Capitulo - 9 -
Alan
Escuché la puerta y me sobresalté, por unos segundos no sabía dónde estaba, entonces el olor dulce del perfume de Nadia invadió mis fosas nasales y respiré tranquilo, estaba en casa.
Me hubiera quedado en la cama un rato más, pero desgraciadamente tenía cosas que hacer, una de ellas era ir a pasar la mañana con mi hija. Cuando volviera al horario de trabajo habitual no podría disfrutar de mi pequeña tanto como me gustaría. El viaje hacia casa de mi madre, como siempre, se me hizo eterno, pero me valió la pena cuando mi pequeña correteó una gran distancia tan solo para que la envolviera en mis brazos; aquella sensación era una de las mejores del mundo.
Mi madre me esperaba en la terraza trasera; si por algo me gustaba que mi madre se hubiera instalado en las afueras, era por la maravillosa casa de campo que le había regalado, allí el aire era más puro, y se la notaba bastante mejor. Mi padre, como siempre, me esperaba en la puerta con el ojo clavado en su nieta del alma, aquella pequeña monstruito les daba una vida que se veía a kilómetros de distancia.
Cuando entré con mi pequeña en brazos dispuesto a saludar a mi madre, me encontré con dos personas que no conocía, dos chicos jóvenes de la edad mi hermana pequeña estaban sentados en la mesa, he de decir que la idea de que mi hermana pudiera revolcarse con alguno de los dos, me produjo una sensación algo desagradable, que mi hermana, –a la que en mis ojos seguía siendo pequeña–, tuviera relaciones sexuales no era algo que me gustara en exceso. Pero ella tan rebelde y a veces mal educada, me había hecho saber que le importaba, y cito textualmente, «un pimiento» mi opinión. Así es como mi madre tenía que lidiar constantemente con mi carácter autoritario, y las hormonas rebeldes de mi hermana.
Aunque mi madre lo ignorara, yo sabía de sobra que mi hermana había picoteado con hombres de cierta edad, quizá el verla con esos jovencitos no fuera tan malo. De repente me cayeron bien.
—Alan, estos son Kevin y Daniel— escuché a mi madre hablar a mi espalda—. Son compañeros de clase de Cristina.
Les saludé con la cabeza mientras volvía la cara a mi madre.
—¿Y dónde está la dama de las camelias?
—Se ha manchado con el desayuno —dijo mi madre mientras miraba levemente a Daniela y después volvía hacia el interior de la cocina.
Escuché su risita y la miré sonriendo.
—¿Se puede saber que le has hecho a la tía? —Se tapó la boquita con las manos y se echó a reír. Esta pequeña me tenía enamorado.
Antes de que pudiera volver a preguntar, mi hermana hizo acto de presencia, me arrebató a la enana de mis brazos y le hizo cosquillas a más no poder. Ahora entendía por qué le gustaba tanto estar con sus abuelos y su tía, hacia lo que le daba la gana y jamás la reñían en exceso, estaban creando a un monstruo y yo tendría que lidiar con ella, cuando me asentara fijo en un hogar.
—No te agobies cascarrabias, o te harás viejo en dos días. La pequeña me ha manchado sin querer, ¿a que si moco? —Mi hija asintió.
—Te he dicho mil veces que no la llames moco.
—Tú me llamabas moco a mí, ¿qué diferencia hay? —dijo mirándome con esos ojazos, que claramente había sacado a nuestra madre.
—Tú eras un moco, mi hija no.
Escuché cómo aquellos dos se echaban a reír, y no pude evitar sonreír yo también. Aunque adoraba a mi hermana sobre todas las cosas, tenía la estupenda habilidad de sacarme de mis casillas en cuanto abría la boca mucho rato. Yo no aguantaba la altanería, y ella no soportaba mis normas. Desde pequeña quise ser una figura que respetara y no tomara por el pito del sereno, obviamente había fracasado.
—¿Has dormido en casa de Dani? —Escuché que mi hermana retomaba una conversación que seguramente había estado teniendo antes de que mi hija la manchara, así que decidí callarme y comerme una caracola de chocolate más grande que yo—. ¿No habías quedado con Lidia?
—Se rayó por una tontería —dijo aquel moreno con cara de espabilado—. Las tías sois caso aparte, no hay quien os entienda, de verdad.
—Eso te pasa por liarte con niñatas —apuntó mi hermana sonriendo.
—Eso le digo yo, pero este piensa con la... —Me miró durante un segundo y después a mi hija, que estaba en mis piernas chuperreteando un trozo de pan con chocolate—. Vamos, que no piensa con la cabeza.
Estuvieron un rato más hablando de tonterías, así que terminé por desconectarme por completo. De vez en cuando soltaba alguna tontería y se reían, otras veces me pedían opinión sobre mujeres, a lo cual, yo me limitaba a sonreír y a ser escueto; pero no podía evitar soltar pullitas para picar a mi hermana. Estábamos inmersos en una conversación sobre el porqué las mujeres cambian tanto de opinión, cuando el móvil de uno de los chicos cobró vida, aquel muchacho miró la pantalla del móvil y una increíble sonrisa le creció en la cara. Me recordó a mi cuando Nadia me llamaba.
—¡Hola Nadia! No, hoy no tengo clase, a vale, ¿entonces estarás en la editorial? —Levanté la cabeza rápidamente, ¿Nadia?, ¿editorial?—. Perfecto, ¿a qué hora te viene bien? De acuerdo allí estaré. Un beso guapa.
Me quedé de piedra mientras el chico se sentaba de nuevo en la silla, y miraba a mi hermana que sonreía como una idiota.
—¿Sigues enamorado de esa chica? —apuntó la misma sonriendo—. Dani, es muy mayor para ti...
—El amor no tiene edad sabelotodo. Y no, no estoy enamorado de ella. Es la mejor amiga de mi hermana, ¿acaso quieres que me mate?
—Pues eso no te importaba hace unos meses, don Juan. Aquel muchacho lanzó una mirada asesina a su amigo, que solo provocó que ensanchara la sonrisa que ya tenía.—Nunca he tenido nada con ella, dejaros de tonterías. — Después de decir aquello, se levantó de la mesa y tras hacerme un gesto con la cabeza se fue dejándome con cara de póker.
—¿Cuándo le vamos a decir que los pillamos aquella vez?
—¡Cállate Kevin! No seas capullo.
Dude durante un segundo, quizá debería mantenerme callado y pensar que eran tonterías de niñatos, pero tampoco creía mucho en las casualidades, así que, después de carraspear fingí desdén.
—Vaya, ¿qué me he perdido? —pregunté mientras me metía un trozo de bizcocho en la boca.
—No seas Cotilla Alan, no te importa.
—Estabais hablando delante de mí.
—Vamos mujer, no seas así... —Kevin intervino mirándonos divertido, ya empezaba a caerme algo mejor—. La hermana de Daniel trabaja en una editorial, y el lleva años pillado por una de las compañeras de su hermana.
—Si vas a contarlo, al menos, cuéntalo bien —espetó cristina mirándolo con desaprobación—. Su hermana y la chica esa son intimas amigas aparte de compañeras de trabajo. Dani ha tenido problemas con su padrastro, y hace unos meses se trasladó a vivir con su hermana. Nadia, que así se llama la chica, lo dejó con su novio porque era un cerdo y bueno, empezaron a verse más y acabaron liados.
—¿Y se puede saber de dónde narices sacas todo eso?
—Kevin... Yo hablé con Carlota ¿vale? Me contó todo eso poco después de que pilláramos a Daniel con Nadia.
—¿Y por qué no me lo habías contado? ¡Soy tu amigo!
—Porque no me daba la gana —bufó indignada—, pero no vayas a abrir esa bocaza que tienes, haz el favor.
Me quedé de piedra, a la par que me alteraba por segundos, era una mezcla extraña de sentimientos.
—Para que luego digan de la generación Pokémon —susurré mientras miraba cómo mi pequeña deshacía el bizcocho en sus manos—. Una cosa, entonces la hermana del chico, ¿sabe que su hermano estuvo liado con su amiga?
—¿Quieres dejar de comportarte como un marujo?
Hubiera matado a mi hermana en aquel momento. Aunque por fuera aparentara tranquilidad, por dentro era un amasijo de nervios; sabía de sobra todo lo que Nadia había hecho, lo que me había contado y lo que no. Pero saber que, por alguna razón, le había llamado a él y había quedado para verse, me había puesto muy muy nervioso. ¿Tendría que preocuparme?
Nadia
Acababa de despedir a Daniel en la cafetería que estaba más próxima a la editorial, hacía tiempo que no le llamaba para tomar un café a solas. Anteriormente, cuando usaba esas mismas palabras siempre había un doble sentido en ellas, tomábamos un café y terminábamos en mi casa retozando. Pero esta vez había sido distinta, habíamos quedado simplemente para hablar. No dejaba de pensar en la situación que había tenido que vivir Daniel en su casa, y el tener en mi poder aquella información sobre ese hombre horrible y no poder contárselo me hacía sentir culpable. Adoraba a Carlota, pero sentía una conexión especial con Daniel, sin contar todo el rollo del sexo.
Cuando llegué de nuevo a la editorial, casi todo el mundo había salido a comer, yo acababa de tomarme un café con leche y mi apetito estaba ausente. El rato que me había tirado intentando no confesarle a Daniel todo lo de su padrastro, me había quitado el apetito; quizá, aquello me viniera genial para mantenerme en línea.
Pasé de lago por la sala de café, pero me detuve unos metros después de pasar por al lado al escuchar bastantes voces; pocas personas solían quedarse allí a comer, yo era una de las afiliadas a comer en el trabajo, pero eso tenía un motivo; «mis continuos escaqueos». El descanso para comer siempre me venía bien para alcanzar la cuota de trabajo del día.
Retrocedí los pasos y puse mi oreja en la puerta, necesitaba saber qué estaba pasando allí. No fue hasta que escuché la voz de Carlota cuando me decidí a entrar, y fue entonces cuando me quedé a cuadros. Allí, y alrededor de la mesa redonda que estaba situada en el centro de la sala, estaban casi todas mis compañeras de aquella planta, incluidas Paula, Sonia y Leyre. Me quedé de piedra ante la puerta mirando toda aquella escena, ¿qué estaban haciendo allí todas ellas? No quise mirar demasiado toda la comida basura que había sobre la mesa; y de repente... ¡Qué hambre!
—¿Se puede saber qué pasa aquí? —dije mientras entraba del todo y cerraba tras de mí.
Todas volvieron la cabeza y me miraron sonriendo.
—¿Dónde coño estabas? —La cabeza de Carlota sobresalió de las demás—. ¡Te he llamado millones de veces!
—Estaba tomando un café.
—¿A la hora de comer? —insistió.
—¿Acaso eres mi madre? —Fruncí el ceño y todas se echaron a reír.
Me acerqué a la mesa y entonces pude ver que en un rincón había unas maletas, ahora estaba más perdida todavía.
—Nuestra querida compañera Laura. —Miré a Laura, una de las editoras que trabajaba en nuestra planta—. Acaba de dejar al capullo de su marido, ¿y sabes qué es lo mejor? —Miré a Laura y después a Carlota—. ¡Él aún no lo sabe!
Me llevé las manos a la boca, ¿acaso aquello era para celebrar? No conocía mucho al marido de mi compañera, pero dejar a una persona, así como así, me parecía una autentica putada, eso no se hacía, a no ser...
—No pongas esa cara —intervino Sonia mirándome—. El cabrón la engaña con una de sus amigas. ¡Se lo tiene merecido!
No pude sino quedarme alucinada y sentir una conexión casi inmediata con su historia. Sí, yo no estaba casada con Alan, de hecho, cuando ocurrió lo de Silvia ni siquiera hablaba con él; pero aun así la entendí. Miré a aquella mujer de treinta y dos años que siempre había lucido guapa, y me sentí aún peor, tenía los ojos hinchados de haberse pegado una buena llorera. Había estado escuchando cómo las demás me relataban su propia historia como si de cualquier chisme se tratase; nuestras miradas coincidieron durante un segundo y entendió que le trasmitía todo mi cariño. Y supe por qué Carlota se había sentado a su lado y sujetaba su mano con fuerza.
—Sin duda esta es la temporada de las amigas hijas de puta.
—Carlota hizo una mueca con la cara, y yo negué con la cabeza sonriendo.
—Si en el fondo es lo mejor que podía pasarme —apuntó Laura mirando la mesa con la vista perdida—. Hacía tiempo que no sabía si le quería. Pero ver esas cosas... Siempre impacta.
—¿Y tu amiga? —pregunté algo tímida, a lo que me miró directamente.
—Esa es una zorra.
—Touché —dijo Leyre dejando sobre la mesa una botella de tequila blanco y varios vasitos de café de plástico.
Todas aplaudieron menos yo, que la miraba asombrada, se dio cuenta y me sacó la lengua.
—La guardaba para una ocasión especial, y esta lo es —dijo sonriendo mientras abría la botella y llenaba por la mitad cada vaso—. Una valiente mujer deja a un cerdo que no la merece, esa valentía merece una celebración.
—¿Un miércoles? —apuntó Paula, que estaba relegada a un lado. Miriam le dio un codazo y volvió a esconderse detrás de las demás.
No estaba muy de acuerdo con ponerme borracha un miércoles a medio día, ¿Qué pasaría con el resto de horas que quedaban de trabajo?
—¿Y cómo se supone que vamos a trabajar después?
—Nadia, relájate —dijo Sonia mientras sujetaba su vaso y me miraba alzando una ceja—. Luego nos vamos a casa y ya está, justamente esta sección ha cumplido de sobra la cuota mensual.
Si una de las jefas estaba de acuerdo en aquello, yo no iba a ser menos; así que, después de estar servidas, hicimos un primer brindis, Carlota llevó la voz cantante.
—Por las mujeres que saben decir, ¡TE VAN A DAR POR EL CULO!
Nos echamos a reír y bebimos el primer chupito, me supo a rayos y casi vomito, pero me recompuse rápidamente, y más rápidamente aún tenía el vaso lleno de nuevo. Esta vez había limón en rodajas sobre la mesa, y una de mis compañeras había tenido la consideración de traer la sal. Esta vez brindó Laura.
—¡Por los próximos hombres, a los que me voy a follar!
—¡Amén hermana! —contestó Carlota, a lo que todas nos echamos a reír.
Brindamos unas cuantas veces más, y aquello pasó de ser una reunión de mujeres a una noche de fiesta en toda regla. seguramente se nos escuchara desde la otra parte de aquel edificio, pero ebria como iba me daba completamente igual. Media hora después, yo había dejado de beber, pero había quienes no, Laura, una de ellas.
Carlota se acercó a mí, y en todo su momento álgido de exaltación de la amistad que te causa unas cuantas copas de más, me dio un enorme abrazo, que correspondí en el mismo estado en el que estaba ella. Unos minutos después desapareció de mi vista y apareció de nuevo con los altavoces del ordenador de su mesa que conecto a su móvil. Yo no podía dar crédito, pero a todas pareció entusiasmarles la idea; antes de darme cuenta, una de las canciones que más reproducía en mi coche de un tiempo hacia aquí, sonó por toda la sala. Era una canción de Luis Fonsi, «Corazón en la maleta», tenía un ritmo muy divertido, y aunque hablaba de una despedida lo hacía de manera que no podías evitar cantarla en alto. Todas habíamos ocupado la sala y empezábamos a intentar seguir el ritmo mientras cantábamos en voz alta la pegadiza canción. Carlota se subió con Laura sobre la mesa, y aquello provocó que todas nos pusiéramos alrededor de la mesa y riéramos y aplaudiéramos. El estribillo era el momento álgido donde todas cantábamos con todo el pulmón.
—¡Y yo me voy, adiós, me fui y no me importa. Nada me detiene aquí, la vida es corta. En avión, por tren, por mar, por lo que sea. Soy feliz de haber perdido la pelea. Y te quedas con mi firma en la libreta. Yo me llevo el corazón en la maleta!
Y así, como siempre pasa con las cosas que se improvisan, viví uno de los momentos más divertidos en mucho tiempo. Si yo hubiera tenido aquella celebración de ruptura cuando lo dejé con Carlos, seguramente no hubiera estado tan triste, o quizá sí, pero con un buen recuerdo.
Unas horas después, y exhausta por el momento tan divertido que me había hecho olvidarme de todo, incluso hasta de Patricia, me senté en una de las sillas que estaban vacías. Miriam se había llevado a Laura a su casa, compartirían piso hasta que Laura aclarara toda la situación, sonreí como una idiota al ver cómo Carlota hablaba animadamente con Leyre. No podía entender cómo podía estar tan normal después de todo; pero admiré su fuerza de aceptación ante todo. Me puse de pie y después de tambalearme un poco me dispuse a la retirada.
—Nadia. —Me di la vuelta y vi a Sonia sentándose en la silla que había dejado libre cuando me disponía a marcharme—. Acuérdate que esta noche es la cena de las escritoras. Toca en tu piso este mes, ¿te acuerdas?
Me llevé las manos a la cabeza, se me había olvidado por completo. Sonia se echó a reír, supuse que me lo había recordado porque había intuido que se me había olvidado. Me di una torta mental, Alan me tenía idiotizada por completo. Desde que había aparecido en mi vida estaba distraída, cansada, frustrada y feliz casi al mismo tiempo; ni siquiera estaba segura de que todo aquello fuera sano para mi cabeza.
Después de despedirme de todas, pasé por el supermercado y compré las cosas para aquella noche, aún me notaba algo achispada por los tequilas que había tomado. Pero quizá, fuera eso lo que me diera la energía que necesitaba para no caerme en redonda al suelo y quedarme dormida hasta el año que viene. Aunque el alcohol era contraproducente, luego parece que induce al sueño. ¡Ole yo!
Cuando estaba a punto de abrir la puerta de mi casa, me di cuenta de que la música que había estado escuchando desde la puerta exterior provenía de mi casa, acerqué el oído a mi puerta y escuché; intenté hacer memoria. No conocía a nadie que supiera tocar ningún instrumento, y mucho menos un saxo. Tenía que confesar que había diferenciado el sonido del saxo, porque de adolescente me había encandilado de un músico que tocaba el saxo en una banda. Abrí la puerta sin saber quién podría haber en su interior, pero lo que vi, me dejó completamente alucinada. Allí de pie, frente a la ventana y dándome la espalda, estaba Alan, con un Play Back de la canción de Adele «Set Fire to the Rain», y a su vez, él la tocaba con el saxo. Me hubiera movido si hubiera podido, pero estaba tan alucinada por lo que estaba viendo y escuchando, que me había quedado de piedra. Dejé mis cosas sobre lo primero que vi, y di varios pasos intentando hacer el menor ruido posible. Lo único que quería era estar más cerca de aquella música, ¿Alan tocaba el saxo? ¿Desde cuándo? Y aquello no era lo que más me sorprendía, lo que más me sorprendía era que lo hacía increíblemente bien; tanto es así que la piel se me puso completamente de gallina, y sentí que el corazón se me aceleraba. Curioso el efecto que tiene la música en las personas.
Cuando terminó la canción, quise gritarle que no parara. Entonces fue cuando, después de suspirar y pasarse las manos por los labios, se volvió lentamente y me vio allí, mirándolo completamente alucinada. Supe que no se había dado cuenta de que estaba allí por la cara que puso. Sonreí sin poderlo evitar.
—Alan... —di varios pasos más—. ¿Desde cuándo tocas así? ¡Es impresionante!
Pude ver como se sonrojaba y aquello aún me dejó más impresionada, ¿Alan tímido? ¡Me he muerto y este es otro universo!
—Hace unos seis años —dijo mientras dejaba el saxo sobre su estuche y me miraba sonriendo—. Siempre me había gustado y un día dije, ¿por qué no? ¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! —Suspiré—. Es una auténtica pasada.
—Vaya, nadie me había dicho eso. —Le sonreí tiernamente.
—¿Alguien sabe que tocas así? —Se encogió de hombros—. ¿Nadie?
—Mi profesor, y bueno... Sarah me escuchó ensayar alguna vez, pero nunca dijo nada.
Fruncí el ceño, aquella tía cada vez me daba más asco, si aquello podía ser posible –que estaba segura de que no–, vi que miraba mi expresión, así que limité a sonreír.
—Pues lo haces increíblemente bien, ¿podrías tocar otra? —Se echó a reír y besó tiernamente mis labios.
—Creo que tienes una cena que preparar. ¿No?
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Carlota me ha enviado un mensaje para advertirme que debo desaparecer de aquí esta noche, estaba segura de que tú no me dirías nada.
Me encogí de hombros. A decir verdad, le iba a comentar que tenía una cena, pero que podía esconderse en la habitación. Pero bueno, al adelantarse Carlota era una cosa que al menos me podía ahorrar.
—Mira, hacemos una cosa. Mañana cuando salgas de trabajar, si quieres, voy a por ti y vamos al estudio donde ensayo todos los días, ¿qué me dices? ¿Te apetece?
Mi cara debió de ser todo un poema, porque sonrió como pocas veces le había visto.
—¡Nada me gustaría más que verte tocar!
Me dejó en mi piso sonriendo como una idiota, iría a cenar con sus padres y así dormiría a su hija. A veces se sentía culpable de haber dejado a la nena con ellos; pero cuando les hacía mención de llevársela, sus padres se negaban en rotundo. Cuando me contaba esas cosas, recordaba lo simpática y cariñosa que siempre había sido su madre conmigo; quitando de aquella otra vez, que no lo fue tanto.
Cuando me levanté a por la tercera botella de vino, sentí que las piernas me temblaban; había bebido de más, estaba claro. Cuando dejé la botella sobre la mesa, me senté a observar cómo todas seguían sacando temas de conversación uno tras otro; no pude evitar echarme a reír. Desde hacía varios años solíamos celebrar una cena mensual algunas chicas de la editorial, junto con escritoras que trabajaban con nosotras. La primera cena fue algo casual y nos lo pasamos tan bien, que las demás se volvieron una obligación; la única obligación que me gustaba cumplir.
Carlota, Sonia, Leyre, Jacqui, y otras tres escritoras que trabajaban con nosotras, bebían y reían mientras yo las miraba sonriendo. Ya habíamos hablado de prácticamente todo, fue entonces cuando salió un escabroso tema; «las ex>>
—Hay que ser compresivas —dijo María, una de las escritoras más reconocidas en el género de Terror—. Todas hemos sido ex, no todas somos malas.
Hubo un gran murmullo general.
—Las hay que sí —apuntó Jacqueline, mientras bebía de su vaso de agua—. Las personas a veces somos muy egoístas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Carlota bastante atenta a la conversación.
—Pues mira, muchas veces, cuando dejamos una relación lo hacemos seguras de que ya no sentimos lo mismo, que el amor se ha terminado, o porque, simplemente, nos damos cuenta de que nunca podremos avanzar. Entonces, empezamos nuestra vida sin esa persona, duele, claro que sí, pero estamos seguras de nuestra decisión. Y aunque esa persona insista, nos negamos en rotundo; hasta que él empieza a rehacer su vida, ¿a quién no le ha pasado? Nosotras, que somos las que hemos dejado la relación, de repente nos damos cuenta de que nos molesta que nuestra ex pareja este rehaciendo su vida. Y aunque dejáramos la relación seguras de la decisión que tomábamos, en el momento en el que pensamos que él pueda enamorarse de otra persona, ¡nos vuelve locas! ¿Y qué hacemos? Le preguntamos, queremos saber quién es, cómo es, y por qué se ha fijado en ella. Es entonces, cuando caemos en la razón de por qué nos molesta tanto; nos molesta porque se supone que, si lo dejábamos nosotras, deberíamos estar bien con nuestra vida encauzada. Pero no es así, nos encontramos perdidas; y «él», que debería llorar nuestra perdida, ya es capaz de sentir amor por otra chica. Unas veces suele ser por no estar solo, pero una mujer sabe reconocer cuando su ex pareja sí siente algo de verdad por otra persona; entonces piensas; «quizá él no fuera tan malo, quizá yo también era el problema, quizá si había solución...» Entonces es cuando lloramos y le hacemos ver que nos duele. ¿Con qué intención? ¡No lo sabemos! Solo queremos que esa persona nos diga que no nos olvida, o algo así. Sabemos que no lo queremos, pero tampoco queremos que quieran a nadie. Es en ese momento, cuando muchas de ellas pretenden entorpecer la relación que la otra persona esté empezando, únicamente por no saber aceptar que, quizá, tú no eras tan buena como creías.
Le miré completamente alucinada, Jacqueline solía hacer unas reflexiones que me dejaban con la boca abierta. Yo había sido ex, pero como solía enamorarme de cabrones, rompía todo contacto con ellos y nunca me había pasado nada de aquello; aunque sí que es verdad que tenía amigas a las cuales el saber que su ex volvía a estar con otra persona, las volvía locas. Nunca lo había entendido del todo, hasta hoy.
—¿De dónde te sacas eso? —Jacqui miró a Leyre, y le guiñó el ojo.
—Una amiga mía está empezando con un chico. Él estuvo seis años en una relación con una tía que pasaba de su cara, ¿y sabéis que? Ahora que se ha enterado que él está con mi amiga, le entran todos los males.
—¿Y tu amiga no se vuelve loca? —pregunté alucinada.
—Procura pensar con sensatez. Ella fue quien me hizo esta reflexión, ella pasó por una cosa así con su ex. Así que dice que, en parte, puede entender a la chica, empatiza de alguna manera con la ex de su chico, y procura no molestarse en exceso, dice que se le pasará.
Resoplé, me gustaría tener la capacidad de madurez de aquella chica. Yo era escuchar el nombre de esa tipeja, y subirme todos los males. Y en mi caso era mucho peor, Alan y Sarah compartían lo más importante que hay en este mundo, un hijo; y por ese motivo siempre tendrían que estar en contacto. ¡Dios, ten piedad!
—Tu amiga es increíble — resoplé—. Debe de estar muy enamorada.
Jacqui me miró sonriendo y asintió con la cabeza.
—Si ella está enamorada, él lo está más. Creo que ese es el secreto para que a ella no le coman los celos. Por primera vez en su vida, el chico le demuestra tanto, que no hay dudas, y conseguir eso es algo increíble. Él se muestra abierto a explicarle las cosas, no le oculta nada, le pide opinión. Supongo que la ausencia de mentiras y ocultaciones es la clave de la confianza.
Suspiré apenada.
—Me gustaría conocer a tu amiga y que pudiera pegarme algo de su madurez. Yo odio a la ex de Alan.
Todas se echaron a reír, debía estar haciendo una mueca curiosa.
Aunque variamos de tema, yo no me quitaba ese de la cabeza, ¿en serio se podía confiar tanto en una persona? Luego me paraba a pensar, si una persona no te miente, te demuestra amor, y te es sincero con todo, ¿por qué desconfiar? Y eso me planteaba otra duda, ¿había hombres así?
Eran las dos de la madrugada cuando escuché a Alan entrar en casa, yo seguía entretenida acabando de recoger todo. Me había quedado en el limbo pensando todas aquellas cosas tantas veces que, si contaba los minutos en que mi cabeza se había quedado de plastilina, se acercaría bastante a la hora y media. Sonreí al ver cómo me miraba, su simple presencia era maravillosa.
—¿Ha estado entretenida la noche? —preguntó alzando una ceja.
—Estupenda y bastante instructiva.
—¿Instructiva?
Me apoyé en la pared más cercana a él, y le miré sonriendo.
—Hemos estado hablando de cómo hay que ser con los ex de nuestras parejas. —Se echó a reír—. ¿De qué te ríes?
—De nada. Nadia, tú eres muy celosa, te sería imposible tratar con la ex de nadie.
Se dio la vuelta y caminó de manera divertida por el salón. Había conseguido que me cambiara el humor en cuestión de segundos.
—Yo no soy celosa, Alan. —Me miró divertido y tomé aire—. Al menos si no me dan motivos.
—Para ti todo es un motivo, corazón.
—¿Pero a ti qué bicho te ha picado? —Fruncí el ceño—. ¿Me hablas a mí de celos? Te recuerdo que cuando salíamos juntos, odiabas a todos mis amigos.
—De eso hace mucho, era un crío.
—Y yo también era una cría. No sabes nada de cómo han sido mis relaciones.
Entonces pude ver por qué había llevado aquella conversación hasta aquel punto, su cara se había iluminado al pronunciar las últimas palabras. Podía notar cómo su mente daba vueltas a lo que fuera que estaba pensando; y yo, idiota de mí, había caído como una niña.
—Es cierto, no sé nada de tus relaciones. ¿Cómo han sido tus relaciones, Nadia? ¿Alguien interesante después de Carlos?
Sentí que me faltaba el aire, ¿iba a decírselo? Había algo en su mirada que me alentaba a no mentir, pero no sabía exactamente el qué.
—Pues no. —Endureció la mirada y carraspeé—. Bueno, sí. —Abrió los ojos de par en par—. bueno, no, o sí. ¡Joder Alan, no me mires así!
—¿Qué no te mire cómo?
—Así, como si supieras la respuesta antes de formular la pregunta.
No pudo evitar sonreír, y yo acabé bastante mosca conmigo misma.
—Entonces, si crees que sé la respuesta, ¿por qué no te limitas a ser sincera?
Me quedé en silencio, era una respuesta coherente. Y yo estaba siendo una idiota.
—Sí, tuve algo interesante. No duró mucho tiempo, pero fue bonito.
—¿Con quién? —insistió casi sin parpadear.
—¿Y eso que más da? —Bufé enfadada—. ¿Esperas que conteste a todas tus preguntas simplemente porque sí? Por dios, Alan.
Sorprendentemente se echó a reír, entonces fue cuando dude de su salud mental. Estaba casi peor que yo.
—Vamos Nadia, relájate mujer; ni que hubieras estado con un niño.
Y diciendo esto se levantó del sofá y fue directo hacia mi habitación. Yo me había quedado de piedra, con el corazón latiendo a mil por hora. Lo sabía, Alan sabía que había estado con Daniel, pero la pregunta era; ¿cómo lo había sabido?
Sr Moore
–Unos meses atrás–
Aquella noche no había dormido nada, otra noche de insomnio. Una más, y acabaría por autoproclamarme Vampiro o búho. A decir verdad, mi tono de piel cada vez estaba más blanquecino. Aquello se debía a mi falta de sueño unido al desgaste físico que me estaba auto-infringiendo; pero no podía renunciar a ir al gimnasio, era lo único que me aclaraba la mente y me hacía pensar con claridad, al menos durante cinco minutos seguidos.
Aquella mañana iba a ser distinta, lo presentía. Cada vez estaba más contento de haber decidido acudir a un psicólogo y, sobre todo, me sentía orgulloso de no avergonzarme por ese hecho, a veces no era fácil ser yo.
Todo aquel que me conocía me alababa. Era un hombre de negocios, fuerte, perseverante, con carácter y que conseguía siempre lo que quería. Pero nadie sabía que detrás de todo eso, había una persona triste, decaída, vacía, sin ilusión por nada y con más problemas que alegrías, «todo un partidazo».
Llegué a la cita que había concertado mi secretaria con diez minutos de retraso. Había salido con tiempo de casa, pero como casi siempre me pasaba, acababa distrayéndome con casi todo, y por qué no decirlo, había vuelto a espiarla. Esta vez me había desviado tan solo unas calles de mi destino final. Y para mi suerte allí estaba, sentada frente a otra mujer bastante parecida a ella, su hermana, no cabía duda. No se dio cuenta de que alguien desde hacía mucho tiempo la observaba, y di gracias al cielo por ello, no sabría reaccionar si ella se daba cuenta, ¿qué explicación podría darle? Resoplé como un tonto, odiaba saber que ella desperdiciaba su maravilloso tiempo con aquel imbécil, un imbécil que la engañaba con unas y con otras. Más de una vez estuve a punto de darle su merecido, pero después pensaba que era un hombre respetable y que aquello no me ayudaría mucho si llegaba a salir a la luz; en según qué sectores mi nombre era conocido.
La miré por última vez antes de salir corriendo hacia la consulta, aún me daba la risa al recordar bajo qué seudónimo había reservado mi primera cita, ni siquiera sé por qué no use mi nombre real. Quizá fuera por algún tipo de pudor interno que sentía al pensar que, quizá, estuviera para encerrar, pero a mi psicólogo pareció hacerle gracia y no me juzgó en ningún momento. Siempre recordaba la primera sesión con una sonrisa en la cara, justo cuando estaba a punto de subir las escaleras para adentrarme en la sala de espera, recibí el mensaje de una de las personas que trabajaban para mí.
—Ya está todo preparado, el asunto Nadia Sánchez está concluido. ¿Dónde debemos enviar la información?
Un sentimiento de culpabilidad me rondó por el cuerpo. Quizá inmiscuirme en sus asuntos personales estuviera mal, pero estaba loco por esa mujer, no podía evitar querer que aquel impresentable desapareciera de su vida. No podía seguir observándola en secreto, debía encontrar la manera de acércame a ella, ¿pero cómo? Pensé en su sonrisa suave, en su cálida piel y en aquellos ojos trasparentes como el agua, y lo tuve claro, no había marcha atrás.
—Habla con Lydia, ella te dará toda la información necesaria. Bloqueé mi móvil y suspiré a la vez que entraba a la sala de espera, la secretaria me hizo su habitual saludo el cual correspondí. Antes de sentarme, corrí hacia la máquina y me saqué una botella de agua, tenía la boca seca. Le había prometido a mi psicólogo que no me inmiscuiría en la vida de Nadia, debía haberle dicho que nunca me había tomado en serio aquella promesa.
La sala de espera estaba vacía, no fue hasta que casi me doy de bruces con ella, cuando vi que había una chica sentada en mi sitio de espera habitual, levantó su mirada y me sonrió. Ignorando mis primeros impulsos iniciales que me aconsejaban sentarme en la otra punta, le devolví la sonrisa y me senté a su lado, nos miramos varias veces y después fijábamos la vista al frente, era raro, ¿ de qué se solía hablar en un lugar así? Ahora que pensaba, nunca antes había coincidido con nadie allí, se supone que cada uno tiene sus horas concertadas; como mucho, puedes ver a alguien cuando sales de consulta o cuando vas a entrar tú, pero aquella chica estaba allí sentada esperando igual que yo. ¿Me habría equivocado de día?
—Perdona que te pregunte, ¿tienes cita ahora? —Ella me miró a los ojos y me di cuenta de que su expresión era triste, casi tanto como la mía.
—No, soy amiga de Izan, acabo de salir hace diez minutos, he venido sin cita. —Sonreí al ver su expresión—. ya sabes, tener un amigo loquero tiene que tener sus ventajas; corta mis crisis de raíz.
No pude evitar echarme a reír al ver la expresión de aquella chica, parecía simpática y me cayó bien al instante.
—Pensaba que tenías consulta, como estabas sentada y mirando a la nada. —Me miró fijamente de nuevo—. suele ser el lenguaje corporal de los momentos antes de entrar.
Esta vez se echó a reír ella.
—Estaba pensando. Además, tengo una reunión dentro de media hora aquí al lado, no sabía dónde ir, y me he quedado meditando sobre lo que he estado hablando con Izan, ¿a usted no le pasa? ¿No le ha pasado alguna vez que ha hablado tan sinceramente de usted mismo, que al salir se ha sentido tan aturdido que ha tenido que sentarse a recuperar lo que sea que hayamos perdido ahí dentro?
La miré durante unos segundos, era como mirarme en un espejo, ahora lo entendía.
—Claro que sí, sobre todo las primeras veces. Ahora traslado ese estado catatónico al coche, o a la cafetería que hay justo aquí abajo. —Se echó a reír, y me dio una terrible curiosidad, ¿qué le pasaría a aquella chica?—. Puede que te parezca atrevido y si es así, mándame a la mierda, pero... ¿Por qué tenías una crisis?
—Es una larga historia. —Desvió la mirada y me quedé en silencio, había sido una indirecta bastante contundente, fue entonces cuando la vi tomar aire—. Aunque Izan está atendiendo una llamada de un familiar, va para rato, no quiero que te aburras esperando. —Sonreí—. Así que, puede que la opinión de otra persona me ayude. —Se quedó en silencio unos minutos—. Hace diecisiete días conocí al amor de mi vida. —Levanté mis cejas—. No me mires así, sé que sueno como una loca, pero así es. No lo estaba buscando, y simplemente apareció. Era un hombre atractivo, desprendía una esencia especial, quizá un tanto bohemia que me atrajo al instante. Y sin esperarlo, la conexión más rara e increíble que jamás había experimentado apareció. No cabe decir que fue mutuo, y casi desde el primer día todo fluyó como el agua; no teníamos tiempo que perder, y pasábamos todas las horas del día juntos. Era un hombre peculiar e inteligente, siempre tenía algo que contar, algo que enseñarme, y yo estaba fascinada por todo. Él es productor musical, y un músico bastante bueno; le encanta descubrir nuevos talentos, y ofrecer oportunidades a músicos que él denomina, «prodigios escondidos», si hubieras visto cómo su cara se iluminaba al hablar de ello... probablemente te hubieras enamorado como yo. —Me miró con una expresión de humor, y le sonreí—. Yo estaba tan absorta por sus cosas, que quería que me contara todo, y a él le encantaba que yo quisiera saber más y más. De hecho, podía notar cómo me miraba cuando hablaba, nadie me había mirado así antes, sus pupilas se dilataban y eso me hacía sentir bien. A veces sonreía por la forma en la que me miraba embobado, al igual que a mí me pasaba con él. Acariciaba mis facciones como si fueran el mayor tesoro del mundo, y me besaba a cada pocos segundos, era como volver a tener quince años, nos complementábamos como si nos conociéramos de hace años, no había motivo para desconfiar, cosa rara en mí porque soy muy desconfiada. Pero con él era todo tan fácil, era tan abierto, hablábamos de tantos sentimientos, de vivencias, de cosas que no había hablado con nadie, era como estar con una amiga, algo extraño algo...
—Mágico —dije sin pensar, y vi como sonreía.
—Sí, algo mágico. Aparte él también sentía curiosidad por mis cosas, y era la primera vez que un hombre quería saber todos los recovecos de mi trabajo, soy pintora... —Sonreí como un tonto—. Y se interesó enseguida porque trazos usaba, quería saber qué cosas me inspiraban, y qué me motivaba a pintar; yo me sentía feliz de poder compartirlo con alguien. Aunque nuestro trabajo era distinto, a la vez era parecido, ambos éramos artistas, y quizá por eso la conexión era aún más palpable. Durante todos esos días me apoyó incansablemente, vio cosas en mí que nadie había visto antes, y por qué negarlo, me enamoré perdidamente de él, y sentía que él también estaba enamorado de mí, esas cosas se notan. Compartí más cosas con él en esos días, que con otras parejas que he tenido años. Incluso mi música, la que utilizo mientras pinto, le enseñé mi canción preferida, e incluso me la tocó al piano y me trajo una grabación de una versión instrumental que tanto me gustaba, hecha por él. De hecho, la primera vez que hicimos el amor, fue escuchando un cd de música grabado por él. Fue extraño y mágico, pues estaba en mi cuerpo y en mi cabeza, nadie había estado tan dentro de mí jamás, yo no podía creer que aquello fuera real. Era el hombre perfecto para mí, y solo llevábamos unos pocos días juntos.
Yo estaba tan embelesado por aquella historia, que si Izan hubiera salido en aquel momento, le hubiera noqueado solo por seguir escuchando a aquella chica.
—¿Y qué paso?
—¿Me creerías si te digo que no lo sé? —Abrí mis ojos de par en par— el día dieciocho de nuestra relación, me dijo que no sabía si estaba preparado para algo tan serio, y yo me quedé sin saber qué decir. Unas pocas horas antes nos habíamos despedido como siempre, nos habíamos besado, nos habíamos abrazado, me había dicho que me quería, y tan solo unas horas después todo cambiaba, incluso lloraba mientras intentaba explicarme algo que ni él entendía. Por eso he venido a ver a Izan, no entiendo qué ha podido pasar, él fue quien precipitó todo. Yo simplemente me dejé llevar, y míreme ahora, perdida, hecha un desastre por un hombre que solo conozco de diecisiete días, ¿acaso te parece normal? — vi cómo sus ojos se esforzaban por no llorar—. Pero fueron tan intensos esos días, que siento que nos conocimos de verdad. Quizá vimos más de lo que le habíamos mostrado a otras personas, no sé qué pudo pasar, solo sé que me dejó vacía, dejé de pintar, él había inspirado mis mejores cuadros y de repente se llevaba todo eso sin darme una explicación, salvo dudas.
—Las dudas son miedos.
—Lo sé. —Se secó las lágrimas y tomó aire—. ¿pero miedo a qué? No sé, quizá no sintiera lo mismo por mí.
—Antes has dicho que tú sí que sentías que él estaba enamorado de ti, hay cosas que no se pueden fingir, y si lo sentías era porque en ese momento así era.
—¿Y se desenamora en unas horas? —Había conseguido que se echara a llorar, y me sentí tremendamente culpable—. Algo pasó en esas horas que nunca sabré, tanto creer que era especial, y al final es como todos; un cabrón.
La miré con ternura. No era la primera vez que escuchaba aquellas palabras, a decir verdad, la había escuchado tantas veces que ya ni me sentía aludido.
—La verdad que es algo inexplicable. —asintió con la cabeza—. ¿Le echas mucho de menos?
Levantó la mirada, y clavó sus ojos marrones en los míos.
—A cada segundo, es tan raro todo. Me siento tremendamente vacía, es como si hubiera conocido el hombre perfecto para mí y después hubiera desaparecido por arte de magia. sino fuera porque lo veo conectado al Facebook , pensaría que lo han abducido. —resopló—. Ojalá me abdujeran a mí, al menos tendría la cabeza ocupada y no le daría más vueltas a toda esta mierda.
—Hay cosas que no tienen explicación. Las personas a veces somos complicadas.
—Sí, ya me he dado cuenta. Pero me da rabia sentirme así, idiota y ridícula. Esperando a que me llame arrepentido, no sabes el vuelco que me da el corazón cada vez que noto que vibra mi móvil. Encima ya ni siquiera puedo escuchar mis canciones preferidas, ¡a maldecido todas y cada una de ellas!
Sonreí sin poderlo evitar, sabía perfectamente a qué se refería, él había ocupado y compartido tanto en tan poco tiempo, que había conseguido dejar su recuerdo en cada rincón de ella, y huir de todo ello, sin huir de sí misma es algo imposible. A veces ocurre que conocemos a alguien que hace que sintamos una conexión como pocas, nos enseña todo aquello que anhelábamos, y un día, sin más, desaparece dejándonos sin entender nada.
Eso hace que muchas veces nos preguntemos cuál es el papel del destino, por qué a veces nos pone a personas increíbles en nuestro camino, para luego hacer que se marchen haciendo que nos quedemos rotos. Quizá todo tenga un porqué, pero hasta que se nos es revelado, todo se queda en una nebulosa de miedos y dudas.
—Bueno, por experiencia propia te puedo decir que todo no duele eternamente, y seguramente, a la larga, él este peor que tú. Hazme caso, la gente que huye de esa manera de un sentimiento, luego se le es devuelto.
Me miró con los ojos muy abiertos y pareció reconfortada, aunque fuera mínimamente.
—Y tú ¿por qué estás aquí? Pareces un hombre fuerte, no le imagino estando triste o mal.
—Bueno, digamos que con el tiempo he aprendido a usar mi mascara bastante bien; a decir verdad, estoy bastante loco. —Le hice reír y me sentí genial—. No te rías, te lo digo en serio.
Iba a responderme algo, cuando Izan salió por la puerta de la consulta y nos miró sonriendo; intuí que nos había estado escuchando, pero no había querido interrumpir. Poco después me despedí de aquella chica, y me adentré en la consulta. Llevaba varios meses acudiendo a Izan, no porque necesitara con urgencia un psicólogo, –que también– si no porque sabía que era una manera de saber algo de Nadia. Muchas veces no hablábamos como paciente/profesional, sino que nos comportábamos como amigos, y la verdad que era de agradecer. Hacía que los temas más complicados surgieran con mucha más naturalidad. Una vez recostado en el diván y tras varios minutos de silencio, Izan se decidió a hablar.
—He visto que has conectado con mi amiga. —Le miré sonriendo—. He escuchado que te ha contado su historia.
—Pensaba que escuchar conversaciones ajenas, no está del todo bien.
—Vamos Moore, no me vengas con tonterías, tú pretendías acosar a una pobre chica que ni sabe que existes, ¿qué más da que yo escuche una conversación que ocurre en la sala de espera de mi consulta?
—Qué manera tienes de manipular la situación. —Izan se echó a reír y le imité—. Si lo hiciera yo, me dirías que sigo tarado.
Me miró fijamente a los ojos, y supe que estaba cavilando una respuesta que le hacía reír.
—Tú estás tarado.
Esta vez el que reí fui yo.
—¿Qué piensas sobre lo que te ha contado de ese chico? — dijo mirando unos papeles que tenía sobre su regazo, yo miré hacia la ventana y resoplé.
—Volverá a buscarla. —Izan me miró fijamente—. Muchas veces la gente hace tonterías por miedo.
—Yo también creo que volverá, aunque, ¿en serio crees que fue por miedo? Quizá le entraron las dudas.
—Las dudas son un reflejo del miedo —dije casi susurrando, pero supe que me había escuchado.
—Aunque bueno, depende de dónde surja la duda, si es en temas de amor, la duda es un no.
—¿A qué te refieres?
—Todo el mundo sabemos lo que no nos gusta, sin embargo, lo que nos gusta lo vamos sabiendo conforme nos va enseñando la vida. —Fruncí el ceño—. Tú sabes que no te gusta que te diera un puñetazo, aunque no lo haga ¿verdad? —Sonreí—. A esas cosas me refiero cuando digo que sabemos lo que no nos gusta. Por eso, cuando tus sentimientos hacia una pareja empiezan a ser raros, está claro que hay algo en esa situación que no te gusta. Quizá sea un problema que tanga solución, y eso está genial. Pero si los problemas provienen de tus propios sentimientos, los que nacen dentro de ti, sin que la otra persona haga nada malo, ahí ya no son dudas. Nosotros lo disfrazamos de dudas, pero solo es para no aceptar que se ha roto aquello que había.
—Bueno, Izan..., tampoco es algo tan tajante.
—¿Quieres a tu madre?
—Sí.
—¿A tu padre y familia? —Claro.
—¿Quieres a tu pareja? —Y fue ahí cuando lo entendí, no había podido contestar—. Creo que ahí no hay duda que valga, Moore, ya no la quieres. Saber a quién quieres, de quien estás o no estás enamorado, es algo que notas, que se siente dentro.
—Puede que tengas razón. Por cierto, ex pareja, ya no estoy con ella desde hace un tiempo. —asintió—. No sé, a veces creo que soy un bicho raro con este tema. Cuando me enamoro de verdad, ¡dios! Soy capaz de cualquier cosa. Apenas puedo explicarlo, me encanta esa burbuja que te mantiene a dos pies sobre el suelo, crees que nada podrá sobre pasar aquella felicidad y es realmente increíble. Yo me enamoré una vez, y aún no puedo olvidarla. —Resoplé y volví a recomponerme, Izan me miraba fijamente.
—Me gustaría que todas esas cosas que sientes y piensas, las escribieras, creo que te vendría muy bien.
Salí de la consulta diez minutos después. La idea de expresar mis sentimientos a través de la escritura no era algo que nunca hubiera llamado mi atención; pero últimamente estaba cambiando muchas cosas de mi vida, así que estaba dispuesto a hacer lo que Izan me proponía.
Llegué a casa temprano. Aunque había intentado escribir algo durante el trabajo, me fue imposible, así que busqué algo de inspiración. Y fue cuando tope con Gabriel García Márquez, y aquel poema.
«Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para oírlas una y otra vez indefinidamente.
Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría "Te quiero" y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes. Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.»
Nadia
Estaba histérica, había intentado de todas las maneras humanamente posibles relajarme y tener paciencia, pero el puñetero reloj había decidido no avanzar causándome así un nerviosismo espantoso.
Era una impaciente, no cabía duda. Había intentado unas cien veces concentrarme en los manuscritos, pero todo era inútil, solo deseaba que fuera la hora de salir para poder acudir al estudio, donde Alan me enseñaría con más detalle como tocaba el saxo.
Quizá estaba exagerando, pero no sabía si era porque tenía sobredosis de literatura romántica, o es que los músicos siempre me habían dado morbo. Fuera como fuera estaba deseando salir de allí. En un principio Alan me recogería y ambos iríamos hacia allí, pero había habido un cambio de última hora, así que yo debía acudir al estudio. Me había pasado la dirección mediante un mensaje, lo único que debía hacer era poner aquella dirección en el GPS y dejarme llevar. Y tras una larguísima y tortuosa espera, salí disparada hacia mi coche. Normalmente tenía un sentido de la orientación pésimo, era capaz de perderme en una rotonda, pero aquella vez no sabía si había sido cosa del destino, el cosmos, o que conduje concentrada en las indicaciones, pero, por una vez, no me había perdido.
No sabía exactamente cómo me había imaginado que sería su estudio, pero desde luego no me imaginaba aquello. Me encontraba fuera de la ciudad en uno de sus muchos polígonos industriales que había, concretamente en una de las zonas donde descansaban varias de las más importantes fabricas que ahora lucían cerradas. La crisis había hecho mella. Ya había anochecido y la zona era un tanto tétrica, aun así, caminé unos cuantos metros y me vi frente a un almacén a simple vista vacío, no se escuchaba nada, y parecía que allí no debían haber ni insectos; hasta que sin esperarlo la puerta que era de acero se abrió y varios chicos con guitarras salieron entre risas. Al principio no repararon en mí, hasta que el más joven de todo me sonrió.
—Tú debes de ser Nadia. —asentí—. Alan te está esperando en el segundo piso, en la puerta dieciocho.
Después de darle las gracias y adentrarme en aquel almacén me quedé parada, ¿segundo piso? ¿Puerta dieciocho? ¿Pero qué narices era aquello?
Entonces fue cuando lo vi, me encontraba en una especie de recepción bastante bien decorada, las paredes estaban repletas de fotos, y había varias máquinas expendedoras, más que un almacén parecía unas oficinas. Me fije que había varias puertas, pero pasé de largo, subí por las escaleras de hormigón hacia la segunda planta y me di de bruces con más puertas de las que pudiera contar. Tenía que dirigirme a la dieciocho, así que empecé a buscar hasta que vi que alguien salía de la puerta que en teoría seria donde Alan me esperaba. No me hizo falta que se diera la vuelta, había reconocido perfectamente aquella inmaculada espalda, cuando se volvió sonreí como una idiota.
—Pensé que te habías perdido. —Se hizo a un lado—. Pasa. Cuando me dio paso, me encontré dentro de una habitación perfectamente insonorizada. Había varios carteles de grupos de jazz, y varios aparatos electrónicos que no sabía para qué eran; lo único que reconocí fue una tabla de mezclas. Junto a una de las paredes, había un pequeño sofá de dos plazas, me indicó que me sentara y no dudé en obedecer, fue entonces cuando me di cuenta de que sobre una de las mesas estaba el saxo, lo miré expectante y se echó a reír.
—Nadia, me miras como si hubiera encontrado la solución al hambre en el mundo. —Me eché a reír.
—No seas exagerado, te miro así porque eres una autentica caja de sorpresas. Cuando pienso que no puedes tener más recovecos en tu vida, va y resulta que eres músico, ¿hay algo más que hayas hecho en Polonia que no me hayas contado? —me encogí de hombros—. No sé, porno o algo así.
Negó con la cabeza mientras se echaba a reír, empezó a moverse con agilidad por la estancia mientras yo le observaba sin perder detalle. Llevaba unos vaqueros sencillos, y una camiseta básica negra, y a mí no me podía resultar más impresionante; sobre todo si pensaba en que aquella suave tela, estaba acariciando sus impresionantes tatuajes.
Estaba perdida en mis ardientes pensamientos, cuando vi que tenía el saxo en sus manos y toqueteaba uno de esos aparatos.
—Nunca había hecho nada así. —Levanté la cabeza y vi que me estaba mirando.
—¿A qué te refieres?
—A que nunca había traído a una chica a mi estudio, ni había tocado para ella. Es curioso como siempre hay cosas nuevas por hacer, da igual la edad que tengas.
Lo miré sonriendo como una idiota. La idea de que aquella situación fuera nueva para él, me hacía sentir super bien. Para mí casi todo lo que me pasaba con él era nuevo, pero siempre tenía la sensación de que al revés no ocurría igual.
—Pues es un honor ser la primera.
Me miró y esbozó una de sus sonrisas, en concreto mi favorita. Sentí que estaba al borde de babear como una idiota, no quería que se me notara en exceso; pero no podía evitar estar cada vez más pillada por ese hombre. Debía de llevar un cartel luminoso en la frente, pero si era así, a él no parecía importarle.
Pensaba que me preguntaría qué canción quería escuchar, pero no lo hizo y respiré tranquila, ahora mismo sería incapaz de pensar qué canciones quería escuchar, estaba nerviosa y expectante. Entonces una pieza que conocía por casualidad –a mi madre le gustaba el jazz–, empezó a sonar por toda la estancia dejándome con la boca abierta. se trataba de «Ifant eyes» un tema de Wayne Shorter, un saxofonista compositor de jazz, y uno de los preferidos de mi madre; conocía muchos temas de aquel músico, incluido la canción que estaba tocando Alan. Fue en aquel momento cuando me alegré de que mi madre me hubiera inculcado desde siempre la música Jazz.
Entonces viví uno de los momentos más mágicos y extraños de toda mi vida, Alan había empezado a tocar abstrayéndome del mundo con él, no podía dejar de mirarle completamente embobada. Miré su ancha espalda, sus brazos, y me quedé encandilada mirando cómo movía los dedos sobre aquel saxo. Tocaba con tanta facilidad, que te hacía sentir que era fácil, que, si tú quisieras, también podías tocar aquella canción tan bien como lo estaba haciendo él. La canción era tranquila, de esas en las cuales, si cierras los ojos pueden trasportarte a cualquier lugar. Había instantes en los que cerraba los ojos y me trasladaba a una noche de navidad; todo estaba cubierto de nieve, y mientras me visualizaba paseado por una calle repleta de luces sonaba esa canción. Después volvía al mundo real y veía que seguía allí, en aquel estudio, pero no dejaba de ser maravilloso encontrarse allí, ya que podía ver cómo Alan tocaba con tanta delicadeza, que mi piel se erizaba solo de pensar en que esos dedos también me acariciaban a mí.
Lo que más me impactaba era su expresión mientras tocaba, cerraba los ojos y sentía cada nota, incluso a veces sonreía como si en aquel instante fuera la persona más feliz del mundo. Verle tocar de aquella manera, me hacía percibir una cierta sensibilidad que ocultaba detrás de esa fachada que intentaba tener casi siempre. Tuve que hacer esfuerzos por no llorar, quizá era yo que estaba tremendamente sensible, o quizá fuera que él sabía tocar mis puntos clave. Igual era por lo bien que tocaba aquel saxo, o puede que aquella música me recordaba a momentos bonitos vividos en mi infancia, pero, fuera lo que fuera, mis emociones estaban alborotadas. Mientras le miraba cómo se movía con dulzura, sentí que cierta ansiedad se me acumulaba en el estómago, a cada instante Alan se tornaba más y más especial, ¿podía ser eso posible? Yo a su lado me sentía como una simple humana, ¿podía aquel hombre con aquella increíble sensibilidad, amarme de la misma manera que parecía amar la música?
Y a la misma vez en la que las emociones me embriagaban, el miedo salió a relucir, ¿qué pasaría después? ¿Dónde irían todo estos momentos cuando él se hubiese ido? ¿Qué haría yo con todo esto que sentía, que me ahogaba? Después de cómo Alan me hacía sentir, no podía ignorar el hecho de que no quería menos que eso en mi vida. Quería todo aquello que solo Alan me hacía sentir, y temía, hoy más que nunca, que aquello tuviera un fin.
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