Capitulo - 4
Llevaba diez minutos con los ojos abiertos sin apenas respirar; no quería despertarle, no después de recordar la estampida que había dado hacia unas horas. Lo que no acababa de entender era el hecho de que me hubiera levantado de su cama y me hubiera traído a la mía tumbándose él junto a mí. Si se hubiera quedado en la cama conmigo, pero fuera de las mantas, hubiera pensando que era condescendencia; pero estaba dentro de la cama tapado hasta los ojos, no sabía si vestido, con pijama o desnudo, no quería pensar en eso ultimo demasiado tiempo y, justo cuando quería dormir de nuevo, me entraron unas horribles ganas de ir al baño. Necesitaba mear incluso más que respirar, intenté aguantarme todo lo que pude, pero cuando los escalofríos empezaron a incomodarme en exceso, supe que tenía que ir al baño sino quería terminar por mearme encima, miré a Alan mientras me movía despacio para salir, más bien me arrastraba evitando moverme lo menos posible.
Cuando por fin hube sacado todo mi cuerpo, corrí de puntillas hacia el baño, jamás me había sentido más descansada en toda mi vida.
Me lavé las manos y la cara, no tenía ni pizca de sueño, pero Alan parecía estar tremenda y profundamente dormido, desde el baño y con la puerta entrecerrada podía escuchar su profunda respiración, cuando salí la débil luz iluminó una silla de decoración que tenía en una esquina de mi habitación, allí vi la ropa de Alan... sí, se había cambiado, ¿qué llevaría puesto?
Me dirigía de nuevo a la cama ignorando la hora que pudiera ser. Alan había echado las cortinas, e imaginaba que también habría bajado las persianas. Vivir en el último piso de un edificio altísimo tenía un inconveniente, y era que el sol iluminaba en exceso, aunque a mí me parecía un detalle maravilloso; ya que eso reducía las horas de oscuridad y para qué negarlo, odiaba con toda mi alma la oscuridad. Cuando estaba a tan solo dos pasos de él, vi que algo que había en el suelo emitía una luz azul intensa, no se escuchaba ningún tipo de sonido, sin embargo, la luz era persistente. Tardé un poco en adivinar que era su móvil, lo agarré con cuidado y di un pequeño brinco; era una llamada, y justamente la persona que había al otro lado de la llamada no entraba dentro de mi top ten de personas con las que ser amable, fruncí el ceño hasta que dejó de llamar, iba a dejarlo sobre la mesita de noche y refugiarme en mi maravillosa cama ahora ocupada por Alan, cuando la pantalla se volvió a iluminar.
—¡Joder, qué pesada! —susurré inconscientemente—. Ya sé cómo narices te llamas, no hace falta que llames treinta veces.
Y como si me hubiera escuchado cesó la llamada, Sarah era el nombre que más odiaba en todo el universo... no porque me pareciera feo, ni porque todas las Sarahs me cayeran mal, es que cada vez que pensaba en ese nombre, esa morena de ojos grandes y azules me penetraba la mente. Mi amiga del instituto, Sara, se moría de risa cada vez que se lo decía; aunque había una diferencia, solo odiaba aquel nombre especialmente cuando escuchaba a Alan pronunciarlo, no decía el nombre normal, sino que al final alagaba un poco la «a» como intentado recalcar que Sarah escribía su nombre con una hache al final... hubiera pagado por tener un bate en mi mano y gritar mientras le doy en las costillas. ¡La hache es mudaaaaaa!
Sarah era polaca. Siendo el mismo nombre, no se escribía de la misma forma allí que aquí, ni siquiera se pronunciaba del todo igual, así que, pensándolo bien, solo odiaba aquel nombre si lo pronunciaba un polaco, que por suerte no me los topaba muy a menudo. Aunque vivía enamorada de un repartidor polaco que nos traía el correo... yo y mis contradicciones.
Cuando el móvil se quedó tranquilo, vi que le había llegado un mensaje, y también pude ver que eran las seis y media de la madrugada, si no llega a ser porque Alan había hecho de mi habitación un búnker, en un rato ya nos despertaría el sol, miré el móvil mientras alzaba una ceja, después miré a Alan que seguía en los ricos mundos de los sueños, mi lugar favorito en todo el mundo. De repente le envidié, si me hubiera quedado en la cama, no tendría que haber pensado en esa tipa, que a ratos era guapa y a ratos parecía la niña del exorcista, y no dicho por mí, aquello salió de Carlota. En según qué fotos era guapa, sin embargo, en otras daba miedo... y yo no era para nada criticona, eso que quede claro.
Sé que lo que se me venía a la cabeza no estaba bien, el móvil es privado, estar durmiendo y que alguien tenga tu móvil en las manos y esté a punto de abrir un mensaje privado que te acaban de mandar, no está bien; atenta contra la privacidad de la persona dueña del móvil. Pero si la persona te da el mayor beso de tu vida y luego se comporta como un bipolar tarado, eso queda en un segundo plano, tenía que saber a qué venían aquellas insistentes llamadas y aquel mensaje. Que yo recordara, Alan ya no estaba con ella. ¿O sí?
«Esto no puede ser...» sus palabras horas atrás, afloraron en mi memoria cuando había estado a punto de declinar mi idea invasora. Así que, sin pensármelo dos veces abrí el mensaje y me encontré con un texto inmenso, dios mío... si leía algún «te quiero», «vuelve pronto» o «te amo más que a mi vida» ¡¡Le echaría agua helada mientras duerme!! Tomé aire con más miedo que vergüenza...
«Sarah:
¡Jodido Alan!, ¿Cómo te atreves a decirme una cosa así y no querer darme explicaciones?, ¿Cómo que no vas a volver? ¿Y lo nuestro? ¡Esto no es un tiempo como tú dijiste! Al menos podrías tener la decencia de cogerme el teléfono, ¡¡¡¡bastard dupek!!!!!»
Abrí los ojos de par en par con las últimas dos palabras, supongo que sería polaco, e intuía que eran insultos, «bastard» no necesitaba traducción. Así que, Alan había roto aquello que quedara entre los dos, y justamente lo había hecho hoy, ¿después de besarme?, quizás el «esto no puede ser» no se refiriera a mí en sí, sino a lo suyo con Sarah. No me lo pensé dos veces cuando le di a borrar mensaje, tampoco tenía opción, si lo dejaba sabría que lo había visto, que había allanado su privacidad, si lo borraba jamás lo sabría o, si se enteraba, pensaría que no lo ha recibido. En ese momento, me estaba empezando a avergonzar de mí misma, pero últimamente era algo bastante común en mí. Alan seguía profundamente dormido, y yo estaba demasiado inquieta para tumbarme a su lado y no moverme ni un ápice, así que, después de echarle una última mirada fui hacia la cocina, no me gustaba mucho el té, no había manera humana de que pudiera acabarme algo que tuviera hierba, a no ser que le echara un litro de miel, y a veces ni aun así; pero me obligaba a tomarlo porque me sentaba bien, o eso creía, la mente es poderosa, aun así, siempre tenía en casa tila, poleo, manzanilla y poleo menta, no sabía exactamente el porqué, pero sentía que así tenía más que ofrecer a mis invitados –aunque la gran mayoría solía tomar cerveza o café–.
Esa madrugada pensaba hacer una excepción, calenté una taza de agua en el microondas y cogí dos sobres de tila, algo debían hacer ¿no?, vi que el manuscrito de Ídem seguía sobre la mesa de mi ordenador, así que, mientras los sobres teñían el agua hirviendo en un color amarillento, recorrí al salón y lo llevé conmigo, agarré la taza y me senté en aquel taburete para releer algunas cosas. Estaba dispersa, no podía concentrarme ni siquiera en aquella majestuosidad que tenía en mis manos, odiaba cuando mi mente se cerraba de aquella manera; pero lo odiaría más si me ocurría aquello el lunes. Mi sustento dependía de leer manuscritos, no me podía permitir el lujo de tener la mente colapsada; y tenía toda la pinta de que iba a ser así, a no ser que me tomara doble ración de ansiolíticos y durmiera hasta el lunes por la mañana. Pero iría medio zombi a trabajar, y estaría tan adormilada que tampoco podría concentrarme en leer, en fin, una mierda, lo mire por donde lo mire.
Pasé las primeras páginas pasando mis dedos por ellas, sonreí como una tonta, aún no había contestado al mensaje del señor Moore, quizá mañana lo hiciera, entonces vi que en la hoja número diez había hecho un puntito justo al lado de un párrafo, siempre solía hacer eso cuando algo llamaba muchísimo mi atención, ahora no recordaba qué era en sí, había tanto en mi cabeza en aquel momento... me decidí a releerlo mientras daba un sorbo.
***
«Miro tus labios prohibidos y suspiro, nadie sabe que te he convertido en mi amante, mi amante prohibida. Todos nos miran ignorando que soy yo quien se pierde entre tus sabanas cada noche, que visita tus muslos jóvenes y les regala viajes ancestrales sin movernos de la cama, suspiro en tu boca y recojo tus gemidos. Sonrió sin que me veas, me besas con desesperación deseando que siga dándote eso que tanto te gusta, a veces te miro y pareces tan inocente, que me siento culpable al profanarte, al profanar tu cuerpo y tu mente con mis macabras ideas y mis profundas pasiones. Jamás existirá amor entre los dos, pero esta joven pasión que me embargó no hace mucho tiempo, vivirá en mis recuerdos. Jamás olvido un cuerpo o una emoción y tú, joven hada de los deseos, me regalaste los mejores momentos que un alma pura podría haberme brindado. Te digo adiós firmando tu cuerpo en una despedida, que me gustaría que recordaras para siempre.»
***
Me había terminado la taza ensimismada por lo que acababa de leer, y, lo mejor, es que era la segunda vez que lo leía, y me sobrecogía de igual manera. Ahora recordaba por qué había hecho ese pequeño punto y no pude evitar sonrojarme. De repente, un recuerdo nítido que no quería recordar me sacudió haciendo que echara la cabeza hacia atrás; es curioso cómo hay veces que la conciencia sale de su escondite y nos sorprende con flases de cosas que no queremos recordar, golpeándonos tan fuerte, que nos hace detenernos para poco después reanudar la mancha con un sentimiento confuso. Pues eso mismo me estaba pasando. Con Alan aquí, y con todo el caos que eso propiciaba, ciertas cosas que me habían estado torturando días anteriores habían quedado relegadas... hasta ahora. Como si mi cabeza no estuviera ya de por si colapsada, y como si de una cobarde se tratara, huí de ese recuerdo y me encaminé hacia mi habitación; prefería lidiar con mil Alans, que con recuerdos vergonzosos, al menos en ese momento.
Alan seguía durmiendo profundamente, debía estar bastante cansado para dormir de aquella manera tan profunda que estaba empezando a darme envidia, fui hacia mi lado de la cama, y levanté las mantas con cuidado de no despertarle, me metí y me tapé hasta los ojos, me puse de lado dándole la espalda y cerré los ojos mientras suspiraba. Todas las sabanas, mantas y, en general, el ambiente de mi habitación olía a su perfume y a su piel, y eso me mantenía alerta con esos nervios en la boca del estómago que me impedían respirar. Cuando estaba empezando a relajarme, sentí que la cama se movía, la habitación estaba completamente a oscuras, pero no tenía miedo, y sabía por qué era. Todo el estrés acumulado, me quitaba el miedo y las fobias.
Quizá debería patentar eso como quita fobias; quizá me forrara, y pudiera dedicar el resto de mi vida a comparar las todas las playas paradisiacas del mundo, sería un muy bien trabajo. Quizá mejor que ese que se ganó aquel australiano hacia unos años, fruncí el ceño, ¿seguiría cuidando de aquella mansión paradisiaca?
De repente todo se quedó en calma, y supe que era porque Alan se había dado la vuelta, volví a respirar hasta que sentí una mano rodearme la cintura y acercándome a un cuerpo caliente completamente desnudo. El corazón se me paró de golpe, sentir aquella calidez, con aquel aroma me sobrepasaba, ya no escuchaba su respiración profunda. Quizá no estuviera despierto, puede que solo fuera un movimiento involuntario; quizá en su subconsciente siguiera durmiendo en su cama con Sarah. Aquel pensamiento hizo que me mordiera los labios, pero no me duró mucho aquella pataleta, porque sentí su mano moverse hacia arriba hasta apretar con fuerza mi barbilla, giró mi cara hasta que me topé con la suya, pese a la oscuridad podía verle los ojos, y las facciones de su cara, es curioso cómo llegamos a poder ver en la oscuridad cuando nuestros ojos se acostumbran. Quizá pudiera ver un poco más porque me había dejado la puerta de la habitación un poco abierta y se filtraba la luz del resto de la casa, ya que intuía que estaba amaneciendo.
—¿Estás despierto? —susurré casi sin voz.
—¿Tú qué crees?
Aquel carraspeo de su voz me llevó al estado más impresionante que había vivido nunca, y antes de poder responderle, me besó, unió sus labios a los míos, pero conteniendo su fuerza. Lo noté porque, aprovechando su movimiento, me había girado por completo hacia él, y sentía sus músculos rígidos en mis manos. Con un hábil movimiento se puso sobre mí, y me moví inconscientemente al sentir su desnudez, yo llevaba mi pijama y aun así sentí su piel... Aquello no podía ser real; Alan seguía guiando con su mano el movimiento de mi cabeza mientras me besaba, era invasivo, apasionante, lamia cada parte del interior de mi boca, sin dejar un hueco sin lamer, su lengua ocupaba toda mi boca, y era el dueño y señor de mis labios. Cuando dejó de invadirme, me besó con ternura cada labio, aunque se recreó un poco más con el de abajo, para aquel entonces yo tenía un calor horroroso.
Y fue entonces, como si pudiera leerme el pensamiento, cuando me quitó la camiseta sin perder el contacto con mi boca hasta que tuvo que ser necesario para poder sacar la dichosa camiseta, después volvió a devorarme la boca de aquella apetitosa manera, paseé mis dedos por su piel y, aunque no podía distinguirlo del todo, visualizaba sus tatuajes y me relamía del gusto. Me quitó los pantalones y las braguitas de un zarpazo, y mordió y relamió mis pezones como si de alguna manera fueran comestibles, apreté tanto las sabanas que rasgué un poco la tela, pero me dio igual, aquello estaba siendo una auténtica locura de placer, que aumentó cuando sentí su lengua descender hacia mi hendidura que, a estas alturas, estaba demasiado sensible. Sentir su lengua suavemente por mi clítoris apresándolo en sus labios para ir soltándolo poco a poco, fue algo que rozó lo indescriptible, mordió mi piercing con sus dientes y tiró un poquito de él haciéndome dar un brinco por la profunda oleada de placer que sentí.
—Pensé que no sobreviviría después de ver esto —dijo pasando su índice por mi aro, mientras yo hacía fuerza por no correrme al escuchar su voz áspera y sexy—. Es lo más sensual que he visto jamás.
—Exagerado.
—Ojalá lo fuera, pero no.
Levantó su cabeza para mirarme a través del manto de oscuridad que nos cubría, cosa que aproveché para tirar de su cabeza y fundirme en un largo beso con él, dio un leve gemido que casi hace que me corra en ese instante, tenía menos autocontrol que un conejo. Lo tumbé y me puse sobre él, le quería dentro ¡ya! Acaricié su cuerpo impresionante y topé con su miembro erecto, ansioso y completamente apetecible.
—No recordaba que fuera tan grande. —Sonreí.
—No seas embustera. —-me carcajeé sin poderlo evitar. Siempre había sido poco modesto en cuanto a eso, estaba claro que no era Nacho Vidal, pero iba muy bien cargado, de los mejores tamaños con los que había tenido el placer de coincidir. Lamí sus perfectos pectorales mientas escuchaba cómo luchaba por controlar su cuerpo, estaba a punto de caramelo cuando me detuvo.
—Como hagas eso, se acaba la fiesta en tres segundos.
Lamí la punta mientras sonreía, cosa que le hizo dar una sacudida por todo su cuerpo.
—Estira el brazo, dentro del cajón hay preservativos —susurré mientras lamia sus abdominales ascendiendo hacia su cuello, me hizo caso sin rechistar.
La idea inicial era ponerle yo el preservativo para torturarlo un poco más, pero con un aspaviento apartó mis manos curiosas y, bajo mi atenta mirada, se lo puso rápidamente y me sonrió, no esperé más de tres segundos en recuperar mi postura inicial e introducirle dentro de mí; ambos tuvimos que cerrar los ojos para controlar el placer que nos invadía, me mordí los labios mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás, hacía muchísimo tiempo que no estaba tan absolutamente excitada, tan receptiva... tan buff.
Entonces, y sin esperarlo, me sentí en casa. Hacía muchísimos años que no tenía contacto físico con él, pero era como si mi cuerpo encajara a la perfección con el suyo, como si nunca hubieran estado separados, apoyé mis manos en su pecho y empecé a moverme despacio, sintiendo cada centímetro de su cuerpo, aquello era delirantemente perfecto. Mientras yo me movía guiada por algo que no sabía bien como describir, Alan apretaba mis caderas y movía la cabeza a ambos lados mientras se mordía los labios con ansia, estaba a punto de llegar al clímax cuando con una fuerza que no esperaba, se abalanzó hacia mí y me dio la vuelta dejándome a mí abajo y apresándome con su pesado cuerpo, no habíamos roto la conexión, el seguía dentro de mí, pero el instante de clímax se había disipado. Sujetó mis manos a la altura de mi cabeza y besó mis labios fuertemente, yo intentaba mover mis caderas para crear fricción, pero él se mantenía quieto.
—Déjame unos instantes —susurró en mis labios—. Necesito calmarme un poco o te haré daño sin querer.
—¿Daño? —sonreí y pasé mi lengua por sus dientes perfectos. —No dejo de pensar en el tatuaje y tu piercing —dijo mientras se empezaba a mover de nuevo en mi interior—. No sé qué me pasa.
Yo sí lo sabía, le daba un morbo incontrolable, y lo sabía tan bien porque yo no había dejado de pensar en su torso tatuado. Quizá pareciera una tontería, pero si algo lo encuentras excitante, y compartes cama con alguien que lleva eso que a ti tanto te excita, es como un morbo añadido; algo así como un fetichismo. Me vuelven loca los hombres tatuados, el aspecto de duro, rudo, misterioso, un toque de malo, que parecen que sean de piedra... ¡Ay dios! era esclava de ese tipo de hombres, y que Alan se le asemejara a mi hombre ideal, era solo un incentivo a que mi cuerpo vibrara con su simple presencia. Me ponía muchísimo alguno de los personajes de sons of anarchy, y yo tenía mi propia versión, quizá más elegante, pero aun así no podía ser más feliz.
Entonces, y como si algo lo hubiera poseído, soltó mis manos, se incorporó poniendo las suyas sobre mis muslos, me levantó un poco y me penetró fuertemente mientras sujetaba mis piernas para que no me resbalara. Verle allí, de rodillas ante mí, sujetando mis piernas, haciendo que los músculos de sus brazos se tensaran, era algo que afectaba directamente a mi clítoris, ¿acaso era eso posible? Estuvo durante diez minutos llevándome a rincones perdidos del placer, y por si aquello no hubiera sido suficiente apartó mis piernas, me hizo flexionarlas y las puso a un costado, sujetó mis tetas con sus enormes manos y volvió a penetrarme tan fuerte, que mi cabeza chocó contra el cabecero de la cama, me habría dolido de no ser porque en este instante llegué al clímax en un grito que debió escucharse a varios kilómetros de distancia. Me hubiera encantado aguantar más, pero sentir el clítoris tan sensible como lo tenía apresado entre mis labios vaginales, y sentir cómo se abría paso en mi interior de aquella manera; me volvió loca. Y no fui yo sola. Creo que mi grito no ayudó en nada a su autocontrol y acabó llegando al clímax segundos después que yo.
Habían pasado diez minutos en los cuales ninguno había dicho nada, yo estaba desnuda boca arriba, despatarrada y recobrando la respiración. Sabía que no resultaba sexy desde ningún ángulo, pero no podía moverme, hacía años que no disfrutaba así del sexo. Carlos no era mal amante, pero ni punto de comparación con Alan, y con Will, un rollete que tuve unos meses antes de formalizar mi relación con Carlos. Will era un mulato impresionante, lo conocí cuando acudió como representante y abogado de la editorial, tenía que aclarar unas cosas con el «manda más», y aquel día yo le enseñé el edificio. Tenía que haberse encargado Alejo, pero, como siempre, acabó escaqueándose y me toco a mi hacer de guía. Alejo se tiró de los pelos al ver al pedazo de macho que se había perdido, yo le dediqué todos y cada uno de los orgasmos que me proporcionó aquella mole de masculinidad, todavía suspiraba cuando pensaba en aquellas noches, sonreí inconscientemente al pensar en Will.
—¿Por qué sonríes?
Miré a Alan por primera vez desde hacía varios minutos.
—Porque me apetece chocolate —mentí.
Se echó a reír y acortó la distancia, puso su mano sobre mi estómago y acarició mi ombligo con cariño.
—Mañana a primera hora tengo una reunión en Barcelona. — Le miré mientras movía mis piernas para dejarlas rectas, ignorando la punzada de agujetas que empezaban a hacerse patentes sobre mis ingles—. Debo salir hacia allí en unas horas.uyjhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
—¿Mañana?
—Hoy ya es Domingo, Nadia.
—Es verdad... —Me quedé pensativa—. ¿Dónde dormirás?
—Mi empresa ha reservado una habitación en un hotel, pero mañana por la tarde ya habré regresado, prepararé algo de cenar, ¿qué te parece?
Le sonreí de oreja a oreja.
—Me parece una muy buena idea —dije acariciando su mentón—. ¿Cuánto tiempo te quedarás?
Me miró intensamente y se me encogió el estómago, aun así, disimulé mi nerviosismo con una sonrisa.
—Pretendo establecerme aquí. Quiero abrir mi propia empresa, pero eso lleva tiempo y papeleo.
—Al grano, Alan. —Se echó a reír y le imité. —Diez días.
—Vaya...
—¿Te parece mucho? —susurró en mi oído.
—Me parece poco. —Escuché a Alan reír, pero yo no pude salvo hacer una leve mueca.
—Me tendrás aquí los diez días que corresponden a mis vacaciones, acabarás aburrida de mí. Luego tendré que viajar y todo el follón, pero ahora durmamos un rato ¿vale? Necesito recuperar la energía que me has desgastado, señorita.
Le di la espalda después de un casto beso en los labios, él me rodeó y, después de besar mi tatuaje, me abrazó con fuerza y se durmió, yo me quedé despierta bastante rato más. Diez días eran apenas un suspiro.
Eran las doce de la noche de aquel domingo, y la casa estaba vacía. Alan se había ido a las cuatro de la tarde y me había pasado todo ese día dormitando. Me había dedicado todo aquel domingo a trastocar a mis biorritmos y ahora estaban en plan vendetta, así que esa noche sería imposible conciliar el sueño. Alan había viajado a Barcelona con su propio coche, había recibido un mensaje en el cual me decía que había llegado bien, hubiera preferido escuchar su voz, pero él no llamó, y yo tampoco. Había cenado un vaso de leche de soja y unas cuantas galletas, me dolía todo el cuerpo a causa de las agujetas, pero sonreía cada vez que me sentaba o me levantaba; las agujetas eran un buen augurio, al menos podría disfrutar de un sexo increíble durante diez días, debía de ser positiva o, al menos, intentarlo.
Cansada de pasar canales al azar, encendí el ordenador.
Después de ponerme al día en las redes sociales recordé que tenía que contestar un correo del señor Moore, pero no me encontraba demasiado animada. Era una montaña rusa, a minutos triste a minutos feliz, enchufé el Skype para ver con quién podría charlar un rato por video llamada. siempre solía hablar con antiguas compañeras de la universidad los domingos, aunque a las doce de la noche no había nadie, ¿qué esperaba?, la gente normal ya está en la cama durmiendo, leyendo o haciendo algo más productivo que lo que yo estaba haciendo, ¿sexo quizá? Estaba a punto de desconectarlo cuando vi que alguien me hablaba.
—¿Nadia Sánchez? ¿Está usted ahí?
Fruncí el ceño y torcí la cabeza, me fijé en la dirección de correo que, a priori, no reconocí. Segundos después me llevé las manos a la boca ¡el señor Moore! Me agaché rápidamente, y después me di golpes en la frente ¡idiota, no puede verte! Di gracias al cielo de que no me hubiera visto nadie. Era la persona más ridícula del mundo, pero lo importante era admitirlo y yo lo admitía, cambiarlo ya era otra cosa. Me senté de nuevo muerta de los nervios. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Resoplé y puse los dedos sobre mi teclado.
—Hola Señor Moore, sí, aquí estoy.
—¡Vaya! Pensé que se había ido, ¿va todo bien?
—Perfectamente, me había pillado terminando unos asuntos del trabajo. —Mentí como una bellaca.
—¿A estas horas? ¿Usted no descansa?
—Últimamente no mucho.
—Debo confesarle que me sentía algo molesto con usted, no me ha respondido al correo que le envié, pensé que le había molestado.
Me llevé las manos a la cara, y me mordí los dedos ¡idiota! Lo último que quería era que el señor Moore pensara que me había molestado, por dios... ¡Si no había podido despegar ciertas partes de su historia, de mi cabeza! Tomé aire y me dispuse a inventarme una excusa, aunque tampoco tenía el porqué de sentirse molesto, yo tenía una vida.
—Disculpe señor, no pretendía molestarlo, es que he estado muy ocupada con asuntos del trabajo, aparte tengo un invitado en casa, ha sido un fin de semana algo caótico.
—Discúlpeme a mí, estoy muy aburrido. Va a pensar que estoy loco.
Sonreí, no pensaba que estuviera loco; de hecho, sentía que ya lo conocía. Puede que fueran imaginaciones mías, pero el hecho de haber leído aquella historia que yo consideraba tan personal, me hacía sentir cierta conexión con él. Era raro... no solía pasarme bastante a menudo.
—No pienso eso, además ¿Quién no está un poco loco?
—¿Usted?
—Acaba de hacer que me ría con ganas, yo estoy como una regadera, loca total, múltiples personalidades.
—¿Trastorno de personalidad múltiple?
—Géminis.
—Oh... ya entiendo, yo soy Tauro
—¿Tiene cuernos?
—¡Joder! Espero que no.
Me reí a carcajadas, de repente me vi imaginándome a aquel hombre sonriendo detrás de la pantalla... y empecé a sentir una curiosidad insana.
—Señor Moore... ¿Qué edad tiene? ¿Cómo es? Me está matando la curiosidad.
—¿Acaso eso importa? ¿Cómo imagina que soy?
—Pues imagino muchas cosas. No me gusta hacerme ideas preconcebidas, me gustaría acercarme lo más posible a la verdad. Debería colaborar, de momento solo visualizo unos cuernos...
—Si es así, me veo obligado a darle pistas, no quiero que visualice precisamente eso. Soy un hombre normal señorita Sánchez, nada del otro mundo, no como esos galanes de novelas que tan de moda están.
—Usted ha creado uno, si mal no recuerdo.
—El morbo vende. Además, mi personaje no es un adonis, es solo un hombre atractivo, lo demás lo ha creado usted en su cabeza.
Me quedé pensativa, eso era cierto, aquel hombre no había descrito a su personaje como a un dios del Olimpo, lo había descrito como a un hombre normal, moreno como hay millones, con ojos oscuros, como hay cientos, y con una figura normal, nada de musculosas facciones ni cuerpos de infarto. Un hombre con el que puedes cruzarte cualquier día, en cualquier lugar. El único detalle que da a la hora de describir a su personaje es que es atractivo, aunque eso deja abierta por entero a la imaginación.
—Vaya, supongo que es cierto... ¿Qué edad tiene?
—¿Qué edad quiere que tenga señorita?
—¿Me deja que lo imagine como yo quiera?
—Por supuesto, descríbame, Nadia.
—Claro. Pues entonces creo que usted es moreno, de ojos claros, atractivo, y muy culto. Creo que lleva gafas, y que usa zapatos, nunca zapatillas. Usa pijamas de cuadros, pero nunca los combina con camisetas cortas o cosas así, se pone las dos piezas. No le gusta el alcohol, pero nunca rechaza una copa de champan. No va al gimnasio, de hecho, no le gusta, pero aun así tiene una buena figura, un buen porte, es alto, más que la media, tiene un coche de marca. Escribe como hobbie, tiene un trabajo mucho mejor, por eso usa un seudónimo. Es tímido, así que utiliza sus historias para contar al mundo sus mayores secretos o sus mayores anhelos. Nadie que lo conozca imagina que usted es el creador de escenas increíblemente eróticas. Sufre de insomnio cuando la inspiración le aborda, bebe leche caliente antes de dormir, y usa ropa interior negra, y... tiene pareja, estable, de la cual no está enamorado.
Sonreí después de teclear, realmente me lo imaginaba más o menos así. Pasaron los minutos, y no recibía señal del señor Moore, hasta que después de tres inspiraciones vi que en la parte baja de la pantalla se leía «escribiendo» me puse nerviosa. ¿Habría acertado en algo? ¿En todo? ¿En nada? Entonces sonó mi móvil, era Alan. Contesté rápidamente mientras veía que mi amigo, al otro lado de la pantalla, seguía escribiendo.
—Hola niña. —Escuché la voz risueña de Alan y sonreí—. ¿Estabas durmiendo?
—Hola guapo, no, estaba despierta mandando unos... — Pensé—. Correos.
—¿A estas horas? ¿Cuándo piensas dormir? —Escuché que se recostaba sobre algo y miré instintivamente la pantalla, el señor Moore seguía dándole al teclado—. Niña, debes descansar.
—Deja de llamarme niña, Alan. Y sí, tranquilo, ahora me meto en la cama. Y el que debe dormir eres tú, mañana tienes una reunión importante.
—Eso es cierto, creo que voy a hacerte caso, descansa, Nadia, mañana te veo.
—Descansa tú también guapetón, y mucha suerte mañana. Estoy deseando verte.
—Yo también a ti, y a ese precioso aro que tienes.
Me eché a reír. Cuando iba a contestarle me di cuenta de que me había colgado, negué con la cabeza sonriendo, Alan y sus cosas. Me quedé encandilada mirando a la nada y cuando volví la vista a la pantalla ya tenía mi respuesta... Guauuu
—Vaya, señorita Nadia, ha creado a un esnob, incluso debo admitir que me he echado una sonora carcajada con su descripción de mí mismo. He de decirle que ha acertado en algunas cosas, pero no voy a decirle cuales, seguro que se come esa preciosa y ocurrente cabeza que tiene en pensar en qué partes a podido acertar. Ahora si me permite voy a describirla a usted. ¿Qué le parece?... Usted es morena, probablemente se ha aclarado un poco el pelo, es guapa, llamativa, no tiene problemas en cuanto atraer a hombres, aunque siempre suele elegir el equivocado, es un don innato que tiene. Es amante de las novelas, ama su trabajo porque la transporta a un mundo en el que no se siente vacía o sola. Preferiría tener una cita con cualquier galán inventado que con un hombre de carne y hueso. Es peculiar e inteligente, se aburre con facilidad, por eso le gustan las emociones fuertes, le encanta estar enamorada, pero pocas veces mantiene ese amor latente demasiado tiempo, odia la rutina. Casi siempre está feliz y triste al mismo tiempo. Es inconstante, pocas veces acaba lo que empieza y puede ser capaz de mentir a la perfección, se desanima con muchísima facilidad, pero es cariñosa y afectuosa. Y el amarillo entra dentro de su gama de colores preferido. Dígame... ¿me he acercado mucho?
Miré la pantalla del ordenador anonadada, había acertado tanto que me había asustado, ¿Cómo podía saber esas cosas de mi? ¿Sería un loco que había estado espiándome? Ya estaba emparanoiándome cuando de repente caí.
—Vaya... me hubiera impresionado si no hubiera mirado en Google las características de los Géminis.
—Jajajajajajajajajajaja me ha pillado señorita Sánchez... Pero creo que tiene bastante que ver con la realidad.
—No diré una palabra más, señor Moore. No al menos que me diga su verdadero nombre, vamos... no sea soso.
—Usted llámeme Moore, por el momento, Nadia, tiene que ganarse mi confianza, al igual que yo la suya.
Sonreí asintiendo, creo que había acertado de pleno con aquella descripción sobre el señor Moore, pero aun así no me bastaba. Quería saber más de aquel carismático hombre, hablé durante un rato más con él, y después ambos nos despedimos con un caluroso «Hasta otro día». Fui a por unas mantas y me quedé en el sofá. No quería estar a oscuras y sin Alan. Además, la cama olía a él y no me gustaba lo que eso me hacía sentir. Me tape hasta los ojos y pensé en Alan y en el señor Moore, si no me dormía ya... empezaría aquel lunes con un letargo bastante importante.
Estaba dormida, hacía diez minutos que había entrado a trabajar y apenas podía mantener los ojos abiertos; madre mía, qué mañana me espera. Me había maquillado el doble de lo que solía hacerlo normalmente, pero ni aun así mi aspecto parecía saludable, incluso había optado por ponerme las converse con mis vaqueros, no tenía ni animo de tacones –y eso que los tacones hacen el culo más pequeño–.
Por suerte, no tenía que leer nada las primeras horas. Daba gracias a dios por ello, sino no sé cómo iba a poder mantenerme de pie sin quedarme dormida en tres minutos. Tenía que terminar unos resúmenes y darle lo más rápido posible al teclado, ya que Alejo lo necesitaba para antes de las doce del mediodía. Miré a través de mi cubículo buscando a Carlota, pero no había ni rastro de ella, le hablé por WhatsApp, e incluso la llamé y no hubo manera, debía de estar en una reunión. Seguramente me lo había dicho y yo había hecho como que la había escuchado; joder, algún día me perderé algo importante y a ver cómo salgo del marrón.
Le pasé los resúmenes a Alejo mediante un correo electrónico. No había estado muy atenta a su puerta, pero desde mi cubículo podía escucharle hablar con alguien, si el oído no me fallaba parecía Rober, uno de los correctores que traía por la calle de la amargura a Alejo, y no me extrañaba, ese hombre era un caramelo, un caramelo casado y con dos hijos pequeños, así que un caramelo insano.
Después de la sensación de plenitud al haber terminado mi trabajo sin caer dormida, corrí hasta la sala del café para hacerme una taza gigante de café humeante. La mañana estaba siendo increíblemente larga, y todavía me quedaba lo peor; el mediodía. Si sobrevivía despierta, me merecía un premio remunerado. Cuando entré en la sala, fui derecha a por mi dosis, ni siquiera miré si había alguien más, parecía una yonki, pero me dio igual, al menos tenía todos los dientes. No me fijé en nada más hasta que di un sorbo al café hirviendo más cargado que había probado en mi vida; sino me daba un infarto por la cafeína, me podría poner a bailar hip hop en la esquina de la calle.
Entonces fue, cuando al levantar la vista vi a mi compañera Miriam. Ella trabajaba en la sección de diseño gráfico, y era la responsable de varias de las mejores portadas de los últimos libros publicados. Me avergoncé por no haberla visto, pero luego me di cuenta de que ella tampoco me había visto a mí, y eso que había hecho el suficiente ruido como para pensar que había entrado un elefante en una cacharrería. Fruncí el ceño mientras la observaba detenidamente, estaba sentada en uno de los sillones y tenía la vista perdida en la ventana, teníamos unas buenas vistas, pero no miraba la calle, estaba absorta en sus pensamientos.
Caminé hasta ponerme frente a ella, y para mi sorpresa seguía sin haberse percatado, dudé en si se había quedado catatónica, cuando estaba a punto de darle una torta desvió sus ojos y me miró.
—Deberías dormir, Nadia, tienes un aspecto horrible. Fruncí el ceño.
—Le dijo el cazo a la sartén. —susurré—. ¿Estás bien? —Se encogió de hombros.
—¿Tengo pinta de no estarlo?
—Tienes pinta de loca, si eso te vale...
Se echo a reír y la imité mientras me sentaba frente a ella. Tenía los ojos llorosos, y el aspecto más triste que había visto nunca en aquella chica. Ahora que la miraba más detenidamente, yo no era la única que había pasado de arreglarme, aunque la entendí a la perfección; hay días en los que simplemente uno no está de humor, di otro largo sorbo a mi café, y me quedé mirándola en silencio, volvió sus ojos oscuros hacia mí y dejó salir el aire que retenía en sus pulmones.
—Miriam, no quiero ser una cotilla, pero estás muy rara, ¿va todo bien con Óscar? —Óscar era su novio, un chico increíblemente simpático, que estaba locamente enamorado de ella.
—Sí, con Óscar, sí. —Se miró las manos y me miró de nuevo a mi—. ¿Conoces a Alberto?
Miré hacia la ventana pensativa.
—¿Es el chico que viene a recogerte algunas veces? —Asintió sonriendo levemente—. Es tu mejor amigo, ¿no?
—Sí, desde el instituto.
—¿Qué pasa con él? ¿Está bien? ¿Le ha ocurrido algo?
Me miró fijamente a los ojos, apretando los labios para no decir lo que estaba deseando gritar a los cuatro vientos, hay veces que se necesita soltar aquello que nos perturba el alma.
—Estoy enamorada de él, Nadia, desde siempre... —abrí los ojos de par en par—. Llevo tantos años enamorada de él, que para mí ya es hasta normal. Me había acostumbrado a que así fuera, para él soy solo su mejor amiga, que no es poco, y como nunca vi nada más, pues acepté su amistad, le prefería así a directamente no tenerle. Conocí a Oscar y bueno, me enamoró con esa forma maravillosa que tiene de ser, pero...
—No es Alberto. —Levantó la cabeza y clavó sus ojos lloros en mí.
—Soy horrible, ¿verdad?
—Eres humana, y los sentimientos no se pueden dominar, no te tortures. —Acaricié su mano y me sonrió con cariño—. ¿Estás así porque ya no puedes con la situación?
—Estoy así, porque Alberto tiene novia. —Levanté las cejas—. Sé que suena egoísta, yo estoy con Oscar, no debería molestarme, pero... ¡¡No lo puedo soportar, Nadia! Esta vez sé que es distinto, de verdad está enamorado y eso me quema el alma, y hoy simplemente no he podido más, patético, ¿verdad?
—No seas tonta, si yo te contara...
Cuando iba a soltarle una gilipollez para que se animara entraron varias compañeras de mi departamento, una de ellas a moco tendido, Miriam y yo nos miramos extrañadas, ¿Pero qué narices estaba pasando hoy? Aprovechando aquel jaleo, me escabullí de allí lo suficientemente rápido para que no pudieran retenerme, ya me había tomado el café y empezaba a sentir ciertas taquicardias en el pecho, lo que me faltaba.
Puede que fuera por el sueño, por las taquicardias, o porque simplemente era lunes, pero no quería volver a mi puesto de trabajo, así que me subí a la cuarta planta, el centro neurálgico de la editorial. Saludé a Estefanía la recepcionista y fui directa hacia el enorme ventanal, me fijé en que habían cambiado la foto de la valla publicitaria, seguía estando Klaus Grass, pero ya no estaba en ropa interior con una postura que invitaba al deseo, ahora lucia elegantemente vestido y con unas perfectas y elegantes gafas. El anuncio se refería a la nueva colección de monturas de lentes de contacto, de una de las mejores marcas a nivel nacional, sonreí, Klaus estaba perturbador hasta si publicitara pinzas para pezones, yo de hecho yo las compraría.
Pensé en el Señor Moore, ¿cómo serían sus gafas?, ¿modernas?, ¿anticuadas?, ¿vintage?, ¿retro? Y luego me hice una pregunta importante, ¿llevaría gafas? No entendía él porqué me había empeñado en imaginármelo así, pero no salía de mis trece, y como en mi imaginación mando yo... Estaba embelesada cuando escuché un carraspeo a mi espalda.
—¿Tú por estos lares? —Sonreí al ver a Sonia y Leire detrás de mí, eran dos de las «mandamases» de la editorial, nada se publicaba si ellas no daban el visto bueno. Solían intimidar a las becarias en pruebas, luego las conocías y todo cambiaba—. No me digas más, venias a comprobar cómo ha quedado la valla, ¿verdad?
—Esta es la tercera vez que nos asomamos —apuntó Leire mientras se arrimaba al cristal—. Está impresionante, pero creo que lo prefiero en bóxer, anima el doble.
Me eche a reír sin poderlo remediar, a eso me refería cuando decía que cuando las conoces todo cambia, eran la mar de divertidas, una reunión con ellas era algo que se esperaba con ansias.
—Hacía tiempo que no subías a vernos, Nadia, nos tienes en ascuas sobre tu vida y eso no está bien.
—Mi vida es un desastre, Leire, os echaríais a llorar.
—Yo sí que me voy a echar a llorar, como a esta no se le pase el mosqueo con el churri —apuntó Sonia mientras que Leire hacia una mueca—. ¿Qué haces aquí? ¿Huyendo de Alejo? Ayer tuvo una mala cita y está él pobre...
—Estoy huyendo del drama en general —dije metiéndome las manos en los bolsillos—, hoy no sé qué narices pasa, todo el mundo está raro.
—Es lunes, ¿qué esperas? Leire y yo íbamos a buscarte justo ahora. —Levanté una ceja incrédula—. Bueno a buscarte y a cotillear, ¡ay hija! No me mires así, toda la emoción de los líos está en tu planta, en esta son unos aburridos.
Sonreí con ganas, tenía tanto sueño que casi cualquier cosa me hacía desternillarme de la risa, caminamos juntas hacia el ascensor y nos pusimos de nuevo camino a mi planta.
—¿Para qué queríais buscarme? ¿Estoy despedida?
—¡Oh amiga! Ni lo sueñes —apuntó Leire sonriendo—. Carlota nos ha comentado que tienes un manuscrito entre manos bastante bueno.
—Muy bueno.
—¿Serias tan amable de hacérnoslo llegar cuando lo termines? Haz las anotaciones que haces siempre, tus ideas siempre suelen ser buenas.
—Gracias Sonia, eso haré, me faltan unas pocas páginas, mañana mismo lo tendrás en tu despacho, hare otra copia para ti, Leire. —Esta me sonrió mientras me guiñaba un ojo. Su pelo rubio que lucía en un moño me deslumbró durante unos instantes, ¿por qué hay gente que esta guapa todos los días?
Sonia miró en mi dirección y sonrió al ver que miraba el moño de Leire.
—A mí también me revienta que vaya tan conjuntada siempre. —me eché a reír—. Eso es porque no tiene hijos, si los tuviera no estaría tan perfecta.
—Yo no tengo la culpa de que quieras ser la madre del mes, además ya sabes que estoy buscando familia.
—¡Oh dios! Cómo voy a disfrutar cuando te pongas como una vaca y vengas a trabajar muerta de sueño.
Me estaban haciendo reír como hacía tiempo que no reía. Eran intimas amigas y eso se notaba, trasmitían ese buen rollo que hace que te sientas cómoda con ellas; miré a Sonia con detenimiento, para ser madre y trabajar tantísimas horas, estaba esplendida. Su trabajo no solo era la editorial, llegaba a su casa y seguía en activo para educar a sus hijos y cuidar del guapetón de su marido, miré su pelo negro perfectamente planchado y sentí envidia, ella, con una casa y dos hijos, iba más decente que yo que vivía sola. Vaya tela.
Llegamos a mi cubículo y me senté. Ellas iban al despacho de Alejo, aunque antes de llegar Leire se dio la vuelta y negando con la cabeza dejó un dosier sobre mi mesa.
—No sé dónde narices tengo hoy la cabeza, Alejo nos dijo que entenderías su situación «pollisentimental» y que le llevarías tú a Jacqui el capítulo corregido, no hay apenas retoques.
Miré con el ceño fruncido hacía el despacho de Alejo, el muy cabrón les había dado las instrucciones a ellas para que no pudiera negarme, sabía que, si me lo decía a mí, lo hubiera mandado a paseo. Le gané en una partida al trivial no hacerle los recados de desplazamiento durante un mes; después miré a Leire que me sonreía y acepté, al menos me distraería un rato, la casa de Jacqui no pillaba muy lejos, podía ir incluso andando.
Salí de la editorial con una energía renovada. Mirándolo bien, la actividad física me mantendría activa, y di gracias por ello, aun así, saqué mi móvil y le mandé un WhatsApp al cara dura de mi amado jefe.
«¡Eres un sin vergüenza, ¡prepárate para la vendetta!»
Sonreí cuando le di a enviar y sonreí más cuando vi que me respondía.
«Eres mi pupila y te adoro, pero estoy sensible. ¿Por qué me enamoro de los cabrones? Necesito una copa esta tarde, o quizá dos ¿Qué me dices?»
Lo tuve claro, yo también las necesitaba. «Cuenta con ello.»
Reanudé la marcha sonriendo, conociendo a Alejo, su historia seria que se había enamorado por decimonovena vez en este mes, y el tipo resultaba ser un capullo. Siempre la misma historia, y siempre con sus divertidos dramas amorosos. Adoraba a Alejo, llegué al enorme edificio donde vivía Jacqueline Amorós en menos de veinte minutos, miré hacia arriba, a lo lejos se veían las terrazas de su ático de dos plantas, si alguna vez conseguía vivir en una casa así, pasarían meses sin que nadie me viera el pelo. Cuando iba a tocar el telefonillo el portero me abrió, ya me conocía y me dio paso con una bonita sonrisa en la cara.
—La señorita Amorós, me dijo que vendría alguien de la editorial.
Asentí mientras le daba las gracias y le sonreía haciendo que se pusiera más rojo que un tomate. En un santiamén ya estaba tocando al timbre, estaba mirando el bonito color que tenía el descansillo cuando me abrieron la puerta, pero no estaba preparada para ver lo que vi y me quedé con una cara de idiota, que debía de ser hasta cómica.
—Hola Nadia. —Me saludó sonriendo Klaus Grass, mientras se hacía a un lado para dejarme pasar. No hablé, me había quedado muda, ¡joder! era tan guapo que dolía a los ojos. pasé al interior mirándome los pies, debía estar como un tomate, y no era algo que quisiera que aquel señor y dueño de esa belleza lo viera, lo curioso es que llevaba unos pantalones de hacer gimnasia gris y una camiseta de manga larga negra, no llevaba nada del otro mundo, ropa de estar por casa, y aun así me producía arritmias; yo creo que lo veo desnudo y me muero directamente—. Jacqui está en su despacho escaqueándose de sus funciones como madre —dijo mientras se adentraba en la casa sonriendo, le seguí como seguiría al mismísimo dios.
Cuando entré en la enorme estancia medio en babia a causa de semejante macho, vi que estaba todo hecho un completo desastre, Dylan aporreaba la televisión con un bate de beisbol de goma espuma, Alba estaba sobre el sofá saltando mientas cantaba la canción de Dora la exploradora, y Patrick estaba intentando subirse encima de la mesa donde reposaban las revistas.
—¡Chicos, por favor! —gritó Klaus, mientras corría a por Patrick, mientras yo le quitaba el bate de beisbol a Dylan. No podía evitar reírme, y Dylan al verme se empezó a reír a carcajadas haciendo que todos nos miraran—. No te rías, Nadia. —Me quedé helada al ver lo serio que me miraba Klaus, con esos preciosos y profundos ojos azules, aquel hombre me intimidaba en exceso—. Esto no es gracioso, me tienen estresado, ¡me voy a quedar calvo!
Hizo tal mueca de disgusto que no pude evitar volverme a reír a carcajadas, esta vez Alba y Patrick también reían, Alba tomó un gorro que había entre sus juguetes y se lo tendió hacia su padre.
—Ten papi, así nadie ve que no tienes pelo. —Klaus se derritió ante la vocecita de aquella preciosidad y la agarró en brazos sonriendo—. ¿Ves? ¡Ya estás contento!
Me volví a reír al ver aquella escena.
—Mira que eres zalamera —dijo Klaus mientras se la colocaba como si fuera un saco de patatas, haciendo que la pequeña se desternillara de la risa—. ¿Vamos a llevar a Nadia al despacho de mamá?
Alba asintió y después de sonreírme con aquella sonrisa que podría curar enfermedades, se puso en marcha hacia el interior de la casa, me despedí de los dos trastos que volvían a centrarse en sus maldades y seguí a Klaus hasta que se paró frente a una puerta y la abrió. La canción de los ochenta take on sonaba a todo volumen, Klaus dejó a la pequeña en el suelo y bajó el volumen del reproductor de música, fue cuando Jacqui se dio la vuelta.
—Nena, Nadia está aquí —dijo mientras me ponía una mano en la cintura y me hacía pasar, sentí un escalofrío enorme al sentir sus dedos... ¡Joder!
—Gracias amor —dijo levantándose de un brinco y rodeándolo por la cintura—. ¿Se están portando bien? —dijo mientras me sonreía a modo de saludo.
—¿Estás de coña? ¿Cuándo se portan bien? Más vale que lo que estés escribiendo sea muy bueno, porque a mí este estrés me va a costar el pelo.
—¡Y dale!, mira que estás pesado... ¡No se te está cayendo el pelo!
—¿Qué no? ¡Mírame! ¡Tengo entradas!
—Pero ¿qué dices? ¿Ya te están dado las neuras? —Negó con la cabeza mientras me miraba—. Nadia, haz el favor de decirle que no se está quedando calvo.
Miré a Klaus sonriendo, me devolvió la mirada divertido.
—Klaus, no te estás quedando calvo.
—¿Me lo prometes? —Frunció el ceño y se me paró el corazón, solo pude asentir—. Más te vale no mentirme, o iré a buscarte.
¡Ojalá! Jacqui se echó a reír, y yo me reí por no delatarme a mí misma, guardó aquello que estuviera escribiendo y me invitó a sentarme a su lado, le entregué el dosier y lo ojeó por encima.
—Pensaba que vendría Alejo.
—Está deprimido.
—No me digas que está en esos días...
—Sí, no ha salido bien su nueva relación. —Me encogí de hombros y ella se echó a reír.
—Si no se enamorara con el pene, no le pasarían estas cosas. Me empecé a reír con ganas. Jacqueline era muy graciosa y hablaba igual que escribía. Ahora que la conocía, me daba cuenta de cuánto de verdad había en sus historias, no inventaba personajes, era ella en todos y cada uno de ellos.
—He quedado con él más tarde, ¿quieres venirte? Se echó a reír negando con la cabeza.
—¿Qué quieres, que Klaus me mate? Está al borde del infarto y eso que solo lleva dos días cuidando de ellos las veinticuatro horas, en fin, hombres. —Iba a rebatirla entre risas cuando escuchamos dos voces masculinas, Jacqueline se llevó el dedo índice a los labios y escuchamos parte de la conversación, la cara se le iluminó—. ¿A qué hora dices que has quedado con Alejo?
—En unas horas. —Me miró entristecida—. Pero puedes decirle que salga antes, yo no tengo nada que hacer en la oficina, y me deben horas...
Me dio un fuerte beso en la mejilla y mandé un mensaje en apenas diez segundos que fue contestado hipsofacto. Alejo había accedido y habíamos quedado en una hora en una de las cafeterías del centro, corrió escaleras arriba a cambiarse mientras que yo me había quedado en su sala de escritura riéndome mientras miraba las fotos que forraban todas las paredes. Jacqueline había conseguido una familia maravillosa, sentí envidia sana, incluso me afloró durante unos minutos el instinto maternal, pero por suerte duro hasta que escuché a Dylan llorar con toda su alma, niños.
Jacqui asomó su cabeza por la puerta y me hizo una señal para que saliera, me guiñó un ojo antes de entrar por completo en el salón, no sabía que me había querido decir con eso, pero sonreí. Cuando entramos en el salón Klaus estaba regañando a Patrick y Dylan estaba en los brazos de un increíble moreno que me daba la espalda, cuando entramos por completo se dio la vuelta, guauuu
—Ya era hora de que vinieras a ver a tus sobrinos. —Apuntó Jacqui dándole un golpe en la espalda de aquel morenazo—. si eres su tío, eres su tío para todo.
—Oye guapa, que he estado hasta los topes y Esmeralda está con las hormonas a toda pastilla, no hay dios que la entienda.
—Pues aun te queda amigo —intervino Klaus que se calló cuando vio la mirada de Jacqui —¿vas a salir? —preguntó frunciendo el ceño.
Jacqui se destensó durante unos segundos, ahora empezaba a entender el porqué de aquel guiño de ojos.
—Alejo a pintoreteado mi Capítulo, voy a la editorial a hablar con él.
—Cada vez mientes mejor, enana. —Sonreí ante el comentario de aquel chico.
—¿Te llamas Klaus y eres modelo?
—No, me llamo David y soy tu abogado. Y te digo que eres una lianta, Klaus, tú mujer se va a tomar el aire, que lo sepas.
—Mi mujer me va a tener que recompensar durante muchííísiiimas horas, todo el día de hoy.
Todos nos echamos a reír, hubiera intervenido para decir que si ella no podía o se sentía indispuesta yo podría sustituirla, pero intuí que no era el momento, cuando levanté la vista David me miraba sonriendo.
—Te conozco de algo, ¿verdad? —Asentí sonriendo.
—Trabajo en la editorial con Alejo, nos conocimos en la boda de Jacqueline.
—¡Vaya! Es verdad.
Me dio dos besos y me sonrojé, era realmente atractivo, ya me lo pareció en la boda de Jacqueline, y ahora, años después me reafirmaba, menudo bombón.
—Alejo está en otra de sus crisis, vamos a tomar un café y de paso quiero comentarle unos cambios que quiero hacer, ¿te importa, cariño?
Sé que le hizo ojitos por la cara de bobo que puso Klaus, se le veía tan enamorado de ella, que incluso se podía sentir en el ambiente.
—Ve y distráete pequeña. Ahora que esta su tío, a mí me dejaran en paz un rato.
—Cómo te aprovechas, casi prefería cuando te caía mal. —¿Y quién ha dicho que ahora me caes bien? Además, te vendrá bien, así vas practicando.
Observaba aquella escena sin parar de reírme, poco después Jacqui le dio un beso en la mejilla a David, y un beso y un abrazo a su marido y nos fuimos. No era un secreto que, Si tan solo fuera sexo, era una parte real de su historia, y para mí, que sabía de primera mano lo que había habido entre Jacqui y David, verlos interactuar así era como ver una serie de la cual no puedes despegarte, me encantaba Jacqui, pero valoraba enormemente el amor de Klaus hacia ella.
Salimos de su casa, aún quedaba un rato hasta que Alejo se reuniera con nosotras, iba a proponer un plan cuando Jacqueline recibió una llamada, me miró asombrada y sonrió.
—Nadia, me vas a matar, pero... ¿podríamos vernos en la cafetería después? Me ha surgido un compromiso del que no puedo librarme. —La miré alzando una ceja, pero sería de idiotas ignorar que Jacqueline era una mujer muy ocupada, así que simplemente asentí—. Te juro que vas a alucinar cuando te lo cuente, ¡palabra!
Desapareció antes de que pudiera preguntarle de qué narices se trataba. La hubiese seguido, de no ser porque el escaparate de una óptica llamó mi atención. Sonreí como una idiota cuando me vi contemplando las distintas monturas que habían, me había quedado tan ensimismada que no me había dado cuenta de que me había pegado mi frente al cristal, hasta que vi una persona reflejada en el mismo, que provocó que se me erizara la piel de la nuca, me di la vuelta en un brinco.
—¡¡Klaus!!
—Siento haberte asustado. —Sonrió rascándose la cabeza, y me contuve las irremediables ganas de babear—. He bajado a por unas cervezas. —Levantó su torneado brazo y vi las bolsas, una repleta de toda clase de papas, gusanitos, golosinas, y al fondo varias cervezas—. Quien no se lo monta bien, es porque no quiere.
Me hizo sonreír y me destensé un poco.
—Ya lo veo... Y has bajado tú, para desconectar ¿verdad?
—¡Por dios, sí! Pero no se lo digas a Jacqui. —me volví a echar a reír, pero dejé de reírme en seco, se supone que estaba con ella, ¿por qué narices no hacía mención a aquello? Me miré las manos avergonzada—. Por cierto, me acaba de llamar diciéndome que le ha surgido no sé qué, de una entrevista, con no sé quién autor. Dice que se siente culpable por haberte dejado tirada, si quieres puedes venir a casa.
Le miré con los ojos muy abiertos. Me miraba con ternura, como cuando alguien se compadece de otro alguien, como se miraría a un niño desvalido y no pude evitar enamorarme «platónicamente» de aquel hombre, negué con la cabeza mientras empezaba a sonreír.
—Eres muy amable Klaus, pero justo en esta calle vive un amigo. Subiré a hacerle una visita rápida, en serio que no hay problema.
—¿De verdad?
—Claro —dije mirándole a los ojos fijamente. ¿Se podría mentir a un hombre así? Yo desde luego no—. vete tranquilo, de verdad.
—Vale ... por cierto, tenías la frente pegada en el cristal, no sabía que usaras gafas.
—Y no las uso. —Me eché a reír.
—¿Entonces?
Me quedé pensativa, puede que sí que pudiera mentirle, aunque fuera un poquito, pero me reitero en que jamás podría mentirle en algo importante. Siempre había tenido la sensación de que ese hombre si te miraba fijamente a los ojos, podría llegar a saber qué piensas.
—Un amigo usa gafas de este estilo, y estaba pensando en cuáles podrían gustarle. —me sonrió enseñándome toda la dentadura.
—¿Y cuáles serían? —Señalé una montura negra. No entendía una mierda de gafas, pero a él pareció hacerle gracia—. vaya... retro vintage, me gustan.
Sonreí y miré de nuevo aquel escaparate, la verdad que eran bastante grandes, aunque ahora casi todo el mundo las llevaba así, la montura era redondeada, me había imaginado al señor Moore con gafas normales, con el cristal rectangular, pero ahora que había visto esas con el cristal redondeado, se me asemejaba más a su personalidad. Cuando quise darme cuenta Klaus había entrado por la puerta de aquella óptica, después de quedarme alucinada entré rápidamente detrás de él.
—Hola, buenos días. —Escuché la voz de Klaus y me quedé atónita, se dirigía a una dependienta que se acababa de quedar con mí misma cara, aunque ella sí que babeó —quería hablar con el dueño, ¿está aquí? —La joven asintió y se perdió por el interior de la tienda.
—Pero ¿qué estás haciendo? —susurré poniéndome de puntillas, intentando ponerme a su altura.
—Quiero que te lleves las gafas, por la cara que ponías, debe ser un amigo importante.
Me puse roja como un tomate y miré el suelo sintiéndome que me mareaba, ¿pero qué coño hacia ese hombre perfecto y maravilloso?
—Klaus, de verdad que no hace falta, en serio. además, valen muchísimo dinero, son de marca ¡por dios! No pienso dejar que te gastes tantísimo dinero en ...
—Nadia. —Le miré al sentir su tono de voz—. Gírate y mira el cartel publicitario —Iba a rebatirle cuando levantó el dedo índice. Así que, intimidada al máximo me volví a regañadientes, fue entonces cuando sentí que se me doblaban las rodillas—. Exacto, yo soy el modelo de esta marca, mi cara está en todas las vallas publicitarias, así que, agradecería que me dejaras hablar a mí.
Parpadeé sin poder hablar y justo en ese momento, un señor trajeado de mediana edad salió del interior de la tienda. Al ver aquel hombre a mi lado se le iluminó la cara, yo me quedé en un segundo plano, pero pude ver cómo Klaus hablaba y aquel señor torcía la cabeza para mirarme un segundo, desvié la mirada momentáneamente y cuando sentí que ya nadie me miraba, me volví de nuevo a cotillear a esos dos hombres. La sonrisa de aquel señor, le iluminaba la cara, hizo varias llamadas mientras Klaus sonreía y esperaba paciente, veinticinco minutos después estábamos fuera de aquella óptica y yo tenía en mis manos un estuche con aquellas increíbles y carísimas gafas en la mano.
—No hacía falta Klaus, esto es pasarse.
—No digas tonterías.
—¿Qué le has dicho? —inquirí ansiosa.
— Te haré una oferta que no podrás rechazar —dijo mirándome intimidante, aunque esta vez no lo consiguió.
—Eso es de la peli, Él Padrino. —se echó a reír—. Klaus, te lo digo en serio.
—Nadia, tengo que publicitar la marca, tengo que hacer entrevistas en locales y llevar estas prendas, simplemente le he propuesto al dueño que fuera en su tienda.
—¿A cambio de las gafas?
—Las gafas han sido un obsequio de su parte, no he tenido que hacer nada, me he ahorrado un viaje y el estar lejos de mi familia durante unos días. —Se rascó la nuca sonriendo—. Me has hecho un favor tú a mí, no al revés.
—Bueno...
Sonreí como una idiota sin estar del todo convencida, pero me había hablado con tanta seriedad que le creí, su móvil empezó a sonar y echó una carcajada cuando leyó el mensaje.
—Es David, me pregunta si le tendrá que contar a mis hijos, «tú padre se fue a por cerveza y no volvió». La madre que lo parió, ese tío es un show —Levanté las cejas sonriendo—. No le digas a Jacqui que he dicho esto, ¿vale? Me dirá que ya me lo dijo, y odio que tenga razón. Siempre la tiene, y es frustrante.
Estuve riéndome sin parar varios minutos mientras él miraba a ambos lados aguantándose las ganas. Poco después me dio dos besos y se encaminó hacia su casa, vi cómo se marchaba, su forma de andar, su cuerpo fuerte y atlético y entendí que Klaus era más, muchísimo más que toda aquella perfección física.
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