solté un soplido de admiración.
—¿Y le ha dado muchas ideas?
—Sí, una de ellas, es que escriba con la música que me llene el alma.
Cierto, eso era de Jacqui sin duda alguna, miré un momento la pantalla y torcí la cabeza.
—¿Qué música escucha ahora mismo?
—Joaquín Sabina, la canción «La rubia de la cuarta fila» se la recomiendo sin lugar a duda, por cierto, ¿Qué hace usted?
—¿Yo? —me recosté en la silla, ¿Le diría la verdad?—. Estoy esperando a que vuelva el invitado que se está quedando en mi casa.
—¿Vestida? —Solté una carcajada.
—¡Señor Moore, por dios! ¿Quién se ha pensado que es usted para hablarme así? Desnuda, por supuesto, no se atreva a ofenderme.
No me escribió en unos segundos en los que la risa se me había ido.
—¡La madre que la parió, Nadia! ¡Qué susto me ha dado! Pensé que la había ofendido, y ahora que lo releo, es cierto que podría haberse ofendido. No piense que soy un pervertido, que en realidad sí lo soy, pero no con desconocidas. Suelo tener ese sentido del humor con mis amigas, de verdad siento haberme tomado un exceso de confianza, pero es que me cae bien, y me sale solo.
—No exagere Moore. Compartimos pues, el mismo sentido del humor, ya que he empezado a reírme en cuanto me ha hecho esa pregunta, siéntase con toda la confianza para bromear, de verdad se lo digo, usted no me incomoda. Y la que se va a tomar un exceso de confianza ahora soy yo. ¿Sería muy atrevido pedirle que me adelante algo de lo que está escribiendo? un trozo, aunque sea.
Crucé los dedos nerviosa deseando que me dejara caer algo de su nueva obra de arte. Cuando vi que su «escribiendo» se alargaba en exceso, supe que iba a adelantarme algo y sentí mil mariposas por el estómago. Me miré las uñas, los brazos, bailé una danza con las piernas y me masajeé el cuello dado que lo tenía extremadamente tenso.
—«...¿Qué puedo decirte cuando te miro y el cielo se me ilumina? Me miras unos segundos y me ignoras de esa manera tan forzada, que me hace ver que te importo, aun así, muero por pasar mis dedos por tu cabello y decirte cuánto me importas. Pero las palabras se me quedan en mitad de ningún sitio, cobardes, miedosas de tu rechazo. Y aquí me tienes, loco de amor por ti, perdido en recuerdos que revivo para sentir que no te has ido del todo, culpable de desearte hasta la saciedad y feliz de que seas mía las horas en las que soy dueño de ti. Horas que se vuelven losas cuando te despides y te vas, mientras miro tu suave y delicada espalda alejarse de mí y me quedo pensando ¿Dónde me lleva esto? ¿Sentirás lo mismo que yo cuando nuestros cuerpos son uno?
Revivo cada uno de tus besos, y paso mi lengua por mis dientes pudiendo sentir todavía el tacto de tus labios en ellos, ¿Cómo llegar a ese joven corazón ávido de nuevas experiencias? Pero aquí me tienes, sentado a pocos metros de ti, disimulando con toda mi alma que no me importas, disimulando que cuando salga por esa puerta no esperare ansioso tu llamada, para perderme una vez más en ti, y en el engaño que me supone saber que mientras yo hago el amor a tu alma, tú te entretienes con este saco de piel y huesos...».
Es un extracto de lo último en lo que estoy trabajando, trata de un médico que se enamora de la mujer menos indicada, y siendo incapaz de abrir su corazón, escribe lo que siente en una libreta que encuentra su mejor amiga, quien, casualmente, está locamente enamorada de él, así que ella empieza a escribir lo que siente por él justo por el otro lado de la libreta, pero él de momento no se da cuenta... y le acabo de arrear un spoiler de cuidado.
Sonreí mientras volvía a retomar el aliento, todo lo que ese hombre escribía tenía la facilidad de llegarme al alma, y no sabía si era porque podía meterme cien por cien en su cabeza al leer esas cosas, o que sin querer se había establecido una conexión especial, y en ese mismo instante había conseguido entristecerme.
—Me ha dejado sin saber qué decir... Es increíble, sin duda tiene un don, y no se preocupe por el spoiler. Cuando lo hablas con un editor, eso no cuenta, de verdad que es increíble.
—Gracias Nadia, pero usted es fan mía, no es objetiva del todo.
Y del mismo modo que me había llevado al estado de tristeza con ese párrafo, ahora me hacía sonreír, era como una veleta, era como yo.
—No sea presuntuoso. ¿Quién le ha dicho que soy fan suya?
—Hay cosas que no hace falta decirlas, Nadia.
—Creído.
—Presente. —Me reí con ganas.
—Señor Moore, ¿De verdad siente eso que ha escrito?
—¿Qué puedo decirle señorita? Soy esclavo de mis palabras.
—¿Y qué va a hacer?
—Como dice Paul Newman, en mensaje en una botella, «Siempre nos queda el mañana», adoro ese libro, por cierto, la película no está mal, pero, el libro es... ¿Se lo ha leído?
—La verdad que no, es de Nicholas Sparks ¿Verdad?
—Exacto Nadia, cuando tenga un hueco, haga el favor de leerlo, ya me dirá qué le parece.
Cuando iba a contestar recibí un mensaje de Alan, había aparcado y ya subía, miré la pantalla sonriendo, deseaba ver a Alan, pero no quería despedirme del Señor Moore, aun así, la vida se basa en decisiones, así que tecleé lo más rápido que pude.
—Mañana mismo le echaré un ojo, ahora debo dejarle. Como siempre ha sido un tremendo honor haber hablado con usted.
—Ídem, señorita Nadia, cuídese mucho.
Iba a responderle cuando la puerta se abrió, solo el tintineo de las llaves en la cerradura me puso nerviosa. Cuando levanté la cabeza sentí que el corazón se me hacía grande por instantes. Entonces aquellas palabras de ese mago de las letras empezaban a tomar un sentido más patente, y sentí como si algo en mí se resquebrajara poco a poco, para después volver a componerse, ¿Qué significaba todo aquello? Pero no solo era yo la que se había quedado petrificada, él me miraba desde la entrada con los ojos de par en par.
—Dios, Nadia. —Sonreí y me puse de pie sin apartar los ojos de su cara, y eso me resultaba bastante difícil ya que llevaba ese prefecto abrigo que conseguía ponerme la piel de gallina, me moví contoneándome hasta que una sonrisa cegadora relajó sus ojos—. Me encanta que me recibas así —dijo acariciando con su dedo índice mi cuello, mientras lo bajaba despacio.
—En teoría, yo debería haber estado sobre la mesa. —Me encogí de hombros—. Pero me has pillado a mitad.
—Niña, si esto es pillarte a mitad, quiero esta mitad el resto de mi vida.
Me eché a reír y le acogí entre mis brazos cuando se lanzó como un poseso hacia mí, quería ignorar con toda mi alma sus palabras «quiero esta mitad el resto de mi vida», porque no podía evitar sentir que aquellas palabras para mí, tuvieran un significado mucho más importante que para él.
Cuando me levantó le rodeé con mis piernas fuertemente. Me besaba con pasión, con fuerza, con tanta pasión que nuestros dientes chocaban una y otra vez, se dejó caer sobre el sofá, de manera que yo siguiera a horcajadas sobre él. Cuando dejamos de besarnos unos segundos hice el amago de quitarme las gafas cuando él me detuvo.
—¿Y esas gafas?
—Un regalo. —Sonreí acariciándole las mejillas—. ¿Te gustan?
—Y tanto, no te las quites.
—Vicioso.
—¿Estás segura de que soy un vicioso? —dijo levantado una ceja, a lo que me eché a reír.
—Como que la noche es oscura.
Cité al Señor Moore sin darme cuenta, miré a Alan intentando ocultar cierto sentimiento de culpabilidad que me hacía sentir aquella situación. Estaba volviéndome loca, más loca de lo que ya estaba de normal. Alan sin embargo me sonrió como si nada pasara, y después de apretar mi cara con sus manos me besó dulcemente, haciendo que pudiera sentir el latir de su corazón en sus labios. Sentí que empezaba a volar, toda mi piel se erizó con ese gesto y me vi inmersa en un cd de boleros de Luis Miguel.
Cuando hizo el amago de quitarse el abrigo sin despegarse de mis labios frené en seco, frunció el ceño y me lamí los labios nerviosa.
—No, no te lo quites.
—¿Qué? —susurró entre risas.
—Déjatelo puesto —dije mientras le besaba el cuello, y desabrochaba su cremallera que ya estaba a punto de explotar.
cuando sentí esa parte de él que me volvía loca, dura entre mis manos, la retorcí haciéndole suspirar y gemir de desesperación, lo tenía en mis manos –y nunca mejor dicho–, metí mis dedos entre los huecos del sofá donde había dejado varios preservativos escondidos «por si las moscas.» Daba gracias a mi increíble intelecto, por mi anticipación, se lo puse rápidamente.
—Tenías muchas ganas de verme, ¿verdad? —alzó una ceja y le sonreí.
—¿Yo? No sé por qué dices eso.
Se echó a reír y me moví sobre él hasta que lo sentí completamente en mi interior. Hay veces que hacemos el amor de manera mecánica, sin implicarnos demasiado, el deseo apremia y el placer es lo único que ansiamos; pero cuando lo sentí en mí completamente y vi su cara rota de placer, sentí que en ese instante el mundo tomaba un nuevo rumbo. Empecé a moverme despacio, sin querer perderme cada detalle, empecé a sentir cómo mi cuerpo emanaba oleadas de calor, y no solo porque su ropa me daba calor a mí, sino que verle esa deliciosa cara. Ver cómo se contenía por no moverme más rápido dejándome disfrutar a mí. Aquello producía un sobrecalentamiento que me llevaba casi a la locura; entonces, y para alivio suyo, me moví algo más rápido, hasta que ambos caímos presas del clímax.
Dejé caer mi cara en su pecho y respiré suavemente volviendo en sí.
—¿Te ha gustado? —pregunté susurrando.
—Muchísimo, estaba muy ansioso de ti.
—¿En serio?
—Como que la noche es oscura, niña.
Me quedé de piedra en ese instante, ahora no solo yo citaba al Señor Moore, sino que se lo había pegado a Alan. Él, ajeno a mi barullo interior, me apretó contra su pecho y besó mi cabeza, e intenté ignorar que me había puesto la piel de gallina escuchar las palabras de ese mago, en la voz de Alan.
Poco después devoramos el sushi en un agradable silencio, Alan comía como si no se hubiera alimentado en un mes, yo me limitaba básicamente al arroz con el salmón y un poco de soja. Me hubiera vestido, pero el pervertido de mi compañero de piso –temporalmente–, me había obligado con una placentera oferta a seguir desnuda. Mientras Alan iba a por más bebida, yo había ido a guardar la montura de las gafas en su funda, después las dejé bien colocadas en uno de los cajones de mi habitación, sentía como si fuera un tesoro que debía permanecer oculto. Si las perdiera, sentiría que había perdido algo de mucho valor, y ya no solo porque fuera un regalo de Klaus, sino que era más bien un objeto con un toque sentimental, «pájaras de las mías...», cada vez que mirara esa montura pensaría en estos días, en Alan y en aquella noche y, como no, en el Señor Moore. Siempre me acordaría de ese libro, y de todo lo que sentí al leerlo. Era como guardar un paquete de fotos al que recurres cuando estas melancólica. Tenía la creciente idea de que los objetos guardan las energías, y siempre que lo necesites puedes recurrir a ellas para que te animen un poco. Desde luego, la energía de aquel objeto siempre seria agradable. Estaba mirando la nada, cuando sentí la penetrante mirada de Alan, ¿Sabría lo que estaba pensando?
—¿En qué piensas?
Fijé mis ojos en los suyos y sonreí. No estaba dispuesta a hablar más de la cuenta, y la verdad que tampoco tenía nada importante que decir.
—En nada importante.
—Vamos... —Suavizó su gesto y me fijé en lo perfecta que era su mandíbula y sus facciones. Suspiré inconscientemente—. Deja de mirarme con adoración, y dime eso que te ronda la cabeza.
Le miré sonriendo, tenía un deje de prepotencia que me ponía a mil, pero sabía que detrás de toda esa potente personalidad, ocultaba una parte sensible que se forzaba en ocultar, no era difícil notarlo, al menos para mí, aunque siempre me había considerado bastante intuitiva.
—Háblame de Sarah. —Me di cuenta de cómo se descompuso su cara en aquel momento —. No pongas esa cara, tú eres el que quería que te contara lo que me ronda por la cabeza, y es ella quien me ronda en la cabeza.
Su cuerpo se tensó e irradiaba nerviosismo. Un nerviosismo contagioso que me provocó que empezara a mover las piernas en un movimiento involuntario.
—¿Por qué las mujeres sois tan... así?
—¿Tan así? —Resoplé indignada—. ¿Así como?
—Analizáis todo al milímetro, no dejáis estar las cosas como están, siempre queréis saber más, cada detalle, cada cosa, ¿Por qué no os conformáis con una sencilla explicación?
Miré mi salón como si buscara una cámara oculta, ¿Pero de qué iba?
—¡Ey! Relájate Superman, no estoy pidiéndote que me des ningún detalle importante, solo te he dicho que me hables de ella, no te estoy preguntando un jodido secreto de estado.
Se recostó en el respaldo de la silla, y me miró mientras hacía fuerza con la mandíbula, que segundos antes había adorado pero que ahora me moría por partirla de un golpe ¿Pero qué mierda le pasaba? En lugar de intimidarme, lo único que consiguió fue que mi curiosidad creciera a niveles alarmantes, y muy a mí pesar, dolorosos.
—Háblame de Carlos. —Abrí los ojos de par en par—. Seguro que es mucho más interesante.
—¿Cuántos años tienes Alan? —Me puse de pie y noté cómo miraba mi cuerpo—. Mira ¿Sabes qué? No me cuentes nada, me importa una jodida mierda tú y tu vida, allá con tus historias, no voy a rogarte como una mendiga, me voy a dormir.
Acabar picada con él, era lo último que necesitaba. Había intentado no enfadarme, pero me costaba horrores que evadiera preguntas, ¡joder! No le había pedido que me la describiera al dedillo, solo quería ver qué cara ponía al hablarme de ella, pero verle cerrarse de aquella manera con solo escuchar su nombre no hacía más que ponerme sobre aviso. si simplemente me hubiera dicho, «era simpática, guapa y divertida...» me hubiera valido, o bueno, quizá no. Probablemente me hubiera dado un ataque de celos y le hubiera arrancado los ojos, para después acabar con una mini crisis a causa de una grave falta de seguridad en mí misma. Sí, era demasiado melodramática, por no decir que sentía un peculiar asco por esa chica y todo lo que tenía que ver con ella.
Me vestí rápidamente y me metí en cama entre triste y enfadada. Sentía que estaba encima de un precipicio y vacilaba a la pata coja justo en el borde, sentía presión en el pecho y una sensación de cansancio absoluto, ¿podían unos días sobrecargarme tanto? Pues lo cierto era que sí. Después de dar unas quinientas vueltas más o menos, me quedé quieta en la cama. Cuando había conseguido relajar los nervios, escuché a Alan entrar en la habitación, le hubiera gritado que se largara, pero no quería que supiera que me había alterado tanto como para no haber podido pegar ojo. Pensé que iría a por algo y volvería de nuevo a la habitación que le había dejado –la cual casi no había usado–, pero nada más lejos de la realidad, se quitó la ropa, la dejó sobre el diván y se metió en la cama.
Mi cara era un auténtico poema, pero dado que le daba la espalda no podía verme, aunque estaba segura de que irradiaba tensión por los cuatro costados. Sentí que se arrimaba a mí y en cuestión de segundos me tenía atrapada entre sus brazos, sentí su nariz entre mi pelo y resopló en mi nuca.
—Conocí a Sarah unos meses antes de decidir irme a Polonia, me la presentó la novia de Emil, ¿Le recuerdas? —Asentí, Emil era un chico polaco que estaba trabajando como traductor aquí en España, conoció a Alan en el gimnasio y se hicieron amigos casi de inmediato—. Su novia solo se relacionaba con gente de su país ya que no tenía ni idea de español. Sarah era amiga de ella, ambas estaban aquí temporalmente, yo aún me acordaba mucho de ti, pero pensaba que tú ya no sentías nada importante hacia mí. Me contabas que salías y entrabas y siempre estabas feliz, y me repateaba que me dijeras de quedar a tomar un café, joder Nadia... Me costaba horrores el pensar que tendría que sentarme delante de ti y soportar que sonrieras sin que yo pudiera besarte. Sarah y yo empezamos con lo típico, tonteos, mensajes, quedamos, nos liamos y empezamos a salir, me propuso irme con ella y yo me enteré de que estabas saliendo con otro chico. —Tragué saliva—. Me dolió el hecho de que no me lo hubieses contado, pero después lo entendí, yo tampoco te había hablado de Sarah y estaba con ella casi a diario, así que...
—¿Por qué? —Le interrumpí—. ¿Por qué no me lo contaste?
—Por lo mismo que tú no me hablaste de Carlos. —Me apretó a él—. Evitaba cualquier cosa que te alejara del todo de mí. Parpadeé varias veces, pero no dije nada. Por lo que me daba a entender, él me seguía queriendo, entonces todo dejaba de tener sentido, el tiempo separados, el no quedar... todo eso no tenía sentido, yo disimulaba por que no veía reciprocidad en él, y ahora él me soltaba la bomba de que nunca me había olvidado, ¿Qué narices habíamos estado haciendo?
—No era fácil para mí Nadia, mi vida en aquel momento no era fácil, y, cuando por fin me había decido a marcharme, me mandaste ese mensaje en el que me expresabas con tanta claridad que seguías queriéndome. Me bloqueé, no tuve valor a verte antes de irme, porque si me sentaba delante de ti y recordaba lo que era volver a tenerte cerca no podría irme, así que ignoré tu mensaje y me fui. Apenas duré un mes allí sin ponerme en contacto contigo, y la verdad que muchas veces escribía mensajes que luego borraba; me sentía demasiado abatido como para soportar que lo ignoraras, aunque me lo mereciera, pero una noche te lo envié, y en menos de tres días ya me habías respondido y me sentí menos solo. Sarah era buena chica, tiene mucho carácter, pero había un problema, y es que ella no eras tú y eso era una jodida tortura. Aun así, ya estaba allí, me habían concedido una beca, me habían facilitado un piso, y estaba construyendo una nueva vida allí. No podía volver ni aunque lo deseara con toda mi alma, una noche me dejé el correo abierto por error y vio bastantes mensajes nuestros, ese día no dijo nada, pero...
—Pero...
—A los dos meses de estar allí me dijo que estaba embarazada. —Me volví de repente y me incorporé con el corazón a mil.
—¿Tienes un hijo?
Se incorporó y se puso a mi altura, su cara parecía de porcelana, no dejaba entrever ninguna clase de emoción, todo lo contrario a mí, que mi cara era todo un poema de Jaime Sabines.
—Una hija —pronunció casi sin parpadear, y yo sentí que mi cuerpo caía en un pozo hondo, mis entrañas hicieron explosión y sentí que mi pecho se abría—. Tiene tres años.
Me levanté de la cama con el corazón en un puño, ni siquiera podía llorar, era un sentimiento mucho peor el que me embargaba, que me impedía siquiera mostrar cualquier emoción.
—Pero... no puede ser. —Le miré—. No me has hablado de ella en estos días, ni siquiera me mandaste un mensaje cuando nació o cumplió su primer año, cómo puedes, ¿Cómo tienes el valor de no hablarme de tú hija? —Levanté la voz, pero él ni se inmutó—. ¡¡Por dios, Alan! ¡Es tu hija! ¡Debería haber sido lo primero en contarme!
—Lo sé, pero primero quería esperar. —Me miró de arriba abajo—. Quería encontrar el momento justo para hablar de ello, Nadia.
Empecé a dar vueltas por la habitación intentado procesar las cosas, y de repente lo entendí todo, cuando Alan dejó de hablarme fue cuando se enteró que iba a ser padre, ella esperó hasta saber que estaba embarazada para ponerle aquel ultimátum y él... él accedió, por eso jamás supe nada en tanto tiempo, por eso apenas hablaba de sí mismo.
—¿La quieres?
—¿A quién? —susurró con voz ronca. —A tu hija.
—Ella es toda mi vida, Nadia, ¿Cómo puedes hacerme esa pregunta? —Por primera vez parecía indignado.
—Quizá porque no actúas como un padre normal.
—Hay cosas que no sabes.
—Y por ahora, prefiero no saber.
Me metí en el baño con una mezcla confusa en el cuerpo. Había pasado mucho tiempo, ya no le conocía, no podía enfadarme por no ser el Alan que yo conocí; pero mi parte egocéntrica se resistía a creer que yo no hubiera sido alguien especial. Para mí también había pasado mucho tiempo, yo había tenido muchas vivencias y sin embargo él había estado en mi corazón de manera especial. Si hubiera tenido una noticia así de importante y él se hubiera puesto en contacto conmigo, se lo hubiera contado.
Una noticia así es muy importante como para ignorarla, y lo que más me dolía es que había estado tres días conmigo, y no había sacado el tema, ni siquiera sabía qué pensar. Yo tenía dos sobrinos y siempre presumía de ellos orgullosa, llevaba la foto de mis pequeños allí donde yo fuera, si yo actuaba así siendo mis sobrinos, ¿cómo podía Alan no hacer mención de su propia hija? Estaba muy enfadada, y lo que más me corroía era el saber que esa hija era también de esa tipa, la odiaba y ahora con muchas más ganas. Me senté sobre el lavabo y me llevé las manos a la cabeza, había un pensamiento que me rondaba la cabeza una y otra vez, y era el hecho de que sabía que esa lo había hecho aposta. Está claro que siempre puede haber accidentes, pero en la época en la que estamos hay menos probabilidad de que te pase, ya que hay muchos medios para evitar una cosa así, yo había estado con Alan un año y medio y no había tenido ningún susto y ella en cuestión de tres meses ¿Se queda embaraza? ¡Ja! y lo que más hacía hincapié mi cabeza, era en lo que él había dicho, que quizá se le había pasado por alto; cuando vio nuestros mensajes, no dijo nada... ¿Cómo que no había dicho nada? ¿Quién puede leer esas cosas y no decir nada? La cabeza me iba a tres mil, intentaba tener un pensamiento y mantenerlo unos segundos, pero sin poderlo evitar se me agolpaban varios a la vez, haciendo que me fuera imposible hacer otra cosa o pensar con un poco de claridad, odiaba ese sentimiento de aturdimiento.
Me fijé que sobre el mueble del baño estaban unas mayas que solía usar para estar por casa o para salir a pasear, y no tardé ni treinta segundos en ponérmelas, salí del baño ignorando por completo a Alan que, pese a que se había tumbado en la cama, estaba despierto. Me puse un sujetador y una sudadera, y después de sacar el abrigo del armario, tomé mi móvil y salí de casa.
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